lunes, octubre 17

Parte 12. La filosofía y los cultos

La filosofía y los cultos
Sin embargo, la batalla entre la tradición romana y la religión judía fue llevada, en cierto modo, más allá de las fronteras de Judea. La lucha iba a ser larga y el veredicto diferente.
La religión romana, tomada principalmente de los etruscos, era, en un comienzo, de naturaleza predominantemente agrícola. Sus numerosos dioses y espíritus representaban fuerzas de la naturaleza y buena parte del ritual estaba destinado a asegurar la fertilidad del suelo, lluvias adecuadas y, en general, buenas cosechas. Esto es muy comprensible en una sociedad donde la alternativa a una buena cosecha era el hambre. Había también numerosos dioses y espíritus que presidían diferentes facetas del hogar y de la vida individual, desde el nacimiento hasta la muerte. Los ritos religiosos eran relativamente simples: se adecuaban al tiempo de que podían disponer agricultores atareados.
El principal refinamiento que el Imperio introdujo en la vieja religión fue el «Culto Imperial», en el cual se prestaba una especie de homenaje verbal al emperador y la emperatriz reinantes, y en el que los emperadores y emperatrices muertos recibían honores divinos.
Cuando la clase superior romana descubrió la cultura griega, la religión oficial griega fue fusionada, en cierta medida, con la de los romanos. El Júpiter romano fue identificado con el Zeus griego, la Minerva romana con la Palas Atenea griega, etcétera.
Sin embargo, las religiones oficiales de Grecia y Roma por igual estaban prácticamente muertas en la época del Imperio. Las clases superiores realizaban los ritos religiosos romanos y griegos oficiales de una manera mecánica y distraída.
A fin de cuentas, las creencias primitivas ya no eran adecuadas para una sociedad que no estaba formada solamente por labradores incultos, sino que también tenía aristócratas, personas cultas y habitantes urbanos que habían elaborado complejas concepciones del Universo. Sus intereses iban más allá de la mera esperanza de una buena cosecha. Se planteaban la cuestión de la vida buena, el empleo fructífero del tiempo libre, el cultivo de intereses intelectuales y el deseo de comprender los mecanismos del Universo. Los griegos elaboraron complejas filosofías para satisfacer sus tanteos en esa dirección, y los romanos adoptaron algunas de esas filosofías.
Una variedad popular de filosofía fue la fundada por Epicuro, nacido en la isla griega de Samos en 341 a. C. Estableció una escuela en Atenas, en 306 a. C., que tuvo gran éxito hasta su muerte en 270 a. C. Epicuro adoptó las creencias de algunos filósofos griegos anteriores, y consideraba que el Universo está formado por diminutas partículas llamadas átomos. Todo cambio consiste en la ruptura y el reordenamiento de grupos de átomos; había poco lugar en el pensamiento de Epicuro para la dirección intencional del hombre y del Universo por dioses. Era una filosofía esencialmente atea, aunque los epicúreos no eran fanáticos al respecto; practicaban alegremente rituales que consideraban sin sentido para evitar innecesarios escándalos o crearse situaciones difíciles para ellos.
En un universo formado por átomos en movimiento al azar, el hombre puede ser consciente de dos cosas: el placer y el dolor. Era evidente que el hombre debía comportarse de modo de gozar un máximo de placer y sufrir un mínimo de dolor. Sólo quedaba por determinar qué era realmente un máximo de placer. Epicuro pensaba que si un poco de algo brinda placer, mucho de ello no da necesariamente más placer. Morir de hambre por falta de alimento es doloroso, pero una indigestión por comer demasiado también lo es. El máximo de placer se obtiene comiendo con moderación, y lo mismo con otras alegrías de la vida. Además, es menester no olvidar los placeres del espíritu; del saber, de mejorar el discurso, de las emociones de la amistad y el afecto, placeres que, en opinión de Epicuro, eran mayores y más deseables que los placeres ordinarios del cuerpo.
