miércoles, mayo 10

libro septimo. cap 4

XXXI. No menos cuidaba Vercingetórige de cumplir la promesa
de coligar consigo las demás naciones, ganando a sus jefes con
dádivas y ofertas. A este fin valíase de sujetos abonados, que con
palabras halagüeñas o muestras de amistad fuesen los más diestros
en granjearse las voluntades. A los de Avarico refugiados a su campo
proveyó de armas y vestidos. Para completar los regimientos
desfalcados, pide a cada ciudad cierto número de soldados,
declarando cuántos y en qué día se los deben presentar en los reales.
Manda también buscar todos los ballesteros, que había muchísimos
en la Galia, y enviárselos. Con tales disposiciones en breve queda
restaurado lo perdido en Avarico. A este tiempo Teutomato, hijo de
Olovicon, rey de nitióbriges, cuyo padre mereció de nuestro Senado
el renombre de amigo, con un grueso cuerpo de caballería suya y de
Aquitania se juntó con Vercingetórige.
XXXII. César, con la detención de muchos días en Avarico y la
gran copia de trigo y demás abastos que allí encontró, reparó su
ejército de las fatigas y miserias. Acabado ya casi el invierno, cuando
la misma estación convidaba a salir a campaña y él estaba resuelto a
ir contra el enemigo, por si pudiese o bien sacarle fuera de las
lagunas y bosques, o forzarle con cerco, se halla con una embajada
solemne de los eduos principales suplicándole: «que ampare a la
nación en las circunstancias más críticas; que se ve en el mayor
peligro, por cuanto siendo antigua costumbre crear anualmente un
solo magistrado, que con potestad regia gobierne la república, dos
ahora se arrogan el gobierno, pretendiendo cada uno que su elección
es la legítima. Uno de éstos es Convictolitan, mancebo bienquisto y
de grandes créditos; el otro Coto, de antiquísima prosapia, hombre
asimismo muy poderoso y de larga parentela, cuyo hermano
Vedeliaco tuvo el año antecedente la misma dignidad; que toda la
nación estaba en armas; dividido el Senado y el pueblo en bandos,
cada uno por su favorecido. Que si pasa adelante la competencia,
será inevitable una guerra civil y César, con su diligencia y autoridad
puede atajarla».
XXXIII. Éste, si bien consideraba el perjuicio que se le seguía
de interrumpir la guerra y alejarse del enemigo, todavía Conociendo
cuantos males suelen provenir de las discordias, juzgó necesario
precaverlos, impidiendo que una nación tan ilustre, tan unida con el
Pueblo Romano, a quien él siempre había favorecido y honrado
muchísimo, viniese a empeñarse en una guerra civil, y el partido que
se creyese más flaco solicitase ayuda de Vercingetórige. Mas porque
según las leyes de los eduos no era lícito al magistrado supremo salir
de su distrito, por no contravenir a ellas, quiso él mismo ir allá, y en
Decisa convocó el Senado y a los competidores. Congregada casi toda
la nación, y enterado por las declaraciones secretas de varios que
Vedeliaco había proclamado por sucesor a su hermano donde y
cuando no debiera contra las leyes que prohíben no sólo nombrar por
magistrados a dos de una misma familia, viviendo actualmente
ambos, sino también el tener asiento en el Senado, depuso a Coto del
gobierno y se lo adjudicó a Convictolitan, creado legalmente por los
sacerdotes conforme al estilo de la república, asistiendo los
magistrados inferiores.
XXXIV. Dada esta sentencia, y exhortando a los eduos a que
olvidadas las contiendas y disensiones, y dejándose de todo, sirviesen
a la guerra presente (seguros de recibir el premio merecido,
conquistada la Galia) con remitirle cuanto antes toda la caballería y
diez mil infantes, para ponerlos en varias partes de guardia por razón
de los bastimentos, dividido el ejército en dos trozos: cuatro legiones
a Labieno para que las condujese al país de Sens y al de París; él
marchó a los alvernos llevando seis a Gergovia el río Alier abajo. De
la caballería dio una parte a Labieno, otra se quedó consigo. Noticioso
Vercingetórige de esta marcha, cortando todos los puentes del río,
empezó a caminar por su orilla opuesta.
