DOS VIDEOS... UNO DE FANS DE LA SERIE ROMA DE CUATRO... EN INGLÉS...
Y EL FAMOSO VIDEO DE LA LUCHA DE GLADIADORES DE TITO PULLO... ESTA ES UN POCO SANGRIENTA...
martes, mayo 30
BATALLA INICIAL EN GLADIATOR
PARA MÍ LO MEJOR DE LA PELI...
DURA 9 MINUTOS... Y HECHO EN FALTA EL LANZAMIENTO DE PILUM... PERO ESTÁ PERO QUE MUY BIEN
IGUAL NO SE VE MUY BIEN...
DURA 9 MINUTOS... Y HECHO EN FALTA EL LANZAMIENTO DE PILUM... PERO ESTÁ PERO QUE MUY BIEN
IGUAL NO SE VE MUY BIEN...
lunes, mayo 29
2-murena-31
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libro septimo. cap 6
LI. Los nuestros, apretados por todas partes, perdidos cuarenta
y seis centuriones, fueron rechazados de allí; pero siguiéndolos
desapoderadamente los galos, la décima legión, que estaba de
respeto en lugar menos incómodo, los detuvo; al socorro de esta
legión concurrieron las cohortes de la decimotercera, que al mando
de Tito Sestio, sacadas de los reales menores, estaban apostadas en
lugar ventajoso. Las legiones, luego que pisaron el llano, se pusieron
en orden de batalla contra el enemigo. Vercingetórige retiró de las
faldas del monte los suyos dentro de las trincheras. Este día
perecieron poco menos de setecientos hombres.
LII. Al siguiente, César, convocando a todos, «reprendió la
temeridad y desenfreno de los soldados, que por su capricho
resolvieron hasta dónde se había de avanzar, o lo que se debía hacer,
sin haber obedecido al toque de la retirada ni podido ser contenidos
por los tribunos y legados».
Púsoles delante, «cuánto daño acarrea la mala situación, y su
ejemplo mismo en Avarico, donde sorprendido el enemigo sin caudillo
y sin caballería, quiso antes renunciar a una victoria cierta que
padecer en la refriega ningún menoscabo, por pequeño que fuese,
por la fragura del sitio. Cuanto más admiraba su magnanimidad, que
ni por la fortificación de los reales, ni por lo encumbrado del monte,
ni por la fortaleza de la muralla se habían acobardado, tanto más
desaprobada su sobrada libertad y arrogancia en presumirse más
próvidos que su general en la manera de vencer y dirigir las
empresas, que él no apreciaba menos en un soldado la docilidad y
obediencia que la valentía y grandeza de ánimo».
LIII. A esta amonestación, añadiendo por último para confortar
a los soldados, «que no por eso se desanimasen, ni atribuyesen al
valor del enemigo la desgracia originada del mal sitio», firme en su
resolución de partirse, movió el campo y ordenó las tropas en lugar
oportuno. Como ni aun así bajase Vercingetórige al llano, después de
una escaramuza de la caballería, y ésa con ventaja suya, retiró el
ejército a sus estancias. Hecho al día siguiente lo mismo, juzgando
bastar esto para humillar el orgullo de los galos y alentar a los suyos,
tomó la vía de los eduos. No moviéndose ni aun entonces los
enemigos, al tercer día, reparado el puente del Alier, pasó el ejército.
LIV. Inmediatamente los dos eduos Virdomaro y Eporedórige le
hacen saber que Litavico con toda su caballería era ido a cohechar a
los eduos, que sería bien se anticipasen los dos para confirmar en su
fe a la nación. Como quiera que ya por las muchas experiencias tenía
César bien conocida la deslealtad de los eduos, y estaba cierto que
con la ida de éstos se apresuraba la rebelión, con todo no quiso
negarles la licencia, porque no pareciese o que les hacía injuria, o que
daba muestras de miedo. Al despedirse, les recordó en pocas
palabras «cuánto le debían los eduos, cuáles y cuan abatidos los
había encontrado, forzados a no salir de los castillos, despojados
de sus labranzas, robadas todas sus haciendas, cargados de tributos,
sacándoles por fuerza con sumo vilipendio los rehenes; y a qué grado
de fortuna los había sublimado, tal que no sólo recobraron su antiguo
estado, sino que nunca se vieron en tanta pujanza y estimación».
Con estos recuerdos los despidió.
LV. En Nevers, fortaleza de los eduos, fundada sobre el Loire en
un buen sitio, tenía César depositados los rehenes de la Galia, los
granos, la caja militar con gran parte de los equipajes suyos y del
ejército, sin contar los muchos caballos que con ocasión de esta
guerra, comprados en Italia y España, había remitido a este pueblo.
Adonde habiendo venido Eporedórige y Virdomaro, e informándose en
orden al estado de la república, cómo Litavico había sido acogido por
los eduos en Bibracte, ciudad entre ellos principalísima, Convictolitan
el magistrado y gran parte de los senadores unídose con él, y que de
común acuerdo eran enviados embajadores a Vercingetórige a tratar
de paces y liga, les pareció no malograr tan buena coyuntura. En
razón de esto, degollados los guardas de Nevers con todos los
negociantes y pasajeros, repartieron entre sí el dinero y los caballos.
Los rehenes de los pueblos remitiéronlos en Bibracte a manos del
magistrado; al castillo, juzgando que no podrían defenderlo, porque
no se aprovechasen de él los romanos, pegáronle fuego; del trigo,
cuanto pudieron de pronto, lo embarcaron, el resto lo echaron a
perder en el río o en las llamas. Ellos mismos empezaron a levantar
tropas por la comarca, a poner guardias y centinelas a las riberas del
Loire y a correr toda la campiña con la caballería para meter miedo a
los romanos, por si pudiesen cortarles los víveres o el paso para la
Provenza, cuando la necesidad los forzase a la vuelta. Confirmábase
su esperanza con la crecida del río, que venía tan caudaloso por las
nieves derretidas, que por ningún paraje parecía poderse vadear.
LVI. Enterado César de estas cosas, determinó darse prisa para
que si al echar puentes se viese precisado a pelear, lo hiciese antes
de aumentarse las fuerzas enemigas. Porque dar a la Provenza la
vuelta, eso ni aun en el último apuro pensaba ejecutarlo, pues que se
lo disuadían la infamia y vileza del hecho, y también la interposición
de las montañas Cebenas y aspereza de los senderos; sobre todo
deseaba con ansia ir a juntarse con Labieno y con sus legiones. Así
que a marchas forzadas, continuadas día y noche, arribó cuando
menos se le esperaba a las orillas del Loire, y hallado por los caballos
un vado, según la urgencia, pasadero, donde los brazos y los
hombres quedaban libres fuera del agua lo bastante para sostener las
armas, puesta en orden la caballería para quebrantar el ímpetu de la
corriente, y desconcertados a la primera vista los enemigos, pasó
sano y salvo el ejército; y hallando a mano en las campiñas trigo y
abundancia de ganado, abastecido de esto d ejército, dispónese a
marchar la vuelta de Sens.
LVII. Mientras pasa esto en el campo de César, Labieno,
dejados en Agendico para seguridad del bagaje los reclutas recién
venidos de Italia, marcha con cuatro legiones a París, ciudad situada
en una isla del río Sena. A la noticia de su arribo acudieron muchas
tropas de los partidos comarcanos, cuyo mando se dio a Camulogeno
Aulerco, que sin embargo de su edad muy avanzada, fue nombrado
para este cargo por su singular inteligencia en el arte militar.
Habiendo éste observado allí una laguna contigua que comunicaba
con el río y servía de grande embarazo para la entrada en todo aquel
recinto, púsose al borde con la mira de atajar el paso a los nuestros.
LVIII. Labieno, al principio, valiéndose de andamios, tentaba
cegar la laguna con zarzos y fagina, y hacer camino. Mas después,
vista la dificultad de la empresa, moviendo el campo traído llegó a
Meudon, ciudad de los seneses, asentada en otra isla del Sena, bien
así como París. Cogidas aquí cincuenta barcas, trabadas prontamente
unas con otras, y metidos en ellas los soldados, atónito de la novedad
el poco vecindario, porque la mayor parte se había ido a la guerra, se
apodera de la ciudad sin resistencia. Restaurado el puente que los
días atrás habían roto los enemigos, pasa el ejército, y empieza río
abajo a marchar a París. Los enemigos, sabiéndolo por los fugitivos
de Meudon, mandan quemar a París y cortar sus puentes, y dejando
la laguna, se acampan a las márgenes del río enfrente de París y los
reales de Labieno.
LIX. Ya corrían voces de la retirada de César lejos de Gergovia,
igualmente que del alzamiento de los eduos y de la dichosa
revolución de la Galia, y los galos en sus corrillos afirmaban que
César, cortado el paso del Loire y forzado del hambre, iba desfilando
hacia la Provenza. Loe beoveses al tanto, sabidos la rebelión de los
eduos, siendo antes de suyo poco fieles, comenzaron a juntar gente y
hacer a las claras preparativos para la guerra. Entonces Lavieno,
viendo tan mudado el teatro, conoció bien ser preciso seguir otro plan
muy diverso del que antes se había propuesto. Ya no pensaba en
conquistas ni en provocar al enemigo a batalla, sino en cómo
retirarse con su ejército sin pérdida a Agendico; puesto que por un
lado le amenazaban los beoveses, famosísimos en la Galia por su
valor, y por el otro le guardaba Camulogeno con mano armada.
Demás que un río caudalosísimo cerraba el paso de las legiones al
cuartel general donde estaban los bagajes. A vista de tantos
tropiezos, el único recurso era encomendarse a sus bríos.
LX, En efecto, llamando al anochecer a consejo, los animó a
ejecutar con diligencia y maña lo que ordenaría; reparte a cada
caballero romano una de las barcas traídas de Meudon, y a las tres
horas de la noche les manda salir en ellas de callada río abajo y
aguardarle allí a cuatro millas; deja de guarnición en los reales cinco
cohortes que le parecían las menos aguerridas, y a las otras cinco de
la misma legión manda que a medianoche se pongan en marcha río
arriba con todo el bagaje, metiendo mucho ruido. Procura también
coger unas canoas, las cuales agitadas con gran retumbo de remos,
hace dirigir hacia la misma banda. Él, poco después, moviendo a la
sorda con tres legiones, va derecho al paraje donde mandó para las
barcas.
y seis centuriones, fueron rechazados de allí; pero siguiéndolos
desapoderadamente los galos, la décima legión, que estaba de
respeto en lugar menos incómodo, los detuvo; al socorro de esta
legión concurrieron las cohortes de la decimotercera, que al mando
de Tito Sestio, sacadas de los reales menores, estaban apostadas en
lugar ventajoso. Las legiones, luego que pisaron el llano, se pusieron
en orden de batalla contra el enemigo. Vercingetórige retiró de las
faldas del monte los suyos dentro de las trincheras. Este día
perecieron poco menos de setecientos hombres.
