viernes, diciembre 23

FELIZ NAVIDAD

ME VOY DE VACACIONES, Y NO VUELVO HASTA EL DÍA 2 DE DICIEMBRE.

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Por lo tanto:

FELIZ NAVIDAD, Y PROSPERO AÑO NUEVO A TODOS...

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INDICE

LIBRO PRIMERO. CAP1

LIBRO PRIMERO
I. La Galia1 está dividida en tres partes: una que habitan los belgas, otra los aquitanos, la tercera los que en su lengua se llaman celtas y en la nuestra galos. Todos estos se diferencian entre sí en lenguaje, costumbres y leyes. A los galos separa de los aquitanos el río Carona, de los belgas el Marne y Sena. Los más valientes de todos son los belgas, porque viven muy remotos del fausto y delicadeza de nuestra provincia; y rarísima vez llegan allá los mercaderes con cosas a propósito para enflaquecer los bríos; y por estar vecinos a los germanos, que moran a la otra parte del Rin, con quienes traen continua guerra. Ésta es también la causa porque los helvecios2 se aventajan en valor a los otros galos, pues casi todos los días vienen a las manos con los germanos, ya cubriendo sus propias fronteras, ya invadiendo las ajenas. La parte que hemos dicho ocupan los galos comienza del río Ródano, confina con el Carona, el Océano y el país de los belgas; por el de los secuanos3 y helvecios toca en el Rin, inclinándose al Norte. Los belgas toman su principio de los últimos límites de la Galia, dilatándose hasta el Bajo Rin, mirando al Septentrión y al Oriente. La Aquitania entre Poniente y Norte por el río Carona se extiende hasta los montes Pirineos, y aquella parte del Océano que baña a España.
II. Entre los helvecios fue sin disputa el más noble y el más rico Orgetórige. Éste, siendo cónsules4 Marco Mésala y Marco Pisón, llevado de la ambición de reinar, ganó a la nobleza y persuadió al pueblo «a salir de su patria con todo lo que tenían; diciendo que les era muy fácil, por la ventaja que hacían a todos en fuerzas, señorearse de toda la Galia». Poco le costó persuadírselo, porque los helvecios, por su situación, están cerrados por todas partes; de una por el Rin, río muy ancho y muy profundo, que divide el país Helvético de la Germania; de otra por el altísimo monte Jura, que lo separa de los secuanos; de la tercera por el lago Lemán y el Ródano, que parte términos entre nuestra provincia y los helvecios. Por cuya causa tenían menos libertad de hacer correrías, y menos comodidad para mover guerra contra sus vecinos; cosa de gran pena para gente tan belicosa. Demás que para tanto número de habitantes, para la reputación de sus hazañas militares y valor, les parecía término estrecho el de doscientas cuarenta millas de largo, con ciento ochenta de ancho.
III. En fuerza de estos motivos y del crédito de Orgetórige, se concertaron de apercibir todo lo necesario para la expedición, comprando acémilas y carros cuantos se hallasen, haciendo sementeras copiosísimas a trueque de estar bien provistos de trigo en el viaje, asentando paz y alianza con los pueblos comarcanos. A fin de efectuarlo, pareciéndoles que para todo esto bastaría el espacio de dos años, fijaron el tercero con decreto en fuerza de ley por plazo de su partida. Para el manejo de todo este negocio eligen a Orgetórige, quien tomó a su cuenta los tratados con las otras naciones; y de camino persuade a Castice, secuano, hijo de Catamantáledes (rey que había sido muchos años de los secuanos, y honrado por el Senado y Pueblo Romanos con el título de amigo) que ocupase el trono en que antes había estado su padre: lo mismo persuade a Dumnórige eduo, hermano de Diviciaco (que a la sazón era la primera persona de su patria, muy bienquisto del pueblo) y le casa con una hija suya. «Representábales llana empresa, puesto que, habiendo él de obtener el mando de los helvecios, y siendo éstos sin duda los más poderosos de toda la Galia, con sus fuerzas y ejército los aseguraría en la posesión de los reinos. » Convencidos del discurso, se juramentan entre sí, esperando que, afianzada su soberanía y unidas tres naciones poderosísimas y fortísimas, podrían apoderarse de toda la Galia.
IV. Luego que los helvecios tuvieron por algunos indicios noticia de la trama, obligaron a Orgetórige a que diese sus descargos, aprisionado5 según estilo. Una vez condenado, sin remedio había de ser quemado vivo. Aplazado el día de la citación, Orgetórige compareció en juicio, acompañado de toda su familia, que acudió de todas partes a su llamamiento en número de diez mil personas6, juntamente con todos sus dependientes y adeudados, que no eran pocos, consiguiendo, con su intervención, substraerse al proceso. Mientras el pueblo irritado de tal tropelía trataba de mantener con las armas su derecho y los magistrados juntaban las milicias de las aldeas, vino a morir Orgetórige, no sin sospecha en opinión de los helvecios, de que se dio él a sí mismo la muerte.7
V. No por eso dejaron ellos de llevar adelante la resolución concertada de salir de su comarca. Cuando les pareció estar ya todo a punto, ponen fuego a todas sus ciudades, que eran doce, y a cuatrocientas aldeas con los demás caseríos; queman todo el grano, salvo el que podían llevar consigo, para que perdida la esperanza de volver a su patria, estuviesen más prontos a todos los trances. Mandan que cada cual se provea de harina8 para tres meses. Inducen a sus rayanos los rauracos,9 tulingos, latobrigos a que sigan su ejemplo y, quemando las poblaciones, se pongan en marcha con ellos, y a los boyos,10 que, establecidos a la otra parte del Rin, y adelantándose hasta el país de los noricos, tenían sitiada su capital, empeñándolos en la facción, los reciben por compañeros.
VI. Sólo por dos caminos podían salir de su tierra: uno por los secuanos, estrecho y escabroso entre el Jura y el Ródano, por donde apenas podía pasar un carro y señoreado de una elevadísima cordillera, de la cual muy pocos podían embarazar el paso; el otro por nuestra provincia, más llano y ancho, a causa de que, corriendo el Ródano entre los helvecios y alóbroges,11 con quien poco antes12 se habían hecho paces, por algunas partes es vadeable. Junto a la raya de los helvecios está Ginebra, última ciudad de los alóbroges, donde hay un puente que remata en tierra de los helvecios. Daban por hecho que, o ganarían a los alóbroges, por parecerles no del todo sincera su reconciliación con los romanos, o los obligarían por fuerza a franquearles el paso. Aparejado todo para la marcha, señalan el día fijo en que todos se debían congregar a las riberas del Ródano. Era éste el 28 de marzo en el consulado de Lucio Pisón y Aulo Gabinio.
VIL Informado César de que pretendían hacer su marcha por nuestra provincia, parte aceleradamente de Roma; y encaminándose a marchas forzadas a la Galia Ulterior, se planta en Ginebra. Da luego orden a toda la provincia de aprestarle el mayor número posible de milicias, pues no había en la Galia Ulterior sino una legión sola. Manda cortar el puente de junto a Ginebra. Cuando los helvecios supieron su venida, despáchanle al punto embajadores de la gente más distinguida de su nación, cuya voz llevaban Numeyo y Verodocio, para proponerle que ya que su intención era pasar por la provincia sin agravio de nadie, por no haber otro camino, que le pedían lo llevase a bien. César no lo juzgaba conveniente, acordándose del atentado de los helvecios cuando mataron al cónsul Lucio Casio, derrotaron su ejército y lo hicieron pasar bajo el yugo; ni creía que hombres de tan mal corazón, dándoles paso franco por la provincia, se contuviesen de hacer mal y daño. Sin embargo, por dar lugar a que se juntasen las milicias provinciales, respondió a los enviados: «que tomaría tiempo para pensarlo; que si gustaban, volviesen por la respuesta en 13 de abril».
VIII. Entre tanto, con la legión que tenía consigo y con los soldados que llegaban de la provincia desde el lago Lemán, que se ceba del Ródano hasta el Jura, que separa los secuanos de los helvecios, tira un vallado a manera de muro de diecinueve millas en largo, dieciséis pies en alto, y su foso correspondiente; pone guardias de trecho en trecho, y guarnece los cubos para rechazar más fácilmente a los enemigos, caso que por fuerza intentasen el tránsito. Llegado el plazo señalado a los embajadores, y presentados éstos, responde: «que, según costumbre y práctica del Pueblo Romano, él a nadie puede permitir el paso por la provincia; que si ellos presumen abrírselo por sí, protesta oponerse». Los helvecios, viendo frustrada su pretensión, parte en barcas y muchas balsas que formaron, parte tentando vadear el Ródano por donde corría más somero, unas veces de día y las más de noche, forcejando por romper adelante, siempre rebatidos por la fortificación y vigorosa resistencia de la tropa, hubieron de cejar al cabo.
IX. Quedábales sólo el camino por los secuanos; mas sin el consentimiento de éstos era imposible atravesarlo, siendo tan angosto. Como no pudiesen ganarlos por sí, envían legados al eduo Dumnórige para recabar por su intercesión el beneplácito de los secuanos, con quienes podía él mucho y los tenía obligados con sus liberalidades; y era también afecto a los helvecios, por estar casado con mujer de su país, hija de Orgetórige; y al paso que por la ambición de reinar intentaba novedades, procuraba con beneficios granjearse las voluntades de cuantos pueblos podía. Toma, pues, a su cargo el negocio y logra que los secuanos dejen el paso libre a los helvecios por sus tierras, dando y recibiendo rehenes en seguridad de que los secuanos no embarazarán la marcha, y de que los helvecios la ejecutarán sin causar daño ni mal alguno.
X. Avisan a César que los helvecios están resueltos a marchar por el país de los secuanos y eduos hacia el de los santones,13 poco distantes de los tolosanos, que caen dentro de nuestra jurisdicción.14 Si tal sucediese, echaba de ver el gran riesgo de la provincia con la vecindad de hombres tan feroces y enemigos del Pueblo Romano en aquellas regiones abiertas y sumamente fértiles. Por estos motivos, dejando el gobierno de las fortificaciones hechas a su legado Tito Labieno, él mismo en persona a grandes jornadas vuelve a Italia, donde alista dos legiones; saca de los cuarteles otras tres que invernaban en los contornos de Aquileia, y con todas cinco, atravesando los Alpes por el camino más corto, marcha en diligencia hacia la Galia Ulterior. Opónense al paso del ejército los centrones, gravocelos y caturiges,15 ocupando las alturas; rebatidos todos en varios reencuentros, desde Ocelo, último lugar de la Galia Cisalpina, en siete días se puso en los voconcios, territorio de la Transalpina; desde allí conduce su ejército a los alóbroges; de los alóbroges a los segusianos, que son los primeros del Ródano para allá fuera de la provincia.


