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lunes, febrero 20
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Libro sexto capítulo 1
LIBRO SEXTO
I. Recelándose César por varios indicios de mayor revolución en
la Galia, trata de reclutar nuevas tropas por medio de sus legados
Marco Silano, Cayo Antistio Regino y Tito Sertio; pide asimismo al
procónsul Cneo Pompeyo, pues que por negocios de la república se
hallaba mandando cerca de Roma, ordenase a los soldados que en la
Galia Cicalpina había alistado siendo cónsul, acudiesen a sus
banderas y viniesen a juntarse con él; juzgando importar mucho, aun
para en adelante, que la Galia entendiese ser tanto el poder de Italia,
que si alguna pérdida padecía en la guerra, no sólo era capaz de
resarcirla presto, sino también de sobreponerse a ella. En efecto,
satisfaciendo Pompeyo a la petición de César como celoso del bien
público y buen amigo, llenando su comisión prontamente los legados,
completas tres legiones y conducidas antes de acabarse el invierno,
doblado el número de las cohortes que perecieron con Titurio, hizo
ver no menos por la presteza que por los refuerzos hasta dónde
llegaban los fondos de la disciplina y potencia del Pueblo Romano.
II. Muerto Induciomaro, como se ha dicho, los trevirenses dan
el mando a sus parientes. Éstos no pierden ocasión de solicitar a los
germanos y ofrecer dineros.108 No pudiendo persuadir a los vecinos,
van tierra adentro; ganados algunos, hacen que los pueblos presten
juramento, y para seguridad de la paga les dan fiadores, haciendo
liga con Ambiórige. Sabido esto, César, viendo por todas partes
aparatos de guerra; a los nervios, aduáticos y menapios juntamente
con todos los germanos de esta parte del Rin, armados; no venir los
de Sens al emplazamiento, sino coligarse con los chartreses y
rayanos, y a los germanos instigados con repetidos mensajes de los
trevirenses, determinó salir cuanto antes a campaña. En
consecuencia, sin esperar al fin del invierno, al frente de cuatro
legiones las más inmediatas, entra por tierras de los nervios, y antes
que pudiesen o apercibirse o escapar, habiendo tomado gran cantidad
de ganados y personas, y repartido entre los soldados, gastados sus
campos, los obligó a entregarse y darle rehenes. Concluido con
brevedad este negocio, remitió las legiones a sus cuarteles de
invierno.
III. En la primavera llamando a Cortes de la Galia, según lo
tenía pensado, y asistiendo todos menos los de Sens, de Chartres y
Tréveris, persuadido de que tal proceder era lo mismo que rebelarse
y declarar la guerra, para mostrar que todo lo posponía a esto,
trasladó las Cortes a París. Su distrito confinaba con el de Sens, y en
tiempos pasados estaban unidos los dos, pero se creía que no había
tenido parte en esta conjuración. Intimidada la traslación desde el
solio, en el mismo día se puso en camino para Sens acompañado de
las legiones, y a grandes jornadas llegó allá.
IV. Luego que Acón, autor de la conjura, supo su venida,
manda que todos se recojan a las fortalezas. Mientras se disponen,
antes de poderlo ejecutar, viene la noticia de la llegada de los
romanos; con que por fuerza mudan de parecer, envían diputados a
excusarse con César, y ponen por mediadores a los eduos, sus
antiguos protectores. César, a petición de dios, les perdona de buena
gana, y admite sus disculpas, atento que se debía emplear el verano
en la guerra inminente y no en pleitos. Multándolos en cien rehenes,
se los entrega a los eduos en custodia. También los de Chartres
envían allá embajadores y rehenes valiéndose de la intercesión de los
remenses sus patronos, y reciben la misma respuesta de César, que
cierra las Cortes, mandando a las ciudades contribuir con gente de a
caballo.
V. Sosegada esta parte de la Galia, todas sus miras v
atenciones se dirigen a la expedición contra los trevirenses y
Ambiórige. Da orden a Cavarino109 que le siga con la brigada de Sens
para evitar las pendencias que podrían originarse o del enojo de éste,
o del odio que se había acarreado de sus ciudadanos. Arreglado esto,
teniendo por cierto que Ambiórige no se arriesgaría a una batalla,
andaba indagando cuáles eran sus ideas. Los menapios, vecinos a los
eburones, cercados de lagunas y bosques eran los únicos que nunca
trataron de paz con César. No ignoraba tener con ellos Ambiórige
derecho de hospedaje, y haber también contraído amistad con los
germanos por medio le los trevirenses. Parecióle por tanto privarle
ante todas cosas de estos recursos, no fuese que o desesperado se
guareciese entre los menapios, o se viese obligado a unirse con los
germanos de la otra parte del Rin. Con este fin remite a Labieno los
bagajes de todo el ejército con la escolta de dos legiones, y él con
cinco a la ligera marcha contra los menapios. Éstos, sin hacer gente
alguna, fiados en la fortaleza del sitio, se refugian entre los sotos y
lagos con todos sus haberes.
VI. César, repartiendo sus tropas con el legado Cayo Fabio y el
cuestor Marco Craso, formados de pronto unos pontones, acomete
por tres partes, quema caserías y aldeas, y coge gran porción de
ganado y gente. Con cuya pérdida forzados los menapios, le
despachan embajadores pidiendo paz. Él, recibidos rehenes en
prendas, protesta que los tratará como a enemigos si dan acogida en
su país a la persona de Ambiórige, o a sus legados. Ajustadas estas
cosas, deja en los menapios a Comió el de Artois con su caballería
para tenerlos a raya, y él toma el camino de Tréveris.
VII. En esto los trevirenses, con un grueso ejército de infantes
y caballos se disponían a atacar por sorpresa a Labieno, que con una
legión sola invernaba en su comarca. Y ya estaban a dos jornadas no
más de él, cuando tienen noticia de las dos legiones enviadas por
César. Con eso, acampándose a quince millas de distancia,
determinan aguardar los socorros de Germania. Labieno, calado el
intento de los enemigos, esperando que el arrojo de ellos le
presentaría ocasión de pelear con ventaja, dejadas cinco cohortes en
guardia de los bagajes, él con veinticinco y buen golpe de caballería
marcha contra el enemigo, y a una milla de distancia fortifica su
campo. Mediaba entre Labieno y el enemigo un río110 de difícil paso y
de riberas escarpadas. Ni él pensaba en atravesarlo, ni creía tampoco
que los enemigos lo pasasen. Creciendo en éstos cada día la
esperanza de pronto socorro, dice Labieno en público, «que supuesto
corren voces de que los germanos están cerca, no quiere aventurar
su persona ni el ejército, y que al amanecer del día siguiente alzará el
campo». Al punto dan parte de esto al enemigo; que como había
tantos galos en la caballería, algunos, llevados del afecto nacional,
favorecían su partido. Labieno, por la noche, llamando a los tribunos
y centuriones principales, les descubre lo que pensaba hacer, y a fin
de confirmar a los enemigos en la sospecha de su miedo, manda
mover las tropas con mayor estruendo y batahola de lo que
ordinariamente se usa entre los romanos. Así hace que la marcha
tenga apariencias de huida. También de esto avisan sus espías a los
enemigos antes del alba, estando como estaban cercanos a nuestras
tiendas.
VIII. No bien nuestra retaguardia había desfilado de las
trincheras, cuando los galos unos a otros se convidan a no soltar la
presa de las manos: ser por demás, estando intimidados los
romanos, esperar el socorro de los germanos, y contra su decoro, no
atreverse con tanta gente a batir un puñado de hombres, y esos
fugitivos y embarazados. En resolución, atraviesan el río, y traban
batalla en lugar harto incómodo. Labieno, que lo había adivinado,
llevando adelante su estratagema, caminaba lentamente hasta
tenerlos a todos de esta parte del río. Entonces, enviando algún
trecho adelante los bagajes, y colocándolos en un ribazo: «He aquí,
dice, oh soldados, la ocasión que tanto habéis deseado: tenéis al
enemigo empeñado en paraje donde no puede revolverse; mostrad
ahora bajo mis órdenes el esfuerzo de que habéis dado ya tantas
pruebas a nuestro jefe; haced cuenta que se halla él aquí presente y
os está mirando. » Dicho esto, manda volver las armas contra el
enemigo, y destacando algunos caballos para resguardo del bagaje,
con los demás cubre los flancos. Los nuestros súbitamente, alzando
un grande alarido, disparan sus dardos contra los enemigos; los
cuales, cuando impensadamente vieron venir contra sí a banderas
desplegadas a los que suponían fugitivos, ni aun sufrir pudieron su
carga, y vueltas al primer choque las espaldas, huyeron a los bosques
cercanos; mas alcanzándolos Labieno con su caballería, mató a
muchos, prendió a varios, y en pocos días recobró todo el país.
Porque los germanos que venían de socorro, sabida la desgracia, se
volvieron a sus casas, yendo tras ellos los parientes de Induciomaro,
que como autores de la rebelión abandonaron su patria, y cuyo
señorío y gobierno recayó en Cingetórige111 que, según va declarado,
siempre se mantuvo leal a los romanos.
IX. César, llegado a Tréveris después de la expedición de los
menapios, determinó pasar el Rin, por dos razones: la primera,
porque los germanos habían enviado socorros a los trevirenses; la
segunda, porque Ambiórige no hallase acogida en sus tierras. Con
esta resolución da orden de lanzar un puente poco más arriba del
sitio por donde la otra vez transportó el ejército. Instruidos ya de la
traza y modo los soldados, a pocos días, por su gran esmero dieron
concluida la obra. César, puesta buena guarnición en el puente por la
banda de Tréveris para precaver toda sorpresa, pasa las demás
tropas y caballería. Los ubios,112 que antes le habían dado rehenes y
la obediencia, por sincerarse le despachan embajadores protestando
no haber concurrido al socorro de los trevirenses, ni violado la fe; por
tanto, le suplican rendidamente no los maltrate, ni los envuelva en el
odio común de los germanos, castigando a los inocentes por los
culpados; que si quiere más rehenes, están prontos a darlos.
Averiguado el hecho, se certifica que los suevos fueron los que
prestaron los socorros; con que recibe a los ubios en su gracia, y se
informa de los caminos por donde se podía entrar en la Suevia.
X. En esto, a pocos días le avisan los ubios cómo los suevos
iban juntando todas sus tropas en un lugar, obligando a las naciones
sujetas a que acudiesen con sus gentes de a pie y de a caballo.
