jueves, mayo 19

cap 3- La lucha contra los etruscos. Patricios y Plebeyos

2. Supervivencia de la República
La lucha contra los etruscos

Por supuesto, los romanos, aun bajo una república, debían tener a alguien que los gobernase. Para evitar que este gobernante tuviese demasiado poder (no más Tarquinos, habían decidido los romanos), fue elegido por un año solamente y no podía ser reelegido de inmediato. Además, para asegurarse doblemente, fueron elegidos dos gobernantes, y no sería válida ninguna decisión que no fuese tomada por ambos de común acuerdo. De este modo, aunque uno de los gobernantes anuales hiciese algún intento para aumentar su poder, el otro, por celos naturales, le haría frente. Y ambos, en ciertos aspectos importantes, tenían que inclinarse ante el Senado.
Este sistema funcionó bien durante varios siglos.
Al principio, estos gobernantes electos fueron llamados pretores, voz proveniente de palabras que significaban «ir a la cabeza». Más tarde, el hecho de que fueran dos pareció lo más importante del cargo y fueron llamados cónsules, que significa «asociados». En otras palabras, debían «consultarse» uno al otro y llegar a un acuerdo antes de emprender una acción.
Es por este nombre de «cónsules» por el que mejor conocemos a estos gobernantes. Luego fueron llamados pretores otros magistrados secundarios que servían bajo las órdenes de los cónsules.
Los cónsules estaban al frente de las fuerzas armadas de Roma y su misión particular era dirigir esos ejércitos en la guerra. Dentro de la ciudad, una clase inferior de magistrados, los cuestores, también elegidos de a dos y por el término de un año, actuaban como jueces y supervisaban los juicios penales. (La palabra «cuestor» significa «indagar por qué».) En años posteriores, su función cambió y actuaron como funcionarios financieros a cargo del tesoro público.
Los primeros años de la República Romana fueron realmente duros. Para empezar, la ciudad tuvo que hacer frente a la hostilidad de las poderosas ciudades etruscas, a las que el exiliado Tarquino pidió ayuda en sus esfuerzos para recuperar el trono. Sin duda, los etruscos fueron inducidos a pensar que Roma se volvería peligrosa para ellos si no era regida por reyes de origen y simpatías etruscas. La tarea de combatir con los etruscos fue la principal que debieron asumir los dos primeros cónsules, que, naturalmente, fueron Colatino y Bruto.
Dentro mismo de Roma había quienes por una u otra razón eran favorables al retorno de los Tarquinos. Entre ellos se contaban dos hijos del mismo Bruto. Cuando fue descubierta la conspiración de sus hijos, correspondió a Bruto, en su condición de cónsul, el deber de juzgarlos. Este colocó las necesidades de la República por encima de sus sentimientos como padre y se unió a Colatino en la dirección de su ejecución. Pero desde entonces, según los relatos tradicionales, la vida no tuvo ningún valor para Bruto y buscó la muerte en batalla. Finalmente, en una escaramuza con las fuerzas de Tarquino, Bruto vio realizados sus deseos y murió en singular combate con uno de los hijos de Tarquino.
La amenaza que se cernía sobre Roma se agudizó cuando Tarquino el Soberbio logró obtener la ayuda de Lars Porsena de Clusium, ciudad de Etruria central situada a unos 120 kilómetros al norte de Roma.
Las leyendas romanas dicen que Porsena y su ejército etrusco avanzaron hacia el Sur, hasta el Tíber, expulsando a los romanos de sus posiciones en el Monte Janículo, al oeste del río. Porsena habría entrado en Roma y aplastado la República si los romanos no hubiesen destruido a tiempo el puente de madera que atravesaba el río.


Uno de los relatos más famosos de la historia primitiva de Roma habla de Publio Horacio Cocles , quien mantuvo a raya al ejército etrusco mientras el puente era destruido. Primero con dos compañeros, y luego solo, hizo frente al ejército, y cuando fue rota la última viga se arrojó al Tíber y nadó hasta ponerse a salvo con toda su armadura. Desde entonces se ha usado la frase «Horacio en el puente» para aludir a un hombre que libra una desesperada batalla contra fuerzas abrumadoramente superiores.
