lunes, febrero 20

Libro sexto capítulo 1

LIBRO SEXTO
I. Recelándose César por varios indicios de mayor revolución en
la Galia, trata de reclutar nuevas tropas por medio de sus legados
Marco Silano, Cayo Antistio Regino y Tito Sertio; pide asimismo al
procónsul Cneo Pompeyo, pues que por negocios de la república se
hallaba mandando cerca de Roma, ordenase a los soldados que en la
Galia Cicalpina había alistado siendo cónsul, acudiesen a sus
banderas y viniesen a juntarse con él; juzgando importar mucho, aun
para en adelante, que la Galia entendiese ser tanto el poder de Italia,
que si alguna pérdida padecía en la guerra, no sólo era capaz de
resarcirla presto, sino también de sobreponerse a ella. En efecto,
satisfaciendo Pompeyo a la petición de César como celoso del bien
público y buen amigo, llenando su comisión prontamente los legados,
completas tres legiones y conducidas antes de acabarse el invierno,
doblado el número de las cohortes que perecieron con Titurio, hizo
ver no menos por la presteza que por los refuerzos hasta dónde
llegaban los fondos de la disciplina y potencia del Pueblo Romano.
II. Muerto Induciomaro, como se ha dicho, los trevirenses dan
el mando a sus parientes. Éstos no pierden ocasión de solicitar a los
germanos y ofrecer dineros.108 No pudiendo persuadir a los vecinos,
van tierra adentro; ganados algunos, hacen que los pueblos presten
juramento, y para seguridad de la paga les dan fiadores, haciendo
liga con Ambiórige. Sabido esto, César, viendo por todas partes
aparatos de guerra; a los nervios, aduáticos y menapios juntamente
con todos los germanos de esta parte del Rin, armados; no venir los
de Sens al emplazamiento, sino coligarse con los chartreses y
rayanos, y a los germanos instigados con repetidos mensajes de los
trevirenses, determinó salir cuanto antes a campaña. En
consecuencia, sin esperar al fin del invierno, al frente de cuatro
legiones las más inmediatas, entra por tierras de los nervios, y antes
que pudiesen o apercibirse o escapar, habiendo tomado gran cantidad
de ganados y personas, y repartido entre los soldados, gastados sus
campos, los obligó a entregarse y darle rehenes. Concluido con
brevedad este negocio, remitió las legiones a sus cuarteles de
invierno.
III. En la primavera llamando a Cortes de la Galia, según lo
tenía pensado, y asistiendo todos menos los de Sens, de Chartres y
Tréveris, persuadido de que tal proceder era lo mismo que rebelarse
y declarar la guerra, para mostrar que todo lo posponía a esto,
trasladó las Cortes a París. Su distrito confinaba con el de Sens, y en
tiempos pasados estaban unidos los dos, pero se creía que no había
tenido parte en esta conjuración. Intimidada la traslación desde el
solio, en el mismo día se puso en camino para Sens acompañado de
las legiones, y a grandes jornadas llegó allá.
IV. Luego que Acón, autor de la conjura, supo su venida,
manda que todos se recojan a las fortalezas. Mientras se disponen,
antes de poderlo ejecutar, viene la noticia de la llegada de los
romanos; con que por fuerza mudan de parecer, envían diputados a
excusarse con César, y ponen por mediadores a los eduos, sus
antiguos protectores. César, a petición de dios, les perdona de buena
gana, y admite sus disculpas, atento que se debía emplear el verano
en la guerra inminente y no en pleitos. Multándolos en cien rehenes,
se los entrega a los eduos en custodia. También los de Chartres
envían allá embajadores y rehenes valiéndose de la intercesión de los
remenses sus patronos, y reciben la misma respuesta de César, que
cierra las Cortes, mandando a las ciudades contribuir con gente de a
caballo.
