El suevo Ricimero
Lo que quedó del ámbito romano en Occidente, fue disputado una vez más por dos generales que habían combatido bajo Aecio. Uno de ellos era Avito (Marcus Maecilius Avitus), quien descendía de una antigua familia gala. El otro era Ricimero, hijo de un cacique suevo.
Avito llevó adelante la política de Aecio en su Galia natal, tratando de usar a los bárbaros para salvar todo lo posible de la tradición romana. Formó una alianza con el rey visigodo Teodorico II, quien aprovechó la paz en la Galia para concentrar su atención en España. Allí, en 456, empezó a extender sus posesiones a expensas de los suevos. Con el tiempo, prácticamente toda España fue visigoda. Desde Bretaña a Gibraltar, los visigodos dominaban en todas partes, pero en las montañas del norte de España algunos suevos y los vascos nativos mantuvieron una precaria independencia.
Mientras tanto, las noticias de que Genserico había saqueado Roma y de que el trono imperial se hallaba vacante tentaron a Avito. Tenía el respaldo del poderoso Teodorico y obtuvo el consentimiento del Emperador de Oriente, Marciano. Durante breve tiempo, en 456, Avito fue emperador de Occidente.
Pero en oposición a él se hallaba Ricimero. Puesto que era de origen suevo, no cabía esperar que apoyase al hombre cuya alianza con los visigodos había conducido a la práctica extinción de los suevos en España.
Y la oposición de Ricimero no era de tomar a la ligera. En 456, expulsó de Córcega a una flota vándala, y todo el que por entonces pudiese brindar el espectáculo de una victoria romana sobre los odiados vándalos se convertía en el favorito de Roma. Cuando Ricimero ordenó que Avito abandonase el trono, éste tuvo que obedecer.
En lo sucesivo, durante dieciséis años Ricimero fue el verdadero gobernante de Roma, designando una serie de emperadores nominales a través de los cuales gobernó.
El primero al que colocó en el trono fue Majoriano (Julius Valerios Majorianus), quien también habría luchado bajo Aecio. La primera tarea era la guerra con los vándalos. Un contingente de vándalos que saqueaba la costa de Italia al sudeste de Roma fue sorprendido y atacado por tropas imperiales, que rechazaron a los vándalos a sus barcos haciendo gran mortandad entre ellos.
Estimulado por este triunfo, Majoriano preparó una poderosa flota para invadir África. Para esto, necesitaba la ayuda del rey visigodo, Teodorico. Al principio, Teodorico II, recordando el destino de su viejo aliado Avito, no se mostró dispuesto a brindar su ayuda. Cuando los visigodos perdieron una batalla en la Galia ante las tropas imperiales, Teodorico juzgó que era mejor unirse a la causa común contra los vándalos, como ocho años antes su padre se había unido a la causa común contra los hunos. La flota romano-goda se reunió en Cartagena, en España.
Pero Genserico estaba en guardia. En un ataque repentino, su flota sorprendió a la flota imperial aún no preparada y la destruyó, en 460. El desconcertado Majoriano se vio obligado a hacer la paz y volver sin gloria a Roma, donde Ricimero, juzgando que ya no era útil, lo obligó a dimitir en 461 (1214 A. U. C.). Cinco días más tarde fue muerto, quizás envenenado.
Los intentos de Ricimero de nombrar otros emperadores fueron obstaculizados por el hecho de que León I, el Emperador de Oriente, negó su necesario consentimiento. La fuerza creciente de León I le hizo pensar en la posibilidad de unir todo el Imperio bajo su mando, como antaño había estado unido bajo Teodosio I, casi un siglo antes.
Para empezar, León necesitaba que en el trono occidental hubiese alguien a quien pudiese considerar como su títere seguro. Después de muchas negociaciones con Ricimero, llegaron a un acuerdo y éste aceptó al candidato de León, Antemio, quien era yerno del emperador Marciano, predecesor de León en el trono de Constantinopla. Antemio se convirtió en el Emperador de Occidente en 467 (1220 A. U. C.) y su posición quedó fortalecida cuando Ricimero, el verdadero gobernante de Roma, se casó con la hija de Antemio.
El paso siguiente de León fue enviar su flota contra los vándalos, para realizar la tarea que Majoriano había sido incapaz de llevar a cabo. Con la gloria que le brindaría una victoria y con la anexión de África conquistada para su trono, parecía no haber límites a lo que pudiera realizar en el futuro. Se preparó una enorme flota de más de 1.100 barcos, tripulada, según relatos de la época, por 100.000 hombres.
