LIBRO SÉPTIMO
I. Sosegada ya la Galia, César, conforme a su resolución, parte
para Italia a presidir las juntas. Aquí tiene noticia de la muerte de
Publio Clodio. Sabiendo asimismo que por decreto del Senado todos
los mozos de Italia eran obligados a alistarse, dispone hacer levas en
toda la provincia. Espárcense luego estas nuevas por la Galia
Transalpina, abultándolas, y poniendo de su casa los galos lo que
parecía consiguiente: «que detenido César por las turbulencias de
Roma, no podía durante las diferencias venir al ejército». Con esta
ocasión, los que ya de antemano estaban desabridos por el imperio
del Pueblo Romano, empiezan con mayor libertad y descaro a tratar
de guerra. Citándose los grandes a consejo en los montes y lugares
retirados, quéjanse de la muerte de Acón; y reflexionando que otro
tanto puede sucederles a ellos mismos, laméntanse de la común
desventura de la Galia. No hay premios ni galardones que no
prometan al que primero levante bandera y arriesgue su vida por la
libertad de la patria. Ante todas cosas, dicen: «Mientras la
conspiración está secreta, se ha de procurar cerrar a César el paso al
ejército; esto es fácil, porque ni las legiones en ausencia del general
han de atreverse a salir de los cuarteles, ni el general puede juntarse
con las legiones sin escolta. En conclusión, más vale morir en
campaña, que dejar de recobrar nuestra antigua militar gloria, y la
libertad heredada de los mayores. »
II. Ponderadas estas cosas, salen a la empresa los chartreses
prometiendo exponerse a cualquier peligro por el bien común, y dar
principio a la guerra; y por cuanto era posible en el día recibir y darse
rehenes, por no propalar el secreto, piden pleito homenaje sobre las
banderas (ceremonia para ellos la más sacrosanta) que no serán
desamparados de los demás, una vez comenzada la guerra. Con
efecto, entre los aplausos de los chartreses, prestando juramento
todos los circunstantes y señalado el día del rompimiento, se despide
la junta.
III. Llegado el plazo, los de Chartres, acaudillados de Cotuato y
Conetoduno, dos hombres desaforados, hecha la señal, van corriendo
a. Genabo, y matan a los ciudadanos romanos que allí residían por
causa del comercio, y entre ellos el noble caballero Cayo Fusio Cota,
que por mandato de César cuidaba de las provisiones, y roban sus
haciendas. Al instante corre la voz por todos los Estados de la Galia,
porque siempre que sucede alguna cosa ruidosa y muy notable la
pregonan por los campos y caminos. Los primeros que oyen pasan a
otros la noticia, y éstos de mano en mano la van comunicando a los
inmediatos, como entonces acaeció; que lo ejecutado en Genabo al
rayar el Sol, antes de tres horas de noche se supo en la frontera de
los alvernos a distancia de ciento setenta millas.
IV. De la misma suerte aquí Vercingetórige (joven muy
poderoso, cuyo padre fue Celtilo el mayor príncipe de toda la Galia, y
al fin muerto por sus nacionales por querer hacerse rey), convocando
sus apasionados, los amotinó fácilmente. Mas sabido su intento,
ármanse contra él, y es echado de Gergovia126 por Gobanición su tío
y los demás señores que desaprobaban este atentado. No se
acobarda por eso, antes corre los campos enganchando a los
desvalidos y facinerosos. Junta esta gavilla, induce a su partido a
cuantos encuentra de los ciudadanos. Exhórtalos a tomar las armas
en defensa de la libertad; con que abanderizada mucha gente, echa
de la ciudad a sus contrarios, que poco antes le habían a él echado de
ella. Proclámase rey de los suyos; despacha embajadas a todas
partes conjurando a todos a ser leales. En breve hace su bando a los
de Sens, de París, el Poitú, Cuera, Turena, a los aulercos limosines, a
los de Anjou y demás habitantes de las costas del Océano. Todos a
una voz le nombran generalísimo. Valiéndose de esta potestad
absoluta, exige rehenes de todas estas naciones, y manda que le
acudan luego con cierto número de soldados. A cada una de las
provincias determina la cantidad de armas y el tiempo preciso de
fabricarlas. Sobre todo cuida de proveerse de caballos. Junta en su
gobierno un sumo celo con una severidad suma. A fuerza de castigos
se hace obedecer de los que andaban perplejos. Por delitos graves
son condenados al fuego y a todo género de tormentos; por faltas
ligeras, cortadas las orejas o sacado un ojo, los remite a sus casas
para poner escarmiento y temor a los demás con el rigor del castigo.
V. Con el miedo de semejantes suplicios, formado en breve un
grueso ejército, destaca con parte de él a Lucterio de Cuerci, hombre
sumamente arrojado, al país de Ruerga, y él marcha al de Berri. Los
bierrienses, sabiendo su venida, envían a pedir socorro a los eduos,
sus protectores, para poder más fácilmente resistir al enemigo. Los
eduos, de acuerdo con los legados, a quienes César tenía
encomendado el ejército, les envían de socorro algunos regimientos
de a pie y de a caballo; los cuales ya que llegaron al río Loire, que
divide a los berrienses de los eduos, detenidos a la orilla algunos días
sin atreverse a pasarlo, dan a casa la vuelta, y por excusa a nuestros
legados el temor que tuvieron de la traición de los berrienses, que
supieron estar conjurados con los alvernos para cogerlos en medio
caso que pasasen el río. Si lo hicieron por el motivo que alegaron a
los legados, y no por su propia deslealtad, no me parece asegurarlo,
porque de cierto no me consta. Los berrienses, al punto que se
retiraron los eduos, se unieron con los alvernos.