1
César no Incluye en esta división el país de los alóbroges, ni a la Galia Narbonense, que formaban ya
parte de la provincia romana.
2
Los suizos, llamados entonces helvecios, estaban ya comprendidos en la Galia, a la cual limitaba el Rin
por este lado.
3
El país ocupado por los secuanos corresponde al Franco Condado.
4
Este consulado fue el año de 693 de Roma.
5
Quiere decir que le obligaron a que, atado con cadenas, amarrado en prisiones o aherrojado como estaba, se justificase y diese razón de sí. Este modo de proceder en las causas graves no fue particular de los helvecios, sino que se usó también entre los romanos. Tito Livio refiere un ejemplo en el libro XXIX, capítulo IX.
6
César: familia ad hominum milia decem. Este número no debe parecer exorbitante, porque la familia se componía de esclavos, horros o libertos, y criados que servían en casa, cultivaban los campos, pastoreaban los ganados y atendían a las demás haciendas y negocios, que crecían y se multiplicaban a proporción del poder y riquezas del dueño. Igual extensión da Suetonio a la voz familia en César, cap. X.
7
Algunos anotadores se detienen a inquirir la causa por que los helvecios trataron con tanta severidad a un príncipe de la nación, que les recomendaba proyectos no menos conformes al genio de ellos que ventajosos al Estado. El mismo César la insinúa con decir que aquel príncipe helvecio se dejó llevar de la ambición de reinar; y otros historiadores, como Dión y Paulo Orosio, la declararon expresamente, Orgetórige aspiraba a la soberanía universal de la Galia; receláronse de esto los grandes que entraron en la conjura; y como aborreciesen toda superioridad, le malquistaron con el pueblo hasta el término de obligarle a darse la muerte.
8
César: molita cifraría. No parece se deben entender aquí otras viandas: nuestro Henríquez traduce harina; Luis XIV forines, y fariña el italiano de Albrici. Ni se debe tener por insoportable tanta carga para un soldado, cuando de los de Escipión dice Mariana, «que en España llevaban en sus hombros trigo para treinta días y siete estacas para las trincheras, con que cercaban y barreaban los reales». Historia de España, libro III, cap. IX.
9
Territorio de Basilea. Los tulingos y los latobrigos no son conocidos; debían de pertenecer a alguna región de la Germania, vecina de Suiza.
10
La Baviera.
11
Ocupaban la actual Saboya y el Delfinado.
12
Esto es, dos años antes que los helvecios saliesen de su patria.
13
La Santonge.
14
Por pertenecer a la Galia Narbonense, que, como se ha dicho, estaba sometida a los romanos.
15
Pueblos de la Turantesa, del monte Genis, de Embrum.

jueves, diciembre 22

JULIO CESAR. LA GUERRA DE LAS GALIAS

UNA VEZ TERMINADA LA HISTORIA DEL IMPERIO, EMPEZAMOS LA HISTORIA DE LA GUERRA DE LAS GALIAS CONTADA POR JULIO CESAR... EMPEZAMOS CON LA INTRODUCCIÓN

JULIO CÉSAR, HISTORIADOR DE SÍ MISMO
Cayo Julio César, que es uno de los tres más grandes capitanes
de la Historia con Alejandro Magno y con Napoleón, es también uno
de los tres más considerables historiadores latinos, con Cayo Crispo
Salustio y con Tito Livio, formando el ejemplar triunvirato del período
clásico por excelencia, período verdaderamente «áureo» de las letras
latinas. Y Julio César es todo esto, tiene tal significación,
precisamente como historiador de sí mismo, narrador de sus propias
hazañas guerreras y de su política.
Había en él, además de un excepcional militar y un no menos
extraordinario estadista y gobernante, un admirable literato, más
plural o polifacético de lo que, por lo común, suele saberse; un
literato al que, por haberse perdido varias de sus obras ajenas al
género histórico, no podemos juzgar en su integridad y de modo
directo, pero sin duda no muy inferior al historiador en el cultivo de
otras manifestaciones literarias, distintas a lo histórico; un literato, en
fin, autor del poema El viaje, de la tragedia Edipo y de otras
creaciones poéticas, del Anti-Catón, de una astronomía De astris y de
un tratado acerca de los augures y los auspicios.
Con todo, le bastan sus obras de carácter histórico, sobre la
historia que él mismo vivió e hizo, protagonizándola, para que le
juzguemos conforme se dice al principio de estas líneas; obras
evidentemente originales, redactadas sin asistencia de persona
alguna, en las que, lejos de imitar, se haría digno de imitación,
afirmando notables cualidades y condiciones de historiador, de
maestro de la historia narrativa. Sobrio y preciso, claro y metódico,
brillante y colorista sin alardes, de acuerdo con la austeridad y la
severidad propias del género en sus más dignas concepciones..., así
es Julio César, historiador de sí mismo.
Cayo Julio César, nacido en Roma el 12 de julio del año -100,
perteneció a una de las familias más distinguidas de Roma, habiendo
desde sus primeros años manifestado una inteligencia y una
elevación de ánimo en las que se preanunciaba su futura grandeza. A
los trece años, fue nombrado sacerdote de Júpiter, y a los dieciocho,
contrajo matrimonio con Cornelia, hija de Cinna, dando con esta
ocasión una prueba de la firmeza de su carácter, al oponerse a la
orden de Sila, entonces dueño absoluto de Roma, de que repudiase a
su esposa. Más adelante se trasladó a Asia, incorporado al ejército,
destacándose allí, por su heroico comportamiento, en el sitio de
Mitilene.
Regresó a Roma a la muerte de Sila y de allí pasó, poco
después, a Rodas, a fin de perfeccionarse en la elocuencia, volviendo
a Roma en el año -74. Entonces dio comienzo a su vida política,
poniéndose al frente del partido popular, contra el Senado y los
patricios, sostenidos a la sazón por Pompeyo. No tardó, por su
habilidad y su elocuencia, en verse convertido en el ídolo de las
multitudes, alcanzando, con su favor, los más altos cargos del
Estado. En el -67, fue cuestor; edil, en el -65; pontífice máximo, en el
-63, y nuevamente cuestor, en el -62. Fue acusado de haber tomado
parte en la conspiración de Catilina, pero supo defenderse con tal
habilidad que salió del tribunal aclamado por el pueblo y paseado en
triunfo por las calles de Roma.
A crecido con ello su poder, obtuvo en el año -61 el gobierno de
la España Ulterior, donde mostró una vez más sus grandes dotes para
el mando y para la política. Regresó de España vencedor, reclamado
en Roma por los acontecimientos, y por la inestabilidad política,
provocada por Pompeyo y los enemigos de este general, que hacía
presagiar graves males para la República. Llegado a Roma, se atrajo
César de nuevo el favor del pueblo, por haber renunciado al triunfo
que se le debía. Se afanó entonces para conseguir un acuerdo con
Pompeyo y con Craso, lográndolo al fin, y quedando de este modo
constituido el Primer Triunvirato.
Al año siguiente, César se hacía nombrar cónsul y antes de
expirar el término de su consulado conseguía su nombramiento de
gobernador de la Galia, donde una invasión de los germanos le
ofrecía entonces la magnífica ocasión que esperaba para aumentar
aún su gloria y su poder.
La historia de sus luchas en la Galia constituye el tema de La
guerra de las Galias, que ofrecemos hoy a nuestros lectores. Siete de
los ocho libros que componen esta obra se consideran como escritos
por el propio César. Por la claridad y maravillosa sencillez de su
estilo, se coloca su autor entre los primeros escritores de su tiempo;
el octavo lo escribió Aulo Hircio, uno de sus generales, al parecer
sobre notas dejadas por el propio César, y en el que se esfuerza por
imitar a su jefe. Sigue luego, en el volumen próximo, La Guerra Civil,
escrita también por César y en la que se narran los acontecimientos
de aquel período agitado de la historia de Roma, con el triunfo final
de César.
Tras ésta, también en el volumen próximo, ofreceremos al
público La guerra de Alejandría, que se atribuye así mismo a Aulo
Hircio, y los comentarios de la Guerra de África y Guerra de España,
que completan la serie de estos libros. Se ignora quiénes son los
autores de estos últimos, y su mérito literario es muy inferior a los
del propio Hircio; pero, siguiendo con esto el criterio adoptado en la
mayoría de las ediciones extranjeras, hemos querido ofrecer al
público el relato completo de las campañas en que tomó parte César,
hasta el exterminio de los últimos partidarios de Pompeyo, con su
hijo, que refugiados en África y España, le ofrecían aún resistencia.
Para el período de la vida de César que va desde aquí hasta su
muerte, remitimos al lector, ya sea a la Vida de César, que figura en
Los doce Césares de Suetonio (volumen 7 de esta colección), ya a la
del propio general, en las Vidas paralelas de Plutarco (que serán
publicadas en nuestra colección en números posteriores).
En cuanto a la traducción, hemos adoptado la que el señor
Goya Muniáin hizo de La guerra de las Galias, y la de don Manuel
Balbuena, para el resto de los libros, por ser consideradas ambas
como las mejores que existen en castellano. No obstante, ambos
textos han sido revisados y corregidos en algunos detalles, de
acuerdo con las mejores ediciones extranjeras.
La guerra de las Galias (Bellum Gallicum), principalmente, ha
sido reiteradamente vertida en varios idiomas, y desde luego al
castellano, en repetidas ocasiones, pero nunca, bien puede afirmarse,
como lo hizo don José Goya a finales del siglo último. Y puestos a
mencionar las mejores traducciones de esta obra (la cual viene
imprimiéndose constantemente, ya en latín, ya vertida a otras
lenguas, desde el año 1469), es obligado citarla, prescindiéndose del
interés que pudiera suponer el ser la dada aquí, en esta colección,
por nosotros.
Por otra parte, sin anotar otras de menos importancia,
citaremos las ediciones críticas, del Bellum Gallicum y del Bellum
civile, de A. Kloz (Leipzig, 1921-27); F. Ramorino (Turín, 1902-03);
L. A. Constans (París, 1926); P. Favre (París, 1936); R. Schneider
(Berlín, 1888); E. Wolffin y A. Miodonsky (Leipzig, 1889)...

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miércoles, diciembre 21

cap 3 y 4 de ROMA

Ayer si que pude ver los dos episodios de Roma. Y eso que teníamos enfrente a Los Serrano.

En mi opinión no hay color, y prefiero la historia y las intrigas romanas a los de Santa Justa... (los serRano no dan ya más de sí)

. ARRIBA TENGO EL ENLACE PARA SU PÁGINA EN CUATRO.

Que nos contaban ayer.

Los pompeyanos y senadores se acojonan de la movilidad de César y salen por patas.

Resulta que Lucio y Tito se encuentran con el tesoro capitalino.

César entra en roma y a diferencia de Sila no instaura el reino de terror que esperan los senadores.

César consigue el tesoro capitalino.

Los senadores quieren regresar a Roma. Pompeyo y Catón, no.

Que pasará a partir de ahora...

siempre puedes leer un poco la historia...

