lunes, mayo 29

libro septimo. cap 6

LI. Los nuestros, apretados por todas partes, perdidos cuarenta
y seis centuriones, fueron rechazados de allí; pero siguiéndolos
desapoderadamente los galos, la décima legión, que estaba de
respeto en lugar menos incómodo, los detuvo; al socorro de esta
legión concurrieron las cohortes de la decimotercera, que al mando
de Tito Sestio, sacadas de los reales menores, estaban apostadas en
lugar ventajoso. Las legiones, luego que pisaron el llano, se pusieron
en orden de batalla contra el enemigo. Vercingetórige retiró de las
faldas del monte los suyos dentro de las trincheras. Este día
perecieron poco menos de setecientos hombres.
LII. Al siguiente, César, convocando a todos, «reprendió la
temeridad y desenfreno de los soldados, que por su capricho
resolvieron hasta dónde se había de avanzar, o lo que se debía hacer,
sin haber obedecido al toque de la retirada ni podido ser contenidos
por los tribunos y legados».
Púsoles delante, «cuánto daño acarrea la mala situación, y su
ejemplo mismo en Avarico, donde sorprendido el enemigo sin caudillo
y sin caballería, quiso antes renunciar a una victoria cierta que
padecer en la refriega ningún menoscabo, por pequeño que fuese,
por la fragura del sitio. Cuanto más admiraba su magnanimidad, que
ni por la fortificación de los reales, ni por lo encumbrado del monte,
ni por la fortaleza de la muralla se habían acobardado, tanto más
desaprobada su sobrada libertad y arrogancia en presumirse más
próvidos que su general en la manera de vencer y dirigir las
empresas, que él no apreciaba menos en un soldado la docilidad y
obediencia que la valentía y grandeza de ánimo».
LIII. A esta amonestación, añadiendo por último para confortar
a los soldados, «que no por eso se desanimasen, ni atribuyesen al
valor del enemigo la desgracia originada del mal sitio», firme en su
resolución de partirse, movió el campo y ordenó las tropas en lugar
oportuno. Como ni aun así bajase Vercingetórige al llano, después de
una escaramuza de la caballería, y ésa con ventaja suya, retiró el
ejército a sus estancias. Hecho al día siguiente lo mismo, juzgando
bastar esto para humillar el orgullo de los galos y alentar a los suyos,
tomó la vía de los eduos. No moviéndose ni aun entonces los
enemigos, al tercer día, reparado el puente del Alier, pasó el ejército.
LIV. Inmediatamente los dos eduos Virdomaro y Eporedórige le
hacen saber que Litavico con toda su caballería era ido a cohechar a
los eduos, que sería bien se anticipasen los dos para confirmar en su
fe a la nación. Como quiera que ya por las muchas experiencias tenía
César bien conocida la deslealtad de los eduos, y estaba cierto que
con la ida de éstos se apresuraba la rebelión, con todo no quiso
negarles la licencia, porque no pareciese o que les hacía injuria, o que
daba muestras de miedo. Al despedirse, les recordó en pocas
palabras «cuánto le debían los eduos, cuáles y cuan abatidos los
había encontrado, forzados a no salir de los castillos, despojados
de sus labranzas, robadas todas sus haciendas, cargados de tributos,
sacándoles por fuerza con sumo vilipendio los rehenes; y a qué grado
de fortuna los había sublimado, tal que no sólo recobraron su antiguo
estado, sino que nunca se vieron en tanta pujanza y estimación».
Con estos recuerdos los despidió.
LV. En Nevers, fortaleza de los eduos, fundada sobre el Loire en
un buen sitio, tenía César depositados los rehenes de la Galia, los
granos, la caja militar con gran parte de los equipajes suyos y del
ejército, sin contar los muchos caballos que con ocasión de esta
guerra, comprados en Italia y España, había remitido a este pueblo.
Adonde habiendo venido Eporedórige y Virdomaro, e informándose en
orden al estado de la república, cómo Litavico había sido acogido por
los eduos en Bibracte, ciudad entre ellos principalísima, Convictolitan
el magistrado y gran parte de los senadores unídose con él, y que de
común acuerdo eran enviados embajadores a Vercingetórige a tratar
de paces y liga, les pareció no malograr tan buena coyuntura. En
razón de esto, degollados los guardas de Nevers con todos los
negociantes y pasajeros, repartieron entre sí el dinero y los caballos.
Los rehenes de los pueblos remitiéronlos en Bibracte a manos del
magistrado; al castillo, juzgando que no podrían defenderlo, porque
no se aprovechasen de él los romanos, pegáronle fuego; del trigo,
cuanto pudieron de pronto, lo embarcaron, el resto lo echaron a
perder en el río o en las llamas. Ellos mismos empezaron a levantar
tropas por la comarca, a poner guardias y centinelas a las riberas del
Loire y a correr toda la campiña con la caballería para meter miedo a