VI. César, informado en Italia de estas novedades, viendo que
las cosas de Roma por la buena maña de Cneo Pompeyo habían
tomado mejor semblante, se puso en camino para la Galia
Transalpina. Llegado allá, se vio muy embarazado para disponer el
modo de hacer su viaje al ejército. Porque si mandaba venir las
legiones a la Provenza, consideraba que se tendrían que abrir el
camino espada en mano en su ausencia; si él iba solo al ejército, veía
no ser cordura el fiar su vida a los que de presente parecían estar en
paz.
VII. Entre tanto Lucterio el de Cuerci, enviado a los rodenses,
los trae al partido de los alvernos. De aquí, pasando a los nitióbriges
y gábalos,127 de ambas naciones saca rehenes; y reforzadas sus
tropas, se dispone a romper por la Provenza del lado de Narbona, de
cuyo designio avisado César, juzgó ser lo más acertado de todo el ir
derecho a Narbona. Entrado en ella, los serena; pone guarniciones en
los rodenses pertenecientes a la Provenza128 en los volcas
arecómicos,129 en los tolosanos, y en los contornos de Narbona,
vecinos al enemigo. Parte de las milicias provinciales y las reclutas
venidas de Italia manda pasar a los helvios, confinantes con los
alvernos.
VIII. Dadas estas disposiciones, reprimido ya y vuelto atrás
Lucterio por considerar arriesgada la irrupción de los presidios, César
dirige su marcha a los helvios. Y no obstante que la montaña Cebena,
que separa los alvernos de los helvios, cubierta de altísima nieve por
ser entonces lo más riguroso del invierno, le atajaba el paso, sin
embargo, abriéndose camino por seis pies de nieve con grandísima
fatiga de los soldados, penetra en los confines de los alvernos.
Cogidos éstos de sorpresa, porque se creían defendidos del monte
como de un muro impenetrable, y en estancia tal que ni aun para un
hombre solo jamás hubiera senda descubierta, da orden a la
caballería de correr aquellos campos a rienda suelta, llenando de
terror a los enemigos. Vuela la fama de esta novedad por repetidos
correos hasta Vercingetórige, y todos los alvernios lo rodean
espantados y suplican: «mire por sus cosas; que no permita sean
destrozados de los enemigos viendo convertida contra sí toda la
guerra». Rendido en fin a sus amonestaciones, levanta el campo de
Berri encaminándose a los alvernios.
IX. Pero César, a dos días de estancia en estos lugares, como
quien tenía previsto lo que había de hacer Vercingetórige con motivo
de reclutar nuevas tropas y caballos, se ausenta del ejército, y
entrega el mando al joven Bruto, con encargo de emplear la
caballería en correrías por todo el país; que él haría lo posible para
volver dentro de tres días. Ordenadas así las cosas, corriendo a todo
correr, entra en Viena cuando menos le aguardaban los suyos.
Encontrándose aquí con la nueva caballería dirigida mucho antes a
esta ciudad, sin parar día y noche por los confines de los eduos,
marcha a los de langres donde invernaban las legiones, para prevenir
con la presteza cualquiera trama, si también los eduos por amor de
su libertad intentasen urdirla. Llegado allá, despacha sus órdenes a
las demás legiones, y las junta todas en un sitio antes que los
alvernos pudiesen tener noticia de su llegada. Luego que la entendió
Vercingetórige, vuelve de contramarcha con su ejército a Berri; de
donde pasó a sitiar a Gergovia, población de los hoyos, que se la
concedió César con dependencia de los eduos, cuando los venció en
la guerra helvética.
X. Este sitio daba mucho que pensar a César, porque si
mantenía en cuarteles las legiones el tiempo que faltaba del invierno,
temía no se rebelase la Galia toda por la rendición de los tributarios
de los eduos, visto que los amigos no hallaban en él ningún amparo;
si las sacaba de los cuarteles antes de sazón, exponíase a carecer de
víveres por lo penoso de su conducción. En todo caso le pareció
menos mal sufrir antes todas las incomodidades, que con permitir tan
grande afrenta enajenar las voluntades de todos sus aliados. En
conformidad de esto, exhortando a los eduos a cuidar del acarreo de
vituallas, anticipa a los boyos aviso de su venida alentándolos a
mantenerse fieles y resistir vigorosamente al asalto de los enemigos.
Dejadas, pues, en Agendico130 dos legiones en los equipajes de
todo el ejército, toma el camino de los boyos.
126
No se sabe con certeza si este famoso pueblo corresponde hoy a Clermont, Saint-Flour u otro. Parece
hubo dos del mismo nombre, uno en los Boyos, otro en los Avernos.
127
Los de Agen y Gevandan.
128
César: Ruthenis provincialibus. De los rutenos, unos estaban en la provincia romana, otros en la
Aquitania.
129
Queda dicho que éstos eran distintos de los volcas tectosages.
130
Sens.
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