Porsena inició entonces un paciente asedio de Roma, ya que había fracasado en el intento de tomar la ciudad por sorpresa. Se cuenta otra historia sobre los sucesos que lo indujeron a levantar el sitio. Un joven patricio romano, Cayo Mucio, se ofreció como voluntario para abrirse camino hasta el campamento etrusco y asesinar a Porsena. Fue capturado y se le amenazó con quemarle vivo si no informaba en detalle de lo que sucedía en Roma. El joven romano, para mostrar cuan poco temor sentía de ser quemado, colocó su mano derecha en un fuego cercano y la mantuvo pacientemente en él hasta que el fuego la hubo consumido. En adelante recibió el nombre adicional de Escévola, que significa «zurdo».
Porsena, sigue la leyenda, quedó tan impresionado por este increíble heroísmo que desesperó de tomar una ciudad poblada por tales hombres. Por ello negoció la paz y se marchó sin colocar a Tarquino el Soberbio nuevamente en el trono.
(Por desgracia, los historiadores modernos están totalmente seguros de que esas historias sobre Horacio y Mucio no son más que leyendas y que fueron inventadas por los romanos de épocas posteriores para ocultar el embarazoso hecho de que los etruscos, en realidad, derrotaron a los romanos y los obligaron a aceptar la dominación etrusca. A causa de esto, la influencia romana sobre el resto del Lacio quedó anulada por un considerable período. Sin embargo, la derrota romana no fue total. Porsena tuvo que admitir que no se restablecería la monarquía, y a la larga era esto lo importante.)
La última aparición de los Tarquines en la leyenda romana tiene lugar en el 496 a. C, cuando las ciudades latinas, aprovechándose de las pérdidas romanas frente a Porsena, trataron de acabar la tarea.
El ejército latino, con Tarquino el Soberbio y sus hijos cabalgando al frente, hicieron frente a los romanos en el lago Regilo, cerca de la misma ciudad de Roma (no se ha identificado el lugar exacto). Los romanos obtuvieron una completa victoria y, con excepción del viejo rey, la familia de Tarquino fue aniquilada. Tarquino el Soberbio se retiró a Cumas y allí murió.
En esta batalla, dicen las leyendas de los romanos, su ejército fue ayudado por dos jinetes de dimensiones y fuerzas más que humanas. Se creía que eran Castor y Pólux (hermanos de Helena de Troya en la leyenda griega). En adelante, los romanos construyeron templos especiales a los divinos hermanos y les rindieron honores especiales.
Patricios y plebeyos
El fin de la monarquía dejó a Roma gobernada por una oligarquía, es decir, por unos «pocos», que en este caso eran los patricios. Sólo los patricios podían ser senadores; sólo ellos podían ser cónsules, pretores o cuestores.
En verdad, parecía que los únicos romanos verdaderos eran los patricios y que los plebeyos, aunque servían para trabajar en las fincas y combatir en las filas del ejército, no servían para tomar parte alguna en el gobierno.
Después de las guerras con los etruscos y los latinos, los tiempos fueron realmente duros, y la suerte de los plebeyos se hizo intolerable. Las fincas habían sido saqueadas, los alimentos eran escasos, los pobres estaban endeudados y a los patricios esto no parecía importarles.
¿Por qué habrían de preocuparse los patricios? Ellos estaban suficientemente bien como para sobrevivir a los tiempos duros. Y si un agricultor plebeyo se endeudaba, las leyes sobre las deudas eran tan inexorables que el plebeyo tenía que venderse a sí mismo y vender a su familia como esclavos para pagar la deuda. Y era con los terratenientes patricios con quienes se endeudaban los plebeyos y de quienes entonces se convertían en esclavos.
El líder del partido patricio de la época era Apio Claudio. Este era un sabino de nacimiento, pero fue siempre partidario de los romanos, y de joven había llevado un gran contingente a Roma y combatido lealmente por su ciudad adoptiva. Fue aceptado como patricio y elegido cónsul en 495 a. C. Gobernó con mano dura, y a los plebeyos debe de haberles sabido muy mal que el más implacable ejecutor de las implacables leyes concernientes a las deudas ni siquiera fuese un romano nativo.