Conforme a estas noticias, hace provisión de granos, y asienta sus
reales en sitio ventajoso. Manda a los ubios a recoger los ganados y
todas sus haciendas de los campos a poblado, esperando que los
suevos, como gente ruda y sin disciplina, forzados a la penuria de
alimentos, se resolverían a pelear, aun siendo desigual el partido.
Encarga que por medio de frecuentes espías averigüen cuanto pasa
en los suevos. Hacen dios lo mandado, y después de algunos días,
vienen con la noticia de que los suevos, desde que supieron de cierto
la venida de los romanos, con todas sus tropas y las auxiliares se
habían retirado tierra adentro a lo último de sus confines. Allí se
tiende una selva interminable llamada Bacene, que puesta por
naturaleza como por barrera entre los suevos y queruscos, los
defiende recíprocamente para que no se hagan mal ni daño los unos
a los otros. A la entrada de esta selva tenían determinado los suevos
aguardar a los romanos.
108
Los trevirenses a las comunidades atraídas, con promesas de dinero, a su partido.
109
Véase Libro V, c. 56.
110
Ya se ha dicho que era el Mosa.
111
Véase Libro V, c. 3. 56.
112
Territorio de Colonia.
I. Recelándose César por varios indicios de mayor revolución en
la Galia, trata de reclutar nuevas tropas por medio de sus legados
Marco Silano, Cayo Antistio Regino y Tito Sertio; pide asimismo al
procónsul Cneo Pompeyo, pues que por negocios de la república se
hallaba mandando cerca de Roma, ordenase a los soldados que en la
Galia Cicalpina había alistado siendo cónsul, acudiesen a sus
banderas y viniesen a juntarse con él; juzgando importar mucho, aun
para en adelante, que la Galia entendiese ser tanto el poder de Italia,
que si alguna pérdida padecía en la guerra, no sólo era capaz de
resarcirla presto, sino también de sobreponerse a ella. En efecto,
satisfaciendo Pompeyo a la petición de César como celoso del bien
público y buen amigo, llenando su comisión prontamente los legados,
completas tres legiones y conducidas antes de acabarse el invierno,
doblado el número de las cohortes que perecieron con Titurio, hizo
ver no menos por la presteza que por los refuerzos hasta dónde
llegaban los fondos de la disciplina y potencia del Pueblo Romano.
II. Muerto Induciomaro, como se ha dicho, los trevirenses dan
el mando a sus parientes. Éstos no pierden ocasión de solicitar a los
germanos y ofrecer dineros.108 No pudiendo persuadir a los vecinos,
van tierra adentro; ganados algunos, hacen que los pueblos presten
juramento, y para seguridad de la paga les dan fiadores, haciendo
liga con Ambiórige. Sabido esto, César, viendo por todas partes
aparatos de guerra; a los nervios, aduáticos y menapios juntamente
con todos los germanos de esta parte del Rin, armados; no venir los
de Sens al emplazamiento, sino coligarse con los chartreses y
rayanos, y a los germanos instigados con repetidos mensajes de los
trevirenses, determinó salir cuanto antes a campaña. En
consecuencia, sin esperar al fin del invierno, al frente de cuatro
legiones las más inmediatas, entra por tierras de los nervios, y antes
que pudiesen o apercibirse o escapar, habiendo tomado gran cantidad
de ganados y personas, y repartido entre los soldados, gastados sus
campos, los obligó a entregarse y darle rehenes. Concluido con
brevedad este negocio, remitió las legiones a sus cuarteles de
invierno.
III. En la primavera llamando a Cortes de la Galia, según lo
tenía pensado, y asistiendo todos menos los de Sens, de Chartres y
Tréveris, persuadido de que tal proceder era lo mismo que rebelarse
y declarar la guerra, para mostrar que todo lo posponía a esto,
trasladó las Cortes a París. Su distrito confinaba con el de Sens, y en
tiempos pasados estaban unidos los dos, pero se creía que no había
tenido parte en esta conjuración. Intimidada la traslación desde el
solio, en el mismo día se puso en camino para Sens acompañado de
las legiones, y a grandes jornadas llegó allá.
IV. Luego que Acón, autor de la conjura, supo su venida,
manda que todos se recojan a las fortalezas. Mientras se disponen,
antes de poderlo ejecutar, viene la noticia de la llegada de los
romanos; con que por fuerza mudan de parecer, envían diputados a
excusarse con César, y ponen por mediadores a los eduos, sus
antiguos protectores. César, a petición de dios, les perdona de buena
gana, y admite sus disculpas, atento que se debía emplear el verano
en la guerra inminente y no en pleitos. Multándolos en cien rehenes,
se los entrega a los eduos en custodia. También los de Chartres
envían allá embajadores y rehenes valiéndose de la intercesión de los
remenses sus patronos, y reciben la misma respuesta de César, que
cierra las Cortes, mandando a las ciudades contribuir con gente de a
caballo.
V. Sosegada esta parte de la Galia, todas sus miras v
atenciones se dirigen a la expedición contra los trevirenses y
Ambiórige. Da orden a Cavarino109 que le siga con la brigada de Sens
para evitar las pendencias que podrían originarse o del enojo de éste,
o del odio que se había acarreado de sus ciudadanos. Arreglado esto,
teniendo por cierto que Ambiórige no se arriesgaría a una batalla,
andaba indagando cuáles eran sus ideas. Los menapios, vecinos a los
eburones, cercados de lagunas y bosques eran los únicos que nunca
trataron de paz con César. No ignoraba tener con ellos Ambiórige
derecho de hospedaje, y haber también contraído amistad con los
germanos por medio le los trevirenses. Parecióle por tanto privarle
ante todas cosas de estos recursos, no fuese que o desesperado se
guareciese entre los menapios, o se viese obligado a unirse con los
germanos de la otra parte del Rin. Con este fin remite a Labieno los
bagajes de todo el ejército con la escolta de dos legiones, y él con
cinco a la ligera marcha contra los menapios. Éstos, sin hacer gente
alguna, fiados en la fortaleza del sitio, se refugian entre los sotos y
lagos con todos sus haberes.
VI. César, repartiendo sus tropas con el legado Cayo Fabio y el
cuestor Marco Craso, formados de pronto unos pontones, acomete
por tres partes, quema caserías y aldeas, y coge gran porción de
ganado y gente. Con cuya pérdida forzados los menapios, le
despachan embajadores pidiendo paz. Él, recibidos rehenes en
prendas, protesta que los tratará como a enemigos si dan acogida en
su país a la persona de Ambiórige, o a sus legados. Ajustadas estas
cosas, deja en los menapios a Comió el de Artois con su caballería
para tenerlos a raya, y él toma el camino de Tréveris.
VII. En esto los trevirenses, con un grueso ejército de infantes
y caballos se disponían a atacar por sorpresa a Labieno, que con una
legión sola invernaba en su comarca. Y ya estaban a dos jornadas no
más de él, cuando tienen noticia de las dos legiones enviadas por
César. Con eso, acampándose a quince millas de distancia,
determinan aguardar los socorros de Germania. Labieno, calado el
intento de los enemigos, esperando que el arrojo de ellos le
presentaría ocasión de pelear con ventaja, dejadas cinco cohortes en
guardia de los bagajes, él con veinticinco y buen golpe de caballería
marcha contra el enemigo, y a una milla de distancia fortifica su
campo. Mediaba entre Labieno y el enemigo un río110 de difícil paso y
de riberas escarpadas. Ni él pensaba en atravesarlo, ni creía tampoco
que los enemigos lo pasasen. Creciendo en éstos cada día la
esperanza de pronto socorro, dice Labieno en público, «que supuesto
corren voces de que los germanos están cerca, no quiere aventurar
su persona ni el ejército, y que al amanecer del día siguiente alzará el
campo». Al punto dan parte de esto al enemigo; que como había
tantos galos en la caballería, algunos, llevados del afecto nacional,
favorecían su partido. Labieno, por la noche, llamando a los tribunos
y centuriones principales, les descubre lo que pensaba hacer, y a fin
de confirmar a los enemigos en la sospecha de su miedo, manda
mover las tropas con mayor estruendo y batahola de lo que
ordinariamente se usa entre los romanos. Así hace que la marcha
tenga apariencias de huida. También de esto avisan sus espías a los
enemigos antes del alba, estando como estaban cercanos a nuestras
tiendas.
VIII. No bien nuestra retaguardia había desfilado de las
trincheras, cuando los galos unos a otros se convidan a no soltar la
presa de las manos: ser por demás, estando intimidados los
romanos, esperar el socorro de los germanos, y contra su decoro, no
atreverse con tanta gente a batir un puñado de hombres, y esos
fugitivos y embarazados. En resolución, atraviesan el río, y traban
batalla en lugar harto incómodo. Labieno, que lo había adivinado,
llevando adelante su estratagema, caminaba lentamente hasta
tenerlos a todos de esta parte del río. Entonces, enviando algún
trecho adelante los bagajes, y colocándolos en un ribazo: «He aquí,
dice, oh soldados, la ocasión que tanto habéis deseado: tenéis al
enemigo empeñado en paraje donde no puede revolverse; mostrad
ahora bajo mis órdenes el esfuerzo de que habéis dado ya tantas
pruebas a nuestro jefe; haced cuenta que se halla él aquí presente y
os está mirando. » Dicho esto, manda volver las armas contra el
enemigo, y destacando algunos caballos para resguardo del bagaje,
con los demás cubre los flancos. Los nuestros súbitamente, alzando
un grande alarido, disparan sus dardos contra los enemigos; los
cuales, cuando impensadamente vieron venir contra sí a banderas
desplegadas a los que suponían fugitivos, ni aun sufrir pudieron su
carga, y vueltas al primer choque las espaldas, huyeron a los bosques
cercanos; mas alcanzándolos Labieno con su caballería, mató a
muchos, prendió a varios, y en pocos días recobró todo el país.
Porque los germanos que venían de socorro, sabida la desgracia, se
volvieron a sus casas, yendo tras ellos los parientes de Induciomaro,
que como autores de la rebelión abandonaron su patria, y cuyo
señorío y gobierno recayó en Cingetórige111 que, según va declarado,
siempre se mantuvo leal a los romanos.
IX. César, llegado a Tréveris después de la expedición de los
menapios, determinó pasar el Rin, por dos razones: la primera,
porque los germanos habían enviado socorros a los trevirenses; la
segunda, porque Ambiórige no hallase acogida en sus tierras. Con
esta resolución da orden de lanzar un puente poco más arriba del
sitio por donde la otra vez transportó el ejército. Instruidos ya de la
traza y modo los soldados, a pocos días, por su gran esmero dieron
concluida la obra. César, puesta buena guarnición en el puente por la
banda de Tréveris para precaver toda sorpresa, pasa las demás
tropas y caballería. Los ubios,112 que antes le habían dado rehenes y
la obediencia, por sincerarse le despachan embajadores protestando
no haber concurrido al socorro de los trevirenses, ni violado la fe; por
tanto, le suplican rendidamente no los maltrate, ni los envuelva en el
odio común de los germanos, castigando a los inocentes por los
culpados; que si quiere más rehenes, están prontos a darlos.
