Calígula
Tiberio murió en 37 (790 A. U. C.), después de un reinado de treinta y tres años, y nuevamente se planteó el problema de la sucesión.
Tiberio no tenía hijos vivos, y Germánico, su sobrino, en un principio su heredero, había muerto hacía tiempo. Pero Germánico había dejado hijos. Algunos estaban ya muertos, pero uno quedaba vivo. Era Cayo César, sobrino nieto de Tiberio, bisnieto de Livia (la esposa de Augusto) por su padre y bisnieto del mismo Augusto, y también de Marco Antonio, por su madre.
Cayo César había nacido en el 12, mientras Germánico y Agripina, su padre y su madre, se hallaban en un campamento en Germania. Pasó sus primeros años entre las legiones, y los rudos legionarios al parecer estaban encantados de la novedad de tener en medio de ellos al pequeño hijo de su comandante. Germánico utilizó al niño en su campaña para mantener alta la moral de los soldados y lo vistió con un uniforme de soldado, inclusive unas pequeñas botas militares. Los soldados quedaron locos de entusiasmo al verlo y llamaron al niño «Calígula» («botitas»). El apodo le quedó, y es conocido en la historia solamente por ese tonto nombre.
Calígula, a diferencia de Augusto y Tiberio, no estaba formado en la vieja tradición de Roma. Había sido criado en la corte imperial, donde, por una parte, fue pretendo como posible heredero y vivió en medio del mayor lujo, y, por la otra, su vida estuvo en constante peligro a causa de las intrigas cortesanas, de modo que se hizo temeroso y receloso. Tuvo como amigos a varios de los príncipes de los reinos satélites orientales, quienes estaban en Roma por una u otra razón. Uno de ellos era Herodes Agripa, nieto del primer Herodes de Judea. De estos amigos, Calígula aprendió a gustar del tipo oriental de monarquía.
El gobierno de Calígula se inició con tranquilidad y fue, de hecho, saludado con regocijo, pues la corte era más alegre que en los días del viejo y sombrío Tiberio, y el joven emperador parecía liberal y agradable. Era tan liberal, en efecto, que gastó alegremente en un año todo el excedente que Augusto y Tiberio habían ahorrado prudentemente en el tesoro durante casi setenta años de cuidadoso gobierno.
Pero en el 38 Calígula cayó gravemente enfermo, y cuando se recuperó todo cambió. No hay duda de que la enfermedad había afectado a su mente y que estuvo totalmente desequilibrado durante los últimos escasos años de su vida. Los futuros historiadores senatoriales hicieron remontar su enfermedad mental a sus años tempranos y lo consideraron un monstruo desde el principio, y aunque indudablemente exageraron, quizás haya algo de verdad en esto.
Después del 38, la manía de gastar de Calígula aumentó, y se vio obligado a tomar medidas excepcionales para obtener el dinero que necesitaba. La necesidad de dinero constituye una fuerte tentación a la tiranía, pues si un hombre rico es condenado por traición y ejecutado, puede confiscarse su propiedad por el Estado e ir a manos del emperador. Que la acusación sea injusta, no importa. Como ejemplo particularmente flagrante, Calígula hizo que Tolomeo, el inofensivo rey de Mauritania, y también descendiente de Marco Antonio (véase página), fuese llevado a Roma y ejecutado. Entonces pudo confiscar el tesoro mauritano.
Calígula trató de convertir el Principado de Augusto en una monarquía oriental y de hacerse adorar como ser divino.
En realidad, en las más antiguas culturas (con la conspicua excepción de los judíos) se otorgaba un culto divino a seres humanos muertos y a veces a los vivos. Los emperadores romanos a menudo fueron deificados después de su muerte y se les rendía honores rituales rutinarios. Esto no significaba mucho en una sociedad politeísta, y agradaba al Senado, pues era éste el que debía votar o no los honores divinos. Ocurrió a menudo que el único modo en que el Senado pudo vengarse de un emperador que lo tiranizó en vida era negarle honores divinos después de su muerte. Ello no afectaba al emperador muerto, desde luego, pero hacía sentirse satisfechos a los senadores vivos.
Pero, en su megalomanía, Calígula fue más allá y quiso que se le otorgaran honores divinos mientras aún vivía. Esto iba contra las costumbres romanas, pero no carecía de precedentes en otras culturas. Los faraones egipcios, por ejemplo, eran considerados dioses vivientes. Esto no era tan ridículo para los egipcios como nos parece hoy, pues mucho depende de la definición de «dios» que se dé. La seguridad y la ceremonia de que se rodea un jefe de Estado moderno no lo hace similar a un dios a nuestros ojos, quienes somos conscientes del poder trascendente del Dios que adoramos, pero hubiese podido hacerle parecer un dios a una cultura antigua, para quienes los dioses muy a menudo tenían debilidades humanas entre sus características.
Mas para los romanos, la vista de un joven emperador vestido como Júpiter y que exigía la colocación de su propia estatua en lugar de la de Júpiter en los templos era muy inquietante.
Augusto y Tiberio sólo habían sido «primeros ciudadanos». Su título era el de «Princeps». Cualesquiera que fuesen sus poderes, en teoría no eran más que ciudadanos romanos, y otros ciudadanos romanos eran sus iguales, siempre en teoría. Pero si Calígula se convertía en un rey-dios, sería mucho más que un ciudadano. Todos los pueblos del Imperio, incluidos los ciudadanos romanos, serían sus súbditos y esclavos por igual. Entonces, un ciudadano romano no tendría más derechos que cualquier provinciano no ciudadano.
Se formaron conspiraciones contra Calígula. Una de ellas finalmente tuvo éxito y, en 41 (794 A. U. C.), Calígula, junto con su mujer y su hija, fueron asesinados por un contingente de la guardia pretoriana. Aún no tenía treinta años por entonces.
No hay comentarios:
Publicar un comentario