10. César
La Segunda Guerra Civil
Egipto


en nuestro Blog

la sinopsis de los 4 episodios:


EPISODIO 1
El aguila robada


Emitido el martes 13 de diciembre de 2005

Sinopsis

En el año 52 antes de Cristo, después de ocho años de guerra, Julio César ha puesto fin a la sangrienta conquista de La Galia. Justo cuando está preparando la celebración de su victoria y la vuelta a Roma con su ejército, recibe la noticia de que su hija Julia ha muerto al dar a luz. Desconsolado, intenta ayudar a Pompeyo El Grande, su hijo político, para que encuentre una nueva esposa.

En Roma, Atia, la calculadora sobrina de César, y Servilia, madre de Bruto y ex amante de César, esperan ansiosas su vuelta, mientras la clase dominante teme que este regreso suponga una amenaza para la clase dirigente, los Patricios. Ahora, en el año 52 antes de Cristo, cuatrocientos años después de la fundación de La República, Roma es la ciudad más rica del mundo, una metrópoli con un millón de habitantes y el epicentro de un imperio en alza. La República había sido fundada a partir del los principios del poder compartido y la competición personal, sin dejar nunca que un solo hombre concentrase todo el poder en su persona. Pero ahora esos principios se tambalean por culpa de la corrupción y el exceso. La clase dominante se ha vuelto muy poderosa y hay un gran abismo que separa a las clases sociales.

El poder se concentra en el Senado, en la persona de Pompeyo Magno, al que Cato, Cicero, Scipio y otros senadores intentan convencer de que renuncie a César, por miedo a que su vuelta triunfal y su popularidad entre las masas reste poder a Pompeyo. Éste se debate entre su deseo de mantener el poder (es un plebeyo provinciano convertido en un amado héroe nacional), o su larga amistad con César, el padre de su recientemente fallecida esposa. Atia decide entonces encargarse de aliviar el dolor de Pompeyo ofreciéndole a su hija, Octavia como esposa, a pesar de que la joven está profundamente enamorada de su actual marido, un plebeyo. Con la intención de jugar en ambos bandos, Atia también le envía a César un regalo a través de su hijo de once años, Octavio, que tendrá que realizar un peligroso viaje para llevarle a César un majestuoso caballo blanco.

Mientras, el águila dorada, símbolo del poder del ejército, ha sido robada. Marco Antonio, comandante del ejército y primo de César, envía a dos soldados a buscarla. A pesar de sus diferencias (Lucio Voreno es un honorable y pragmático centurión y Tito Pullo es un arrogante y rebelde legionario) ambos forman un buen equipo y no sólo recuperarán el estandarte, sino que conseguirán la cabeza del ladrón, uno de los hombres de Pompeyo El Grande. La guerra ha comenzado...

EPISODIO 2
Cómo Tito Pullo derribó La República


Emitido el martes 13 de diciembre de 2005

Sinopsis

Tras nombrar a Marco Antonio Tribuno de la Plebe, César lo manda a Roma para que llegue a un acuerdo con el Senado. Le acompañan el joven Octavio y sus liberadores, Voreno y Pullo. El nuevo “protector del pueblo” es aclamado cuando entra en la ciudad y la multitud se agolpa a su alrededor para coger las monedas que él arroja. Voreno y Pullo regresan, por fin, a sus respectivos hogares.

Voreno se va a buscar a su familia, mientras que Pullo decide irse a un burdel. Pero las cosas no les salen del todo bien: cuando el primero ve a su mujer, Niobe, ella lleva en sus brazos a un niño, y Voreno monta en cólera. Ella, tambaleándose por el shock de ver a su marido vivo, consigue defenderse. “¡Este bebé es tu nieto!”, dice indignada, antes de llevarle ante sus dos hijas, de trece y ocho años, que retroceden al ver a un desconocido. En cuanto a Pullo, el regreso a casa tampoco ha sido del todo triunfal. Se mete en un bar de ex gladiadores, en lo más profundo del territorio de Pompeyo, y allí pierde todo su dinero jugando; cuando descubre que su oponente ha hecho trampas, le clava su espada en la garganta.

A pesar de estar gravemente herido, se las arregla para llegar a casa de Voreno después de que el Senado desestime la posibilidad de una vuelta heroica de César a Roma, ante el temor de que intente gobernar de forma despótica. Marco Antonio se entera de que Pompeyo ha hecho un borrador de un ultimátum que le quita el poder al General. Ofendido, como César había esperado, Pompeyo explica que sólo está interesado en la dimisión y destierro del General, castigo por “fomentar la tiranía” y por embarcarse en una guerra ilegal, robo, asesinato y traición”, como dice Cato, acusando fieramente a César. “Y cuál será tu castigo, Pompeyo?”, responde Marco Antonio. “Por traicionar a un amigo, abandonar la causa del pueblo, por aliarte con esos que se hacen llamar nobles?”

Pompeyo prepara el ultimátum para desmontar a César, o al menos declararlo enemigo del Senado y del pueblo de Roma. Temeroso de que la guerra se declare, Cicerón se niega a aprobarlo. Pompeyo le responde con una amenaza: si no le apoya, se llevará a las legiones a Hispania, dejándole indefenso, aunque esto signifique dejar la ciudad en manos de César. Una vez en el Senado, Cicerón, a regañadientes, apoya la moción de Pompeyo, y sus numerosos seguidores también lo hacen, a pesar de las tentativas de algunos seguidores de César para no hacerlo. Los senadores se alborotan y responden gritando como locos.

Fuera, la multitud comienza a corear el nombre de César, hasta abrirse paso a través de las puertas del Senado. Aturdido por el caos, Marco Antonio se queda paralizado. Cicerón le insta a que haga algo cuando se da cuenta de lo que ha provocado: “¡Lévántate! ¡Veta la moción!” Cuando lo hace, todo el Senado se enzarza en una pelea y nadie oye el veto de Marco Antonio. Al terminar la pelea, Pompeyo da a conocer su estrategia: a Marco Antonio debe serle permitido vetar la moción en la siguiente sesión, para que César no sea declarado traidor, y no tiene otra opción más que oponerse a él, abiertamente, en una guerra civil.

Cuando Marco Antonio se disponía a negociar con Pompeyo y el Senado, Pullo es atacado por un hombre, en venganza por lo sucedido en la partida de dados; pero el ataque se considera un intento de asesinato contra Marco Antonio y el inicio de la guerra. Los sucesos llegan a oídos de César, éste prepara a sus soldados: “He sido declarado enemigo de Roma… Ellos han declarado, además, que todos vosotros sois criminales… Hemos logrado que grandes naciones se arrodillen ante nosotros, que los reyes se conviertan en nuestros esclavos para servir a Roma. ¿Y consideran esto un crimen?” Marco Antonio y sus hombres, totalmente ensangrentados, llegan poco después al campamento de César; Voreno está todavía inconsciente y César aprovecha la ocasión para provocar a sus hombres. “¡Nuestra querida República está en manos de unos locos! La República se derrumba por culpa de la tiranía y el caos”.

EPISODIO 3
Una lechuza en un arbusto espinoso


Emitido el martes 20 de diciembre de 2005

Sinopsis

A treinta millas de Roma, César envía a Voreno, Pullo y otros soldados de la caballería Nubia a una misión de reconocimiento, con la orden de avanzar sólo hasta que encuentren resistencia. “No habrá violaciones, saqueos ni incendios”, dice, y le entrega un pregón a Voreno para que lo pronuncie ante los ciudadanos de Roma.

En Roma, por la noche, un hombre vestido con un delantal de carnicero entra en la casa de Voreno. Niobe se asusta. “Tengo que ver a mi hijo”, dice mientras observa al niño que está en la cuna. Desesperada, Niobe le pide a gritos que se vaya, pero al instante se rinde cuando él la besa. “Nunca te he querido”, le dice a punto de llorar. “Pensé que Voreno había muerto… Y tú te aprovechaste de eso”. Cuando él se niega a irse de la casa, Niobe le amenaza con un cuchillo. “Si no aceptas mi amor, entonces mátame”, dice él. Niobe no puede evitarlo y cede de nuevo. En ese momento aparece su hija mayor, Vorena, y el hombre se va. La joven suplica a su madre que le cuente la verdad a Voreno. “Tú pensabas que estaba muerto. ¡Papá lo entenderá!”. Pero Niobe es tajante: “Nos matará a los tres. ¡No digas ni una palabra!”.

Cada vez más cerca de la ciudad, Voreno, Pullo y su caballería se encuentran con una tropa de nuevos reclutas de Pompeyo, que bloquean el paso a Roma. Pullo no hace caso a las órdenes de Voreno y se adelanta con su espada en alto, seguido por un grupo de soldados. El pánico se extiende entre los jóvenes soldados de Pompeyo, que se dan la vuelta y huyen. Más tarde, cuando un mensajero le informa de lo ocurrido, Pompeyo se sorprende al saber que los hombres de César han avanzado con tanta rapidez. Pompeyo, convencido de que César atacará Roma directamente, le dice a Cicero y a Cato que no tiene los hombres necesarios para defender Roma, y que deben realizar una retirada táctica hacia el sur. “Puedo reunir a mis legiones allí… y después volver a tomar la ciudad”. Cato, enfurecido, le dice: “¡Has perdido Roma y tan siquiera has desenvainado tu espada!”.

Pompeyo emite una orden a los ciudadanos de Roma: todos los nobles y caballeros deben abandonar la ciudad, y cualquiera que decida quedarse y ayudar a los traidores, será considerado enemigo de Roma. Esta orden obliga a las familias patricias a posicionarse en uno de los bandos. Bruto decide entonces huir. “César es mi amigo más querido, pero lo que está haciendo… La República es más importante que cualquier amistad”, argumenta. Y cuando su madre, Servilia, decide esperar a que César regrese, su hijo le dice: “Te estás dejando llevar por un deseo insatisfecho. Búscate un buen esclavo en el mercado y termina con esta sinrazón”. Atia teme que la fortuna de su familia corra peligro y encarga a su mercenario, Timon, que vele por la seguridad de ésta.

Cuando Octavia se escapa para verse con su marido por última vez, antes de que éste se vaya al exilio, Atia ya se ha encargado de matarlo. Mientras se preparan para abandonar la ciudad, la nueva esposa de Pompeyo intenta que éste entre en razón y le recuerda que debe ocuparse de cuidar su tesoro, el oro que necesitará para alimentar y pagar a sus legiones. Pompeyo, distraído, envía a Durio, su ayudante, a que vigile el oro, cargando su cámara acorazada en un vagón. De camino a la ciudad, Durio es apuñalado por uno de sus empleados, Appius, que desvía el trayecto del vagón. A las puertas de Roma, Appius y sus socios se topan con Pullo y Voreno, que sospechan de las sandalias de los soldados. Una batalla sangrienta se produce mientras los nubios intentan matar a los vigilantes del vagón, pero Appius ya se ha escapado en su caballo.

Destinados a llevar a cabo su misión, los hombres de César abandonan el vagón para seguir con su entrada en Roma. Voreno está desconcertado al encontrar la ciudad abandonada e indefensa. “Los soldados de La República no huyen de esta manera… Debe de haber sido una estrategia, una trampa”. Fiel a César, desenrolla el pergamino éste le ha dado y comienza a leerlo en voz alta: “Ciudadanos, he vuelto a Italia con la única intención de reivindicar mi derechos legales y morales. No deseo tener poderes que estén en contra de la ley…” Desconcertado por estas palabras, Voreno se despoja de su uniforme de soldado y le anuncia a Pullo que abandona el ejército de César. “Ya he pecado bastante”. Pullo no consigue convencerlo y cada uno se va a su casa.