Averiguado el hecho, se certifica que los suevos fueron los que
prestaron los socorros; con que recibe a los ubios en su gracia, y se
informa de los caminos por donde se podía entrar en la Suevia.
X. En esto, a pocos días le avisan los ubios cómo los suevos
iban juntando todas sus tropas en un lugar, obligando a las naciones
sujetas a que acudiesen con sus gentes de a pie y de a caballo.
Conforme a estas noticias, hace provisión de granos, y asienta sus
reales en sitio ventajoso. Manda a los ubios a recoger los ganados y
todas sus haciendas de los campos a poblado, esperando que los
suevos, como gente ruda y sin disciplina, forzados a la penuria de
alimentos, se resolverían a pelear, aun siendo desigual el partido.
Encarga que por medio de frecuentes espías averigüen cuanto pasa
en los suevos. Hacen dios lo mandado, y después de algunos días,
vienen con la noticia de que los suevos, desde que supieron de cierto
la venida de los romanos, con todas sus tropas y las auxiliares se
habían retirado tierra adentro a lo último de sus confines. Allí se
tiende una selva interminable llamada Bacene, que puesta por
naturaleza como por barrera entre los suevos y queruscos, los
defiende recíprocamente para que no se hagan mal ni daño los unos
a los otros. A la entrada de esta selva tenían determinado los suevos
aguardar a los romanos.
108
Los trevirenses a las comunidades atraídas, con promesas de dinero, a su partido.
109
Véase Libro V, c. 56.
110
Ya se ha dicho que era el Mosa.
111
Véase Libro V, c. 3. 56.
112
Territorio de Colonia.
martes, febrero 14
2-murena-11
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LIBRO QUINTO CAP 6
LI. Cebados con eso los enemigos, pasan su ejército, y se
apuestan en mal sitio; y viendo a los nuestros retirarse aun de las
mismas barreras, dan un avance, y arrojando de todas partes dardos
dentro de las trincheras, a voz de pregonero publican por todos los
cantones: «que cualquiera sea galo, sea romano, tiene libertad antes
de la hora tercia102 para pasarse a su campo; después de este plazo
no habrá más recurso». Y llegó a tanto su menosprecio que, creyendo
no poder forzar las puertas, tapiadas sólo en la apariencia con una
somera capa de adobes, empezaron unos a querer aportillar el
cercado con las manos, otros a llenar los fosos. Entonces César,
abiertas todas las puertas, hace una salida y soltando a la caballería,
al punto pone en fuga a los enemigos, de suerte que ni uno solo hizo
la menor resistencia, con que mató a muchos de ellos y desarmó a
todos.
LII. No se atrevió a seguir el alcance por los bosques y
pantanos intermedios, viendo que el sitio quedaba señalado103 con no
pequeña pérdida del enemigo. En fin, sin daño alguno de sus tropas,
el mismo día se juntó con Cicerón. Ve con asombro los torreones,
galápagos y fortificaciones de los enemigos. Y hecha la revista de la
legión, halla que ni de diez uno estaba sin herida, de lo cual infiere en
qué conflicto se vieron y con qué valor se portaron. A Cicerón y a sus
soldados hace los merecidos elogios; saluda por su nombre uno a uno
a los centuriones y tribunos, de cuyo singular valor estaba bien
informado por Cicerón. Cerciórase por los prisioneros de la desgracia
de Sabino y Cota. El día inmediato, en presencia del ejército, la
cuenta por extenso, consolando y animando a los soldados con
decirles: que deben sufrir con paciencia este descalabro únicamente
ocasionado por culpa y temeridad del comandante, ya que quedaba
vengado por beneficio de los dioses inmortales y su propio valor,
aguándoseles tan presto a los enemigos el gozo, como quedaba
remediado para ellos el motivo de sentimiento.
LIII. La fama en tanto de la victoria de César vuela con
increíble velocidad por los remenses a Labieno; pues distando
cincuenta millas de los cuarteles de Cicerón, donde César entró
después de las nueve del día, se oyó antes de medianoche a la puerta
de los reales el alborozo de los remenses, que aclamaban la victoria
con parabienes a Labieno. Divulgada esta noticia entre los
trevirenses, Induciomaro, que había resuelto asaltar el día siguiente
los reales de Labieno, huye aquella noche con todas sus tropas a
Tréveris. César hace que Fabio con la legión vuelva a sus cuarteles de
invierno; él con tres de ellas determina invernar en las inmediaciones
de Samarobriva en tres distintos alojamientos; y a causa de tantas
sublevaciones de la Galia, mantenerse al frente del ejército todo
aquel invierno, porque con la nueva del desastre de Sabino, casi
todos los pueblos de la Galia trataban de guerra despachando
mensajes y embajadas por todas partes, con el fin de averiguar cómo
pensaban los otros, y por dónde se daría principio al rompimiento.
Tenían sus juntas a deshoras de noche y en parajes ocultos, y no
hubo día en todo aquel invierno que no fuese de algún cuidado para
César, recibiendo continuos avisos de los proyectos y alborotos de los
galos. Uno de ellos le comunicó el legado Lucio Roscio, a quien había
dado el mando de la legión decimotercia; y fue que los pueblos
llamados armóricos104 habían levantado un grueso ejército con el fin
de atacarle, y ya no distaba de sus cuarteles sino solas ocho millas,
pero sabida la noticia de la victoria de César, se retiraron tan
apresuradamente que más parecía fuga que retirada.
LIV. Sin embargo, César, llamando ante sí los principales de
cada nación, metiendo a unos miedo con darles a entender que sabía
todas sus tramas, y amonestando a otros, tuvo a raya gran parte de
la Galia. Todavía los de Sens, república de las primeras entre los
galos en poder y autoridad, intentaron unidos matar a Cavarino, que
César les había dado por rey, cuyo hermano Moritasgo lo era cuando
César vino a la Galia, como lo habían sido antes sus abuelos. Como él
lo barruntase y escapase, lo fueron persiguiendo hasta echarle de su
casa y reino, y enviando embajada a César a fin de disculparse,
mandando éste comparecer ante sí el Senado, no le obedecieron.
Tanta impresión hizo en estos bárbaros el ejemplo de los autores de
la rebelión, y trocó tanto sus voluntades, que fuera de los eduos y
remenses, a quienes César trató siempre con distinción, a aquéllos
por su antigua y constante fidelidad al Pueblo Romano, a éstos por
sus buenos oficios en la guerra presente, casi no quedó ciudad de
quien podernos fiar. Lo que bien mirado quizá no debe causar
maravilla, así por otros varios motivos, como principalmente porque
una nación tenida por superior a todas en la gloria militar, a más de
haberla perdido, sentía en el alma verse súbdita de los romanos.
LV. Lo cierto es que Induciomaro y los trevirenses emplearon
todo el invierno en despachar embajadas a la otra parte del Rin,
ganar los pueblos y prometer dineros, asegurándoles ser poquísimos
los nuestros, destrozada ya la mayor parte del ejército. Mas no por
eso pudieron persuadir a ninguno a pasar el Rin, respondiendo todos,
que habiéndoles ya salido mal dos veces, en la guerra de Ariovisto y
en la trasmigración de los feneceros, no querían aventurarse la
tercera. Sin embargo de estas repulsas, Induciomaro empezó a juntar
gente de los suyos y de los confinantes, aparejar caballos y
enganchar con grandes promesas a los bandidos y proscritos de la
Galia; y con estas artes se había granjeado tanto crédito en la nación,
que le venían embajadas de todas partes a nombre de comunidades y
particulares solicitando su gracia y amistad.
LVI. Cuando él se vio buscado, y que por una parte los de Sens
y de Chartres andaban despechados por el remordimiento de su
atentado; que por otra los nervios y aduáticos se armaban contra los
romanos, y que no le faltaría tampoco cohortes de voluntarios, si una
vez salía a campaña, convoca una junta general de gente armada. Tal
es la usanza de los galos en orden a emprender la guerra: obligan
por ley a todos los mozos a que se presenten armados, y al que llega
el último, a la vista de todo el concurso, descuartízanlo. En esta junta
Induciomaro hace declarar enemigo de la patria y confiscar los bienes
a Cingetórige su yerno, cabeza del bando contrario, el cual, como se
ha dicho, siempre se mantuvo fiel a César. Concluido este auto,
publica en la junta cómo venía llamado de los de Sens y Chartres, y
de otras varias ciudades de la Galia; que pensaba dirigir allá su
marcha por el territorio remense talando sus campos, y antes de esto
forzar las trincheras de Labieno, para lo cual da sus órdenes.
LVII. A Labieno, estando como estaba en puesto muy bien
fortificado por naturaleza y arte, ninguna pena le daba el peligro de
su persona y de la legión; andaba sí cuidadoso de no perder ocasión
de algún buen lance. En consecuencia, informado por Cingetórige y
sus allegados del discurso de Induciomaro en el congreso, envía
mensajeros a los pueblos comarcanos pidiendo soldados de a caballo,
y que vengan sin falta para tal día. Entre tanto Induciomaro casi
diariamente andaba girando alrededor de los reales con toda su
caballería, ya para observar el sitio, ya para trabar conversación, o
poner espanto. Los soldados, al pasar, todos de ordinario tiraban sus
dardos dentro del cercado. Labieno tenía a los suyos encerrados en
las trincheras, y procuraba por todos los medios aumentar en el
enemigo el concepto de su miedo.
LVIII. Mientras de día en día prosigue con mayor avilantez
Induciomaro insultando al campo, una noche Labieno, introducido
todo el cuerpo de caballería congregado de la comarca, dispuso con
tanta cautela las guardias para tener quietos dentro a los suyos, que
por ninguna vía pudo traslucirse ni llegar a los trevirenses la noticia
de este refuerzo. Induciomaro en tanto viene a los reales como solía
todos los días, y gasta en eso gran parte del día. La caballería hizo su
descarga de flechas, y con grandes baldones desafían a nuestro
campo. Callando los nuestros a todo, ellos, cuando les pareció, al
caer del día se van desparramados y sin orden. Entonces Labieno
suelta toda la caballería por dos puertas, mandando expresamente
que, al ver asustados y puestos en huida los enemigos, lo que
sucedería infaliblemente como sucedió, todos asestasen a solo
Induciomaro, sin herir a nadie hasta ver a éste muerto; que no quería
que deteniéndose con otros, él aprovechándose de la ocasión,
escapase. Promete grandes premios al que le mate, y destaca parte
de la legión para sostener a la caballería. La fortuna favorece la traza
de Labieno; pues yendo todos tras de solo Induciomaro, preso al
vadear un río,105 es muerto, y su cabeza traída en triunfo a los reales.
