martes, diciembre 20

Parte 49. El ostrogodo teodorico

El ostrogodo Teodorico
Sus ojos se dirigieron a los ostrogodos.
Los ostrogodos habían caído bajo la férula de los hunos un siglo antes, cuando los visigodos, que estaban más al Oeste, lograron evitar el mismo destino entrando en el Imperio Romano como refugiados. Los ostrogodos permanecieron sometidos por ochenta años, y lucharon al lado de los hunos en la batalla de los Campos Cataláunicos.
Después de la muerte de Atila y el derrumbe del imperio huno, los ostrogodos se liberaron nuevamente. Hicieron periódicamente incursiones por el Imperio Occidental y se establecieron al sur del Danubio, donde fueron un constante perjuicio y amenaza para Constantinopla. En 474, los ostrogodos se encontraban bajo el mando de un líder capaz, Teodorico.
Zenón pensó que podía matar dos pájaros de un tiro. Nombró delegado al ostrogodo Teodorico y lo envió contra el hérulo Odoacro. De este modo, para empezar, pudo librarse de los ostrogodos. Y la lucha entre los dos germanos, pensó, debilitaría a ambos.
En 488 (1241 A. U. C.), Teodorico partió al Oeste con la bendición complacida de Zenón. Bordeó el norte del mar Adriático y penetró en Italia, donde derrotó a Odoacro en dos batallas distintas. En 489, Odoacro estaba sitiado en Ravena.
Teodorico llevó adelante el asedio paciente e incansablemente, y en 493 (1246 A. U. C.) Ravena se vio obligada a capitular. Teodorico, violando las condiciones de la rendición, mató a Odoacro por su propia mano.
Luego Teodorico gobernó como monarca indiscutido sobre Italia, Iliria y las regiones situadas al norte y al oeste de Italia. Su posición fue reconocida por Anastasio, el nuevo emperador, quien había subido al trono a la muerte de Zenón, en 491.
Teodorico fue rey durante toda una generación, y su gobierno fue tan capaz, justo y benigno, y su reinado tan próspero, que a veces se lo llamó «Teodorico el Grande».
En verdad, el primer cuarto del siglo VI fue un período excepcional para Italia. Comparado con el siglo de pesadilla que había empezado con la invasión de Alarico, Italia, bajo Teodorico, parecía el cielo. De hecho, no había sido tan bien gobernada desde la época de Marco Aurelio, tres siglos antes.
Teodorico fue un guardián consciente de la herencia romana. Aunque sus godos se adueñaron de gran parte de las que habían sido tierras del Estado en Italia, lo hicieron con un mínimo de injusticia para los terratenientes privados. La población romana no fue oprimida y los romanos pudieron alcanzar altos puestos bajo los godos, como los germanos habían alcanzado altos cargos bajo los romanos. La corrupción entre los funcionarios fue reducida al mínimo, los impuestos disminuyeron, los puertos fueron dragados y las ciénagas desecadas. La agricultura prosperó en esta época de profunda paz. La ciudad de Roma vivió en calma, sin saqueos como los dos del siglo V, y el Senado romano fue respetado. Aunque Teodorico era arriano, tuvo tolerancia para con sus súbditos católicos. (En los dominios de los vándalos y los visigodos arrianos, en cambio, los católicos sufrieron períodos de persecución.)
Hasta parecía que la cultura romana podía alcanzar un nuevo brillo. Casiodoro (Flavius Magnus Aurelius Cassiodorus Senator) nació en el 490 y llegó a la patriarcal edad de noventa y cinco años. Fue tesorero de Teodorico y sus sucesores. Dedicó su vida al saber y fundó dos monasterios para reunir y copiar libros famosos de toda clase. El mismo escribió voluminosos tratados en los campos de la historia, la teología y la gramática. También escribió una historia de los godos, que indudablemente sería valiosísima si la tuviéramos, pero se ha perdido.
Boecio (Anicius Manlius Severinus Boethius), nacido en 480, fue el último de los filósofos antiguos. Fue cónsul en 510, y sus dos hijos también fueron cónsules juntos en 522. El sentimiento de que Roma era aún lo que había sido antaño surgió con tanta fuerza que Boecio pensó haber llegado a la cumbre de la felicidad al ver a sus hijos lograr un título eminente que, en verdad, carecía de toda significación, excepto por el honor que confería o parecía conferir. (Desgraciadamente, Boecio fue enviado a prisión en sus últimos años por un Teodorico que estaba envejeciendo, era cada vez más receloso y temía que el filósofo estuviera intrigando con el Emperador Oriental. Finalmente, fue ejecutado.)
Presuntamente, Boecio era cristiano, pero esto no aparece claramente en sus obras filosóficas, que conservan un resabio del estoicismo de los grandes días del Imperio pagano.
Tradujo algunas obras de Aristóteles al latín y escribió comentarios sobre Cicerón, Euclides y otros autores antiguos. Estas obras, pero no los originales, sobrevivieron en la primera mitad de la Edad Media, por lo que Boecio fue el último rayo de luz que iluminó la posterior oscuridad.



