martes, marzo 21

LIBRO SEXTO capítulo 5

XLI. Los germanos, perdida la esperanza de apoderarse de los
reales, viendo que los nuestros pusieron pie dentro de las trincheras,
se retiraron tras el Rin con la presa guardada en el bosque. Pero el
terror de los nuestros, aun después de la retirada de los enemigos,
duró tanto, que llegando aquella noche Cayo Voluseno con la
caballería enviado a darles noticia de la venida próxima de César con
el ejército entero, nadie lo creía. Tan atolondrados estaban del miedo,
que sin escuchar razones, se cerraban en decir que, destrozada toda
la infantería, la caballería sola había podido salvarse, pues nunca los
germanos hubieran intentado el asalto estando el ejército en pie. La
presencia sola de César pudo, en fin, serenarlos.
XLII. Vuelto éste, haciéndose cargo de los incidentes de la
guerra, una cosa reprendió no más: que se hubiesen destacado las
cohortes que debían estar en guardia en el campo; que por ningún
caso convino aventurarse. Por lo demás hizo esta reflexión: que si la
fortuna tuvo mucha parte en el inopinado ataque de los enemigos,
mucho más propicia se mostró en que hubiesen rechazado a los
bárbaros, estando ya casi dentro del campo. Sobre todo, era de
admirar que los germanos, salidos de sus tierras con el fin de saquear
las de Ambiórige, dando casualmente en los reales de los romanos, le
viniesen a hacer el mayor beneficio que pudiera desear.
XLIII. Marchando César a molestar de nuevo a los enemigos,
despachó por todas partes gran número de tropas recogidas de las
ciudades comarcanas. Quemaban cuantos cortijos y caserías
encontraban, entrando a saco todos los lugares. Las mieses no sólo
fueron destruidas de tanta muchedumbre de hombres y bestias, sino
también por causa de la estación y de las lluvias que echaron a
perder lo que pudo quedar; de suerte que aun lo que por entonces se
guareciesen, retrocediendo el ejército, se vieran necesitados a
perecer de pura miseria. Y como tanta gente de a caballo dividida en
piquetes discurría por todas partes, tal vez llegó la cosa a términos
que los prisioneros afirmaban no sólo haber visto cómo iba huyendo
Ambiórige, sino estarle todavía viendo; con que la esperanza de
alcanzarle, a costa de infinito trabajo, muchos que pensaban ganarse
con eso suma estimación de César, hacían más que hombres por salir
de su intento. Y siempre a punto de prenderle, por un si es no es
erraban el golpe más venturoso, escapándoseles de entre las manos
en los escondrijos, matorrales y sotos, favorecido de la oscuridad de
la noche, huyendo a diversas regiones y parajes sin más guardia que
las de cuatro caballos, a quien únicamente osaba fiar su vida.
XLIV. Asoladas en la dicha forma las campiñas, César recoge su
ejército menoscabado de dos cohortes a la ciudad de Reims, donde
llamando a Cortes de la Galia, deliberó tratar en ellas la causa de la
conjuración de los senones y chartreses; y pronunciada sentencia de
muerte contra el príncipe Acón,124 que había sido su cabeza, la
ejecutó según costumbre de los romanos. Algunos por temor a la
justicia se ausentaron; y habiéndolos desnaturalizado,125 alojó dos
legiones para aquel invierno en tierra de Tréveris, dos en Langres, las
otras seis en Sens, y dejándolas todas provistas de bastimentos,
partió para Italia a tener las acostumbradas juntas.

124
Véase c. 4.
125
César: quum aqua et igni interdixisset. Quiere decir que los extrañó o expatrió.

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