La caballería de vuelta persigue y mata a cuantos puede. Con esta
noticia todas las tropas armadas de eburones y nervios se disipan; y
después de este suceso, logró César tener más sosegada la Galia.
102
Según nuestra cuenta, o las nueve de la mañana.
103
Los comentadores y traductores de César no están acordes en la leyenda e inteligencia de este
pasaje. A mí me ha parecido seguir como corriente y bien escrito el texto de la edición Elzeviriana; y
creo que el pensamiento de César queda bien explicado en castellano traduciendo como se ha traducido.
104
Esto es, marítimos, porque en su lengua céltica Ar mor dicen que significa lo mismo que ad more.
apuestan en mal sitio; y viendo a los nuestros retirarse aun de las
mismas barreras, dan un avance, y arrojando de todas partes dardos
dentro de las trincheras, a voz de pregonero publican por todos los
cantones: «que cualquiera sea galo, sea romano, tiene libertad antes
de la hora tercia102 para pasarse a su campo; después de este plazo
no habrá más recurso». Y llegó a tanto su menosprecio que, creyendo
no poder forzar las puertas, tapiadas sólo en la apariencia con una
somera capa de adobes, empezaron unos a querer aportillar el
cercado con las manos, otros a llenar los fosos. Entonces César,
abiertas todas las puertas, hace una salida y soltando a la caballería,
al punto pone en fuga a los enemigos, de suerte que ni uno solo hizo
la menor resistencia, con que mató a muchos de ellos y desarmó a
todos.
LII. No se atrevió a seguir el alcance por los bosques y
pantanos intermedios, viendo que el sitio quedaba señalado103 con no
pequeña pérdida del enemigo. En fin, sin daño alguno de sus tropas,
el mismo día se juntó con Cicerón. Ve con asombro los torreones,
galápagos y fortificaciones de los enemigos. Y hecha la revista de la
legión, halla que ni de diez uno estaba sin herida, de lo cual infiere en
qué conflicto se vieron y con qué valor se portaron. A Cicerón y a sus
soldados hace los merecidos elogios; saluda por su nombre uno a uno
a los centuriones y tribunos, de cuyo singular valor estaba bien
informado por Cicerón. Cerciórase por los prisioneros de la desgracia
de Sabino y Cota. El día inmediato, en presencia del ejército, la
cuenta por extenso, consolando y animando a los soldados con
decirles: que deben sufrir con paciencia este descalabro únicamente
ocasionado por culpa y temeridad del comandante, ya que quedaba
vengado por beneficio de los dioses inmortales y su propio valor,
aguándoseles tan presto a los enemigos el gozo, como quedaba
remediado para ellos el motivo de sentimiento.
LIII. La fama en tanto de la victoria de César vuela con
increíble velocidad por los remenses a Labieno; pues distando
cincuenta millas de los cuarteles de Cicerón, donde César entró
después de las nueve del día, se oyó antes de medianoche a la puerta
de los reales el alborozo de los remenses, que aclamaban la victoria
con parabienes a Labieno. Divulgada esta noticia entre los
trevirenses, Induciomaro, que había resuelto asaltar el día siguiente
los reales de Labieno, huye aquella noche con todas sus tropas a
Tréveris. César hace que Fabio con la legión vuelva a sus cuarteles de
invierno; él con tres de ellas determina invernar en las inmediaciones
de Samarobriva en tres distintos alojamientos; y a causa de tantas
sublevaciones de la Galia, mantenerse al frente del ejército todo
aquel invierno, porque con la nueva del desastre de Sabino, casi
todos los pueblos de la Galia trataban de guerra despachando
mensajes y embajadas por todas partes, con el fin de averiguar cómo
pensaban los otros, y por dónde se daría principio al rompimiento.
Tenían sus juntas a deshoras de noche y en parajes ocultos, y no
hubo día en todo aquel invierno que no fuese de algún cuidado para
César, recibiendo continuos avisos de los proyectos y alborotos de los
galos. Uno de ellos le comunicó el legado Lucio Roscio, a quien había
dado el mando de la legión decimotercia; y fue que los pueblos
llamados armóricos104 habían levantado un grueso ejército con el fin
de atacarle, y ya no distaba de sus cuarteles sino solas ocho millas,
pero sabida la noticia de la victoria de César, se retiraron tan
apresuradamente que más parecía fuga que retirada.
LIV. Sin embargo, César, llamando ante sí los principales de
cada nación, metiendo a unos miedo con darles a entender que sabía
todas sus tramas, y amonestando a otros, tuvo a raya gran parte de
la Galia. Todavía los de Sens, república de las primeras entre los
galos en poder y autoridad, intentaron unidos matar a Cavarino, que
César les había dado por rey, cuyo hermano Moritasgo lo era cuando
César vino a la Galia, como lo habían sido antes sus abuelos. Como él
lo barruntase y escapase, lo fueron persiguiendo hasta echarle de su
casa y reino, y enviando embajada a César a fin de disculparse,
mandando éste comparecer ante sí el Senado, no le obedecieron.
Tanta impresión hizo en estos bárbaros el ejemplo de los autores de
la rebelión, y trocó tanto sus voluntades, que fuera de los eduos y
remenses, a quienes César trató siempre con distinción, a aquéllos
por su antigua y constante fidelidad al Pueblo Romano, a éstos por
sus buenos oficios en la guerra presente, casi no quedó ciudad de
quien podernos fiar. Lo que bien mirado quizá no debe causar
maravilla, así por otros varios motivos, como principalmente porque
una nación tenida por superior a todas en la gloria militar, a más de
haberla perdido, sentía en el alma verse súbdita de los romanos.
LV. Lo cierto es que Induciomaro y los trevirenses emplearon
todo el invierno en despachar embajadas a la otra parte del Rin,
ganar los pueblos y prometer dineros, asegurándoles ser poquísimos
los nuestros, destrozada ya la mayor parte del ejército. Mas no por
eso pudieron persuadir a ninguno a pasar el Rin, respondiendo todos,
que habiéndoles ya salido mal dos veces, en la guerra de Ariovisto y
en la trasmigración de los feneceros, no querían aventurarse la
tercera. Sin embargo de estas repulsas, Induciomaro empezó a juntar
gente de los suyos y de los confinantes, aparejar caballos y
enganchar con grandes promesas a los bandidos y proscritos de la
Galia; y con estas artes se había granjeado tanto crédito en la nación,
que le venían embajadas de todas partes a nombre de comunidades y
particulares solicitando su gracia y amistad.
LVI. Cuando él se vio buscado, y que por una parte los de Sens
y de Chartres andaban despechados por el remordimiento de su
atentado; que por otra los nervios y aduáticos se armaban contra los
romanos, y que no le faltaría tampoco cohortes de voluntarios, si una
vez salía a campaña, convoca una junta general de gente armada. Tal
es la usanza de los galos en orden a emprender la guerra: obligan
por ley a todos los mozos a que se presenten armados, y al que llega
el último, a la vista de todo el concurso, descuartízanlo. En esta junta
Induciomaro hace declarar enemigo de la patria y confiscar los bienes
a Cingetórige su yerno, cabeza del bando contrario, el cual, como se
ha dicho, siempre se mantuvo fiel a César. Concluido este auto,
publica en la junta cómo venía llamado de los de Sens y Chartres, y
de otras varias ciudades de la Galia; que pensaba dirigir allá su
marcha por el territorio remense talando sus campos, y antes de esto
forzar las trincheras de Labieno, para lo cual da sus órdenes.
LVII. A Labieno, estando como estaba en puesto muy bien
fortificado por naturaleza y arte, ninguna pena le daba el peligro de
su persona y de la legión; andaba sí cuidadoso de no perder ocasión
de algún buen lance. En consecuencia, informado por Cingetórige y
sus allegados del discurso de Induciomaro en el congreso, envía
mensajeros a los pueblos comarcanos pidiendo soldados de a caballo,
y que vengan sin falta para tal día. Entre tanto Induciomaro casi
diariamente andaba girando alrededor de los reales con toda su
caballería, ya para observar el sitio, ya para trabar conversación, o
poner espanto. Los soldados, al pasar, todos de ordinario tiraban sus
dardos dentro del cercado. Labieno tenía a los suyos encerrados en
las trincheras, y procuraba por todos los medios aumentar en el
enemigo el concepto de su miedo.
LVIII. Mientras de día en día prosigue con mayor avilantez
Induciomaro insultando al campo, una noche Labieno, introducido
todo el cuerpo de caballería congregado de la comarca, dispuso con
tanta cautela las guardias para tener quietos dentro a los suyos, que
por ninguna vía pudo traslucirse ni llegar a los trevirenses la noticia
de este refuerzo. Induciomaro en tanto viene a los reales como solía
todos los días, y gasta en eso gran parte del día. La caballería hizo su
descarga de flechas, y con grandes baldones desafían a nuestro
campo. Callando los nuestros a todo, ellos, cuando les pareció, al
caer del día se van desparramados y sin orden. Entonces Labieno
suelta toda la caballería por dos puertas, mandando expresamente
que, al ver asustados y puestos en huida los enemigos, lo que
sucedería infaliblemente como sucedió, todos asestasen a solo
Induciomaro, sin herir a nadie hasta ver a éste muerto; que no quería
que deteniéndose con otros, él aprovechándose de la ocasión,
escapase. Promete grandes premios al que le mate, y destaca parte
de la legión para sostener a la caballería. La fortuna favorece la traza
de Labieno; pues yendo todos tras de solo Induciomaro, preso al
vadear un río,105 es muerto, y su cabeza traída en triunfo a los reales.
La caballería de vuelta persigue y mata a cuantos puede. Con esta
noticia todas las tropas armadas de eburones y nervios se disipan; y
después de este suceso, logró César tener más sosegada la Galia.
102
Según nuestra cuenta, o las nueve de la mañana.
103
Los comentadores y traductores de César no están acordes en la leyenda e inteligencia de este
pasaje. A mí me ha parecido seguir como corriente y bien escrito el texto de la edición Elzeviriana; y
creo que el pensamiento de César queda bien explicado en castellano traduciendo como se ha traducido.
