XI. Al día siguiente llegado a Velaunoduno, castillo de los
senones, determinó sitiarlo, por no dejar a las espaldas enemigo que
impídese las remesas de bastimentos. A los dos días le tenía
circunvalado; al tercero, saliendo de la plaza comisarios a tratar de la
entrega, les mandó rendir las armas, sacar fuera las cabalgaduras y
dar seiscientos rehenes. Encomienda la ejecución de esto a Cayo
Trebonio su legado; él, por no perder un punto de tiempo, mueve
contra Genabo, ciudad de los chartreses; los cuales acabando
entonces de oír el cerco de Velaunoduno, y creyendo que iría muy
despacio, andaban haciendo gente para meterla de guarnición en
Genabo, adonde llegó César en dos días, y plantando enfrente sus
reales, por ser ya tarde, difiere para el otro día el ataque, haciendo
que los soldados preparen lo necesario; y por cuanto el puente del río
Loire estaba contiguo al muro, recelándose que a favor de la noche
no huyesen los sitiados, ordena que dos legiones velen sobre las
armas. Los genabeses, hacia la medianoche, saliendo de la ciudad
con silencio, empezaron a pasar el río; de lo cual avisado César por
las escuchas, quemadas las puertas, mete dentro las legiones, que
por orden suya estaban alerta, y se apodera del castillo, quedando
muy pocos de los enemigos que no fuesen presos, porque la
estrechura del puente y de las sendas embarazaba a tanta gente la
huida. Saquea la ciudad y la quema; da los despojos a los soldados,
pasa con ellos el Loire y entra en el país de Berri.
XII. Cuando Vercingetórige supo la venida de César, levanta el
cerco y le sale al encuentro. César había pensado asaltar a Neuvy,
fortaleza de los berrienses, situada en el camino. Pero vinieron a ella
diputados a suplicarle «les hiciese merced del perdón y de la vida»;
por acabar lo que restaba con la presteza que tanto le había valido en
todas sus empresas, les manda entregar las armas, presentar los
caballos, dar rehenes. Entregada ya de éstos una parte, y estándose
entendiendo en lo demás, y los centuriones con algunos soldados
dentro para el reconocimiento de las armas y bestias, se dejó ver a lo
lejos la caballería enemiga que venía delante del ejército de
Vercingetórige. Al punto que la divisaron los sitiados, con la
esperanza del socorro alzan el grito, toman las armas, cierran las
puertas, y cubren a porfía la muralla. Los centuriones que estaban
dentro, conociendo por la bulla de los galos que maquinaban alguna
novedad, desenvainadas las espadas tomaron las puertas, y se
pusieron en salvo con todos los suyos.
XIII. César destaca su caballería, que se traba con la enemiga;
yendo ya los suyos de vencida, los refuerza con cuatrocientos
caballos germanos, que desde el principio solía tener consigo. Los
galos no pudieron aguantar su furia, y puestos en huida, con pérdida
de muchos se retiraron al ejército. Ahuyentados éstos, atemorizados
de nuevo los sitiados, condujeron presos a César a los que creían
haber alborotado la plebe, y se rindieron.
Acabadas estas cosas, púsose César en marcha contra la ciudad
de Avarico, la más populosa y bien fortificada en el distrito de Berri, y
de muy fértil campiña, con la confianza de que, conquistada ésta,
fácilmente se haría dueño de todo aquel Estado.
XIV. Vercingetórige, escarmentado con tantos continuados
golpes recibidos en Velaunoduno, Genabo, Neuvy, llama los suyos a
consejo; propóneles «ser preciso mudar totalmente de plan de
operaciones; que se deben poner todas las miras en quitar a los
romanos forrajes y bastimentos. Ser esto fácil por la copia de
caballos que tienen y por la estación, en que no está para segarse la
hierba; que forzosamente habían de esparcirse por los cortijos en
busca de forraje, y todos estos diariamente podían ser degollados por
la caballería. Añade que por conservar la vida debían menospreciarse
las haciendas y comodidades, resolviéndose a quemar las aldeas y
caserías que hay a la redonda de Boya hasta donde parezca poder
extenderse los enemigos a forrajear; que por lo que a ellos toca, todo
les sobraba, pues serían abastecidos de los paisanos en cuyo
territorio se hacía la guerra. Los romanos o no podrían tolerar la
carestía, o con gran riesgo se alejarían de sus tiendas; que lo mismo
era matarlos que privarles del bagaje, sin el cual no se puede hacer la
guerra; que asimismo convenía quemar los lugares que no estuviesen
seguros de toda invasión por naturaleza o arte, porque no sirviesen
de guarida a los suyos para substraerse de la milicia, ni a los
romanos surtiesen de provisiones y despojos. Si esto les parece duro
y doloroso, mucho más debía parecerles el cautiverio de sus hijos y
mujeres, y su propia muerte, consecuencias necesarias del mal
suceso en las guerras».