De camino, atravesando las calles desiertas, Voreno se para en el santuario de Venus y reza para que su esposa siga amándole. Cuando por fin se encuentra con ella, le suplica perdón, prometiéndole alejarse si ella así lo desea. Invadida por las lágrimas, Niobe empieza a confesar hasta perder la compostura. Voreno la coge en sus brazos. “El pasado ya pasó. ¿Comenzamos de nuevo?” Pullo encuentra el oro de Pompeyo en el vagón. Allí se encuentra, encadenada, una joven esclava, Irene. Pullo la libera y se la lleva en el vagón. En esos momentos, César y la Decimotercera se acercan a su destino, ansiosos por llegar a Roma.


EPISODIO 4
Robando a Saturno


Emitido el martes 20 de diciembre de 2005

Sinopsis

“Y aquí estamos, refugiados en nuestro propio país”, dice Cicero a Pompeyo y a sus seguidores, mientras se asientan en su campamento provisional en el sur de Roma. “No somos refugiados”, responde Pompeyo con dureza, y explica su estrategia a sus hombres: “Sin oro, César tendrá que recurrir a la violencia, y una vez que la sangre empiece a correr, el pueblo querrá vengarse de él. Mientras él se dedica a enfrentarse a la multitud, yo estaré reuniendo un ejército como él nunca ha visto!”.

Evidentemente, aún está por resolver la incógnita de quién tiene el oro perdido. Quinto Pompeyo, que es como su padre pero con cara de ardilla, ha llegado de Brindisi para ayudar a encontrarlo. Además de haber conseguido sacarles la verdad a los traidores, le revela a su padre la información que tanto ha esperado: el tesoro no ha caído en manos de César. Éste ya ha vuelto a la ciudad y ha asumido el mando, estableciendo la ley marcial para controlar la anarquía que ha dejado su rival. Su primera misión es ganarse el apoyo de los sacerdotes y pide que los augurios sean interpretados de tal manera que el pueblo de Roma entienda que los dioses están de su parte.

A pesar de la tranquilidad que se respira en la ciudad, Lucio Voreno está ansioso por empezar una nueva vida como comerciante, y organiza una fiesta para conseguir socios. Pretende importar bienes desde La Galia (esclavos, trufas y vino) y para ello debe hacer migas con los hombres de negocios del lugar. Mientras se prepara para recibir a sus invitados, Marco Antonio aparece sin avisar para hacerle entender a Voreno lo que supone dejar el ejército de César. “¡No soy un desertor! ¡He cumplido mi condena!”, insiste Voreno. “Una vez pasado el Rubicón, los romanos son ciudadanos, no soldados. Legalmente, no podría haber hecho otra cosa”. “Eres tan estúpido como un sacerdote”, le dice Marco Antonio, y poco después le hace una oferta: Si Voreno vuelve a la Decimotercera, será ascendido a prefecto de primer grado y compensado con una cuantiosa cantidad de dinero. Pero Voreno rechaza la oferta.

En la ciudad, Atia prepara la cena de bienvenida de César, todo un honor para ella. Parece que su única preocupación es que su hijo Octavio tiene el alma “claramente femenina”, además de una evidente falta de interés por el sexo. “Cuando mi abuelo tenía tu edad, ninguna niña esclava estaba a salvo”, alardea ella, y le obliga a comer testículos de cabra para potenciar su virilidad.

En la fiesta de Voreno aparece la hermana de Niobe, Lyde, que llega con Evander, el carnicero, el amante de Niobe y padre de su hijo pequeño. “Este es mi marido, Evander Pulchio”, dice Lyde, mientras presenta a su nervioso esposo a Voreno. Mientras va llegando el resto de los invitados, Voreno intenta, de forma torpe, dar un pequeño discurso, mientras el pequeño Lucio trata de tocar a Evander, que abraza al niño ante la mirada nerviosa de Niobe. Lyde termina su copa de vino y se pone a bailar con un joven; pero su marido intenta llevársela de la fiesta y ella monta una escena. Niobe teme que su marido se dé cuenta de lo que está pasando y amenaza a su hermana con un cuchillo. “¿Qué pretendes hacerme con un cuchillo si ya me has matado?”.

Mientras, en casa de Atia, César ha recibido calurosamente a sus invitados, asegurándose de no darles razones para que se arrepientan de ser amigos suyos. Atia es el centro de atención, pero la presencia de Servilia le preocupa: no quiere que nada ni nadie se interponga entre ella y su poderoso tío. En cambio, la esposa de César, Calpurnia, no parece preocuparle tanto. Es una mujer distante y formal, que cumple su papel de esposa digna y majestuosa. César y Marco Antonio le ofrecen al jefe Augur una cuantiosa suma de dinero como “regalo de cumpleaños” para su extravagante esposa. “Estará bajo tu tutela”, le agradece el sacerdote. “Pensar bien de mí será su única obligación”, responde César.

Cuando Voreno retoma sus deberes de anfitrión, recibe otra visita sorpresa. Esta vez es Quinto, el hijo de Pompeyo, con sus hombres, en busca del tesoro. Les asegura que no sabe nada, pero ellos le atacan. La pelea es interrumpida por una escandalosa multitud a las puertas de la casa de Voreno. Llevan a un hombre que arroja monedas a los mendigos de la calle. Se trata de Pullo. Los hombres de Quinto se abalanzan sobre él, pero Pullo arroja la bolsa llena de oro al aire, y los mendigos se apresuran a cogerla. Tras vencer a Quinto y a sus hombres, Pullo trama un plan para escaparse con el dinero a España. Voreno no se quedará con él: “Al amanecer todos sabrán lo que has hecho y dónde estás… Mi casa ha sido invadida y casi matan a mi mujer por tu culpa”. Con estas palabras, Voreno convence a Pullo para que entregue el oro a César, y espera que Quinto le recompense por esto.

Quinto regresa junto a su padre con una propuesta de tregua, a pesar de recelo de Marco Antonio y el joven Octavio, que sospecha que esa tregua separará a Pompeyo de sus hombres. Esta interpretación agrada a César, pero cuando se dispone a explicar su estrategia, sufre un ataque de epilepsia. Posca y Octavio, aterrorizados, intentan calmarlo y lo esconden hasta que se le pasa el ataque. Cuando César se recupera, aturdido, envía a Calpurnia a casa y se va directo a la habitación de Servilia.

Fuera de la ciudad, Pompeyo, una vez leída la propuesta de tregua de César, arruga el papel y no les dice nada a sus hombres. Cuando éstos se enteran de lo que César le ha propuesto (inmunidad legal, desarme de ambos bandos), Cicero, Scipio y Bruto le piden a Pompeyo que reconsidere la oferta. “¿Creéis que debo desarmarme? ¡Yo soy cónsul de Roma y él, un criminal!” Una vez en Roma, Pullo vuelve a casa de Voreno con el oro de César, pero allí se encuentra a Niobe y Evander, que están teniendo una angustiosa conversación. Mientras, Voreno está en alguna parte, postrándose ante el santuario de Jano y suplicándole perdón.

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Fin de la historia del imperio romano

Ya hemos terminado la historia. Vuelvo a colocar el índice, que ya a parece en la columna de la izquierda.

ÍNDICE

1. Augusto
Introducción

El principado
Las fronteras
Los germanos
La época de Augusto
Los judíos
2. El linaje de Augusto
La sucesión

Tiberio
Calígula
Claudio
Nerón
La filosofía y los cultos
El cristianismo
El fin de Nerón
3. El linaje de Vespasiano
Vespasiano

Tito
Domiciano
4. El linaje de Nerva
Nerva

La Edad de Plata
Trajano
Adriano
Antonino Pío
Marco Aurelio
La época de los Antoninos
Cómodo
5. El linaje de Severo
Septimio Severo

Caracalla
Alejandro Severo
Los autores cristianos
6. La anarquía
Los persas y los godos

La recuperación
7. Diocleciano
El fin del principado

La tetrarquía
Los obispos
8. El linaje de Constancio
Constancio I

El Concilio de Nicea
Constantinopla
Constancio II
Juliano
9. El linaje de Valentiniano
Valentiniano y Valente

Teodosio
El monacato
Arcadio
El visigodo Alarico
10. Los reinos germánicos
El visigodo Teodorico

El vándalo Gensérico
El huno Atila
El vándalo Genserico
El suevo Ricimero
El Hérulo Odoacro
El ostrogodo Teodorico
GENEALOGIAS
I. EL LINAJE DE AUGUSTO (27 a.C.-68)
II. EL LINAJE DE VESPASIANO
III. EL LINAJE DE NERVA (96-192)
IV. EL LINAJE DE SEPTIMO SEVERO (193-235)
V. EL LINAJE DE CONSTANCIO I CLORO (293-363)
VI. EL LINAJE DE VALENTINIANO (364-472)
CRONOLOGÍA

martes, diciembre 20

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Parte 49. El ostrogodo teodorico