los romanos, por si pudiesen cortarles los víveres o el paso para la
Provenza, cuando la necesidad los forzase a la vuelta. Confirmábase
su esperanza con la crecida del río, que venía tan caudaloso por las
nieves derretidas, que por ningún paraje parecía poderse vadear.
LVI. Enterado César de estas cosas, determinó darse prisa para
que si al echar puentes se viese precisado a pelear, lo hiciese antes
de aumentarse las fuerzas enemigas. Porque dar a la Provenza la
vuelta, eso ni aun en el último apuro pensaba ejecutarlo, pues que se
lo disuadían la infamia y vileza del hecho, y también la interposición
de las montañas Cebenas y aspereza de los senderos; sobre todo
deseaba con ansia ir a juntarse con Labieno y con sus legiones. Así
que a marchas forzadas, continuadas día y noche, arribó cuando
menos se le esperaba a las orillas del Loire, y hallado por los caballos
un vado, según la urgencia, pasadero, donde los brazos y los
hombres quedaban libres fuera del agua lo bastante para sostener las
armas, puesta en orden la caballería para quebrantar el ímpetu de la
corriente, y desconcertados a la primera vista los enemigos, pasó
sano y salvo el ejército; y hallando a mano en las campiñas trigo y
abundancia de ganado, abastecido de esto d ejército, dispónese a
marchar la vuelta de Sens.
LVII. Mientras pasa esto en el campo de César, Labieno,
dejados en Agendico para seguridad del bagaje los reclutas recién
venidos de Italia, marcha con cuatro legiones a París, ciudad situada
en una isla del río Sena. A la noticia de su arribo acudieron muchas
tropas de los partidos comarcanos, cuyo mando se dio a Camulogeno
Aulerco, que sin embargo de su edad muy avanzada, fue nombrado
para este cargo por su singular inteligencia en el arte militar.
Habiendo éste observado allí una laguna contigua que comunicaba
con el río y servía de grande embarazo para la entrada en todo aquel
recinto, púsose al borde con la mira de atajar el paso a los nuestros.
LVIII. Labieno, al principio, valiéndose de andamios, tentaba
cegar la laguna con zarzos y fagina, y hacer camino. Mas después,
vista la dificultad de la empresa, moviendo el campo traído llegó a
Meudon, ciudad de los seneses, asentada en otra isla del Sena, bien
así como París. Cogidas aquí cincuenta barcas, trabadas prontamente
unas con otras, y metidos en ellas los soldados, atónito de la novedad
el poco vecindario, porque la mayor parte se había ido a la guerra, se
apodera de la ciudad sin resistencia. Restaurado el puente que los
días atrás habían roto los enemigos, pasa el ejército, y empieza río
abajo a marchar a París. Los enemigos, sabiéndolo por los fugitivos
de Meudon, mandan quemar a París y cortar sus puentes, y dejando
la laguna, se acampan a las márgenes del río enfrente de París y los
reales de Labieno.
LIX. Ya corrían voces de la retirada de César lejos de Gergovia,
igualmente que del alzamiento de los eduos y de la dichosa
revolución de la Galia, y los galos en sus corrillos afirmaban que
César, cortado el paso del Loire y forzado del hambre, iba desfilando
hacia la Provenza. Loe beoveses al tanto, sabidos la rebelión de los
eduos, siendo antes de suyo poco fieles, comenzaron a juntar gente y
hacer a las claras preparativos para la guerra. Entonces Lavieno,
viendo tan mudado el teatro, conoció bien ser preciso seguir otro plan
muy diverso del que antes se había propuesto. Ya no pensaba en
conquistas ni en provocar al enemigo a batalla, sino en cómo
retirarse con su ejército sin pérdida a Agendico; puesto que por un
lado le amenazaban los beoveses, famosísimos en la Galia por su
valor, y por el otro le guardaba Camulogeno con mano armada.
Demás que un río caudalosísimo cerraba el paso de las legiones al
cuartel general donde estaban los bagajes. A vista de tantos
tropiezos, el único recurso era encomendarse a sus bríos.
LX, En efecto, llamando al anochecer a consejo, los animó a
ejecutar con diligencia y maña lo que ordenaría; reparte a cada
caballero romano una de las barcas traídas de Meudon, y a las tres
horas de la noche les manda salir en ellas de callada río abajo y
aguardarle allí a cuatro millas; deja de guarnición en los reales cinco
cohortes que le parecían las menos aguerridas, y a las otras cinco de
la misma legión manda que a medianoche se pongan en marcha río
arriba con todo el bagaje, metiendo mucho ruido. Procura también
coger unas canoas, las cuales agitadas con gran retumbo de remos,
hace dirigir hacia la misma banda. Él, poco después, moviendo a la
sorda con tres legiones, va derecho al paraje donde mandó para las
barcas.

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