XV. Aplaudiendo todos este consejo, en un solo día ponen fuego
a más de veinte ciudades en el distrito de Berri. Otro tanto hacen en
los demás. No se ven sino incendios por todas partes; y aunque les
causaba eso gran pena, sin embargo se consolaban con que, teniendo
casi por cierta la victoria, muy en breve recobrarían lo perdido.
Viniendo a tratar en la junta si convendría quemar o defender la plaza
de Avarico, échanse los berrienses a los pies de todos los galos,
suplicando que no los fuercen a quemar con sus manos propias
aquella ciudad, la más hermosa de casi toda la Galia, baluarte y
ornamento de su nación; dicen ser fácil la defensa por naturaleza del
sitio, estando, como está, cercada casi por todos lados del río y de
una laguna, con sólo una entrada y esa muy angosta. Otórgase la
petición, oponiéndose al principio Vercingetórige, y al cabo
condescendió movido de sus ruegos y de lástima del populacho.
Guarnécenla con tropa valiente y escogida.
XVI. Vercingetórige, a paso lento, va siguiendo las huellas de
César, y se acampa en un lugar defendido de lagunas y bosques, a
quince millas de Avarico.131 Aquí le informaban sus espías
puntualmente y a todas horas de lo que se hacía en Avarico, y daba
las órdenes correspondientes. Acechaba todas nuestras salidas al
forraje, y en viendo algunos desbandados que por necesidad se
alejaban, arremetía y causábales gran molestia, en medio de que los
nuestros procuraban cautelarse todo lo posible, variando las horas v
las veredas.
XVII. César, asentado sus reales enfrente de aquella parte de la
plaza que, por no estar cogida del río y de la laguna, tenía, según se
ha dicho, una subida estrecha, empezó a formar el terraplén, armar
las baterías y levantar dos bastidas, porque la situación impedía el
acordonarla. Instaba continuamente a los boyos y a los eduos sobre
las provisiones; pero bien poco le ayudaban: éstos, porque no hacían
diligencia alguna; aquéllos, porque no podían mucho, siendo como
eran poca gente v sin medios, con que presto consumieron los
romanos lo que tenían. Reducido el ejército a suma escasez de
víveres por la poquedad de los hoyos, negligencia de los eduos,
incendios de las granjas, en tanto grado que por varios días
carecieron de pan los soldados, y para no morir de hambre tuvieron
que traer de muy lejos carnes para alimentarse; con todo no se les
escapó ni una palabra menos digna de la majestad del Pueblo
Romano v de las pasadas victorias. Antes bien, hablando César a las
legiones en medio de sus fatigas, y ofreciéndose a levantar el cerco si
les parecía intolerable aquel trabajo, todos a una voz le conjuraban
que no lo hiciese; que pues tantos años habían militado bajo su
conducta sin la menor mengua, no dejando jamás por acabar
empresa comenzada, desistir ahora del asedio emprendido sería para
ellos la mayor ignominia; que mejor era sufrir todas las miserias del
mundo, que dejar de vengar la muerte alevosa que dieron los galos a
los ciudadanos romanos en Genabo.
Estas mismas razones daban a los centuriones y tribunos, para
que se las expusiesen a César.