LII. Al siguiente, César, convocando a todos, «reprendió la
temeridad y desenfreno de los soldados, que por su capricho
resolvieron hasta dónde se había de avanzar, o lo que se debía hacer,
sin haber obedecido al toque de la retirada ni podido ser contenidos
por los tribunos y legados».
Púsoles delante, «cuánto daño acarrea la mala situación, y su
ejemplo mismo en Avarico, donde sorprendido el enemigo sin caudillo
y sin caballería, quiso antes renunciar a una victoria cierta que
padecer en la refriega ningún menoscabo, por pequeño que fuese,
por la fragura del sitio. Cuanto más admiraba su magnanimidad, que
ni por la fortificación de los reales, ni por lo encumbrado del monte,
ni por la fortaleza de la muralla se habían acobardado, tanto más
desaprobada su sobrada libertad y arrogancia en presumirse más
próvidos que su general en la manera de vencer y dirigir las
empresas, que él no apreciaba menos en un soldado la docilidad y
obediencia que la valentía y grandeza de ánimo».
LIII. A esta amonestación, añadiendo por último para confortar
a los soldados, «que no por eso se desanimasen, ni atribuyesen al
valor del enemigo la desgracia originada del mal sitio», firme en su
resolución de partirse, movió el campo y ordenó las tropas en lugar
oportuno. Como ni aun así bajase Vercingetórige al llano, después de
una escaramuza de la caballería, y ésa con ventaja suya, retiró el
ejército a sus estancias. Hecho al día siguiente lo mismo, juzgando
bastar esto para humillar el orgullo de los galos y alentar a los suyos,
tomó la vía de los eduos. No moviéndose ni aun entonces los
enemigos, al tercer día, reparado el puente del Alier, pasó el ejército.
LIV. Inmediatamente los dos eduos Virdomaro y Eporedórige le
hacen saber que Litavico con toda su caballería era ido a cohechar a
los eduos, que sería bien se anticipasen los dos para confirmar en su
fe a la nación. Como quiera que ya por las muchas experiencias tenía
César bien conocida la deslealtad de los eduos, y estaba cierto que
con la ida de éstos se apresuraba la rebelión, con todo no quiso
negarles la licencia, porque no pareciese o que les hacía injuria, o que
daba muestras de miedo. Al despedirse, les recordó en pocas
palabras «cuánto le debían los eduos, cuáles y cuan abatidos los
había encontrado, forzados a no salir de los castillos, despojados
de sus labranzas, robadas todas sus haciendas, cargados de tributos,
sacándoles por fuerza con sumo vilipendio los rehenes; y a qué grado
de fortuna los había sublimado, tal que no sólo recobraron su antiguo
estado, sino que nunca se vieron en tanta pujanza y estimación».
Con estos recuerdos los despidió.
LV. En Nevers, fortaleza de los eduos, fundada sobre el Loire en
un buen sitio, tenía César depositados los rehenes de la Galia, los
granos, la caja militar con gran parte de los equipajes suyos y del
ejército, sin contar los muchos caballos que con ocasión de esta
guerra, comprados en Italia y España, había remitido a este pueblo.
Adonde habiendo venido Eporedórige y Virdomaro, e informándose en
orden al estado de la república, cómo Litavico había sido acogido por
los eduos en Bibracte, ciudad entre ellos principalísima, Convictolitan
el magistrado y gran parte de los senadores unídose con él, y que de
común acuerdo eran enviados embajadores a Vercingetórige a tratar
de paces y liga, les pareció no malograr tan buena coyuntura. En
razón de esto, degollados los guardas de Nevers con todos los
negociantes y pasajeros, repartieron entre sí el dinero y los caballos.
Los rehenes de los pueblos remitiéronlos en Bibracte a manos del
magistrado; al castillo, juzgando que no podrían defenderlo, porque
no se aprovechasen de él los romanos, pegáronle fuego; del trigo,
cuanto pudieron de pronto, lo embarcaron, el resto lo echaron a
perder en el río o en las llamas. Ellos mismos empezaron a levantar
tropas por la comarca, a poner guardias y centinelas a las riberas del
Loire y a correr toda la campiña con la caballería para meter miedo a
los romanos, por si pudiesen cortarles los víveres o el paso para la
Provenza, cuando la necesidad los forzase a la vuelta. Confirmábase
su esperanza con la crecida del río, que venía tan caudaloso por las
nieves derretidas, que por ningún paraje parecía poderse vadear.
LVI. Enterado César de estas cosas, determinó darse prisa para
que si al echar puentes se viese precisado a pelear, lo hiciese antes
de aumentarse las fuerzas enemigas. Porque dar a la Provenza la
vuelta, eso ni aun en el último apuro pensaba ejecutarlo, pues que se
lo disuadían la infamia y vileza del hecho, y también la interposición
de las montañas Cebenas y aspereza de los senderos; sobre todo
deseaba con ansia ir a juntarse con Labieno y con sus legiones. Así
que a marchas forzadas, continuadas día y noche, arribó cuando
menos se le esperaba a las orillas del Loire, y hallado por los caballos
un vado, según la urgencia, pasadero, donde los brazos y los
hombres quedaban libres fuera del agua lo bastante para sostener las
armas, puesta en orden la caballería para quebrantar el ímpetu de la
corriente, y desconcertados a la primera vista los enemigos, pasó
sano y salvo el ejército; y hallando a mano en las campiñas trigo y
abundancia de ganado, abastecido de esto d ejército, dispónese a
marchar la vuelta de Sens.
LVII. Mientras pasa esto en el campo de César, Labieno,
dejados en Agendico para seguridad del bagaje los reclutas recién
venidos de Italia, marcha con cuatro legiones a París, ciudad situada
en una isla del río Sena. A la noticia de su arribo acudieron muchas
tropas de los partidos comarcanos, cuyo mando se dio a Camulogeno
Aulerco, que sin embargo de su edad muy avanzada, fue nombrado
para este cargo por su singular inteligencia en el arte militar.
Habiendo éste observado allí una laguna contigua que comunicaba
con el río y servía de grande embarazo para la entrada en todo aquel
recinto, púsose al borde con la mira de atajar el paso a los nuestros.
LVIII. Labieno, al principio, valiéndose de andamios, tentaba
cegar la laguna con zarzos y fagina, y hacer camino. Mas después,
vista la dificultad de la empresa, moviendo el campo traído llegó a
Meudon, ciudad de los seneses, asentada en otra isla del Sena, bien
así como París. Cogidas aquí cincuenta barcas, trabadas prontamente
unas con otras, y metidos en ellas los soldados, atónito de la novedad
el poco vecindario, porque la mayor parte se había ido a la guerra, se
apodera de la ciudad sin resistencia. Restaurado el puente que los
días atrás habían roto los enemigos, pasa el ejército, y empieza río
abajo a marchar a París. Los enemigos, sabiéndolo por los fugitivos
de Meudon, mandan quemar a París y cortar sus puentes, y dejando
la laguna, se acampan a las márgenes del río enfrente de París y los
reales de Labieno.
LIX. Ya corrían voces de la retirada de César lejos de Gergovia,
igualmente que del alzamiento de los eduos y de la dichosa
revolución de la Galia, y los galos en sus corrillos afirmaban que
César, cortado el paso del Loire y forzado del hambre, iba desfilando
hacia la Provenza. Loe beoveses al tanto, sabidos la rebelión de los
eduos, siendo antes de suyo poco fieles, comenzaron a juntar gente y
hacer a las claras preparativos para la guerra. Entonces Lavieno,
viendo tan mudado el teatro, conoció bien ser preciso seguir otro plan
muy diverso del que antes se había propuesto. Ya no pensaba en
conquistas ni en provocar al enemigo a batalla, sino en cómo
retirarse con su ejército sin pérdida a Agendico; puesto que por un
lado le amenazaban los beoveses, famosísimos en la Galia por su
valor, y por el otro le guardaba Camulogeno con mano armada.
Demás que un río caudalosísimo cerraba el paso de las legiones al
cuartel general donde estaban los bagajes. A vista de tantos
tropiezos, el único recurso era encomendarse a sus bríos.
LX, En efecto, llamando al anochecer a consejo, los animó a
ejecutar con diligencia y maña lo que ordenaría; reparte a cada
caballero romano una de las barcas traídas de Meudon, y a las tres
horas de la noche les manda salir en ellas de callada río abajo y
aguardarle allí a cuatro millas; deja de guarnición en los reales cinco
cohortes que le parecían las menos aguerridas, y a las otras cinco de
la misma legión manda que a medianoche se pongan en marcha río
arriba con todo el bagaje, metiendo mucho ruido. Procura también
coger unas canoas, las cuales agitadas con gran retumbo de remos,
hace dirigir hacia la misma banda. Él, poco después, moviendo a la
sorda con tres legiones, va derecho al paraje donde mandó para las
barcas.
jueves, mayo 25
ROMA
COLISEUM
EL FORO ROMANO
Yo conozco Roma, hace un pilon de años, pero no creo que vaya nadie esperando grandes edificios conservados, si no grandes ruinas...
EL FORO ROMANO
Yo conozco Roma, hace un pilon de años, pero no creo que vaya nadie esperando grandes edificios conservados, si no grandes ruinas...
martes, mayo 23
LEGIO VIIII HISPANA
Estos "locos" han estado este fin de semana en el escorial...
Han colgado un video en internet, y yo se lo enlazo desde aqui...
Vaya Cracks...
Han colgado un video en internet, y yo se lo enlazo desde aqui...
Vaya Cracks...
lunes, mayo 22
ELIGE CANTABRIA 2006
La asociación ha decidido ir a la feria elige cantabria y mandar una representación apra hacer publicidad de las fiestas.
Para allá me iré yo con mi plumero y armadura a hacer publicidad de las fiestas.
EL sabado a partir de las 17 horas.
Para allá me iré yo con mi plumero y armadura a hacer publicidad de las fiestas.
EL sabado a partir de las 17 horas.
Poniendonos al día.
La semana pasada estuve de formación en Bilbao. Por lo que no he podido poner muchas cosas.
Hoy pongo tres páginas de murena y en las guerras de galias estamos en la parte interesante
Hoy pongo tres páginas de murena y en las guerras de galias estamos en la parte interesante
2-murena-25
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libro septimo. cap 5
XLI. César, después de haber advertido por cartas a la
república Eduana, que por beneficio suyo vivían los que pudieran
matar por justicia, dando tres horas de la noche para reposo al
ejército, dio la vuelta a Gergovia. A la mitad del camino, unos
caballos, despachados por Fabio, le traen la noticia «del peligro
grande en que se han visto; los reales asaltados con todas las fuerzas
del enemigo, que de continuo enviaba gente de refresco a la que se
iba cansando, sin dejar respirar a los nuestros de la fatiga, precisados
por lo espacioso de los reales a estar fijos todos cada uno en su
puesto; ser muchos los heridos por tantas flechas y tantos dardos de
todas suertes, bien que contra esto les habían servido mucho las
baterías; que Fabio, a su partida, dejadas solas dos puertas, tapiaba
las demás y añadía nuevos pertrechos al vallado, apercibiéndose para
el asalto del día siguiente». En visto de esto, César, seguido con gran
denuedo de los soldados, antes de rayar el Sol llegó a los reales.
