jueves, noviembre 17

parte 31. la tretarquía

La tetrarquía
El impulso hacia la estabilización dado por Diocleciano se facilitó por su comprensión de que no podía llevar a cabo él solo toda la tarea. Había demasiados problemas, el Imperio estaba demasiado dañado y las fronteras demasiado debilitadas en muchos lugares para que un solo hombre hiciera frente a todo. Por consiguiente. Diocleciano decidió adoptar un asociado.
Esto ya se había hecho antes. Marco Aurelio había gobernado con Lucio Vero como co-emperador, y el Imperio estuvo bajo el doble gobierno («diarquía») durante ocho años. Desde entonces, varios de los emperadores de reinados breves asociaron al gobierno a sus hijos y otros parientes.
Tales divisiones siempre habían sido recursos de urgencia y nunca habían constituido una política oficial. Ahora Diocleciano trató de hacerla oficial. En 286 (1039 A. U. C.) nombró colega suyo a un viejo amigo, Maximiano (Marcus Aurelius Valerius Maximianus). Maximiano, un panonio, tenía aproximadamente la edad de Diocleciano y, como él, era de origen campesino. Al igual que Diocleciano, había ascendido de soldado raso hasta el rango de general; pero, a diferencia de Diocleciano, no era particularmente brillante. Diocleciano vio en él a alguien en quien podía confiar que emprendería todas las acciones militares efectivas y cumpliría sus órdenes sin discusión, pero que no tendría el ánimo ni la capacidad para volverse contra su amo.
Diocleciano se reservó la mitad oriental del Imperio y dejó a Maximiano la mitad occidental; el límite entre los dos ámbitos pasaba por el estrecho que separa el talón de la bota italiana de la Grecia septentrional. Esta división subsistió, a intervalos, en los reinados siguientes, por lo que a partir de 286 podemos hablar de un «Imperio Romano Occidental» y un «Imperio Romano Oriental». Esto no significa en absoluto que el Imperio Romano estuviese dividido en dos naciones. En teoría, seguía siendo un imperio indivisible hasta su verdadero final en la historia. La división era puramente administrativa.
Podría parecer que Maximiano recibió la mejor parte, pues el Imperio Romano Occidental era mayor que el Imperio Romano Oriental. Además, el primero era de habla latina e incluía a Italia y Roma. Pero esto era de poca importancia.
El Imperio Romano Oriental era más pequeño y de habla griega, además de estar lejos de la antigua tradición romana. Sin embargo, era más rico. Roma no tenía más que una significación sentimental, y Nicomedia era el verdadero centro del gobierno, no Roma. Ni siquiera Maximiano, que asumió su puesto en el Oeste, hizo de Roma su capital. Permaneció en Mediolanum (la moderna Milán), en general, porque era un lugar más adecuado para la vigilancia contra las incursiones bárbaras a través del Rin y el Danubio superior. (No obstante, Roma conservó ciertos derechos tradicionales. Aún había alimentos y juegos gratuitos para el populacho, en recuerdo del pasado y del hecho de que Roma antaño había conquistado el mundo.)
Además, la mitad occidental del Imperio no era ninguna sinecura a la sazón. Maximiano tuvo que hacer frente a muchos problemas internos. Los campesinos de la Galia se rebelaron y formaron bandas que merodeaban sin destino fijo, incendiando y destruyendo cuanto encontraban en su paso, en una especie de furiosa desesperación por hallarse en una sociedad que los esquilmaba implacablemente sin darles nada a cambio.