El ostrogodo Teodorico
Sus ojos se dirigieron a los ostrogodos.
Los ostrogodos habían caído bajo la férula de los hunos un siglo antes, cuando los visigodos, que estaban más al Oeste, lograron evitar el mismo destino entrando en el Imperio Romano como refugiados. Los ostrogodos permanecieron sometidos por ochenta años, y lucharon al lado de los hunos en la batalla de los Campos Cataláunicos.
Después de la muerte de Atila y el derrumbe del imperio huno, los ostrogodos se liberaron nuevamente. Hicieron periódicamente incursiones por el Imperio Occidental y se establecieron al sur del Danubio, donde fueron un constante perjuicio y amenaza para Constantinopla. En 474, los ostrogodos se encontraban bajo el mando de un líder capaz, Teodorico.
Zenón pensó que podía matar dos pájaros de un tiro. Nombró delegado al ostrogodo Teodorico y lo envió contra el hérulo Odoacro. De este modo, para empezar, pudo librarse de los ostrogodos. Y la lucha entre los dos germanos, pensó, debilitaría a ambos.
En 488 (1241 A. U. C.), Teodorico partió al Oeste con la bendición complacida de Zenón. Bordeó el norte del mar Adriático y penetró en Italia, donde derrotó a Odoacro en dos batallas distintas. En 489, Odoacro estaba sitiado en Ravena.
Teodorico llevó adelante el asedio paciente e incansablemente, y en 493 (1246 A. U. C.) Ravena se vio obligada a capitular. Teodorico, violando las condiciones de la rendición, mató a Odoacro por su propia mano.
Luego Teodorico gobernó como monarca indiscutido sobre Italia, Iliria y las regiones situadas al norte y al oeste de Italia. Su posición fue reconocida por Anastasio, el nuevo emperador, quien había subido al trono a la muerte de Zenón, en 491.
Teodorico fue rey durante toda una generación, y su gobierno fue tan capaz, justo y benigno, y su reinado tan próspero, que a veces se lo llamó «Teodorico el Grande».
En verdad, el primer cuarto del siglo VI fue un período excepcional para Italia. Comparado con el siglo de pesadilla que había empezado con la invasión de Alarico, Italia, bajo Teodorico, parecía el cielo. De hecho, no había sido tan bien gobernada desde la época de Marco Aurelio, tres siglos antes.
Teodorico fue un guardián consciente de la herencia romana. Aunque sus godos se adueñaron de gran parte de las que habían sido tierras del Estado en Italia, lo hicieron con un mínimo de injusticia para los terratenientes privados. La población romana no fue oprimida y los romanos pudieron alcanzar altos puestos bajo los godos, como los germanos habían alcanzado altos cargos bajo los romanos. La corrupción entre los funcionarios fue reducida al mínimo, los impuestos disminuyeron, los puertos fueron dragados y las ciénagas desecadas. La agricultura prosperó en esta época de profunda paz. La ciudad de Roma vivió en calma, sin saqueos como los dos del siglo V, y el Senado romano fue respetado. Aunque Teodorico era arriano, tuvo tolerancia para con sus súbditos católicos. (En los dominios de los vándalos y los visigodos arrianos, en cambio, los católicos sufrieron períodos de persecución.)
Hasta parecía que la cultura romana podía alcanzar un nuevo brillo. Casiodoro (Flavius Magnus Aurelius Cassiodorus Senator) nació en el 490 y llegó a la patriarcal edad de noventa y cinco años. Fue tesorero de Teodorico y sus sucesores. Dedicó su vida al saber y fundó dos monasterios para reunir y copiar libros famosos de toda clase. El mismo escribió voluminosos tratados en los campos de la historia, la teología y la gramática. También escribió una historia de los godos, que indudablemente sería valiosísima si la tuviéramos, pero se ha perdido.
Boecio (Anicius Manlius Severinus Boethius), nacido en 480, fue el último de los filósofos antiguos. Fue cónsul en 510, y sus dos hijos también fueron cónsules juntos en 522. El sentimiento de que Roma era aún lo que había sido antaño surgió con tanta fuerza que Boecio pensó haber llegado a la cumbre de la felicidad al ver a sus hijos lograr un título eminente que, en verdad, carecía de toda significación, excepto por el honor que confería o parecía conferir. (Desgraciadamente, Boecio fue enviado a prisión en sus últimos años por un Teodorico que estaba envejeciendo, era cada vez más receloso y temía que el filósofo estuviera intrigando con el Emperador Oriental. Finalmente, fue ejecutado.)
Presuntamente, Boecio era cristiano, pero esto no aparece claramente en sus obras filosóficas, que conservan un resabio del estoicismo de los grandes días del Imperio pagano.
Tradujo algunas obras de Aristóteles al latín y escribió comentarios sobre Cicerón, Euclides y otros autores antiguos. Estas obras, pero no los originales, sobrevivieron en la primera mitad de la Edad Media, por lo que Boecio fue el último rayo de luz que iluminó la posterior oscuridad.



En verdad, en esos primeros años del siglo VI parecía posible esperar que Roma absorbiera el efecto de las invasiones bárbaras y que germanos y romanos se fusionasen para formar un Imperio rejuvenecido, más fuerte aún que antes.
Por desgracia, los líderes germanos eran arrianos, y aunque germanos y romanos pudieran mezclarse, no ocurría lo mismo entre arrianos y católicos.
Lamentablemente, también, la afluencia de tribus germánicas no había terminado y no se iba a seguir manteniendo la situación tal como era durante los primeros tiempos del reinado de Teodorico.
En la Galia del Noreste, los francos, quienes por siglo y medio habían permanecido razonablemente calmos, cayeron ahora bajo el mando de un dinámico jefe llamado Clodoveo. En 481, cuando llegó al poder, Clodoveo sólo tenía quince años. Cinco años después, empero, tras haber consolidado su poder sobre su pueblo, tuvo edad suficiente para iniciar un programa de expansión.
El primer blanco de Clodoveo fue Siagrio, el gobernante de Soissons. Siagrio fue atacado, derrotado y muerto en 486 (1239 A. U. C), y así desapareció el último trozo de territorio de lo que había sido antaño el Imperio Romano de Occidente que aún estaba gobernado por pueblos nativos del Imperio.
Una larga era llegó a su fin. Habían pasado mil doscientos treinta y nueve años desde que se fundase a orillas del Tíber una pequeña aldea llamada Roma. Había llegado a ser la mayor nación del mundo antiguo, había creado un Imperio que brindó paz a cien millones de personas y un sistema de leyes a las generaciones siguientes. Había adoptado una religión oriental, le había insuflado el espíritu romano y legado a la posteridad. Pero ahora, en 1239 A. U. C., no gobernaba nadie en el Oeste que pudiese considerarse como un verdadero y directo descendiente de la tradición romana.
Sin duda, la mitad oriental del Imperio estaba aún intacta, y aún iba a tener grandes emperadores, pero el Imperio Oriental se estaba alejando del horizonte del Oeste en desarrollo. Desempeñaría un pequeño papel en el desarrollo de una nueva civilización que iba a surgir en lugar del Imperio Romano.
Al desaparecer la última porción del Imperio Occidental, Europa dio un viraje decisivo. ¿Quién iba a construir la nueva civilización sobre las ruinas de la antigua? Los francos y los godos estaban en el escenario. Otros, aún desconocidos, iban a seguirlos: lombardos, hombres del Norte y árabes. Hasta el Imperio Oriental iba a intentar una vuelta al pasado.
Pero los verdaderos herederos de Roma en Occidente iban a ser los francos. La victoria de Clodoveo en Soissons fue el primer susurro de un nuevo Imperio Franco futuro y una nueva cultura franca —centrada en París, y no en Roma— que iba a conducir a la Alta Edad Media y, más tarde, a nuestro mundo actual.

lunes, diciembre 19

NUEVA JUNTA GESTORA.

EL sabado fue la tan ansiada reunión.

Oficialmente constaba de varias partes. Aprobar una junta gestora formada por 6 personas que se encargarían de mover la fiesta hasta la siguiente asamblea. (hay cosas que hacer, y no se pueden dejar). Aprobado por mayoría.

Nominar a Juan Miguel Villamuera como Presidente de Honor, aprobado por mayoría.

Juan Miguel quiso expresar de manera pública sus razones para dimitir, las cuáles entiendo y comparto.

Y luego llegó el turno de preguntas.

A las 18:00 tuve que dejar la asamblea, quedandose gete de mi grupo, ya que tenía compromiso federado ( baloncesto corrales), y además las cosas se estaban empezando a desvariar.

Pero creo que a mi me quedaron varias cosas claras.

1- EL año que viene habrá fiestas.
2- Se gastará el dinero que haya, si se dice que se pueden gastar 150.000 €, se gastaran, si son 50.000€ se gastaran solo 50.000€ pero que se comprometran a una cantidad apra hacer los presupuestos.
3- Nos iremos a la chopera, lo que no queda tan claro es como se realizará la distribución del campamento.
4- El ayuntamiento no tiene un duro, pero hace promesas que luego no puede cumplir.

hbo: ROMA

Intereses variados, no me permitieron ver la serie en su estreno el martes pasado.

Pero deje progrmado el video y el domingo disfruté de 2 horas de roma, conspiraciones y traiciones.

El aspecto histórico, en el tema militar, lo que más daño hace a la vista es el casco.

Alguien comentaba, que las legiones no usaban silbato para organizar sus líneas, en fin...

Pero disfruté como un enano.

Alguien tb me comentó que había demasiado sexo y folliqueo...(yo me esperaba una orgía), pero tampoco es para tanto, sobre todo teniendo en cuenta el concepto que tenemos todos sobre como vivían ellos estos temas.

Conclusión.

Me ha gustado, el final me ha dejado con la intriga, (meter a personajes nuevos es un acierto, ya que la historia de cesar y pompeyo la conocemos todos), la mujer de Lucio es más lista que el hambre.

Espero que salga la batalla de farsalia, y alguna en Hispania contra los pompeyanos.

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parte 48. El Hérulo Odoacro

El Hérulo Odoacro
Después de la muerte de Ricimero, los fragmentos restantes de los dominios del Oeste cayeron bajo el poder de otro general, Orestes. Obligó a abdicar a Julio Nepote y puso a su propio hijo, Rómulo Augusto, en el trono, en 475.
El nombre de Rómulo Augusto parecía un augurio favorable, pues Rómulo había sido el fundador de Roma y Augusto el fundador del Imperio. Sin embargo, no fue un buen augurio. Rómulo sólo tenía catorce años cuando llegó al trono, por lo que su nombre fue deformado, convirtiéndolo en su diminutivo: Rómulo Augústulo («Rómulo, el pequeño Emperador»), que es como se lo conoce comúnmente en la historia.
Rómulo iba a ser emperador por menos de un año, pues inmediatamente surgieron problemas con los mercenarios bárbaros que servían a la causa imperial en Italia. Les irritaba la idea de que en otras provincias, como en Galia, España y África, sus parientes germanos gobernaban en lugar de servir. Por ello, exigieron la cesión de un tercio de las tierras de Italia.
Orestes, quien era el poder real detrás de su hijo, se negó a aceptarlo. Los mercenarios se agruparon bajo un jefe llamado Odoacro (un hérulo, es decir, un miembro de una de las tribus germánicas menos famosas) y decidieron apoderarse de todo, ya que no se había querido darles una parte. Orestes se vio obligado a retirarse a Ticino (la moderna Pavía), en el norte de Italia. La ciudad fue tomada y Orestes ejecutado.
El 4 de septiembre de 476, Rómulo Augústulo fue obligado a abdicar y desapareció de la historia. Odoacro no se molestó en elegir otro títere. En verdad, hacía siglos que ningún emperador gobernaba realmente con capital en el Oeste, y cuando apareció otro (el famoso Carlomagno), iba a gobernar sobre un ámbito que nada tenía en común, excepto el nombre, con el Imperio Romano de Augusto y Trajano.
Por esta razón, el 476 (1229 A. U. C.) es habitualmente considerado como la fecha de «la caída del Imperio Romano».
Pero la fecha es engañosa. Nadie en ese período consideraba que el Imperio Romano había «caído». En verdad, existía aún y era la mayor potencia de Europa. Su capital estaba en Constantinopla y su emperador era Zenón. Sólo porque nosotros descendemos culturalmente del Oeste romano, tendemos a ignorar la existencia continua del Imperio Romano en el Este.
En el pensamiento de la época, era cierto que algunas de las provincias occidentales del Imperio estaban ocupadas por germanos, pero esas provincias aún formaban parte del Imperio —al menos en teoría— y a menudo los reyes germanos gobernaban como funcionarios romanos de uno u otro género. Los reyes bárbaros, quienes aceptaban el concepto casi místico de un imperio indestructible, valoraban como un gran honor que se les otorgara el título de «patricio» o el de «cónsul».
El mismo Zenón nunca reconoció a Rómulo Augústulo como emperador de Occidente. El Emperador Oriental consideraba al muchacho un usurpador y a Julio Nepote como a su único colega legal. Después de su deposición, Julio Nepote había huido de Roma y vivía en Iliria, donde se mantuvo como Emperador Romano de Occidente y fue reconocido como tal por Zenón.
El Imperio Occidental subsistió en un sentido legal hasta 480 (1233 A. U. C), cuando Julio Nepote fue asesinado. Sólo entonces no hubo emperador en el Oeste, para la corte de Constantinopla.
En lo sucesivo, en teoría el Imperio quedó unificado, como lo había estado en los días de Constantino I y Teodosio I. Zenón se convirtió en único emperador. Otorgó el rango de Patricio a Odoacro, quien gobernó Italia (en teoría) como delegado de Zenón. Odoacro envió la insignia imperial a Constantinopla, reconociendo así a Zenón como emperador. Nunca fue llamado rey de Italia, sino sólo rey de las tribus germánicas, que ahora empezaron a apropiarse de las tierras de la península.
Después del asesinato de Julio Nepote, Odoacro invadió Iliria con el pretexto de vengar su muerte. Lo hizo, sin duda, ejecutando a uno de los asesinos. Pero también anexó Iliria a sus posesiones, lo cual lo hizo incómodamente poderoso e incómodamente cercano, desde el punto de vista de Zenón.
Zenón empezó a mirar alrededor en busca de algún método para neutralizar al peligroso Odoacro.