Cerdeña fue arrancada a los vándalos con esa flota, y un ejército desembarcó en África. Durante un tiempo, las cosas se presentaron mal para el anciano Genserico, que entonces se hallaba en sus setenta y tantos años. Pero Genserico, al observar que la flota imperial estaba negligentemente custodiada y apiñada en el puerto por el mismo exceso de su número, pensó que ofrecía un blanco tentador.
Durante la noche, Genserico envió barcos en llamas que fueron a la deriva contra la enorme flota, la cual pronto quedó reducida a ruinas. Las tropas imperiales se vieron obligadas a huir como pudieron y toda la expedición terminó en un grotesco fracaso.
Sin embargo, León logró sacar algún provecho de esta situación. Logró culpar del fracaso a su general Aspar y lo hizo ejecutar en 471. Esto puso fin a la influencia germana en el Imperio Oriental.
En el Oeste, Ricimero trató de salvar la situación acusando a Antemio y deponiéndolo en 472 (1225 A. U. C.). Luego eligió un títere propio, pues León ya no estaba en condiciones de ejercer influencia alguna en Occidente. El títere fue Anicio Olibrio, quien se había casado con Placidia, la hermana de Valentiniano III, lo que le permitió obtener algo de la aureola del gran Teodosio I. Pero Olibrio y Ricimero murieron ese mismo año.
El camino quedaba despejado para que León I intentase elegir un títere suyo, y en 473 eligió a Julio Nepote (pariente de León por matrimonio) como Emperador de Occidente.
Pero León murió en 474. Su nieto, que también era hijo del general de su cuerpo de guardia isaurio, le sucedió con el nombre de León II, reinó unos pocos meses y murió. El general isaurio Zenón, padre de León II se convirtió entonces en el Emperador de Oriente.
A la muerte de León I, el Imperio Romano de Oriente estaba aún completamente intacto. Sus fronteras seguían siendo prácticamente las mismas que a la muerte de Teodosio I, ochenta años antes o, también, que en la época de Adriano, tres siglos y medio antes.
No ocurría lo mismo con el Imperio Romano en Occidente. En 466, Teodorico II, del Reino Visigodo, había sido muerto por su hermano Eurico, bajo el cual el Reino llegó a la cúspide de su poder. Eurico hizo publicar codificaciones del derecho romano, adaptándolo a las tradiciones godas, para que su gobierno no fuera un mero bandolerismo bárbaro. En verdad, bajo el régimen asentado de los godos, quizás el campesinado estuvo mejor que bajo el débil gobierno de los romanos antes de la llegada de los visigodos. Los nativos vivían bajo sus propias leyes, y sus derechos eran respetados. Los godos se apoderaron de dos tercios de las tierras, el ganado y los esclavos, y, desde luego, los terratenientes romanos despojados sufrieron. También, el populacho se resentía del cristianismo arriano de sus amos godos. Con todo, la vida cotidiana no mostró ningún repentino descenso a una edad oscura.
El tercio sudoriental de la Galia quedó bajo el firme dominio de los burgundios en expansión, cuya frontera ahora lindaba con la de los visigodos. Y en el sudeste de Britania los anglosajones se establecieron firmemente.
En el norte de la Galia, una parte de la población nativa conservó su independencia. Formó el Reino de Soissons, centrado en esta ciudad, situada a unos cien kilómetros al noreste de París. Fue gobernado por Siagrio, el último gobernante de una parte considerable de la Galia que cabe considerar romano, aunque se había revelado contra Roma y mantenido su independencia de la corte imperial.
En África aún gobernaba Genserico. Murió en 477, época en que había llegado a la avanzada edad de ochenta y siete años. Había gobernado África durante casi medio siglo y siempre había sido victorioso. De todos los bárbaros que provocaron la ruina del Imperio Romano en el siglo V, él fue el más capaz y el de mayor éxito.
Prácticamente, todo lo que le quedaba a la corte imperial de Ravena era la misma Italia e Iliria.
Ricimero es el más acabado ejemplo de como se manejaban los asuntos públicos en una época en que Roma ya no era ni la sombra de lo que había sido. Los fugaces emperadores eran marionetas en manos de un bárbaro que solo por esa condición de su nacimiento no podía aspirar al trono,el que tal vez hubiera manejado mejor de haber reinado abiertamente o habiendo consentido en ser un procónsul del emperador de Oriente. Ricimero no quiso ser otro Aecio en los campos de batalla, pero mantuvo durante veinte años a raya a los bárbaros enfrentadolos irónicamente con otros bárbaros, como había hecho el vencedor de Atila. Con la muerte de este "hacedor de emperadores" puede decirse que Roma murió como Imperio también, aunque por unos años más se quiso preservar esta ficción.
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