Para los plebeyos, Roma no era su ciudad, y en 494 antes de Cristo decidieron abandonar Roma y fundar una nueva ciudad propia en una colina situada a cinco kilómetros al este. Se marcharon un número considerable de ellos, y los patricios, que no podían permitirse perder una parte tan grande de la población, tuvieron que negociar.
Según la leyenda, los plebeyos fueron llevados de vuelta por las palabras de un patricio romano llamado Menenio Agripa, quien les contó el cuento de la rebelión de las partes del cuerpo contra el vientre. Según esta fábula, los brazos se quejaban de tener que hacer solos toda la tarea de levantar cosas, las piernas de ser las únicas que caminaban, las mandíbulas de tener que masticar ellas solas, el corazón de tener que latir sólo él, etcétera, mientras el vientre, que no hacía nada, recibía todo el alimento. El vientre respondió que, si bien recibía el alimento, lo repartía a través de la sangre a todas las partes del cuerpo, que de otro modo no podría sobrevivir.
La analogía consistía en que, si bien los patricios ocupaban todos los cargos, usaban su poder para gobernar juiciosamente la ciudad, de lo cual se beneficiaban todos.
La fábula de Menenio no suena muy convincente, y es difícil creer que lograra persuadir a gentes oprimidas a que volviesen para continuar siendo oprimidas. En verdad, los patricios se vieron obligados a ofrecer a los rebeldes mucho más que cuentos entretenidos.
Se llegó a un acuerdo por el cual los plebeyos tendrían funcionarios propios, funcionarios elegidos por el voto de los plebeyos y que no representarían a todo el pueblo romano, sino solamente a los plebeyos. Esos funcionarios fueron llamados tribunos (nombre dado originalmente a los jefes de una tribu).
Su misión era proteger los intereses de los plebeyos e impedir que los patricios aprobasen leyes que fuesen injustas para la gente común. En verdad, más tarde, los tribunos obtuvieron el poder de suspender las leyes que desaprobaban sencillamente gritando « ¡Veto! » («Prohibo! »). Ni todo el poder de los cónsules y el Senado podía hacer que se aprobase una ley contra el veto del tribuno.
Naturalmente, al principio los tribunos serían muy impopulares entre los patricios y cabía esperar que hubiese violencia. Por ello se convino en que un tribuno no podía ser dañado bajo ninguna forma. Y por toda falta de respeto al cargo podía imponer una multa.
Se nombraron ayudantes de los tribunos, que podían recaudar esas multas. Fueron llamados ediles. Su papel de recaudadores de multas los llevó a cumplir algunas de las funciones de la policía moderna. Mediante la disposición del dinero que recaudaban llegaron a tener a su cargo muchos asuntos públicos, como el cuidado de los templos (la palabra «edil» proviene de una voz latina que significa «templo»), las cloacas, el suministro de agua, la distribución de alimentos y los juegos públicos. También regulaban el comercio.
Gradualmente, los plebeyos entraron en la vida política y algunas de las familias plebeyas llegaron a ser muy prósperas. Poco a poco tuvieron acceso a los diversos cargos de la ciudad, aun el consulado.
Pero en los primeros años del consulado, los patricios hicieron ocasionales tentativas de recuperar su posición anterior y conservar todo el poder en sus manos. El jefe de este movimiento fue, según las leyendas romanas, el patricio Cayo Marcio.
En 493 a. C., el año siguiente a la secesión plebeya, Cayo Marcio —se cree— condujo un ataque contra la importante ciudad volsca de Corioli. Por su valentía y su éxito en esta batalla se le dio el nombre de Coriolano, por el que es más conocido en la historia.
Al año siguiente hubo escasez de alimentos en Roma y se importaron cereales de Sicilia. Coriolano propuso a los patricios negar cereales al pueblo si no aceptaba renunciar al tribunado.
Los tribunos inmediatamente lo acusaron de intentar dañarlos (lo que ciertamente hacía, y de un modo particularmente despreciable, especulando con el hambre de la gente). Fue exiliado y pronto se unió a los volscos.
