jueves, octubre 20

parte 15. 3. El linaje de Vespasiano. Vespasiano

3. El linaje de Vespasiano
Vespasiano

El fin de Nerón fue, en cierto modo, un terrible desastre para Roma. Demostró a los romanos de todas partes que el cargo de emperador no pertenecía a una «familia real» como el linaje de Augusto, sino que podía ser otorgado a cualquiera, a generales, por ejemplo. El ejército no olvidó esta lección.
Además, la elección de Galba como general-emperador no fue muy feliz. Era un viejo de más de setenta años, tan agobiado por la edad que no podía caminar, sino que tenía que ser llevado en litera. Luego, para terminar, decidió economizar. Esta es una actitud que puede ser buena en sí misma, pero cuando economizó a expensas de los soldados, que esperaban gratificaciones de cada nuevo emperador y cuyo apoyo era esencial para Galba en particular, resultó ser una actitud suicida.
Otros ejércitos impulsaron a otros generales a luchar por el trono. Marco Salvio Otón, uno de los oficiales que había servido bajo Galba, provocó una rebelión porque éste había nombrado a otro como sucesor. Otón conquistó el favor de la guardia pretoriana, encolerizada por no haber recibido la gratificación que esperaba, y Galba fue muerto después de haber reinado siete meses.
Otón fue aceptado por el Senado (que no podía hacer otra cosa), pero sólo reinó tres meses, pues aunque el Senado lo aceptó, hubo otras secciones del ejército que lo rechazaron.
A la cabeza de las legiones de Germania estaba Aulo Vitelio, quien había sido nombrado para ese puesto por Galba. Cuando llegaron noticias de la muerte de Galba, las legiones se negaron a aceptar a Otón y proclamaron emperador a Vitelio. Marcharon hacia Italia, derrotaron a las tropas de Otón y, cuando Otón se suicidó, el camino quedó expedito para que Vitelio se declarase emperador y recibiese la sanción del Senado.
Pero en el ínterin, Vespasiano, el general que estaba sometiendo lentamente a los judíos rebeldes, también fue proclamado emperador. Ocupó Egipto (lo cual le dio el control sobre el aprovisionamiento de cereales de Roma) y luego volvió a Italia y derrotó a las tropas de Vitelio. Este fue muerto después de un reinado de medio año, y en 69 (822 A. U. C.) Vespasiano era Emperador.
Con Vespasiano, el cuarto emperador en poco más de un año (el 68-69 es llamado a veces el «año de los cuatro emperadores), la situación se tranquilizó. El nombre tribal de Vespasiano era Flavio, por lo que se dice que él fundó la «dinastía flavia» de emperadores romanos.
Vespasiano, como Galba, era de avanzada edad, pues tenía 61 años cuando fue elegido emperador. Pero a diferencia de Galba, era un hombre vigoroso de mente y cuerpo. Pudo haber establecido un despotismo militar, pues disponía del necesario apoyo del ejército para ello. Sin embargo, se consideraba a sí mismo como el sucesor de Augusto, y se propuso deliberadamente conservar el principado y su sistema de gobierno.
Su primera tarea fue la reforma. Las finanzas del Imperio estaban en ruinas como resultado de las derrochadoras extravagancias de hombres como Calígula y Nerón.
Por ello, Vespasiano reorganizó el sistema fiscal una vez más y se dispuso a imponer una rígida economía. Él mismo era un hombre austero que amaba la vida sencilla. No tenía pretensiones y no se avergonzaba en absoluto de provenir de una familia de clase media de escasa distinción. (Fue el primer emperador que no pertenecía a una familia aristocrática.) Fue acusado de mezquindad y avaricia por los mismos historiadores senatoriales que acusaron a Nerón de extravagancia, pero sólo hay que creer eso a medias. Hay toda clase de razones para creer que las economías de Vespasiano eran necesarias y beneficiosas.
Vespasiano también se dispuso a reorganizar el ejército, y disolvió algunas de las legiones que habían actuado más desordenadamente en la guerra civil que precedió a su ascenso al trono.
La reforma del ejército fue también particularmente necesaria porque desde la época de Augusto los ejércitos del Imperio fueron cada vez menos italianos. Esto era comprensible. Era tarea de las legiones estar permanentemente en guardia en fronteras muy distantes de Roma. Era más fácil y natural reclutarlas entre las provincias que debían ser protegidas. Los galos, panonios y tracios llenaban las filas y eran buenos soldados; muy a menudo se los recompensaba con la ciudadanía.