104
Esto es, marítimos, porque en su lengua céltica Ar mor dicen que significa lo mismo que ad more.
viernes, febrero 10
otro video de promociónd e las fiestas...
aqui aparece la página web antigua, la que tenía en miarroba y me exigía no se cuantas visitas mensuales... ahora tenemos alojada la oficial en otra que al menos es grtis
video promoción fiesta
perdi todos los videos cuando formatee el equipo, por lo que el texto de la presentación es un poco cutre... luego le retoque, pero solo me quedé con este video...
jueves, febrero 9
miércoles, febrero 8
Tito Pulfion y Lucio Vareno
En el libro quinto aparecen estos dos centuriones. Se basarían en ellos cuando crearon a tito pullo y lucio voreno.
2-murena-10
Etiquetas:
murena comic
LIBRO QUINTO CAP 5
XLI. Entonces los jefes y personas de autoridad entre los
nervios, que tenían alguna cabida y razón de amistad con Cicerón,
dicen que quieren abocarse con él. Habida licencia, repiten la arenga
de Ambiórige a Titurio: «estar armada toda la Galia: los germanos de
esta parte del Rin: los cuarteles de César y de los otros, sitiados.
Añaden lo de la muerte de Sabino. Ponente delante a Ambiórige,99
para que no dude de la verdad. Dicen ser gran desatino esperar
socorro alguno de aquellos que no pueden valerse a sí mismos.
Protestan, no obstante, que por el amor que tienen a Cicerón y al
Pueblo Romano sólo se oponen a que invernen dentro de su país, y
que no quisieran se avezasen a eso; que por ellos bien pueden salir
libres de los cuarteles, y marchar seguros a cualquiera otra parte».
La única respuesta de Cicerón a todo esto fue: «no ser costumbre del
Pueblo Romano recibir condiciones del enemigo armado. Si dejan las
armas podrán servirse de su mediación y enviar embajadores a
César, que, según es de benigno, espera lograrán lo que pidieren».
XLII. Los nervios, viendo frustradas sus ideas, cercan los reales
con un bastión de once pies y su foso de quince. Habían aprendido
esto de los nuestros con el trato de los años antecedentes, y no
dejaban de tener soldados prisioneros que los instruyesen. Mas como
carecían de las herramientas necesarias, les era forzoso cortar los
céspedes con la espada, sacar la tierra con las manos y acarrearla en
las haldas. De lo cual se puede colegir el gran gentío de los
sitiadores, pues en menos de tres horas concluyeron una fortificación
de diez millas de circuito; y los días siguientes, mediante la dirección
de los mismos prisioneros, fueron levantando torres de altura igual a
nuestras barreras, y fabricando guadañas y galápagos.
XLIII. Al día séptimo del cerco, soplando un viento recio,
empezaron a tirar con hondas bodoques100 caldeados y dardos
encendidos a las barracas, que al uso de la Galia eran pajizas.
Prendió al momento en ellas el fuego, que con la violencia del viento
se extendió por todos los reales. Los enemigos cargando con grande
algaraza, como seguros ya de la victoria, van arrimando las torres y
galápagos, y empiezan a escalar el vallado. Mas fue tanto el valor de
los soldados, tal su intrepidez, que sintiéndose chamuscar por todos
lados y oprimir de una horrible lluvia de saetas, viendo arder todos
sus ajuares y alhajas, lejos de abandonar nadie su puesto, ni aun casi
quien atrás mirase, antes por lo mismo peleaban todos con mayor
brío y coraje. Penosísimo sin duda fue este día para los nuestros;
bien que se consiguió hacer grande estrago en los enemigos, por
estar apiñados al pie del vallado mismo, ni dar los últimos, lugar de
retirarse a los primeros. Cediendo un tanto las llamas, como los
enemigos arrimasen por cierta parte una torre hasta pegarla con las
trincheras, los oficiales de la tercera cohorte hicieron lugar
retirándose atrás, con todos los suyos, y con ademanes y voces
empezaron a provocarlos a entrar, «si eran hombres»; pero nadie osó
aventurarse. Entonces los romanos, arrojando piedras, los derrocaron
y les quemaron la torre.
XLIV. Había en esta legión dos centuriones muy valerosos, Tito
Pulfion y Lucio Vareno, a punto de ser promovidos al primer grado.
Andaban éstos en continuas competencias sobre quién debía ser
preferido, y cada año, con la mayor emulación, se disputaban la
precedencia. Pulfion, uno de los dos, en el mayor ardor del combate
al borde de las trincheras: « ¿En qué piensas, dice, oh Vareno?, ¿o a
cuándo aguardas a mostrar tu valentía? Este día decidirá nuestras
competencias. » En diciendo esto, salta las barreras y embiste al
enemigo por la parte más fuerte. No se queda atrás Vareno, sino que
temiendo la censura de todos, síguele a corta distancia. Dispara
Pulfion contra los enemigos su lanza, y pasa de parte a parte a uno
que se adelantó de los enemigos; el cual herido y muerto, es
amparado con los escudos de los suyos, y todos revuelven contra
Pulfion cerrándole el paso. Atraviésanle la rodela, y queda clavado el
estoque en el tahalí. Esta desgracia le paró de suerte la vaina que,
por mucho que forcejaba, no podía sacar la espada, y en esta
maniobra le cercan los enemigos. Acude a su defensa el competidor
Vareno, y socórrele en el peligro, punto vuelve contra este otro el
escuadrón sus tiros, dando a Pulfion por muerto de la estocada. Aquí
Vareno, espada en mano, arrójase a ellos, bátese cuerpo a cuerpo, y
matando a uno, hace retroceder a los demás. Yendo tras ellos con
demasiado coraje, resbala cuesta abajo, y da consigo en tierra.
Pulfion que lo vio rodeado de enemigos, corre a librarle, y al fin
ambos, sanos y salvos, después de haber muerto a muchos, se
restituyen a los reales cubiertos de gloría. Así la fortuna en la
emulación y en la contienda guío a entrambos, defendiendo el un
émulo la vida del otro, sin que pudiera decirse cuál de los dos
mereciese en el valor la primacía.
XLV. Cuanto más se agravaba cada día la fiereza del asedio,
principalmente por ser muy pocos los defensores, estando gran parte
de los soldados postrados de las heridas, tanto más se repetían
correos a César, de los cuales algunos eran cogidos y muertos a
fuerza de tormentos a vista de los nuestros. Había en nuestro cuartel
un hidalgo llamado Verticón, que había desertado al primer
encuentro, y dado a Cicerón pruebas de su lealtad. Este tal persuade
a un su esclavo, prometiéndole la libertad y grandes galardones, que
lleve una carta a César. Él la acomoda en su lanza, y como galo,
atravesando por entre los galos sin la menor sospecha, la pone al fin
en manos de César, por donde vino a saber el peligro de Cicerón y de
su legión.
XLVI. Recibida esta carta a las once del día, despacha luego
aviso al cuestor Marco Craso que tenía sus cuarteles en los belovacos,
a distancia de veinticinco millas, mandándole que se ponga en camino
a medianoche con su legión y venga a toda prisa. Pártese Craso al
aviso. Envía otro al legado Cayo Fabio, que conduzca la suya a la
frontera de Artois, por donde pensaba él hacer su marcha. Escribe a
Labieno, que, si puede buenamente, se acerque con su legión a los
nervios. No le pareció aguardar lo restante del ejército, por hallarse
más distante. Saca de los cuarteles inmediatos hasta cuatrocientos
caballos.
XLVII. A las tres de la mañana supo de los batidores la venida
de Craso. Este día caminó veinte millas. Da el gobierno de
Samarobriva con una legión a Craso, porque allí quedaba todo el
bagaje, los rehenes, las escrituras públicas, y todo el trigo acopiado
para el invierno. Fabio, conforme a la orden recibida, sin detenerse
mucho, sale al encuentro en el camino. Labieno, entendida la muerte
de Sabino y el destrozo de sus cohortes, viéndose rodeado de todas
las tropas trevirenses, temeroso de que, si salía como huyendo de los
cuarteles, no podía sostener la carga del enemigo, especialmente
sabiendo que se mostraba orgulloso con la recién ganada victoria,
responde a César, representando el gran riesgo que correrá la legión
si se movía. Escríbele por menor lo acaecido en los eburones, y añade
que a tres millas de su cuartel estaban acampados los trevirenses con
toda la infantería y caballería.
XLVIII. César, pareciéndole bien esta resolución, dado que de
tres legiones con que contaba se veía reducido a dos, sin embargo,
en la presteza ponía todo el buen éxito. Entra, pues, a marchas
forzadas por tierras de los nervios. Aquí le informan los prisioneros
del estado de Cicerón y del aprieto en que se halla. Sin perder
tiempo, con grandes promesas persuade a uno de la caballería
galicana que lleve a Cicerón una carta. Iba ésta escrita en griego, con
el fin de que, si la interceptaban los enemigos, no pudiesen entender
nuestros designios; previénele, que si no puede dársela en su mano,
la tire dentro del campo atada con la coleta de un dardo. El contenido
era: «que presto le vería con sus legiones», animándole a perseverar
en su primera constancia. El galo, temiendo ser descubierto, tira el
dardo según la instrucción. Éste, por desgracia, quedó clavado en un
cubo, sin advertirlo los nuestros por dos días. Al tercero reparó en él
un soldado, que lo alcanzó, y trajo a Cicerón, quien después de leída,
la publicó a todos, llenándolos de grandísimo consuelo. En eso se
divisaban ya las humaredas a lo lejos, con que se aseguraron
totalmente de la cercanía de las legiones.
XLIX. Los galos, sabida esta novedad por sus espías, levantan
el cerco, y con todas sus tropas, que se componían de sesenta mil
hombres, van sobre César. Cicerón, valiéndose de esta coyuntura,
pide a Verticón, aquel galo arriba dicho, para remitir con él otra carta
a César, encargándole haga el viaje con toda cautela y diligencia;
decía en la carta, cómo los enemigos, alzando el sitio, habían
revuelto contra él todas las tropas. Recibida esta carta cerca de la
medianoche, la participa César a los suyos y los esfuerza para la
pelea.
Al día siguiente muy temprano mueve su campo, y a cuatro
días de marcha descubre la gente del enemigo que asomaba por
detrás de un valle y de un arroyo. Era cosa muy arriesgada combatir
con tantos en paraje menos ventajoso; no obstante, certificado ya de
que Cicerón estaba libre del asedio, y por tanto no era menester
apresurarse, hizo alto, atrincherándose lo mejor que pudo, según la
calidad del terreno; y aunque su ejército ocupaban bien poco, que
apenas era de siete mil hombres, y ésos sin ningún equipaje, todavía
lo reduce a menor espacio, estrechando Lodo lo posible las calles de
entre las tiendas101 con la mira de hacerse más y más despreciable al
enemigo. Entre tanto despacha por todas partes batidores a descubrir
el sendero más seguro por donde pasar aquel valle.
