El fin de Nerón
Nerón, como casi todos los primeros emperadores, desconfiaba de la aristocracia romana, y hasta la temía. Siempre tuvo miedo de que los senadores soñasen con el poder y la gloria pasados y, por ende, mantenía un ojo vigilante y una mano firme sobre ellos. La crueldad de Nerón sólo sirvió para alentar al Senado a comparar su lamentable situación con la gloria del pasado y a conspirar contra el Emperador.
En 65, hubo un movimiento secreto para eliminar a Nerón y reemplazarlo por un senador llamado Cayo Calpurnio Pisón. Por desgracia, los conspiradores no actuaron con rapidez, sino que estuvieron indecisos durante el tiempo suficiente para que alguien informase a Nerón. El Emperador actuó enérgicamente e hizo ejecutar a todos los que estaban relacionados (o de los que se sospechaba que lo estaban) con la conspiración. Séneca y Petronio fueron obligados a suicidarse a la sazón y, un poco más tarde, también Corbulón, el triunfante general que había combatido a los partos.
La muerte de Corbulón no podía ser popular en el ejército, o entre los otros comandantes de los legionarios en particular. La ejecución de unos pocos senadores o aristócratas no preocupaba a un general, pero se inquietaba cuando se mataba a otros generales.
También la revuelta de Judea era algo embarazoso para el orgullo romano, pues unos pocos y miserables campesinos judíos tenían en jaque a la flor del ejército romano. Lo más sencillo parecía culpar de ello a la mala administración del gobierno. Y era tanto más fácil cuanto que la gira de Nerón por Grecia era una muestra patente de la locura imperial, mientras los soldados morían. (Este era el verdadero acto de «tocar el violín» mientras Roma ardía.) La exhibición de Nerón en Grecia, donde intervino en varios juegos, también era indignante para todos aquellos romanos quienes aún creían que el jefe del gobierno romano debía ser un guerrero y un estadista, no un cómico de la legua.
En diversos lugares, las legiones de las provincias se rebelaron y trataron de proclamar sus emperadores particulares. Nerón volvió apresuradamente a Italia en 68 (821 A. U. C.), pero la situación empeoró. Las legiones de España proclamaron emperador a su comandante, Servio Sulpicio Galba. La guardia pretoriana lo aceptó y declaró a Nerón enemigo público.
Lo único que a Nerón le quedaba por hacer era suicidarse. Después de muchas vacilaciones, se clavó una espada, llorando mientras exclamaba (según la tradición): « ¡Qué gran artista pierde el mundo! » Sólo tenía treinta y un años en el momento de su muerte.
Nerón fue el último emperador descendiente de Augusto. Si contamos a partir del 48 a. C., cuando Julio César derrotó a Pompeyo, la casa julío-claudiana dominó en Roma durante más de un siglo y dio un dictador y cinco emperadores.
Pero la muerte de Nerón no destruyó la tradición julio-claudiana. Hubo docenas de emperadores después de Nerón y, aunque ninguno de ellos tenía una gota de la sangre de César y Augusto en sus venas, todos ellos adoptaron los títulos imperiales de César y Augusto.
De hecho, la palabra «César» llegó a ser sinónimo de «emperador», por lo que en tiempos modernos los emperadores de Alemania y de Austria-Hungría fueron llamados «Kaiser», ortografía alemana (y pronunciación correcta) del latín «Caesar». La palabra rusa «Zar» o «Czar» también deriva de «Caesar». Todavía en 1946, Bulgaria estaba gobernada por el zar Simeón II, y hasta 1947 hubo un emperador británico de la India cuyo título era «Kaiser-i-Hind». Así, durante dos mil años después del asesinato de Julio César, su nombre pervivió entre los gobernantes del mundo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario