EL PRINCIPAL PROBLEMA QUE ENCONTRAMOS LOS ROMANOS PARA QUE LA GENTE SE UNIESE A NUESTRO GRUPO ES EL PRECIO DE LOS EQUIPOS, ¿DE QUE ESTAMOS HABLANDO?
si nos quedamos en el precio solo del equipo... y tirando de una página oficial... ARMILLUM
la coraza - 310 euros
el casco - 215 euros
la espada - 140 euros
cinturón - 185 euros
(el nuestro estará hecho por nosotros... y sin horas de mano de obra saldrá por menos de 40 euros, pero si lo compras es lo que cuesta)
escudo - 125 euros
(el nuestro también le hemos hecho nosotros, y saldrá por la mitad de precio, sobre 60 euros)
caligae - 75 euros
túnica - 40 euros x 2 = 80 euros (el coste de hacerlo nosostros es igual)
TOTAL:
si te lo dan todo hecho - 1130 euros
como lo hemos hecho nosotros - 920 euros
(Y POR AHORA NADA MÁS)
LUEGO HAY QUE SUMAR EL PRECIO DE LA TIENDA, ESTANDARTE, MESAS, CAPAS
la tienda salía sobre las 1500 euros y tenemos que ampliarla...
NO ES BARATO SER PRETORIANO...
martes, junio 28
ENVIA LOS ARTÍCULOS A TUS AMIGOS
Hemos activado la opción de mandar los artículos a tus amigos para que los lean si te parecen interesante...
CAESAR: juegos de campamento.
No va mal el tema del CAESAR...
Actualmente, y a falta de pintar los margenes, esta es la pinta que tendrá el tablero:
tablero del caesar
Las miniaturas, ya las estamos recortando, y he puesto esta foto de cerca, donde se ven detalles de las miniaturas... estos son los íberos....
miniaturas para el juego
Al final, las naciones que quería poner inicialmente, han sido respetadas por la disponibilidad de miniaturas...
He cogido de dos marcas:
ITALERI y HÄT
El nivel de detalle es muchisimo mejor el de Italeri... pero que cojones... tienes que pegar los escudos a las miniaturas... mientras que las de Hät ya viene todo pegado...
Las de la imagen son las tropas íberas....(en un principio formaban parte de las cartaginesas en las guerras púnicas, pero yo las he separado como pueblo para el juego).
al final las miniaturas corresponden a:
romanos republicanos:
galos y caballería celta
persas
griegos y macedónicos
cartagineses
iberos
Otra opción es pintarlos enteros, y con detalle... demasiadas horas de pincel... en muñequitos tan pequeños no es muy relajante que digamos... quizá para las guerras me hubiera dado tiempo a pintar un ejercito...
Pintaré las peanas de los muñecos en los que coincida el color...
MI OBJETIVO ES COMPRAR UN EJERCITO DE 15MM PARA EL AÑO QUE VIENE (me aprece que esa es la altura tipo warhammer)
Y SI ALGUNO MÁS SE ANIMA... HACER UNA EXHIBICIÓN DE WARHAMMER ANCIENT WARS.... (¿Un sueño....?)
Hasta Lueguito..............
Actualmente, y a falta de pintar los margenes, esta es la pinta que tendrá el tablero:
tablero del caesar
Las miniaturas, ya las estamos recortando, y he puesto esta foto de cerca, donde se ven detalles de las miniaturas... estos son los íberos....
miniaturas para el juego
Al final, las naciones que quería poner inicialmente, han sido respetadas por la disponibilidad de miniaturas...
He cogido de dos marcas:
ITALERI y HÄT
El nivel de detalle es muchisimo mejor el de Italeri... pero que cojones... tienes que pegar los escudos a las miniaturas... mientras que las de Hät ya viene todo pegado...
Las de la imagen son las tropas íberas....(en un principio formaban parte de las cartaginesas en las guerras púnicas, pero yo las he separado como pueblo para el juego).
al final las miniaturas corresponden a:
romanos republicanos:
galos y caballería celta
persas
griegos y macedónicos
cartagineses
iberos
Otra opción es pintarlos enteros, y con detalle... demasiadas horas de pincel... en muñequitos tan pequeños no es muy relajante que digamos... quizá para las guerras me hubiera dado tiempo a pintar un ejercito...
Pintaré las peanas de los muñecos en los que coincida el color...
MI OBJETIVO ES COMPRAR UN EJERCITO DE 15MM PARA EL AÑO QUE VIENE (me aprece que esa es la altura tipo warhammer)
Y SI ALGUNO MÁS SE ANIMA... HACER UNA EXHIBICIÓN DE WARHAMMER ANCIENT WARS.... (¿Un sueño....?)
Hasta Lueguito..............
lunes, junio 27
COLGAR POST EN EL BLOG MEDIANTE CORREO ELECTRÓNICO
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preocupaciones
FUTURO
Todos sabemos que el éxito de las fiestas tiene mucho que ver con el lugar donde se hace.
Pero, también sabemos que la campa es una finca privada, que se ha dejado de manera gratuita durante 4 años.
La localización del prado, nos indica que a medio plazo se construira en ese lugar por lo que tendremos que buscar un sitio nuevo.
Otra opción es que el ayuntamiento compre el prao...
sinceramente, creo que es un gasto que puede ser excesivo, por que el dueño del prado no lo va a vender regalado... (¿que haríamos nosotros si el prado fuera nuestro, y tuviese la demanda que tiene este?)
Hay que ir pensando lugares nuevos donde poder realizar la fiesta y si es posible, establecerla definitivamente en algún sitio.
De esta manera, eliminaremos la incertidumbre de todos los años, sobre si nos dejaran el prado...
Opciones, las hay... solo hay que aprobarlas entre todos y trabajar para, en el futuro, no depender de nadie, ni obligar a nadie a que nos deje su propiedad privada...
Pero, también sabemos que la campa es una finca privada, que se ha dejado de manera gratuita durante 4 años.
La localización del prado, nos indica que a medio plazo se construira en ese lugar por lo que tendremos que buscar un sitio nuevo.
Otra opción es que el ayuntamiento compre el prao...
sinceramente, creo que es un gasto que puede ser excesivo, por que el dueño del prado no lo va a vender regalado... (¿que haríamos nosotros si el prado fuera nuestro, y tuviese la demanda que tiene este?)
Hay que ir pensando lugares nuevos donde poder realizar la fiesta y si es posible, establecerla definitivamente en algún sitio.
De esta manera, eliminaremos la incertidumbre de todos los años, sobre si nos dejaran el prado...
Opciones, las hay... solo hay que aprobarlas entre todos y trabajar para, en el futuro, no depender de nadie, ni obligar a nadie a que nos deje su propiedad privada...
miércoles, junio 22
TABLA CRONOLÓGICA
Tabla cronológica
a. C. A.U.C.
1000 Los villanoveses entran en Italia
900 Los etruscos entran en Italia
814 Fundación de Cartago
753 1 Fundación de Roma. Rómulo es el primer rey
734 19 Fundación de Siracusa
716 37 Muerte de Rómulo. Numa Pompilio es el segundo rey
707 46 Fundación de Tarento
673 80 Muerte de Numa. Pompilio Tulo Hostilio es el tercer rey
667 86 Combate entre Horacios y Curiacios
665 88 Destrucción de Alba Longa
641 112 Muerte de Tulo Hostilio. El cuarto rey es Anco Marcio
616 137 Muerte de Anco Marcio. Tarquino Prisco es el quinto rey
578 175 Asesinato de Tarquino Prisco. Servio Tulio es el sexto rey
540 213 Los etruscos derrotan a los griegos en Alalia
534 219 Asesinato de Servio Tulio. Tarquino el Soberbio es el séptimo rey
509 244 Exilio de Tarquino el Soberbio. Fundación de la República Romana
508 245 Lars Porsena ataca Roma. Defensa del puente por Horacio
496 257 Batalla del Lago Regilo
494 259 Los plebeyos se separan de Roma. Creación del tribunado
491 262 Coriolano conduce un ejército contra Roma
474 279 Los griegos derrotan a los etruscos en Cumas
458 295 Dictadura de Cincinato
450 303 Elaboración de las Doce Tablas
445 308 Admisión del matrimonio entre patricios y plebeyos
421 323 Acceso de los plebeyos a la cuestura
396 357 Camilo toma Veyes después de diez años de asedio
391 362 Exilio de Camilo
390 363 Los galos derrotan a los romanos en el río Allia y toman Roma Manilo salva el Capitolio
384 369 Ejecución de Manlio
367 386 Las leyes Licio-Sextianas abren el consulado a los plebeyos
365 388 Muerte de Camilo
354 399 Se crea la Liga Latina bajo la dominación romana
351 402 Se abre la censura a los plebeyos
343 410 Primera Guerra Samnita
340 413 Guerra Latina
338 415 Filipo II de Macedonia impone su dominación a los griegos
334 419 Los galos hacen la paz con Roma. Alejandro Magno invade Persia
332 421 Alejandro de Epiro acude en ayuda de Tarento
326 427 Muerte de Alejandro de Epiro. Comienza la Segunda Guerra Samnita
323 430 Muerte de Alejandro Magno
321 432 Los samnitas derrotan a los romanos en las Horcas Caudinas
318 435 Nacimiento de Pirro
312 441 Construcción de la Vía Apia
310 443 Agatocles de Siracusa invade África
308 445 Fabio Máximo derrota a los etruscos
304 449 Fin de la Segunda Guerra Samnita
298 455 Comienza la Tercera Guerra Samnita
295 458 Fabio Máximo derrota a los galos en Sentino
290 463 Fin de la Tercera Guerra Samnita
289 464 Muerte de Agatocles
281 472 Tarento llama a Pirro en su ayuda contra Roma
280 473 Pirro derrota a los romanos en Heraclea
279 474 Pirro derrota a los romanos en Ausculum
275 478 Los romanos derrotan a Pirro en Benevento
272 481 Roma toma Tarento. Muerte de Pirro en Grecia
270 483 Roma completa la conquista de la Magna Grecia. Hierón II ocupa el trono de Siracusa. Nacimiento de Amílcar Barca
269 484 Cuarta Guerra Samnita
264 489 Comienza la Primera Guerra Púnica
263 490 Roma invade Sicilia
260 493 Roma logra una victoria naval sobre Cartago
256 497 Los romanos invaden África comandados por Régulo.
255 498 Regulo es derrotado y capturado
248 505 Amílcar Barca toma el mando del ejército cartaginés
247 506 Nacimiento de Aníbal
241 512 Fin de la Primera Guerra Púnica Sicilia se con vierte en provincia romana
236 517 Amílcar Barca establece el poder cartaginés en España
234 519 Nacimiento de Catón el Viejo
231 522 Cerdeña y Córcega se convierten en provincia romana
229 524 Guerra Hinca
228 525 Muerte de Amílcar Barca
223 530 Antíoco III sube al trono seléucida
222 531 Flaminio derrota a los galos Roma domina toda Italia hasta los Alpes
221 532 Aníbal toma el mando en España. Filipo V sube al trono de Macedonia
220 533 Flaminio construye la Vía Flaminia
219 534 Comienza la Segunda Guerra Púnica. Roma se anexa Corcira
218 535 Aníbal atraviesa los Alpes y derrota a los romanos en Trebia
217 536 Aníbal derrota a los romanos en el Lago Trasimeno
216 537 Aníbal derrota a los romanos en Cannas
215 538 Comienza la Primera Guerra Macedónica
212 541 Marcelo conquista Siracusa
211 542 Aníbal aparece ante las puertas de Roma
210 543 Escipión el Viejo asume el mando en España
207 546 Los romanos derrotan a Asdrúbal en el Lago Metauro
206 547 Escipión derrota a los cartagineses en Hipa, en España
205 548 Fin de la Primera Guerra Macedónica
202 551 Escipión derrota a Aníbal en Zama, África
201 552 Fin de la Segunda Guerra Púnica
200 553 Inicio de la Primera Guerra Macedónica
197 556 Flaminio derrota a los macedonios en Cinoscéfalos. España es organizada en provincias romanas
196 557 Fin de la Segunda Guerra Macedónica. «Liberación» de Grecia. Aníbal huye a Asia
192 561 Se da comienzo a la Guerra Siria (con Antíoco)
191 562 Los romanos derrotan a Antíoco en las Termopilas
190 563 Los romanos derrotan a Antíoco en Magnesia. Primera aparición de los romanos en Asia
189 564 Fin de la Guerra Siria
187 566 Muerte de Antíoco III
184 569 Catón el Viejo es elegido censor
183 570 Muerte de Aníbal y de Escipión el Viejo
179 574 Muerte de Filipo V
172 581 Comienza la Tercera Guerra Macedónica
168 585 Los romanos derrotan a los macedonios en Pidna y dan fin a la Tercera Guerra Macedónica. Polibio y mil rehenes griegos son deportados
167 586 Los ciudadanos romanos quedan libres de impuestos directos
163 590 Nacimiento de Tiberio Graco
155 598 Nacimiento de Mano
153 600 Nacimiento de Cayo Graco
151 602 Escipión el Joven pacifica España Polibio y otros rehenes griegos son puestos en libertad
149 604 Comienza la Tercera Guerra Cartaginesa
148 605 Cuarta Guerra Macedónica
146 607 Destrucción de Cartago Corinto es saqueada Macedonia es convertida en provincia romana
138 615 Nacimiento de Sila
135 618 Primera Guerra Servil (en Sicilia)
133 620 Escipión derrota a tribus hispánicas en Numancia. Pergamo es anexado y convertido en provincia romana. Tiberio Graco es elegido tribuno
132 621 Asesinato de Tiberio Graco
129 624 Muerte de Escipión el Joven
125 628 Los romanos conquistan la Galia Meridional
123 630 Cayo Graco llega al tribunado
121 632 Asesinato de Cayo Graco. La Galia Meridional es organizada como provincia romana. Mitrídates VI se convierte en rey del Ponto
115 638 Nacimiento de Craso
113 640 Los cimbrios invaden la Galia
111 642 Comienza la Guerra de Yugurta
107 646 Mano es elegido cónsul por primera vez
106 647 Nacimiento de Pompeyo y de Cicerón
105 648 Mario derrota a Yugurta
104 649 Muerte de Yugurta
103 650 Segunda Guerra Civil (en Sicilia). Los teutones se unen a los cimbrios.
102 651 Mario destruye a los teutones. Nacimiento de Julio César.
101 652 Mario destruye a los cimbrios.
100 653 Mario se ve obligado a matar al tribuno Saturnino y pierde poder político.
95 658 Nacimiento de Catón el Joven.
91 662 Asesinato del tribuno Druso. Comienza la Guerra Social.
89 664 Sila derrota a los rebeldes italianos.
88 665 Fin de la Guerra Social. Se inicia la Primera Guerra de Mitrídates. Estalla la Primera Guerra Civil cuando Sila obliga a Mario a abandonar la ciudad.
86 667 Sila saquea Atenas. Mario toma el poder en Roma, pero luego muere.
85 668 Nacimiento de Bruto.
84 669 Fin de la Primera Guerra de Mitrídates.
83 670 Nacimiento de Marco Antonio.
82 671 Sila derrota al ejército adepto a Mario en Puerta Colina.
81 672 Sila se convierte en dictador de Roma. Segunda Guerra de Mitrídates.
79 674 Sila renuncia a la dictadura.
78 675 Muerte de Sila.
76 677 César es capturado por los piratas.
74 679 Bitinia y Cirene se convierten en provincias romanas. Tercera Guerra de Mitrídates. Yerres es nombrado gobernador de Sicilia.
73 680 Lúculo derrota a Mitrídates. Espartaco dirige la Tercera Guerra Servil contra Roma.
72 681 Pompeyo derrota a fuerzas partidarias de Mario en España.
71 682 Craso derrota al ejército de los esclavos. Muerte de Espartaco.
70 683 Cicerón acusa a Yerres.
69 684 Lúculo derrota a Tigranes de Armenia. Nacimiento de Cleopatra.
67 686 Creta se convierte en provincia romana. Pompeyo limpia de piratas el Mediterráneo.
66 687 Lúculo es llamado a Roma y reemplazado por Pompeyo.
64 689 Pompeyo va al Este. El Ponto, Cilicia, Siria y Judea se convierten en provincias romanas. Conspiración de Catilina.
63 690 Cicerón es elegido cónsul y ataca a Catilina. Muerte de Mitrídates. Nacimiento de Octavio.
62 691 Muerte de Catilina.
61 692 Pompeyo retorna a Roma.
60 693 Creación del Primer Triunvirato.
58 695 Clodio llega al tribunado. Exilio de Cicerón. César da comienzo a la Guerra de las Galias.
55 698 César invade Germania y Britania.
53 700 Craso muere en la batalla de Garres contra los partos.
52 701 Muerte de Clodio. Pompeyo nombrado único cónsul.
51 702 César completa la conquista de la Galia. Pompeyo se vuelve contra él.
49 704 César cruza el Rubicón. Comienza la Segunda Guerra Civil.
48 705 César derrota a Pompeyo en Farsalia. Pompeyo es asesinado en Egipto. César conoce a Cleopatra.
47 706 César derrota a Farnaces del Ponto en Zela.
46 707 César retorna a Roma con el poder supremo. Derrota al ejército pompeyano de África en Tapso. Suicidio de Catón el Joven.
45 708 César derrota al ejército pompeyano de España en Munda. Reforma el calendario.
44 709 Asesinato de César por Bruto, Casio y otros.
43 710 Comienza la Tercera Guerra Civil. Se forma el Segundo Triunvirato. Asesinato de Cicerón.
42 711 Octavio y Marco Antonio derrotan a Bruto y Casio en Filipos. Suicidio de Bruto y Casio.
41 712 Antonio conoce a Cleopatra.
38 715 Ventidio derrota a los partos.
32 721 Cuarta Guerra Civil.
31 722 Octavio derrota a Marco Antonio y Cleopatra en Accio.
30 723 Suicidio de Marco Antonio y Cleopatra.
29 724 Octavio domina solo todo el orbe romano. Fin de la República Romana.
27 726 Octavio recibe el nombre de Augusto.
a. C. A.U.C.
1000 Los villanoveses entran en Italia
900 Los etruscos entran en Italia
814 Fundación de Cartago
753 1 Fundación de Roma. Rómulo es el primer rey
734 19 Fundación de Siracusa
716 37 Muerte de Rómulo. Numa Pompilio es el segundo rey
707 46 Fundación de Tarento
673 80 Muerte de Numa. Pompilio Tulo Hostilio es el tercer rey
667 86 Combate entre Horacios y Curiacios
665 88 Destrucción de Alba Longa
641 112 Muerte de Tulo Hostilio. El cuarto rey es Anco Marcio
616 137 Muerte de Anco Marcio. Tarquino Prisco es el quinto rey
578 175 Asesinato de Tarquino Prisco. Servio Tulio es el sexto rey
540 213 Los etruscos derrotan a los griegos en Alalia
534 219 Asesinato de Servio Tulio. Tarquino el Soberbio es el séptimo rey
509 244 Exilio de Tarquino el Soberbio. Fundación de la República Romana
508 245 Lars Porsena ataca Roma. Defensa del puente por Horacio
496 257 Batalla del Lago Regilo
494 259 Los plebeyos se separan de Roma. Creación del tribunado
491 262 Coriolano conduce un ejército contra Roma
474 279 Los griegos derrotan a los etruscos en Cumas
458 295 Dictadura de Cincinato
450 303 Elaboración de las Doce Tablas
445 308 Admisión del matrimonio entre patricios y plebeyos
421 323 Acceso de los plebeyos a la cuestura
396 357 Camilo toma Veyes después de diez años de asedio
391 362 Exilio de Camilo
390 363 Los galos derrotan a los romanos en el río Allia y toman Roma Manilo salva el Capitolio
384 369 Ejecución de Manlio
367 386 Las leyes Licio-Sextianas abren el consulado a los plebeyos
365 388 Muerte de Camilo
354 399 Se crea la Liga Latina bajo la dominación romana
351 402 Se abre la censura a los plebeyos
343 410 Primera Guerra Samnita
340 413 Guerra Latina
338 415 Filipo II de Macedonia impone su dominación a los griegos
334 419 Los galos hacen la paz con Roma. Alejandro Magno invade Persia
332 421 Alejandro de Epiro acude en ayuda de Tarento
326 427 Muerte de Alejandro de Epiro. Comienza la Segunda Guerra Samnita
323 430 Muerte de Alejandro Magno
321 432 Los samnitas derrotan a los romanos en las Horcas Caudinas
318 435 Nacimiento de Pirro
312 441 Construcción de la Vía Apia
310 443 Agatocles de Siracusa invade África
308 445 Fabio Máximo derrota a los etruscos
304 449 Fin de la Segunda Guerra Samnita
298 455 Comienza la Tercera Guerra Samnita
295 458 Fabio Máximo derrota a los galos en Sentino
290 463 Fin de la Tercera Guerra Samnita
289 464 Muerte de Agatocles
281 472 Tarento llama a Pirro en su ayuda contra Roma
280 473 Pirro derrota a los romanos en Heraclea
279 474 Pirro derrota a los romanos en Ausculum
275 478 Los romanos derrotan a Pirro en Benevento
272 481 Roma toma Tarento. Muerte de Pirro en Grecia
270 483 Roma completa la conquista de la Magna Grecia. Hierón II ocupa el trono de Siracusa. Nacimiento de Amílcar Barca
269 484 Cuarta Guerra Samnita
264 489 Comienza la Primera Guerra Púnica
263 490 Roma invade Sicilia
260 493 Roma logra una victoria naval sobre Cartago
256 497 Los romanos invaden África comandados por Régulo.
255 498 Regulo es derrotado y capturado
248 505 Amílcar Barca toma el mando del ejército cartaginés
247 506 Nacimiento de Aníbal
241 512 Fin de la Primera Guerra Púnica Sicilia se con vierte en provincia romana
236 517 Amílcar Barca establece el poder cartaginés en España
234 519 Nacimiento de Catón el Viejo
231 522 Cerdeña y Córcega se convierten en provincia romana
229 524 Guerra Hinca
228 525 Muerte de Amílcar Barca
223 530 Antíoco III sube al trono seléucida
222 531 Flaminio derrota a los galos Roma domina toda Italia hasta los Alpes
221 532 Aníbal toma el mando en España. Filipo V sube al trono de Macedonia
220 533 Flaminio construye la Vía Flaminia
219 534 Comienza la Segunda Guerra Púnica. Roma se anexa Corcira
218 535 Aníbal atraviesa los Alpes y derrota a los romanos en Trebia
217 536 Aníbal derrota a los romanos en el Lago Trasimeno
216 537 Aníbal derrota a los romanos en Cannas
215 538 Comienza la Primera Guerra Macedónica
212 541 Marcelo conquista Siracusa
211 542 Aníbal aparece ante las puertas de Roma
210 543 Escipión el Viejo asume el mando en España
207 546 Los romanos derrotan a Asdrúbal en el Lago Metauro
206 547 Escipión derrota a los cartagineses en Hipa, en España
205 548 Fin de la Primera Guerra Macedónica
202 551 Escipión derrota a Aníbal en Zama, África
201 552 Fin de la Segunda Guerra Púnica
200 553 Inicio de la Primera Guerra Macedónica
197 556 Flaminio derrota a los macedonios en Cinoscéfalos. España es organizada en provincias romanas
196 557 Fin de la Segunda Guerra Macedónica. «Liberación» de Grecia. Aníbal huye a Asia
192 561 Se da comienzo a la Guerra Siria (con Antíoco)
191 562 Los romanos derrotan a Antíoco en las Termopilas
190 563 Los romanos derrotan a Antíoco en Magnesia. Primera aparición de los romanos en Asia
189 564 Fin de la Guerra Siria
187 566 Muerte de Antíoco III
184 569 Catón el Viejo es elegido censor
183 570 Muerte de Aníbal y de Escipión el Viejo
179 574 Muerte de Filipo V
172 581 Comienza la Tercera Guerra Macedónica
168 585 Los romanos derrotan a los macedonios en Pidna y dan fin a la Tercera Guerra Macedónica. Polibio y mil rehenes griegos son deportados
167 586 Los ciudadanos romanos quedan libres de impuestos directos
163 590 Nacimiento de Tiberio Graco
155 598 Nacimiento de Mano
153 600 Nacimiento de Cayo Graco
151 602 Escipión el Joven pacifica España Polibio y otros rehenes griegos son puestos en libertad
149 604 Comienza la Tercera Guerra Cartaginesa
148 605 Cuarta Guerra Macedónica
146 607 Destrucción de Cartago Corinto es saqueada Macedonia es convertida en provincia romana
138 615 Nacimiento de Sila
135 618 Primera Guerra Servil (en Sicilia)
133 620 Escipión derrota a tribus hispánicas en Numancia. Pergamo es anexado y convertido en provincia romana. Tiberio Graco es elegido tribuno
132 621 Asesinato de Tiberio Graco
129 624 Muerte de Escipión el Joven
125 628 Los romanos conquistan la Galia Meridional
123 630 Cayo Graco llega al tribunado
121 632 Asesinato de Cayo Graco. La Galia Meridional es organizada como provincia romana. Mitrídates VI se convierte en rey del Ponto
115 638 Nacimiento de Craso
113 640 Los cimbrios invaden la Galia
111 642 Comienza la Guerra de Yugurta
107 646 Mano es elegido cónsul por primera vez
106 647 Nacimiento de Pompeyo y de Cicerón
105 648 Mario derrota a Yugurta
104 649 Muerte de Yugurta
103 650 Segunda Guerra Civil (en Sicilia). Los teutones se unen a los cimbrios.
102 651 Mario destruye a los teutones. Nacimiento de Julio César.
101 652 Mario destruye a los cimbrios.
100 653 Mario se ve obligado a matar al tribuno Saturnino y pierde poder político.
95 658 Nacimiento de Catón el Joven.
91 662 Asesinato del tribuno Druso. Comienza la Guerra Social.
89 664 Sila derrota a los rebeldes italianos.
88 665 Fin de la Guerra Social. Se inicia la Primera Guerra de Mitrídates. Estalla la Primera Guerra Civil cuando Sila obliga a Mario a abandonar la ciudad.
86 667 Sila saquea Atenas. Mario toma el poder en Roma, pero luego muere.
85 668 Nacimiento de Bruto.
84 669 Fin de la Primera Guerra de Mitrídates.
83 670 Nacimiento de Marco Antonio.
82 671 Sila derrota al ejército adepto a Mario en Puerta Colina.
81 672 Sila se convierte en dictador de Roma. Segunda Guerra de Mitrídates.
79 674 Sila renuncia a la dictadura.
78 675 Muerte de Sila.
76 677 César es capturado por los piratas.