viernes, diciembre 16

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Parte 47.El suevo Ricimero

El suevo Ricimero
Lo que quedó del ámbito romano en Occidente, fue disputado una vez más por dos generales que habían combatido bajo Aecio. Uno de ellos era Avito (Marcus Maecilius Avitus), quien descendía de una antigua familia gala. El otro era Ricimero, hijo de un cacique suevo.
Avito llevó adelante la política de Aecio en su Galia natal, tratando de usar a los bárbaros para salvar todo lo posible de la tradición romana. Formó una alianza con el rey visigodo Teodorico II, quien aprovechó la paz en la Galia para concentrar su atención en España. Allí, en 456, empezó a extender sus posesiones a expensas de los suevos. Con el tiempo, prácticamente toda España fue visigoda. Desde Bretaña a Gibraltar, los visigodos dominaban en todas partes, pero en las montañas del norte de España algunos suevos y los vascos nativos mantuvieron una precaria independencia.
Mientras tanto, las noticias de que Genserico había saqueado Roma y de que el trono imperial se hallaba vacante tentaron a Avito. Tenía el respaldo del poderoso Teodorico y obtuvo el consentimiento del Emperador de Oriente, Marciano. Durante breve tiempo, en 456, Avito fue emperador de Occidente.
Pero en oposición a él se hallaba Ricimero. Puesto que era de origen suevo, no cabía esperar que apoyase al hombre cuya alianza con los visigodos había conducido a la práctica extinción de los suevos en España.
Y la oposición de Ricimero no era de tomar a la ligera. En 456, expulsó de Córcega a una flota vándala, y todo el que por entonces pudiese brindar el espectáculo de una victoria romana sobre los odiados vándalos se convertía en el favorito de Roma. Cuando Ricimero ordenó que Avito abandonase el trono, éste tuvo que obedecer.
En lo sucesivo, durante dieciséis años Ricimero fue el verdadero gobernante de Roma, designando una serie de emperadores nominales a través de los cuales gobernó.
El primero al que colocó en el trono fue Majoriano (Julius Valerios Majorianus), quien también habría luchado bajo Aecio. La primera tarea era la guerra con los vándalos. Un contingente de vándalos que saqueaba la costa de Italia al sudeste de Roma fue sorprendido y atacado por tropas imperiales, que rechazaron a los vándalos a sus barcos haciendo gran mortandad entre ellos.
Estimulado por este triunfo, Majoriano preparó una poderosa flota para invadir África. Para esto, necesitaba la ayuda del rey visigodo, Teodorico. Al principio, Teodorico II, recordando el destino de su viejo aliado Avito, no se mostró dispuesto a brindar su ayuda. Cuando los visigodos perdieron una batalla en la Galia ante las tropas imperiales, Teodorico juzgó que era mejor unirse a la causa común contra los vándalos, como ocho años antes su padre se había unido a la causa común contra los hunos. La flota romano-goda se reunió en Cartagena, en España.
Pero Genserico estaba en guardia. En un ataque repentino, su flota sorprendió a la flota imperial aún no preparada y la destruyó, en 460. El desconcertado Majoriano se vio obligado a hacer la paz y volver sin gloria a Roma, donde Ricimero, juzgando que ya no era útil, lo obligó a dimitir en 461 (1214 A. U. C.). Cinco días más tarde fue muerto, quizás envenenado.
Los intentos de Ricimero de nombrar otros emperadores fueron obstaculizados por el hecho de que León I, el Emperador de Oriente, negó su necesario consentimiento. La fuerza creciente de León I le hizo pensar en la posibilidad de unir todo el Imperio bajo su mando, como antaño había estado unido bajo Teodosio I, casi un siglo antes.
Para empezar, León necesitaba que en el trono occidental hubiese alguien a quien pudiese considerar como su títere seguro. Después de muchas negociaciones con Ricimero, llegaron a un acuerdo y éste aceptó al candidato de León, Antemio, quien era yerno del emperador Marciano, predecesor de León en el trono de Constantinopla. Antemio se convirtió en el Emperador de Occidente en 467 (1220 A. U. C.) y su posición quedó fortalecida cuando Ricimero, el verdadero gobernante de Roma, se casó con la hija de Antemio.
El paso siguiente de León fue enviar su flota contra los vándalos, para realizar la tarea que Majoriano había sido incapaz de llevar a cabo. Con la gloria que le brindaría una victoria y con la anexión de África conquistada para su trono, parecía no haber límites a lo que pudiera realizar en el futuro. Se preparó una enorme flota de más de 1.100 barcos, tripulada, según relatos de la época, por 100.000 hombres.
Cerdeña fue arrancada a los vándalos con esa flota, y un ejército desembarcó en África. Durante un tiempo, las cosas se presentaron mal para el anciano Genserico, que entonces se hallaba en sus setenta y tantos años. Pero Genserico, al observar que la flota imperial estaba negligentemente custodiada y apiñada en el puerto por el mismo exceso de su número, pensó que ofrecía un blanco tentador.
Durante la noche, Genserico envió barcos en llamas que fueron a la deriva contra la enorme flota, la cual pronto quedó reducida a ruinas. Las tropas imperiales se vieron obligadas a huir como pudieron y toda la expedición terminó en un grotesco fracaso.
Sin embargo, León logró sacar algún provecho de esta situación. Logró culpar del fracaso a su general Aspar y lo hizo ejecutar en 471. Esto puso fin a la influencia germana en el Imperio Oriental.
En el Oeste, Ricimero trató de salvar la situación acusando a Antemio y deponiéndolo en 472 (1225 A. U. C.). Luego eligió un títere propio, pues León ya no estaba en condiciones de ejercer influencia alguna en Occidente. El títere fue Anicio Olibrio, quien se había casado con Placidia, la hermana de Valentiniano III, lo que le permitió obtener algo de la aureola del gran Teodosio I. Pero Olibrio y Ricimero murieron ese mismo año.
El camino quedaba despejado para que León I intentase elegir un títere suyo, y en 473 eligió a Julio Nepote (pariente de León por matrimonio) como Emperador de Occidente.
Pero León murió en 474. Su nieto, que también era hijo del general de su cuerpo de guardia isaurio, le sucedió con el nombre de León II, reinó unos pocos meses y murió. El general isaurio Zenón, padre de León II se convirtió entonces en el Emperador de Oriente.
A la muerte de León I, el Imperio Romano de Oriente estaba aún completamente intacto. Sus fronteras seguían siendo prácticamente las mismas que a la muerte de Teodosio I, ochenta años antes o, también, que en la época de Adriano, tres siglos y medio antes.
No ocurría lo mismo con el Imperio Romano en Occidente. En 466, Teodorico II, del Reino Visigodo, había sido muerto por su hermano Eurico, bajo el cual el Reino llegó a la cúspide de su poder. Eurico hizo publicar codificaciones del derecho romano, adaptándolo a las tradiciones godas, para que su gobierno no fuera un mero bandolerismo bárbaro. En verdad, bajo el régimen asentado de los godos, quizás el campesinado estuvo mejor que bajo el débil gobierno de los romanos antes de la llegada de los visigodos. Los nativos vivían bajo sus propias leyes, y sus derechos eran respetados. Los godos se apoderaron de dos tercios de las tierras, el ganado y los esclavos, y, desde luego, los terratenientes romanos despojados sufrieron. También, el populacho se resentía del cristianismo arriano de sus amos godos. Con todo, la vida cotidiana no mostró ningún repentino descenso a una edad oscura.
El tercio sudoriental de la Galia quedó bajo el firme dominio de los burgundios en expansión, cuya frontera ahora lindaba con la de los visigodos. Y en el sudeste de Britania los anglosajones se establecieron firmemente.
En el norte de la Galia, una parte de la población nativa conservó su independencia. Formó el Reino de Soissons, centrado en esta ciudad, situada a unos cien kilómetros al noreste de París. Fue gobernado por Siagrio, el último gobernante de una parte considerable de la Galia que cabe considerar romano, aunque se había revelado contra Roma y mantenido su independencia de la corte imperial.
En África aún gobernaba Genserico. Murió en 477, época en que había llegado a la avanzada edad de ochenta y siete años. Había gobernado África durante casi medio siglo y siempre había sido victorioso. De todos los bárbaros que provocaron la ruina del Imperio Romano en el siglo V, él fue el más capaz y el de mayor éxito.
Prácticamente, todo lo que le quedaba a la corte imperial de Ravena era la misma Italia e Iliria.

jueves, diciembre 15

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parte 46. el vándalo genserico