No todos los epicúreos de siglos posteriores fueron tan sabios y moderados como Epicuro. Era fácil poner primero los placeres del cuerpo, y difícil ponerles límite. A fin de cuentas, ¿por qué no gozar de todo el placer que se pueda obtener ahora? Mañana puede ser demasiado tarde. Así, la palabra «epicúreo» ha entrado en nuestra lengua y ha llegado a significar «dado al placer». Tan popular se hizo la filosofía epicúrea que, para los judíos de los siglos posteriores a Alejandro, todos los griegos eran epicúreos. Todo judío que abandonaba su religión para adoptar costumbres griegas se convertía en un «epicúreo», y hasta el día de hoy el término judío para designar a un judío converso es «Apikoros».
Los romanos adoptaron las creencias epicúreas. Roma era mucho más rica y poderosa de lo que había sido nunca cualquier ciudad griega, y el lujo romano pedía alcanzar niveles más altos que el lujo griego. Por consiguiente, el epicureismo romano tendió a ser más basto que su versión griega. Bajo el Imperio, el epicureismo a menudo se convirtió en una excusa para el peor tipo de autocomplacencia.
Hallamos un ejemplo de un epicúreo romano en Cayo Petronio. Era un hombre capaz, que fue cónsul en una ocasión, y en otra, gobernador de Bitinia, en Asia Menor. Pero prefirió pasar su vida en el placer y el lujo (como los miembros de los actuales «círculos de alta sociedad»). Quizá no admiraba totalmente este modo de vida, pues es más conocido hoy por un libro llamado El Satiricón, que se le atribuye. En él se burla implacablemente del lujo tosco y de mal gusto de personas que tienen más riqueza que cultura y que no conocen otro uso del dinero que gastarlo.
Sin embargo, tan famoso se hizo por sus juicios en materia de placer, que se convirtió en alegre compañero de Nerón, quien apelaba a él para imaginar nuevas diversiones y juegos de modo de pasar el tiempo placenteramente. El era el «arbiter elegantiarum» («El juez en buen gusto y estilo»), por lo que a menudo se lo llama «Petronius Arbiter». Sin embargo, como muchos de los amigos y asociados de Nerón, Petronio tuvo mal fin. Las sospechas de Nerón, que eran siempre fáciles de despertar, cayeron sobre él, y Petronio prefirió suicidarse en el 66 antes que esperar la muerte a manos de otros.
Otra famosa escuela de filosofía griega fue fundada por Zenón, griego (posiblemente con algo de sangre fenicia) que había nacido en la isla semigriega y semifenicia de Chipre, aproximadamente por la época del nacimiento de Epicuro.
Zenón, como Epicuro, fundó una escuela en Atenas y enseñaba en un lugar de la plaza del mercado que estaba adornado por un pórtico o porche con pinturas de escenas de la guerra troyana. Era llamado la «Stoa poikile» (el «pórtico pintado»), por lo que las enseñanzas de Zenón fueron llamadas «estoicismo».
El estoicismo admitía la existencia de un Dios supremo y parece haber estado en camino hacia un tipo de monoteísmo. Pero también creía que los poderes divinos podían descender sobre toda clase de dioses menores y hasta sobre los seres humanos que eran deificados. De este modo, los estoicos se adaptaron a las prácticas religiosas prevalecientes.
El estoicismo comprendió la necesidad de evitar el dolor, pero no creyó que la elección del placer fuese el mejor camino para ello. No siempre se puede elegir el placer correctamente, y aunque se pueda, esto no hace más que abrir la puerta a un nuevo tipo de dolor: el de perder el placer de que se gozó antaño. La riqueza puede disiparse, la salud decaer y el amor morir. El único modo seguro de vivir una vida buena, decidieron los estoicos, es colocarse más allá del placer y del dolor; prepararse para no ser esclavo de la pasión o del temor, tratar la felicidad y la desdicha con indiferencia. Si no se desea nada, no se teme la pérdida de nada. Todo lo importante está dentro de uno mismo. Si somos dueños de nosotros mismos, no podemos ser esclavos de nadie. Si vivimos una vida rígidamente ajustada a un severo código moral, no necesitamos temer la torturante incertidumbre de las decisiones cotidianas. Hasta hoy, la palabra «estoico» es usada en castellano para significar «indiferente al placer y el dolor».