En verdad, en esos primeros años del siglo VI parecía posible esperar que Roma absorbiera el efecto de las invasiones bárbaras y que germanos y romanos se fusionasen para formar un Imperio rejuvenecido, más fuerte aún que antes.
Por desgracia, los líderes germanos eran arrianos, y aunque germanos y romanos pudieran mezclarse, no ocurría lo mismo entre arrianos y católicos.
Lamentablemente, también, la afluencia de tribus germánicas no había terminado y no se iba a seguir manteniendo la situación tal como era durante los primeros tiempos del reinado de Teodorico.
En la Galia del Noreste, los francos, quienes por siglo y medio habían permanecido razonablemente calmos, cayeron ahora bajo el mando de un dinámico jefe llamado Clodoveo. En 481, cuando llegó al poder, Clodoveo sólo tenía quince años. Cinco años después, empero, tras haber consolidado su poder sobre su pueblo, tuvo edad suficiente para iniciar un programa de expansión.
El primer blanco de Clodoveo fue Siagrio, el gobernante de Soissons. Siagrio fue atacado, derrotado y muerto en 486 (1239 A. U. C), y así desapareció el último trozo de territorio de lo que había sido antaño el Imperio Romano de Occidente que aún estaba gobernado por pueblos nativos del Imperio.
Una larga era llegó a su fin. Habían pasado mil doscientos treinta y nueve años desde que se fundase a orillas del Tíber una pequeña aldea llamada Roma. Había llegado a ser la mayor nación del mundo antiguo, había creado un Imperio que brindó paz a cien millones de personas y un sistema de leyes a las generaciones siguientes. Había adoptado una religión oriental, le había insuflado el espíritu romano y legado a la posteridad. Pero ahora, en 1239 A. U. C., no gobernaba nadie en el Oeste que pudiese considerarse como un verdadero y directo descendiente de la tradición romana.
Sin duda, la mitad oriental del Imperio estaba aún intacta, y aún iba a tener grandes emperadores, pero el Imperio Oriental se estaba alejando del horizonte del Oeste en desarrollo. Desempeñaría un pequeño papel en el desarrollo de una nueva civilización que iba a surgir en lugar del Imperio Romano.
Al desaparecer la última porción del Imperio Occidental, Europa dio un viraje decisivo. ¿Quién iba a construir la nueva civilización sobre las ruinas de la antigua? Los francos y los godos estaban en el escenario. Otros, aún desconocidos, iban a seguirlos: lombardos, hombres del Norte y árabes. Hasta el Imperio Oriental iba a intentar una vuelta al pasado.
Pero los verdaderos herederos de Roma en Occidente iban a ser los francos. La victoria de Clodoveo en Soissons fue el primer susurro de un nuevo Imperio Franco futuro y una nueva cultura franca —centrada en París, y no en Roma— que iba a conducir a la Alta Edad Media y, más tarde, a nuestro mundo actual.

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