L. Este día, sin hacer más que tal cual ligera escaramuza de los
caballos junto al arroyo, unos y otros se estuvieron quedos en sus
puestos: los galos, porque aguardaban mayores refuerzos, que aun
no se habían juntado; César, por si pudiese con muestras de temor
atraer al enemigo a esta banda del valle, y darle la batalla sin mudar
de terreno delante de las trincheras, donde no, sendereada la ruta,
pasar el valle y el arroyo con menos riesgo. La mañana siguiente, la
caballería enemiga se acerca a los reales, y trábase con la nuestra.
César de intento la manda cejar y retirarse adentro, y manda
juntamente alzar más la estacada, tapiar las puertas, y ejecutar todo
esto con grandísimo atropellamiento y apariencias de miedo.
99
Poco antes amigo de César y obligado con tantos beneficios; ahora enemigo declarado y cabeza de los
rebeldes.
100
Pelotas caldeadas, o especie de balas rojas.
101
Las de los reales romanos eran ordinariamente de cincuenta, y aun de cien pasos en ancho, con que
se podían estrechar mucho en las ocurrencias.
nervios, que tenían alguna cabida y razón de amistad con Cicerón,
dicen que quieren abocarse con él. Habida licencia, repiten la arenga
de Ambiórige a Titurio: «estar armada toda la Galia: los germanos de
esta parte del Rin: los cuarteles de César y de los otros, sitiados.
Añaden lo de la muerte de Sabino. Ponente delante a Ambiórige,99
para que no dude de la verdad. Dicen ser gran desatino esperar
socorro alguno de aquellos que no pueden valerse a sí mismos.
Protestan, no obstante, que por el amor que tienen a Cicerón y al
Pueblo Romano sólo se oponen a que invernen dentro de su país, y
que no quisieran se avezasen a eso; que por ellos bien pueden salir
libres de los cuarteles, y marchar seguros a cualquiera otra parte».
La única respuesta de Cicerón a todo esto fue: «no ser costumbre del
Pueblo Romano recibir condiciones del enemigo armado. Si dejan las
armas podrán servirse de su mediación y enviar embajadores a
César, que, según es de benigno, espera lograrán lo que pidieren».
XLII. Los nervios, viendo frustradas sus ideas, cercan los reales
con un bastión de once pies y su foso de quince. Habían aprendido
esto de los nuestros con el trato de los años antecedentes, y no
dejaban de tener soldados prisioneros que los instruyesen. Mas como
carecían de las herramientas necesarias, les era forzoso cortar los
céspedes con la espada, sacar la tierra con las manos y acarrearla en
las haldas. De lo cual se puede colegir el gran gentío de los
sitiadores, pues en menos de tres horas concluyeron una fortificación
de diez millas de circuito; y los días siguientes, mediante la dirección
de los mismos prisioneros, fueron levantando torres de altura igual a
nuestras barreras, y fabricando guadañas y galápagos.
XLIII. Al día séptimo del cerco, soplando un viento recio,
empezaron a tirar con hondas bodoques100 caldeados y dardos
encendidos a las barracas, que al uso de la Galia eran pajizas.
Prendió al momento en ellas el fuego, que con la violencia del viento
se extendió por todos los reales. Los enemigos cargando con grande
algaraza, como seguros ya de la victoria, van arrimando las torres y
galápagos, y empiezan a escalar el vallado. Mas fue tanto el valor de
los soldados, tal su intrepidez, que sintiéndose chamuscar por todos
lados y oprimir de una horrible lluvia de saetas, viendo arder todos
sus ajuares y alhajas, lejos de abandonar nadie su puesto, ni aun casi
quien atrás mirase, antes por lo mismo peleaban todos con mayor
brío y coraje. Penosísimo sin duda fue este día para los nuestros;
bien que se consiguió hacer grande estrago en los enemigos, por
estar apiñados al pie del vallado mismo, ni dar los últimos, lugar de
retirarse a los primeros. Cediendo un tanto las llamas, como los
enemigos arrimasen por cierta parte una torre hasta pegarla con las
trincheras, los oficiales de la tercera cohorte hicieron lugar
retirándose atrás, con todos los suyos, y con ademanes y voces
empezaron a provocarlos a entrar, «si eran hombres»; pero nadie osó
aventurarse. Entonces los romanos, arrojando piedras, los derrocaron
y les quemaron la torre.
XLIV. Había en esta legión dos centuriones muy valerosos, Tito
Pulfion y Lucio Vareno, a punto de ser promovidos al primer grado.
Andaban éstos en continuas competencias sobre quién debía ser
preferido, y cada año, con la mayor emulación, se disputaban la
precedencia. Pulfion, uno de los dos, en el mayor ardor del combate
al borde de las trincheras: « ¿En qué piensas, dice, oh Vareno?, ¿o a
cuándo aguardas a mostrar tu valentía? Este día decidirá nuestras
competencias. » En diciendo esto, salta las barreras y embiste al
enemigo por la parte más fuerte. No se queda atrás Vareno, sino que
temiendo la censura de todos, síguele a corta distancia. Dispara
Pulfion contra los enemigos su lanza, y pasa de parte a parte a uno
que se adelantó de los enemigos; el cual herido y muerto, es
amparado con los escudos de los suyos, y todos revuelven contra
Pulfion cerrándole el paso. Atraviésanle la rodela, y queda clavado el
estoque en el tahalí. Esta desgracia le paró de suerte la vaina que,
por mucho que forcejaba, no podía sacar la espada, y en esta
maniobra le cercan los enemigos. Acude a su defensa el competidor
Vareno, y socórrele en el peligro, punto vuelve contra este otro el
escuadrón sus tiros, dando a Pulfion por muerto de la estocada. Aquí
Vareno, espada en mano, arrójase a ellos, bátese cuerpo a cuerpo, y
matando a uno, hace retroceder a los demás. Yendo tras ellos con
demasiado coraje, resbala cuesta abajo, y da consigo en tierra.
Pulfion que lo vio rodeado de enemigos, corre a librarle, y al fin
ambos, sanos y salvos, después de haber muerto a muchos, se
restituyen a los reales cubiertos de gloría. Así la fortuna en la
emulación y en la contienda guío a entrambos, defendiendo el un
émulo la vida del otro, sin que pudiera decirse cuál de los dos
mereciese en el valor la primacía.
XLV. Cuanto más se agravaba cada día la fiereza del asedio,
principalmente por ser muy pocos los defensores, estando gran parte
de los soldados postrados de las heridas, tanto más se repetían
correos a César, de los cuales algunos eran cogidos y muertos a
fuerza de tormentos a vista de los nuestros. Había en nuestro cuartel
un hidalgo llamado Verticón, que había desertado al primer
encuentro, y dado a Cicerón pruebas de su lealtad. Este tal persuade
a un su esclavo, prometiéndole la libertad y grandes galardones, que
lleve una carta a César. Él la acomoda en su lanza, y como galo,
atravesando por entre los galos sin la menor sospecha, la pone al fin
en manos de César, por donde vino a saber el peligro de Cicerón y de
su legión.
XLVI. Recibida esta carta a las once del día, despacha luego
aviso al cuestor Marco Craso que tenía sus cuarteles en los belovacos,
a distancia de veinticinco millas, mandándole que se ponga en camino
a medianoche con su legión y venga a toda prisa. Pártese Craso al
aviso. Envía otro al legado Cayo Fabio, que conduzca la suya a la
frontera de Artois, por donde pensaba él hacer su marcha. Escribe a
Labieno, que, si puede buenamente, se acerque con su legión a los
nervios. No le pareció aguardar lo restante del ejército, por hallarse
más distante. Saca de los cuarteles inmediatos hasta cuatrocientos
caballos.
XLVII. A las tres de la mañana supo de los batidores la venida
de Craso. Este día caminó veinte millas. Da el gobierno de
Samarobriva con una legión a Craso, porque allí quedaba todo el
bagaje, los rehenes, las escrituras públicas, y todo el trigo acopiado
para el invierno. Fabio, conforme a la orden recibida, sin detenerse
mucho, sale al encuentro en el camino. Labieno, entendida la muerte
de Sabino y el destrozo de sus cohortes, viéndose rodeado de todas
las tropas trevirenses, temeroso de que, si salía como huyendo de los
cuarteles, no podía sostener la carga del enemigo, especialmente
sabiendo que se mostraba orgulloso con la recién ganada victoria,
responde a César, representando el gran riesgo que correrá la legión
si se movía. Escríbele por menor lo acaecido en los eburones, y añade
que a tres millas de su cuartel estaban acampados los trevirenses con
toda la infantería y caballería.
XLVIII. César, pareciéndole bien esta resolución, dado que de
tres legiones con que contaba se veía reducido a dos, sin embargo,
en la presteza ponía todo el buen éxito. Entra, pues, a marchas
forzadas por tierras de los nervios. Aquí le informan los prisioneros
del estado de Cicerón y del aprieto en que se halla. Sin perder
tiempo, con grandes promesas persuade a uno de la caballería
galicana que lleve a Cicerón una carta. Iba ésta escrita en griego, con
el fin de que, si la interceptaban los enemigos, no pudiesen entender
nuestros designios; previénele, que si no puede dársela en su mano,
la tire dentro del campo atada con la coleta de un dardo. El contenido
era: «que presto le vería con sus legiones», animándole a perseverar
en su primera constancia. El galo, temiendo ser descubierto, tira el
dardo según la instrucción. Éste, por desgracia, quedó clavado en un
cubo, sin advertirlo los nuestros por dos días. Al tercero reparó en él
un soldado, que lo alcanzó, y trajo a Cicerón, quien después de leída,
la publicó a todos, llenándolos de grandísimo consuelo. En eso se
divisaban ya las humaredas a lo lejos, con que se aseguraron
totalmente de la cercanía de las legiones.
XLIX. Los galos, sabida esta novedad por sus espías, levantan
el cerco, y con todas sus tropas, que se componían de sesenta mil
hombres, van sobre César. Cicerón, valiéndose de esta coyuntura,
pide a Verticón, aquel galo arriba dicho, para remitir con él otra carta
a César, encargándole haga el viaje con toda cautela y diligencia;
decía en la carta, cómo los enemigos, alzando el sitio, habían
revuelto contra él todas las tropas. Recibida esta carta cerca de la
medianoche, la participa César a los suyos y los esfuerza para la
pelea.