Esto tenía sus ventajas. Apresuraba la identificación con el Imperio de las provincias exteriores. Hacía más fácil la romanización, y difundía la lengua latina y la cultura grecorromana por las regiones más lejanas de Europa.
No obstante, la provincialización del ejército también tenía sus peligros. Un galo podía hablar latín, usar una toga y ser educado en la literatura griega y latina, pero no podía abrigar los mismos sentimientos con respecto a la abstracción de la historia y la tradición romanas. No podía sentir la misma continuidad con los romanos de tiempos pretéritos, quienes, a fin de cuentas, no eran sus antepasados y, de hecho, habían matado y conquistado a sus propios antepasados. Si era un soldado, se sentiría más inclinado a ser fiel a un jefe capaz en la guerra y hábil en el manejo de los hombres que a una ciudad y un Senado distantes que no conocía. Si su jefe decidiera marchar contra esa ciudad, lo seguiría.
Esto quedó demostrado definitivamente en 69, cuando ejércitos de España, Galia y Siria convergieron sobre Roma, cada uno de ellos en pro de su propio jefe.
Vespasiano no podía modificar esto; no podía llenar las legiones de italianos porque no había suficientes italianos dispuestos a luchar, y los provincianos eran soldados demasiado buenos para prescindir de ellos. Pero la guardia pretoriana, que estaba estacionada en Italia y que, puesto que se hallaba en el lugar, era la más peligrosa, debía ser cuidada. Sus miembros, al menos, debían ser italianos, y Vespasiano hizo que así fuera. Más aún, les dio como jefe a su propio hijo, Tito, como medio adicional de dominarla.
Vespasiano también reorganizó el Senado, destituyendo a sus miembros indignos, nombrando a otros buenos y cuidando mucho de que no participasen realmente en el gobierno. Pese a su propensión a la economía, emprendió obras públicas para embellecer la ciudad, sabiendo que esto daría empleo a algunos romanos y elevaría la moral de todos.
Con su firme liderazgo, también restauró el respeto por las armas romanas, que había caído muy bajo con el endeble y autocomplaciente Nerón. Una peligrosa revuelta de algunos cuerpos de ejército de la Galia fue aplastada y Tito completó la limpieza de Judea apoderándose de Jerusalén. Vespasiano anexó los últimos restos de distritos autónomos del Este y reorganizó las provincias de Asia Menor. La provincia de Siria fue extendida hacia el Este para incluir la importante ciudad mercantil de Palmira. De este modo se puso la región en condiciones de hacer frente a cualquier problema con los partos, en caso de que Partia creyese que la rebelión de Judea y la anarquía del 68 brindaban una ocasión propicia para iniciar una guerra. Partia comprendió la indirecta y permaneció en calma.
Tito volvió a Roma en 71 con los despojos de la guerra de Judea y un magnífico triunfo se celebró en homenaje al padre y al hijo. La popularidad de la nueva dinastía estaba asegurada.
En Britania, la conquista romana, suspendida bajo Nerón, fue reanudada en 77. Bajo el mando de un dinámico general, Cneo Julio Agrícola, Gales fue conquistada y las armas romanas avanzaron hacia el Norte, hasta cerca de la moderna Aberdeen, en 83. Una flota romana llegó a navegar alrededor del norte de Escocia y se proyectó la invasión de Irlanda. Después de la campaña de Agrícola, las partes conquistadas de Britania se romanizaron rápidamente.
Pero poco después de comenzar la campaña de Britania, la vida de Vespasiano estaba llegando a su fin. Sabía que se estaba muriendo y, aludiendo a la costumbre romana ya establecida de rendir honores divinos a los emperadores muertos, dijo con trágico humor: «Siento que me estoy convirtiendo en un dios». En el momento final, pidió a quienes lo rodeaban que le ayudasen a levantarse. «Un emperador —dijo— debe morir de pie.»
Cuando murió, en 79 (832 A. U. C.), dejó el principado y el Imperio también en pie. Diez años de gobierno de Vespasiano habían remediado las consecuencias de las locuras de Nerón.

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