74 679 Bitinia y Cirene se convierten en provincias romanas. Tercera Guerra de Mitrídates. Yerres es nombrado gobernador de Sicilia.
73 680 Lúculo derrota a Mitrídates. Espartaco dirige la Tercera Guerra Servil contra Roma.
72 681 Pompeyo derrota a fuerzas partidarias de Mario en España.
71 682 Craso derrota al ejército de los esclavos. Muerte de Espartaco.
70 683 Cicerón acusa a Yerres.
69 684 Lúculo derrota a Tigranes de Armenia. Nacimiento de Cleopatra.
67 686 Creta se convierte en provincia romana. Pompeyo limpia de piratas el Mediterráneo.
66 687 Lúculo es llamado a Roma y reemplazado por Pompeyo.
64 689 Pompeyo va al Este. El Ponto, Cilicia, Siria y Judea se convierten en provincias romanas. Conspiración de Catilina.
63 690 Cicerón es elegido cónsul y ataca a Catilina. Muerte de Mitrídates. Nacimiento de Octavio.
62 691 Muerte de Catilina.
61 692 Pompeyo retorna a Roma.
60 693 Creación del Primer Triunvirato.
58 695 Clodio llega al tribunado. Exilio de Cicerón. César da comienzo a la Guerra de las Galias.
55 698 César invade Germania y Britania.
53 700 Craso muere en la batalla de Garres contra los partos.
52 701 Muerte de Clodio. Pompeyo nombrado único cónsul.
51 702 César completa la conquista de la Galia. Pompeyo se vuelve contra él.
49 704 César cruza el Rubicón. Comienza la Segunda Guerra Civil.
48 705 César derrota a Pompeyo en Farsalia. Pompeyo es asesinado en Egipto. César conoce a Cleopatra.
47 706 César derrota a Farnaces del Ponto en Zela.
46 707 César retorna a Roma con el poder supremo. Derrota al ejército pompeyano de África en Tapso. Suicidio de Catón el Joven.
45 708 César derrota al ejército pompeyano de España en Munda. Reforma el calendario.
44 709 Asesinato de César por Bruto, Casio y otros.
43 710 Comienza la Tercera Guerra Civil. Se forma el Segundo Triunvirato. Asesinato de Cicerón.
42 711 Octavio y Marco Antonio derrotan a Bruto y Casio en Filipos. Suicidio de Bruto y Casio.
41 712 Antonio conoce a Cleopatra.
38 715 Ventidio derrota a los partos.
32 721 Cuarta Guerra Civil.
31 722 Octavio derrota a Marco Antonio y Cleopatra en Accio.
30 723 Suicidio de Marco Antonio y Cleopatra.
29 724 Octavio domina solo todo el orbe romano. Fin de la República Romana.
27 726 Octavio recibe el nombre de Augusto.
cap 22. Antonio y Cleopatra. La paz, por fin.
Antonio y Cleopatra
El casamiento de Marco Antonio con Octavia realmente no fue beneficioso, pues, al parecer, Antonio no se interesaba por ella. Tan pronto como le fue posible volvió a Alejandría con Cleopatra, situación que le placía mucho más.
Mientras estuvo lejos de Egipto surgieron considerables problemas con los partos, a causa de las acciones de un traidor romano, Quinto Labieno. Era hijo de un general que había prestado servicios bajo César en la Galia, pero luego se había pasado al bando de Pompeyo y fue muerto en la batalla de Munda. El joven Labieno era un intransigente opositor a César y se incorporó al ejército de Bruto y Casio. Aun después de la batalla de Filipos se negó a someterse y se refugió entre los partos.
Orodes, cuyos ejércitos habían derrotado a Craso, era aún rey de Partia. Se había mantenido al margen de las guerras civiles romanas, muy satisfecho de que Roma se destrozase internamente sin tener que correr ningún riesgo.
Pero Labieno lo persuadió a que aprovechase el sentimiento contrario a los tribunos que, afirmaba, prevalecía en Siria y Asia Menor. Orodes, pues, puso un ejército parto a su disposición y resultó que Labieno no había exagerado. En 40 a. C., los partos, con Labieno al frente, se desplazó al Oeste y en breve ocupó casi toda Siria y Asia Menor. Varias guarniciones romanas se unieron al renegado romano.
Estas derrotas romanas se produjeron en la parte del ámbito romano que correspondía a Marco Antonio, de modo que tuvo que contraatacar. A tal fin, Marco Antonio utilizó a Publio Ventidio Baso. Originariamente, Ventidio había sido un hombre pobre, que vivía del alquiler de mulas y carros. Había llegado a general bajo César, en la Galia. A diferencia del padre de Labierno, permaneció fiel a César en la guerra contra Pompeyo y luego se unió a Marco Antonio después del asesinato de César.
En 39 a. C., Ventidio se trasladó a Asia Menor, y el enemigo se retiró ante él. Libró una batalla en la parte oriental de la península, logró la victoria y obligó a los partos a abandonar sus conquistas.
Al año siguiente, los partos hicieron un nuevo intento, y Ventidio se enfrentó nuevamente con ellos en Siria, derrotándolos aún más rotundamente. Los historiadores antiguos fechaban esta batalla el 9 de junio del 38 a. C., decimoquinto aniversario de la derrota de Craso. Orodes murió el mismo año, como para señalar el ocaso del poder parto. Pero aunque los romanos quizá pensaron que habían vengado a Craso, sólo habían conservado su propio territorio. Partia no pudo anexarse tierras romanas, pero su propio territorio permaneció intacto y siguió estándolo.
En 37 a. C., Marco Antonio volvió al Este, pero no estaba totalmente satisfecho con las victorias de Ventidio. Quería para sí la gloria de ellas. Relevó a Ventidio y lo envió de vuelta a Roma a que disfrutase de un triunfo, y luego se preparó para atacar él mismo a Partia (después de pasar algún tiempo en Alejandría).
La campaña de Antonio, comenzada en 36 a. C., fue un fracaso. No derrotó a los partos. Por el contrario, se vio obligado a retirarse con grandes pérdidas cuando trató de invadir Partia. Todo lo que pudo conseguir fue una victoria al año siguiente sobre los armenios, que eran adversarios mucho más débiles. Volvió a Alejandría con su reputación militar muy disminuida, al tiempo que Octavio llegaba a la cúspide del poder en Occidente.
Octavio pensó que había llegado el momento de aplastar al único rival que le quedaba. Se hizo cada vez más popular en Roma, pues redujo el bandidaje en Italia, restableció la calma y la prosperidad, llevó a cabo programas de edificación en Roma y, en general, demostró ser un gobernante juicioso y prudente. En 38 a. C. se casó con Livia, sagaz matrona romana que lo aconsejó bien durante toda su vida, en favorable contraste con la reina extranjera de Antonio.
Al pueblo romano le pareció que Antonio había descuidado su posición como gobernante romano del Este y se contentaba con pasar su tiempo solazándose con Cleopatra. Llegaban a Roma informes que lo describían usando vestimentas griegas y dedicado solamente a complacer a la reina egipcia. Estaba dispuesto, se decía, a darle toda Roma a ella o todo lo de Roma que pudiera obtener.
Indudablemente, los informes eran exagerados, pero convenían a Octavio. Este obtuvo cartas de Antonio a Cleopatra y su testamento, y los usó como pruebas de que Antonio realmente pretendía cederle Roma. (Quizá fuesen falsificaciones, pues Octavio era suficientemente inescrupuloso como para usar documentos falsos si ello le beneficiaba, pero también pueden haber sido reales, ya que Antonio era tan insensato que podía poner tales cosas por escrito.)
En 32 a. C. Antonio se divorció de Octavia, lo cual hizo pensar que se disponía a convertir a Cleopatra en su esposa legítima. Esto fue el colmo. Octavio había estimulado cuidadosamente el odio y el temor hacia la reina egipcia entre el populacho romano, y ahora hizo que el Senado le declarase la guerra.
Marco Antonio comprendió que la guerra era realmente contra él, y trató de despertar de sus tres años de vacaciones. Reunió barcos, se trasladó a Grecia, estableció su cuartel general en las regiones occidentales de este país y se dispuso a invadir el Epiro, para luego invadir Italia.
Pero la flota de Octavio, conducida por Agripa, también apareció en las aguas occidentales de Grecia. Después de interminables maniobras y preparativos, Cleopatra urgió a Antonio a que presentase una batalla naval.
Los barcos de Antonio eran dos veces más numerosos que los de Octavio y, por añadidura, más grandes. Si Antonio ganaba la batalla naval, señaló Cleopatra, se aseguraría la victoria final, pues su ejército era más numeroso que el de Octavio.
La batalla se dio el 2 de septiembre del 31 a. C., frente a Accio, promontorio de la costa meridional del Epiro, y fue la culminación de lo que podemos llamar la Cuarta Guerra Civil.
Al principio, los barcos de Octavio causaron poca impresión en los barcos más grandes de Antonio, y la batalla pareció ser un inútil enfrentamiento entre la capacidad de maniobra y el poderío. Pero finalmente Agripa maniobró de tal manera que obligó a Antonio a extender su línea, de modo que los barcos de Agripa pudieron deslizarse por los vacíos que se abrieron para dirigirse hacia la flota de sesenta barcos de Cleopatra que se hallaba detrás de la línea.
Según relatos, Cleopatra, presa de pánico, ordenó a sus barcos que zarpasen. Cuando Antonio se dio cuenta de que Cleopatra y sus barcos abandonaban el escenario de la batalla, cometió el acto más insensato de su vida llena de actos insensatos. Subió a un barco pequeño, abandonando a sus barcos y sus leales hombres (quienes aún podían haber obtenido la victoria) y zarpó en pos de la cobarde reina.
Su flota combatió lo mejor que pudo, pero, sin su comandante, cundió el desaliento, y antes de que cayera la noche estaba destruida. Octavio fundó la ciudad de Nicópolis o «ciudad de la victoria», cerca del lugar de la batalla, ciudad que en el futuro iba a convertirse en la capital del Epiro. Luego volvió a Roma para recibir el consabido triunfo.
Mientras tanto, Antonio y Cleopatra huyeron a Alejandría. Sólo les restaba esperar a que Octavio hallase tiempo para acudir a Egipto tras ellos. Esto ocurrió en 30 antes de Cristo.
Octavio apareció por el Este, en dirección de Judea. Antonio trató de resistir, pero fue en vano. El 1 de agosto, Octavio entró en Alejandría y Marco Antonio se suicidó.
Quedaba Cleopatra. Conservaba su belleza y su encanto, y esperaba usarlos con Octavio como los había usado con César y Antonio. Tenía treinta y nueve años por entonces; no era demasiado vieja quizá.
Así, ella solicitó verlo, y hubo una entrevista en la que todo parecía marchar bien. Octavio fue amable, pero obviamente no logró conmoverlo. No era César ni Antonio, y no había nada que lo apartase de sus objetivos. Cleopatra lo comprendió, y se dio cuenta de que si le había hablado suavemente era sólo porque pensaba llevarla a Roma para celebrar su triunfo. Sería obligada a caminar encadenada detrás del carro de Octavio.
Sólo había un modo de escapar a esa suprema humillación. Ella fingió una total sumisión, pero cuando más tarde los mensajeros de Octavio llegaron para ordenarle que los acompañara, la hallaron muerta. Octavio había previsto esta posibilidad y hecho quitar de sus aposentos todo utensilio cortante o capaz de proporcionar la muerte, pero ella de algún modo se las arregló para suicidarse. De este modo arrebató a Octavio el placer de saborear hasta el fin su victoria.
Luego surgió la tradición de que se había hecho picar por una serpiente venenosa (un áspid) que le habían llevado disimuladamente en una cesta de higos, y esto quizá sea el incidente más dramático y conocido de su interesante vida. Pero nadie sabe si es cierto y es muy probable que nadie lo sepa nunca.
En ese año, Egipto fue convertido en provincia romana y fue prácticamente una propiedad personal de Octavio. Así llegaron a su fin el último reino macedónico y el último monarca macedónico, tres siglos después de la muerte de Alejandro Magno.
La paz, por fin
Octavio había llegado a la cúspide. Habían transcurrido justamente cien años desde los intentos de reformas de Tiberio Graco y habían llegado a su fin un siglo de política caótica y cuatro guerras civiles. Grandes nombres habían sonado durante ese siglo: Mario, Sila, Pompeyo, César y Marco Antonio, pero sólo uno permaneció: Octavio.
Ya no hubo enemigos ni oposiciones que temer. En el 30 a. C, Octavio era el amo absoluto de todo el mundo romano. El 11 de enero del 29 a. C. (724 A. U. C.), el templo de Jano fue cerrado por primera vez en doscientos años. Era la paz, por fin.
Pese a toda la turbulencia de ese último siglo, Roma, además de un centro de poder militar, se convirtió en un centro cultural.
El mismo Cicerón había sido el más grande y brillante ejemplo de esa cultura. De su obra sobrevive más que de cualquier otro autor romano, y ha sido más admirada que cualquier otra. Poseemos cincuenta y siete de sus discursos en forma completa, y sabemos de otros ochenta que no han sobrevivido en su totalidad. Esos discursos son amargos y a menudo contienen cosas que hoy consideraríamos de mal gusto, pero no era habitual en aquellos tiempos tratar a los enemigos con lo que hoy llamamos caballerosidad y juego limpio. Su estilo es considerado perfecto; ningún otro autor puede compararse con Cicerón en lo que respecta a fluidez y maestría en el dominio de la lengua latina. Durante dos mil años ha sido considerado como el modelo de todo lo que es admirable en el lenguaje.
Cicerón también escribió sobre retórica y filosofía, no tanto para hacer contribuciones profundas propias como para dar a conocer las obras griegas sobre esos temas a los romanos, y lo hizo maravillosamente. Además, subsisten casi mil de sus cartas, en las que discute francamente los problemas del momento. En verdad, es tan franco (aparentemente porque no pensaba en su publicación) que revela sus propias debilidades: su vanidad, sus ansias de elogios y alabanzas, su timidez, su capacidad para la autocompasión, etc.
Pero en conjunto Cicerón se nos presenta como la figura más atractiva y humana de todos los romanos, honesto y humanitario sin ser presumido, tímido pero capaz de llegar a la valentía en ocasiones.
Después de Cicerón, el más grande prosista del período es César, cuyos comentarios sobre la guerra de las Galias subsisten y son estudiados en las escuelas hasta hoy. La frase inicial —«La Galia se divide en tres partes»— se ha convertido casi en un estribillo. Están escritos con todas las virtudes de un soldado, de modo claro, sencillo y directo, sin ornamentos innecesarios. Por desgracia, no nos han llegado sus discursos, lo cual es de lamentar, pues eran muy admirados en Roma.
Entre los poetas romanos de ese período se destacan dos figuras. Una de ellas es la de Tito Lucrecio Caro, nacido alrededor del 95 a. C. Su fama reposa en su largo poema «De Rerum Natura» («Sobre la Naturaleza de las Cosas»), publicado en 56 a. C. En él Lucrecio describe el Universo según la filosofía del pensador griego Epicuro, que había vivido dos siglos y medio antes. En esta filosofía figuraba la idea de que todo se compone de diminutas partículas invisibles, que los griegos llamaban «átomos». Elaboró una concepción racional, materialista y casi atea del Universo.
De todos los escritos antiguos que conocemos, el poema de Lucrecio es el que más se acerca al punto de vista filosófico de la ciencia moderna. Se perdió y fue olvidado en los siglos posteriores, pero en 1147 se descubrió un manuscrito de él. Poco después de la invención de la imprenta, el poema fue publicado y se editaron muchos ejemplares, por lo que se hizo popular y, sin duda, ejerció una importante influencia sobre el desarrollo del pensamiento que condujo a las concepciones modernas del Universo.
Mucho más ligera, pero mucho más hermosa, era la poesía lírica de Cayo Valerio Cátulo. Sobreviven de sus versos 116 trozos, de los muchos que escribió. Algunos de ellos hoy serían considerados indecentes, pero muchos otros son conmovedores y delicados. Muchos están dirigidos a «Lesbia», de quien se piensa que no es sino Clodia (la hermana del infame Clodio), de la que Cátulo estaba enamorado desesperanzada e inútilmente. Con Cátulo entró en el latín la flexibilidad de la poesía griega
Varios historiadores romanos de nota florecieron también durante este período. Uno de ellos era Gaius Crispus Sallustius, comúnmente conocido en castellano como Salustio. Fue uno de los seguidores de Clodio, y luego de César. Este lo dejó como gobernador de Numidia después de la destrucción del ejército de Catón y fue acusado de enriquecerse por medios ilegales. Nunca se llevó la cuestión a juicio, pero Salustio, que era un hombre pobre antes de su magistratura africana, después fue rico, lo cual es una prueba indirecta bastante convincente de su culpabilidad. Escribió un relato de la conspiración de Catilina y otra historia (quizá bajo la influencia de su estancia en África) sobre la guerra contra Yugurta. Ambas han llegado hasta nosotros. También escribió una historia de Roma, pero de ella sólo quedan fragmentos.
Cornelio Nepote, amigo de Cicerón y Cátulo, escribió una serie de biografías de griegos y romanos destacados.
La larga vida de noventa años de Marco Terencio Varrón transcurrió durante prácticamente todo el período de agitación (de ll6 a 27 a. C). Luchó del lado de Pompeyo, pero se sometió a César y fue perdonado. Escribió prolíficamente; según algunos informes, fue autor de casi 600 volúmenes. Pero sólo dos de sus libros sobreviven. Uno de ellos es una parte de un libro sobre la lengua latina, y el otro, escrito a los ochenta años, es un tratado sobre la agricultura, que es quizá el más importante libro sobre el tema que nos ha llegado de la antigüedad.
Pero no debe suponerse que la cultura sólo puede florecer en épocas de guerra e insurrección. Con el advenimiento de la paz octaviana iba a iniciarse en Roma un nuevo y aún más brillante período de la cultura.
Después de siglos de guerras, toda la región mediterránea iba a tener siglos de paz, el más largo período de paz continua que hubo en el mundo occidental antes o después. Se la iba a llamar la Pax Romana («La Paz Romana»).
Pero se pagó un precio por ella, pues la República Romana, que había progresado durante quinientos años de guerras continuas y que había pasado de ser una aldea atrasada al dominio del mundo, ya no existía. En cambio, la ley fue la palabra de un hombre, Octavio.
En 27 a. C., Octavio recibió el nombre de Augusto, que significa «de buen augurio», una especie de nombre de la buena suerte por el que se le conoce en la historia desde entonces.
Como su tío abuelo, permitió que el mes de su nacimiento recibiera un nuevo nombre en su honor. El mes llamado «Sextilis» en los días de la República ahora fue llamado «Augustus», de donde proviene nuestro «agosto».
Augusto siempre declaró que su intención era «restaurar la República». Nunca asumió el título de rey y mantuvo todas las formas de la República. Pero concentró todos los cargos en su persona y fue el Imperator, que significa «líder». Esta palabra ha dado «emperador» en castellano. Augusto, pues, fue el primero de una larga serie de emperadores romanos, y el ámbito sobre el cual él y sus sucesores gobernaron fue el Imperio Romano.
La historia de este imperio, de sus glorias y sus miserias, de la influencia que ha ejercido sobre la historia humana hasta hoy, la contaré en otro libro.
El casamiento de Marco Antonio con Octavia realmente no fue beneficioso, pues, al parecer, Antonio no se interesaba por ella. Tan pronto como le fue posible volvió a Alejandría con Cleopatra, situación que le placía mucho más.
Mientras estuvo lejos de Egipto surgieron considerables problemas con los partos, a causa de las acciones de un traidor romano, Quinto Labieno. Era hijo de un general que había prestado servicios bajo César en la Galia, pero luego se había pasado al bando de Pompeyo y fue muerto en la batalla de Munda. El joven Labieno era un intransigente opositor a César y se incorporó al ejército de Bruto y Casio. Aun después de la batalla de Filipos se negó a someterse y se refugió entre los partos.
Orodes, cuyos ejércitos habían derrotado a Craso, era aún rey de Partia. Se había mantenido al margen de las guerras civiles romanas, muy satisfecho de que Roma se destrozase internamente sin tener que correr ningún riesgo.
Pero Labieno lo persuadió a que aprovechase el sentimiento contrario a los tribunos que, afirmaba, prevalecía en Siria y Asia Menor. Orodes, pues, puso un ejército parto a su disposición y resultó que Labieno no había exagerado. En 40 a. C., los partos, con Labieno al frente, se desplazó al Oeste y en breve ocupó casi toda Siria y Asia Menor. Varias guarniciones romanas se unieron al renegado romano.
Estas derrotas romanas se produjeron en la parte del ámbito romano que correspondía a Marco Antonio, de modo que tuvo que contraatacar. A tal fin, Marco Antonio utilizó a Publio Ventidio Baso. Originariamente, Ventidio había sido un hombre pobre, que vivía del alquiler de mulas y carros. Había llegado a general bajo César, en la Galia. A diferencia del padre de Labierno, permaneció fiel a César en la guerra contra Pompeyo y luego se unió a Marco Antonio después del asesinato de César.
En 39 a. C., Ventidio se trasladó a Asia Menor, y el enemigo se retiró ante él. Libró una batalla en la parte oriental de la península, logró la victoria y obligó a los partos a abandonar sus conquistas.
Al año siguiente, los partos hicieron un nuevo intento, y Ventidio se enfrentó nuevamente con ellos en Siria, derrotándolos aún más rotundamente. Los historiadores antiguos fechaban esta batalla el 9 de junio del 38 a. C., decimoquinto aniversario de la derrota de Craso. Orodes murió el mismo año, como para señalar el ocaso del poder parto. Pero aunque los romanos quizá pensaron que habían vengado a Craso, sólo habían conservado su propio territorio. Partia no pudo anexarse tierras romanas, pero su propio territorio permaneció intacto y siguió estándolo.
En 37 a. C., Marco Antonio volvió al Este, pero no estaba totalmente satisfecho con las victorias de Ventidio. Quería para sí la gloria de ellas. Relevó a Ventidio y lo envió de vuelta a Roma a que disfrutase de un triunfo, y luego se preparó para atacar él mismo a Partia (después de pasar algún tiempo en Alejandría).
La campaña de Antonio, comenzada en 36 a. C., fue un fracaso. No derrotó a los partos. Por el contrario, se vio obligado a retirarse con grandes pérdidas cuando trató de invadir Partia. Todo lo que pudo conseguir fue una victoria al año siguiente sobre los armenios, que eran adversarios mucho más débiles. Volvió a Alejandría con su reputación militar muy disminuida, al tiempo que Octavio llegaba a la cúspide del poder en Occidente.
Octavio pensó que había llegado el momento de aplastar al único rival que le quedaba. Se hizo cada vez más popular en Roma, pues redujo el bandidaje en Italia, restableció la calma y la prosperidad, llevó a cabo programas de edificación en Roma y, en general, demostró ser un gobernante juicioso y prudente. En 38 a. C. se casó con Livia, sagaz matrona romana que lo aconsejó bien durante toda su vida, en favorable contraste con la reina extranjera de Antonio.
Al pueblo romano le pareció que Antonio había descuidado su posición como gobernante romano del Este y se contentaba con pasar su tiempo solazándose con Cleopatra. Llegaban a Roma informes que lo describían usando vestimentas griegas y dedicado solamente a complacer a la reina egipcia. Estaba dispuesto, se decía, a darle toda Roma a ella o todo lo de Roma que pudiera obtener.
Indudablemente, los informes eran exagerados, pero convenían a Octavio. Este obtuvo cartas de Antonio a Cleopatra y su testamento, y los usó como pruebas de que Antonio realmente pretendía cederle Roma. (Quizá fuesen falsificaciones, pues Octavio era suficientemente inescrupuloso como para usar documentos falsos si ello le beneficiaba, pero también pueden haber sido reales, ya que Antonio era tan insensato que podía poner tales cosas por escrito.)
En 32 a. C. Antonio se divorció de Octavia, lo cual hizo pensar que se disponía a convertir a Cleopatra en su esposa legítima. Esto fue el colmo. Octavio había estimulado cuidadosamente el odio y el temor hacia la reina egipcia entre el populacho romano, y ahora hizo que el Senado le declarase la guerra.
Marco Antonio comprendió que la guerra era realmente contra él, y trató de despertar de sus tres años de vacaciones. Reunió barcos, se trasladó a Grecia, estableció su cuartel general en las regiones occidentales de este país y se dispuso a invadir el Epiro, para luego invadir Italia.
Pero la flota de Octavio, conducida por Agripa, también apareció en las aguas occidentales de Grecia. Después de interminables maniobras y preparativos, Cleopatra urgió a Antonio a que presentase una batalla naval.
Los barcos de Antonio eran dos veces más numerosos que los de Octavio y, por añadidura, más grandes. Si Antonio ganaba la batalla naval, señaló Cleopatra, se aseguraría la victoria final, pues su ejército era más numeroso que el de Octavio.
La batalla se dio el 2 de septiembre del 31 a. C., frente a Accio, promontorio de la costa meridional del Epiro, y fue la culminación de lo que podemos llamar la Cuarta Guerra Civil.
Al principio, los barcos de Octavio causaron poca impresión en los barcos más grandes de Antonio, y la batalla pareció ser un inútil enfrentamiento entre la capacidad de maniobra y el poderío. Pero finalmente Agripa maniobró de tal manera que obligó a Antonio a extender su línea, de modo que los barcos de Agripa pudieron deslizarse por los vacíos que se abrieron para dirigirse hacia la flota de sesenta barcos de Cleopatra que se hallaba detrás de la línea.
Según relatos, Cleopatra, presa de pánico, ordenó a sus barcos que zarpasen. Cuando Antonio se dio cuenta de que Cleopatra y sus barcos abandonaban el escenario de la batalla, cometió el acto más insensato de su vida llena de actos insensatos. Subió a un barco pequeño, abandonando a sus barcos y sus leales hombres (quienes aún podían haber obtenido la victoria) y zarpó en pos de la cobarde reina.
Su flota combatió lo mejor que pudo, pero, sin su comandante, cundió el desaliento, y antes de que cayera la noche estaba destruida. Octavio fundó la ciudad de Nicópolis o «ciudad de la victoria», cerca del lugar de la batalla, ciudad que en el futuro iba a convertirse en la capital del Epiro. Luego volvió a Roma para recibir el consabido triunfo.
Mientras tanto, Antonio y Cleopatra huyeron a Alejandría. Sólo les restaba esperar a que Octavio hallase tiempo para acudir a Egipto tras ellos. Esto ocurrió en 30 antes de Cristo.
Octavio apareció por el Este, en dirección de Judea. Antonio trató de resistir, pero fue en vano. El 1 de agosto, Octavio entró en Alejandría y Marco Antonio se suicidó.
