miércoles, julio 12

libro octavo. cap 3

XXI. Aprobada por todos esta resolución, Comió se pasó
huyendo a aquellos pueblos de Germania de quienes había recibido
auxilios para esta guerra. Los demás, sin detención, enviaron
diputados a César, pidiéndole: «Se contentase con aquel castigo, que
aun pudiendo y sin haber abatido sus fuerzas con la victoria, nunca
se le impondría tal por su clemencia y humanidad; que había
quedado desbaratado su poder con la batalla ecuestre; habían
perecido muchos millares de gente escogida de infantería, quedando
apenas quienes les llevasen la infausta noticia; pero que con todos
estos males le aseguraban haber conseguido un gran bien en que
Correo, autor de aquel levantamiento y alborotador de la
muchedumbre, hubiese quedado sepultado en sus ruinas; pues nunca
en vida de él había podido tanto en la ciudad el Senado como la necia
plebe. »
XXII. Hecha esta súplica por los diputados, les trajo César a la
memoria: «Que el año pasado ellos, y todas las demás provincias de
la Galia habían emprendido a un mismo tiempo la guerra, pero
ninguno permaneció en su resolución con tanta obstinación como
ellos, no habiéndose querido reducir a la razón y cordura con la
entrega y rendición de los demás; que sabía y entendía muy bien con
cuánta facilidad se atribuyesen las causas de los yerros a los
muertos, pero que nadie era tan poderoso que con el flaco ejército de
la plebe fuese capaz de emprender y sostener una guerra contra la
voluntad de los principales, contradiciéndolo el Senado y oponiéndose
todos los buenos. Mas con todo eso él quedaría satisfecho con aquel
castigo que ellos mismos se habían acarreado. »
XXIII. A la noche siguiente volvieron los diputados con la
respuesta a los suyos, y sin más detención aprontaron los rehenes.
Concurrieron allí mismo los comisionados de otras ciudades que
observaban el éxito de los boveses, trajeron sus rehenes y
obedecieron las órdenes que se les dieron, menos Comió, a quien el
temor no dejaba fiar de nadie su persona. Porque estando César el
año antes administrando justicia en Lombardía, averiguó Labieno que
este Comió solicitaba las ciudades y tramaba una conjuración contra
César, por lo cual, creyendo que sin injusticia podía oprimir su
perfidia y que aunque le llamase a sus reales no vendría, por no
hacerle más cauto por otros medios, envió a C. Voluseno Cuadrato,
que con pretexto de alguna conferencia procurase matarle, para cuya
empresa le dio unos centuriones escogidos. Habiendo venido a la
plática, y tomado la mano a Comió, que era la seña acordada, uno de
los centuriones, como irritado de la familiaridad tan poco usada,
arremetiendo a él, le dejó maltrecho de la primera cuchillada que le
descargó en la cabeza, aunque no acabó de matarle, porque se lo
estorbaron prontamente los que le acompañaban. Unos y otros
sacaron las espadas, pensando no tanto en ofenderse como en huir,
los nuestros por creer que era mortal la herida de Comió, y los galos
porque, conocida la traición, temían más de lo que veían. Con esto se
dijo que Comió había hecho propósito de no ponerse jamás delante
de ningún romano.
XXIV. Debeladas estas gentes tan belicosas, y viendo César que
no quedaba ya nación que pudiese romper la guerra para oponérsele,
pero que todavía se salían algunos de los pueblos y huían de los
campos para evitar el yugo del Imperio, determinó repartir el ejército
en diversas partes. Incorporó consigo al cuestor M. Antonio con la
legión undécima. Despachó al lugarteniente C. Fabio con veinticinco
cohortes a una parte de la Galia más distante, porque tenía noticia
que estaban todavía en armas algunas ciudades de ella, y creía que
Caninio Rebilo, que mandaba en aquel paraje, no tenía muy seguras
las dos legiones de su cargo. Llamó a sí a T. Labieno, y envió la
legión duodécima que éste había mandado en la invernada a
Lombardía, para defensa de las colonias romanas, y que no les
sucediese una desgracia igual a la que acaeció el verano anterior a
los pueblos de Istria, que fueron sorprendidos de una inundación y
pillaje repentino de los bárbaros. Él marchó a talar y destruir las
tierras de Ambiorix el cual andaba atemorizado y fugitivo; y
desconfiando de reducirle a su obediencia, creía que era lo más
conveniente a su reputación abrasar de tal manera sus tierras,
haciendo todo el daño posible en los hombres, en los ganados y en
los edificios, que cayendo en odio de los suyos, si algunos amigos le
había dejado la fortuna, no tuviese acogida en su país por haberle
causado tantas calamidades.
XXV. Extendidas por sus tierras las legiones o las tropas
auxiliares, asolado todo con muertes, incendios y robos, matando y
cautivando muchas gentes, envió a Labieno con dos legiones contra
Tréveris, cuyos moradores ejercitados en continuas guerras por la
inmediación a Germania, no se diferenciaban mucho de los germanos
