jueves, marzo 9

Libro sexto capítulo 3

XXI. Las costumbres de los germanos son muy diferentes. Pues
ni tienen druidas que hagan oficio de sacerdotes, ni se curan de
sacrificios. Sus dioses son solos aquellos -que ven con los ojos y cuya
beneficencia experimentan sensiblemente, como el sol, el fuego y la
luna; de los demás ni aun noticia tienen. Toda la vida gastan en caza
y en ejercicios de la milicia. Desde niños se acostumbran al trabajo y
al sufrimiento. Los que por más tiempo permanecen castos se llevan
la palma entre los suyos. Creen que así se medra en estatura, fuerzas
y bríos. El conocer mujer antes de los veinte años es para ellos de
grandísima infamia, y es cosa que no se puede ocultar, porque se
bañan sin distinción de sexo en los ríos y se visten de pellicos y
zamarras, dejando desnuda gran parte del cuerpo.
XXII. No se dedican a la agricultura, y la mayor parte de su
vianda se reduce a leche, queso y carne. Ninguno tiene posesión ni
heredad fija; sino que los alcaldes y regidores cada año señalan a
cada familia y parentela que hacen un cuerpo tantas yugadas en tal
término, según les parece, y el año siguiente los obligan a mudarse a
otro sitio. Para esto alegan muchas razones: no sea que encariñados
al territorio, dejen la milicia por la labranza; que traten de ampliar
sus linderos, y los más poderosos echen a los más débiles de su
pertenencia; que fabriquen casas demasiado cómodas para repararse
contra los fríos y calores; que se introduzca el apego al dinero,
semillero de rencillas y discordias; en fin, para que la gente menuda
esté contenta con su suerte, viéndose igualada en bienes con la más
granada.
XXIII. Los pueblos ponen su gloria en estar rodeados de
páramos vastísimos, asolados todos los contornos. Juzgan ser gran
prueba de valor que los confinantes exterminados les cedan el campo
y que ninguno de fuera ose hacer asiento cerca de ellos. Demás que
con eso se dan por más seguros, quitando el miedo de toda sorpresa.
Cuando una nación sale a la guerra, ya sea defensiva, ya ofensiva,
nombran jefe de ella con jurisdicción de horca y cuchillo.114 En tiempo
de paz no hay magistrado sobre toda la nación; sólo en cada
provincia y partido los más sobresalientes administran a los suyos
justicia y deciden los pleitos. Los robos hechos en territorio ajeno no
se tienen por reprensibles, antes los cohonestan con decir que sirven
para ejercicio de la juventud y destierro del ocio. Si es que alguno de
los principales se ofrece en el concejo a ser capitán, convidando a los
que quieran seguirle, se alzan en pie los que aprueban la empresa y
la persona, y prometen acompañarle. El pueblo los vitorea, y los que
no están 3 lo prometido, son mirados como desertores y traidores,
quedando para siempre desacreditados. Nunca tienen por lícito el
violar a los forasteros: los que van a sus tierras por cualquier motivo,
gozan de salvoconducto y son respetados de todos, y no hay para
ellos puerta cerrada ni mesa que no sea franca.
XXIV. En lo antiguo los galos eran más valientes que los
germanos; y les movían guerras, y por la multiplicación de la gente y
estrechez del país enviaban colonias al otro lado del Rin. Así fue que
los volcas tectosages115 se apoderaron de los campos más fértiles de
Germania en los contornos de la selva Hercinia116 (de que veo haber
tenido noticia Eratóstenes y algunos griegos que la llaman Orcinia) y
fundaron allí pueblos, y hasta el día de hoy habitan en ellos con gran
fama de justicia y gloria militar, hechos ya al rigor y pobreza de los
germanos, y a sus alimentos y traje. A los galos la cercanía del mar y
el comercio ultramarino surte de muchas cosas de conveniencia y
regalo; con que acostumbrados insensiblemente a experimentar la
superioridad de los contrarios, y a ser vencidos en muchas batallas, al
presente ni aun ellos mismos se comparan en valor con los
germanos.
XXV. La selva Hercinia, de que arriba se hizo mención, tiene de
ancho nueve largas jornadas; sin que se pueda explicar de otra
suerte, pues no tienen medidas itinerarias. Comienza en los confines
de los helvecios, nemetes y rauracos; y por las orillas del Danubio va
en derechura hasta las fronteras de los dacos y anartes.117 Desde allí
tuerce a mano izquierda por regiones apartadas del río, y por ser tan
extendida, entra en los términos de muchas naciones. No hay hombre
de la Germania conocida que asegure haber llegado al principio de
esta selva aun después de haber andado sesenta días de camino, o
que tenga noticia de dónde nace. Sábese que cría varias razas de
fieras nunca vistas en otras partes. Las más extrañas y notables son