XLII. Tal era el estado de las cosas en Gergovia cuando los
eduos, recibido el primer mensaje de Litavico, sin más ni más,
instigados unos de la codicia, otros de la cólera y temeridad (vicio
sobre todos connatural a esta gente, que cualquier hablilla cree como
cosa cierta), meten a saco los bienes de los romanos, dando a ellos la
muerte o haciéndolos esclavos. Atiza el fuego Convictolitan,
encendiendo más el furor del populacho, para que, despeñado en la
rebelión, se avergüence de volver atrás. Hacen salir sobre seguro de
Chalons a Marco Aristio, tribuno de los soldados, que iba a juntarse
con su legión; obligan a lo mismo a los negociantes de la ciudad, y
asaltándolos al improviso en el camino, los despojan de todos sus
fardos; a los que resisten cercan día y noche, y muertos de ambas
partes muchos, llaman en su ayuda mayor número de gente armada.
XLIII. En esto, viniéndoles la noticia de que toda su gente
estaba en poder de César, corren a excusarse con Aristio, diciendo:
«que nada de esto se había hecho por autoridad pública»; mandan
que se haga pesquisa de los bienes robados; confiscan los de Litavico
y sus hermanos; despachan embajadores a César con orden de
disculparse, todo con el fin de recobrar a los suyos. Pero envueltos ya
en la traición, y bien hallados con la ganancia del saqueo, en que
interesaban muchos, y temerosos del castigo, tornan
clandestinamente a mover especies de guerra, y a empeñar en ella
con embajadas a las demás provincias. Lo cual, dado que César no lo
ignoraba, todavía respondió con toda blandura a los enviados: «que
no por la inconsideración y ligereza del vulgo formaba él mal
concepto de la república, ni disminuiría un punto su benevolencia
para con los eduos». Él, por su parte, temiendo mayores revoluciones
de la Galia, para no ser cogido en medio por todos los nacionales,
andaba discurriendo cómo retirarse de Gergovia, y reunir todo el
ejército, de suerte que su retirada, ocasionada del miedo de la
rebelión, no tuviese visos de huida.
XLIV. Estando en estos pensamientos, preséntesele ocasión al
parecer de un buen lance. Porque yendo a reconocer los trabajos del
campo menor, reparó que la colina ocupada de los enemigos estaba
sin gente, cuando los días anteriores apenas se podía divisar por la
muchedumbre que la cubría. Maravillado, pregunta la causa a los
desertores que cada día pasaban a bandadas a su campo. Todos
convenían en afirmar lo que ya el César tenía averiguado por sus
espías: que la loma de aquella cordillera era casi llena, mas por
donde comunicaba con la otra parte de la plaza, fragosa y estrecha;
que temían mucho perder aquel puesto persuadidos de que, si los
romanos, dueños ya del uno, los echaban del otro, forzosamente se
verían como acorralados V sin poder por vía alguna salir al forraje;
que por eso Vercingetórige los había llamado a todos a fortalecer
aquel sitio.
XLV. En consecuencia, César manda ir allá varios piquetes de
caballos a medianoche, ordenándoles que corran y metan ruido por
todas partes. Al rayar del día, manda sacar de los reales muchas
recuas de mulos sin albardas, y a los arrieros, montados encima con
sus capacetes, correr en derredor de las colinas, como si fueran unos
diestros jinetes. Mezcla con ellos algunos caballos, que con alargar
más las cabalgadas representen mayor número, mandándoles
caracolear y meterse todos en un mismo término. Esta maniobra se
alcanzaba a ver desde la plaza, como que tenía la vista a nuestro
campo, aunque a tanta distancia no se podía bien distinguir el
verdadero objeto. César destaca una legión por aquel cerro, y a
pocos pasos, apuéstala en la bajada oculta en el bosque. Crece la
sospecha en los galos, y vanse a defender aquel puesto todas las
tropas. Viendo César evacuados los reales enemigos, cubriendo las
divisas de los suyos y plegadas las banderas, hace desfilar de pocos
en pocos, porque no fuesen notados de la plaza, los soldados del
campo mayor al menor; y declara su intento a los legados
comandantes de las legiones. Sobre todo les encarga repriman a los
soldados, no sea que por la gana de pelear o codicia del pillaje se
adelanten demasiado; háceles presente cuánto puede incomodarles lo
fragoso del sitio, a que sólo se puede obviar con la presteza; ser
negocio éste de ventura, no de combate. Dicho esto, da la señal, y al
mismo tiempo a mano derecha por otra subida destaca los eduos.
XLVI. El muro de la ciudad distaba del llano y principio de la
cuesta por línea recta, si no fuese por los rodeos, mil doscientos
pasos; todo lo que se rodeaba para suavizar la pendiente, alargaba el
camino. En la mitad del collado, a lo largo, habían los galos fabricado
de grandes piedras una cortina de seis pies contra nuestros asaltos; y
desocupada la parte inferior del collado, la superior hasta tocar el
muro de la plaza estaba toda erizada de municiones y gente armada.
Los soldados, dada la señal, llegan corriendo a la corrida, y,
saltándola, se apoderan de tres diversas estancias; pero con tanta
aceleración, que Teutomato, rey de los nitióbriges, cogido de
sobresalto en su pabellón durmiendo la siesta, medio desnudo,
apenas pudo escapar, herido el caballo, de las manos de los soldados
que saqueaban las tiendas.
XLVII. César, ya que consiguió su intento, mandó tocar la
retirada, y la legión décima, que iba en su compañía, hizo alto. A los
soldados de las otras legiones, bien que no percibieron el sonido de la
trompeta a causa de un gran valle intermedio, todavía los tribunos y
legados, conforme a las órdenes de César, los tenían a raya. Pero
inflamados con la esperanza de pronta victoria, con la fuga de los
enemigos, y con los buenos sucesos de las batallas anteriores,
ninguna empresa se proponía tan ardua que fuese a su valor
insufrible, ni desistieron del alcance hasta tropezar con las murallas y
puerta de la ciudad. Aquí fueron los alaridos que resonaban por todas
partes, tanto que los de los últimos barrios, asustados con el
repentino alboroto, creyendo a los enemigos dentro de la plaza,
echaron a huir corriendo. Las mujeres desde los adarves arrojaban
sus galas y joyas, y descubiertos los pechos, con los brazos abiertos,
suplicaban a los romanos las perdonasen, y no hiciesen lo que en
Avarico, donde no respetaron ni al sexo flaco ni a la edad tierna.
Algunas, descolgadas por las manos de los muros, se entregaban a
los soldados. Lucio Fabio, centurión de la legión octava, a quien se
oyó decir este mismo día que se sentía estimulado de los premios que
se dieron en Avarico, ni consentiría que otro escalase primero el
muro, tomando a tres de sus soldados, y ayudado de ellos, montó la
muralla, y dándoles después la mano, los fue subiendo uno a uno.
XLVIII. Entre tanto los enemigos, que, según arriba se ha
dicho, se habían reunido a la parte opuesta de la plaza para
guardaría, oído el primer rumor, y sucesivamente aguijado de
continuos avisos de la toma de la ciudad, con la caballería delante
corrieron allá de tropel. Conforme iban llegando, parábanse al pie de
la muralla, y aumentaban el número de los combatientes. Juntos ya
muchos a la defensa, las mujeres que poco antes pedían merced a los
romanos, volvían a los suyos las plegarias, y desgreñado el cabello al
uso de la Galia, les ponían sus hijos delante. Era para los romanos
desigual el combate, así por el sitio, como por el número; demás que
cansados de correr y de tanto pelear, dificultosamente contrastaban a
los que venían de refresco y con las fuerzas enteras.
XLIX. César, viendo la desigualdad del puesto, y que las tropas
de los enemigos se iban engrosando, muy solícito de los suyos, envía
orden al legado Tito Sestio, a quien encargó la guarda de los reales
menores, que sacando prontamente algunas cohortes, las apostó a la
falda del collado hacia el flanco derecho de los enemigos, a fin de que
si desalojasen a los nuestros del puesto, pudiese rebatir su furia en el
alcance. César, adelantándose un poco con su legión, estaba a la
mira del suceso.
L. Trabado el choque cuerpo a cuerpo con grandísima porfía, los
enemigos, confiados en el sitio y en el número, los nuestros en sola
su valentía, de repente, por el costado abierto de los nuestros,
remanecieron los eduos destacados de César por la otra ladera a
mano derecha para divertir al enemigo. Ésos por la semejanza de las
armas gálicas espantaron terriblemente a los nuestros, y aunque los
veían con el hombro derecho desarmado, que solía ser la contraseña
de gente de paz, eso mismo atribuían los soldados a estratagema de
los enemigos para deslumbrarlos. En aquel punto el centurión Lucio
Fabio y los que tras él subieron a la muralla, rodeados de los
enemigos y muertos, son tirados el muro abajo. Marco Petreyo,
centurión de la misma legión, queriendo romper las puertas, viéndose
rodeado de la muchedumbre y desesperando de su vida por las
muchas heridas mortales, vuelto a los suyos: «Ya que no puedo, les
dijo, salvarme con vosotros, por lo menos aseguraré vuestra vida,
que yo he puesto a riesgo por amor de la gloria. Vosotros aprovechad
la ocasión de poneros en salvo. » Con esto se arroja en medio de los
enemigos, y matando a dos, aparta los demás de la puerta.
Esforzándose a socorrerle los suyos: «En vano, dice, intentáis salvar
mi vida; que ya me faltan la sangre y las fuerzas. Por tanto, idos de
aquí, mientras hay tiempo, a incorporaros con la legión. » Así
peleando, poco después cae muerto, y dio a los suyos la vida.
república Eduana, que por beneficio suyo vivían los que pudieran
matar por justicia, dando tres horas de la noche para reposo al
ejército, dio la vuelta a Gergovia. A la mitad del camino, unos
caballos, despachados por Fabio, le traen la noticia «del peligro
grande en que se han visto; los reales asaltados con todas las fuerzas
del enemigo, que de continuo enviaba gente de refresco a la que se
iba cansando, sin dejar respirar a los nuestros de la fatiga, precisados
por lo espacioso de los reales a estar fijos todos cada uno en su
puesto; ser muchos los heridos por tantas flechas y tantos dardos de
todas suertes, bien que contra esto les habían servido mucho las
baterías; que Fabio, a su partida, dejadas solas dos puertas, tapiaba
las demás y añadía nuevos pertrechos al vallado, apercibiéndose para
el asalto del día siguiente». En visto de esto, César, seguido con gran
denuedo de los soldados, antes de rayar el Sol llegó a los reales.