XXXV. Estando los dos ejércitos a la vista, acampados casi
frente a frente, y apostadas atalayas para impedir a los romanos
hacer puente por donde pasar a la otra banda, hallábase César muy a
pique de no poder obrar la mayor parte del verano por el embarazo
del río, que ordinariamente no se puede vadear hasta el otoño. Para
evitar este inconveniente, trasladados los reales a un boscaje
enfrente de uno de los puentes cortados por Vercingetórige, al día
siguiente se ocultó con dos legiones formadas de la cuarta parte de
las cohortes de cada legión con tal arte, que pareciese cabal el
número de las seis legiones. A las cuatro envió como solía con todo el
bagaje, y ordenándoles que avanzasen todo lo que pudiesen, cuando
le pareció era ya tiempo de que se hubiesen acampado, empezó a
renovar el puente roto con las mismas estacas que por la parte
inferior todavía estaban en pie. Acabada la obra con diligencia,
transportadas sus dos legiones, y delineado el campo, mandó venir
las demás tropas. Vercingetórige, sabido el caso, por no verse
obligado a pelear mal de su grado, se anticipó a grandes jornadas.
XXXVI. César, levantando el campo, al quinto día llegó a
Gergovia; y en el mismo, después de una ligera escaramuza de la
caballería, registrada la situación de la ciudad, que por estar fundada
en un monte muy empinado, por todas partes era de subida
escabrosa, desconfió de tomarla por asalto; el sitio no lo quiso
emprender hasta estar surtido de víveres. Pero Vercingetórige,
asentados sus reales cerca de la ciudad en el monte, colocadas con
distinción las tropas de cada pueblo a mediana distancia unas de
otras, y ocupados todos los cerros de aquella cordillera, en cuanto
alcanzaba la vista, presentaba un objeto de horror. Cada día, en
amaneciendo, convocaba a los jefes de diversas naciones que había
nombrado por consejeros, ya para consultar con ellos, ya para
ejecutar lo que fuese menester; y casi no pasaba día sin hacer
prueba del coraje y valor de los suyos mediante alguna escaramuza
de caballos entreverados con los flecheros. Había enfrente de la
ciudad un ribazo a la misma falda del monte harto bien pertrechado y
por todas partes desmontado, que una vez cogido por los nuestros,
parecía fácil cortar a los enemigos el agua en gran parte, y las salidas
libres al forraje. Pero tenían puesta en él guarnición, aunque no muy
fuerte. Como quiera, César, en el silencio de la noche, saliendo de los
reales, desalojada la guarnición primero que pudiese ser socorrida de
la plaza, apoderado del puesto, puso en él dos legiones, y abrió dos
fosos de a doce pies, que sirviesen de comunicación a entrambos
reales, para que pudiesen sin miedo de sorpresa ir y venir aun
cuando fuese uno a uno.
XXXVII. Mientras esto pasa en Gergovia, Convictolitan el eduo,
a quien, como dijimos, adjudicó César el gobierno, sobornado por los
alvernos, se manifiesta con ciertos jóvenes, entre los cuales
sobresalían Litabico y sus hermanos, nacidos de nobilísima sangre.
Dales parte de la recompensa, exhortándolos «a que se acuerden que
nacieron libres y para mandar a otros; ser sólo el Estado de los eduos
el que sirve de rémora a la victoria indubitable de la Galia; que por su
respecto se contenían los demás; con su mudanza no tendrían en la
Galia dónde asentar el pie los romanos. No negaba él haber recibido
algún beneficio de César, si bien la justicia estaba de su parte, pero
en todo caso más estimaba la común libertad. Porque ¿qué razón hay
para que los eduos en sus pleitos vayan a litigar en los estrados de
César, y los romanos no vengan al consejo de los eduos?»
Persuadidos sin dificultad aquellos mozos no menos de las palabras
de su magistrado que de la esperanza del premio, hasta ofrecerse por
los primeros ejecutores de este proyecto, sólo dudaban del modo, no
esperando que la nación se moviese sin causa a emprender esta
guerra. Determinóse que Litabico fuese por capitán de los diez mil
hombres que se remitían a César, encargándose de conducirlos, y sus
hermanos se adelantasen para verse con César; establecen asimismo
el plan de las demás operaciones.