en su grosería y fiereza, ni obedecían jamás a las órdenes sino
obligados por fuerza de armas.
XXVI. En este intermedio, informado el teniente general C.
Caninio por cartas y avisos de Duracio de que se había congregado
una gran multitud de gente en los términos de Poitou, el cual, aun
rebelada una parte de su Estado, se había mantenido siempre fiel a la
amistad del Pueblo Romano, marchó la vuelta de la ciudad cíe
Poitiers. Cuando ya estaba cerca, sabiendo con certeza de los
cautivos que, encerrado en ella Duracio, era combatido por muchos
millares de hombres a las órdenes de Dumnaco, general de Agen, y
no atreviéndose a oponer sus legiones debilitadas a los enemigos,
sentó su real en un sitio fuerte por naturaleza. Informado Dumnaco
de que se acercaba Caninio, dirigió todas sus tropas contra los
romanos, resuelto a atacar su campo. Después de consumidos
muchos días en este intento, sin haber podido forzar parte alguna de
las fortificaciones, volvió otra vez al cerco de Poitiers.
XXVII. A este tiempo, el lugarteniente Fabio redujo muchas
ciudades a la obediencia, las aseguró con rehenes y fue avisado por
cartas de Caninio de lo que pasaba en Poitou, con cuya noticia se
puso en marcha para socorrer a Duracio. Dumnaco, que supo la
venida de Fabio, desconfiando de su salud si a un mismo tiempo se
veía en precisión de resistir al ejército de Fabio, al enemigo de fuera,
y estar atento, y recelarse de los sitiados, levantó al momento el
campo, y aun no se tuvo por seguro si no pasaba con sus tropas el
Loire, que por su profundidad tenía construido puente. Fabio, aunque
no había llegado a avistar al enemigo ni incorporádose a Caninio, con
todo, guiado por gentes prácticas de la tierra, creyó más bien que
amedrentados los enemigos se encaminarían a aquel paraje adonde,
con efecto, se enderezaban. Así dirigió su marcha al mismo puente y
dio orden a la caballería que se adelantase a las legiones, tanto
cuanto pudiese volver a los mismos reales sin cansar los caballos.
Alcanzó nuestra caballería, conforme a la orden, y acometió al
ejército de Dumnaco; y dando sobre la marcha en los temerosos y
fugitivos con el peso de sus cargas, mató una gran parte y se
apoderó de mucha presa. Con esto, logrado el golpe, se retiró a los
reales.
XXVIII. La noche siguiente echó Fabio delante la caballería,
dispuesta para pelear y estorbar la marcha hasta que él llegase. Para
que se ejecutase la acción según sus órdenes. Q. Acio Varo, general
de la caballería, varón de singular valor y prudencia, animó a su
gente; y habiendo alcanzado el ejército enemigo, dispuso parte de los
suyos en puestos ventajosos, y con otra parte dio la batalla. Hizo alto
animosamente la caballería enemiga sostenida de toda la infantería,
formada con todo el resto para dar socorro a los suyos. Trabóse la
batalla con gran denuedo; porque los nuestros, despreciando al
enemigo, a quien habían vencido el día antes, y en la confianza de
que venían detrás las legiones con el pundonor de no ceder y la
codicia de acabar por sí la acción, pelearon contra la infantería con el
mayor esfuerzo; y los enemigos, creyendo que no se les juntarían
más tropas como el día anterior, juzgaban se les había venido a las
manos la ocasión de deshacer del todo nuestra caballería.
XXIX. Duraba algún tiempo el choque muy porfiado, y
preparaba Dumnaco la infantería para que sirviese de refuerzo a los
suyos, cuando llegaron de repente las legiones formadas a la vista de
los enemigos. Con su vista, desbaratadas las cohortes de a caballo,
amedrentadas las de a pie y perturbado el escuadrón del convoy, con
gran grita y carrera se pusieron en fuga. Entonces nuestra caballería,
que había peleado antes con tanto valor contra los que le hacían
frente, animados con la alegría de la victoria y levantando una grande
algazara, partieron en seguimiento de los fugitivos y mataron cuantos
las fuerzas de los caballos pudieron alcanzar y los brazos descargar
golpes. Así, muertos más de doce mil hombres, unos armados, otros
que de miedo habían arrojado las armas, se tomó todo el equipaje.
XXX. Después de esta derrota, se supo que Drapes de Sens (el
cual luego que se rebeló la Galia, recogiendo la gente perdida de
todas partes, llamando a la libertad a los esclavos, convidando a los
desterrados de todas las ciudades, y admitiendo a los ladrones, había
robado varias veces nuestros convoyes y vituallas) se encaminaba a
la provincia con solos dos mil hombres recogidos de la fuga, y se
había unido con él Lucterio de Cahors, de quien se dijo en el libro
anterior que había intentado hacer una entrada en la provincia en el
primer levantamiento de la Galia. Marchó en su seguimiento el
lugarteniente Caninio con dos legiones, no fuese que con el miedo o
daños de la provincia se recibiese una infamia grande por los
latrocinios de aquella gente perdida.

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