XLII. Tal era el estado de las cosas en Gergovia cuando los
eduos, recibido el primer mensaje de Litavico, sin más ni más,
instigados unos de la codicia, otros de la cólera y temeridad (vicio
sobre todos connatural a esta gente, que cualquier hablilla cree como
cosa cierta), meten a saco los bienes de los romanos, dando a ellos la
muerte o haciéndolos esclavos. Atiza el fuego Convictolitan,
encendiendo más el furor del populacho, para que, despeñado en la
rebelión, se avergüence de volver atrás. Hacen salir sobre seguro de
Chalons a Marco Aristio, tribuno de los soldados, que iba a juntarse
con su legión; obligan a lo mismo a los negociantes de la ciudad, y
asaltándolos al improviso en el camino, los despojan de todos sus
fardos; a los que resisten cercan día y noche, y muertos de ambas
partes muchos, llaman en su ayuda mayor número de gente armada.
XLIII. En esto, viniéndoles la noticia de que toda su gente
estaba en poder de César, corren a excusarse con Aristio, diciendo:
«que nada de esto se había hecho por autoridad pública»; mandan
que se haga pesquisa de los bienes robados; confiscan los de Litavico
y sus hermanos; despachan embajadores a César con orden de
disculparse, todo con el fin de recobrar a los suyos. Pero envueltos ya
en la traición, y bien hallados con la ganancia del saqueo, en que
interesaban muchos, y temerosos del castigo, tornan
clandestinamente a mover especies de guerra, y a empeñar en ella
con embajadas a las demás provincias. Lo cual, dado que César no lo
ignoraba, todavía respondió con toda blandura a los enviados: «que
no por la inconsideración y ligereza del vulgo formaba él mal
concepto de la república, ni disminuiría un punto su benevolencia
para con los eduos». Él, por su parte, temiendo mayores revoluciones
de la Galia, para no ser cogido en medio por todos los nacionales,
andaba discurriendo cómo retirarse de Gergovia, y reunir todo el
ejército, de suerte que su retirada, ocasionada del miedo de la
rebelión, no tuviese visos de huida.
XLIV. Estando en estos pensamientos, preséntesele ocasión al
parecer de un buen lance. Porque yendo a reconocer los trabajos del
campo menor, reparó que la colina ocupada de los enemigos estaba
sin gente, cuando los días anteriores apenas se podía divisar por la
muchedumbre que la cubría. Maravillado, pregunta la causa a los
desertores que cada día pasaban a bandadas a su campo. Todos
convenían en afirmar lo que ya el César tenía averiguado por sus
espías: que la loma de aquella cordillera era casi llena, mas por
donde comunicaba con la otra parte de la plaza, fragosa y estrecha;
que temían mucho perder aquel puesto persuadidos de que, si los
romanos, dueños ya del uno, los echaban del otro, forzosamente se
verían como acorralados V sin poder por vía alguna salir al forraje;
que por eso Vercingetórige los había llamado a todos a fortalecer
aquel sitio.
XLV. En consecuencia, César manda ir allá varios piquetes de
caballos a medianoche, ordenándoles que corran y metan ruido por
todas partes. Al rayar del día, manda sacar de los reales muchas
recuas de mulos sin albardas, y a los arrieros, montados encima con
sus capacetes, correr en derredor de las colinas, como si fueran unos
diestros jinetes. Mezcla con ellos algunos caballos, que con alargar
más las cabalgadas representen mayor número, mandándoles
caracolear y meterse todos en un mismo término. Esta maniobra se
alcanzaba a ver desde la plaza, como que tenía la vista a nuestro
campo, aunque a tanta distancia no se podía bien distinguir el
verdadero objeto. César destaca una legión por aquel cerro, y a
pocos pasos, apuéstala en la bajada oculta en el bosque. Crece la
sospecha en los galos, y vanse a defender aquel puesto todas las
tropas. Viendo César evacuados los reales enemigos, cubriendo las
divisas de los suyos y plegadas las banderas, hace desfilar de pocos
en pocos, porque no fuesen notados de la plaza, los soldados del
campo mayor al menor; y declara su intento a los legados
comandantes de las legiones. Sobre todo les encarga repriman a los
soldados, no sea que por la gana de pelear o codicia del pillaje se
adelanten demasiado; háceles presente cuánto puede incomodarles lo
fragoso del sitio, a que sólo se puede obviar con la presteza; ser
negocio éste de ventura, no de combate. Dicho esto, da la señal, y al
mismo tiempo a mano derecha por otra subida destaca los eduos.
XLVI. El muro de la ciudad distaba del llano y principio de la
cuesta por línea recta, si no fuese por los rodeos, mil doscientos
pasos; todo lo que se rodeaba para suavizar la pendiente, alargaba el
camino. En la mitad del collado, a lo largo, habían los galos fabricado
de grandes piedras una cortina de seis pies contra nuestros asaltos; y
desocupada la parte inferior del collado, la superior hasta tocar el
muro de la plaza estaba toda erizada de municiones y gente armada.
Los soldados, dada la señal, llegan corriendo a la corrida, y,
saltándola, se apoderan de tres diversas estancias; pero con tanta
aceleración, que Teutomato, rey de los nitióbriges, cogido de
sobresalto en su pabellón durmiendo la siesta, medio desnudo,
apenas pudo escapar, herido el caballo, de las manos de los soldados
que saqueaban las tiendas.
XLVII. César, ya que consiguió su intento, mandó tocar la
retirada, y la legión décima, que iba en su compañía, hizo alto. A los
soldados de las otras legiones, bien que no percibieron el sonido de la
trompeta a causa de un gran valle intermedio, todavía los tribunos y
legados, conforme a las órdenes de César, los tenían a raya. Pero
inflamados con la esperanza de pronta victoria, con la fuga de los
enemigos, y con los buenos sucesos de las batallas anteriores,
ninguna empresa se proponía tan ardua que fuese a su valor
insufrible, ni desistieron del alcance hasta tropezar con las murallas y
puerta de la ciudad. Aquí fueron los alaridos que resonaban por todas
partes, tanto que los de los últimos barrios, asustados con el
repentino alboroto, creyendo a los enemigos dentro de la plaza,
echaron a huir corriendo. Las mujeres desde los adarves arrojaban
sus galas y joyas, y descubiertos los pechos, con los brazos abiertos,
suplicaban a los romanos las perdonasen, y no hiciesen lo que en
Avarico, donde no respetaron ni al sexo flaco ni a la edad tierna.
Algunas, descolgadas por las manos de los muros, se entregaban a
los soldados. Lucio Fabio, centurión de la legión octava, a quien se
oyó decir este mismo día que se sentía estimulado de los premios que
se dieron en Avarico, ni consentiría que otro escalase primero el
muro, tomando a tres de sus soldados, y ayudado de ellos, montó la
muralla, y dándoles después la mano, los fue subiendo uno a uno.
XLVIII. Entre tanto los enemigos, que, según arriba se ha
dicho, se habían reunido a la parte opuesta de la plaza para
guardaría, oído el primer rumor, y sucesivamente aguijado de
continuos avisos de la toma de la ciudad, con la caballería delante
corrieron allá de tropel. Conforme iban llegando, parábanse al pie de
la muralla, y aumentaban el número de los combatientes. Juntos ya
muchos a la defensa, las mujeres que poco antes pedían merced a los
romanos, volvían a los suyos las plegarias, y desgreñado el cabello al
uso de la Galia, les ponían sus hijos delante. Era para los romanos
desigual el combate, así por el sitio, como por el número; demás que
cansados de correr y de tanto pelear, dificultosamente contrastaban a
los que venían de refresco y con las fuerzas enteras.
XLIX. César, viendo la desigualdad del puesto, y que las tropas
de los enemigos se iban engrosando, muy solícito de los suyos, envía
orden al legado Tito Sestio, a quien encargó la guarda de los reales
menores, que sacando prontamente algunas cohortes, las apostó a la
falda del collado hacia el flanco derecho de los enemigos, a fin de que
si desalojasen a los nuestros del puesto, pudiese rebatir su furia en el
alcance. César, adelantándose un poco con su legión, estaba a la
mira del suceso.
L. Trabado el choque cuerpo a cuerpo con grandísima porfía, los
enemigos, confiados en el sitio y en el número, los nuestros en sola
su valentía, de repente, por el costado abierto de los nuestros,
remanecieron los eduos destacados de César por la otra ladera a
mano derecha para divertir al enemigo. Ésos por la semejanza de las
armas gálicas espantaron terriblemente a los nuestros, y aunque los
veían con el hombro derecho desarmado, que solía ser la contraseña
de gente de paz, eso mismo atribuían los soldados a estratagema de
los enemigos para deslumbrarlos. En aquel punto el centurión Lucio
Fabio y los que tras él subieron a la muralla, rodeados de los
enemigos y muertos, son tirados el muro abajo. Marco Petreyo,
centurión de la misma legión, queriendo romper las puertas, viéndose
rodeado de la muchedumbre y desesperando de su vida por las
muchas heridas mortales, vuelto a los suyos: «Ya que no puedo, les
dijo, salvarme con vosotros, por lo menos aseguraré vuestra vida,
que yo he puesto a riesgo por amor de la gloria. Vosotros aprovechad
la ocasión de poneros en salvo. » Con esto se arroja en medio de los
enemigos, y matando a dos, aparta los demás de la puerta.
Esforzándose a socorrerle los suyos: «En vano, dice, intentáis salvar
mi vida; que ya me faltan la sangre y las fuerzas. Por tanto, idos de
aquí, mientras hay tiempo, a incorporaros con la legión. » Así
peleando, poco después cae muerto, y dio a los suyos la vida.
jueves, mayo 11
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miércoles, mayo 10
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libro septimo. cap 4
XXXI. No menos cuidaba Vercingetórige de cumplir la promesa
de coligar consigo las demás naciones, ganando a sus jefes con
dádivas y ofertas. A este fin valíase de sujetos abonados, que con
palabras halagüeñas o muestras de amistad fuesen los más diestros
en granjearse las voluntades. A los de Avarico refugiados a su campo
proveyó de armas y vestidos. Para completar los regimientos
desfalcados, pide a cada ciudad cierto número de soldados,
declarando cuántos y en qué día se los deben presentar en los reales.
Manda también buscar todos los ballesteros, que había muchísimos
en la Galia, y enviárselos. Con tales disposiciones en breve queda
restaurado lo perdido en Avarico. A este tiempo Teutomato, hijo de
Olovicon, rey de nitióbriges, cuyo padre mereció de nuestro Senado
el renombre de amigo, con un grueso cuerpo de caballería suya y de
Aquitania se juntó con Vercingetórige.