Al día siguiente muy temprano mueve su campo, y a cuatro
días de marcha descubre la gente del enemigo que asomaba por
detrás de un valle y de un arroyo. Era cosa muy arriesgada combatir
con tantos en paraje menos ventajoso; no obstante, certificado ya de
que Cicerón estaba libre del asedio, y por tanto no era menester
apresurarse, hizo alto, atrincherándose lo mejor que pudo, según la
calidad del terreno; y aunque su ejército ocupaban bien poco, que
apenas era de siete mil hombres, y ésos sin ningún equipaje, todavía
lo reduce a menor espacio, estrechando Lodo lo posible las calles de
entre las tiendas101 con la mira de hacerse más y más despreciable al
enemigo. Entre tanto despacha por todas partes batidores a descubrir
el sendero más seguro por donde pasar aquel valle.
L. Este día, sin hacer más que tal cual ligera escaramuza de los
caballos junto al arroyo, unos y otros se estuvieron quedos en sus
puestos: los galos, porque aguardaban mayores refuerzos, que aun
no se habían juntado; César, por si pudiese con muestras de temor
atraer al enemigo a esta banda del valle, y darle la batalla sin mudar
de terreno delante de las trincheras, donde no, sendereada la ruta,
pasar el valle y el arroyo con menos riesgo. La mañana siguiente, la
caballería enemiga se acerca a los reales, y trábase con la nuestra.
César de intento la manda cejar y retirarse adentro, y manda
juntamente alzar más la estacada, tapiar las puertas, y ejecutar todo
esto con grandísimo atropellamiento y apariencias de miedo.
99
Poco antes amigo de César y obligado con tantos beneficios; ahora enemigo declarado y cabeza de los
rebeldes.
100
Pelotas caldeadas, o especie de balas rojas.
101
Las de los reales romanos eran ordinariamente de cincuenta, y aun de cien pasos en ancho, con que
se podían estrechar mucho en las ocurrencias.
jueves, febrero 2
BAJAR EL RITMO
Que ahora tengo mucho trabajo, y voy a bajar un poco el ritmo de publicaciones.
Siempre se puede repasar antiguos artículos que ya llevamos 397 posts.
Un saludo.
Siempre se puede repasar antiguos artículos que ya llevamos 397 posts.
Un saludo.
2-MURENA-9
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murena comic
LIBRO QUINTO CAP 4
XXXI. Levántanse con esto de la junta, y los principales se
ponen de por medio y suplican a entrambos no lo echen todo a
perder con su discordia y empeño; cualquier partido que tomen, o de
irse o de quedarse, saldrá bien, si todos van a una; al contrario, si
están discordes, se dan por perdidos. Durando la disputa hasta
medianoche, al cabo, rendido Cota, cede. Prevalece la opinión de
Sabino. Publícase marcha para el alba. El resto de la noche pasan en
vela, registrando cada uno su mochila, para ver qué podría llevar
consigo, qué no de los utensilios de los cuarteles. No parece sino que
se discurren todos los medios de hacer peligrosa la detención, y aun
más la marcha con la fatiga y el desvelo de los soldados. Venida la
mañana, comienzan su viaje en la persuasión de que no un enemigo,
sino el mayor amigo suyo, Ambiórige, les había dado este consejo,
extendidos en filas muy largas y con mucho equipaje.
XXXII. Los enemigos, que por la bulla e inquietud de la noche
barruntaron su partida, armadas dos emboscadas en sitio ventajoso y
encubierto entre selvas, a distancia de dos millas estaban acechando
el paso de los romanos; y cuando vieron la mayor parte internada en
lo quebrado de aquel hondo valle, al improviso se, dejaron ver por el
frente y espaldas picando la retaguardia, estorbando a la vanguardia
la subida, y forzando a los nuestros a pelear en el peor paraje.
XXXIII. Aquí vieras a Titurio, que nunca tal pensara, asustarse,
correr acá y allá, desordenadas las filas; pero todo como un hombre
azorado que no sabe la tierra que pisa; que así suele acontecer a los
que no se aconsejan hasta que se hallan metidos en el lance. Por el
contrario Cota, que todo lo tenía previsto y por eso se había opuesto
a la salida, nada omitía de lo conducente al bien común; ya llamando
por su nombre a los soldados, ya esforzándolos, ya peleando, hacía a
un tiempo el oficio de capitán y soldado. Mas visto que, por ser las
filas muy largas, con dificultad podían acudir a todas partes y dar las
órdenes convenientes, publicaron una general para que, soltando las
mochillas, se formasen en rueda, resolución que, si bien no es de
tachar en semejante aprieto, tuvo muy mal efecto; pues cuanto
desalentó la esperanza de los nuestros, tanto mayor denuedo
infundió a los enemigos, por parecerles que no se hacía esto sin
extremos de temor y en caso desesperado. Además que los soldados
de tropel, como era regular, desamparaban sus banderas, y cada cual
iba corriendo a su lío a sacar y recoger las alhajas y preseas más
estimadas, y no se oían sino alaridos y lamentos.
XXXIV. Mejor lo hicieron los bárbaros; porque sus capitanes
intimaron a todo el ejército que ninguno abandonase su puesto; que
contasen por suyo todo el despojo de los romanos, pero entendiesen
que el único medio de conseguirlo era la victoria. Eran los nuestros
por el número y fortaleza capaces de contrarrestar al enemigo, y
dado caso que ni el caudillo ni la fortuna los ayudaba, todavía en su
propio valor libraban la esperanza de la vida; y siempre que alguna
cohorte daba un avance, de aquella banda caía por tierra gran
número de enemigos. Advirtiéndolo Ambiórige, da orden que disparen
de lejos, y que nunca se arrimen mucho, y dondequiera que los
romanos arremetan, retrocedan ellos; que atento el ligero peso de
sus armas y su continuo ejercicio no podían recibir daño, pero en
viéndolos que se retiran a su formación, den tras ellos.
XXXV. Ejecutada puntualísimamente esta orden, cuando una
manga destacada del cerco acometía, los contrarios echaban para
atrás velocísimamente. Con eso era preciso que aquella parte
quedase indefensa, y por un portillo abierto expuesta a los tiros.
Después al querer volver a su puesto, eran cogidos en medio así de
los que se retiraban, como de los que estaban apostados a la espera;
y cuando quisiesen mantenerse a pie firme, ni podían mostrar su
valor, ni estando tan apiñados hurtar el cuerpo a los flechazos de
tanta gente. Con todo eso, a pesar de tantos contrastes y de la
mucha sangre derramada, se tenían fuertes, y pasada gran parte del
día, peleando sin cesar del amanecer hasta las ocho,97 no cometían la
menor vileza. En esto, con un venablo atravesaron de parte a parte
ambos muslos de Tito Balvencio, varón esforzado y de gran cuenta,
que desde el año antecedente mandaba la primera centuria. Quinto
Lucanio, centurión del mismo grado, combatiendo valerosamente, por
ir a socorrer a su hijo rodeado de los enemigos, cae muerto. El
comandante Lucio Cota, mientras va corriendo las líneas y
exhortando a los soldados, recibe en la cara una pedrada de honda.
XXXVI. Aterrado con estas desgracias Quinto Titurio, como
divisase a lo lejos a Ambiórige que andaba animando a los suyos,
envíale su intérprete Neo Pompeyo a suplicarle les perdone las vidas.
Él respondió a la súplica: «que si quería conferenciar consigo, bien
podía, cuanto a la vida de los soldados, esperaba que se podría
recabar de su gente; tocante al mismo Titurio, empeñaba su palabra
que no se le haría daño ninguno». Titurio lo comunica con Cota
herido, diciendo: «que si tiene por bien salir del combate y abocarse
con Ambiórige, hay esperanza de poder salvar sus vidas y las de los
soldados». Cota dice, que de ningún modo irá al enemigo mientras le
vea con las armas en la mano, y ciérrase en ello.
XXXVII. Sabino, vuelto a los tribunos circunstantes y a los
primeros centuriones, manda que le sigan, y llegando cerca de
Ambiórige, intimándole rendir las armas, obedece, ordenando a los
suyos que hagan lo mismo. Durante la conferencia, mientras se trata
de las condiciones, y Ambiórige alarga de propósito la plática,
cércanle poco a poco, y le matan. Entonces fue la grande algazara y
el gritar descompasado a su usanza, apellidando victoria, echarse
sobre los nuestros, y desordenarlos. Allí Lucio Cota pierde
combatiendo la vida, con la mayor parte de los soldados; los demás
se refugian a los reales de donde salieron, entre éstos Lucio
Petrosidio, alférez mayor, que, siendo acosado de un gran tropel de
enemigos, tiró dentro del vallado la insignia del águila, defendiendo a
viva fuerza la entrada, hasta que cayó muerto. Los otros a duras
penas sostuvieron el asalto hasta la noche, durante la cual todos,
desesperados, se dieron a sí mismos la muerte. Los pocos que de la
batalla se escaparon, metidos entre los bosques, por caminos
extraviados, llegan a los cuarteles de Tito Labieno y le cuentan la
tragedia.
XXXVIII. Engreído Ambiórige con esta victoria, marcha sin
dilación con su caballería a los aduáticos, confinantes con su reino,
sin parar día y noche, y manda que le siga la infantería. Incitados los
aduáticos con la relación del hecho, al día siguiente pasa a los
nervios, y los exhorta a que no pierdan la ocasión de asegurar para
siempre su libertad y vengarse de los romanos por los ultrajes
recibidos. Póneles delante la muerte de dos legados y la matanza de
gran parte del ejército; ser muy fácil hacer lo mismo de la legión
acuartelada con Cicerón, acogiéndola de sorpresa; él se ofrece por
compañero de la empresa. No le fue muy dificultoso persuadir a los
nervios. Así que, despachando al punto correos a los centrones,
grudios, levacos, pleumosios y gordunos,98 que son todos
dependientes suyos, hacen las mayores levas que pueden, y de
improviso vuelan a los cuarteles de Cicerón, que aun no tenía noticia
de la desgracia de Titurio, con que no pudo precaver el que algunos
soldados, esparcidos por las selvas en busca de leña y fajina, no
fuesen sorprendidos con la repentina llegada de los caballos.
Rodeados ésos, una gran turba de eburones, aduáticos y nervios con
todos sus aliados y dependientes empieza a batir la legión. Los
nuestros a toda prisa toman las armas y montan las trincheras. Costó
mucho sostenerse aquel día, porque los enemigos ponían toda su
esperanza en la brevedad, confiando que, ganada esta victoria, para
siempre quedarían vencedores.
