XI. Mas ya que la ocasión se ha ofrecido, no será fuera de
propósito describir las costumbres de la Galia y la Germania, y la
diferencia que hay entre ambas naciones. En la Galia no sólo los
Estados, partidos y distritos están divididos en bandos, sino también
cada familia. De estos bandos son cabezas los que a juicio de los
otros se reputan por hombres de mayor autoridad, a cuyo arbitrio y
prudencia se confía la decisión de todos los negocios y deliberaciones.
Esto lo establecieron a mi ver los antiguos con el fin de que ningún
plebeyo faltase apoyo contra los poderosos, pues quien es cabeza de
partido no permite que sus parciales sean oprimidos o calumniados;
si así no lo hace, pierde todo el crédito entre los suyos. Esta misma
práctica se observaba en el gobierno de toda la Galia, cuyas
provincias están todas divididas en dos facciones.
XII. Cuando César vino a la Galia, de la una eran jefes los
eduos, y los secuanos de la otra. Éstos, reconociéndose inferiores
porque de tiempo antiguo los eduos los sobrepujaban en autoridad y
en número de vasallos, se coligaron con los germanos y Ariovisto,
empeñándolos en su partido a costa de grandes dádivas y promesas.
Con eso, ganadas varias victorias, y degollada toda la nobleza de los
eduos, vinieron a tal pujanza, que les quitaron gran parte de los
vasallos y los obligaron a dar en prendas los hijos de los principales,
y a jurar solemnemente que nunca emprenderían cosa en perjuicio de
los secuanos; y a la sazón poseían una porción del territorio
confinante que ocuparon por fuerza con el principado de toda la
Galia.
Ésta fue la causa que obligó a Diviciaco a ir a Roma a pedir
auxilio al Senado, si bien no le obtuvo. Trocáronse con la venida de
César las suertes, restituyéronse a los eduos sus rehenes, recobrados
los antiguos vasallos, y adquiridos otros nuevos por el favor de César,
pues veían que los que se aliaban con ellos mejoraban de condición y
de gobierno, distinguidos y privilegiados en todo los eduos, perdieron
los secuanos el principado. En su lugar sucedieron los remenses, que,
como privaban igualmente con César, lo que por enemistades
envejecidas no podían avenirse con los eduos, se hicieron del bando
de los remenses, los cuales procuraban protegerlos con todo empeño.
Así sostenían la nueva dignidad a que de repente habían subido. La
cosa, por fin, estaba en términos que los eduos gozaban sin disputa
el primer lugar, el segundo los remenses.
XIII. En toda la Galia dos son los estados de personas de que
se hace cuenta y estimación; puesto que los plebeyos son mirados
como esclavos, que por sí nada emprenden, ni son jamás admitidos a
consejo. Los más, en viéndose adeudados, o apremiados del peso de
los tributos o de la tiranía de los poderosos, se dedican al servicio de
los nobles, que con ellos ejercitan los mismos derechos que los
señores con sus esclavos. De los dos estados uno es el de los druidas,
el otro el de los caballeros. Aquéllos atienden al cultivo divino,
ofrecen los sacrificios públicos y privados, interpretan los misterios de
la religión. A su escuela concurre gran número de jóvenes a
instruirse, siendo grande el respeto que les tienen. Ellos son los que
sentencian casi todos los pleitos del común y de los particulares; si
algún delito se comete, si sucede alguna muerte, si hay discusión
sobre herencia, o sobre linderos, ellos son los que deciden; ellos
determinan los premios y los castigos, y cualquiera persona, ora sea
privada, ora sea pública, que no se rinde a su sentencia, es
excomulgada, que para ellos es la pena más grave. Los tales
excomulgados se miran como impíos y facinerosos; todos se esquivan
de ellos rehuyendo su encuentro y conversación, por no
contaminarse; no se les hace justicia por más que la pidan, ni se les
fía cargo alguno honroso. A todos los druidas preside uno con
autoridad suprema. Muerto éste, le sucede quien a los demás se
aventaja en prendas. En caso de haber muchos iguales, se hace la
elección por votos de los druidas, y aun tal vez de mano armada se
disputan la primacía. En cierta estación del año, se congregan en el
país de Chartres, tenido por centro de toda la Galia, en un lugar
sagrado.113 Aquí concurren todos los que tienen pleitos, y están a sus
juicios y decisiones. Créese que la tal ciencia fue inventada en
Bretaña y trasladada de allí a la Galia, Aun hoy día los que quieren
saberla a fondo van allá por lo común a estudiaría.
XIV. Los druidas no suelen ir a la guerra, ni pagan tributos
como los demás; están exentos de la milicia y de todas las cargas
concejiles. Con el atractivo de tantos privilegios son muchos los que
se dedican a esta profesión; unos por inclinación propia, otros por
destino de sus padres y parientes. Dícese que allí aprenden gran
número de versos, y pasan a menudo veinte años en este
aprendizaje. No tienen por lícito escribir lo que aprenden, no obstante
que casi en todo lo demás de negocios públicos y particulares se
sirven de ceracteres griegos. Por dos causas, según yo pienso, han
establecido esta ley: porque ni quieren divulgar su doctrina, ni
tampoco que los estudiantes, fiados en los escritos, descuiden en el
ejercicio de la memoria, lo que suele acontecer a muchos, que
teniendo a mano los libros, aflojan en el ejercicio de aprender y
retener las cosas en la memoria. Esméranse sobre todo en persuadir
la inmortalidad de las almas y su trasmigración de unos cuerpos en
otros, cuya creencia juzgan ser grandísimo incentivo para el valor,
poniendo aparte el temor de la muerte. Otras muchas cosas disputan
y enseñan a la juventud acerca de los astros y su movimiento, de la
grandeza del mundo y de la tierra, de la naturaleza de las cosas, del
poder y soberanía de los dioses inmortales.