XXXII. César, con la detención de muchos días en Avarico y la
gran copia de trigo y demás abastos que allí encontró, reparó su
ejército de las fatigas y miserias. Acabado ya casi el invierno, cuando
la misma estación convidaba a salir a campaña y él estaba resuelto a
ir contra el enemigo, por si pudiese o bien sacarle fuera de las
lagunas y bosques, o forzarle con cerco, se halla con una embajada
solemne de los eduos principales suplicándole: «que ampare a la
nación en las circunstancias más críticas; que se ve en el mayor
peligro, por cuanto siendo antigua costumbre crear anualmente un
solo magistrado, que con potestad regia gobierne la república, dos
ahora se arrogan el gobierno, pretendiendo cada uno que su elección
es la legítima. Uno de éstos es Convictolitan, mancebo bienquisto y
de grandes créditos; el otro Coto, de antiquísima prosapia, hombre
asimismo muy poderoso y de larga parentela, cuyo hermano
Vedeliaco tuvo el año antecedente la misma dignidad; que toda la
nación estaba en armas; dividido el Senado y el pueblo en bandos,
cada uno por su favorecido. Que si pasa adelante la competencia,
será inevitable una guerra civil y César, con su diligencia y autoridad
puede atajarla».
XXXIII. Éste, si bien consideraba el perjuicio que se le seguía
de interrumpir la guerra y alejarse del enemigo, todavía Conociendo
cuantos males suelen provenir de las discordias, juzgó necesario
precaverlos, impidiendo que una nación tan ilustre, tan unida con el
Pueblo Romano, a quien él siempre había favorecido y honrado
muchísimo, viniese a empeñarse en una guerra civil, y el partido que
se creyese más flaco solicitase ayuda de Vercingetórige. Mas porque
según las leyes de los eduos no era lícito al magistrado supremo salir
de su distrito, por no contravenir a ellas, quiso él mismo ir allá, y en
Decisa convocó el Senado y a los competidores. Congregada casi toda
la nación, y enterado por las declaraciones secretas de varios que
Vedeliaco había proclamado por sucesor a su hermano donde y
cuando no debiera contra las leyes que prohíben no sólo nombrar por
magistrados a dos de una misma familia, viviendo actualmente
ambos, sino también el tener asiento en el Senado, depuso a Coto del
gobierno y se lo adjudicó a Convictolitan, creado legalmente por los
sacerdotes conforme al estilo de la república, asistiendo los
magistrados inferiores.
XXXIV. Dada esta sentencia, y exhortando a los eduos a que
olvidadas las contiendas y disensiones, y dejándose de todo, sirviesen
a la guerra presente (seguros de recibir el premio merecido,
conquistada la Galia) con remitirle cuanto antes toda la caballería y
diez mil infantes, para ponerlos en varias partes de guardia por razón
de los bastimentos, dividido el ejército en dos trozos: cuatro legiones
a Labieno para que las condujese al país de Sens y al de París; él
marchó a los alvernos llevando seis a Gergovia el río Alier abajo. De
la caballería dio una parte a Labieno, otra se quedó consigo. Noticioso
Vercingetórige de esta marcha, cortando todos los puentes del río,
empezó a caminar por su orilla opuesta.
XXXV. Estando los dos ejércitos a la vista, acampados casi
frente a frente, y apostadas atalayas para impedir a los romanos
hacer puente por donde pasar a la otra banda, hallábase César muy a
pique de no poder obrar la mayor parte del verano por el embarazo
del río, que ordinariamente no se puede vadear hasta el otoño. Para
evitar este inconveniente, trasladados los reales a un boscaje
enfrente de uno de los puentes cortados por Vercingetórige, al día
siguiente se ocultó con dos legiones formadas de la cuarta parte de
las cohortes de cada legión con tal arte, que pareciese cabal el
número de las seis legiones. A las cuatro envió como solía con todo el
bagaje, y ordenándoles que avanzasen todo lo que pudiesen, cuando
le pareció era ya tiempo de que se hubiesen acampado, empezó a
renovar el puente roto con las mismas estacas que por la parte
inferior todavía estaban en pie. Acabada la obra con diligencia,
transportadas sus dos legiones, y delineado el campo, mandó venir
las demás tropas. Vercingetórige, sabido el caso, por no verse
obligado a pelear mal de su grado, se anticipó a grandes jornadas.
XXXVI. César, levantando el campo, al quinto día llegó a
Gergovia; y en el mismo, después de una ligera escaramuza de la
caballería, registrada la situación de la ciudad, que por estar fundada
en un monte muy empinado, por todas partes era de subida
escabrosa, desconfió de tomarla por asalto; el sitio no lo quiso
emprender hasta estar surtido de víveres. Pero Vercingetórige,
asentados sus reales cerca de la ciudad en el monte, colocadas con
distinción las tropas de cada pueblo a mediana distancia unas de
otras, y ocupados todos los cerros de aquella cordillera, en cuanto
alcanzaba la vista, presentaba un objeto de horror. Cada día, en
amaneciendo, convocaba a los jefes de diversas naciones que había
nombrado por consejeros, ya para consultar con ellos, ya para
ejecutar lo que fuese menester; y casi no pasaba día sin hacer
prueba del coraje y valor de los suyos mediante alguna escaramuza
de caballos entreverados con los flecheros. Había enfrente de la
ciudad un ribazo a la misma falda del monte harto bien pertrechado y
por todas partes desmontado, que una vez cogido por los nuestros,
parecía fácil cortar a los enemigos el agua en gran parte, y las salidas
libres al forraje. Pero tenían puesta en él guarnición, aunque no muy
fuerte. Como quiera, César, en el silencio de la noche, saliendo de los
reales, desalojada la guarnición primero que pudiese ser socorrida de
la plaza, apoderado del puesto, puso en él dos legiones, y abrió dos
fosos de a doce pies, que sirviesen de comunicación a entrambos
reales, para que pudiesen sin miedo de sorpresa ir y venir aun
cuando fuese uno a uno.
XXXVII. Mientras esto pasa en Gergovia, Convictolitan el eduo,
a quien, como dijimos, adjudicó César el gobierno, sobornado por los
alvernos, se manifiesta con ciertos jóvenes, entre los cuales
sobresalían Litabico y sus hermanos, nacidos de nobilísima sangre.
Dales parte de la recompensa, exhortándolos «a que se acuerden que
nacieron libres y para mandar a otros; ser sólo el Estado de los eduos
el que sirve de rémora a la victoria indubitable de la Galia; que por su
respecto se contenían los demás; con su mudanza no tendrían en la
Galia dónde asentar el pie los romanos. No negaba él haber recibido
algún beneficio de César, si bien la justicia estaba de su parte, pero
en todo caso más estimaba la común libertad. Porque ¿qué razón hay
para que los eduos en sus pleitos vayan a litigar en los estrados de
César, y los romanos no vengan al consejo de los eduos?»
Persuadidos sin dificultad aquellos mozos no menos de las palabras
de su magistrado que de la esperanza del premio, hasta ofrecerse por
los primeros ejecutores de este proyecto, sólo dudaban del modo, no
esperando que la nación se moviese sin causa a emprender esta
guerra. Determinóse que Litabico fuese por capitán de los diez mil
hombres que se remitían a César, encargándose de conducirlos, y sus
hermanos se adelantasen para verse con César; establecen asimismo
el plan de las demás operaciones.
XXXVIII. Litabico al frente del ejército, estando como a treinta
millas de Gergovia, convocando al improviso su gente: « ¿adonde
vamos, dice llorando, soldados míos? Toda nuestra caballería, la
nobleza toda acaba de ser degollada; los príncipes de la nación,
Eporedórige y Virdomaro, calumniados de traidores, sin ser oídos,
han sido condenados a muerte. Informaos mejor de los que han
escapado de la matanza, que yo, con el dolor de la pérdida de mis
hermanos y de todos mis parientes, ya no puedo hablar más».
Preséntanse los que tenía él bien instruidos de lo que habían de decir,
y con sus aseveraciones confirman en público cuanto había dicho
Litavico: «que muchos caballeros eduos habían sido muertos por
achacárseles secretas inteligencias con los alvernos; que ellos
mismos pudieron ocultarse entre el gentío y librarse así de la
muerte». Claman a una voz los eduos instando a Litavico que mire
por sí. «Como si el caso, replica él, pidiese deliberación, no
restándonos otro arbitrio sino ir derechos a Gergovia y unirnos con
los alvernos. ¿No es claro que los romanos después de un desafuero
tan alevoso, están afilando las espadas para degollarnos? Por tanto,
si somos hombres, vamos a vengar la muerte de tantos inocentes, y
acabemos de una vez con esos asesinos. » Señala con el dedo a los
ciudadanos romanos que por mayor seguridad venían en su
compañía. Quítales al punto gran cantidad de trigo y otros
comestibles, y los mata cruelmente a fuerza de tormentos. Despacha
mensajeros por todos los lugares de los eduos, y los amotina con la
misma patraña del degüello de los caballeros y grandes, incitándolos
a que imiten su ejemplo en la venganza de sus injurias.
XXXIX. Venía entre los caballeros eduos133 por llamamiento
expreso de César, Eporedórige, joven nobilísimo y de alta jerarquía
en su patria, y con él Virdomaro, de igual edad y valimiento, bien que
de linaje inferior, a quien César, por recomendación de Diviciaco, de
bajos principios había elevado a suma grandeza. Éstos se disputaban
la primacía, y en aquel pleito de la magistratura echaron el resto, uno
por Convictolitan, otro por Coto. Eporedórige, sabida la trama de
Litavico, casi a medianoche se la descubre a César, rogándole no
permita que su nación por la mala conducta de aquellos mozos se
rebelase contra el pueblo romano, lo que infaliblemente sucedería si
tantos millares de hombres llegasen a juntarse con los enemigos,
pues ni los parientes descuidarían de su vida, ni la república podrá
menospreciarla.
XL. César, que siempre se había esmerado en favorecer a los
eduos, entrando en gran cuidado con esta novedad, sin detenerse
saca de los reales cuatro legiones a la ligera y toda la caballería. Por
la prisa no tuvo tiempo para reducir a menos espacio los
alojamientos; que el lance no sufría dilación. Al legado Cayo Fabio
con dos legiones deja en ellos de guarnición. Mandando prender a los
hermanos de Litavico, halla, que poco antes se habían huido al
enemigo. Hecha una exhortación a los soldados sobre que no se les
hiciese pesado el camino siendo tanta la urgencia, yendo todos
gustosísimos, andadas veinticinco millas, como avistase al ejército de
los eduos, disparada la caballería, detiene y embaraza su marcha, y
echa bando que a ninguno maten. A Eporedórige y Virdomaro, a
quienes tenían ellos por muertos, da orden de mostrarse a caballo y
saludar a los suyos por su nombre. Con tal evidencia descubierta la
maraña de Litavico, empiezan los eduos a levantar las manos y hacer
seña de su rendición, y depuestas las armas, a pedir por merced la
vida. Litavico, con sus devotos (que según fuero de los galos juzgan
alevosía desamparar a sus patronos, aun en la mayor desventura), se
refugió en Gergovia.
de coligar consigo las demás naciones, ganando a sus jefes con
dádivas y ofertas. A este fin valíase de sujetos abonados, que con
palabras halagüeñas o muestras de amistad fuesen los más diestros
en granjearse las voluntades. A los de Avarico refugiados a su campo
proveyó de armas y vestidos. Para completar los regimientos
desfalcados, pide a cada ciudad cierto número de soldados,
declarando cuántos y en qué día se los deben presentar en los reales.