Quedaba Cleopatra. Conservaba su belleza y su encanto, y esperaba usarlos con Octavio como los había usado con César y Antonio. Tenía treinta y nueve años por entonces; no era demasiado vieja quizá.
Así, ella solicitó verlo, y hubo una entrevista en la que todo parecía marchar bien. Octavio fue amable, pero obviamente no logró conmoverlo. No era César ni Antonio, y no había nada que lo apartase de sus objetivos. Cleopatra lo comprendió, y se dio cuenta de que si le había hablado suavemente era sólo porque pensaba llevarla a Roma para celebrar su triunfo. Sería obligada a caminar encadenada detrás del carro de Octavio.
Sólo había un modo de escapar a esa suprema humillación. Ella fingió una total sumisión, pero cuando más tarde los mensajeros de Octavio llegaron para ordenarle que los acompañara, la hallaron muerta. Octavio había previsto esta posibilidad y hecho quitar de sus aposentos todo utensilio cortante o capaz de proporcionar la muerte, pero ella de algún modo se las arregló para suicidarse. De este modo arrebató a Octavio el placer de saborear hasta el fin su victoria.
Luego surgió la tradición de que se había hecho picar por una serpiente venenosa (un áspid) que le habían llevado disimuladamente en una cesta de higos, y esto quizá sea el incidente más dramático y conocido de su interesante vida. Pero nadie sabe si es cierto y es muy probable que nadie lo sepa nunca.
En ese año, Egipto fue convertido en provincia romana y fue prácticamente una propiedad personal de Octavio. Así llegaron a su fin el último reino macedónico y el último monarca macedónico, tres siglos después de la muerte de Alejandro Magno.
La paz, por fin
Octavio había llegado a la cúspide. Habían transcurrido justamente cien años desde los intentos de reformas de Tiberio Graco y habían llegado a su fin un siglo de política caótica y cuatro guerras civiles. Grandes nombres habían sonado durante ese siglo: Mario, Sila, Pompeyo, César y Marco Antonio, pero sólo uno permaneció: Octavio.
Ya no hubo enemigos ni oposiciones que temer. En el 30 a. C, Octavio era el amo absoluto de todo el mundo romano. El 11 de enero del 29 a. C. (724 A. U. C.), el templo de Jano fue cerrado por primera vez en doscientos años. Era la paz, por fin.
Pese a toda la turbulencia de ese último siglo, Roma, además de un centro de poder militar, se convirtió en un centro cultural.
El mismo Cicerón había sido el más grande y brillante ejemplo de esa cultura. De su obra sobrevive más que de cualquier otro autor romano, y ha sido más admirada que cualquier otra. Poseemos cincuenta y siete de sus discursos en forma completa, y sabemos de otros ochenta que no han sobrevivido en su totalidad. Esos discursos son amargos y a menudo contienen cosas que hoy consideraríamos de mal gusto, pero no era habitual en aquellos tiempos tratar a los enemigos con lo que hoy llamamos caballerosidad y juego limpio. Su estilo es considerado perfecto; ningún otro autor puede compararse con Cicerón en lo que respecta a fluidez y maestría en el dominio de la lengua latina. Durante dos mil años ha sido considerado como el modelo de todo lo que es admirable en el lenguaje.
Cicerón también escribió sobre retórica y filosofía, no tanto para hacer contribuciones profundas propias como para dar a conocer las obras griegas sobre esos temas a los romanos, y lo hizo maravillosamente. Además, subsisten casi mil de sus cartas, en las que discute francamente los problemas del momento. En verdad, es tan franco (aparentemente porque no pensaba en su publicación) que revela sus propias debilidades: su vanidad, sus ansias de elogios y alabanzas, su timidez, su capacidad para la autocompasión, etc.
Pero en conjunto Cicerón se nos presenta como la figura más atractiva y humana de todos los romanos, honesto y humanitario sin ser presumido, tímido pero capaz de llegar a la valentía en ocasiones.
Después de Cicerón, el más grande prosista del período es César, cuyos comentarios sobre la guerra de las Galias subsisten y son estudiados en las escuelas hasta hoy. La frase inicial —«La Galia se divide en tres partes»— se ha convertido casi en un estribillo. Están escritos con todas las virtudes de un soldado, de modo claro, sencillo y directo, sin ornamentos innecesarios. Por desgracia, no nos han llegado sus discursos, lo cual es de lamentar, pues eran muy admirados en Roma.
Entre los poetas romanos de ese período se destacan dos figuras. Una de ellas es la de Tito Lucrecio Caro, nacido alrededor del 95 a. C. Su fama reposa en su largo poema «De Rerum Natura» («Sobre la Naturaleza de las Cosas»), publicado en 56 a. C. En él Lucrecio describe el Universo según la filosofía del pensador griego Epicuro, que había vivido dos siglos y medio antes. En esta filosofía figuraba la idea de que todo se compone de diminutas partículas invisibles, que los griegos llamaban «átomos». Elaboró una concepción racional, materialista y casi atea del Universo.
De todos los escritos antiguos que conocemos, el poema de Lucrecio es el que más se acerca al punto de vista filosófico de la ciencia moderna. Se perdió y fue olvidado en los siglos posteriores, pero en 1147 se descubrió un manuscrito de él. Poco después de la invención de la imprenta, el poema fue publicado y se editaron muchos ejemplares, por lo que se hizo popular y, sin duda, ejerció una importante influencia sobre el desarrollo del pensamiento que condujo a las concepciones modernas del Universo.
Mucho más ligera, pero mucho más hermosa, era la poesía lírica de Cayo Valerio Cátulo. Sobreviven de sus versos 116 trozos, de los muchos que escribió. Algunos de ellos hoy serían considerados indecentes, pero muchos otros son conmovedores y delicados. Muchos están dirigidos a «Lesbia», de quien se piensa que no es sino Clodia (la hermana del infame Clodio), de la que Cátulo estaba enamorado desesperanzada e inútilmente. Con Cátulo entró en el latín la flexibilidad de la poesía griega
Varios historiadores romanos de nota florecieron también durante este período. Uno de ellos era Gaius Crispus Sallustius, comúnmente conocido en castellano como Salustio. Fue uno de los seguidores de Clodio, y luego de César. Este lo dejó como gobernador de Numidia después de la destrucción del ejército de Catón y fue acusado de enriquecerse por medios ilegales. Nunca se llevó la cuestión a juicio, pero Salustio, que era un hombre pobre antes de su magistratura africana, después fue rico, lo cual es una prueba indirecta bastante convincente de su culpabilidad. Escribió un relato de la conspiración de Catilina y otra historia (quizá bajo la influencia de su estancia en África) sobre la guerra contra Yugurta. Ambas han llegado hasta nosotros. También escribió una historia de Roma, pero de ella sólo quedan fragmentos.
Cornelio Nepote, amigo de Cicerón y Cátulo, escribió una serie de biografías de griegos y romanos destacados.
La larga vida de noventa años de Marco Terencio Varrón transcurrió durante prácticamente todo el período de agitación (de ll6 a 27 a. C). Luchó del lado de Pompeyo, pero se sometió a César y fue perdonado. Escribió prolíficamente; según algunos informes, fue autor de casi 600 volúmenes. Pero sólo dos de sus libros sobreviven. Uno de ellos es una parte de un libro sobre la lengua latina, y el otro, escrito a los ochenta años, es un tratado sobre la agricultura, que es quizá el más importante libro sobre el tema que nos ha llegado de la antigüedad.
Pero no debe suponerse que la cultura sólo puede florecer en épocas de guerra e insurrección. Con el advenimiento de la paz octaviana iba a iniciarse en Roma un nuevo y aún más brillante período de la cultura.
Después de siglos de guerras, toda la región mediterránea iba a tener siglos de paz, el más largo período de paz continua que hubo en el mundo occidental antes o después. Se la iba a llamar la Pax Romana («La Paz Romana»).
Pero se pagó un precio por ella, pues la República Romana, que había progresado durante quinientos años de guerras continuas y que había pasado de ser una aldea atrasada al dominio del mundo, ya no existía. En cambio, la ley fue la palabra de un hombre, Octavio.
En 27 a. C., Octavio recibió el nombre de Augusto, que significa «de buen augurio», una especie de nombre de la buena suerte por el que se le conoce en la historia desde entonces.
Como su tío abuelo, permitió que el mes de su nacimiento recibiera un nuevo nombre en su honor. El mes llamado «Sextilis» en los días de la República ahora fue llamado «Augustus», de donde proviene nuestro «agosto».
Augusto siempre declaró que su intención era «restaurar la República». Nunca asumió el título de rey y mantuvo todas las formas de la República. Pero concentró todos los cargos en su persona y fue el Imperator, que significa «líder». Esta palabra ha dado «emperador» en castellano. Augusto, pues, fue el primero de una larga serie de emperadores romanos, y el ámbito sobre el cual él y sus sucesores gobernaron fue el Imperio Romano.
La historia de este imperio, de sus glorias y sus miserias, de la influencia que ha ejercido sobre la historia humana hasta hoy, la contaré en otro libro.
cap 21. El fin de la República. El heredero de César. El segundo triunvirato
11. El fin de la República
El heredero de César
Muerto César, Bruto se levantó de un salto, blandiendo su puñal manchado de sangre, y gritó a los senadores que él había salvado a Roma de un tirano. En particular apeló a Cicerón para que concluyese la reorganización del gobierno.
Pero la ciudad se hallaba en un estado de parálisis, en el que nadie esperaba más que el horror y la efusión de sangre. Los partidarios de César estaban demasiado aturdidos para emprender una acción inmediata. Hasta Marco Antonio se escabulló para esconderse.
Pero al llegar la noche, la situación empezó a moverse. Había una legión que se hallaba bajo el mando de uno de los leales generales de César, Marco Emilio Lépido, hijo y tocayo del general que había sido derrotado por Pompeyo treinta y tres años antes (véase página 90). Esas tropas fueron llevadas a Roma, de modo que los conspiradores tuvieron que moverse con cautela.
Mientras tanto, Marco Antonio había recobrado la calma lo suficiente como para echar mano a los tesoros que César había reservado para la campaña militar que había planeado, y para persuadir a Calpurnia a que le entregase los documentos de César.
En cuanto a los asesinos, trataron de ganar a Cicerón para su causa, quien decidió unírseles. Luego (teniendo en consideración las tropas de Lépido) negociaron con Marco Antonio, quien también pareció llegar a un acuerdo con ellos. El peligro de guerra civil se había evitado, aparentemente.
Se convino en llegar a un compromiso. El Senado ratificaría todas las acciones de César, de modo que se mantuviesen sus reformas. También se acordó que se consideraría válido el testamento de César, desconocido hasta ese momento. A cambio de esto se asignarían provincias a los principales conspiradores, asignaciones que les daría poder y los llevaría fuera de Roma.
Hechos estos acuerdos no parecía haber razón para no permitir un funeral público a César. Marco Bruto, con la opinión de algunos de los otros conspiradores, pensó que sería una acción peligrosa, que conciliaria y consolaría a los admiradores de César.
En el funeral, Marco Antonio se levantó para pronunciar una oración fúnebre. Relató las grandes hazañas de César y leyó su testamento, por el cual donaba sus jardines para uso del público y en el que cada ciudadano romano recibía un donativo de, quizá, unos 25 dólares en dinero moderno. Este ejemplo de magnanimidad conmovió profundamente al pueblo
Marco Antonio siguió describiendo las heridas que César había recibido como recompensa de toda su grandeza y generosidad, e inmediatamente todo el público clamó venganza contra los conspiradores. Aquellos de los presentes que eran amigos de los conspiradores se sobresaltaron y trataron de ponerse a salvo. Marco Antonio era, por el momento, el amo de Roma.
Una nueva personalidad había llegado a Roma, un joven de diecisiete años llamado Cayo Octavio.
Cayo Octavio era nieto de Julia, la hermana de Julio César, y era, por ende, sobrino nieto del dictador. Había nacido en 63 a. C., el año de la conspiración de Catilina. César no tenía hijos, de modo que Octavio era su heredero natural.
Octavio era un joven enfermizo, y obviamente poco dotado para la guerra. Tampoco su tío abuelo deseaba meterlo en guerra; lo necesitaba vivo como heredero suyo. Por ello, cuando César hizo sus preparativos para la campaña contra los partos, ordenó a Octavio que se trasladase a Apolonia, ciudad situada al sur de Dirraquio, donde pudiera completar sus estudios.
Estaba allí cuando le llegaron las noticias del asesinato de César e inmediatamente partió para Italia. En su testamento, César lo nombraba su heredero, y el testamento había sido ratificado por el Senado. Octavio tenía intención de exigir lo que consideraba suyo, aunque su familia pensó que ello suponía lanzarse a peligrosas aguas políticas y lo instó a que no lo hiciera.
La llegada de Octavio contrarió a Marco Antonio, que se consideraba el heredero real, en términos de poder. No deseaba compartir el poder con un joven enfermizo. Según el testamento de César, éste adoptaba a Octavio como hijo, pero Marco Antonio impidió la ratificación de este punto por el Senado. Pero Octavio adoptó el nombre de Cayo Julio César Octaviano.
Pero Marco Antonio tampoco lo tenía todo a su favor. Muchas de las tropas estaban del lado de Octavio, aunque sólo fuese a causa del nombre de César. Más aún, Cicerón, enemigo jurado de Marco Antonio, se puso de parte de Octavio (a quien esperaba usar para sus propios fines) y pronunció una serie de eficaces y potentes discursos contra Marco Antonio.
Marco Antonio decidió que era hora de ganar popularidad mediante victorias militares. Uno tras otro, los conspiradores habían abandonado Roma para marcharse a sus respectivas provincias. Marco Bruto estaba en Grecia, Casio en Asia Menor, y Décimo Bruto en la Galia Cisalpina. Este era el que se hallaba más cerca de Roma, por lo que Marco Antonio lo eligió como primera víctima. Lépido había sido enviado a España para ocuparse de los restos de los pompeyanos que allí quedaban, pero Marco Antonio confiaba en dar cuenta solo de Décimo Bruto. Obligó al Senado a reasignarle la Galia Cisalpina y marchó hacia el Norte. Así comenzó la Tercera Guerra Civil.
Pero tan pronto como Marco Antonio partió, el Senado fue persuadido por Cicerón y el joven Octavio a declarar a Marco Antonio enemigo público y a enviar un ejército contra él. Este ejército estaba al mando de los dos cónsules, y Octavio era segundo comandante. (Así, Octavio se encontró combatiendo en defensa de Décimo Bruto, asesino de su tío abuelo, y contra Marco Antonio, el más leal adepto de su tío abuelo. Pero esto sólo era un primer paso en los planes de largo alcance de Octavio. Hasta entonces nadie se había percatado de que el heredero de César, aunque no era un general, era un político tan hábil como el mismo César.)
Décimo Bruto se fortificó en Mutina, la moderna Módena, y no pudo ser desalojado de allí. Marco Antonio, con un enemigo dentro de la ciudad y otro fuera de ella, fue derrotado, y en abril del 43 a. C. tuvo que conducir a su ejército en retirada a través de los Alpes, a la Galia Meridional, donde se encontraba entonces Lépido, después de volver de España.
Todo marchó bien para Octavio. No sólo había privado a Marco Antonio de toda oportunidad de ganar gloria militar, sino que además los dos cónsules murieron en la batalla, dejando a Octavio al mando del ejército. Volvió a Roma y, respaldado por sus tropas, no tuvo dificultades para persuadir al Senado a que ratificase su condición de hijo adoptivo de César y se hizo elegir cónsul.
Ahora que tuvo el dominio efectivo de Roma pudo finalmente actuar contra los conspiradores. Obligó al Senado a pronunciarse contra los conspiradores, y en septiembre marchó nuevamente a la Galia Cisalpina, pero esta vez para luchar contra Décimo Bruto. Realizó lo que Marco Antonio no había logrado. Los soldados de Bruto desertaron en grandes cantidades, por lo que el conspirador se vio obligado a huir. Pero fue capturado y ejecutado.
El segundo triunvirato
Entre tanto, Marco Bruto en Grecia y Casio en Asia Menor estaban reuniendo hombres y dinero (Casio fue particularmente brutal en la exacción de dinero a los impotentes provincianos) y estaban adquiriendo gran poder. Si Octavio y Antonio seguían luchando entre sí, ambos perderían.
Por ello, Lépido trabajó para unir al viejo amigo de César y a su heredero. Los tres se encontraron en Bononia, la moderna Bolonia, y convinieron en dividirse los dominios romanos. De este modo se creó el segundo triunvirato, el 27 de noviembre del 43 a. C., con Marco Antonio, Octavio y Lépido.
Al entrar en el acuerdo, Octavio abandonó al Senado, que ahora quedó nuevamente en la impotencia. Cicerón, en particular, que había arriesgado todo en apoyo de Octavio en sus ataques de elocuente orador contra Antonio, comprendió que su muerte era segura.
Antonio, como parte del precio para entrar en el triunvirato, exigió la ejecución de Cicerón, y Octavio aceptó. En verdad, los tres establecieron un sistema de proscripciones, como en tiempos de Sila, casi cuarenta años antes. Muchos individuos acomodados fueron ejecutados y sus propiedades confiscadas.
Cicerón trató de escapar abandonando Italia, pero vientos contrarios llevaron su barco de vuelta a la costa. Antes de que pudiera intentar nuevamente la huida, llegaron los soldados enviados para matarle. Se negó a que sus hombres ofreciesen resistencia, pues habría sido inútil. Enfrentó la muerte solo y con valentía.
Extrañamente, Marco Antonio también señaló para su ejecución al viejo enemigo de Cicerón, Verres (véase página 92). Este aún vivía en un confortable exilio en Massilia. Codicioso hasta el fin, se negó a entregar algunos tesoros artísticos que el igualmente codicioso Marco Antonio deseaba. Verres pagó esto con su inútil vida.
Una vez formado el segundo triunvirato, asentado firmemente su poder en Italia y el partido senatorial acobardado por el terror, era tiempo de enfrentarse con Bruto y Casio. El ejército de los triunviros se dirigió a Italia en su búsqueda. (Octavio cayó enfermo en Dirraquio y tuvo que ser llevado en litera al lugar de la batalla.)
La batalla se libró en Filipos, en Macedonia Oriental, a unos quince kilómetros al norte del mar Egeo. (Filipos había sido desarrollada y fortificada por el rey Filipo de Macedonia, padre de Alejandro Magno, tres siglos antes, y había recibido ese nombre en su honor.)
Los conspiradores habrían hecho bien en esperar, pues Antonio y Octavio estaban mal abastecidos y podían haberse visto obligados a retirarse o haber sido derrotados por hambre. Esta fue la opinión de Casio, pero Bruto no pudo soportar la incertidumbre y quiso dirimir la cuestión rápidamente. En octubre del 42 a. C. se libró una batalla en la que Bruto tuvo considerable éxito contra las fuerzas de Octavio. Pero a Casio no le fue tan bien y se suicidó en una irracional desesperación por una batalla que no fue peor que un empate.
Bruto cayó en una depresión extrema al recibir la noticia, y algunas semanas más tarde forzó una segunda batalla, en la que fue derrotado por fuerzas superiores, y se suicidó a su vez.
Los triunviros ahora dominaban Roma y quizá pensaron que sería mejor para todos separarse. Lépido recibió el Oeste y Antonio el Este, mientras que Octavio permanecía en Roma.
En cierto modo, quizá haya parecido que Antonio obtenía la mejor parte. El Este, pese a su continuo saqueo por los gobernadores romanos y las exigencias de una larga serie de generales romanos, aún podía ser esquilmado un poco más, y Antonio pensó en el botín. A mediados del verano del 41 a. C. llegó a Tarso, situada sobre la costa meridional de Asia Menor, y abordó la cuestión de Egipto, que era aún la nación más rica del mundo mediterráneo.
Egipto parecía apto para el saqueo. Desde que César había puesto a Cleopatra y su hermano menor en la posesión conjunta del trono, Egipto estuvo en calma, sin guerras ni rebeliones . En 44 a. C., cuando su hermano menor cumplió catorce años y exigió una participación activa en los deberes reales, Cleopatra dirimió la cuestión muy sencillamente haciéndolo envenenar. Después de esto gobernó sola.
En los meses siguientes al asesinato, Cleopatra mantuvo una prudente neutralidad, a la espera de ver en qué terminaban las cosas. Pero Antonio pensó que había sido demasiado neutral y que, por no haber apoyado activamente a los triunviros, tendría que pagarlo caro. Por ello, ordenó a la reina de Egipto que acudiese a Tarso.
Cleopatra llegó en la barcaza real con la intención de persuadir a Marco Antonio de la corrección de su actitud, como siete años antes había persuadido a César de lo mismo. Cleopatra tenía entonces veintiocho años y, al parecer, estaba más hermosa que nunca.
Después de pasar algún tiempo juntos, Marco Antonio decidió que ciertamente ella no merecía que se le hiciera pagar tributo. En cambio, decidió devolverle la visita e ir con ella a Alejandría. Allí pasó momentos placenteros, descansando en la encantadora compañía de la reina y olvidando todos los problemas de la guerra y la política.
De vuelta en Italia, Octavio habría deseado poder hacer lo mismo. Pero la esposa de Antonio, Fulvia (que había sido antes esposa de Clodio y era una feroz arpía), estaba particularmente furiosa ante esa situación. Vio claramente que si Octavio permanecía en Roma, sería él quien finalmente gobernaría todos los dominios romanos. Tampoco aprobaba las descansadas vacaciones de que Antonio gozaba en Alejandría con Cleopatra.
Por ello, Fulvia persuadió a Lucio Antonio (hermano de Marco Antonio), que era cónsul ese año, a que reclutase un ejército y marchara contra Octavio. De este modo esperaba debilitar a Octavio y obligar a Antonio a actuar contra él, aunque sólo fuese para proteger a su esposa y a su hermano.
Octavio, con escasas dotes de soldado, confió su ejército a Marco Vipsanio Agripa, hombre de oscura familia que era de la edad de Octavio y había estudiado con él en Apolonia. Agripa empujó a los rebeldes a Perusa y los obligó a rendirse en 40 a. C.
Marco Antonio se movió en apoyo de su familia, pero todo terminó demasiado rápidamente, y cuando Fulvia huyó a Grecia y murió allí casi inmediatamente, realmente fue el fin.
Pero se pensó que era mejor renovar el triunvirato y resolver los problemas que habían surgido. Así, los triunviros se reunieron en el sur de Italia y efectuaron una nueva división de los dominios romanos. Marco Antonio conservó el Este, pero Octavio se quedó con Italia, Galia y España. Lépido, dejado de lado, tuvo que conformarse con África.
Para cimentar la unión se concertó un matrimonio. Así como la encantadora hija de César, Julia, se había casado con Pompeyo para tener a éste en la familia, ahora la encantadora hermana de Octavio, Octavia, fue entregada en matrimonio a Marco Antonio.
Por el momento todo parecía marchar bien. Octavio y Antonio siguieron sus caminos separados.
Pero, al menos para Octavio, continuaron los problemas. Había surgido un nuevo Pompeyo: Sexto Pompeyo, hijo menor del viejo general. Sexto había acompañado a su padre a Egipto después de la batalla de Farsalia y estaba en el barco desde el cual vio asesinar a su padre en la costa. También había estado en la batalla de Munda, después de la cual fue muerto su hermano, mientras que él se salvó ocultándose para aparecer sólo cuando César abandonó España.
Lentamente, Sexto fue ganando adeptos y, durante los desórdenes que siguieron al asesinato de César, reunió barcos y se hizo fuerte en el mar. Fue un pirata de mucho éxito. Se adueñó de Sicilia, lo cual lo situó en una posición fuerte, pues el suministro de alimentos de Roma dependía de los cereales sicilianos. Esto significaba que tenía un lazo puesto alrededor del cuello de Roma, lazo que podía apretar cuando se le antojase. Además, si se enviaban cargamentos de cereales, por ejemplo, de Egipto, los barcos de Sexto Pompeyo podían detenerlos.
El hambre y el descontento obligaron a los tribunos a llegar a algún género de acuerdo con Sexto. Se reunieron con él en Miseno, un promontorio situado al noroeste de la bahía de Nápoles, en el 39 a. C., y se acordó entregarle Sicilia, Cerdeña, Córcega y la parte meridional de Grecia. Eran concesiones importantes, sobre todo para Octavio, pero éste quería ganar tiempo.
En 36 a. C., Octavio reunió con dificultades una flota propia que puso bajo el mando de Agripa. Luego halló un pretexto para iniciar una guerra contra Sexto y envió a la flota de Agripa tras él. Agripa sufrió pérdidas por las tormentas y los combates, pero finalmente acorraló a Sexto cerca del estrecho que se extiende entre Italia y Sicilia. En la batalla que se entabló a continuación, Agripa obtuvo una completa victoria. Sexto huyó y logró llegar a Asia Menor, pero esto no le sirvió de mucho. Allí fue capturado por los soldados de Antonio en 35 a. C. y ejecutado.
Entre tanto, Lépido, en cooperación con Octavio y para combatir a Sexto, había desembarcado tropas en Sicilia. Irritado por la parte insignificante que le había tocado en el triunvirato, pensó que podía conservar Sicilia para sí. Pero sus tropas desertaron para pasarse a Octavio, quien, por consiguiente, libró a Lépido de toda responsabilidad y lo envió a Roma a que llevase una vida tranquila.
En el 36 a. C., pues, Octavio tuvo firmemente en su poder a todo el Occidente. Fulvia había muerto. Sexto Pompeyo había muerto y Lépido se hallaba reducido a la impotencia. Sólo Marco Antonio podía disputarle el predominio, pero no parecía con deseos de disputar nada a nadie.
El heredero de César
Muerto César, Bruto se levantó de un salto, blandiendo su puñal manchado de sangre, y gritó a los senadores que él había salvado a Roma de un tirano. En particular apeló a Cicerón para que concluyese la reorganización del gobierno.
Pero la ciudad se hallaba en un estado de parálisis, en el que nadie esperaba más que el horror y la efusión de sangre. Los partidarios de César estaban demasiado aturdidos para emprender una acción inmediata. Hasta Marco Antonio se escabulló para esconderse.
Pero al llegar la noche, la situación empezó a moverse. Había una legión que se hallaba bajo el mando de uno de los leales generales de César, Marco Emilio Lépido, hijo y tocayo del general que había sido derrotado por Pompeyo treinta y tres años antes (véase página 90). Esas tropas fueron llevadas a Roma, de modo que los conspiradores tuvieron que moverse con cautela.
Mientras tanto, Marco Antonio había recobrado la calma lo suficiente como para echar mano a los tesoros que César había reservado para la campaña militar que había planeado, y para persuadir a Calpurnia a que le entregase los documentos de César.
