El cristianismo
Quedan por mencionar las religiones que surgieron en Judea. La primera de ellas fue el mismo judaísmo, que se expandió desde Judea hacia el exterior con los judíos que se asentaban en las diversas ciudades del Imperio, particularmente en el Este, aunque también había una colonia bastante considerable en la misma Roma.
En verdad, con el tiempo, los judíos que vivían fuera de Judea superaron en número a los que habían permanecido en la tierra tradicional. Y aunque aprendiesen a hablar griego y olvidasen el hebreo, no olvidaron su religión. Su libro sagrado, la Biblia, fue traducida al griego para los judíos que ya no podían leer el original hebreo en fecha tan temprana como el 270 a. C.
Hasta había judíos que recibían una educación griega y podían defender las creencias judaicas en términos comprensibles para los griegos y los romanos de la época. El más destacado de ellos fue Philo Judaeus (Filón el Judío), quien nació en Alejandría por el 20 a. C. y, en su vejez, encabezó la delegación a Roma que iba a defender la causa de los judíos ante Calígula.
En los últimos días de la República y los primeros del Imperio, el judaísmo hizo conversos entre los romanos, incluidos algunos que estaban en elevada posición.
Se hubiera difundido más aún si hubiese estado dispuesto a transigir. Otras religiones tenían sus ritos especiales, pero no impedían a sus miembros participar en el culto imperial. El judaísmo, en cambio, quería que sus prosélitos abandonasen hasta las formas más inocuas de sus antiguos cultos. Esto significaba que los romanos que deseaban hacerse judíos debían abandonar la religión del Estado, apartarse de la sociedad y aun correr el riesgo de que se levantase contra ellos la seria acusación de traición.
Además, el ritual judío era bastante complicado y difícil para cualquiera que no hubiese nacido y sido educado en él. Partes de ese ritual parecían irracionales y confusas para los educados en la filosofía griega. Por añadidura, todo el que quisiese ser judío tenía que someterse a la penosa operación de la circuncisión. Por último, el judaísmo en sentido estricto estaba centrado en Judea, y el Templo de Jerusalén era el único lugar donde alguien podía realmente acercarse a Dios.
El último golpe que dio fin a toda posibilidad de que los judíos lograsen prosélitos fue la sangrienta revuelta de Judea. Los judíos se convirtieron entonces en peligrosos enemigos de Roma y se hicieron más impopulares que nunca en todo el Imperio.
Sin embargo, el judaísmo no era una religión monolítica; había sectas dentro de él, y algunas de ellas eran más afines a los diversos no-judíos («gentiles») del Imperio que otras.
Una de esas sectas fue la creada por los discípulos de Jesús (véase página). Después de la crucifixión de Jesús, podía haberse pensado que sus seguidores se dispersarían, puesto que su muerte parecía reducir al ridículo sus pretensiones mesiánicas. Pero se difundió la historia de que fue visto nuevamente tres días después de la crucifixión, y que había vuelto de la muerte. No era meramente un Mesías humano, un rey que restauraría la monarquía judía; era un Mesías divino, el Hijo de Dios, cuyo Reino estaba en el Cielo y que retornaría pronto (aunque nadie sabía exactamente cuándo) para juzgar a todos los hombres e instaurar la ciudad de Dios.
Los cristianos (como fueron llamados luego los discípulos de Jesús y sus seguidores), al principio siguieron siendo judíos en sus creencias y rituales, y obtuvieron sus conversos principalmente entre los judíos.
Pero muchos judíos siguieron siendo férreamente nacionalistas. No querían un Mesías que había muerto y dejado la nación esclavizada; querían un Mesías que se manifestase gloriosamente liberándolos de Roma. Este fue uno de los factores que llevó a la desastrosa rebelión contra Roma.
En esa rebelión, los cristianos no tomaron parte alguna. Ya tenían su Mesías; Roma no iba a durar eternamente, y era un error anticipar los planes de Dios para la culminación de la historia secular. La no violencia predicada por los cristianos, el deber de ofrecer la otra mejilla, de amar a los propios enemigos y de dar al César lo que era del César, también les impidió tomar parte en la rebelión.