Naturalmente, tal filosofía no podía ser tan popular como la epicúrea, pero algunos romanos creían que las viejas virtudes romanas, la laboriosidad, la valentía y la firme devoción al deber, eran justamente las que valoraba el estoicismo. Por ello, hasta en los más fastuosos días del Imperio temprano, muchos se convirtieron a esta filosofía.
El más conocido de los estoicos romanos de este período era Séneca (Lucio Auneo Séneca), nacido alrededor del 4 a. C. en Corduba (la moderna Córdoba), de España. Su padre había sido un famoso abogado, y el joven Séneca también estudió derecho, asistió a una escuela estoica de Roma y llegó a ser tan famoso como orador que atrajo la favorable atención de Calígula. Después de morir éste, Séneca disgustó de algún modo a Mesalina, y ésta hizo que su marido, el emperador Claudio, lo desterrase de Roma, en 41. Pero Mesalina fue ejecutada, y la siguiente esposa de Claudio, Agripina, hizo volver a Séneca en el 49 para que fuese el tutor de su joven hijo Nerón. Séneca hizo todo lo que pudo para convertir a Nerón en un estoico, pero por desgracia, sus enseñanzas no echaron raíces.
Séneca escribió ensayos sobre la filosofía estoica y una serie de tragedias basadas en mitos griegos e imitando el estilo griego de Eurípides, pero tan llenas de resonancias y furias emocionales (extrañas en un estoico declarado), en lugar de sentimientos auténticos y pensamientos profundos, que no son muy admiradas en la actualidad, aunque son las únicas tragedias romanas que han llegado hasta los tiempos modernos.
Sin embargo, fue lo bastante popular en su época como para despertar la envidia de Nerón. Este, tan orgulloso de su propia obra, no podía soportar la idea de que la sociedad romana, en general, pensara que era en realidad Séneca quien escribía con el nombre de Nerón. Séneca fue relegado a la vida privada, y en 65 fue obligado a suicidarse, bajo la acusación de haber tomado parte en una conspiración contra el Emperador.
Pero no era de esperar que las clases más pobres de Roma se adhiriesen al epicureismo o al estoicismo. Carecían de la riqueza y el ocio necesarios para ser epicúreos, por mucho que lo hubiesen deseado, y era un triste consuelo para ellas que se las instase a despreciar los placeres cuando no tenían ningún placer que despreciar.
Se necesitaba algo más cálido y reconfortante, algo que un hombre pobre pudiese admitir, algo que prometiese una vida mejor después de la muerte para compensar la miserable vida sobre la Tierra.
Estaban, por ejemplo, las religiones mistéricas griegas, en las que los ritos no estaban al alcance de todos, sino sólo de los iniciados en ellos. Se suponía que quienes participaban en ellos eran discretos («mystes») con respecto a lo que experimentaban, y de aquí viene la expresión «religión mistérica» y el actual significado en castellano de la palabra «misterio» como algo secreto, inexplicado y hasta inexplicable.
Los ritos mistéricos, cualesquiera que fuesen, eran efectuados con una solemnidad que agitaba las emociones; unían a los participantes con lazos de hermandad; y permitían a los iniciados, según su propia creencia, tener una vida después de la muerte. Daban un sentido a la vida, hacían que la gente sintiese el calor de la unión con otros en un propósito común y ofrecían la promesa de que la muerte no era el final, sino la puerta de entrada a algo más grande que la vida.