Manda también buscar todos los ballesteros, que había muchísimos
en la Galia, y enviárselos. Con tales disposiciones en breve queda
restaurado lo perdido en Avarico. A este tiempo Teutomato, hijo de
Olovicon, rey de nitióbriges, cuyo padre mereció de nuestro Senado
el renombre de amigo, con un grueso cuerpo de caballería suya y de
Aquitania se juntó con Vercingetórige.
XXXII. César, con la detención de muchos días en Avarico y la
gran copia de trigo y demás abastos que allí encontró, reparó su
ejército de las fatigas y miserias. Acabado ya casi el invierno, cuando
la misma estación convidaba a salir a campaña y él estaba resuelto a
ir contra el enemigo, por si pudiese o bien sacarle fuera de las
lagunas y bosques, o forzarle con cerco, se halla con una embajada
solemne de los eduos principales suplicándole: «que ampare a la
nación en las circunstancias más críticas; que se ve en el mayor
peligro, por cuanto siendo antigua costumbre crear anualmente un
solo magistrado, que con potestad regia gobierne la república, dos
ahora se arrogan el gobierno, pretendiendo cada uno que su elección
es la legítima. Uno de éstos es Convictolitan, mancebo bienquisto y
de grandes créditos; el otro Coto, de antiquísima prosapia, hombre
asimismo muy poderoso y de larga parentela, cuyo hermano
Vedeliaco tuvo el año antecedente la misma dignidad; que toda la
nación estaba en armas; dividido el Senado y el pueblo en bandos,
cada uno por su favorecido. Que si pasa adelante la competencia,
será inevitable una guerra civil y César, con su diligencia y autoridad
puede atajarla».
XXXIII. Éste, si bien consideraba el perjuicio que se le seguía
de interrumpir la guerra y alejarse del enemigo, todavía Conociendo
cuantos males suelen provenir de las discordias, juzgó necesario
precaverlos, impidiendo que una nación tan ilustre, tan unida con el
Pueblo Romano, a quien él siempre había favorecido y honrado
muchísimo, viniese a empeñarse en una guerra civil, y el partido que
se creyese más flaco solicitase ayuda de Vercingetórige. Mas porque
según las leyes de los eduos no era lícito al magistrado supremo salir
de su distrito, por no contravenir a ellas, quiso él mismo ir allá, y en
Decisa convocó el Senado y a los competidores. Congregada casi toda
la nación, y enterado por las declaraciones secretas de varios que
Vedeliaco había proclamado por sucesor a su hermano donde y
cuando no debiera contra las leyes que prohíben no sólo nombrar por
magistrados a dos de una misma familia, viviendo actualmente
ambos, sino también el tener asiento en el Senado, depuso a Coto del
gobierno y se lo adjudicó a Convictolitan, creado legalmente por los
sacerdotes conforme al estilo de la república, asistiendo los
magistrados inferiores.
XXXIV. Dada esta sentencia, y exhortando a los eduos a que
olvidadas las contiendas y disensiones, y dejándose de todo, sirviesen
a la guerra presente (seguros de recibir el premio merecido,
conquistada la Galia) con remitirle cuanto antes toda la caballería y
diez mil infantes, para ponerlos en varias partes de guardia por razón
de los bastimentos, dividido el ejército en dos trozos: cuatro legiones
a Labieno para que las condujese al país de Sens y al de París; él
marchó a los alvernos llevando seis a Gergovia el río Alier abajo. De
la caballería dio una parte a Labieno, otra se quedó consigo. Noticioso
Vercingetórige de esta marcha, cortando todos los puentes del río,
empezó a caminar por su orilla opuesta.
XXXV. Estando los dos ejércitos a la vista, acampados casi
frente a frente, y apostadas atalayas para impedir a los romanos
hacer puente por donde pasar a la otra banda, hallábase César muy a
pique de no poder obrar la mayor parte del verano por el embarazo
del río, que ordinariamente no se puede vadear hasta el otoño. Para
evitar este inconveniente, trasladados los reales a un boscaje
enfrente de uno de los puentes cortados por Vercingetórige, al día
siguiente se ocultó con dos legiones formadas de la cuarta parte de
las cohortes de cada legión con tal arte, que pareciese cabal el
número de las seis legiones. A las cuatro envió como solía con todo el
bagaje, y ordenándoles que avanzasen todo lo que pudiesen, cuando
le pareció era ya tiempo de que se hubiesen acampado, empezó a
renovar el puente roto con las mismas estacas que por la parte
inferior todavía estaban en pie. Acabada la obra con diligencia,
transportadas sus dos legiones, y delineado el campo, mandó venir
las demás tropas. Vercingetórige, sabido el caso, por no verse
obligado a pelear mal de su grado, se anticipó a grandes jornadas.
XXXVI. César, levantando el campo, al quinto día llegó a
Gergovia; y en el mismo, después de una ligera escaramuza de la
caballería, registrada la situación de la ciudad, que por estar fundada
en un monte muy empinado, por todas partes era de subida
escabrosa, desconfió de tomarla por asalto; el sitio no lo quiso
emprender hasta estar surtido de víveres. Pero Vercingetórige,
asentados sus reales cerca de la ciudad en el monte, colocadas con
distinción las tropas de cada pueblo a mediana distancia unas de
otras, y ocupados todos los cerros de aquella cordillera, en cuanto
alcanzaba la vista, presentaba un objeto de horror. Cada día, en
amaneciendo, convocaba a los jefes de diversas naciones que había
nombrado por consejeros, ya para consultar con ellos, ya para
ejecutar lo que fuese menester; y casi no pasaba día sin hacer
prueba del coraje y valor de los suyos mediante alguna escaramuza
de caballos entreverados con los flecheros. Había enfrente de la
ciudad un ribazo a la misma falda del monte harto bien pertrechado y
por todas partes desmontado, que una vez cogido por los nuestros,
parecía fácil cortar a los enemigos el agua en gran parte, y las salidas
libres al forraje. Pero tenían puesta en él guarnición, aunque no muy
fuerte. Como quiera, César, en el silencio de la noche, saliendo de los
reales, desalojada la guarnición primero que pudiese ser socorrida de
la plaza, apoderado del puesto, puso en él dos legiones, y abrió dos
fosos de a doce pies, que sirviesen de comunicación a entrambos
reales, para que pudiesen sin miedo de sorpresa ir y venir aun
cuando fuese uno a uno.
XXXVII. Mientras esto pasa en Gergovia, Convictolitan el eduo,
a quien, como dijimos, adjudicó César el gobierno, sobornado por los
alvernos, se manifiesta con ciertos jóvenes, entre los cuales
sobresalían Litabico y sus hermanos, nacidos de nobilísima sangre.
Dales parte de la recompensa, exhortándolos «a que se acuerden que
nacieron libres y para mandar a otros; ser sólo el Estado de los eduos
el que sirve de rémora a la victoria indubitable de la Galia; que por su
respecto se contenían los demás; con su mudanza no tendrían en la
Galia dónde asentar el pie los romanos. No negaba él haber recibido
algún beneficio de César, si bien la justicia estaba de su parte, pero
en todo caso más estimaba la común libertad. Porque ¿qué razón hay
para que los eduos en sus pleitos vayan a litigar en los estrados de
César, y los romanos no vengan al consejo de los eduos?»
Persuadidos sin dificultad aquellos mozos no menos de las palabras
de su magistrado que de la esperanza del premio, hasta ofrecerse por
los primeros ejecutores de este proyecto, sólo dudaban del modo, no
esperando que la nación se moviese sin causa a emprender esta
guerra. Determinóse que Litabico fuese por capitán de los diez mil
hombres que se remitían a César, encargándose de conducirlos, y sus
hermanos se adelantasen para verse con César; establecen asimismo
el plan de las demás operaciones.
XXXVIII. Litabico al frente del ejército, estando como a treinta
millas de Gergovia, convocando al improviso su gente: « ¿adonde
vamos, dice llorando, soldados míos? Toda nuestra caballería, la
nobleza toda acaba de ser degollada; los príncipes de la nación,
Eporedórige y Virdomaro, calumniados de traidores, sin ser oídos,
han sido condenados a muerte. Informaos mejor de los que han
escapado de la matanza, que yo, con el dolor de la pérdida de mis
hermanos y de todos mis parientes, ya no puedo hablar más».
Preséntanse los que tenía él bien instruidos de lo que habían de decir,
y con sus aseveraciones confirman en público cuanto había dicho
Litavico: «que muchos caballeros eduos habían sido muertos por
achacárseles secretas inteligencias con los alvernos; que ellos
mismos pudieron ocultarse entre el gentío y librarse así de la
muerte». Claman a una voz los eduos instando a Litavico que mire
por sí. «Como si el caso, replica él, pidiese deliberación, no
restándonos otro arbitrio sino ir derechos a Gergovia y unirnos con
los alvernos. ¿No es claro que los romanos después de un desafuero
tan alevoso, están afilando las espadas para degollarnos? Por tanto,
si somos hombres, vamos a vengar la muerte de tantos inocentes, y
acabemos de una vez con esos asesinos. » Señala con el dedo a los
ciudadanos romanos que por mayor seguridad venían en su
compañía. Quítales al punto gran cantidad de trigo y otros
comestibles, y los mata cruelmente a fuerza de tormentos. Despacha
mensajeros por todos los lugares de los eduos, y los amotina con la
misma patraña del degüello de los caballeros y grandes, incitándolos
a que imiten su ejemplo en la venganza de sus injurias.
XXXIX. Venía entre los caballeros eduos133 por llamamiento
expreso de César, Eporedórige, joven nobilísimo y de alta jerarquía
en su patria, y con él Virdomaro, de igual edad y valimiento, bien que
de linaje inferior, a quien César, por recomendación de Diviciaco, de
bajos principios había elevado a suma grandeza. Éstos se disputaban
la primacía, y en aquel pleito de la magistratura echaron el resto, uno
por Convictolitan, otro por Coto. Eporedórige, sabida la trama de
Litavico, casi a medianoche se la descubre a César, rogándole no
permita que su nación por la mala conducta de aquellos mozos se
rebelase contra el pueblo romano, lo que infaliblemente sucedería si
tantos millares de hombres llegasen a juntarse con los enemigos,
pues ni los parientes descuidarían de su vida, ni la república podrá
menospreciarla.