En cuanto a los asesinos, trataron de ganar a Cicerón para su causa, quien decidió unírseles. Luego (teniendo en consideración las tropas de Lépido) negociaron con Marco Antonio, quien también pareció llegar a un acuerdo con ellos. El peligro de guerra civil se había evitado, aparentemente.
Se convino en llegar a un compromiso. El Senado ratificaría todas las acciones de César, de modo que se mantuviesen sus reformas. También se acordó que se consideraría válido el testamento de César, desconocido hasta ese momento. A cambio de esto se asignarían provincias a los principales conspiradores, asignaciones que les daría poder y los llevaría fuera de Roma.
Hechos estos acuerdos no parecía haber razón para no permitir un funeral público a César. Marco Bruto, con la opinión de algunos de los otros conspiradores, pensó que sería una acción peligrosa, que conciliaria y consolaría a los admiradores de César.
En el funeral, Marco Antonio se levantó para pronunciar una oración fúnebre. Relató las grandes hazañas de César y leyó su testamento, por el cual donaba sus jardines para uso del público y en el que cada ciudadano romano recibía un donativo de, quizá, unos 25 dólares en dinero moderno. Este ejemplo de magnanimidad conmovió profundamente al pueblo
Marco Antonio siguió describiendo las heridas que César había recibido como recompensa de toda su grandeza y generosidad, e inmediatamente todo el público clamó venganza contra los conspiradores. Aquellos de los presentes que eran amigos de los conspiradores se sobresaltaron y trataron de ponerse a salvo. Marco Antonio era, por el momento, el amo de Roma.
Una nueva personalidad había llegado a Roma, un joven de diecisiete años llamado Cayo Octavio.
Cayo Octavio era nieto de Julia, la hermana de Julio César, y era, por ende, sobrino nieto del dictador. Había nacido en 63 a. C., el año de la conspiración de Catilina. César no tenía hijos, de modo que Octavio era su heredero natural.
Octavio era un joven enfermizo, y obviamente poco dotado para la guerra. Tampoco su tío abuelo deseaba meterlo en guerra; lo necesitaba vivo como heredero suyo. Por ello, cuando César hizo sus preparativos para la campaña contra los partos, ordenó a Octavio que se trasladase a Apolonia, ciudad situada al sur de Dirraquio, donde pudiera completar sus estudios.
Estaba allí cuando le llegaron las noticias del asesinato de César e inmediatamente partió para Italia. En su testamento, César lo nombraba su heredero, y el testamento había sido ratificado por el Senado. Octavio tenía intención de exigir lo que consideraba suyo, aunque su familia pensó que ello suponía lanzarse a peligrosas aguas políticas y lo instó a que no lo hiciera.
La llegada de Octavio contrarió a Marco Antonio, que se consideraba el heredero real, en términos de poder. No deseaba compartir el poder con un joven enfermizo. Según el testamento de César, éste adoptaba a Octavio como hijo, pero Marco Antonio impidió la ratificación de este punto por el Senado. Pero Octavio adoptó el nombre de Cayo Julio César Octaviano.
Pero Marco Antonio tampoco lo tenía todo a su favor. Muchas de las tropas estaban del lado de Octavio, aunque sólo fuese a causa del nombre de César. Más aún, Cicerón, enemigo jurado de Marco Antonio, se puso de parte de Octavio (a quien esperaba usar para sus propios fines) y pronunció una serie de eficaces y potentes discursos contra Marco Antonio.
Marco Antonio decidió que era hora de ganar popularidad mediante victorias militares. Uno tras otro, los conspiradores habían abandonado Roma para marcharse a sus respectivas provincias. Marco Bruto estaba en Grecia, Casio en Asia Menor, y Décimo Bruto en la Galia Cisalpina. Este era el que se hallaba más cerca de Roma, por lo que Marco Antonio lo eligió como primera víctima. Lépido había sido enviado a España para ocuparse de los restos de los pompeyanos que allí quedaban, pero Marco Antonio confiaba en dar cuenta solo de Décimo Bruto. Obligó al Senado a reasignarle la Galia Cisalpina y marchó hacia el Norte. Así comenzó la Tercera Guerra Civil.
Pero tan pronto como Marco Antonio partió, el Senado fue persuadido por Cicerón y el joven Octavio a declarar a Marco Antonio enemigo público y a enviar un ejército contra él. Este ejército estaba al mando de los dos cónsules, y Octavio era segundo comandante. (Así, Octavio se encontró combatiendo en defensa de Décimo Bruto, asesino de su tío abuelo, y contra Marco Antonio, el más leal adepto de su tío abuelo. Pero esto sólo era un primer paso en los planes de largo alcance de Octavio. Hasta entonces nadie se había percatado de que el heredero de César, aunque no era un general, era un político tan hábil como el mismo César.)
Décimo Bruto se fortificó en Mutina, la moderna Módena, y no pudo ser desalojado de allí. Marco Antonio, con un enemigo dentro de la ciudad y otro fuera de ella, fue derrotado, y en abril del 43 a. C. tuvo que conducir a su ejército en retirada a través de los Alpes, a la Galia Meridional, donde se encontraba entonces Lépido, después de volver de España.
Todo marchó bien para Octavio. No sólo había privado a Marco Antonio de toda oportunidad de ganar gloria militar, sino que además los dos cónsules murieron en la batalla, dejando a Octavio al mando del ejército. Volvió a Roma y, respaldado por sus tropas, no tuvo dificultades para persuadir al Senado a que ratificase su condición de hijo adoptivo de César y se hizo elegir cónsul.
Ahora que tuvo el dominio efectivo de Roma pudo finalmente actuar contra los conspiradores. Obligó al Senado a pronunciarse contra los conspiradores, y en septiembre marchó nuevamente a la Galia Cisalpina, pero esta vez para luchar contra Décimo Bruto. Realizó lo que Marco Antonio no había logrado. Los soldados de Bruto desertaron en grandes cantidades, por lo que el conspirador se vio obligado a huir. Pero fue capturado y ejecutado.
El segundo triunvirato
Entre tanto, Marco Bruto en Grecia y Casio en Asia Menor estaban reuniendo hombres y dinero (Casio fue particularmente brutal en la exacción de dinero a los impotentes provincianos) y estaban adquiriendo gran poder. Si Octavio y Antonio seguían luchando entre sí, ambos perderían.
Por ello, Lépido trabajó para unir al viejo amigo de César y a su heredero. Los tres se encontraron en Bononia, la moderna Bolonia, y convinieron en dividirse los dominios romanos. De este modo se creó el segundo triunvirato, el 27 de noviembre del 43 a. C., con Marco Antonio, Octavio y Lépido.
Al entrar en el acuerdo, Octavio abandonó al Senado, que ahora quedó nuevamente en la impotencia. Cicerón, en particular, que había arriesgado todo en apoyo de Octavio en sus ataques de elocuente orador contra Antonio, comprendió que su muerte era segura.
Antonio, como parte del precio para entrar en el triunvirato, exigió la ejecución de Cicerón, y Octavio aceptó. En verdad, los tres establecieron un sistema de proscripciones, como en tiempos de Sila, casi cuarenta años antes. Muchos individuos acomodados fueron ejecutados y sus propiedades confiscadas.
Cicerón trató de escapar abandonando Italia, pero vientos contrarios llevaron su barco de vuelta a la costa. Antes de que pudiera intentar nuevamente la huida, llegaron los soldados enviados para matarle. Se negó a que sus hombres ofreciesen resistencia, pues habría sido inútil. Enfrentó la muerte solo y con valentía.
Extrañamente, Marco Antonio también señaló para su ejecución al viejo enemigo de Cicerón, Verres (véase página 92). Este aún vivía en un confortable exilio en Massilia. Codicioso hasta el fin, se negó a entregar algunos tesoros artísticos que el igualmente codicioso Marco Antonio deseaba. Verres pagó esto con su inútil vida.
Una vez formado el segundo triunvirato, asentado firmemente su poder en Italia y el partido senatorial acobardado por el terror, era tiempo de enfrentarse con Bruto y Casio. El ejército de los triunviros se dirigió a Italia en su búsqueda. (Octavio cayó enfermo en Dirraquio y tuvo que ser llevado en litera al lugar de la batalla.)
La batalla se libró en Filipos, en Macedonia Oriental, a unos quince kilómetros al norte del mar Egeo. (Filipos había sido desarrollada y fortificada por el rey Filipo de Macedonia, padre de Alejandro Magno, tres siglos antes, y había recibido ese nombre en su honor.)
Los conspiradores habrían hecho bien en esperar, pues Antonio y Octavio estaban mal abastecidos y podían haberse visto obligados a retirarse o haber sido derrotados por hambre. Esta fue la opinión de Casio, pero Bruto no pudo soportar la incertidumbre y quiso dirimir la cuestión rápidamente. En octubre del 42 a. C. se libró una batalla en la que Bruto tuvo considerable éxito contra las fuerzas de Octavio. Pero a Casio no le fue tan bien y se suicidó en una irracional desesperación por una batalla que no fue peor que un empate.
Bruto cayó en una depresión extrema al recibir la noticia, y algunas semanas más tarde forzó una segunda batalla, en la que fue derrotado por fuerzas superiores, y se suicidó a su vez.
Los triunviros ahora dominaban Roma y quizá pensaron que sería mejor para todos separarse. Lépido recibió el Oeste y Antonio el Este, mientras que Octavio permanecía en Roma.
En cierto modo, quizá haya parecido que Antonio obtenía la mejor parte. El Este, pese a su continuo saqueo por los gobernadores romanos y las exigencias de una larga serie de generales romanos, aún podía ser esquilmado un poco más, y Antonio pensó en el botín. A mediados del verano del 41 a. C. llegó a Tarso, situada sobre la costa meridional de Asia Menor, y abordó la cuestión de Egipto, que era aún la nación más rica del mundo mediterráneo.
Egipto parecía apto para el saqueo. Desde que César había puesto a Cleopatra y su hermano menor en la posesión conjunta del trono, Egipto estuvo en calma, sin guerras ni rebeliones . En 44 a. C., cuando su hermano menor cumplió catorce años y exigió una participación activa en los deberes reales, Cleopatra dirimió la cuestión muy sencillamente haciéndolo envenenar. Después de esto gobernó sola.
En los meses siguientes al asesinato, Cleopatra mantuvo una prudente neutralidad, a la espera de ver en qué terminaban las cosas. Pero Antonio pensó que había sido demasiado neutral y que, por no haber apoyado activamente a los triunviros, tendría que pagarlo caro. Por ello, ordenó a la reina de Egipto que acudiese a Tarso.
Cleopatra llegó en la barcaza real con la intención de persuadir a Marco Antonio de la corrección de su actitud, como siete años antes había persuadido a César de lo mismo. Cleopatra tenía entonces veintiocho años y, al parecer, estaba más hermosa que nunca.
Después de pasar algún tiempo juntos, Marco Antonio decidió que ciertamente ella no merecía que se le hiciera pagar tributo. En cambio, decidió devolverle la visita e ir con ella a Alejandría. Allí pasó momentos placenteros, descansando en la encantadora compañía de la reina y olvidando todos los problemas de la guerra y la política.
De vuelta en Italia, Octavio habría deseado poder hacer lo mismo. Pero la esposa de Antonio, Fulvia (que había sido antes esposa de Clodio y era una feroz arpía), estaba particularmente furiosa ante esa situación. Vio claramente que si Octavio permanecía en Roma, sería él quien finalmente gobernaría todos los dominios romanos. Tampoco aprobaba las descansadas vacaciones de que Antonio gozaba en Alejandría con Cleopatra.
Por ello, Fulvia persuadió a Lucio Antonio (hermano de Marco Antonio), que era cónsul ese año, a que reclutase un ejército y marchara contra Octavio. De este modo esperaba debilitar a Octavio y obligar a Antonio a actuar contra él, aunque sólo fuese para proteger a su esposa y a su hermano.
Octavio, con escasas dotes de soldado, confió su ejército a Marco Vipsanio Agripa, hombre de oscura familia que era de la edad de Octavio y había estudiado con él en Apolonia. Agripa empujó a los rebeldes a Perusa y los obligó a rendirse en 40 a. C.
Marco Antonio se movió en apoyo de su familia, pero todo terminó demasiado rápidamente, y cuando Fulvia huyó a Grecia y murió allí casi inmediatamente, realmente fue el fin.
Pero se pensó que era mejor renovar el triunvirato y resolver los problemas que habían surgido. Así, los triunviros se reunieron en el sur de Italia y efectuaron una nueva división de los dominios romanos. Marco Antonio conservó el Este, pero Octavio se quedó con Italia, Galia y España. Lépido, dejado de lado, tuvo que conformarse con África.
Para cimentar la unión se concertó un matrimonio. Así como la encantadora hija de César, Julia, se había casado con Pompeyo para tener a éste en la familia, ahora la encantadora hermana de Octavio, Octavia, fue entregada en matrimonio a Marco Antonio.
Por el momento todo parecía marchar bien. Octavio y Antonio siguieron sus caminos separados.
Pero, al menos para Octavio, continuaron los problemas. Había surgido un nuevo Pompeyo: Sexto Pompeyo, hijo menor del viejo general. Sexto había acompañado a su padre a Egipto después de la batalla de Farsalia y estaba en el barco desde el cual vio asesinar a su padre en la costa. También había estado en la batalla de Munda, después de la cual fue muerto su hermano, mientras que él se salvó ocultándose para aparecer sólo cuando César abandonó España.
Lentamente, Sexto fue ganando adeptos y, durante los desórdenes que siguieron al asesinato de César, reunió barcos y se hizo fuerte en el mar. Fue un pirata de mucho éxito. Se adueñó de Sicilia, lo cual lo situó en una posición fuerte, pues el suministro de alimentos de Roma dependía de los cereales sicilianos. Esto significaba que tenía un lazo puesto alrededor del cuello de Roma, lazo que podía apretar cuando se le antojase. Además, si se enviaban cargamentos de cereales, por ejemplo, de Egipto, los barcos de Sexto Pompeyo podían detenerlos.
El hambre y el descontento obligaron a los tribunos a llegar a algún género de acuerdo con Sexto. Se reunieron con él en Miseno, un promontorio situado al noroeste de la bahía de Nápoles, en el 39 a. C., y se acordó entregarle Sicilia, Cerdeña, Córcega y la parte meridional de Grecia. Eran concesiones importantes, sobre todo para Octavio, pero éste quería ganar tiempo.
En 36 a. C., Octavio reunió con dificultades una flota propia que puso bajo el mando de Agripa. Luego halló un pretexto para iniciar una guerra contra Sexto y envió a la flota de Agripa tras él. Agripa sufrió pérdidas por las tormentas y los combates, pero finalmente acorraló a Sexto cerca del estrecho que se extiende entre Italia y Sicilia. En la batalla que se entabló a continuación, Agripa obtuvo una completa victoria. Sexto huyó y logró llegar a Asia Menor, pero esto no le sirvió de mucho. Allí fue capturado por los soldados de Antonio en 35 a. C. y ejecutado.
Entre tanto, Lépido, en cooperación con Octavio y para combatir a Sexto, había desembarcado tropas en Sicilia. Irritado por la parte insignificante que le había tocado en el triunvirato, pensó que podía conservar Sicilia para sí. Pero sus tropas desertaron para pasarse a Octavio, quien, por consiguiente, libró a Lépido de toda responsabilidad y lo envió a Roma a que llevase una vida tranquila.
En el 36 a. C., pues, Octavio tuvo firmemente en su poder a todo el Occidente. Fulvia había muerto. Sexto Pompeyo había muerto y Lépido se hallaba reducido a la impotencia. Sólo Marco Antonio podía disputarle el predominio, pero no parecía con deseos de disputar nada a nadie.
lunes, junio 20
QUE CABRONES!!!! (con cariño)
ENLACE
han colgado los vadinienses el video en el que nos gastan la broma de la cuerda a el árbol.... donde según ellos nos ridiculizan...jejeje...
después nos vengamos secuestrando el jabali y el carro....
secuestro del carro...
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esta semana termina
esta semana termina la primera parte de la historia de roma... como mañana estoy fuera, el miercoles colgaré los dos últimos episodios.
cap 20. El dictador. El asesinato.
El dictador
Después de la batalla contra Farnaces, César finalmente retornó a Roma, después de una ausencia de más de un año.
No había dejado de prestar atención a Roma, por supuesto. Marco Antonio (el segundo jefe de César en la batalla de Farsalia) había sido enviado a Roma mientras César marchaba a Egipto. Marco Antonio mantuvo el dominio en Roma, aunque carecía de la capacidad de César, y era demasiado precipitado para mantener tranquila la situación, sobre todo cuando empezaron a circular rumores de que César había muerto en Egipto. Lo más que Marco Antonio pudo hacer fue usar sus soldados para matar a algunos ciudadanos romanos, cuando había demasiada agitación.
Pero el retorno de César hizo que el dominio de la situación estuviese nuevamente en manos seguras. Para sorpresa de muchos no siguió la táctica habitual de ejecutar a muchos y recompensar a sus seguidores con sus propiedades. En cambio, practicó la indulgencia, con lo que se ganó a muchos que se le habían opuesto.
Cicerón fue uno de ellos. Había mantenido una larga amistad con Pompeyo, pero en los meses en que iba cobrando impulso el conflicto entre César y Pompeyo, Cicerón no supo qué hacer.
Pero finalmente abandonó Italia con las fuerzas de Pompeyo, aunque mostrando tal incertidumbre y timidez que fue para Pompeyo más un estorbo que una ayuda. Después de la batalla de Farsalia, se cansó y volvió a Italia.
César podía haber hecho ejecutar a Cicerón; tal acción no habría sorprendido a nadie y estaba en consonancia con los tiempos. A fin de cuentas, Cicerón había prestado dinero a Pompeyo y la influencia de su nombre. Más aún, Marco Antonio, que odiaba a Cicerón, indudablemente trató de impulsar a César por el camino de la acción enérgica.
Sin embargo, César trató a Cicerón con bondad y muchas muestras de respeto. En retribución, Cicerón no manifestó ninguna hostilidad abierta hacia César o su política.
Pero la suavidad de César le ocasionó algunos problemas. Una de sus legiones se rebeló porque había recibido toda clase de promesas que no se habían cumplido. (Quizá habían esperado enriquecerse como consecuencia de ejecuciones que, según veían, no se producían.) Así avanzaron sobre Roma para presentar sus exigencias personalmente.
César se adelantó hacia la legión rebelde solo, como si los desafiara a ejercer la violencia contra él. Los soldados observaron al hombre que los había conducido y puesto a salvo en tantos peligros, y por un momento hubo un silencio total.
Luego, César dijo despectivamente: «Estáis dados de baja, ciudadanos.»
Al oír la palabra ciudadanos, los soldados se sintieron tocados en su orgullo militar. Pidieron volver al favor de César y poder ostentar el título de soldados, y estaban dispuestos a soportar que los castigasen sólo con que se les permitiese permanecer en el ejército. (El hecho de que la palabra «ciudadano», antaño motivo de orgullo, se hubiese convertido en un insulto era un triste indicio de la decadencia del modo de vida romano.)
Pero no habían terminado las fatigas militases de César. Aunque Pompeyo había sido derrotado y muerto, el partido pompeyano aún tenía un ejército en Dirraquio, a cuyo frente se hallaba Catón. También tenían considerables sumas de dinero y una flota. Además, había derrotado a las tropas de César en África, de modo que tenían una base terrestre desde la cual operar.
Catón llevó sus fuerzas a África para unirlas a las de Juba de Numidia. No pasó mucho tiempo antes de que el equivalente de diez legiones se concentraran en Utica, ciudad situada a 25 kilómetros al noroeste del lugar donde antaño había existido Cartago. Juba aportó 120 elefantes, y Cneo Pompeyo, el hijo mayor de Pompeyo, llevó la flota. Era una fuerza respetable, y los pompeyanos tenían una razonable probabilidad de invertir el curso de los hechos.
Sin embargo, una vez más perdieron su mejor oportunidad por retraso. Podían haber aprovechado la apurada situación de César en Alejandría y su ausencia en Asia Menor; podían haber efectuado la invasión de Italia. Desgraciadamente para él, el ejército africano perdió la mayor parte del tiempo esperando a que sus jefes terminasen de disputar entre sí, pues, de todos ellos, sólo Catón estaba interesado en algo más que el poder personal.
El ejército se hallaba aún en África cuando César finalmente zarpó para atacarlo. Las fuerzas rivales se encontraron en Tapso, a unos 160 kilómetros al sur de Utica, el 4 de febrero del 46 a. C. Muchos de los hombres de César eran reclutas nuevos y no estaba seguro de su firmeza. Por ello trató de refrenarlos, esperando librar la batalla sólo en el mejor momento posible. Pero no hubo modo de parar a sus tropas, que se lanzaron a la acción sin que él hubiese dicho una palabra y arrollaron con todo. Los elefantes enemigos, heridos por las flechas, retrocedieron y aumentaron la confusión. Fue una completa victoria de César.
Cuando los restos del ejército derrotado volvieron a Utica, Catón trató de persuadirlos a que se reorganizaran para la defensa de la ciudad, pero habían perdido todo ánimo. Por ello, Catón hizo que los barcos de la flota los llevasen a España. Su familia y sus amigos esperaban que él los siguiera, pero finalmente perdió toda esperanza y se suicidó.
También Juba se suicidó, y el Reino de Numidia, que había sido gobernado antaño por Masinisa y Yugurta, llegó a su fin. La región oriental fue anexada a Roma como parte de la provincia de África, y la región occidental fue agregada a Mauritania, un reino nominalmente independiente que había permanecido fiel a César.
César volvió nuevamente a Roma, más poderoso que nunca. Después de Farsalia había sido elegido cónsul por un plazo de cinco años, y cada año fue también nombrado dictador. Ahora, después de Tapso, fue elegido dictador por un término de diez años.
En julio del 46 a. C., César celebró cuatro triunfos sucesivos en Roma, en cuatro días sucesivos de homenaje a sus victorias sobre los galos, los egipcios, los del Ponto y los númidas.
Después de esto llegó el momento de librar una última batalla, pues los pompeyanos aún luchaban en España bajo el mando de Cneo Pompeyo. César llevó sus legiones a España, y el 15 de marzo de 45 a. C. tuvo lugar una batalla en Munda. Los pompeyanos combatieron notablemente bien, y las fuerzas de César fueron rechazadas. Por un momento, César debe de haber pensado que tantos años de victorias iban a quedar en la nada en una batalla final, como en el caso de Aníbal. Tan desesperado estaba que cogió un escudo y una espada, mientras gritaba a sus hombres: «¿Dejaréis que vuestro general sea capturado por el enemigo?»
Acicateados a entrar en acción, embistieron una vez más hacia adelante y triunfaron. El último ejército pompeyano fue eliminado. Cneo Pompeyo huyó del campo de batalla, pero fue perseguido, atrapado y muerto.
César permaneció en España unos meses, reorganizando el país, y luego volvió a Roma, donde el 45 a. C. celebró el último triunfo. Fue nombrado dictador vitalicio y no quedó duda de que pretendía proclamarse rey en algún momento propicio.
La mayor parte del período durante el cual César tuvo el poder supremo en Roma estuvo empeñado en guerras contra sus enemigos. Estuvo en Roma de junio a septiembre de 46 a. C. y de octubre del 45 a. C. a marzo del 44 a. C., un total de ocho meses. Durante este tiempo trabajó febrilmente en la reorganización y la reforma del gobierno.
César tuvo visión suficiente para comprender que el vasto dominio romano no podía ser gobernado por la ciudad de Roma solamente. Aumentó el número de senadores a 900, incluyendo a muchos de las provincias entre los nuevos senadores. Debilitó a los conservadores, pues el Senado ya no representó los estrechos intereses de una cerrada oligarquía. Pero fortaleció el dominio romano, pues las provincias tuvieron voz en el gobierno. César también trató de ayudar a las provincias de otro modo: reformando el sistema de impuestos.
César fue el primero en extender la ciudadanía romana más allá de Italia. Se la otorgó a toda la Galia Cisalpina, lo mismo que a una cantidad de ciudades de la Galia propiamente dicha y de España. César tuvo especial consideración con los sabios, a quienes dio la oportunidad de obtener la ciudadanía cualquiera que fuese su lugar de origen, y planeó otorgar la ciudadanía a todos los sicilianos, aunque no tuvo tiempo de llevar a cabo este proyecto.
Inició la reconstrucción de Cartago y Corinto, las dos ciudades destruidas por Roma un siglo antes, poblando a la primera con romanos y a la segunda con griegos.
Trató de reorganizar y hacer más eficiente el sistema de distribución de cereales entre los ciudadanos. Trató de estimular el matrimonio y la natalidad concediendo a las madres permiso para usar ornamentos especiales y aliviando de impuestos a los padres. Creó la primera biblioteca pública de Roma; esbozó grandiosos planes (que no vivió para llevar a cabo), destinados a levantar mapas de todo el ámbito romano, desecar marismas, mejorar los puertos, reorganizar los códigos de leyes, etc.
Su reforma más duradera fue la del calendario. Hasta el 46 a. C., el calendario romano se regía por la Luna, según un sistema que, de acuerdo con la leyenda, se remontaba a Numa Pompilio. Doce meses lunares (considerando que un mes dura veintinueve días y medio, de luna nueva a luna nueva) dan sólo trescientos cincuenta y cuatro días. Cada año lunar tiene once días de retraso con respecto al año solar de un poco más de trescientos sesenta y cinco días, de modo que los meses caen gradualmente fuera de las estaciones correspondientes.
Para que la siembra, la cosecha y otras actividades agrícolas cayeran en el mismo mes cada año, era necesario insertar un mes adicional al año de tanto en tanto. Los babilonios habían inventado un complicado sistema para que esto funcionase bastante bien, sistema que había sido adoptado por los griegos y los judíos.
Los romanos no adoptaron este sistema. En cambio, pusieron el calendario en manos del Pontifex Maximus (el sumo sacerdote, y dicho sea de paso, aún llamamos el «Pontífice» al papa), quien era habitualmente un político. Podía fácilmente introducir un mes adicional cuando deseaba un año largo para mantener a sus amigos en el poder durante más tiempo, o no incluirlo si deseaba un año corto, cuando sus enemigos estaban en el poder.
Por ello, en 45 a. C., el calendario romano se hallaba en un estado de confusión. Tenía ochenta días de retraso con respecto al año solar. Los meses de invierno caían en otoño, los meses de otoño en verano, etc.
En Egipto había observado el funcionamiento de un calendario mucho mejor, y quería poner en práctica algo similar. Buscó la ayuda de un astrónomo egipcio, Sosígenes, y estableció un nuevo calendario. Primero prolongó el año 46 a. C. hasta completar cuatrocientos cuarenta y cinco días, con el agregado de dos meses, para que el calendario romano quedase a la par con el año solar. (Este fue el año más largo de la historia de la civilización, y es llamado a veces «el Año de la Confusión». Se lo debería llamar mejor «el Ultimo Año de Confusión».)
