XI. Viendo César que se mantenía el enemigo mucho tiempo en
sus reales fortificados con una laguna, y en sitio ventajoso por
naturaleza, y que no podía asaltarlos sin un choque peligroso, ni
cercar el sitio con obras sin un ejército más numeroso, escribió a C.
Trebonio que lo más pronto que pudiese llamase a sí la legión
decimotercia, que invernaba en Berry al mando del lugarteniente T.
Sextio, y viniese a largas marchas a incorporarse con él con tres
legiones. Entre tanto, destacaba todos los días la caballería de Reims
y Langres, y de las demás naciones, de que tenía un número
considerable, de escolta a los forrajeadores para que contuviesen las
correrías repentinas de los enemigos.
XII. Como esto se hiciese todos los días, y con la costumbre,
como suele suceder, se fuese disminuyendo la diligencia, dispusieron
los del Bovesis una emboscada con un trozo de infantería escogida,
habiendo advertido de antemano dónde solían apostarse nuestros
caballos; y enviaron allí mismo su caballería al día siguiente, para
sacar primero a los nuestros al lugar de la emboscada y acometerlos
después cogiéndolos en medio. Esta desgracia cayó sobre la
caballería de Reims, a quien tocó aquel día resguardar a los
forrajeadores. Porque advirtiendo de pronto la de los enemigos, y
despreciándolos por verse superiores en número, los siguieron con
demasiado ardor, y fueron cercados por la infantería emboscada. Con
cuyo hecho perturbados, se retiraron más presto de lo acostumbrado
en las batallas de a caballo con pérdida de su general Vertisco, sujeto
muy principal de su Estado. El cual, pudiendo apenas manejar el
caballo por su avanzada edad, con todo, según la costumbre de la
nación, ni se había excusado de tomar el mando ni permitido que se
pelease sin su presencia. Se hincharon y levantaron más los ánimos
de los enemigos con la prosperidad de la batalla y la muerte de una
persona tan principal como el general de la caballería de Reims; y los
nuestros fueron avisados con aquel daño para apostarse examinando
antes los parajes con más diligencia, y seguir con más moderación las
retiradas de los enemigos.
XIII. Con todo no cesaban las diarias escaramuzas a vista de
uno y otro campo en los vados y pasos de la laguna. En una de días
los germanos que César había traído para pelear mezclados con
nuestros caballos, habiendo pasado todos la laguna con gran tesón y
muerto a algunos que les quisieron hacer frente, y persiguiendo con
denuedo a todo el resto de la multitud, se amedrentaron de suerte,
no sólo los oprimidos de cerca o heridos desde lejos, que huyeron
vergonzosamente, sin dejar de correr, perdiendo siempre las alturas
que ocupaban, unos hasta meterse dentro de sus reales y otros
mucho más lejos movidos de su propia vergüenza. Con cuyo riesgo
llegaron a cobrar tal miedo todas las tropas, que apenas se podía
discernir si eran más insolentes en las cosas favorables y muy
pequeñas, que pusilánimes en las adversas de alguna mayor
consideración.
XIV. Pasados muchos días en los reales, y noticiosos los
generales de los enemigos que se acercaban las legiones y el
lugarteniente C. Trebonio, temiéndose un cerco semejante al de
Alesia, despacharon una noche a los que por sus años, debilidad o
falta de armas eran menos a propósito para la guerra, y enviaron con
ellos el resto de los equipajes; cuyo perturbado y confuso escuadrón,
mientras se dispuso a la marcha (pues aunque marchen estas gentes
a la ligera, les sigue siempre una gran multitud de carros),
sobreviniendo la luz del día, formaron algunas tropas al frente de los
reales, no fuese que los romanos salieran en su seguimiento antes
que se adelantase el equipaje. Pero ni César tenía por conveniente
provocarlos, cuando se defendían desde un collado muy alto, ni
tampoco dejar de acercar las legiones, hasta no poder retirarse los
bárbaros de aquel puesto sin recibir algún daño. Y así, visto que la
laguna embarazosa separaba un campo de otro, cuya dificultad podía
estorbar la prontitud de seguirles el alcance, y que el collado, pegado
al real enemigo a espaldas de la laguna, estaba también separado de
los suyos por un mediano valle, echando puente sobre la laguna,
pasó las legiones del otro lado, y tomó prontamente el llano de
encima del collado, que con suave declive estaba fortalecido por los
lados. Ordenadas aquí las legiones, subió a lo alto de la cuesta, y
sentó su real en un paraje desde donde con máquinas podían herir
las flechas al enemigo.
XV. Confiando los bárbaros en la situación de su campo, y no
rehusando pelear si los romanos intentaban subir la cuesta, pero no
atreviéndose a echar partidas separadas por no ser sorprendidos
hallándose dispersos, se estuvieron quietos. César, vista su
pertinacia, previno veinte cohortes, señaló el espacio para los reales,
y mandó que se fortaleciesen. Concluida la obra, formó las legiones
en batalla al frente de la trinchera, y dio orden de detener los
caballos aparejados en sus puestos. Viendo los enemigos dispuestos
a los romanos para perseguirlos y no pudiendo pernoctar ni
permanecer más tiempo en aquel paraje sin vitualla, tomaron para
retirarse esta resolución: Fueron pasando de mano en mano delante
del campamento todos los haces de paja y fagina sobre que estaban
sentados los reales, y de que tenían gran copia (pues como se ha
dicho en los libros anteriores, así lo acostumbraban), y dada la señal
del anochecer, a un tiempo les pusieron fuego. Así extendida la
llama, quitó todas las tropas de la vista de los romanos, lo cual
hecho, dieron a huir con gran prisa.