El vándalo Genserico
Ambas mitades del Imperio tenían ahora que elegir nuevos gobernantes.
En Constantinopla, el hombre más poderoso era Aspar, un germano que era jefe de las tropas bárbaras que custodiaban la capital. Podía haberse proclamado emperador, pero era arriano y sabía que, como gobernante, tendría que enfrentarse con la constante e infatigable oposición de los monjes y del pueblo. No valía la pena, evidentemente. Era más fácil poner a algún católico anodino en el trono y gobernar mediante él. La elección de Aspar recayó en León de Tracia (por la provincia en que había nacido), un anciano y respetado general.
El ascenso al trono de León puso de relieve otro cambio importante. Antaño había sido el Senado el que oficialmente nombraba un emperador, luego fue el ejército y ahora era la Iglesia. El patriarca de Constantinopla colocó la diadema de púrpura sobre la cabeza de León I, y la coronación del jefe del Estado por el jefe de la Iglesia ha sido habitual desde entonces.
Como Marciano antes que él, León actuó mejor de lo esperado. Entre otras cosas, no fue el títere de Aspar. En verdad, León se dispuso cuidadosamente a socavar la posición de Aspar, y una manera de hacerlo era cambiar el cuerpo de guardia imperial de germanos por otro de isaurios, miembros de ciertas tribus de Asia Menor oriental. Tal substitución hizo que León no temiera ser asesinado cuando se enfrentase con Aspar. Además, le proporcionó un grupo confiable de hombres al cual oponer contra los germanos de Aspar, en caso de una disputa violenta. Además, consolidó su situación dando en matrimonio a su hija al general de las tropas isaurias (quien adoptó el nombre griego de Zenón).
Este fue un proceso de importancia decisiva y marcó una diferencia esencial en el desarrollo de las historias de los Imperios Oriental y Occidental. El Oeste, desde la muerte de Teodosio I, más de medio siglo antes, había caído cada vez más en las manos de tropas y generales germanos, hasta que no quedó ningún romano que se resistiese a la completa germanización del Imperio. Pero en el Este hubo una efectiva resistencia contra los germanos. Después del asesinato de Rufino (véase página), los sucesivos germanos hacedores de reyes vieron reducirse cada vez más sus poderes, hasta que, bajo León I, los reclutamientos se hicieron entre los isaurios y otros pueblos del Imperio. Estos formaron un ejército nativo que pudo rechazar a los enemigos externos, mantener intactas las fronteras del Imperio Oriental y preservar su continuidad cultural durante mil años.
En el Oeste, un patricio romano, Petronio Máximo, fue elevado al trono después de la muerte de Valentiniano III. Para arrojar un brillo de legitimidad a la situación, Petronio obligó a Eudoxia, la viuda de Valentiniano, a casarse con él. Se dice que Eudoxia concibió un gran resentimiento por esto, en parte porque no le atraía mucho el anciano Petronio como persona y en parte porque sospechaba que éste había planeado el asesinato de su difunto esposo. Por ello, buscó ayuda para escapar de la situación.
Por entonces, el hombre más poderoso de Occidente era el vándalo Genserico. Estaba en los sesenta y tantos años, y él y sus vándalos gobernaban la provincia africana desde hacía un cuarto de siglo, pero su vigor no había disminuido en nada. Los otros bárbaros poderosos de la época —el visigodo Teodorico y el huno Atila— habían muerto, pero Genserico seguía vivo.
Más aún, fue el único de los bárbaros del siglo V que construyó una flota. Su dominación sobre la tierra firme africana no fue tan extensa como había sido la romana, pues las tribus nativas del norte de África nuevamente dominaban Mauritania y partes de Numidia, pero con su flota Genserico podía compensar esto en otras partes.
Dominaba Córcega, Cerdeña, las islas Baleares y hasta la punta occidental de Sicilia. Hacía incursiones, casi a su capricho, por la línea costera septentrional, en el Este y en el Oeste. Bajo Genserico, parecía haber renacido el antiguo imperio marítimo de Cartago, y Roma se enfrentaba ahora con él como antaño se había enfrentado con Cartago siete siglos antes.
Pero Roma no era ya la Roma de siete siglos antes. Ahora carecía de capacidad de resistencia, y Eudoxia, la Emperatriz, invitó a Genserico a ir a Roma, dándole seguridades de su debilidad y garantizándole el éxito, totalmente dispuesta a lograr su rescate personal a costa del sufrimiento general.
Genserico no necesitaba que le repitiesen la invitación. En junio de 455 (1208 A. U. C.), los barcos de Genserico llegaron a la desembocadura del Tíber. El emperador Petronio trató de huir, pero fue muerto por una muchedumbre presa del pánico que esperaba de este modo apaciguar al enemigo, y los vándalos entraron en la ciudad sin hallar oposición. Cuarenta y cinco años después de la entrada de Alarico en Roma, la ciudad del Tíber fue saqueada por segunda vez. La situación era particularmente curiosa, pues los invasores venían de Cartago. Hasta podemos imaginar al implacable espectro de Aníbal acuciándolos.
El papa León trató de usar su influencia con Genserico, como había hecho con Atila, pero la situación era diferente. Atila era un pagano que podía quedar impresionado por la aureola general de lo sobrenatural. Genserico era un arriano para quien el obispo católico no significaba nada.
Con todo, Genserico era un hombre eficiente. Había acudido en busca de botín y nada más. Durante dos semanas, de manera sistemática y casi científica se apoderó de todo lo que podía haber de valor para llevárselo a Cartago. No hubo ninguna destrucción inútil ni ninguna carnicería sádica. Roma se empobreció, pero, como después del saqueo de Alarico, quedó intacta. Por ello, es paradójico que la amarga denuncia romana de los robos de los vándalos haya hecho que hoy el término «vándalo» sea sinónimo de alguien que destruye insensatamente; esto fue precisamente lo que los vándalos no hicieron en esta ocasión.
Entre otras cosas, Genserico se apoderó de los vasos sagrados que Tito había llevado a Roma del destruido Templo de Jerusalén casi cuatro siglos antes. También ellos fueron llevados a Cartago.
En cuanto a Eudoxia, recibió el trato que debía haber esperado. Lejos de rescatarla y restaurarle su dignidad, el frío y poco sentimental Genserico la despojó de sus joyas y ordenó que ella y sus dos hermanas fuesen llevadas a Cartago como prisioneras.
El saco de Roma fue motivo de melancólicas reflexiones por parte de algunos historiadores de la época, particularmente Sidonio Apolinar (Gaius Sollius Apollinaris Sidonius), galo nacido en 430, que vivió durante las etapas finales del Imperio Romano de Occidente.
Sidonio llamó la atención sobre la manera en que, según la leyenda, había sido fundada Roma . Rómulo y Remo esperaron en la mañana un prodigio. Remo vio seis águilas (o buitres) y Rómulo doce. Prevaleció Rómulo y fue él quien fundó Roma.
A lo largo de toda la historia romana, subsistió una superstición según la cual cada águila representaba un siglo. Si Remo hubiese construido la ciudad, habría durado seis siglos —según esa superstición—, hasta 153 a. C. (600 A. U. C.). Esa fue la época en la cual Cartago había sido finalmente destruida por los romanos victoriosos. ¿Podía haber sucedido que una Roma fundada por Remo hubiese sido derrotada por Aníbal después de la batalla de Cannas, para subsistir otro medio siglo, hasta su destrucción final a manos de los cartagineses?
Como Rómulo fundó la ciudad, ésta duró doce siglos, uno por cada águila. Los doce siglos terminaban en 447 (1200 A. U. C), y fue poco después cuando llegó Genserico, y llegó de Cartago, como si Roma, tarde o temprano, no pudiese eludir su destino. «Ahora, Roma, ya conoces tu destino», escribió Sidonio Apolinar.