las que siguen.
XXVI. En primer lugar, cierto buey parecido al ciervo,118 de
cuya frente entre las dos orejas sale un cuerno más elevado y más
derecho que los conocidos. En su punta se esparcen muchos ramos
muy anchos a manera de palmas. La hembra tiene el mismo tamaño,
figura y cornamenta del macho.
XXVII. Otras fieras hay que se llaman alces, semejantes en la
figura y variedad de la piel a los corzos. Verdad es que son algo
mayores y carecen de cuerno, y por tener las piernas sin junturas y
artejos, ni se tienen para dormir, ni pueden levantarse o valerse, si
por algún azar caen en tierra. Los árboles les sirven de albergue,
arrímanse a ellos, y así reclinadas un tanto, descansan. Observando
los cazadores por las huellas cuál suele ser la guarida, socavan en
aquel paraje el tronco, o asierran los árboles con tal arte que a la
vista parezcan enteros. Cuando vienen a reclinarse en su apoyo
acostumbrado, con el propio peso derriban los árboles endebles, y
caen juntamente con ellos.
XXVIII. La tercera raza es de los que llaman uros, los cuales
vienen a ser algo menores que los elefantes; la catadura, el color, la
figura de toros, siendo grande su bravura y ligereza. Sea hombre o
bestia, en avistando el bulto, se tiran a él. Mátanlos cogiéndolos en
hoyos con trampas. Con tal afán se curten los jóvenes, siendo este
género de caza su principal ejercicio; los que hubiesen muerto más
de éstos, presentando por prueba los cuernos al público, reciben
grandes aplausos. Pero no es posible domesticarlos ni amansarlos,
aunque los cacen de chiquitos. La grandeza, figura y encaje de sus
cuernos se diferencia mucho de los de nuestros bueyes. Recogidos
con diligencia, los guarnecen de plata, y les sirven de copas en los
más espléndidos banquetes.
XXIX. Después que supo César por relación de los exploradores
ubios cómo los suevos se habían retirado a los bosques, temiendo la
falta de trigo, porque los germanos, como apuntamos arriba, no
cuidan de labrar los campos, resolvió no pasar adelante. Sin
embargo, para contener a los bárbaros con el miedo de su vuelta, y
embarazar el tránsito de sus tropas auxiliares, pasado el ejército,
derribó doscientos pies de la punta del puente que terminaba en
tierra de los ubios, y en la otra levantó una torre de cuatro altos, y
puso en ella para guarnición y defensa del puente doce cohortes,
quedando bien pertrechado este puesto, y por su gobernador el joven
Cayo Volcacio Tulo. Él, cuando ya los panes iban madurando, de
partida para la guerra de Ambiórige, envía delante a Lucio Minucio
Basilo con toda la caballería por la selva Ardena, la mayor de la Galia,
que de las orillas del Rin y fronteras de los trevirenses corre por más
de quinientas millas, alargándose hasta los nervios; y por ver si con
la celeridad de la marcha y coyuntura del tiempo podía lograr algún
buen lance le previene no permita hacer lumbres en el campo a fin de
que no se aparezca de lejos señal de su venida, y añade que presto le
seguirá.
XXX. Ejecutada por Basilo la orden, y hecho en diligencia y
contra toda expectación el viaje, sorprende a muchos en medio de
sus labores, y por las señas que le dieron éstos va volando al paraje
donde decían estar Ambiórige con unos cuantos caballos. En todo
vale mucho la fortuna, y más en la guerra. Pues como fue gran
ventura de Basilo cogerle descuidado y desprevenido, y ser visto de
aquellos hombres antes que supiesen nada de su venida, así fue no
menor la de Ambiórige en poder escapar, después de ser despojado
de todo el tren de carrozas y caballos que tenía consigo. Su dicha
estuvo en que sus compañeros y sirvientes detuvieron un rato el
ímpetu de nuestra caballería dentro del recinto de su palacio, el cual
estaba cercado de un soto, como suelen estarlo las casas de los
galos, que para defenderse de los calores del estío buscan la frescura
de florestas y ríos. Con esto, mientras peleaban los demás, uno de
sus criados le trajo un caballo, y él huyendo se perdió de vista en el
bosque. Así la fortuna mostró su mucho poder en meterle y sacarle
del peligro.

114
Tradúcese así por variar de locución, y porque parece que esta frase española se acerca mucho a
significar el poder o jurisdicción que los romanos llamaban vitae ac necis potestas.
115
Créese que salieron de las tierras de Narbona y de Tolosa. Otra colonia enviaron al Asia Menor, y la
provincia que poblaron se llamó por ellos Gallatia o Gallogroecia. Los volcas arecómicos eran distintos de
éstos de la merindad de Nemauso, hoy Nimes.
116
La Selva Negra.
117
Dacia y Transilvania.
118
Se refiere al reno.

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