XL. César, que siempre se había esmerado en favorecer a los
eduos, entrando en gran cuidado con esta novedad, sin detenerse
saca de los reales cuatro legiones a la ligera y toda la caballería. Por
la prisa no tuvo tiempo para reducir a menos espacio los
alojamientos; que el lance no sufría dilación. Al legado Cayo Fabio
con dos legiones deja en ellos de guarnición. Mandando prender a los
hermanos de Litavico, halla, que poco antes se habían huido al
enemigo. Hecha una exhortación a los soldados sobre que no se les
hiciese pesado el camino siendo tanta la urgencia, yendo todos
gustosísimos, andadas veinticinco millas, como avistase al ejército de
los eduos, disparada la caballería, detiene y embaraza su marcha, y
echa bando que a ninguno maten. A Eporedórige y Virdomaro, a
quienes tenían ellos por muertos, da orden de mostrarse a caballo y
saludar a los suyos por su nombre. Con tal evidencia descubierta la
maraña de Litavico, empiezan los eduos a levantar las manos y hacer
seña de su rendición, y depuestas las armas, a pedir por merced la
vida. Litavico, con sus devotos (que según fuero de los galos juzgan
alevosía desamparar a sus patronos, aun en la mayor desventura), se
refugió en Gergovia.
jueves, mayo 4
1 AÑITO...
Casi me paso... Hoy cumple la página un añito... y parece que fue ayer....
448 entradas. y 11244 visitas únicas por día...
A continuar... y por mucho tiempo... Espero que lo mismo que las guerras.
448 entradas. y 11244 visitas únicas por día...
A continuar... y por mucho tiempo... Espero que lo mismo que las guerras.
miércoles, mayo 3
SEGUIMOS
Si que he estado parado, pero no he tenido tiempo para meter nada en el blog... jejeje...
Sigo colgando la guerra de las galias y Murena...
Por cierto, la película de Espartaco versión actual, estuvo muy entretenida y muy bien. Ya la he conseguido grabar y la tengo en el ordenador.
Sigo colgando la guerra de las galias y Murena...
Por cierto, la película de Espartaco versión actual, estuvo muy entretenida y muy bien. Ya la he conseguido grabar y la tengo en el ordenador.
2-murena-20
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murena comic
2-murena-19
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libro septimo. cap 3
XXI. Le vitorean todos, y batiendo las armas, como usan
hacerlo en señal de que aprueban las razones del que habla, repiten a
voces que Vercingetórige es un capitán consumado; que ni se debe
dudar de su fe, ni administrarse puede mejor la guerra; y ordenan
que diez mil hombres escogidos entren en la plaza, no juzgando
conveniente fiar de los bierrienses solos la común libertad; porque de
la conservación de esta fortaleza pendía, según pensaban, toda la
seguridad de la victoria.
XXII. Los galos, siendo como son gente por extremo mañosa y
habilísima para imitar y practicar las invenciones de otros, con mil
artificios eludían el valor singular de nuestros soldados. Unas veces
con lazos corredizos se llevaban a los sitiadores las hoces, y
teniéndolas prendidas, las tiraban adentro con ciertos instrumentos;
otras veces con minas desbarataban el vallado, en lo que son muy
diestros por los grandes minerales de hierro que tienen, para cuya
cava han ideado y usan toda suerte de ingenios. Todo el muro estaba
guarnecido con torres de tablas cubiertas de pieles. Demás de esto,
con salidas continuas de día y de noche, o arrojaban fuego a las
trincheras, o sorprendían a los soldados ocupados en las maniobras;
y cuando subían nuestras torres sobre el terraplén que de día en día
se iba levantando, otro tanto alzaban las suyas trabando postes con
postes, y contraminando nuestras minas, impedían a los minadores,
ya con vigas tostadas y puntiagudas, ya con pez derretida, ya con
cantos muy gruesos, el arrimarse a las murallas.
XXIII. La estructura de todas las de la Galia viene a ser ésta:
Tiéndense en el suelo vigas de una pieza derechas y pareadas,
distantes entre sí dos pies, y se enlazan por dentro con otras al
través, llenos de fagina los huecos; la fachada es de gruesas piedras
encajonadas. Colocado esto y hecho de todo un cuerpo, se levanta
otro en la misma forma y distancia paralela, de modo que nunca se
toquen las vigas, antes queden separadas por trechos iguales con la
interposición de las piedras bien ajustadas. Así prosigue la fábrica
hasta que tenga el muro competente altura. Éste por una parte no es
desagradable a la vista, por la variedad con que alternan vigas y
piedras, unas y otras en línea recta paralela sin perder el nivel; por
otra parte es de muchísimo provecho para la defensa de las plazas,
por cuanto las piedras resisten al fuego, y la madera defiende de las
baterías, que como está por dentro asegurada con las vigas de una
pieza por la mayor parte de cuarenta pies, ni se puede romper ni
desunir.
XXIV. En medio de tantos embarazos, del frío y de las lluvias
continuas que duraron toda esta temporada, los soldados, a fuerza de
incesante trabajo, todo lo vencieron, y en veinticinco días
construyeron un baluarte de trescientos treinta pies en ancho con
ochenta de alto. Cuando ya este pegaba casi con el muro, y César,
según costumbre, velaba sobre la obra, metiendo prisa a los
soldados, porque no se interrumpiese ni un punto el trabajo, poco
antes de medianoche se reparó que humeaba el terraplén minado de
los enemigos; que al mismo tiempo, alzando el grito sobre las
almenas, empezaban a salir por dos puertas de una y otra banda de
las torres. Unos arrojaban desde los adarves teas y materias
combustibles al terraplén, otros pez derretida y cuantos betunes hay
propios para cebar el fuego; de suerte que apenas se podía resolver
adonde se acudiría primero, o qué cosa pedía más pronto remedio.
Con todo eso por la providencia de César, que tenía siempre dos
legiones alerta delante del campo, y otras dos por su turno
empleadas en los trabajos, se logró que al instante unos se opusiesen
a las salidas, otros retirasen las torres132 y cortasen el fuego del
terraplén, y todos los del campo acudiesen a tiempo de apagar el
incendio.
XXV. Cuando en todas partes se peleaba, pasada ya la noche,
creciendo siempre más y más en los enemigos la esperanza de la
victoria, mayormente viendo quemadas las cubiertas de las torres y
no ser fácil que nosotros fuésemos al socorro a cuerpo descubierto,
mientras ellos a los suyos cansados enviaban sin cesar gente de
refresco; y considerando que toda la fortuna de la Galia pendía de
aquel momento, aconteció a nuestra vista un caso que, por ser tan
memorable, he creído no deberlo omitir. Cierto galo que a la puerca
del castillo las pelotas de sebo y pez que le iban dando de mano en
mano las tiraba en el fuego contra nuestra torre, atravesado el
costado derecho con un venablo, cayó muerto; uno de sus
compañeros, saltando sobre el cadáver, proseguía en hacer lo
mismo; muerto este segundo de otro golpe semejante, sucedió el
tercero, y al tercero el cuarto, sin que faltase quien ocupase
sucesivamente aquel puesto, hasta que apagado el incendio, y
rechazados enteramente los enemigos, se puso fin al combate.
XXVI. Convencidos los galos con tantas experiencias de que
nada les salía bien, tomaron al día siguiente la resolución de
abandonar la plaza por consejo y mandato de Vercingetórige. Como
su intento era hacerlo en el silencio de la noche, esperaban ejecutarlo
sin pérdida considerable, porque los reales de Vercingetórige no
estaban lejos de la ciudad, y una laguna continuada que había de por
medio los cubría de los romanos en la retirada. Ya que venida la
noche disponían la partida, salieron de repente las mujeres, corriendo
por las calles, y postradas a los pies de los suyos con lágrimas y
sollozos, les suplicaban que ni a sí ni a los hijos comunes, incapaces
de huir por su natural flaqueza, los entregasen al furor enemigo. Mas
viéndolos obstinados en su determinación (porque de ordinario en un
peligro extremo puede más el miedo que la compasión), empezaron a
dar voces y hacer señas a los romanos de la fuga intentada. Por cuyo
temor asustados los galos, desistieron del intento, recelándose que la
caballería romana no les cerrase los caminos.
XXVII. César, el día inmediato, adelantada la torre y
perfeccionadas las baterías, conforme las había trazado, cayendo a la
sazón una lluvia deshecha, se aprovechó de este incidente,
pareciéndole al caso para sus designios, por haber notado algún
descuido en las centinelas apostadas en las murallas, y ordenó a los
suyos aparentasen flojedad en las maniobras, declarándoles su
intención. Exhortando, pues, a las legiones, que ocultas en las
galerías estaban listas a recoger de una vez en recompensa de tantos
trabajos el fruto de la victoria, propuso premios a los que primero
escalasen el muro, y dio la señal del asalto. Inmediatamente los
soldados volaron de todas partes, y en un punto cubrieron la muralla.
Los enemigos, sobresaltados de la novedad, desalojados del muro y
de las torres, se acuñaron en la plaza y sitios espaciosos con ánimo
de pelear formados, si por algún lado los acometían. Mas visto que
nadie bajaba al llano, sino que todos se atropaban en los adarves,
temiendo no hallar después escape, arrojadas las armas, corrieron de
tropel al último barrio de la ciudad. Allí unos, no pudiendo coger las
puertas por la apretura del gentío, fueron muertos por la infantería;
otros, después de haber salido, degollados por la caballería. Ningún
romano cuidaba del pillaje; encolerizados todos por la matanza de
Genabo y por los trabajos del sitio, no perdonaban ni a viejos, ni a
mujeres, ni a niños. Baste decir que de cuarenta mil personas se
salvaron apenas ochocientas, que al primer ruido del asalto, echando
a huir, se refugiaron en el campo de Vercingetórige: el cual,
sintiéndolos venir ya muy entrada la noche, y temiendo algún
alboroto por la concurrencia de ellos y la compasión de su gente, los
acogió con disimulo, disponiendo les saliesen lejos al camino
personas de su confianza y los principales de cada nación, y
separándolos allí unos de otros, llevasen a cada cual a los suyos para
que los alojasen en los cuarteles correspondientes, según la división
hecha desde el principio.
XXIX. Al día siguiente, convocando a todos, los consoló y
amonestó «que no se amilanasen ni apesadumbrasen demasiado por
aquel infortunio; que no vencieron los romanos por valor ni por
armas, sino con cierto ardid y pericia en el modo de asaltar una
plaza, de que no tenían práctica; yerran los que se figuran que todos
los sucesos de la guerra les han de ser favorables; que él nunca fue
de dictamen que se conservase Avarico, de que ellos mismos le
podían ser testigos; la imprudencia de los berrienses y la
condescendencia mal entendida de los demás ocasionaron este daño;
bien que presto lo resarciría él con ventajas, pues con su diligencia
uniría las demás provincias de la Galia disidente hasta ahora,
formando de todas una Liga general, que sería incontrastable al orbe
todo, y ya la tenía casi concluida. Entretanto era razón que por amor
de la común libertad no se negasen a fortificar el campo para más
fácilmente resistir a los asaltos repentinos del enemigo».