XVI. César, aunque no podía distinguir la fuga de los enemigos
por el estorbo de las llamas, con todo, sospechando que habrían
tomado aquella resolución para escaparse, adelantó las legiones, y
echó delante algunas partidas de caballos que los siguiesen. Él
marchaba más despacio temiendo alguna emboscada por si
permanecía el enemigo en el mismo puesto y pretendía llamar a los
nuestros a algún desfiladero, los de a caballo temían penetrar por el
humo y por las llamas muy espesas; y si algunos más animosos
penetraban, como apenas viesen las cabezas de sus propios caballos,
temerosos de alguna celada, dieron a los enemigos oportunidad para
ponerse a salvo. De esta manera, con una fuga llena de temor y
astucia, habiendo caminado sin estorbo no más que diez millas,
sentaron su real en un puesto muy ventajoso. Desde allí, poniendo
muchas veces en celada ya la infantería, ya la caballería, hacían
mucho daño a los nuestros en los forrajees.
XVII. Como esto sucediese con frecuencia, supo César, por un
prisionero, que Correo, general de los enemigos, había escogido seis
mil infantes de los más esforzados y mil caballos de todo el resto de
su gente para armar una celada en cierto paraje, adonde creía que
enviarían los romanos a hacer forraje, porque le había en
abundancia. Sabido este designio, sacó César más legiones de las que
acostumbraba, y echó delante la caballería, según solía enviarla para
escolta de los forrajeadores. Puso entre ellos algunas partidas de
tropa ligera, y se acercó lo más que pudo con las legiones.
XVIII. Los enemigos puestos en la emboscada eligieron para
dar el golpe un lugar que sólo se extendía hasta mil pasos, fortalecido
alrededor con selvas muy embarazosas y con un río muy profundo, y
le cercaron todo. Los nuestros, averiguada la intención de los
enemigos, prevenidos de armas y valor para la batalla y no
rehusando peligro alguno, por saber que los seguían las legiones,
llegaron al paraje en varias partidas. Con su venida pensó Correo que
se le había ofrecido la ocasión del logro de su empresa, y así se
mostró a lo primero con poca gente y arremetió a las partidas que
tenía más inmediatas. Los nuestros sufrieron constantemente el
ataque de los emboscados, sin juntarse el mayor número, como
sucede en los choques de a caballo, así por algún temor como por el
daño que se recibe de la misma multitud de la caballería.
XIX. Como ésta pelease a pelotones, dispuestas
alternativamente las partidas, sin permitir que los cercasen por los
lados, salió corriendo todo el resto de las selvas con el mismo Correo
a su frente. Trabóse la batalla muy reñida, la cual mantenida largo
rato sin conocida ventaja, se dejó ver poco a poco la multitud de
infantería en formación de batalla, la cual obligó a retirarse a nuestra
caballería; pero acudió presto a su socorro la infantería ligera, que
dije había marchado delante de las legiones y peleaba con grande
esfuerzo entreverada con los caballos. Peleóse algún tiempo con igual
resistencia; más después, como el lance lo pedía de suyo, los que
sostuvieron los primeros encuentros de la emboscada, por esto
mismo eran superiores, porque aunque fueron cogidos de sobresalto
no habían recibido daño alguno. Entre tanto se iban acercando ya las
legiones, y a un mismo tiempo llegaban frecuentes avisos a los
nuestros y a los enemigos de que se acercaba el general con todo el
resto del ejército. Con esta noticia, confiados los nuestros con el
socorro de las legiones, peleaban con grande esfuerzo, para que no
se creyese que por descuido comunicaban la gloria con el ejército.
Los enemigos cayeron de su estado, y por diversos caminos buscaban
la fuga en vano, pues se veían cercados en las mismas dificultades en
que habían pretendido encerrar a los nuestros. Al fin, vencidos,
derrotados y perdida la mayor parte, huían consternados por donde
los llevaba la suerte, parte a guarecerse de las selvas, parte a
escapar por el río, los cuales acabaron de perecer en la fuga,
siguiendo el alcance porfiadamente los nuestros. Correo, sin
embargo, no pudiendo ser vencido de la calamidad, ni reducido a salir
de la batalla y esconderse en las selvas, ni a rendirse, como le
instaban los nuestros, peleando valerosamente e hiriendo a muchos,
obligó al cabo a los vencedores a que, airados de su obstinación, le
atravesasen de una multitud de flechas.
XX. Con este suceso siguió César los pasos de la victoria; y
creyendo que desmayados los enemigos con la codicia de esta
derrota desampararían sus reales, que se decía distaban sólo ocho
millas de donde había pasado la refriega, aunque veía el embarazo
del río, con todo pasó adelante con su ejército. Los del Bovesis y sus
aliados, habiendo recogido muy pocos de los suyos, y éstos
maltratados y heridos, que evitaron la muerte al favor de las selvas,
viendo las cosas tan contrarias, informados de la calamidad, muerto
Correo, perdida la caballería y la mejor parte de la infantería, y
creyendo que vendrían sobre ellos los romanos, convocada una junta
al son de las trompetas, clamaron todos a una voz que se enviasen
comisionados y rehenes a César.
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