XVIII. Arrimadas ya las bastidas al muro, supo César de los
primeros que Vercingetórige, acabado el forraje, había movido su
campo mas cerca de Avarico, y él mismo en persona con la caballería
y los volantes, hechos a pelear al estribo de los caballos, se había
puesto en celada hacia el paraje donde pensaba irían los nuestros a
forrajear el día siguiente. Con esta noticia, César, a medianoche,
marchando a la sordina, llegó por la mañana al campo de los
enemigos. Éstos, luego que fueron avisados por las escuchas,
escondieron el carruaje y las cargas entre la maleza del bosque, y
ordenaron todas sus tropas en un lugar alto y despejado. Sabido
esto, César al punto mandó poner aparte los tardos y aprestar las
armas. Estaba el enemigo en una colina, que se alzaba poco a poco
del llano. Ceñíala casi por todas partes una laguna pantanosa, de
cincuenta pies no más en ancho. Aquí, rotos los pontones, se hacían
tuertes los galos, confiados en la ventaja del sitio, y repartidos por
naciones, tenían apostadas sus guardias en todos los vados y trancos
de la laguna, con firme- resolución de cargar a los romanos atollados,
si tentasen atravesarla; por manera que quien viese la cercanía de su
posición, pensaría que se disponían a pelear casi con igual partido,
mas quien mírase la desigualdad del sitio, echaría de ver que todo
era no más que apariencia y vana ostentación. Indignados los
soldados de que los enemigos estuviesen firmes a su vista en tan
corta distancia, y clamando por la señal de acometer, César les
representa: «cuánto daño se seguiría, y a cuántos soldados valerosos
costaría la vida, sin poderlo remediar, esta victoria; que pues ellos se
mostraban tan prontos a cualquier peligro por su gloria, sería él
tenido por el hombre más ingrato del mundo si no estimase la vida de
ellos más que la suya». Contentando así a los soldados, se retiró con
ellos ese mismo día a los reales, y prosiguió aparejando lo que
faltaba para el ataque de la plaza.
XIX. Vercingetórige, cuando a los suyos dio la vuelta, es
acusado de traidor, «por haberse acercado tanto a los romanos; por
haberse ido con toda la caballería; por haber dejado el grueso del
ejército sin cabeza, y haber sido causa con su partida de que los
romanos viniesen tan a punto y tan presto; no ser creíble que todo
este conjunto de cosas hubiese acaecido casualmente o sin trato; ser
visto que quería más ser rey de la Galia por gracia de César que por
beneficio de los suyos». A tales acusaciones respondió él en esta
forma: «Que si partió, fue por falta de forraje y a instancias de ellos
mismos; el haberse acercado a los romanos fue por la seguridad que
le daba la ventaja del sitio, que por sí mismo estaba bien guardado;
que la caballería de nada hubiera servido en aquellos pantanos, y fue
útilmente empleada en el lugar de su destino; que de propósito al
partirse a ninguno entregó el mando, temiendo no se arriesgase al
combate por instigación de la chusma; a lo cual veía inclinados a
todos por la demasiada delicadeza y el poco aguante para el trabajo.
Los romanos, si es que vinieron por acaso, dad gracias a la fortuna;
si alguien los convidó, dádselas a éste; pues que mirándolos de alto,
pudisteis enteraros de su corto número y valor, que no osando
combatir, se retiraron vergonzosamente a los reales; que muy lejos
estaba de pretender el reino de mano de César, teniéndole en la suya
con la victoria, que él y todos los galos daban por cierta. Todavía les
perdonaba, si pensaban no tanto recibir de él la libertad y la vida,
cuanto hacerle mucha honra. Y para que veáis, dice, que hablo la
pura verdad, escuchad a los soldados romanos. » Saca unos
prisioneros hechos pocos días antes en las dehesas, transidos de
hambre y de las cadenas; los cuales de antemano instruidos de lo
que habían de responder, dicen «ser soldados legionarios; haber
huido de los cuarteles forzados del hambre y lacería, por si podían
encontrar por esos campos un pedazo de pan o carne; estar todo el
ejército reducido a la misma miseria; no hay quien pueda tenerse en
pie, ni sufrir las fatigas; y así el general está resuelto, si no se rinde
la plaza dentro de tres días, a levantar el cerco». «Todo esto, dice
entonces Vercingetórige, debéis al que acusáis de traidor; por cuya
industria, sin costaros gota de sangre, veis un ejército tan poderoso
casi muerto de hambre; que si, huyendo vergonzosamente, buscare
algún asilo, precavido tengo que no lo halle en parte ninguna. »
130
Sens.
131
Bourges.
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