A partir del 1 de enero del 45 a. C., el año tuvo doce meses de treinta o treinta y un días (excepto febrero, que los romanos consideraron un mes infausto y al que se dio sólo veintiocho días). La extensión total del año fue de trescientos sesenta y cinco días, y las fases de la Luna fueron ignoradas.
Claro que la extensión real del año solar es, aproximadamente, de trescientos sesenta y cinco días y un cuarto. Para impedir que el calendario se retrasase un día cada cuatro años con respecto al año solar se introdujo un «año bisiesto» cada cuatro años, un año en el que se añadía un día adicional, el 29 de febrero, de modo que el año bisiesto tiene trescientos sesenta y seis días.
César también modificó la fecha en que comenzaba el año, abandonando 1.° de marzo tradicional por el 1.° de enero, pues en este día asumían su cargo los funcionarios romanos. Este cambio hizo que perdiesen sentido los nombres de algunos de los meses. Septiembre, octubre, noviembre y diciembre son derivados de las palabras latinas que significan «siete», «ocho», «nueve» y «diez», pues eran los meses séptimo, octavo, noveno y décimo, respectivamente, cuando el año comenzaba en marzo. En el sistema actual, septiembre es el noveno mes, no el séptimo, y los otros quedan igualmente desplazados. Pero no parece importar a nadie.
Este calendario, llamado el Calendario juliano en honor a Julio César, ha sobrevivido desde entonces con sólo modificaciones menores. Además, el mes que los romanos llamaban «Quintillis» cambió de nombre por el de «Julius» en honor a César (era el mes de su nacimiento), que nosotros llamamos «julio».
El asesinato
Si consideramos lo que César trataba de realizar, no podemos sino estar de su parte. A fin de cuentas, era menester una drástica organización del gobierno romano. El sistema romano de gobierno estaba originalmente destinado a gobernar una pequeña ciudad, pero demostró su ineficacia para ser aplicado a una región casi tan grande como los Estados Unidos.
Ese sistema contenía ciertos elementos democráticos, pues había elecciones para varios cargos. Pero sólo podían votar quienes estaban presentes en Roma, y gran parte del poder estaba en manos del Senado, que representaba los intereses de sólo una estrecha clase de la sociedad.
Podemos pensar que fue lamentable el hecho de que los romanos nunca elaborasen un sistema de gobierno representativo, por el que regiones diversas pudiesen elegir personas que viajasen a Roma y representasen sus intereses en un Senado de todo el ámbito romano. Pero debemos recordar que era una época en la que el medio más veloz de comunicación consistía en el galope de un caballo. Reunir a representantes de diversas partes de los dominios romanos y mantenerlos informados de los problemas y opiniones que surgían en Roma habría sido una tarea imposible. De hecho, nuestra forma de democracia no adquirió un carácter verdaderamente práctico para los grandes países hasta los tiempos modernos.
En tiempos romanos, la opción no era entre monarquía y democracia, sino entre un gobierno eficiente y honesto y un gobierno ineficaz y deshonesto. Desde la época de los Gracos, el gobierno romano bajo el Senado se hizo cada vez más ineficaz y deshonesto. Más aún, la misma oposición al Senado consistía muy a menudo en políticos del mismo carácter o canallescos, y ambas partes utilizaban al populacho para alcanzar el poder.
En las condiciones de la época, la mejor manera de lograr un gobierno eficiente y honesto era mediante alguna persona que fuese eficiente y honesta y tuviese suficiente energía y capacidad para dominar a otros hombres y hacer que fuesen también eficientes y honestos o reemplazarlos. (En otras palabras, alguien con el poder de un Presidente norteamericano fuerte.)
Julio César no era ideal para tal fin; ningún hombre habría sido ideal. Pero fue uno de los hombres más capaces de la historia y nadie en Roma, por entonces, podía haberse desempeñado mejor. Hubo épocas en su vida en que se mostró derrochador, deshonesto, traicionero o cruel, pero también podía ser concienzudo y eficiente, suave y benigno. Sobre todo, parecía que ansiaba ver bien gobernada a Roma, y para ello necesitaba afirmarse en el poder. No veía otro camino.
Puesto que era dictador vitalicio, poseía todo el poder, pero quería ser rey. También esto tenía cierto sentido. Como dictador, su muerte habría dado la señal para una nueva lucha por el poder, mientras que, si hubiera sido rey, podía ser sucedido por un hijo o algún otro pariente de manera natural y habría habido paz continua. (Por supuesto, la historia de los otros reinos de la época mostraban que prácticamente todos eran víctimas de la guerra civil entre miembros de la familia gobernante, pero cabía esperar que esto no ocurriera en un pueblo tan acostumbrado a ser gobernado por la ley como el romano.)
Pero los romanos sentían un horror por la dignidad de rey que se remontaba a la época de los Tarquines. Todo niño romano era educado en la historia antigua de Roma, y los relatos sobre los Tarquines y la gloriosa creación de la república originaba en su mente una predisposición perdurable contra los reyes. Además, la historia de Roma mostraba que la República había triunfado sobre todos los reinos orientales, uno tras otro. Obviamente, pues, la forma republicana de gobierno era mejor que la monarquía.
La oposición secreta a César, pues, creció después de su retorno de España. Parte de la oposición venía de miembros del viejo partido senatorial, que veía en las reformas de César la destrucción del viejo sistema que, según pensaban, había creado la grandeza de Roma. Otra parte provenía de gente que temía el establecimiento de una monarquía. Otros eran individuos personalmente celosos de César y a quienes irritaba el hecho de que, alguien que antes había sido solamente otro político, ahora fuese reverenciado y casi adorado. En verdad, se empezó a rendir honores divinos a César, y quienes se negaban a que un hombre se convirtiese en rey se negaban aún más a que se convirtiese en un dios.
Entre los que conspiraban contra César estaba Marco Junio Bruto, nacido alrededor del 85 a. C. Era sobrino de Catón el Joven y había acompañado a éste a Chipre cuando Catón fue obligado a abandonar la ciudad por César y Pompeyo. En Chipre, Bruto no manifestó rasgos de carácter muy elevados, pues arrancó dinero a los provincianos de la manera más implacable.
Era natural, quizá, que el sobrino de Catón estuviese de parte de Pompeyo. Acompañó a Catón y Pompeyo a Grecia y combatió en el ejército de Pompeyo en Farsalia. Allí Bruto fue hecho prisionero, pero César lo perdonó y lo liberó.
Antes de marcharse a África para combatir con las fuerzas de Catón, César hasta puso a Bruto al frente de la Galia Cisalpina. Mientras Catón se suicidaba antes que someterse a César, su sobrino estaba realizando una buena labor en favor de César en el Valle del Po.
Cuando César volvió de España, Bruto se casó con su prima, Porcia, hija de Catón, y César lo nombró para un alto cargo en la misma Roma. Luego se unió a la conspiración contra César, presumiblemente porque temía que César se proclamase rey.
Es común considerar a Bruto como un patriota de elevado espíritu, principalmente por el retrato que Shakespeare hizo de él en su obra Julio César. En ésta se le llama «el más noble romano de todos ellos» (aludiendo al resto de los conspiradores), pues se suponía que sólo él había entrado en la conspiración por idealismo. Pero este idealismo habría sido más convincente si se hubiese manifestado un poco antes y si no hubiese aceptado hasta el último momento el perdón y los honores que recibió de César.
Otro de los conspiradores era Cayo Casio Longino. Este había acompañado a Craso a Partia, y, después de la desastrosa derrota de Garres, llevó los restos del ejército a Siria. Luego, cuando los partos invadieron a su vez Siria, Casio los derrotó y los obligó a retirarse.
Casio estuvo del lado de Pompeyo, estuvo al mando de una escuadra de la flota de Pompeyo y obtuvo también algunas victorias. Después de la batalla de Farsalia, reconsideró la situación. Pasó a Asia Menor; allí se encentró con César en ocasión de la guerra contra Farnaces y se entregó a la merced del conquistador. César lo perdonó y le permitió que siguiese prestando servicios bajo su mando.
Al parecer, Casio fue el espíritu inspirador de la conspiración. Se había casado con Junia, hermana de Bruto, y a través de ella se acercó a Bruto y lo persuadió a que se uniera a la conspiración.
Otro de los conspiradores era Décimo Junio Bruto, que había sido uno de los generales de César en la Galia y había sido gobernador de ésta durante un tiempo. César hasta lo hizo uno de sus herederos. Otro aún era Lucio Cornelio Cinna, hijo y tocayo del Cinna que había sido cónsul con Mario (véase página 86) y hermano de la primera mujer de César.
En febrero del 44 a. C. (709 A. U. C.), los conspiradores pensaron que debían apresurarse. Ya César estaba tanteando el terreno para ver cómo caía al pueblo romano la idea de la monarquía. En una fiesta celebrada el 15 de febrero, Marco Antonio, el fiel amigo de César, le ofreció una diadema o faja de lino, que en el Este era el símbolo de la monarquía. Siguió un tenso silencio, y César la rechazó diciendo: «Yo no soy rey, sino César». Hubo tumultuosos aplausos. El intento había fracasado.
Sin embargo, los conspiradores estaban seguros de que César haría una nueva tentativa y pronto. Se estaba preparando para llevar las legiones más allá del Adriático, quizá para una campaña contra los partos. Antes de marcharse quería que se le proclamase rey, y una vez que se uniese a su ejército estaría rodeado por soldados devotos y entonces sería imposible matarlo.
El Senado había sido convocado para el 15 de marzo (los «idus de marzo», según el calendario romano), y todo el mundo estaba convencido de que ese día César trataría de proclamarse rey. Se han contado toda clase de historias sobre los idus de marzo: que César recibió advertencias proféticas sobre ese día, que su mujer, Calpurnia, tuvo malos sueños y le pidió que no acudiese al Senado, etc.
Presuntamente, César pasó la mañana en la incertidumbre sobre si ceder a las supersticiones o no, hasta que Décimo Bruto fue enviado a visitarlo. Este le señaló que el prestigio de César se derrumbaría si permanecía en su casa, y César, consciente de la importancia de la «imagen» pública, se decidió a ir.
Cuando se dirigía a la Cámara del Senado, alguien puso en su mano un mensaje, en el que se le delataba la conspiración, pero César no tuvo ocasión de leerlo. Lo tenía en la mano cuando entró al Senado.
Los conspiradores, todos los cuales eran amigos de César y éste los conocía bien, lograron rodearlo cuando se acercó al Senado y estaban cerca de él cuando se sentó al pie de la estatua de Pompeyo (justamente). Marco Antonio, que podía haber defendido a César, fue deliberadamente llamado aparte por uno de los conspiradores para hacerle entablar conversación. (Algunos eran partidarios de matarle también, pero Marco Bruto se opuso por considerarlo un innecesario derramamiento de sangre.)
César estaba solo, pues, cuando súbitamente salieron a relucir puñales. César, desarmado, trató desesperadamente de luchar con el salvaje atentado en masa, hasta que reconoció entre los atacantes a Marco Junio Bruto, que era uno de sus favoritos.
¿Et tu, Brute? («¿Tú también, Bruto?»), balbuceó, y desistió de defenderse. Fue apuñalado veintitrés veces. El dictador de Roma yacía muerto en un charco de sangre al pie de la estatua de Pompeyo.
Después de la batalla contra Farnaces, César finalmente retornó a Roma, después de una ausencia de más de un año.
No había dejado de prestar atención a Roma, por supuesto. Marco Antonio (el segundo jefe de César en la batalla de Farsalia) había sido enviado a Roma mientras César marchaba a Egipto. Marco Antonio mantuvo el dominio en Roma, aunque carecía de la capacidad de César, y era demasiado precipitado para mantener tranquila la situación, sobre todo cuando empezaron a circular rumores de que César había muerto en Egipto. Lo más que Marco Antonio pudo hacer fue usar sus soldados para matar a algunos ciudadanos romanos, cuando había demasiada agitación.
Pero el retorno de César hizo que el dominio de la situación estuviese nuevamente en manos seguras. Para sorpresa de muchos no siguió la táctica habitual de ejecutar a muchos y recompensar a sus seguidores con sus propiedades. En cambio, practicó la indulgencia, con lo que se ganó a muchos que se le habían opuesto.
Cicerón fue uno de ellos. Había mantenido una larga amistad con Pompeyo, pero en los meses en que iba cobrando impulso el conflicto entre César y Pompeyo, Cicerón no supo qué hacer.
Pero finalmente abandonó Italia con las fuerzas de Pompeyo, aunque mostrando tal incertidumbre y timidez que fue para Pompeyo más un estorbo que una ayuda. Después de la batalla de Farsalia, se cansó y volvió a Italia.
César podía haber hecho ejecutar a Cicerón; tal acción no habría sorprendido a nadie y estaba en consonancia con los tiempos. A fin de cuentas, Cicerón había prestado dinero a Pompeyo y la influencia de su nombre. Más aún, Marco Antonio, que odiaba a Cicerón, indudablemente trató de impulsar a César por el camino de la acción enérgica.
Sin embargo, César trató a Cicerón con bondad y muchas muestras de respeto. En retribución, Cicerón no manifestó ninguna hostilidad abierta hacia César o su política.
Pero la suavidad de César le ocasionó algunos problemas. Una de sus legiones se rebeló porque había recibido toda clase de promesas que no se habían cumplido. (Quizá habían esperado enriquecerse como consecuencia de ejecuciones que, según veían, no se producían.) Así avanzaron sobre Roma para presentar sus exigencias personalmente.
César se adelantó hacia la legión rebelde solo, como si los desafiara a ejercer la violencia contra él. Los soldados observaron al hombre que los había conducido y puesto a salvo en tantos peligros, y por un momento hubo un silencio total.
Luego, César dijo despectivamente: «Estáis dados de baja, ciudadanos.»
Al oír la palabra ciudadanos, los soldados se sintieron tocados en su orgullo militar. Pidieron volver al favor de César y poder ostentar el título de soldados, y estaban dispuestos a soportar que los castigasen sólo con que se les permitiese permanecer en el ejército. (El hecho de que la palabra «ciudadano», antaño motivo de orgullo, se hubiese convertido en un insulto era un triste indicio de la decadencia del modo de vida romano.)
Pero no habían terminado las fatigas militases de César. Aunque Pompeyo había sido derrotado y muerto, el partido pompeyano aún tenía un ejército en Dirraquio, a cuyo frente se hallaba Catón. También tenían considerables sumas de dinero y una flota. Además, había derrotado a las tropas de César en África, de modo que tenían una base terrestre desde la cual operar.
Catón llevó sus fuerzas a África para unirlas a las de Juba de Numidia. No pasó mucho tiempo antes de que el equivalente de diez legiones se concentraran en Utica, ciudad situada a 25 kilómetros al noroeste del lugar donde antaño había existido Cartago. Juba aportó 120 elefantes, y Cneo Pompeyo, el hijo mayor de Pompeyo, llevó la flota. Era una fuerza respetable, y los pompeyanos tenían una razonable probabilidad de invertir el curso de los hechos.
Sin embargo, una vez más perdieron su mejor oportunidad por retraso. Podían haber aprovechado la apurada situación de César en Alejandría y su ausencia en Asia Menor; podían haber efectuado la invasión de Italia. Desgraciadamente para él, el ejército africano perdió la mayor parte del tiempo esperando a que sus jefes terminasen de disputar entre sí, pues, de todos ellos, sólo Catón estaba interesado en algo más que el poder personal.
El ejército se hallaba aún en África cuando César finalmente zarpó para atacarlo. Las fuerzas rivales se encontraron en Tapso, a unos 160 kilómetros al sur de Utica, el 4 de febrero del 46 a. C. Muchos de los hombres de César eran reclutas nuevos y no estaba seguro de su firmeza. Por ello trató de refrenarlos, esperando librar la batalla sólo en el mejor momento posible. Pero no hubo modo de parar a sus tropas, que se lanzaron a la acción sin que él hubiese dicho una palabra y arrollaron con todo. Los elefantes enemigos, heridos por las flechas, retrocedieron y aumentaron la confusión. Fue una completa victoria de César.
Cuando los restos del ejército derrotado volvieron a Utica, Catón trató de persuadirlos a que se reorganizaran para la defensa de la ciudad, pero habían perdido todo ánimo. Por ello, Catón hizo que los barcos de la flota los llevasen a España. Su familia y sus amigos esperaban que él los siguiera, pero finalmente perdió toda esperanza y se suicidó.
También Juba se suicidó, y el Reino de Numidia, que había sido gobernado antaño por Masinisa y Yugurta, llegó a su fin. La región oriental fue anexada a Roma como parte de la provincia de África, y la región occidental fue agregada a Mauritania, un reino nominalmente independiente que había permanecido fiel a César.
César volvió nuevamente a Roma, más poderoso que nunca. Después de Farsalia había sido elegido cónsul por un plazo de cinco años, y cada año fue también nombrado dictador. Ahora, después de Tapso, fue elegido dictador por un término de diez años.
En julio del 46 a. C., César celebró cuatro triunfos sucesivos en Roma, en cuatro días sucesivos de homenaje a sus victorias sobre los galos, los egipcios, los del Ponto y los númidas.
Después de esto llegó el momento de librar una última batalla, pues los pompeyanos aún luchaban en España bajo el mando de Cneo Pompeyo. César llevó sus legiones a España, y el 15 de marzo de 45 a. C. tuvo lugar una batalla en Munda. Los pompeyanos combatieron notablemente bien, y las fuerzas de César fueron rechazadas. Por un momento, César debe de haber pensado que tantos años de victorias iban a quedar en la nada en una batalla final, como en el caso de Aníbal. Tan desesperado estaba que cogió un escudo y una espada, mientras gritaba a sus hombres: «¿Dejaréis que vuestro general sea capturado por el enemigo?»
Acicateados a entrar en acción, embistieron una vez más hacia adelante y triunfaron. El último ejército pompeyano fue eliminado. Cneo Pompeyo huyó del campo de batalla, pero fue perseguido, atrapado y muerto.
César permaneció en España unos meses, reorganizando el país, y luego volvió a Roma, donde el 45 a. C. celebró el último triunfo. Fue nombrado dictador vitalicio y no quedó duda de que pretendía proclamarse rey en algún momento propicio.
La mayor parte del período durante el cual César tuvo el poder supremo en Roma estuvo empeñado en guerras contra sus enemigos. Estuvo en Roma de junio a septiembre de 46 a. C. y de octubre del 45 a. C. a marzo del 44 a. C., un total de ocho meses. Durante este tiempo trabajó febrilmente en la reorganización y la reforma del gobierno.
César tuvo visión suficiente para comprender que el vasto dominio romano no podía ser gobernado por la ciudad de Roma solamente. Aumentó el número de senadores a 900, incluyendo a muchos de las provincias entre los nuevos senadores. Debilitó a los conservadores, pues el Senado ya no representó los estrechos intereses de una cerrada oligarquía. Pero fortaleció el dominio romano, pues las provincias tuvieron voz en el gobierno. César también trató de ayudar a las provincias de otro modo: reformando el sistema de impuestos.
César fue el primero en extender la ciudadanía romana más allá de Italia. Se la otorgó a toda la Galia Cisalpina, lo mismo que a una cantidad de ciudades de la Galia propiamente dicha y de España. César tuvo especial consideración con los sabios, a quienes dio la oportunidad de obtener la ciudadanía cualquiera que fuese su lugar de origen, y planeó otorgar la ciudadanía a todos los sicilianos, aunque no tuvo tiempo de llevar a cabo este proyecto.
Inició la reconstrucción de Cartago y Corinto, las dos ciudades destruidas por Roma un siglo antes, poblando a la primera con romanos y a la segunda con griegos.
Trató de reorganizar y hacer más eficiente el sistema de distribución de cereales entre los ciudadanos. Trató de estimular el matrimonio y la natalidad concediendo a las madres permiso para usar ornamentos especiales y aliviando de impuestos a los padres. Creó la primera biblioteca pública de Roma; esbozó grandiosos planes (que no vivió para llevar a cabo), destinados a levantar mapas de todo el ámbito romano, desecar marismas, mejorar los puertos, reorganizar los códigos de leyes, etc.
Su reforma más duradera fue la del calendario. Hasta el 46 a. C., el calendario romano se regía por la Luna, según un sistema que, de acuerdo con la leyenda, se remontaba a Numa Pompilio. Doce meses lunares (considerando que un mes dura veintinueve días y medio, de luna nueva a luna nueva) dan sólo trescientos cincuenta y cuatro días. Cada año lunar tiene once días de retraso con respecto al año solar de un poco más de trescientos sesenta y cinco días, de modo que los meses caen gradualmente fuera de las estaciones correspondientes.
Para que la siembra, la cosecha y otras actividades agrícolas cayeran en el mismo mes cada año, era necesario insertar un mes adicional al año de tanto en tanto. Los babilonios habían inventado un complicado sistema para que esto funcionase bastante bien, sistema que había sido adoptado por los griegos y los judíos.
Los romanos no adoptaron este sistema. En cambio, pusieron el calendario en manos del Pontifex Maximus (el sumo sacerdote, y dicho sea de paso, aún llamamos el «Pontífice» al papa), quien era habitualmente un político. Podía fácilmente introducir un mes adicional cuando deseaba un año largo para mantener a sus amigos en el poder durante más tiempo, o no incluirlo si deseaba un año corto, cuando sus enemigos estaban en el poder.
Por ello, en 45 a. C., el calendario romano se hallaba en un estado de confusión. Tenía ochenta días de retraso con respecto al año solar. Los meses de invierno caían en otoño, los meses de otoño en verano, etc.
En Egipto había observado el funcionamiento de un calendario mucho mejor, y quería poner en práctica algo similar. Buscó la ayuda de un astrónomo egipcio, Sosígenes, y estableció un nuevo calendario. Primero prolongó el año 46 a. C. hasta completar cuatrocientos cuarenta y cinco días, con el agregado de dos meses, para que el calendario romano quedase a la par con el año solar. (Este fue el año más largo de la historia de la civilización, y es llamado a veces «el Año de la Confusión». Se lo debería llamar mejor «el Ultimo Año de Confusión».)
A partir del 1 de enero del 45 a. C., el año tuvo doce meses de treinta o treinta y un días (excepto febrero, que los romanos consideraron un mes infausto y al que se dio sólo veintiocho días). La extensión total del año fue de trescientos sesenta y cinco días, y las fases de la Luna fueron ignoradas.
Claro que la extensión real del año solar es, aproximadamente, de trescientos sesenta y cinco días y un cuarto. Para impedir que el calendario se retrasase un día cada cuatro años con respecto al año solar se introdujo un «año bisiesto» cada cuatro años, un año en el que se añadía un día adicional, el 29 de febrero, de modo que el año bisiesto tiene trescientos sesenta y seis días.
César también modificó la fecha en que comenzaba el año, abandonando 1.° de marzo tradicional por el 1.° de enero, pues en este día asumían su cargo los funcionarios romanos. Este cambio hizo que perdiesen sentido los nombres de algunos de los meses. Septiembre, octubre, noviembre y diciembre son derivados de las palabras latinas que significan «siete», «ocho», «nueve» y «diez», pues eran los meses séptimo, octavo, noveno y décimo, respectivamente, cuando el año comenzaba en marzo. En el sistema actual, septiembre es el noveno mes, no el séptimo, y los otros quedan igualmente desplazados. Pero no parece importar a nadie.
Este calendario, llamado el Calendario juliano en honor a Julio César, ha sobrevivido desde entonces con sólo modificaciones menores. Además, el mes que los romanos llamaban «Quintillis» cambió de nombre por el de «Julius» en honor a César (era el mes de su nacimiento), que nosotros llamamos «julio».
El asesinato
Si consideramos lo que César trataba de realizar, no podemos sino estar de su parte. A fin de cuentas, era menester una drástica organización del gobierno romano. El sistema romano de gobierno estaba originalmente destinado a gobernar una pequeña ciudad, pero demostró su ineficacia para ser aplicado a una región casi tan grande como los Estados Unidos.
Ese sistema contenía ciertos elementos democráticos, pues había elecciones para varios cargos. Pero sólo podían votar quienes estaban presentes en Roma, y gran parte del poder estaba en manos del Senado, que representaba los intereses de sólo una estrecha clase de la sociedad.
Podemos pensar que fue lamentable el hecho de que los romanos nunca elaborasen un sistema de gobierno representativo, por el que regiones diversas pudiesen elegir personas que viajasen a Roma y representasen sus intereses en un Senado de todo el ámbito romano. Pero debemos recordar que era una época en la que el medio más veloz de comunicación consistía en el galope de un caballo. Reunir a representantes de diversas partes de los dominios romanos y mantenerlos informados de los problemas y opiniones que surgían en Roma habría sido una tarea imposible. De hecho, nuestra forma de democracia no adquirió un carácter verdaderamente práctico para los grandes países hasta los tiempos modernos.
En tiempos romanos, la opción no era entre monarquía y democracia, sino entre un gobierno eficiente y honesto y un gobierno ineficaz y deshonesto. Desde la época de los Gracos, el gobierno romano bajo el Senado se hizo cada vez más ineficaz y deshonesto. Más aún, la misma oposición al Senado consistía muy a menudo en políticos del mismo carácter o canallescos, y ambas partes utilizaban al populacho para alcanzar el poder.
En las condiciones de la época, la mejor manera de lograr un gobierno eficiente y honesto era mediante alguna persona que fuese eficiente y honesta y tuviese suficiente energía y capacidad para dominar a otros hombres y hacer que fuesen también eficientes y honestos o reemplazarlos. (En otras palabras, alguien con el poder de un Presidente norteamericano fuerte.)
Julio César no era ideal para tal fin; ningún hombre habría sido ideal. Pero fue uno de los hombres más capaces de la historia y nadie en Roma, por entonces, podía haberse desempeñado mejor. Hubo épocas en su vida en que se mostró derrochador, deshonesto, traicionero o cruel, pero también podía ser concienzudo y eficiente, suave y benigno. Sobre todo, parecía que ansiaba ver bien gobernada a Roma, y para ello necesitaba afirmarse en el poder. No veía otro camino.
Puesto que era dictador vitalicio, poseía todo el poder, pero quería ser rey. También esto tenía cierto sentido. Como dictador, su muerte habría dado la señal para una nueva lucha por el poder, mientras que, si hubiera sido rey, podía ser sucedido por un hijo o algún otro pariente de manera natural y habría habido paz continua. (Por supuesto, la historia de los otros reinos de la época mostraban que prácticamente todos eran víctimas de la guerra civil entre miembros de la familia gobernante, pero cabía esperar que esto no ocurriera en un pueblo tan acostumbrado a ser gobernado por la ley como el romano.)