miércoles, diciembre 14

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parte 45. el huno atila

El huno Atila
Mientras los vándalos se apoderaban de la provincia meridional del Imperio Occidental y los visigodos se acomodaban en las provincias occidentales, una amenaza aún más bárbara aparecía en el Norte.
Los hunos estaban nuevamente en marcha.
Había sido su migración hacia el Oeste, casi un siglo antes, desde el Asia Central a las llanuras al norte del mar Negro, lo que había impulsado a los visigodos a entrar en el Imperio Romano e iniciado el prolongado ataque que ahora puso al Imperio Occidental al borde de la ruina.
Mientras los godos y vándalos obtenían sus victorias, los hunos habían permanecido relativamente tranquilos. Habían saqueado la frontera romana de vez en cuando, pero sin llevar a cabo una invasión substancial.
En parte, esto fue consecuencia de que el Imperio Oriental estuvo en una situación más sólida que su hermano Occidental. Después de la muerte de Arcadio, en 408, su hijo de siete años, Teodosio II (llamado a veces «Teodosio el Joven»), subió al trono. Cuando llegó a la edad adulta, demostró ser más fuerte que su padre, y hasta tenía cierta amabilidad y buena disposición que le dio popularidad. En el curso de su largo reinado de cuarenta años, el Imperio de Oriente conservó cierta estabilidad. Amplió y reforzó Constantinopla, abrió nuevas escuelas y mandó hacer un compendio jurídico que fue llamado el Código de Teodosio, en su honor.
Los persas (el viejo enemigo casi olvidado ante los terrores del nuevo peligro que presentaron los bárbaros del Norte) fueron rechazados en dos guerras de bastante éxito, y si bien las fronteras del Imperio Occidental se estaban derrumbando, las del Imperio Oriental se mantuvieron intactas.
Pero en 433 dos hermanos, Atila y Bleda, accedieron al gobierno de los hunos. Atila, que era el miembro dominante de la pareja, de inmediato mostró una actitud amenazante hacia Roma y obligó a Teodosio a pagarle un tributo de 700 libras de oro al año a cambio de la promesa de mantener la paz.
Y Atila mantuvo la paz... durante un tiempo. Aprovechó el intervalo para fortalecerse en todas partes, lanzando a sus jinetes contra los primitivos eslavos, que entonces ocupaban las llanuras de la Europa oriental central. También avanzó hacia el Oeste, a Germania, debilitada y en parte despoblada por las migraciones de tantos guerreros a las provincias occidentales del Imperio.
El empuje hacia el Oeste de los hunos lanzó a nuevas tribus germánicas a través del Rin. Entre ellas se contaban los burgundios, algunos de los cuales habían participado en el anterior avance de los suevos sobre la Galia. Ahora, en 436, y en los años siguientes, nuevos grupos de burgundios entraron en la Galia y se establecieron en la región sudoriental de la provincia, después de sufrir una derrota, por obra de Aecio, que desalentó los planes que pudieron haber concebido de obtener un dominio más vasto por el momento.
Otra tribu germánica empujada a la Galia por los hunos fue la de los francos. Habían intentado hacer una incursión en Galia casi un siglo antes, pero Juliano los derrotó de modo tan total que habían permanecido en calma desde entonces. Ahora ocuparon la parte nororiental de la Galia, y esta ocupación también fue limitada por una derrota a manos de Aecio.
Otras tribus germánicas —los anglos, sajones y jutos— que habitaban al norte y al noreste de los francos, sobre las costas de lo que es ahora Dinamarca y Alemania occidental, se vieron obligados a cruzar el mar en el decenio de 440. Hicieron correrías por Britania, que había vuelto a la barbarie, y en 449 los jutos efectuaron sus primeros asentamientos permanentes en lo que es ahora Kent, en la región sudoriental de Inglaterra. Durante los siglos siguientes, los «anglosajones» expandieron lentamente sus posesiones al oeste y al norte contra los fieros guerreros celtas britanos. Fue esta resistencia céltica la que más tarde dio origen a la leyenda del rey Arturo y sus caballeros.
Algunos de los britanos huyeron luego a la región noroccidental de la Galia, estableciéndose en lo que es ahora Bretaña.
Después de la muerte de Bleda, en 445 (1198 A. U. C), desapareció la influencia moderadora que ejercía éste sobre Atila, quien entonces gobernó un vasto imperio que se extendía desde el mar Caspio hasta el Rin y cubría la frontera septentrional del Imperio Romano de un extremo a otro.
Decidió seguir una política exterior aún más aventurera e invadió el Imperio de Oriente, hasta que fue comprado por un tributo aumentado de una tonelada de oro al año.
Teodosio II murió en 450 (1203 A. U. C.) y le sucedió su hermana, Pulqueria, nieta de Teodosio I. Sintió la necesidad de un sostén masculino en medio de los males que la acosaban y se casó con Marciano (Marcianus), un tracio de humilde origen pero un capaz general.
El cambio de gobierno se hizo sentir inmediatamente, pues cuando Atila envió a pedir el último pago del tributo anual, Marciano se negó a entregarlo y se declaró dispuesto a ir a la guerra.
Atila rechazó el desafío. ¿Para qué preocuparse por Marciano, que podía crearle problemas, cuando en el Oeste había una región dominada por un emperador débil, cortesanos pendencieros y reinos bárbaros rivales? Hay una historia según la cual Honoria, la hermana de Valentiniano III, habiendo sido encarcelada por un delito, hizo llegar su anillo a Atila y lo instó a ir a Italia y reclamarla como novia suya. Esto pudo haber servido al rey huno como excusa para una invasión que de todos modos tenía planeada.
Casi inmediatamente después de la subida al trono de Marciano y el rechazo del tributo, Atila se dispuso a cruzar el Rin e invadir la Galia.
Desde hacía una generación, la Galia había sido el escenario de la lucha entre Aecio, en representación del Emperador, y diversas tribus germánicas. Aecio había hecho prodigios. Mantuvo a los visigodos confinados en el sudoeste, a los burgundios en el sudeste, a los francos en el noreste y a los britanos en el noroeste. Grandes extensiones de la Galia central seguían siendo romanas. En verdad, puesto que Aecio obtuvo las últimas victorias que lograron los romanos en Occidente, a veces es llamado «el último de los romanos».
Pero ahora no era con las tribus germánicas que huían de los hunos con los que debía luchar, sino contra los mismos hunos. Cuando Atila y sus hordas de hunos cruzaron el Rin en 451 (1204 A. U. C.), Aecio se vio obligado a hacer causa común con el visigodo Teodorico I. En verdad, los germanos de la Galia reconocieron el tremendo peligro que se cernía sobre todos, y francos y burgundios afluyeron al ejército de Aecio.
Los dos ejércitos, el de Atila, que incluía auxiliares de las tribus germánicas conquistadas por los hunos, sobre todo los ostrogodos, y el de Aecio, con su fuerte contingente visigodo, se encontraron en el norte de la Galia, en una región que había sido habitada por una tribu celta llamada los «catalauni». Por ello, la región es llamada los Campos Cataláunicos, y la principal ciudad de la región es ahora Châlons, a unos 140 kilómetros al este de París. La batalla que se libró allí es llamada la Batalla de Châlons o la Batalla de los Campos Catalaúnicos, pero de cualquier forma que la llamemos fue en cierta medida una batalla de godos contra godos.
Aecio colocó sus propias tropas en la izquierda de la línea del frente y a los visigodos en la derecha. Los aliados más débiles fueron situados en el centro, donde, esperaba Aecio, Atila (que siempre estaba en el centro de su propia línea), lanzaría el ataque principal. Eso fue lo que ocurrió. Los hunos atacaron por el centro y avanzaron, mientras los extremos de la línea de Aecio se cerraron sobre ellos, los rodearon e hicieron estragos.
Si la victoria hubiera sido explotada hasta el fin, los hunos podían haber sido barridos y Atila muerto. Pero Aecio era aún más intrigante que general y le interesaba que los visigodos no se hicieran demasiado fuertes como resultado de la victoria sobre los hunos. Teodorico, el viejo rey visigodo e hijo de Alarico, murió en la batalla, y Aecio entrevió aquí una oportunidad favorable. Había mantenido al hijo de Teodorico, Torismundo, como rehén para impedir que el viejo godo cambiase repentinamente de opinión con respecto al bando al que le convenía apoyar. Ahora envió al joven príncipe apresuradamente a Tolosa con su ejército para asegurarse la sucesión. Con la desaparición de los contingentes visigodos, Atila y lo que quedaba de su ejército pudieron escapar, pero Aecio podía estar seguro de que los visigodos estarían dedicados a una guerra civil. Aecio tenía razón. Torismundo subió al trono, pero al año fue muerto por su hermano menor, quien a su vez se hizo coronar con el nombre de Teodorico II.
Este dudoso asunto de Châlons impidió que Atila conquistase la Galia, pero no acabó con la amenaza de los hunos ni merece el honor de llevar el nombre de «victoria decisiva» que le otorgaron épocas posteriores.
Atila reorganizó su ejército, recuperó el aliento y, en 452, invadió Italia, usando todavía como excusa su petición de la mano de Honoria, que se había prometido a él. Puso sitio a Aquileya, ciudad del extremo septentrional del mar Adriático y después de tres meses la tomó y la destruyó. Algunos de sus habitantes, huyendo de la devastación, buscaron refugio en las lagunas cenagosas del Oeste. Este fue, según la tradición, el núcleo inicial de la que más tarde sería la famosa ciudad de Venecia. Italia estaba postrada ante el avance de este bárbaro que se jactaba de que «la hierba nunca vuelve a crecer allí donde pisa mi caballo». Los eclesiásticos proclamaron que era el medio por el cual Dios castigaba a un pueblo pecador. Era «el azote de Dios».
El avance de Atila hacia Roma no halló oposición. Como Honorio se había quedado acobardado en Ravena cuarenta años antes mientras Alarico atacaba Roma, así ahora Valentiniano III se quedó acobardado en Ravena. El único líder de Roma que podía oponerse a Atila fue el obispo de Roma, quien por entonces era León, un hombre de origen romano que había sido nombrado obispo en 440. (A causa de su historia a menudo se le llama «León el Grande».)
Fue bajo León cuando el obispo de Roma logró por primera vez la posición indiscutida de principal eclesiástico de Occidente. El cambio de la capital occidental de Milán a Ravena había arruinado el prestigio del obispo de Milán, mientras el poder bárbaro en Galia, España y África había disminuido el prestigio de los obispos de esas regiones.
La palabra «papa», que significa «padre», había sido aplicado en diversas lenguas y aún lo es («père», «padre») a los sacerdotes en general. En el Imperio Romano tardío fue aplicado a los obispos, en particular, y a los obispos importantes más particularmente aún.
Cuando León fue obispo de Roma, se hizo práctica corriente en Occidente limitar la palabra «Papa», con mayúscula, a él. León (y los posteriores obispos de Roma) fue el «Padre» por excelencia; era el Padre, el Papa.
Si bien es costumbre incluir a todos los obispos de Roma, desde el mismo Pedro, entre los papas, sólo en el reinado de León el nombre de «papa» se hizo común, y por eso León es considerado por algunos como el fundador del papado.
León adoptó una actitud firme en todas las disputas religiosas de la época. No vaciló en actuar como el primer obispo de la Iglesia, y su opinión fue adoptada por otros. Mostró su fuerza en una severa represión de los maniqueos, que fue el comienzo del fin de su intento de competir con el cristianismo por la adhesión del populacho. (Sin embargo, el maniqueísmo no murió, sino que llevó una existencia subterránea y tuvo influencia en el desarrollo de ciertas herejías medievales, sobre todo en el sur de Francia.)
El prestigio de León aumentó aún más por su acción con respecto a Atila. Roma, abandonada por sus líderes políticos, sólo podía apelar a León.
Recogiendo el desafío con firme valentía, León se dirigió al Norte para encontrar al conquistador que se aproximaba. Ambos se encontraron en 250, a orillas del río Po. Llevando sus vestimentas papales con toda su magnificencia y rodeado de toda la pompa que pudo lograr, León urgió a Atila abstenerse de atacar la ciudad sagrada del Imperio.
Según la tradición, Atila quedó desconcertado e impresionado por la firmeza de León, su imponente apariencia y la aureola del papado. Por temor reverente o por superstición, se retiró. A fin de cuentas, Alarico había muerto poco después del saco de Roma. También es posible que León acompañase sus palabras con la oferta de un generoso don en lugar de la mano de Honoria, y que el oro, tanto como el temor, persuadiesen a Atila a retirarse.
Atila abandonó Italia y, de vuelta en su campamento bárbaro, en 453 (1206 A. U. C.) se casó de nuevo, añadiendo una esposa más a su numeroso harén. Participó en una gran fiesta, luego se retiró a su tienda y, durante la noche, murió en circunstancias misteriosas.
Su imperio quedó dividido entre sus numerosos hijos y se desmembró casi inmediatamente bajo el impacto de una revuelta germana que estalló tan pronto como se difundió la noticia de la muerte de Atila. En 454, los germanos derrotaron a los hunos, y las hordas de éstos se disolvieron. El peligro había pasado.
El gran adversario de Atila no le sobrevivió mucho tiempo.
Para la corte romana, Aecio había sido demasiado afortunado. Había triunfado sobre su rival, Bonifacio; había triunfado sobre Atila. Su ejército le era devoto y bandas de bárbaros protectores lo rodeaban por todas partes.
El inepto Emperador, que había estado un cuarto de siglo en el trono y había llegado a una poco heroica edad adulta sólo gracias a las hazañas de su general, abrigaba un hondo resentimiento por haber temido a ese general. Le fastidiaba haberse visto obligado a admitir que su hija fuese prometida en matrimonio al hijo de Aecio. Como medio siglo antes había sido fácil hacer creer a su tío Honorio que Estilicón aspiraba al trono, así también ahora Valentiniano III fue convencido fácilmente de que la misma acusación contra Aecio era verdadera. Y, en cierto sentido, Aecio provocó su destino por su arrogancia y el engreimiento con que ignoraba las precauciones.
En septiembre de 454 se presentó solo ante Valentiniano, que visitaba Roma en ese momento. Aecio trataba de hacer los arreglos finales para el matrimonio de su hijo con la hija de Valentiniano que, por supuesto, era el elemento más sospechoso de la situación en lo concerniente al Emperador. Extrayendo repentinamente su espada, Valentiniano la clavó en Aecio, y ésta fue la señal para que los funcionarios de la corte rodeasen al general y lo acuchillasen.
Este acto no salvó a Valentiniano. No sólo fue impopular en toda Italia —que confiaba en Aecio como escudo contra los bárbaros—, sino que, para el Emperador, fue una forma de suicidio. Medio año más tarde, en marzo de 455 (1208 A. U. C.), dos hombres que antaño habían servido en la guardia personal de Aecio, hallaron finalmente la oportunidad y apuñalaron a Valentiniano hasta la muerte.
Valentiniano fue el último gobernante masculino descendiente directo de Valentiniano I. Este linaje duró, con creciente debilidad, casi un siglo. El último gobernante de este linaje en el Este fue Pulqueria, esposa del emperador Marciano y prima hermana de Valentiniano. Ella murió en 453 y Marciano en 457.