V. Sosegada esta parte de la Galia, todas sus miras v
atenciones se dirigen a la expedición contra los trevirenses y
Ambiórige. Da orden a Cavarino109 que le siga con la brigada de Sens
para evitar las pendencias que podrían originarse o del enojo de éste,
o del odio que se había acarreado de sus ciudadanos. Arreglado esto,
teniendo por cierto que Ambiórige no se arriesgaría a una batalla,
andaba indagando cuáles eran sus ideas. Los menapios, vecinos a los
eburones, cercados de lagunas y bosques eran los únicos que nunca
trataron de paz con César. No ignoraba tener con ellos Ambiórige
derecho de hospedaje, y haber también contraído amistad con los
germanos por medio le los trevirenses. Parecióle por tanto privarle
ante todas cosas de estos recursos, no fuese que o desesperado se
guareciese entre los menapios, o se viese obligado a unirse con los
germanos de la otra parte del Rin. Con este fin remite a Labieno los
bagajes de todo el ejército con la escolta de dos legiones, y él con
cinco a la ligera marcha contra los menapios. Éstos, sin hacer gente
alguna, fiados en la fortaleza del sitio, se refugian entre los sotos y
lagos con todos sus haberes.
VI. César, repartiendo sus tropas con el legado Cayo Fabio y el
cuestor Marco Craso, formados de pronto unos pontones, acomete
por tres partes, quema caserías y aldeas, y coge gran porción de
ganado y gente. Con cuya pérdida forzados los menapios, le
despachan embajadores pidiendo paz. Él, recibidos rehenes en
prendas, protesta que los tratará como a enemigos si dan acogida en
su país a la persona de Ambiórige, o a sus legados. Ajustadas estas
cosas, deja en los menapios a Comió el de Artois con su caballería
para tenerlos a raya, y él toma el camino de Tréveris.
VII. En esto los trevirenses, con un grueso ejército de infantes
y caballos se disponían a atacar por sorpresa a Labieno, que con una
legión sola invernaba en su comarca. Y ya estaban a dos jornadas no
más de él, cuando tienen noticia de las dos legiones enviadas por
César. Con eso, acampándose a quince millas de distancia,
determinan aguardar los socorros de Germania. Labieno, calado el
intento de los enemigos, esperando que el arrojo de ellos le
presentaría ocasión de pelear con ventaja, dejadas cinco cohortes en
guardia de los bagajes, él con veinticinco y buen golpe de caballería
marcha contra el enemigo, y a una milla de distancia fortifica su
campo. Mediaba entre Labieno y el enemigo un río110 de difícil paso y
de riberas escarpadas. Ni él pensaba en atravesarlo, ni creía tampoco
que los enemigos lo pasasen. Creciendo en éstos cada día la
esperanza de pronto socorro, dice Labieno en público, «que supuesto
corren voces de que los germanos están cerca, no quiere aventurar
su persona ni el ejército, y que al amanecer del día siguiente alzará el
campo». Al punto dan parte de esto al enemigo; que como había
tantos galos en la caballería, algunos, llevados del afecto nacional,
favorecían su partido. Labieno, por la noche, llamando a los tribunos
y centuriones principales, les descubre lo que pensaba hacer, y a fin
de confirmar a los enemigos en la sospecha de su miedo, manda
mover las tropas con mayor estruendo y batahola de lo que
ordinariamente se usa entre los romanos. Así hace que la marcha
tenga apariencias de huida. También de esto avisan sus espías a los
enemigos antes del alba, estando como estaban cercanos a nuestras
tiendas.