Pero los romanos sentían un horror por la dignidad de rey que se remontaba a la época de los Tarquines. Todo niño romano era educado en la historia antigua de Roma, y los relatos sobre los Tarquines y la gloriosa creación de la república originaba en su mente una predisposición perdurable contra los reyes. Además, la historia de Roma mostraba que la República había triunfado sobre todos los reinos orientales, uno tras otro. Obviamente, pues, la forma republicana de gobierno era mejor que la monarquía.
La oposición secreta a César, pues, creció después de su retorno de España. Parte de la oposición venía de miembros del viejo partido senatorial, que veía en las reformas de César la destrucción del viejo sistema que, según pensaban, había creado la grandeza de Roma. Otra parte provenía de gente que temía el establecimiento de una monarquía. Otros eran individuos personalmente celosos de César y a quienes irritaba el hecho de que, alguien que antes había sido solamente otro político, ahora fuese reverenciado y casi adorado. En verdad, se empezó a rendir honores divinos a César, y quienes se negaban a que un hombre se convirtiese en rey se negaban aún más a que se convirtiese en un dios.
Entre los que conspiraban contra César estaba Marco Junio Bruto, nacido alrededor del 85 a. C. Era sobrino de Catón el Joven y había acompañado a éste a Chipre cuando Catón fue obligado a abandonar la ciudad por César y Pompeyo. En Chipre, Bruto no manifestó rasgos de carácter muy elevados, pues arrancó dinero a los provincianos de la manera más implacable.
Era natural, quizá, que el sobrino de Catón estuviese de parte de Pompeyo. Acompañó a Catón y Pompeyo a Grecia y combatió en el ejército de Pompeyo en Farsalia. Allí Bruto fue hecho prisionero, pero César lo perdonó y lo liberó.
Antes de marcharse a África para combatir con las fuerzas de Catón, César hasta puso a Bruto al frente de la Galia Cisalpina. Mientras Catón se suicidaba antes que someterse a César, su sobrino estaba realizando una buena labor en favor de César en el Valle del Po.
Cuando César volvió de España, Bruto se casó con su prima, Porcia, hija de Catón, y César lo nombró para un alto cargo en la misma Roma. Luego se unió a la conspiración contra César, presumiblemente porque temía que César se proclamase rey.
Es común considerar a Bruto como un patriota de elevado espíritu, principalmente por el retrato que Shakespeare hizo de él en su obra Julio César. En ésta se le llama «el más noble romano de todos ellos» (aludiendo al resto de los conspiradores), pues se suponía que sólo él había entrado en la conspiración por idealismo. Pero este idealismo habría sido más convincente si se hubiese manifestado un poco antes y si no hubiese aceptado hasta el último momento el perdón y los honores que recibió de César.
Otro de los conspiradores era Cayo Casio Longino. Este había acompañado a Craso a Partia, y, después de la desastrosa derrota de Garres, llevó los restos del ejército a Siria. Luego, cuando los partos invadieron a su vez Siria, Casio los derrotó y los obligó a retirarse.
Casio estuvo del lado de Pompeyo, estuvo al mando de una escuadra de la flota de Pompeyo y obtuvo también algunas victorias. Después de la batalla de Farsalia, reconsideró la situación. Pasó a Asia Menor; allí se encentró con César en ocasión de la guerra contra Farnaces y se entregó a la merced del conquistador. César lo perdonó y le permitió que siguiese prestando servicios bajo su mando.
Al parecer, Casio fue el espíritu inspirador de la conspiración. Se había casado con Junia, hermana de Bruto, y a través de ella se acercó a Bruto y lo persuadió a que se uniera a la conspiración.
Otro de los conspiradores era Décimo Junio Bruto, que había sido uno de los generales de César en la Galia y había sido gobernador de ésta durante un tiempo. César hasta lo hizo uno de sus herederos. Otro aún era Lucio Cornelio Cinna, hijo y tocayo del Cinna que había sido cónsul con Mario (véase página 86) y hermano de la primera mujer de César.
En febrero del 44 a. C. (709 A. U. C.), los conspiradores pensaron que debían apresurarse. Ya César estaba tanteando el terreno para ver cómo caía al pueblo romano la idea de la monarquía. En una fiesta celebrada el 15 de febrero, Marco Antonio, el fiel amigo de César, le ofreció una diadema o faja de lino, que en el Este era el símbolo de la monarquía. Siguió un tenso silencio, y César la rechazó diciendo: «Yo no soy rey, sino César». Hubo tumultuosos aplausos. El intento había fracasado.
Sin embargo, los conspiradores estaban seguros de que César haría una nueva tentativa y pronto. Se estaba preparando para llevar las legiones más allá del Adriático, quizá para una campaña contra los partos. Antes de marcharse quería que se le proclamase rey, y una vez que se uniese a su ejército estaría rodeado por soldados devotos y entonces sería imposible matarlo.
El Senado había sido convocado para el 15 de marzo (los «idus de marzo», según el calendario romano), y todo el mundo estaba convencido de que ese día César trataría de proclamarse rey. Se han contado toda clase de historias sobre los idus de marzo: que César recibió advertencias proféticas sobre ese día, que su mujer, Calpurnia, tuvo malos sueños y le pidió que no acudiese al Senado, etc.
Presuntamente, César pasó la mañana en la incertidumbre sobre si ceder a las supersticiones o no, hasta que Décimo Bruto fue enviado a visitarlo. Este le señaló que el prestigio de César se derrumbaría si permanecía en su casa, y César, consciente de la importancia de la «imagen» pública, se decidió a ir.
Cuando se dirigía a la Cámara del Senado, alguien puso en su mano un mensaje, en el que se le delataba la conspiración, pero César no tuvo ocasión de leerlo. Lo tenía en la mano cuando entró al Senado.
Los conspiradores, todos los cuales eran amigos de César y éste los conocía bien, lograron rodearlo cuando se acercó al Senado y estaban cerca de él cuando se sentó al pie de la estatua de Pompeyo (justamente). Marco Antonio, que podía haber defendido a César, fue deliberadamente llamado aparte por uno de los conspiradores para hacerle entablar conversación. (Algunos eran partidarios de matarle también, pero Marco Bruto se opuso por considerarlo un innecesario derramamiento de sangre.)
César estaba solo, pues, cuando súbitamente salieron a relucir puñales. César, desarmado, trató desesperadamente de luchar con el salvaje atentado en masa, hasta que reconoció entre los atacantes a Marco Junio Bruto, que era uno de sus favoritos.
¿Et tu, Brute? («¿Tú también, Bruto?»), balbuceó, y desistió de defenderse. Fue apuñalado veintitrés veces. El dictador de Roma yacía muerto en un charco de sangre al pie de la estatua de Pompeyo.
viernes, junio 17
YA HEMOS VUELTO....
Ya tenemos el nuevo disco duro. Seguimos....
Cap 19. César. La segunda Guerra Civil. Egipto.
10. César
La Segunda Guerra Civil
La destrucción de Craso y su ejército en 53 a. C. dejó solos a Pompeyo y César. Pero César estaba aún en la Galia y tenía que enfrentar a la más seria rebelión gala que se hubiese producido hasta entonces. Pompeyo, por otra parte, estaba en Roma y sacaba provecho de esto.
No hizo nada para tratar de detener la creciente anarquía en las calles, quizá porque esperaba el momento de entrar en escena como dictador. Si fue así, el momento llegó después del asesinato de estilo gángsters de Clodio. Durante los desórdenes que siguieron, el Senado nombró a Pompeyo único cónsul en 52 a. C,
Pompeyo restableció el orden, y el Senado se dispuso a persuadirlo para que fuese su protector contra el temible César. Pompeyo se dejó persuadir fácilmente por entonces. Había tomado nueva esposa, hija de uno de los líderes de los conservadores del Senado, e hizo cónsul a su suegro. Esto lo puso abiertamente del lado del Senado, y la ruptura con César fue definitiva.
El paso siguiente era reducir a César a la impotencia. Si se le podía destituir de su cargo, podía ser enjuiciado por un motivo u otro. (Todo general o gobernador romano podía ser enjuiciado por algo, y habitualmente era culpable de la acusación, cualquiera que ésta fuese.) Pero César veía lo que se preparaba y arregló las cosas para mantener su provincia durante el 49 a. C. y luego ser nombrado cónsul inmediatamente, sin dejar ningún intervalo durante el cual pudiese ser destituido y llevado a juicio.
Pompeyo aprovechó entonces el desastre romano en Partia para destruir a César. La guerra con Partia era obviamente seria, y el Senado decretó en 50 a. C. que cada uno de los comandantes cediese una legión para ser usada en esta guerra, Algún tiempo antes Pompeyo había prestado a César una de las legiones que se hallaban bajo su mando. Ahora pidió a César que se la devolviese como contribución suya a la guerra con los partos y, además, una segunda legión como contribución de César.
Afortunadamente, la Galia ya había sido conquistada y César podía prescindir de dos legiones. Disimulando su resentimiento, entregó las dos legiones. El Senado tomó esto como un signo de debilidad, y Pompeyo le aseguró que, aunque el ejército que se le asignase a él estaba en España, no tenía nada que temer de César. «Sólo tendré que poner mi pie en el suelo —dijo— para que las legiones se alcen en apoyo nuestro.»
Los conservadores, pues, se sintieron alentados a dar el paso final. El 7 de enero de 49 a. C., el Senado decretó que, si César no disolvía totalmente su ejército y entraba en Roma como un ciudadano más (al igual que había hecho Pompeyo antes), sería declarado un proscrito.
Por supuesto, cuando Pompeyo disolvió su ejército, no había en Roma ningún bando enemigo que lo esperara para exiliarlo o, quizá, ejecutarlo. César sabía bien que no podía disolver su ejército. Pero ¿cuál era la alternativa?
Afortunadamente para César, tenía en Roma partidarios fuertes, tanto como enemigos. Uno de sus amigos era Marco Antonio. Había nacido alrededor del 83 a. C. Su padre había muerto cuando él era niño y había sido criado por un padre adoptivo al que Cicerón hizo ejecutar por ser uno de los que intervinieron en la conspiración de Catilina. Como resultado de ello, Marco Antonio alimentó un odio implacable hacía Cicerón. En 54 a. C. se unió a César (con quien estaba emparentado por parte de su madre) en la Galia y se convirtió en uno de sus más leales partidarios. Volvió a Roma en 52 a. C. y en 49 a. C. fue elegido tribuno.
Como tribuno, Marco Antonio emprendió la acción más adecuada para ayudar a César. El y el otro tribuno, que se habían opuesto a la proscripción de César, afirmaron que sus vidas corrían peligro y huyeron al campamento de César en la Galia Cisalpina.
Esto brindó a César la excusa perfecta. Los tribunos apelaban a César para que los protegiera de la muerte a manos de los senadores. César estaba obligado a actuar para proteger a los tribunos, sagrados representantes del pueblo. El Senado podía llamar a esto traición, pero César sabía que la gente común consideraría correcta su acción.
El 10 de enero César tomó una decisión. Esa noche atravesó el río Rubicón, que dividía su provincia de la Galia Cisalpina de Italia, y con esta acción dio comienzo a la Segunda Guerra Civil. (La primera había sido la de Mario y Sila.) Desde entonces se ha usado la frase «atravesar el Rubicón» para significar una acción que obliga a tomar una decisión fundamental. Se dice que mientras atravesaba el río, César murmuró: «la suerte está echada», otra frase que se usa con el mismo sentido.
Era tiempo de que Pompeyo emprendiese una acción enérgica para obtener sus legiones, pero se había estado engañando a sí mismo y al Senado. Ya no era el conquistador del Este y el niño mimado de los romanos. Y no lo era desde hacía mucho tiempo. Su permanencia en Roma una docena de años, durante los cuales fue constantemente eclipsado por César y superado en popularidad por el bello e inescrupuloso Clodio, lo puso fuera de moda.
Cuando César y sus endurecidas legiones se lanzaron hacia el Sur, poco después de sus victorias en la Galia, Pompeyo se encontró con que sus propios soldados desertaban y se unían al encantador César. No le quedó más remedio que retirarse rápidamente, más bien a toda velocidad mientras César lo perseguía.
Pompeyo logró por los pelos atravesar los estrechos en marcha hacia Grecia, y con él la aristocracia de Roma, incluidos los senadores en su mayoría.
Tres meses después de atravesar el Rubicón, César dominaba toda Italia. Necesitaba ahora barrer a los ejércitos pompeyanos de allende los mares. Marchó apresuradamente a España, donde en Ilerda, la actual Lérida, halló a las legiones que estaban bajo el mando del Senado.
Allí César maniobró como un bailarín de ballet, desconcertando a los pompeyanos y finalmente cortándolos de sus suministros de agua. Los dos ejércitos fraternizaron —a fin de cuentas, ¿por qué habían de luchar romanos contra romanos?— y en poquísimo tiempo César consiguió algo mucho mejor que destruir un ejército enemigo. Se hizo de nuevos amigos y dobló sus fuerzas. Mientras volvía rápidamente a Italia, aceptó la rendición de Massilia, situada en la costa meridional de Galia. La Europa Occidental estaba despejada.
En África las cosas no marcharon tan bien. Allí las fuerzas pompeyanas bajo el mando de Juba, rey de Numidia, lograron vencer a los representantes de César (éste no se hallaba allí personalmente).
Pero África podía esperar por el momento. César se hizo elegir cónsul en 48 a. C. y se dispuso a atacar a las fuerzas pompeyanas en su fortaleza de Grecia, donde estaba el mismo Pompeyo. Ignorando que Pompeyo había logrado reunir un gran ejército, y también una flota, César pasó del talón de la bota italiana directamente al puerto de Dirraquio, la moderna Durres, principal puerto de Albania.
Dirraquio se hallaba bajo el control de los pompeyanos, y César le puso sitio. Pero aquí cometió un error. Sea como fuere, apareció la flota de Pompeyo, la ciudad no mostró intención de rendirse y César, viendo que su ejército era rechazado y estaba cortado de su base, comprendió que debía renunciar a esa empresa.
En verdad, si Pompeyo hubiese emprendido una acción firme y atacado más vigorosamente al ejército sitiador de César, podía haber obtenido la victoria inmediatamente. Pero no lo hizo. Era lento, mientras que César era rápido y decidido. César partió rápidamente y se desplazó hacia Grecia.
Nuevamente Pompeyo perdió una oportunidad. Al desaparecer César en Grecia, Pompeyo habría hecho bien en lanzarse como el rayo sobre la misma Italia. Desgraciadamente para él, Pompeyo (y más aún los jóvenes que llenaban su ejército) estaba lleno de odio contra César personalmente. Pompeyo quería enfrentar a César y derrotarlo para mostrar al mundo quién era el gran general.
Por ello, Pompeyo dejó a Catón en Dirraquio con parte del ejército, y él se lanzó a la persecución de César con las fuerzas principales. Lo alcanzó en Farsalia de Tesalia, el 29 de junio de 48 a. C.
El ejército de Pompeyo superaba al de César en más de dos a uno, por lo que Pompeyo confiaba en la victoria. Podía haber rendido a César por hambre, pero deseaba la gloria de una batalla librada y ganada, y el grupo senatorial que estaba con él la deseaba aún más.
Pompeyo contaba en particular con su caballería, formada por valerosos jóvenes aristócratas romanos. Al comienzo de la batalla, la caballería de Pompeyo cargó rodeando el extremo del ejército de César; podía haber causado estragos en la retaguardia y costado la batalla a César. Pero César había previsto esto y colocado algunos hombres escogidos para hacerles frente, con instrucciones de no arrojar sus lanzas, sino de usarlas directamente contra los rostros de los jinetes. Calculó que los aristócratas no correrían el peligro de ser desfigurados, y tenía razón. La caballería fue deshecha.
Además, la endurecida infantería de César atacó a las fuerzas enemigas superiores en número y rompió sus filas. Pompeyo aún no había perdido, pero estaba acostumbrado a victorias sobre enemigos débiles y no estaba preparado para transformar una aparente derrota en una victoria (algo que César había tenido que hacer muchas veces). Pompeyo huyó, el ejército se derrumbó y César obtuvo una completa victoria.
De este modo se decidió quién era el gran general, pero la decisión no era la que había esperado Pompeyo.
Egipto
Con la pérdida de la batalla, las fuerzas de Pompeyo en toda Grecia y Asia Menor se disolvieron, pues los oficiales se apresuraron a pasarse al bando vencedor. Pompeyo, impotente, tuvo que alejarse rápidamente y escapar a alguna región no gobernada por Roma. Sólo cuando estuviese totalmente fuera de territorio romano se sentiría a salvo.
La única región semejante en el Mediterráneo Oriental era Egipto.
Egipto era el último de los reinos macedónicos. En él gobernaba aún el linaje de los Tolomeos, principalmente porque habían sellado una alianza con Roma inmediatamente después de la época de Pirro y la habían mantenido desde entonces. En ningún momento los Tolomeos dieron a Roma motivo para sentirse ofendida.
De 323 a. C. a 221 a. C., los tres primeros Tolomeos, que eran hombres capaces, mantuvieron a Egipto fuerte y bien gobernado. Pero después hubo una serie de gobernantes que eran niños o incapaces o ambas cosas. La tierra siguió siendo rica, pues el río Nilo era una garantía de que habría siempre buenas cosechas, pero el gobierno se debilitó y se hizo ineficaz.
En varias ocasiones, los romanos intervinieron para impedir que parte o todo Egipto cayese en manos de los seléucidas, más capaces, hasta que el mismo Imperio Seléucida se debilitó al punto de que dejó de constituir una amenaza. Más tarde Roma se anexó algunos de los territorios externos de Egipto, como Cirene y la isla de Chipre, pero en 48 a. C. todavía Egipto permanecía esencialmente intacto. Su grande y populosa capital, Alejandría, rivalizaba con Roma en dimensiones y la superaba en cuanto a cultura y ciencia.
Por supuesto, los gobernantes egipcios no eran más que títeres romanos y Pompeyo esperaba recibir buen tratamiento, pues un Tolomeo reciente había recibido particulares favores de él. Era Tolomeo XI, comúnmente llamado Auletes, que significa «tocador de flauta», pues éste parece haber sido su único talento.
Tolomeo Auletes había reclamado el trono desde 80 antes de Cristo, pero necesitaba el respaldo romano. Finalmente logró repartir bastantes sobornos entre un número suficiente de romanos como para recibir el apoyo necesario en 59 a. C. Pero había gastado tanto dinero que tuvo que elevar los impuestos. El populacho, enfurecido, lo expulsó del trono, y en 58 a. C. se encontraba en Roma tratando de que los romanos le repusiesen en el trono.
Por último obtuvo la ayuda de Pompeyo (mediante enormes sobornos a algunos de sus lugartenientes) y fue restaurado en el trono en 55 a. C. Por esta razón, Pompeyo pensó que la casa real egipcia debía estarle agradecida.
Tolomeo Auletes había muerto en 51 a. C., pero estaba en el trono su hijo pequeño con el nombre de Tolomeo XII, y en su testamento Auletes había puesto al joven rey bajo la protección del Senado romano, que luego asignó esa tarea a Pompeyo. El rey niño de Egipto, pues, era el pupilo de Pompeyo y debía recibir con alegría a su custodio, razonaba Pompeyo. Así, Pompeyo zarpó hacia Egipto con la esperanza de reunir allí tropas y dinero y usar a Egipto como base desde la cual recuperar su poder en Roma.
Pero a la sazón Egipto era presa del caos. El joven rey sólo tenía trece años de edad y, por voluntad de su padre, gobernaba junto con su hermana de veintiún años, Cleopatra. Por supuesto, el rey era demasiado joven para gobernar, y un cortesano llamado Potino era la eminencia gris tras el trono.
Potino había reñido con Cleopatra, quien, aunque mujer y joven, fue la más capaz de los Tolomeos tardíos. Con la intención de dominar en Egipto, Cleopatra huyó de la capital y reunió un ejército, de modo que Egipto se hallaba en medio de una guerra civil cuando el barco de Pompeyo apareció frente a Alejandría.
Potino se halló entonces en un aprieto. Necesitaba la ayuda romana contra Cleopatra, pero ¿cómo podía lograr esta ayuda romana con seguridad si no sabía cuál general romano iba a sobrevivir finalmente? Si se negaba a permitir el desembarco a Pompeyo, éste podía hallar refugio en otra parte y volver algún día para hacer una matanza en Egipto por venganza. Por otro lado, si dejaba desembarcar a Pompeyo, César podía seguirle y, si ganaba, efectuar él una matanza en Egipto.
Al taimado Potino se le ocurrió una solución. Envió un bote al barco de Pompeyo. Pompeyo fue saludado con gran alegría y se le pidió que desembarcase; en la costa, los esperaban toda clase de personas. Luego, cuando Pompeyo desembarcó (y mientras su mujer e hijo observaban desde el barco), fue apuñalado y muerto.
Muerto Pompeyo, ya nunca podría vengarse de Egipto. César estaría agradecido por la muerte de su enemigo, de modo que no tendría motivo para vengarse de Egipto. Por lo tanto, razonó Potino, Egipto estaba a salvo.
Mientras tanto, César fue en persecución de Pompeyo. No quería permitirle que aglutinase a nuevos ejércitos para seguir la lucha. Además, necesitaba dinero y Egipto era un excelente lugar donde obtenerlo. Llegó a Alejandría con sólo 4.000 hombres pocos días después de la muerte de Pompeyo.
Los egipcios rápidamente hicieron aparecer la cabeza de Pompeyo para mostrar su lealtad a César y ganar su gratitud. Para su sorpresa, César se conmovió ante la vista de la cabeza de su asociado y yerno de antaño, muerto a traición después de una vida que —hasta su violación del templo de Jerusalén— había estado llena de gloria.
Después de esto, César podía haber reunido algún dinero y haberse marchado, pero Potino pensó que, estando César allí, podía colocar firmemente en el trono a Tolomeo XII y poner fin a la rebelión de su hermana Cleopatra.
César quizá hubiese estado de acuerdo con esto, después de obtener el pago habitual, sin preocuparse de cuál Tolomeo gobernase Egipto.
Pero aquí se interpuso la inteligencia de Cleopatra. Tenía una ventaja que no tenía Potino: era joven y hermosa. Si podía hablar con César estaba segura de persuadirle a que considerase también su versión de la historia. Zarpó de Siria (que era momentáneamente su cuartel general), desembarcó en Alejandría y logró entregar a César una gran alfombra. Potino no vio razón alguna para impedir la entrega, pues no sabía que, envuelta en la alfombra, estaba la misma Cleopatra.
Su anfitrión fue también totalmente correcto. Una vez que César tuvo una franca conversación con ella, decidió que era una bella persona y sería una excelente reina. Por ello ordenó que se respetase el acuerdo original y que Cleopatra y su joven hermano gobernasen conjuntamente.
Esto no le convenía a Potino en modo alguno. Sabía que Egipto no podía ganar una guerra contra Roma, pero podía ganar una guerra contra César. Este sólo había llevado una pequeña fuerza y podía ser arrollado por el gran ejército egipcio. Muerto César, la facción romana contraria a él podía tomar el poder y, sin duda, sólo tendría alabanzas y gratitud para Potino.
Así provocó una rebelión contra César, y por tres meses se mantuvo sólo gracias a su valentía personal y a la habilidad con que manejó a sus escasas tropas. Pero Potino no obtuvo muchos frutos de la guerra alejandrina que había fomentado, pues César se apoderó de él y le hizo ejecutar. En el curso de esta pequeña guerra fue muy dañada la famosa biblioteca de Alejandría.
Por último, César recibió refuerzos y los egipcios fueron derrotados en una batalla. En la huida que esto originó, el joven Tolomeo XII trató de escapar en una barcaza por el Nilo. Pero la barcaza estaba demasiado cargada y se hundió. Este fue su fin.
Ahora, César pudo poner orden a la situación en Egipto. Se había hecho cada vez más amigo de Cleopatra y estaba decidido a mantenerla en el trono. Pero una reina debe tener algún asociado masculino, y por ello César recurrió al hermano menor de Tolomeo XII (y de Cleopatra). Sólo tenía diez años de edad, pero fue hecho rey conjunto con Cleopatra con el nombre de Tolomeo XIII.
Ya era tiempo de terminar con esto, pues nuevos problemas requerían la atención de César en otras partes. En Asia Menor estallaron nuevos desórdenes.
Al norte del mar Negro vivía aún Farnaces, hijo de Mitrídates del Ponto, el viejo enemigo de Roma. Farnaces se había rebelado contra su padre en 63 a. C., causando el suicidio del viejo rey. Luego se había sometido a Pompeyo, quien le permitió conservar el gobierno de las regiones situadas al norte del mar Negro (la moderna península de Crimea).
Farnaces permaneció fiel a Pompeyo en los años siguientes, pero no pudo resistir la tentación de aprovechar la guerra civil para invadir el Ponto, en un intento de recuperar los dominios perdidos de su familia. En el proceso derrotó a un ejército romano comandado por uno de los subalternos de César.
César marchó a Asia Menor en 47 a. C. y halló a Farnaces en Zalá, ciudad de la frontera occidental del Ponto. La batalla fue breve y desigual. Los hombres de Farnaces rompieron filas y huyeron; así terminó todo.
Fue la última boqueada del Ponto, y César envió un breve mensaje a Roma, que indicaba claramente la rapidez de la victoria: «Veni, vidi, vici» («Llegué, vi y vencí»).
La Segunda Guerra Civil
La destrucción de Craso y su ejército en 53 a. C. dejó solos a Pompeyo y César. Pero César estaba aún en la Galia y tenía que enfrentar a la más seria rebelión gala que se hubiese producido hasta entonces. Pompeyo, por otra parte, estaba en Roma y sacaba provecho de esto.
No hizo nada para tratar de detener la creciente anarquía en las calles, quizá porque esperaba el momento de entrar en escena como dictador. Si fue así, el momento llegó después del asesinato de estilo gángsters de Clodio. Durante los desórdenes que siguieron, el Senado nombró a Pompeyo único cónsul en 52 a. C,
Pompeyo restableció el orden, y el Senado se dispuso a persuadirlo para que fuese su protector contra el temible César. Pompeyo se dejó persuadir fácilmente por entonces. Había tomado nueva esposa, hija de uno de los líderes de los conservadores del Senado, e hizo cónsul a su suegro. Esto lo puso abiertamente del lado del Senado, y la ruptura con César fue definitiva.
El paso siguiente era reducir a César a la impotencia. Si se le podía destituir de su cargo, podía ser enjuiciado por un motivo u otro. (Todo general o gobernador romano podía ser enjuiciado por algo, y habitualmente era culpable de la acusación, cualquiera que ésta fuese.) Pero César veía lo que se preparaba y arregló las cosas para mantener su provincia durante el 49 a. C. y luego ser nombrado cónsul inmediatamente, sin dejar ningún intervalo durante el cual pudiese ser destituido y llevado a juicio.