Marchó contra Roma al frente de un ejército volsco y derrotó a los ejércitos que antaño había comandado. A ocho kilómetros de Roma se detuvo a fin de preparar el asalto final. La leyenda romana cuenta que rechazó las súplicas de una misión para que retirase su ejército. Se negó a oír los ruegos de los sacerdotes enviados a razonar con él. Finalmente fue enviada su madre, ante la cual cedió, gritando: « ¡Oh, madre, has salvado a Roma, pero destruido a tu hijo! »
Coriolano alejó el ejército volsco y, según algunos relatos, se mató por considerarse doblemente traidor (y con razón).
Los historiadores modernos consideran que toda la historia de Coriolano es pura fábula. Señalan, por ejemplo, que en la época por la cual se suponía que Coriolano ganaba prestigio y fama en el sitio de Corioli, ésta no era una ciudad volsca, sino una leal aliada de Roma.
Sin embargo, aunque los detalles sean legendarios, el núcleo de la historia probablemente sea verdadero; cierto género de guerra civil continuó entre patricios y plebeyos durante un tiempo después de la secesión de los últimos y, finalmente, los plebeyos conservaron las conquistas logradas.
Los plebeyos pensaron que su propia seguridad exigía que se pusiesen por escrito las leyes romanas. Mientras esto no ocurriese, nunca se sabría con seguridad si los patricios interpretaban o no las leyes a su favor. Al poner por escrito todos sus puntos, los tribunos tendrían una base para argumentar.
Por el 450 a. C., según la tradición, apareció la primera codificación escrita de las leyes romanas. Para elaborar este código se eligieron diez patricios llamados decenviros, que significa «diez hombres». Ocuparon el poder en lugar de los cónsules hasta que fue elaborado el código escrito.
Se suponía que las leyes habían sido grabadas en doce tablas de bronce, por lo que se las llamó las Doce Tablas. Durante siglos, esas Doce Tablas fueron el fundamento del Derecho romano.
Sin embargo, la escritura de las leyes no suavizó y aclaró todo. La tradición romana sigue diciendo que los decenviros se mantuvieron ilegalmente en el poder después de la publicación de las Doce Tablas. Asumieron cada vez más los ornamentos del poder. Por ejemplo, cada uno de ellos se hizo acompañar por doce guardias de corps, llamados lictores.
Los lictores eran plebeyos que llevaban un símbolo especial de su cargo en la forma de un haz de varas atadas con un hacha en el medio. Esto indicaba el poder del gobernante (originalmente el rey, más tarde los cónsules y otros magistrados) de infligir castigos con varas o la muerte con el hacha. Estos símbolos eran llamados fasces, de una voz latina que significa «haces».
El líder de los decenviros era Apio Claudio Craso, hijo o nieto del Claudio que había provocado la secesión plebeya casi medio siglo antes.
Este nuevo Apio Claudio era firmemente antiplebeyo, y, según relatos posteriores, trató de imponer un régimen de terror. Pero fue demasiado lejos cuando trató de hacer suya una bella muchacha, Virginia, hija de un soldado plebeyo. Apio Claudio planeó dar apariencia legal a su acción presentando testigos falsos que testimoniasen que la muchacha era en realidad hija de uno de sus esclavos y, por lo tanto, era también automáticamente su esclava.
El padre de Virginia, enloquecido, y viendo que no podía hacer nada legalmente para impedir que el poderoso decenviro se apoderase de su hija, tomó la dramática decisión (según la leyenda) de apuñalarla repentinamente en medio del juicio, exclamando que sólo mediante la muerte podía ella salvar su honor.
Los plebeyos, enfurecidos por estos sucesos, amenazaron con marcharse una vez más. En 449 a. C., los decenviros fueron obligados a ceder y abandonar su cargo. Apio Claudio murió en prisión o se suicidó.
Como resultado de todo ello, el poder de los tribunos como portavoces de los plebeyos siguió aumentando. Se les permitió sentarse dentro del Senado, para poder influir más fácilmente sobre la legislación. También obtuvieron gradualmente el derecho de interpretar los presagios para decidir si las tareas del Senado podían continuar. Si hallaban que los presagios eran desfavorables, podían fácilmente interrumpir todos los asuntos del gobierno, al menos temporalmente.
En 445 a. C. se permitió el matrimonio entre patricios y plebeyos, y en 421 a. C. éstos también tuvieron acceso a la cuestura.

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