La más venerada de las religiones mistéricas griegas era la de los misterios eleusinos, cuyo centro era Eleusis, lugar situado a unos pocos kilómetros al noroeste de la ciudad de Atenas. Se basaban en el mito griego de Deméter y Perséfone. Perséfone fue raptada y llevada al reino subterráneo de Hades, pero fue devuelta; esto aludía a la idea de la muerte de la vegetación en otoño y su renacimiento en la primavera, y más específicamente a la muerte del hombre seguida por un glorioso renacimiento. Otra variedad de este tipo de ritual eran los «misterios órficos», basados en la leyenda de Orfeo, quien también descendió al Hades y apareció nuevamente.
Aun después de la decadencia del poder político griego, las religiones mistéricas conservaron su importancia. Tan venerados eran los misterios eleusinos que Nerón, en ocasión de una visita oficial a Grecia en 66, pidió ser aceptado como iniciado. Pero se le negó porque había condenado a muerte a su madre, y este horrible crimen lo incapacitaba por siempre jamás para la comunión con los otros miembros de los ritos.
Es un notable tributo al valor asignado a los misterios el hecho de que quienes los dirigían no quebrantasen sus reglas para admitir a Nerón, aunque en todos los demás aspectos los griegos tratasen de complacerlo todo lo posible. Así, celebraron competiciones especiales en las que Nerón pudo medir sus fuerzas con profesionales griegos de la poesía, el canto, la lira, las carreras de carros, etcétera, y lo dispusieron todo para que recibiera el premio en todas las ocasiones. Más revelador aún de la importancia de los misterios es que Nerón, quien raramente permitía que lo contrariasen, no juzgara conveniente vengarse del insulto de ser rechazado por quienes se hallaban al frente de los misterios.
Los misterios griegos llevaban la marca de la razón y la moderación griegas. Pero a medida que la influencia romana penetró cada vez más al este, entró en contacto con religiones orientales aún más emocionales y coloridas, muchas de las cuáles también incluían el motivo de la muerte y renacimiento inspirado por el ciclo estacional de la vegetación.
En Asia Menor existía un antiguo culto de Cibeles, la Gran Madre de los Dioses, que en algunos aspectos era similar a la Deméter griega. Sus ritos se difundieron por Grecia en época temprana y, en 204 a. C., cuando los romanos estaban cerca del fin de su larga batalla contra el general cartaginés Aníbal, también ellos empezaron a rendir culto a Cibeles. Una piedra consagrada a ella que había caído del cielo (indudablemente, un meteorito), fue llevada con gran pompa de Asia Menor a Roma. Al principio, los romanos se sentían un tanto confusos en las ceremonias, y ante los extraños sacerdotes que habían sido importados junto con la piedra, pero en la época del Imperio temprano el culto de Cibeles llegó a ser uno de los más importantes en Roma.
Las deidades egipcias también se hicieron populares. En tiempos griegos, el dios y la diosa egipcios más importantes eran Osiris e Isis. Osiris pasaba por la muerte y la resurrección. Se suponía que sufría una reencarnación física en el toro sagrado Apis. Para los griegos, Osiris Apis se convirtió en «Serapis», y el culto de Serapis e Iris se hizo popular en Grecia alrededor del 200 a. C. Un siglo más tarde, estos ritos empezaron a invadir Roma. Augusto, que era un hombre anticuado, los desaprobaba, pero Calígula les dio la sanción oficial.
Las diosas como Deméter, Cibeles e Isis eran particularmente atractivas para las mujeres y, en verdad, para todos los que valorasen la compasión y el amor. Los dioses masculinos a menudo eran dioses de la cólera y la guerra, de modo que también los soldados podían tener el consuelo de la religión.
De las tierras situadas al este del Imperio Romano, de Partia o de Persia, llegó Mitra, figura divina que representaba el Sol. Siempre era pintado como un joven que apuñalaba un toro, y los ritos de iniciación incluían el sacrificio ritual de un toro. Las mujeres estaban excluidas de estos ritos, por lo que el mitraísmo era una religión esencialmente masculina, y particularmente de soldados. Empezó a hacer sus primeras intrusiones en Roma por la época de Tiberio.

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