Pompeyo aprovechó entonces el desastre romano en Partia para destruir a César. La guerra con Partia era obviamente seria, y el Senado decretó en 50 a. C. que cada uno de los comandantes cediese una legión para ser usada en esta guerra, Algún tiempo antes Pompeyo había prestado a César una de las legiones que se hallaban bajo su mando. Ahora pidió a César que se la devolviese como contribución suya a la guerra con los partos y, además, una segunda legión como contribución de César.
Afortunadamente, la Galia ya había sido conquistada y César podía prescindir de dos legiones. Disimulando su resentimiento, entregó las dos legiones. El Senado tomó esto como un signo de debilidad, y Pompeyo le aseguró que, aunque el ejército que se le asignase a él estaba en España, no tenía nada que temer de César. «Sólo tendré que poner mi pie en el suelo —dijo— para que las legiones se alcen en apoyo nuestro.»
Los conservadores, pues, se sintieron alentados a dar el paso final. El 7 de enero de 49 a. C., el Senado decretó que, si César no disolvía totalmente su ejército y entraba en Roma como un ciudadano más (al igual que había hecho Pompeyo antes), sería declarado un proscrito.
Por supuesto, cuando Pompeyo disolvió su ejército, no había en Roma ningún bando enemigo que lo esperara para exiliarlo o, quizá, ejecutarlo. César sabía bien que no podía disolver su ejército. Pero ¿cuál era la alternativa?
Afortunadamente para César, tenía en Roma partidarios fuertes, tanto como enemigos. Uno de sus amigos era Marco Antonio. Había nacido alrededor del 83 a. C. Su padre había muerto cuando él era niño y había sido criado por un padre adoptivo al que Cicerón hizo ejecutar por ser uno de los que intervinieron en la conspiración de Catilina. Como resultado de ello, Marco Antonio alimentó un odio implacable hacía Cicerón. En 54 a. C. se unió a César (con quien estaba emparentado por parte de su madre) en la Galia y se convirtió en uno de sus más leales partidarios. Volvió a Roma en 52 a. C. y en 49 a. C. fue elegido tribuno.
Como tribuno, Marco Antonio emprendió la acción más adecuada para ayudar a César. El y el otro tribuno, que se habían opuesto a la proscripción de César, afirmaron que sus vidas corrían peligro y huyeron al campamento de César en la Galia Cisalpina.
Esto brindó a César la excusa perfecta. Los tribunos apelaban a César para que los protegiera de la muerte a manos de los senadores. César estaba obligado a actuar para proteger a los tribunos, sagrados representantes del pueblo. El Senado podía llamar a esto traición, pero César sabía que la gente común consideraría correcta su acción.
El 10 de enero César tomó una decisión. Esa noche atravesó el río Rubicón, que dividía su provincia de la Galia Cisalpina de Italia, y con esta acción dio comienzo a la Segunda Guerra Civil. (La primera había sido la de Mario y Sila.) Desde entonces se ha usado la frase «atravesar el Rubicón» para significar una acción que obliga a tomar una decisión fundamental. Se dice que mientras atravesaba el río, César murmuró: «la suerte está echada», otra frase que se usa con el mismo sentido.
Era tiempo de que Pompeyo emprendiese una acción enérgica para obtener sus legiones, pero se había estado engañando a sí mismo y al Senado. Ya no era el conquistador del Este y el niño mimado de los romanos. Y no lo era desde hacía mucho tiempo. Su permanencia en Roma una docena de años, durante los cuales fue constantemente eclipsado por César y superado en popularidad por el bello e inescrupuloso Clodio, lo puso fuera de moda.
Cuando César y sus endurecidas legiones se lanzaron hacia el Sur, poco después de sus victorias en la Galia, Pompeyo se encontró con que sus propios soldados desertaban y se unían al encantador César. No le quedó más remedio que retirarse rápidamente, más bien a toda velocidad mientras César lo perseguía.
Pompeyo logró por los pelos atravesar los estrechos en marcha hacia Grecia, y con él la aristocracia de Roma, incluidos los senadores en su mayoría.
Tres meses después de atravesar el Rubicón, César dominaba toda Italia. Necesitaba ahora barrer a los ejércitos pompeyanos de allende los mares. Marchó apresuradamente a España, donde en Ilerda, la actual Lérida, halló a las legiones que estaban bajo el mando del Senado.
Allí César maniobró como un bailarín de ballet, desconcertando a los pompeyanos y finalmente cortándolos de sus suministros de agua. Los dos ejércitos fraternizaron —a fin de cuentas, ¿por qué habían de luchar romanos contra romanos?— y en poquísimo tiempo César consiguió algo mucho mejor que destruir un ejército enemigo. Se hizo de nuevos amigos y dobló sus fuerzas. Mientras volvía rápidamente a Italia, aceptó la rendición de Massilia, situada en la costa meridional de Galia. La Europa Occidental estaba despejada.
En África las cosas no marcharon tan bien. Allí las fuerzas pompeyanas bajo el mando de Juba, rey de Numidia, lograron vencer a los representantes de César (éste no se hallaba allí personalmente).
Pero África podía esperar por el momento. César se hizo elegir cónsul en 48 a. C. y se dispuso a atacar a las fuerzas pompeyanas en su fortaleza de Grecia, donde estaba el mismo Pompeyo. Ignorando que Pompeyo había logrado reunir un gran ejército, y también una flota, César pasó del talón de la bota italiana directamente al puerto de Dirraquio, la moderna Durres, principal puerto de Albania.
Dirraquio se hallaba bajo el control de los pompeyanos, y César le puso sitio. Pero aquí cometió un error. Sea como fuere, apareció la flota de Pompeyo, la ciudad no mostró intención de rendirse y César, viendo que su ejército era rechazado y estaba cortado de su base, comprendió que debía renunciar a esa empresa.
En verdad, si Pompeyo hubiese emprendido una acción firme y atacado más vigorosamente al ejército sitiador de César, podía haber obtenido la victoria inmediatamente. Pero no lo hizo. Era lento, mientras que César era rápido y decidido. César partió rápidamente y se desplazó hacia Grecia.
Nuevamente Pompeyo perdió una oportunidad. Al desaparecer César en Grecia, Pompeyo habría hecho bien en lanzarse como el rayo sobre la misma Italia. Desgraciadamente para él, Pompeyo (y más aún los jóvenes que llenaban su ejército) estaba lleno de odio contra César personalmente. Pompeyo quería enfrentar a César y derrotarlo para mostrar al mundo quién era el gran general.
Por ello, Pompeyo dejó a Catón en Dirraquio con parte del ejército, y él se lanzó a la persecución de César con las fuerzas principales. Lo alcanzó en Farsalia de Tesalia, el 29 de junio de 48 a. C.
El ejército de Pompeyo superaba al de César en más de dos a uno, por lo que Pompeyo confiaba en la victoria. Podía haber rendido a César por hambre, pero deseaba la gloria de una batalla librada y ganada, y el grupo senatorial que estaba con él la deseaba aún más.
Pompeyo contaba en particular con su caballería, formada por valerosos jóvenes aristócratas romanos. Al comienzo de la batalla, la caballería de Pompeyo cargó rodeando el extremo del ejército de César; podía haber causado estragos en la retaguardia y costado la batalla a César. Pero César había previsto esto y colocado algunos hombres escogidos para hacerles frente, con instrucciones de no arrojar sus lanzas, sino de usarlas directamente contra los rostros de los jinetes. Calculó que los aristócratas no correrían el peligro de ser desfigurados, y tenía razón. La caballería fue deshecha.
Además, la endurecida infantería de César atacó a las fuerzas enemigas superiores en número y rompió sus filas. Pompeyo aún no había perdido, pero estaba acostumbrado a victorias sobre enemigos débiles y no estaba preparado para transformar una aparente derrota en una victoria (algo que César había tenido que hacer muchas veces). Pompeyo huyó, el ejército se derrumbó y César obtuvo una completa victoria.
De este modo se decidió quién era el gran general, pero la decisión no era la que había esperado Pompeyo.
Egipto
Con la pérdida de la batalla, las fuerzas de Pompeyo en toda Grecia y Asia Menor se disolvieron, pues los oficiales se apresuraron a pasarse al bando vencedor. Pompeyo, impotente, tuvo que alejarse rápidamente y escapar a alguna región no gobernada por Roma. Sólo cuando estuviese totalmente fuera de territorio romano se sentiría a salvo.
La única región semejante en el Mediterráneo Oriental era Egipto.
Egipto era el último de los reinos macedónicos. En él gobernaba aún el linaje de los Tolomeos, principalmente porque habían sellado una alianza con Roma inmediatamente después de la época de Pirro y la habían mantenido desde entonces. En ningún momento los Tolomeos dieron a Roma motivo para sentirse ofendida.
De 323 a. C. a 221 a. C., los tres primeros Tolomeos, que eran hombres capaces, mantuvieron a Egipto fuerte y bien gobernado. Pero después hubo una serie de gobernantes que eran niños o incapaces o ambas cosas. La tierra siguió siendo rica, pues el río Nilo era una garantía de que habría siempre buenas cosechas, pero el gobierno se debilitó y se hizo ineficaz.
En varias ocasiones, los romanos intervinieron para impedir que parte o todo Egipto cayese en manos de los seléucidas, más capaces, hasta que el mismo Imperio Seléucida se debilitó al punto de que dejó de constituir una amenaza. Más tarde Roma se anexó algunos de los territorios externos de Egipto, como Cirene y la isla de Chipre, pero en 48 a. C. todavía Egipto permanecía esencialmente intacto. Su grande y populosa capital, Alejandría, rivalizaba con Roma en dimensiones y la superaba en cuanto a cultura y ciencia.
Por supuesto, los gobernantes egipcios no eran más que títeres romanos y Pompeyo esperaba recibir buen tratamiento, pues un Tolomeo reciente había recibido particulares favores de él. Era Tolomeo XI, comúnmente llamado Auletes, que significa «tocador de flauta», pues éste parece haber sido su único talento.
Tolomeo Auletes había reclamado el trono desde 80 antes de Cristo, pero necesitaba el respaldo romano. Finalmente logró repartir bastantes sobornos entre un número suficiente de romanos como para recibir el apoyo necesario en 59 a. C. Pero había gastado tanto dinero que tuvo que elevar los impuestos. El populacho, enfurecido, lo expulsó del trono, y en 58 a. C. se encontraba en Roma tratando de que los romanos le repusiesen en el trono.
Por último obtuvo la ayuda de Pompeyo (mediante enormes sobornos a algunos de sus lugartenientes) y fue restaurado en el trono en 55 a. C. Por esta razón, Pompeyo pensó que la casa real egipcia debía estarle agradecida.
Tolomeo Auletes había muerto en 51 a. C., pero estaba en el trono su hijo pequeño con el nombre de Tolomeo XII, y en su testamento Auletes había puesto al joven rey bajo la protección del Senado romano, que luego asignó esa tarea a Pompeyo. El rey niño de Egipto, pues, era el pupilo de Pompeyo y debía recibir con alegría a su custodio, razonaba Pompeyo. Así, Pompeyo zarpó hacia Egipto con la esperanza de reunir allí tropas y dinero y usar a Egipto como base desde la cual recuperar su poder en Roma.
Pero a la sazón Egipto era presa del caos. El joven rey sólo tenía trece años de edad y, por voluntad de su padre, gobernaba junto con su hermana de veintiún años, Cleopatra. Por supuesto, el rey era demasiado joven para gobernar, y un cortesano llamado Potino era la eminencia gris tras el trono.
Potino había reñido con Cleopatra, quien, aunque mujer y joven, fue la más capaz de los Tolomeos tardíos. Con la intención de dominar en Egipto, Cleopatra huyó de la capital y reunió un ejército, de modo que Egipto se hallaba en medio de una guerra civil cuando el barco de Pompeyo apareció frente a Alejandría.
Potino se halló entonces en un aprieto. Necesitaba la ayuda romana contra Cleopatra, pero ¿cómo podía lograr esta ayuda romana con seguridad si no sabía cuál general romano iba a sobrevivir finalmente? Si se negaba a permitir el desembarco a Pompeyo, éste podía hallar refugio en otra parte y volver algún día para hacer una matanza en Egipto por venganza. Por otro lado, si dejaba desembarcar a Pompeyo, César podía seguirle y, si ganaba, efectuar él una matanza en Egipto.
Al taimado Potino se le ocurrió una solución. Envió un bote al barco de Pompeyo. Pompeyo fue saludado con gran alegría y se le pidió que desembarcase; en la costa, los esperaban toda clase de personas. Luego, cuando Pompeyo desembarcó (y mientras su mujer e hijo observaban desde el barco), fue apuñalado y muerto.
Muerto Pompeyo, ya nunca podría vengarse de Egipto. César estaría agradecido por la muerte de su enemigo, de modo que no tendría motivo para vengarse de Egipto. Por lo tanto, razonó Potino, Egipto estaba a salvo.
Mientras tanto, César fue en persecución de Pompeyo. No quería permitirle que aglutinase a nuevos ejércitos para seguir la lucha. Además, necesitaba dinero y Egipto era un excelente lugar donde obtenerlo. Llegó a Alejandría con sólo 4.000 hombres pocos días después de la muerte de Pompeyo.
Los egipcios rápidamente hicieron aparecer la cabeza de Pompeyo para mostrar su lealtad a César y ganar su gratitud. Para su sorpresa, César se conmovió ante la vista de la cabeza de su asociado y yerno de antaño, muerto a traición después de una vida que —hasta su violación del templo de Jerusalén— había estado llena de gloria.
Después de esto, César podía haber reunido algún dinero y haberse marchado, pero Potino pensó que, estando César allí, podía colocar firmemente en el trono a Tolomeo XII y poner fin a la rebelión de su hermana Cleopatra.
César quizá hubiese estado de acuerdo con esto, después de obtener el pago habitual, sin preocuparse de cuál Tolomeo gobernase Egipto.
Pero aquí se interpuso la inteligencia de Cleopatra. Tenía una ventaja que no tenía Potino: era joven y hermosa. Si podía hablar con César estaba segura de persuadirle a que considerase también su versión de la historia. Zarpó de Siria (que era momentáneamente su cuartel general), desembarcó en Alejandría y logró entregar a César una gran alfombra. Potino no vio razón alguna para impedir la entrega, pues no sabía que, envuelta en la alfombra, estaba la misma Cleopatra.
Su anfitrión fue también totalmente correcto. Una vez que César tuvo una franca conversación con ella, decidió que era una bella persona y sería una excelente reina. Por ello ordenó que se respetase el acuerdo original y que Cleopatra y su joven hermano gobernasen conjuntamente.
Esto no le convenía a Potino en modo alguno. Sabía que Egipto no podía ganar una guerra contra Roma, pero podía ganar una guerra contra César. Este sólo había llevado una pequeña fuerza y podía ser arrollado por el gran ejército egipcio. Muerto César, la facción romana contraria a él podía tomar el poder y, sin duda, sólo tendría alabanzas y gratitud para Potino.
Así provocó una rebelión contra César, y por tres meses se mantuvo sólo gracias a su valentía personal y a la habilidad con que manejó a sus escasas tropas. Pero Potino no obtuvo muchos frutos de la guerra alejandrina que había fomentado, pues César se apoderó de él y le hizo ejecutar. En el curso de esta pequeña guerra fue muy dañada la famosa biblioteca de Alejandría.
Por último, César recibió refuerzos y los egipcios fueron derrotados en una batalla. En la huida que esto originó, el joven Tolomeo XII trató de escapar en una barcaza por el Nilo. Pero la barcaza estaba demasiado cargada y se hundió. Este fue su fin.
Ahora, César pudo poner orden a la situación en Egipto. Se había hecho cada vez más amigo de Cleopatra y estaba decidido a mantenerla en el trono. Pero una reina debe tener algún asociado masculino, y por ello César recurrió al hermano menor de Tolomeo XII (y de Cleopatra). Sólo tenía diez años de edad, pero fue hecho rey conjunto con Cleopatra con el nombre de Tolomeo XIII.
Ya era tiempo de terminar con esto, pues nuevos problemas requerían la atención de César en otras partes. En Asia Menor estallaron nuevos desórdenes.
Al norte del mar Negro vivía aún Farnaces, hijo de Mitrídates del Ponto, el viejo enemigo de Roma. Farnaces se había rebelado contra su padre en 63 a. C., causando el suicidio del viejo rey. Luego se había sometido a Pompeyo, quien le permitió conservar el gobierno de las regiones situadas al norte del mar Negro (la moderna península de Crimea).
Farnaces permaneció fiel a Pompeyo en los años siguientes, pero no pudo resistir la tentación de aprovechar la guerra civil para invadir el Ponto, en un intento de recuperar los dominios perdidos de su familia. En el proceso derrotó a un ejército romano comandado por uno de los subalternos de César.
César marchó a Asia Menor en 47 a. C. y halló a Farnaces en Zalá, ciudad de la frontera occidental del Ponto. La batalla fue breve y desigual. Los hombres de Farnaces rompieron filas y huyeron; así terminó todo.
Fue la última boqueada del Ponto, y César envió un breve mensaje a Roma, que indicaba claramente la rapidez de la victoria: «Veni, vidi, vici» («Llegué, vi y vencí»).
sábado, junio 11
MI DISCO DURO A MUERTO...
Al final ese ruido raro, que hacía el ordenador, era el disco duro. El pobre ha muerto, pero tengo un backup de lo importante... las fotos del nene, los recursos de la página...
Seguiré colgando cosas muy pronto, por que la información relativa a la historia de la república y el comic tenían una copia de seguridad...
En fin... más me jode a mí...
SALUDOS
Seguiré colgando cosas muy pronto, por que la información relativa a la historia de la república y el comic tenían una copia de seguridad...
En fin... más me jode a mí...
SALUDOS
jueves, junio 9
LAS GUERRAS CANTABRAS
YA NO QUEDA NADA. YA TENEMOS LAS FIESTAS AHÍ. ESOS DOS FINES DE SEMANA PARA LOS QUE ESTAMOS TRABAJANDO DURANTE TODO EL AÑO.
LA GUARDIA PRETORIANA, EN SU SEGUNDO AÑO, QUIERE SER PROTAGONISTA Y AYUDAR LA FAMA QUE TIENE EL CAMPAMENTO ROMANO DE SOSO...
QUEREMOS REALIZAR UNA CENA DE CONFRATERNIZACIÓN CON NUESTROS GRUPOS ADYACENTES... Y ELIMINAR LAS PAREDES DE LAS TIENDAS PARA REALIZAR UNA CENA EN COMÚN...
POR LAS NOCHES (Y SI EL TIEMPO LO PERMITE) PODER SACAR LOS BANCOS A LA CALLE PARA DAR UN POCO MÁS DE VIDILLA AL CAMPAMENTO...
ESPERAMOS QUE ESTE AÑO SEA POR LO MENOS IGUAL QUE EL ANTERIOR... Y SI ES MEJOR... PUÉS ADELANTE...
LA GUARDIA PRETORIANA, EN SU SEGUNDO AÑO, QUIERE SER PROTAGONISTA Y AYUDAR LA FAMA QUE TIENE EL CAMPAMENTO ROMANO DE SOSO...
QUEREMOS REALIZAR UNA CENA DE CONFRATERNIZACIÓN CON NUESTROS GRUPOS ADYACENTES... Y ELIMINAR LAS PAREDES DE LAS TIENDAS PARA REALIZAR UNA CENA EN COMÚN...
POR LAS NOCHES (Y SI EL TIEMPO LO PERMITE) PODER SACAR LOS BANCOS A LA CALLE PARA DAR UN POCO MÁS DE VIDILLA AL CAMPAMENTO...
ESPERAMOS QUE ESTE AÑO SEA POR LO MENOS IGUAL QUE EL ANTERIOR... Y SI ES MEJOR... PUÉS ADELANTE...
cap 18. La Galia. Partia
La Galia
César se estableció en la Galia Meridional y esperó la oportunidad para ganar gloria militar. No tuvo que esperar mucho tiempo. El río Rin separaba a las tribus galas del Oeste de las tribus de habla germánica del Este, y éstas empezaron a agitarse.
Uno de los jefes tribales germanos, Ariovisto, cruzó el Rin en 60 a. C. y conquistó vastas regiones de la Galia. En 58 a. C., la tribu gala de los helvecios decidió no enfrentarse con Ariovisto, abandonar su patria (la Suiza moderna) y migrar hacia las costas atlánticas. Los helvecios pidieron permiso a César para atravesar pacíficamente el territorio romano.
César tomó la postura de no permitir una invasión de casi 400.000 galos salvajes. Mediante rápidas marchas y una audaz táctica derrotó a los helvecios; prácticamente los barrió en una batalla librada cerca de la moderna Autun, a 160 kilómetros al oeste de Suiza. El hombre entregado al lujo y los placeres demostró ser muy capaz de llevar una vida dura y peligrosa, y de manejar a los hombres con gran firmeza y competencia.
Las tribus galas pidieron entonces ayuda a César contra Ariovisto. Esto era exactamente lo que deseaba César. Envió mensajes a Ariovisto en un tono deliberadamente arrogante, obligándolo así a replicar de modo arrogante. Inmediatamente pasaron a intercambiar amenazas. César marchó hacia el Norte y en una batalla librada cerca de la moderna Besangon, a 160 kilómetros al noreste de Autun, derrotó a Ariovisto y lo obligó a atravesar de vuelta el Rin. Desde entonces, César desempeñó el papel de protector y patrón de las tribus de la Galia Central.
César quedó satisfecho con los resultados de su campaña de verano y durante el invierno se retiró a la Galia Cisalpina. Hizo esto todos los inviernos siguientes, mientras duró la Guerra de las Galias, pues de esta manera podía estar al tanto de lo que sucedía en Roma.
Ese retiro anual de la Galia hizo difícil la tarea de la conquista. Por muchas que fuesen las victorias que obtuviese César en el verano (y su desempeño como general siguió siendo brillante), los tenaces galos siempre se rebelaban en una región u otra durante el invierno, cuando César estaba ausente.
En 57 a. C., César combatió en la Galia Septentrional y obligó a someterse a casi toda la región. En 56 a. C., las tribus de lo que es ahora Bretaña, el extremo noroccidental de la Galia, se rebelaron y César las aplastó y vendió al por mayor a sus miembros como esclavos.
En 55 a. C. se produjo una nueva invasión germánica a través del Rin. César fue a su encuentro y sostuvo una conferencia con los germanos en territorio de la actual Bélgica. En un acto de mala fe capturó a los jefes germánicos. Luego atacó a las hordas germánicas, que no estaban preparadas para la batalla, pues tenían la ilusión de que estaba en vigencia una tregua mientras sus jefes conferenciaban con César.
Después de exterminar al ejército germánico tendió un puente sobre el Rin y penetró un poco en Germania. No intentó conquistar esa tierra. Sólo quiso exhibir el poderío romano y mantener en calma a los germanos.
César dio luego un paso aún más osado. Las tribus rebeldes galas habían recibido ayuda de la isla de Gran Bretaña, que está al norte de la Galia (de este modo entra esa isla por primera vez en la corriente de la historia). César pensó que sería útil hacer allí una demostración. A fines del verano del 55 a. C. atravesó el Canal de la Mancha e hizo una breve arremetida en lo que es la actual Kent, en el extremo sudoccidental de Inglaterra. Se produjeron algunas escaramuzas y los romanos se marcharon.
Al año siguiente (después de ver renovado su nombramiento en la Galia por cinco años más), César hizo un intento más serio en esa dirección. Su ejército desembarcó nuevamente en Gran Bretaña y fue enfrentado por las tribus nativas al mando de Casivelauno. César penetró profundamente tierra adentro con cinco legiones, atravesó el río Támesis y derrotó a Casivelauno a unos 30 kilómetros al norte del río. Casivelauno se vio obligado a pagar un tributo anual, y César retornó a la Galia.
En realidad no se logró mucho con esta expedición a Gran Bretaña, excepto la espectacular exhibición del poderío romano más al Norte que nunca antes. Casivelauno nunca pagó el tributo y no volvieron a aparecer soldados romanos durante un siglo.
En 53 a. C., César hizo otra demostración de fuerza del otro lado del Rin y luego, en 52 a. C., las tribus de la Galia Central, cansadas de la dominación romana y de las penurias que suponía ser protegidas por César, se lanzaron de nuevo a una peligrosa revuelta, esta vez conducidas por Vercingetórix. César, cogido de sorpresa en la Galia Cisalpina, tuvo que volver a toda velocidad, deslizándose a través del ejército de Vercingetórix para incorporarse al suyo. Luego, después de combates particularmente duros y de pasar por situaciones de peligro, César logró aplastar esta revuelta final. En 50 a. C., toda la Galia estaba en calma. César la declaró provincia romana, y desde entonces, durante casi quinientos años, iba a ser una de las regiones más valiosas de los dominios romanos.
César se ganó finalmente la gloria militar, pues toda Roma vibró ante sus espectaculares hazañas. Y para asegurarse de que esto fuera así, César escribió un libro, los Comentarios sobre la Guerra de las Galias, en una prosa clara y pulida. Habló de sí mismo en tercera persona y logró transmitir una sensación de objetividad e imparcialidad, pero nadie pudo leer el libro sin experimentar la fuerza del genio de César. Por supuesto, esto era exactamente lo que César deseaba.
Partia
Los ocho años que César pasó en la Galia fueron años agitados también en Roma. Tan pronto como César partió para la Galia, los conservadores del Senado empezaron a hacer progresos. En primer lugar, Catón volvió de Chipre llevando consigo una gran cantidad de dinero que había reunido legalmente y que depositó en el tesoro de la ciudad sin tomar nada para sí. (Era el único romano incapaz de robar, y el populacho lo sabía.)
Catón comenzó inmediatamente a oponerse al triunvirato, y a César en particular. Cuando César, en 55 antes de Cristo, capturó a los jefes germanos y destruyó a sus fuerzas mediante traición, Catón se levantó para denunciarlo tan pronto como las noticias llegaron a Roma. Hasta afirmó que el honor romano no quedaría lavado mientras César no fuera entregado a los germanos. Pero el pueblo romano estaba dispuesto a pasar por alto la traición mientras fuera practicada contra el enemigo.
Además, Clodio había ido demasiado lejos en su persecución de Cicerón. Las desgarradoras cartas de éste desde el exterior despertaron simpatía, y lo mismo el hecho de que Clodio hubiese incendiado la villa de Cicerón y perseguido a su esposa e hijos.
Los amigos de Cicerón en el Senado empezaron a maniobrar para hacer que volviera del exilio. Con ayuda de Pompeyo (que había sido siempre amigo de Cicerón) se lo consiguió, y en 57 a. C. Cicerón volvió a Roma.