VIII. No bien nuestra retaguardia había desfilado de las
trincheras, cuando los galos unos a otros se convidan a no soltar la
presa de las manos: ser por demás, estando intimidados los
romanos, esperar el socorro de los germanos, y contra su decoro, no
atreverse con tanta gente a batir un puñado de hombres, y esos
fugitivos y embarazados. En resolución, atraviesan el río, y traban
batalla en lugar harto incómodo. Labieno, que lo había adivinado,
llevando adelante su estratagema, caminaba lentamente hasta
tenerlos a todos de esta parte del río. Entonces, enviando algún
trecho adelante los bagajes, y colocándolos en un ribazo: «He aquí,
dice, oh soldados, la ocasión que tanto habéis deseado: tenéis al
enemigo empeñado en paraje donde no puede revolverse; mostrad
ahora bajo mis órdenes el esfuerzo de que habéis dado ya tantas
pruebas a nuestro jefe; haced cuenta que se halla él aquí presente y
os está mirando. » Dicho esto, manda volver las armas contra el
enemigo, y destacando algunos caballos para resguardo del bagaje,
con los demás cubre los flancos. Los nuestros súbitamente, alzando
un grande alarido, disparan sus dardos contra los enemigos; los
cuales, cuando impensadamente vieron venir contra sí a banderas
desplegadas a los que suponían fugitivos, ni aun sufrir pudieron su
carga, y vueltas al primer choque las espaldas, huyeron a los bosques
cercanos; mas alcanzándolos Labieno con su caballería, mató a
muchos, prendió a varios, y en pocos días recobró todo el país.
Porque los germanos que venían de socorro, sabida la desgracia, se
volvieron a sus casas, yendo tras ellos los parientes de Induciomaro,
que como autores de la rebelión abandonaron su patria, y cuyo
señorío y gobierno recayó en Cingetórige111 que, según va declarado,
siempre se mantuvo leal a los romanos.
IX. César, llegado a Tréveris después de la expedición de los
menapios, determinó pasar el Rin, por dos razones: la primera,
porque los germanos habían enviado socorros a los trevirenses; la
segunda, porque Ambiórige no hallase acogida en sus tierras. Con
esta resolución da orden de lanzar un puente poco más arriba del
sitio por donde la otra vez transportó el ejército. Instruidos ya de la
traza y modo los soldados, a pocos días, por su gran esmero dieron
concluida la obra. César, puesta buena guarnición en el puente por la
banda de Tréveris para precaver toda sorpresa, pasa las demás
tropas y caballería. Los ubios,112 que antes le habían dado rehenes y
la obediencia, por sincerarse le despachan embajadores protestando
no haber concurrido al socorro de los trevirenses, ni violado la fe; por
tanto, le suplican rendidamente no los maltrate, ni los envuelva en el
odio común de los germanos, castigando a los inocentes por los
culpados; que si quiere más rehenes, están prontos a darlos.
Averiguado el hecho, se certifica que los suevos fueron los que
prestaron los socorros; con que recibe a los ubios en su gracia, y se
informa de los caminos por donde se podía entrar en la Suevia.
X. En esto, a pocos días le avisan los ubios cómo los suevos
iban juntando todas sus tropas en un lugar, obligando a las naciones
sujetas a que acudiesen con sus gentes de a pie y de a caballo.
Conforme a estas noticias, hace provisión de granos, y asienta sus
reales en sitio ventajoso. Manda a los ubios a recoger los ganados y
todas sus haciendas de los campos a poblado, esperando que los
suevos, como gente ruda y sin disciplina, forzados a la penuria de
alimentos, se resolverían a pelear, aun siendo desigual el partido.
Encarga que por medio de frecuentes espías averigüen cuanto pasa
en los suevos. Hacen dios lo mandado, y después de algunos días,
vienen con la noticia de que los suevos, desde que supieron de cierto
la venida de los romanos, con todas sus tropas y las auxiliares se
habían retirado tierra adentro a lo último de sus confines. Allí se
tiende una selva interminable llamada Bacene, que puesta por
naturaleza como por barrera entre los suevos y queruscos, los
defiende recíprocamente para que no se hagan mal ni daño los unos
a los otros. A la entrada de esta selva tenían determinado los suevos
aguardar a los romanos.

108
Los trevirenses a las comunidades atraídas, con promesas de dinero, a su partido.
109
Véase Libro V, c. 56.
110
Ya se ha dicho que era el Mosa.
111
Véase Libro V, c. 3. 56.
112
Territorio de Colonia.

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