XV. El segundo estado es de los caballeros. Todos éstos salen a
campaña siempre que lo pide el caso u ocurre alguna guerra (y antes
de la venida de César ocurría casi todos los años, ya fuese ofensiva,
ya defensiva); y cuanto uno es más noble y rico, tanto mayor
acompañamiento lleva de dependientes y criados, lo cual tiene por
único distintivo de su grandeza y poder.
XVI. Toda la nación de los galos es supersticiosa en extremo; y
por esta causa los que padecen enfermedades graves, y se hallan en
batallas y peligros, o sacrifican hombres, o hacen voto de
sacrificarlos, para cuyos sacrificios se valen del ministerio de los
druidas, persuadidos de que no se puede aplacar la ira de los dioses
inmortales en orden a la conservación de la vida de un hombre si no
se hace ofrenda de la vida de otro; y por pública ley tienen ordenados
sacrificios de esta misma especie. Otros forman de mimbres
entretejidos ídolos colosales, cuyos huecos llenan de hombres vivos,
y pegando fuego a los mimbres, rodeados ellos de las llamas rinden
el alma. En su estimación los sacrificios de ladrones, salteadores y
otros delincuentes son los más gratos a los dioses, si bien a falta de
ésos no reparan en sacrificar los inocentes.
XVII. Su principal devoción es al dios Mercurio, de quien tienen
muchísimos simulacros. Celébranle por inventor de todas las artes;
por guía de los caminos y viajes, y atribúyenle grandísima virtud para
las ganancias del dinero y para el comercio. Después de éste son sus
dioses Apolo, Marte, Júpiter y Minerva, de los cuales sienten lo mismo
que las demás naciones: que Apolo cura las enfermedades, que
Minerva es maestra de las manufacturas y artefactos, que Júpiter
gobierna el cielo y Marte preside la guerra. A éste, cuando entran en
batalla, suelen ofrecer en voto los despojos del enemigo. Los
animales que sobran del pillaje son sacrificados; lo demás de la presa
amontonan en un lugar. Y en muchas ciudades se ven rimeros de
estas ofrendas en lugares sagrados. Rara vez se halla quien se
atreva, despreciando la religión, a encubrir algo de lo que cogió, o a
hurtar lo depositado, que semejante delito se castiga con pena de
muerte atrocísima.
XVIII. Blasonan los galos de tener todos por padre a Plutón, y
ésta dicen ser la tradición de los druidas. Por cuya causa hacen el
cómputo de los tiempos no por días, sino por noches, y así en sus
cumpleaños, en los principios de meses y años, siempre la noche
precede al día. En los demás estilos se diferencian particularmente de
otros hombres en que no permiten a sus hijos el que se les presenten
públicamente hasta haber llegado a la edad competente para la
milicia, y es desdoro de un padre tener a su lado en público a su hijo
todavía niño.
XIX. Los maridos, al dote recibido de su mujer, añaden otro
tanto caudal de la hacienda propia, precedida tasación. Todo este
caudal se administra por junto, y se depositan los frutos; el que
alcanza en días al otro queda en posesión de todo el capital con los
bienes gananciales del tiempo del matrimonio. Los maridos son
dueños absolutos de la vida y muerte de sus mujeres, igualmente
que de los hijos; y en muriendo algún padre de familia del estado
noble, se juntan los parientes, y sobre su muerte, caso que haya
motivo de sospecha, ponen a la mujer a cuestión de tormento como
si fuese esclava. Si resulta culpada, le quitan la vida con fuego y
tormentos crudelísimos. Los entierros de los galos son a su modo
magníficos y suntuosos, quemando con ellos todas las cosas que a su
parecer amaban más en vida, inclusos los animales, y no ha mucho
tiempo que solían, acabadas las exequias de los difuntos, echar con
ellos en la misma hoguera sus siervos y criados más queridos.
XX. Las repúblicas más acreditadas por su buen gobierno tienen
por ley inviolable que, cuando alguno entendiere de los comarcanos
algún rumor o voz pública tocante al Estado, la declare al magistrado
sin comunicarla con nadie, porque la experiencia enseña que muchas
veces las personas inconsideradas y sencillas se asustan con falsos
rumores, dan en desafueros, y toman resolución en asuntos de la
mayor importancia. Los magistrados callan lo que les parece, y lo que
juzgan conveniente propónenlo al pueblo. Del gobierno no se puede
hablar sino en consistorio.
113
César: in loco consecralo. Si, como parece verosímil, se lee luco, entenderemos bosque, conforme a
lo que escribe Lucano del paraje donde se juntaban los druidas.
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