Esta renuncia de los judíos cristianos a unirse a sus compatriotas judíos en la guerra contra Roma hizo impopular el cristianismo entre los judíos que sobrevivieron, y ya no hizo progresos entre ellos. Tampoco los judíos, en general, han aceptado a Jesús como el Mesías hasta el día de hoy, pese a las mayores presiones posibles.
Pero si el cristianismo fracasó entre los judíos, no ocurrió lo mismo con otros pueblos. Esto fue el resultado en gran medida de un judío llamado Saulo, quien en su trato con el mundo de los gentiles era conocido por el nombre similar, pero de resonancias más romanas, de Pablo.
Pablo nació en la ciudad de Tarso, en la costa meridional de Asia Menor, al parecer en el seno de una familia acomodada, pues su padre (y por tanto él mismo) era ciudadano romano. Recibió una educación judía estricta en Jerusalén y fue ortodoxo en sus creencias, tan ortodoxo que en su primer encuentro con las enseñanzas de los cristianos quedó horrorizado por su blasfemia y tuvo un papel de primera línea en los movimientos de persecución contra ellos. Se ofreció para viajar a Damasco a fin de dirigir allí el movimiento anticristiano, pero, según el relato de la Biblia, Jesús se le apareció en el camino, y desde ese momento fue un ardiente cristiano.
Pablo empezó a predicar el cristianismo a los gentiles y, al hacerlo, llegó a la creencia de que el intrincado ritual del judaísmo no era esencial para la religión verdadera y que hasta podía llevar a alejarse de ella al concentrar la atención en detalles insignificantes y oscurecer la esencia interior («pues la letra mata, pero el espíritu da vida»).
Para ser cristiano, pues, un gentil no necesitaba circuncidarse, ni tenía que observar todo el rigor del ritual judío ni asumir el nacionalismo judío y venerar el Templo de Jerusalén.
Casi inmediatamente el cristianismo empezó a difundirse por las ciudades de Asia Menor y Grecia, y más tarde en la misma Italia. La crucifixión y resurrección de Jesús, y los ritos con que se conmemoraban estos sucesos, recordaban las religiones mistéricas. La figura de María, la madre de Jesús, brindaba un suavizante toque femenino. Sus costumbres austeras eran como las de los estoicos. El cristianismo parecía tener algo que agradaba a todo el mundo.
En verdad, el cristianismo tenía una flexibilidad que el judaísmo nunca tuvo. Cuando el cristianismo se difundió entre personas que no sabían nada del judaísmo pero mucho sobre sus propias costumbres paganas, el nuevo credo adaptó a sus propios fines la filosofía griega y las costumbres paganas.
El mitraísmo, por ejemplo, que fue el principal competidor del cristianismo durante un par de siglos, celebraba el 25 de diciembre como su principal festividad. El mitraísmo era una forma de culto del sol, y el 25 de diciembre estaba cerca del momento del solsticio de invierno, cuando el sol de mediodía desciende a su punto máximo al Sur y comienza su lento retorno hacia el Norte. Este es, en cierto sentido, el nacimiento del Sol, la garantía de que el invierno terminará algún día y de que la primavera volverá, y con ella una nueva vida. Esta época del año era celebrada también por otras religiones. Los antiguos romanos consagraban ese período a su dios de la agricultura, Saturno, y las celebraciones recibían el nombre de saturnales. Las saturnales eran momentos de buena voluntad entre los hombres (hasta a los esclavos se les permitía participar en la festividad en un temporal rango de igualdad), de festejos y de regalos.
Los cristianos, al hallar irresistibles las emociones de la estación del renacimiento del Sol, las adaptaron a sus creencias, en vez de luchar contra ellas. Dieron a las emociones un nuevo uso. Puesto que la Biblia no dice exactamente cuándo se produjo el nacimiento de Jesús, se lo podía ubicar en el 25 de diciembre tanto como en cualquier otra fecha; esta fecha se convirtió en la Navidad y su celebración subsiste hasta hoy. Y aún hoy la fiesta de Navidad tiene algo de las características de las viejas saturnales.