Luego el Senado trató de neutralizar el poder de Clodio. Este había ganado gran popularidad entre los pobres supervisando las distribuciones gratuitas de cereales, pero su fuerza principal estaba en su banda de matones, formada por gladiadores.
El Senado combatió al hierro con hierro. Uno de los tribunos que se mostró más activo en conseguir el retorno de Cicerón fue Tito Annio Milo Papiniano, casado con una hija de Sila. Este Milo organizó una banda de gladiadores propia, y desde entonces las continuas luchas de estas pandillas rivales sembraron el terror en Roma. Los ciudadanos comunes eran presas del pánico mientras estos grupos (exactamente como los gángsters modernos) se adueñaban de la ciudad.
Finalmente, en 52 a. C., las dos bandas se enfrentaron inesperadamente, con Milo y Clodio al frente de ellas. En la «batahola» que se produjo, Clodio fue muerto.
Este hecho sumió a Roma prácticamente en la anarquía. Los partidarios de Clodio hervían de rabia. Milo fue llevado a juicio, y Cicerón, naturalmente, lo defendió. La desenfrenada muchedumbre y los soldados hostiles que llenaron el Foro aterrorizaron al pobre Cicerón hasta reducirlo casi a la afonía. Sólo pudo pronunciar entre dientes un débil discurso. Milo fue condenado y enviado al exilio.
Con todo, desaparecido Clodio, la situación mejoró para los conservadores. Hacía tiempo que habían reconocido su error al humillar a Pompeyo a su retorno de Asia y se habían arrepentido de ello. Llegaron a comprender que no había habido ninguna razón para tratar a Pompeyo de esa manera, pues no era el tipo de hombre capaz de imponerse a Roma. De habérsele tenido en amistad con el Senado, podía haber sido usado por los conservadores contra César, quien (como comprendían ahora los senadores) era justamente el tipo de hombre capaz de imponerse a Roma.
Tal vez no fuera demasiado tarde. Pompeyo había estado observando los triunfos de César en la Galia y se había llenado de envidia. A fin de cuentas, se suponía que era Pompeyo el gran general, no César.
César sabía perfectamente bien que sus éxitos despertarían la envidia de Pompeyo, y también de Craso, y que tendría que tratar de apaciguar a sus dos asociados. En 56 a. C., César se encontró con Pompeyo y Craso en Luca, sobre el límite meridional de la Galia Cisalpina.
Se convino que Pompeyo y Craso serían cónsules en 55 a. C. Además, Pompeyo y Craso también obtendrían gloria militar, si lo deseaban. César conservaría la Galia por cinco años más, pero Pompeyo tendría España y Craso podía tener Siria.
Esto le venía bien a Craso. Mientras Pompeyo había ganado mucha gloria en Asia y César la estaba ganando en Galia, Craso sólo tenía en su haber una victoria sobre esclavos. Craso pensó que ahora se le presentaba la ocasión de mostrar lo que realmente podía hacer. Además, el rico y espléndido Oriente era donde más fácilmente podía aumentar su ya enorme riqueza. No había en el acuerdo ninguna estipulación específica por la cual Craso tuviese que librar una guerra, pero estaba perfectamente claro que iba al Este a obtener un triunfo militar.
En cuanto a Pompeyo, el nuevo acuerdo también lo favorecía. No iría a España, donde todo estaba en calma, sino que enviaría allí a lugartenientes. El permanecería en Roma, donde podía estar en el centro de los sucesos. Si algo ocurría a César o a Craso, o a ambos, Pompeyo pensó que ello podía redundar fácilmente en su beneficio.
Mientras estuvo solo en Roma, y los otros dos triunviros fuera, fue un blanco fácil de los intrigantes conservadores. El nuevo acuerdo y su amor por la hija de César mantuvo a Pompeyo leal a éste por un tiempo. Desgraciadamente, Julia murió en 54 a. C., a los treinta años, y con ella desapareció el vínculo más fuerte que unía a los dos triunviros.
Luego, llegaron dramáticas noticias del Este.
Craso había zarpado hacia Oriente sólo después de superar una considerable oposición. El Senado no quería que el tercero de los triunviros se convirtiese también en un héroe militar. Además, muchos de los romanos más supersticiosos pensaban que sería infausto entrar en guerra sin una provocación. A lo largo de toda su historia, los romanos siempre esperaron tener alguna excusa, por trivial que fuese, antes de entrar en guerra, y Craso no iba a esperar tal excusa. Hasta hubo intentos de impedir la partida de Craso por la fuerza, pero fracasaron, y Craso se marchó.
Por la época de la partida de Craso, los romanos ya dominaban todas las partes de Asia de lengua y cultura griegas: Asia Menor y Siria.
Más allá de esas tierras se extendían hacia el Este vastas extensiones que antaño habían pertenecido al Imperio Persa y habían sido conquistadas por Alejandro Magno. Durante un siglo y medio después de la muerte de Alejandro, esas regiones habían permanecido bajo la dominación cada vez más débil del Imperio Seléucida, pero la cultura griega nunca había echado raíces duraderas en ellas.
Por el 250 a. C., las tribus nativas de la región situada al sudeste del mar Caspio se rebelaron contra los seléucidas y crearon un reino que, después de algunos altibajos, logró finalmente dominar el territorio de lo que es el Irán moderno. En 140 a. C. habían conquistado la Mesopotamia (el moderno Irak) de los seléucidas y limitado a Siria a este declinante imperio.
Ese reino oriental —llamado Partia, que es una forma de la palabra «Persia»— se extendió aún más hacia el Este en 130 a. C., hasta abarcar la región que hoy constituye el Afganistán y ampliar sus fronteras hasta la misma India. En el Oeste, Mitrídates del Ponto y Tigranes de Armenia detuvieron la expansión de los partos, pero, con la derrota de estos monarcas por Roma, esa muralla occidental quedó muy debilitada.
Así, Partia se convirtió en una importante potencia y en una amenaza para Roma. En 64 a. C., el monarca parto Fraates II derrotó a Tigranes, que era ahora aliado de Roma. Pero Pompeyo, que por entonces se hallaba en Siria, envió embajadores para arreglar las cosas y salvar al rey armenio.
Después de la muerte de Fraates, dos de sus hijos se disputaron el trono, y uno de ellos, Orodes, acababa de obtener la victoria final y proclamarse rey de los partos cuando llegó Craso. Este intentó aprovechar la confusión resultante de la guerra civil de los partos para conquistar el país. Hay indicios de que hasta pensaba extenderse más aún, hasta la fabulosa India, que estaba más allá de Partia.
En 54 a. C., Craso hizo correrías por Mesopotamia y halló escasa resistencia. Dejó guarniciones en algunos de los lugares principales y retornó a Siria para planear la expedición principal del año siguiente. En la primavera de 53 a. C. dejó siete legiones del otro lado del Eufrates y penetró más de 150 kilómetros tierra adentro desde el Mediterráneo.
Su intención era seguir el curso del río hasta Ctesifonte, la capital parta. Pero Craso fue guiado por un jefe árabe que, al parecer, estaba secretamente al servicio de los partos.
El árabe persuadió a Craso a que atacara más al Este, lejos del río y en regiones desérticas. El ejército parto esperaba cerca de Garres, ciudad cuyo nombre antiguo era Harrán, donde el patriarca bíblico Abraham había vivido algunos años durante su migración de Ur de los Caldeos a Canaán.
El ejército parto tenía una fuerte caballería, particularmente hábil en el uso del arco. Aparecía como el rayo, hacía todo el daño posible y luego daba media vuelta para huir. Y cuando el ejército enemigo se lanzaba en su persecución, cada jinete parto se elevaba en su silla y lanzaba una flecha hacia atrás por encima del hombro. El enemigo, cogido de sorpresa a menudo, quedaba sumido en la confusión por este repentino e inesperado ataque. Por esta razón, la frase «flecha del parto» llegó a significar todo dañino golpe de último momento, de palabra o de hecho.
Craso carecía de la habilidad necesaria para ajustar su estrategia a las exigencias de la situación. Pompeyo quizá la tuviera; César ciertamente la tenía, pero Craso no. Libró la batalla según las estrictas reglas romanas de la guerra, como si estuviese luchando nuevamente contra el ejército de Espartaco de esclavos rebeldes.
El hijo de Craso condujo a la caballería romana en una tentativa de rechazar a los partos, pero fracasó y fue muerto. Un grupo de partos burlones se lanzó hacia el cuerpo principal del ejército romano, pero no para luchar... por el momento. En el extremo de una lanza llevaban la cabeza del hijo de Craso.
Produjo un efecto espeluznante sobre el ejército, aunque Craso dio inesperadas muestras de valentía romana gritando a los soldados: « ¡No os desalentéis! ¡La pérdida es mía, no vuestra! »
Pero era también una pérdida del ejército, pues fue gradualmente destrozado, y cuando Craso trató de negociar una tregua, los partos lo mataron; lo que quedó del ejército tuvo que abrirse camino luchando para volver a Siria.
Se cuenta que llevaron la cabeza de Craso al rey parto, quien ordenó que le volcasen oro fundido en la boca. «Esto es lo que has codiciado toda tu vida —dijo—. Pues cómelo ahora.» (Esto suena a invención de los historiadores romanos con fines moralizantes.)
Los romanos no lo sabían a la sazón, desde luego, pero la derrota de Garres marcó un viraje decisivo en su historia. Hasta entonces, las derrotas romanas, aun las derrotas sufridas ante hombres como Pirro, Aníbal y Mitrídates, siempre habían sido vengadas. Los enemigos de Roma luego fueron derrotados y, en definitiva, sus patrias —Epiro, Cartago y el Ponto— cayeron bajo la dominación romana.
No ocurrió así en el caso de Partía. Los romanos derrotarían a los partos en varias ocasiones, pero nunca conquistarían su país. Partia siguió siendo el límite oriental permanente en el que tuvo que detenerse la expansión romana. Es interesante, por ello, que la batalla de Garres (53 a. C.) haya tenido lugar en el 700 A. U. C., exactamente siete siglos después de la fundación de Roma.
César se estableció en la Galia Meridional y esperó la oportunidad para ganar gloria militar. No tuvo que esperar mucho tiempo. El río Rin separaba a las tribus galas del Oeste de las tribus de habla germánica del Este, y éstas empezaron a agitarse.
Uno de los jefes tribales germanos, Ariovisto, cruzó el Rin en 60 a. C. y conquistó vastas regiones de la Galia. En 58 a. C., la tribu gala de los helvecios decidió no enfrentarse con Ariovisto, abandonar su patria (la Suiza moderna) y migrar hacia las costas atlánticas. Los helvecios pidieron permiso a César para atravesar pacíficamente el territorio romano.
César tomó la postura de no permitir una invasión de casi 400.000 galos salvajes. Mediante rápidas marchas y una audaz táctica derrotó a los helvecios; prácticamente los barrió en una batalla librada cerca de la moderna Autun, a 160 kilómetros al oeste de Suiza. El hombre entregado al lujo y los placeres demostró ser muy capaz de llevar una vida dura y peligrosa, y de manejar a los hombres con gran firmeza y competencia.
Las tribus galas pidieron entonces ayuda a César contra Ariovisto. Esto era exactamente lo que deseaba César. Envió mensajes a Ariovisto en un tono deliberadamente arrogante, obligándolo así a replicar de modo arrogante. Inmediatamente pasaron a intercambiar amenazas. César marchó hacia el Norte y en una batalla librada cerca de la moderna Besangon, a 160 kilómetros al noreste de Autun, derrotó a Ariovisto y lo obligó a atravesar de vuelta el Rin. Desde entonces, César desempeñó el papel de protector y patrón de las tribus de la Galia Central.
César quedó satisfecho con los resultados de su campaña de verano y durante el invierno se retiró a la Galia Cisalpina. Hizo esto todos los inviernos siguientes, mientras duró la Guerra de las Galias, pues de esta manera podía estar al tanto de lo que sucedía en Roma.
Ese retiro anual de la Galia hizo difícil la tarea de la conquista. Por muchas que fuesen las victorias que obtuviese César en el verano (y su desempeño como general siguió siendo brillante), los tenaces galos siempre se rebelaban en una región u otra durante el invierno, cuando César estaba ausente.
En 57 a. C., César combatió en la Galia Septentrional y obligó a someterse a casi toda la región. En 56 a. C., las tribus de lo que es ahora Bretaña, el extremo noroccidental de la Galia, se rebelaron y César las aplastó y vendió al por mayor a sus miembros como esclavos.
En 55 a. C. se produjo una nueva invasión germánica a través del Rin. César fue a su encuentro y sostuvo una conferencia con los germanos en territorio de la actual Bélgica. En un acto de mala fe capturó a los jefes germánicos. Luego atacó a las hordas germánicas, que no estaban preparadas para la batalla, pues tenían la ilusión de que estaba en vigencia una tregua mientras sus jefes conferenciaban con César.
Después de exterminar al ejército germánico tendió un puente sobre el Rin y penetró un poco en Germania. No intentó conquistar esa tierra. Sólo quiso exhibir el poderío romano y mantener en calma a los germanos.
César dio luego un paso aún más osado. Las tribus rebeldes galas habían recibido ayuda de la isla de Gran Bretaña, que está al norte de la Galia (de este modo entra esa isla por primera vez en la corriente de la historia). César pensó que sería útil hacer allí una demostración. A fines del verano del 55 a. C. atravesó el Canal de la Mancha e hizo una breve arremetida en lo que es la actual Kent, en el extremo sudoccidental de Inglaterra. Se produjeron algunas escaramuzas y los romanos se marcharon.
Al año siguiente (después de ver renovado su nombramiento en la Galia por cinco años más), César hizo un intento más serio en esa dirección. Su ejército desembarcó nuevamente en Gran Bretaña y fue enfrentado por las tribus nativas al mando de Casivelauno. César penetró profundamente tierra adentro con cinco legiones, atravesó el río Támesis y derrotó a Casivelauno a unos 30 kilómetros al norte del río. Casivelauno se vio obligado a pagar un tributo anual, y César retornó a la Galia.
En realidad no se logró mucho con esta expedición a Gran Bretaña, excepto la espectacular exhibición del poderío romano más al Norte que nunca antes. Casivelauno nunca pagó el tributo y no volvieron a aparecer soldados romanos durante un siglo.
En 53 a. C., César hizo otra demostración de fuerza del otro lado del Rin y luego, en 52 a. C., las tribus de la Galia Central, cansadas de la dominación romana y de las penurias que suponía ser protegidas por César, se lanzaron de nuevo a una peligrosa revuelta, esta vez conducidas por Vercingetórix. César, cogido de sorpresa en la Galia Cisalpina, tuvo que volver a toda velocidad, deslizándose a través del ejército de Vercingetórix para incorporarse al suyo. Luego, después de combates particularmente duros y de pasar por situaciones de peligro, César logró aplastar esta revuelta final. En 50 a. C., toda la Galia estaba en calma. César la declaró provincia romana, y desde entonces, durante casi quinientos años, iba a ser una de las regiones más valiosas de los dominios romanos.
César se ganó finalmente la gloria militar, pues toda Roma vibró ante sus espectaculares hazañas. Y para asegurarse de que esto fuera así, César escribió un libro, los Comentarios sobre la Guerra de las Galias, en una prosa clara y pulida. Habló de sí mismo en tercera persona y logró transmitir una sensación de objetividad e imparcialidad, pero nadie pudo leer el libro sin experimentar la fuerza del genio de César. Por supuesto, esto era exactamente lo que César deseaba.
Partia
Los ocho años que César pasó en la Galia fueron años agitados también en Roma. Tan pronto como César partió para la Galia, los conservadores del Senado empezaron a hacer progresos. En primer lugar, Catón volvió de Chipre llevando consigo una gran cantidad de dinero que había reunido legalmente y que depositó en el tesoro de la ciudad sin tomar nada para sí. (Era el único romano incapaz de robar, y el populacho lo sabía.)
Catón comenzó inmediatamente a oponerse al triunvirato, y a César en particular. Cuando César, en 55 antes de Cristo, capturó a los jefes germanos y destruyó a sus fuerzas mediante traición, Catón se levantó para denunciarlo tan pronto como las noticias llegaron a Roma. Hasta afirmó que el honor romano no quedaría lavado mientras César no fuera entregado a los germanos. Pero el pueblo romano estaba dispuesto a pasar por alto la traición mientras fuera practicada contra el enemigo.
Además, Clodio había ido demasiado lejos en su persecución de Cicerón. Las desgarradoras cartas de éste desde el exterior despertaron simpatía, y lo mismo el hecho de que Clodio hubiese incendiado la villa de Cicerón y perseguido a su esposa e hijos.
Los amigos de Cicerón en el Senado empezaron a maniobrar para hacer que volviera del exilio. Con ayuda de Pompeyo (que había sido siempre amigo de Cicerón) se lo consiguió, y en 57 a. C. Cicerón volvió a Roma.
Luego el Senado trató de neutralizar el poder de Clodio. Este había ganado gran popularidad entre los pobres supervisando las distribuciones gratuitas de cereales, pero su fuerza principal estaba en su banda de matones, formada por gladiadores.
El Senado combatió al hierro con hierro. Uno de los tribunos que se mostró más activo en conseguir el retorno de Cicerón fue Tito Annio Milo Papiniano, casado con una hija de Sila. Este Milo organizó una banda de gladiadores propia, y desde entonces las continuas luchas de estas pandillas rivales sembraron el terror en Roma. Los ciudadanos comunes eran presas del pánico mientras estos grupos (exactamente como los gángsters modernos) se adueñaban de la ciudad.
Finalmente, en 52 a. C., las dos bandas se enfrentaron inesperadamente, con Milo y Clodio al frente de ellas. En la «batahola» que se produjo, Clodio fue muerto.
Este hecho sumió a Roma prácticamente en la anarquía. Los partidarios de Clodio hervían de rabia. Milo fue llevado a juicio, y Cicerón, naturalmente, lo defendió. La desenfrenada muchedumbre y los soldados hostiles que llenaron el Foro aterrorizaron al pobre Cicerón hasta reducirlo casi a la afonía. Sólo pudo pronunciar entre dientes un débil discurso. Milo fue condenado y enviado al exilio.
Con todo, desaparecido Clodio, la situación mejoró para los conservadores. Hacía tiempo que habían reconocido su error al humillar a Pompeyo a su retorno de Asia y se habían arrepentido de ello. Llegaron a comprender que no había habido ninguna razón para tratar a Pompeyo de esa manera, pues no era el tipo de hombre capaz de imponerse a Roma. De habérsele tenido en amistad con el Senado, podía haber sido usado por los conservadores contra César, quien (como comprendían ahora los senadores) era justamente el tipo de hombre capaz de imponerse a Roma.
Tal vez no fuera demasiado tarde. Pompeyo había estado observando los triunfos de César en la Galia y se había llenado de envidia. A fin de cuentas, se suponía que era Pompeyo el gran general, no César.
César sabía perfectamente bien que sus éxitos despertarían la envidia de Pompeyo, y también de Craso, y que tendría que tratar de apaciguar a sus dos asociados. En 56 a. C., César se encontró con Pompeyo y Craso en Luca, sobre el límite meridional de la Galia Cisalpina.
Se convino que Pompeyo y Craso serían cónsules en 55 a. C. Además, Pompeyo y Craso también obtendrían gloria militar, si lo deseaban. César conservaría la Galia por cinco años más, pero Pompeyo tendría España y Craso podía tener Siria.
Esto le venía bien a Craso. Mientras Pompeyo había ganado mucha gloria en Asia y César la estaba ganando en Galia, Craso sólo tenía en su haber una victoria sobre esclavos. Craso pensó que ahora se le presentaba la ocasión de mostrar lo que realmente podía hacer. Además, el rico y espléndido Oriente era donde más fácilmente podía aumentar su ya enorme riqueza. No había en el acuerdo ninguna estipulación específica por la cual Craso tuviese que librar una guerra, pero estaba perfectamente claro que iba al Este a obtener un triunfo militar.
En cuanto a Pompeyo, el nuevo acuerdo también lo favorecía. No iría a España, donde todo estaba en calma, sino que enviaría allí a lugartenientes. El permanecería en Roma, donde podía estar en el centro de los sucesos. Si algo ocurría a César o a Craso, o a ambos, Pompeyo pensó que ello podía redundar fácilmente en su beneficio.
Mientras estuvo solo en Roma, y los otros dos triunviros fuera, fue un blanco fácil de los intrigantes conservadores. El nuevo acuerdo y su amor por la hija de César mantuvo a Pompeyo leal a éste por un tiempo. Desgraciadamente, Julia murió en 54 a. C., a los treinta años, y con ella desapareció el vínculo más fuerte que unía a los dos triunviros.
Luego, llegaron dramáticas noticias del Este.
Craso había zarpado hacia Oriente sólo después de superar una considerable oposición. El Senado no quería que el tercero de los triunviros se convirtiese también en un héroe militar. Además, muchos de los romanos más supersticiosos pensaban que sería infausto entrar en guerra sin una provocación. A lo largo de toda su historia, los romanos siempre esperaron tener alguna excusa, por trivial que fuese, antes de entrar en guerra, y Craso no iba a esperar tal excusa. Hasta hubo intentos de impedir la partida de Craso por la fuerza, pero fracasaron, y Craso se marchó.
Por la época de la partida de Craso, los romanos ya dominaban todas las partes de Asia de lengua y cultura griegas: Asia Menor y Siria.
Más allá de esas tierras se extendían hacia el Este vastas extensiones que antaño habían pertenecido al Imperio Persa y habían sido conquistadas por Alejandro Magno. Durante un siglo y medio después de la muerte de Alejandro, esas regiones habían permanecido bajo la dominación cada vez más débil del Imperio Seléucida, pero la cultura griega nunca había echado raíces duraderas en ellas.
Por el 250 a. C., las tribus nativas de la región situada al sudeste del mar Caspio se rebelaron contra los seléucidas y crearon un reino que, después de algunos altibajos, logró finalmente dominar el territorio de lo que es el Irán moderno. En 140 a. C. habían conquistado la Mesopotamia (el moderno Irak) de los seléucidas y limitado a Siria a este declinante imperio.
Ese reino oriental —llamado Partia, que es una forma de la palabra «Persia»— se extendió aún más hacia el Este en 130 a. C., hasta abarcar la región que hoy constituye el Afganistán y ampliar sus fronteras hasta la misma India. En el Oeste, Mitrídates del Ponto y Tigranes de Armenia detuvieron la expansión de los partos, pero, con la derrota de estos monarcas por Roma, esa muralla occidental quedó muy debilitada.
Así, Partia se convirtió en una importante potencia y en una amenaza para Roma. En 64 a. C., el monarca parto Fraates II derrotó a Tigranes, que era ahora aliado de Roma. Pero Pompeyo, que por entonces se hallaba en Siria, envió embajadores para arreglar las cosas y salvar al rey armenio.
Después de la muerte de Fraates, dos de sus hijos se disputaron el trono, y uno de ellos, Orodes, acababa de obtener la victoria final y proclamarse rey de los partos cuando llegó Craso. Este intentó aprovechar la confusión resultante de la guerra civil de los partos para conquistar el país. Hay indicios de que hasta pensaba extenderse más aún, hasta la fabulosa India, que estaba más allá de Partia.
En 54 a. C., Craso hizo correrías por Mesopotamia y halló escasa resistencia. Dejó guarniciones en algunos de los lugares principales y retornó a Siria para planear la expedición principal del año siguiente. En la primavera de 53 a. C. dejó siete legiones del otro lado del Eufrates y penetró más de 150 kilómetros tierra adentro desde el Mediterráneo.
Su intención era seguir el curso del río hasta Ctesifonte, la capital parta. Pero Craso fue guiado por un jefe árabe que, al parecer, estaba secretamente al servicio de los partos.
El árabe persuadió a Craso a que atacara más al Este, lejos del río y en regiones desérticas. El ejército parto esperaba cerca de Garres, ciudad cuyo nombre antiguo era Harrán, donde el patriarca bíblico Abraham había vivido algunos años durante su migración de Ur de los Caldeos a Canaán.
El ejército parto tenía una fuerte caballería, particularmente hábil en el uso del arco. Aparecía como el rayo, hacía todo el daño posible y luego daba media vuelta para huir. Y cuando el ejército enemigo se lanzaba en su persecución, cada jinete parto se elevaba en su silla y lanzaba una flecha hacia atrás por encima del hombro. El enemigo, cogido de sorpresa a menudo, quedaba sumido en la confusión por este repentino e inesperado ataque. Por esta razón, la frase «flecha del parto» llegó a significar todo dañino golpe de último momento, de palabra o de hecho.
Craso carecía de la habilidad necesaria para ajustar su estrategia a las exigencias de la situación. Pompeyo quizá la tuviera; César ciertamente la tenía, pero Craso no. Libró la batalla según las estrictas reglas romanas de la guerra, como si estuviese luchando nuevamente contra el ejército de Espartaco de esclavos rebeldes.
El hijo de Craso condujo a la caballería romana en una tentativa de rechazar a los partos, pero fracasó y fue muerto. Un grupo de partos burlones se lanzó hacia el cuerpo principal del ejército romano, pero no para luchar... por el momento. En el extremo de una lanza llevaban la cabeza del hijo de Craso.
Produjo un efecto espeluznante sobre el ejército, aunque Craso dio inesperadas muestras de valentía romana gritando a los soldados: « ¡No os desalentéis! ¡La pérdida es mía, no vuestra! »
Pero era también una pérdida del ejército, pues fue gradualmente destrozado, y cuando Craso trató de negociar una tregua, los partos lo mataron; lo que quedó del ejército tuvo que abrirse camino luchando para volver a Siria.
Se cuenta que llevaron la cabeza de Craso al rey parto, quien ordenó que le volcasen oro fundido en la boca. «Esto es lo que has codiciado toda tu vida —dijo—. Pues cómelo ahora.» (Esto suena a invención de los historiadores romanos con fines moralizantes.)
Los romanos no lo sabían a la sazón, desde luego, pero la derrota de Garres marcó un viraje decisivo en su historia. Hasta entonces, las derrotas romanas, aun las derrotas sufridas ante hombres como Pirro, Aníbal y Mitrídates, siempre habían sido vengadas. Los enemigos de Roma luego fueron derrotados y, en definitiva, sus patrias —Epiro, Cartago y el Ponto— cayeron bajo la dominación romana.
No ocurrió así en el caso de Partía. Los romanos derrotarían a los partos en varias ocasiones, pero nunca conquistarían su país. Partia siguió siendo el límite oriental permanente en el que tuvo que detenerse la expansión romana. Es interesante, por ello, que la batalla de Garres (53 a. C.) haya tenido lugar en el 700 A. U. C., exactamente siete siglos después de la fundación de Roma.
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