XL. Cicerón al instante despacha cartas a César, ofreciendo
grandes premios a los portadores, que son luego presos por estar
tomadas todas las sendas. Por la noche, del maderaje acarreado para
barrearse, levantan ciento y veinte torres con presteza increíble, y
acaban de fortificar los reales. Los enemigos al otro día los asaltan
con mayor golpe de gente y llenan el foso. Los nuestros resisten
como el día precedente; y así prosiguen en los consecutivos, no
cesando de trabajar noches enteras, hasta los enfermos y heridos. De
noche se apresta todo lo necesario para la defensa del otro día. Se
hace prevención de cantidad de varales tostados a raigón y de
garrochones, fórmanse tablados en las torres, almenas y parapetos
de zarzos entretejidos. El mismo Cicerón, siendo de complexión
delicadísima, no reposaba un punto ni aun de noche; tanto que fue
necesario que los soldados, con instancias y clamores, le obligasen a
mirar por sí.
97
Ad horam octavam: que, según la cuenta Indicada de los romanos, corresponde a las dos de la tarde
nuestras.
98
Los de Courtray, Brujas, Lovaina, Tournai y Gand.
ponen de por medio y suplican a entrambos no lo echen todo a
perder con su discordia y empeño; cualquier partido que tomen, o de
irse o de quedarse, saldrá bien, si todos van a una; al contrario, si
están discordes, se dan por perdidos. Durando la disputa hasta
medianoche, al cabo, rendido Cota, cede. Prevalece la opinión de
Sabino. Publícase marcha para el alba. El resto de la noche pasan en
vela, registrando cada uno su mochila, para ver qué podría llevar
consigo, qué no de los utensilios de los cuarteles. No parece sino que
se discurren todos los medios de hacer peligrosa la detención, y aun
más la marcha con la fatiga y el desvelo de los soldados. Venida la
mañana, comienzan su viaje en la persuasión de que no un enemigo,
sino el mayor amigo suyo, Ambiórige, les había dado este consejo,
extendidos en filas muy largas y con mucho equipaje.
XXXII. Los enemigos, que por la bulla e inquietud de la noche
barruntaron su partida, armadas dos emboscadas en sitio ventajoso y
encubierto entre selvas, a distancia de dos millas estaban acechando
el paso de los romanos; y cuando vieron la mayor parte internada en
lo quebrado de aquel hondo valle, al improviso se, dejaron ver por el
frente y espaldas picando la retaguardia, estorbando a la vanguardia
la subida, y forzando a los nuestros a pelear en el peor paraje.
XXXIII. Aquí vieras a Titurio, que nunca tal pensara, asustarse,
correr acá y allá, desordenadas las filas; pero todo como un hombre
azorado que no sabe la tierra que pisa; que así suele acontecer a los
que no se aconsejan hasta que se hallan metidos en el lance. Por el
contrario Cota, que todo lo tenía previsto y por eso se había opuesto
a la salida, nada omitía de lo conducente al bien común; ya llamando
por su nombre a los soldados, ya esforzándolos, ya peleando, hacía a
un tiempo el oficio de capitán y soldado. Mas visto que, por ser las
filas muy largas, con dificultad podían acudir a todas partes y dar las
órdenes convenientes, publicaron una general para que, soltando las
mochillas, se formasen en rueda, resolución que, si bien no es de
tachar en semejante aprieto, tuvo muy mal efecto; pues cuanto
desalentó la esperanza de los nuestros, tanto mayor denuedo
infundió a los enemigos, por parecerles que no se hacía esto sin
extremos de temor y en caso desesperado. Además que los soldados
de tropel, como era regular, desamparaban sus banderas, y cada cual
iba corriendo a su lío a sacar y recoger las alhajas y preseas más
estimadas, y no se oían sino alaridos y lamentos.
XXXIV. Mejor lo hicieron los bárbaros; porque sus capitanes
intimaron a todo el ejército que ninguno abandonase su puesto; que
contasen por suyo todo el despojo de los romanos, pero entendiesen
que el único medio de conseguirlo era la victoria. Eran los nuestros
por el número y fortaleza capaces de contrarrestar al enemigo, y
dado caso que ni el caudillo ni la fortuna los ayudaba, todavía en su
propio valor libraban la esperanza de la vida; y siempre que alguna
cohorte daba un avance, de aquella banda caía por tierra gran
número de enemigos. Advirtiéndolo Ambiórige, da orden que disparen
de lejos, y que nunca se arrimen mucho, y dondequiera que los
romanos arremetan, retrocedan ellos; que atento el ligero peso de
sus armas y su continuo ejercicio no podían recibir daño, pero en
viéndolos que se retiran a su formación, den tras ellos.
XXXV. Ejecutada puntualísimamente esta orden, cuando una
manga destacada del cerco acometía, los contrarios echaban para
atrás velocísimamente. Con eso era preciso que aquella parte
quedase indefensa, y por un portillo abierto expuesta a los tiros.
Después al querer volver a su puesto, eran cogidos en medio así de
los que se retiraban, como de los que estaban apostados a la espera;
y cuando quisiesen mantenerse a pie firme, ni podían mostrar su
valor, ni estando tan apiñados hurtar el cuerpo a los flechazos de
tanta gente. Con todo eso, a pesar de tantos contrastes y de la
mucha sangre derramada, se tenían fuertes, y pasada gran parte del
día, peleando sin cesar del amanecer hasta las ocho,97 no cometían la
menor vileza. En esto, con un venablo atravesaron de parte a parte
ambos muslos de Tito Balvencio, varón esforzado y de gran cuenta,
que desde el año antecedente mandaba la primera centuria. Quinto
Lucanio, centurión del mismo grado, combatiendo valerosamente, por
ir a socorrer a su hijo rodeado de los enemigos, cae muerto. El
comandante Lucio Cota, mientras va corriendo las líneas y
exhortando a los soldados, recibe en la cara una pedrada de honda.
XXXVI. Aterrado con estas desgracias Quinto Titurio, como
divisase a lo lejos a Ambiórige que andaba animando a los suyos,
envíale su intérprete Neo Pompeyo a suplicarle les perdone las vidas.
Él respondió a la súplica: «que si quería conferenciar consigo, bien
podía, cuanto a la vida de los soldados, esperaba que se podría
recabar de su gente; tocante al mismo Titurio, empeñaba su palabra
que no se le haría daño ninguno». Titurio lo comunica con Cota
herido, diciendo: «que si tiene por bien salir del combate y abocarse
con Ambiórige, hay esperanza de poder salvar sus vidas y las de los
soldados». Cota dice, que de ningún modo irá al enemigo mientras le
vea con las armas en la mano, y ciérrase en ello.
XXXVII. Sabino, vuelto a los tribunos circunstantes y a los
primeros centuriones, manda que le sigan, y llegando cerca de
Ambiórige, intimándole rendir las armas, obedece, ordenando a los
suyos que hagan lo mismo. Durante la conferencia, mientras se trata
de las condiciones, y Ambiórige alarga de propósito la plática,
cércanle poco a poco, y le matan. Entonces fue la grande algazara y
el gritar descompasado a su usanza, apellidando victoria, echarse
sobre los nuestros, y desordenarlos. Allí Lucio Cota pierde
combatiendo la vida, con la mayor parte de los soldados; los demás
se refugian a los reales de donde salieron, entre éstos Lucio
Petrosidio, alférez mayor, que, siendo acosado de un gran tropel de
enemigos, tiró dentro del vallado la insignia del águila, defendiendo a
viva fuerza la entrada, hasta que cayó muerto. Los otros a duras
penas sostuvieron el asalto hasta la noche, durante la cual todos,
desesperados, se dieron a sí mismos la muerte. Los pocos que de la
batalla se escaparon, metidos entre los bosques, por caminos
extraviados, llegan a los cuarteles de Tito Labieno y le cuentan la
tragedia.
XXXVIII. Engreído Ambiórige con esta victoria, marcha sin
dilación con su caballería a los aduáticos, confinantes con su reino,
sin parar día y noche, y manda que le siga la infantería. Incitados los
aduáticos con la relación del hecho, al día siguiente pasa a los
nervios, y los exhorta a que no pierdan la ocasión de asegurar para
siempre su libertad y vengarse de los romanos por los ultrajes
recibidos. Póneles delante la muerte de dos legados y la matanza de
gran parte del ejército; ser muy fácil hacer lo mismo de la legión
acuartelada con Cicerón, acogiéndola de sorpresa; él se ofrece por
compañero de la empresa. No le fue muy dificultoso persuadir a los
nervios. Así que, despachando al punto correos a los centrones,
grudios, levacos, pleumosios y gordunos,98 que son todos
dependientes suyos, hacen las mayores levas que pueden, y de
improviso vuelan a los cuarteles de Cicerón, que aun no tenía noticia
de la desgracia de Titurio, con que no pudo precaver el que algunos
soldados, esparcidos por las selvas en busca de leña y fajina, no
fuesen sorprendidos con la repentina llegada de los caballos.
Rodeados ésos, una gran turba de eburones, aduáticos y nervios con
todos sus aliados y dependientes empieza a batir la legión. Los
nuestros a toda prisa toman las armas y montan las trincheras. Costó
mucho sostenerse aquel día, porque los enemigos ponían toda su
esperanza en la brevedad, confiando que, ganada esta victoria, para
siempre quedarían vencedores.
XL. Cicerón al instante despacha cartas a César, ofreciendo
grandes premios a los portadores, que son luego presos por estar
tomadas todas las sendas. Por la noche, del maderaje acarreado para
barrearse, levantan ciento y veinte torres con presteza increíble, y
acaban de fortificar los reales. Los enemigos al otro día los asaltan
con mayor golpe de gente y llenan el foso. Los nuestros resisten
como el día precedente; y así prosiguen en los consecutivos, no
cesando de trabajar noches enteras, hasta los enfermos y heridos. De
noche se apresta todo lo necesario para la defensa del otro día. Se
hace prevención de cantidad de varales tostados a raigón y de
garrochones, fórmanse tablados en las torres, almenas y parapetos
de zarzos entretejidos. El mismo Cicerón, siendo de complexión
delicadísima, no reposaba un punto ni aun de noche; tanto que fue
necesario que los soldados, con instancias y clamores, le obligasen a
mirar por sí.
97
Ad horam octavam: que, según la cuenta Indicada de los romanos, corresponde a las dos de la tarde
nuestras.
98
Los de Courtray, Brujas, Lovaina, Tournai y Gand.
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