Para los romanos, en general, al menos durante el medio siglo posterior a la muerte de Jesús, los cristianos eran meramente otra secta judía. En verdad, parecían más fastidiosos que otras sectas judías, pues se esforzaban duramente por lograr conversos.
Puesto que los cristianos no adoraban a los dioses romanos oficiales, eran considerados ateos. Y puesto que no participaban del culto imperial, eran considerados radicales peligrosos y posibles traidores. De hecho, los romanos juzgaban a los primeros cristianos de manera muy similar a como la mayoría de los norteamericanos de hoy juzgan a los comunistas.
Este sentimiento llegó a un punto decisivo en 64 (817 A. U. C.), cuando estalló un gran incendio que duró seis días y destruyó casi totalmente la ciudad. No es difícil imaginar cómo puede empezar un incendio de este género. Las partes más pobres de Roma tenían construcciones de madera raquíticas y superpobladas. Los métodos modernos de prevención de incendios eran desconocidos y no existían los equipos modernos para la extinción del fuego. Era fácil que cualquier incendio que se produjese no pudiera ser dominado y destruyese la ciudad. Grandes incendios se habían producido en Roma antes de Nerón y otros más iban a tener lugar después de él, pero al parecer ese del 64 fue el peor del que haya quedado noticia.
Nerón estaba en Antium (la moderna Anzio), en la costa, a unos cincuenta kilómetros al sur de Roma, cuando el fuego estalló. Al recibir las noticias del incendio, Nerón volvió apresuradamente e hizo lo que pudo para organizar operaciones de rescate, creó refugios temporales para los que se habían quedado sin hogar, etcétera.
Al parecer su manía por el espectáculo pudo más que él en un momento. Al contemplar el terrible espectáculo de la enorme ciudad en llamas iluminando el horizonte a su alrededor, recordó el incendio de la ciudad de Troya y, agarrando su lira, no pudo resistir la tentación de cantar alguna famosa canción sobre ese escenario. Esto ha sido recordado desde entonces en el relato de que Nerón «tocaba el violín» (el violín no fue inventado hasta muchos siglos después) mientras Roma ardía.
Se hizo algún intento de modificar las condiciones que habían dado origen al fuego. Los peores tugurios quedaron totalmente arrasados y se intentó regular la reconstrucción, limitando la altura de los edificios y aumentando los materiales resistentes al fuego, al menos en los pisos inferiores. Hubiera sido una buena oportunidad para reconstruir Roma según un plan racional, pero los viejos propietarios tendían a reconstruir donde lo habían hecho antes y Roma fue una ciudad tan enmarañada y sin plan como lo había sido antes.
Nerón aprovechó la oportunidad para hacerse construir un nuevo y magnífico palacio de hormigón y ladrillos, construcción resistente y a prueba del fuego que se puso de moda en lo sucesivo, entre quienes podían permitírselo.
El pueblo romano sospechó que el incendio había sido premeditado, y Nerón quizá pensó que sus enemigos difundirían la versión de que el mismo Emperador había provocado el fuego. Nerón decidió adelantarse y acusó a los cristianos. Eran un fácil chivo emisario y, como resultado de ello, se inició la primera persecución organizada contra los cristianos.
Muchos fueron muertos obligados a enfrentarse desarmados con leones en la arena o de otras horribles maneras. Según la tradición, Pablo estaba en Roma por entonces y también Pedro, el principal discípulo de Jesús y jefe de la comunidad cristiana de la ciudad. (Pedro es considerado el primer obispo de Roma y, por lo tanto, el primer papa, según la doctrina católica romana.) Se supone que Pedro y Pablo sufrieron el martirio en esa persecución.
Pero las persecuciones fueron llevadas a tales extremos que, hasta según historiadores no cristianos, el populacho romano sintió piedad. En definitiva, tales persecuciones hicieron más para estimular el crecimiento del cristianismo que para impedirlo.
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