No hizo ningún bien a los campesinos, excepto algún momentáneo placer que pudiesen derivar de apoderarse de las posesiones de los ricos. Maximiano libró una guerra regular contra ellos, enfrentando sus muchedumbres semidesarmadas con sus legiones llenas de bárbaros, haciendo gran matanza entre ellos, hasta que los sobrevivientes fueron obligados a someterse.
Y mientras Maximiano aporreaba a los campesinos galos con una mano, trataba de salvar a Britania con la otra. Los bárbaros germanos se habían lanzado al mar e hicieron correrías por la isla. Por ello, Maximiano se vio obligado a construir una flota. La idea era buena, pero el plan fracasó. El almirante puesto al mando de la flota llegó a un arreglo con los bárbaros y se proclamó emperador en Britania. Utilizando la flota (que ahora era suya), impuso su reconocimiento a todo lo largo de las costas atlánticas del Imperio. Maximiano había recibido plenos poderes imperiales en un total plano de igualdad con Diocleciano, de modo que pudo hacer libremente la guerra contra el rebelde sin tener que consultar con Diocleciano cada medida. Pero aun así, Maximiano tuvo mala suerte. Se construyó una flota propia, pero la perdió en una tormenta y, por el momento, no pudo hacer más que rechinar los dientes.
Diocleciano pensó que ni siquiera dos gobernantes eran suficientes, por lo que en 293 (1046 A. U. C.) dobló su número. El y Maximiano, ambos con el título de Augusto, adoptaron cada uno un sucesor, con el título de César. Esto les daría a Diocleciano y Maximiano un ayudante que necesitaban mucho y, además, resolvería el problema de la sucesión, ya que, en teoría, los Césares ascenderían para convertirse en Augustos con el tiempo, y estarían mejor preparados para el cargo supremo, dada la experiencia que ganarían en el segundo puesto.
Diocleciano eligió como César a Galerio (Gaius Galerius Valerius Maximianus), quien se casó con la hija del Emperador y, así, se convirtió en su yerno tanto como en su sucesor elegido. Galerio, que contaba poco más de cuarenta años, tenía una buena hoja de servicios como soldado y fue puesto al frente de las provincias europeas al sur del Danubio, inclusive Tracia, que era su provincia de nacimiento. Diocleciano se reservó Asia y Egipto.
Maximiano también dio su hija al hombre que eligió como César. Este era Flavius Valerius Constantius, que no es conocido comúnmente como Constancio Cloro (es decir, «Constancio el Pálido, probablemente por su piel clara). También se le podría llamar Constancio I, para distinguirlo de su nieto que iba a gobernar medio siglo más tarde con el nombre de Constancio II.
Constancio era otro ilirio que había gobernado su provincia natal antes de su ascenso, no sólo con eficiencia, sino también con suavidad y humanidad (cualidades bastante raras en esa época). Constancio recibió España, la Galia y Britania como jurisdicción, mientras Maximiano se reservó Italia y África.
Esta cuádruple división (una «tetrarquía»), hizo cambiar las cosas. Constancio se enfrentó con los ejércitos rebeldes en Britania y Galia. Aseguró la frontera del Rin y luego concentró su atención en Britania. Después de construir otra flota, la usó para desembarcar en la isla. Para el 300 la autoridad imperial había sido restaurada allí, y Constancio hizo de Britania su sede favorita de gobierno, rigiéndola con suavidad y equidad.
Mientras, en el Este, Diocleciano marchó a Egipto para reprimir la revuelta de un general, a la par que daba a Galerio instrucciones para que se ocupase de Persia. Ambas misiones fueron realizadas con éxito, y en 300 hubo paz de un extremo del Imperio al otro, y todas las fronteras estaban, por milagro, intactas.
En 303 (1056 A. U. C.), Diocleciano se dirigió a Roma para que él y Maximiano fuesen honrados con un triunfo. Pero no fue una ocasión feliz. A Diocleciano le disgustaba Roma, y Roma le devolvía el cumplido. Diocleciano hizo construir allí baños, así como una biblioteca, un museo y otros edificios, pero todo esto era un pobre consuelo para los romanos. Se mostraron hoscos ante el emperador romano que había abandonado a la antigua capital y le hicieron objeto de sus burlas y sarcasmos. Por ello, Diocleciano dejó Roma repentinamente, después de haber estado en ella sólo un mes. El mundo había cambiado, en verdad.
En dieciséis años, pues, Diocleciano había realizado una hazaña que debe de haber parecido sobrehumana. No sólo era aún emperador, sino que dominaba a otros tres emperadores o casi-emperadores.
Su reorganización interna también se mantuvo. El Imperio estaba dividido ahora en cuatro «prefecturas», así llamadas porque a su frente había «prefectos» (de una palabra latina que significa «poner por encima»). Ellas eran:
1) las provincias europeas situadas al noroeste de Italia; 2) Italia y África al oeste de Egipto; 3) las provincias europeas situadas al este de Italia, y 4) Asia y Egipto.
Cada una de ellas estaba bajo el gobierno de uno de los Césares o Augustos. Cada prefectura, a su vez, se dividía en varias diócesis (de una palabra latina que significaba «gobierno de la casa», que era lo que se esperaba de un gobernador que hiciera bien, por así decir). El gobernador de una diócesis era un «vicario» (esto es, un «subordinado del prefecto; la misma palabra figura en voces como «vicepresidente»). Cada diócesis se dividía en provincias, de las que había bastante más de cien en el Imperio. Cada provincia era lo suficientemente pequeña como para que un gobernador la administrase cómodamente, y todos los hilos de mando terminaban en el emperador, quien usaba un complejo servicio secreto para mantener la vigilancia personal sobre los diversos funcionarios.
La organización del ámbito militar era en un todo independiente del gobierno civil, pero seguía líneas paralelas. Cada provincia tenía su guarnición al mando de un «dux» (o «líder»). Algunos jefes del ejército eran llamados «comes» (que significa «compañero», es decir, compañero del emperador).
La reorganización establecida por Diocleciano y sus sucesores era pesada y rígida, y la presencia de cuatro cortes imperiales y todos los funcionarios que se necesitaba para mantener bien coordinadas a las cuatro eran sumamente costosos. Sin embargo, mantuvo unido al Imperio durante dos siglos más, y partes de ella mantuvieron una tradición continua durante más de mil años.
Aún después de que el Imperio dejara de existir, los nuevos reinos que lo reemplazaron conservaron partes de la organización tradicional, y algunos de los títulos se han mantenido hasta el presente. Lo que los romanos llaman «dux» y «comes» se convirtió en lo que hoy llamamos «duque» y «conde». Más aún, la organización imperial tal como existía bajo Diocleciano y sus sucesores fue imitada por la organización creciente de la Iglesia. Y hasta hoy la Iglesia Católica llama a la zona que está bajo la jurisdicción de un obispo una «diócesis»; y también tiene sus vicarios.

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