XXX. No fue mal recibido por los galos este discurso,
mayormente viendo que después de una tan grande derrota no había
caído de ánimo, ni escondídose, ni avergonzándose de parecer en
público; demás que concebían que a todos se aventajaba en
providenciar y prevenir las cosas, pues ante el peligro había sido de
parecer que se quemase Avarico, y después que se abandonase. Así
que, al revés de otros generales a quien los casos adversos
disminuyen el crédito, el de éste se aumentaba más cada día después
de aquel mal suceso, y aun por sola su palabra esperaban atraer a los
demás Estados de la Galia. Ésta fue la primera vez que los galos
barrearon el ejército, y quedaron tan consternados, que siendo como
son enemigos del trabajo, estaban determinados a sufrir cuanto se
les ordenase.
132
Eran movedizas, con ruedas por debajo.
hacerlo en señal de que aprueban las razones del que habla, repiten a
voces que Vercingetórige es un capitán consumado; que ni se debe
dudar de su fe, ni administrarse puede mejor la guerra; y ordenan
que diez mil hombres escogidos entren en la plaza, no juzgando
conveniente fiar de los bierrienses solos la común libertad; porque de
la conservación de esta fortaleza pendía, según pensaban, toda la
seguridad de la victoria.
XXII. Los galos, siendo como son gente por extremo mañosa y
habilísima para imitar y practicar las invenciones de otros, con mil
artificios eludían el valor singular de nuestros soldados. Unas veces
con lazos corredizos se llevaban a los sitiadores las hoces, y
teniéndolas prendidas, las tiraban adentro con ciertos instrumentos;
otras veces con minas desbarataban el vallado, en lo que son muy
diestros por los grandes minerales de hierro que tienen, para cuya
cava han ideado y usan toda suerte de ingenios. Todo el muro estaba
guarnecido con torres de tablas cubiertas de pieles. Demás de esto,
con salidas continuas de día y de noche, o arrojaban fuego a las
trincheras, o sorprendían a los soldados ocupados en las maniobras;
y cuando subían nuestras torres sobre el terraplén que de día en día
se iba levantando, otro tanto alzaban las suyas trabando postes con
postes, y contraminando nuestras minas, impedían a los minadores,
ya con vigas tostadas y puntiagudas, ya con pez derretida, ya con
cantos muy gruesos, el arrimarse a las murallas.
XXIII. La estructura de todas las de la Galia viene a ser ésta:
Tiéndense en el suelo vigas de una pieza derechas y pareadas,
distantes entre sí dos pies, y se enlazan por dentro con otras al
través, llenos de fagina los huecos; la fachada es de gruesas piedras
encajonadas. Colocado esto y hecho de todo un cuerpo, se levanta
otro en la misma forma y distancia paralela, de modo que nunca se
toquen las vigas, antes queden separadas por trechos iguales con la
interposición de las piedras bien ajustadas. Así prosigue la fábrica
hasta que tenga el muro competente altura. Éste por una parte no es
desagradable a la vista, por la variedad con que alternan vigas y
piedras, unas y otras en línea recta paralela sin perder el nivel; por
otra parte es de muchísimo provecho para la defensa de las plazas,
por cuanto las piedras resisten al fuego, y la madera defiende de las
baterías, que como está por dentro asegurada con las vigas de una
pieza por la mayor parte de cuarenta pies, ni se puede romper ni
desunir.
XXIV. En medio de tantos embarazos, del frío y de las lluvias
continuas que duraron toda esta temporada, los soldados, a fuerza de
incesante trabajo, todo lo vencieron, y en veinticinco días
construyeron un baluarte de trescientos treinta pies en ancho con
ochenta de alto. Cuando ya este pegaba casi con el muro, y César,
según costumbre, velaba sobre la obra, metiendo prisa a los
soldados, porque no se interrumpiese ni un punto el trabajo, poco
antes de medianoche se reparó que humeaba el terraplén minado de
los enemigos; que al mismo tiempo, alzando el grito sobre las
almenas, empezaban a salir por dos puertas de una y otra banda de
las torres. Unos arrojaban desde los adarves teas y materias
combustibles al terraplén, otros pez derretida y cuantos betunes hay
propios para cebar el fuego; de suerte que apenas se podía resolver
adonde se acudiría primero, o qué cosa pedía más pronto remedio.
Con todo eso por la providencia de César, que tenía siempre dos
legiones alerta delante del campo, y otras dos por su turno
empleadas en los trabajos, se logró que al instante unos se opusiesen
a las salidas, otros retirasen las torres132 y cortasen el fuego del
terraplén, y todos los del campo acudiesen a tiempo de apagar el
incendio.
XXV. Cuando en todas partes se peleaba, pasada ya la noche,
creciendo siempre más y más en los enemigos la esperanza de la
victoria, mayormente viendo quemadas las cubiertas de las torres y
no ser fácil que nosotros fuésemos al socorro a cuerpo descubierto,
mientras ellos a los suyos cansados enviaban sin cesar gente de
refresco; y considerando que toda la fortuna de la Galia pendía de
aquel momento, aconteció a nuestra vista un caso que, por ser tan
memorable, he creído no deberlo omitir. Cierto galo que a la puerca
del castillo las pelotas de sebo y pez que le iban dando de mano en
mano las tiraba en el fuego contra nuestra torre, atravesado el
costado derecho con un venablo, cayó muerto; uno de sus
compañeros, saltando sobre el cadáver, proseguía en hacer lo
mismo; muerto este segundo de otro golpe semejante, sucedió el
tercero, y al tercero el cuarto, sin que faltase quien ocupase
sucesivamente aquel puesto, hasta que apagado el incendio, y
rechazados enteramente los enemigos, se puso fin al combate.
XXVI. Convencidos los galos con tantas experiencias de que
nada les salía bien, tomaron al día siguiente la resolución de
abandonar la plaza por consejo y mandato de Vercingetórige. Como
su intento era hacerlo en el silencio de la noche, esperaban ejecutarlo
sin pérdida considerable, porque los reales de Vercingetórige no
estaban lejos de la ciudad, y una laguna continuada que había de por
medio los cubría de los romanos en la retirada. Ya que venida la
noche disponían la partida, salieron de repente las mujeres, corriendo
por las calles, y postradas a los pies de los suyos con lágrimas y
sollozos, les suplicaban que ni a sí ni a los hijos comunes, incapaces
de huir por su natural flaqueza, los entregasen al furor enemigo. Mas
viéndolos obstinados en su determinación (porque de ordinario en un
peligro extremo puede más el miedo que la compasión), empezaron a
dar voces y hacer señas a los romanos de la fuga intentada. Por cuyo
temor asustados los galos, desistieron del intento, recelándose que la
caballería romana no les cerrase los caminos.
XXVII. César, el día inmediato, adelantada la torre y
perfeccionadas las baterías, conforme las había trazado, cayendo a la
sazón una lluvia deshecha, se aprovechó de este incidente,
pareciéndole al caso para sus designios, por haber notado algún
descuido en las centinelas apostadas en las murallas, y ordenó a los
suyos aparentasen flojedad en las maniobras, declarándoles su
intención. Exhortando, pues, a las legiones, que ocultas en las
galerías estaban listas a recoger de una vez en recompensa de tantos
trabajos el fruto de la victoria, propuso premios a los que primero
escalasen el muro, y dio la señal del asalto. Inmediatamente los
soldados volaron de todas partes, y en un punto cubrieron la muralla.
Los enemigos, sobresaltados de la novedad, desalojados del muro y
de las torres, se acuñaron en la plaza y sitios espaciosos con ánimo
de pelear formados, si por algún lado los acometían. Mas visto que
nadie bajaba al llano, sino que todos se atropaban en los adarves,
temiendo no hallar después escape, arrojadas las armas, corrieron de
tropel al último barrio de la ciudad. Allí unos, no pudiendo coger las
puertas por la apretura del gentío, fueron muertos por la infantería;
otros, después de haber salido, degollados por la caballería. Ningún
romano cuidaba del pillaje; encolerizados todos por la matanza de
Genabo y por los trabajos del sitio, no perdonaban ni a viejos, ni a
mujeres, ni a niños. Baste decir que de cuarenta mil personas se
salvaron apenas ochocientas, que al primer ruido del asalto, echando
a huir, se refugiaron en el campo de Vercingetórige: el cual,
sintiéndolos venir ya muy entrada la noche, y temiendo algún
alboroto por la concurrencia de ellos y la compasión de su gente, los
acogió con disimulo, disponiendo les saliesen lejos al camino
personas de su confianza y los principales de cada nación, y
separándolos allí unos de otros, llevasen a cada cual a los suyos para
que los alojasen en los cuarteles correspondientes, según la división
hecha desde el principio.
XXIX. Al día siguiente, convocando a todos, los consoló y
amonestó «que no se amilanasen ni apesadumbrasen demasiado por
aquel infortunio; que no vencieron los romanos por valor ni por
armas, sino con cierto ardid y pericia en el modo de asaltar una
plaza, de que no tenían práctica; yerran los que se figuran que todos
los sucesos de la guerra les han de ser favorables; que él nunca fue
de dictamen que se conservase Avarico, de que ellos mismos le
podían ser testigos; la imprudencia de los berrienses y la
condescendencia mal entendida de los demás ocasionaron este daño;
bien que presto lo resarciría él con ventajas, pues con su diligencia
uniría las demás provincias de la Galia disidente hasta ahora,
formando de todas una Liga general, que sería incontrastable al orbe
todo, y ya la tenía casi concluida. Entretanto era razón que por amor
de la común libertad no se negasen a fortificar el campo para más
fácilmente resistir a los asaltos repentinos del enemigo».
XXX. No fue mal recibido por los galos este discurso,
mayormente viendo que después de una tan grande derrota no había
caído de ánimo, ni escondídose, ni avergonzándose de parecer en
público; demás que concebían que a todos se aventajaba en
providenciar y prevenir las cosas, pues ante el peligro había sido de
parecer que se quemase Avarico, y después que se abandonase. Así
que, al revés de otros generales a quien los casos adversos
disminuyen el crédito, el de éste se aumentaba más cada día después
de aquel mal suceso, y aun por sola su palabra esperaban atraer a los
demás Estados de la Galia. Ésta fue la primera vez que los galos
barrearon el ejército, y quedaron tan consternados, que siendo como
son enemigos del trabajo, estaban determinados a sufrir cuanto se
les ordenase.
132
Eran movedizas, con ruedas por debajo.
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