XXXVIII. Litabico al frente del ejército, estando como a treinta
millas de Gergovia, convocando al improviso su gente: « ¿adonde
vamos, dice llorando, soldados míos? Toda nuestra caballería, la
nobleza toda acaba de ser degollada; los príncipes de la nación,
Eporedórige y Virdomaro, calumniados de traidores, sin ser oídos,
han sido condenados a muerte. Informaos mejor de los que han
escapado de la matanza, que yo, con el dolor de la pérdida de mis
hermanos y de todos mis parientes, ya no puedo hablar más».
Preséntanse los que tenía él bien instruidos de lo que habían de decir,
y con sus aseveraciones confirman en público cuanto había dicho
Litavico: «que muchos caballeros eduos habían sido muertos por
achacárseles secretas inteligencias con los alvernos; que ellos
mismos pudieron ocultarse entre el gentío y librarse así de la
muerte». Claman a una voz los eduos instando a Litavico que mire
por sí. «Como si el caso, replica él, pidiese deliberación, no
restándonos otro arbitrio sino ir derechos a Gergovia y unirnos con
los alvernos. ¿No es claro que los romanos después de un desafuero
tan alevoso, están afilando las espadas para degollarnos? Por tanto,
si somos hombres, vamos a vengar la muerte de tantos inocentes, y
acabemos de una vez con esos asesinos. » Señala con el dedo a los
ciudadanos romanos que por mayor seguridad venían en su
compañía. Quítales al punto gran cantidad de trigo y otros
comestibles, y los mata cruelmente a fuerza de tormentos. Despacha
mensajeros por todos los lugares de los eduos, y los amotina con la
misma patraña del degüello de los caballeros y grandes, incitándolos
a que imiten su ejemplo en la venganza de sus injurias.
XXXIX. Venía entre los caballeros eduos133 por llamamiento
expreso de César, Eporedórige, joven nobilísimo y de alta jerarquía
en su patria, y con él Virdomaro, de igual edad y valimiento, bien que
de linaje inferior, a quien César, por recomendación de Diviciaco, de
bajos principios había elevado a suma grandeza. Éstos se disputaban
la primacía, y en aquel pleito de la magistratura echaron el resto, uno
por Convictolitan, otro por Coto. Eporedórige, sabida la trama de
Litavico, casi a medianoche se la descubre a César, rogándole no
permita que su nación por la mala conducta de aquellos mozos se
rebelase contra el pueblo romano, lo que infaliblemente sucedería si
tantos millares de hombres llegasen a juntarse con los enemigos,
pues ni los parientes descuidarían de su vida, ni la república podrá
menospreciarla.
XL. César, que siempre se había esmerado en favorecer a los
eduos, entrando en gran cuidado con esta novedad, sin detenerse
saca de los reales cuatro legiones a la ligera y toda la caballería. Por
la prisa no tuvo tiempo para reducir a menos espacio los
alojamientos; que el lance no sufría dilación. Al legado Cayo Fabio
con dos legiones deja en ellos de guarnición. Mandando prender a los
hermanos de Litavico, halla, que poco antes se habían huido al
enemigo. Hecha una exhortación a los soldados sobre que no se les
hiciese pesado el camino siendo tanta la urgencia, yendo todos
gustosísimos, andadas veinticinco millas, como avistase al ejército de
los eduos, disparada la caballería, detiene y embaraza su marcha, y
echa bando que a ninguno maten. A Eporedórige y Virdomaro, a
quienes tenían ellos por muertos, da orden de mostrarse a caballo y
saludar a los suyos por su nombre. Con tal evidencia descubierta la
maraña de Litavico, empiezan los eduos a levantar las manos y hacer
seña de su rendición, y depuestas las armas, a pedir por merced la
vida. Litavico, con sus devotos (que según fuero de los galos juzgan
alevosía desamparar a sus patronos, aun en la mayor desventura), se
refugió en Gergovia.

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