Arcadio
A la muerte de Teodosio, sus dos hijos heredaron el trono. Arcadio, el mayor, que tenía diecisiete años, gobernó el Imperio Romano de Oriente desde Constantinopla. Honorio, el más joven, de sólo once años, gobernó el Imperio Romano de Occidente desde Milán.
En teoría, el Imperio era todavía uno e indiviso y sólo tenía dos emperadores que compartían el gobierno, como había ocurrido de tanto en tanto durante el siglo transcurrido desde Diocleciano. Por ejemplo, las leyes y edictos se promulgaban en nombre de ambos emperadores. Luego, la venerable institución del consulado por la cual cada año, desde el 509 a. C., el ámbito romano elegía o designaba dos cónsules, siguió de un modo especial: un cónsul ocupaba el cargo en Roma y otro en Constantinopla. (El consulado continuó hasta el 541, de modo que, en total, la institución duró más de mil años.)
Pero de hecho, las dos mitades del Imperio permanecieron distintas y separadas después de la muerte de Teodosio y hasta hubo hostilidades entre ellas. Los gobernantes de una a menudo estaban dispuestos a perjudicar a la otra, si de esta manera podían obtener alguna ventaja a corto plazo.
Una disputa particularmente irritante entre las dos mitades del Imperio era de carácter territorial. Iliria estaba al oeste de la línea de Norte a Sur que separaba a las dos mitades y comúnmente era considerada parte de Occidente. Sin embargo, la corte de Constantinopla la codiciaba y se apoderó de una parte de ella. El Oeste se resintió por esta acción, e Iliria fue un perpetuo motivo de enemistad entre ellos. Fue esta disputa, exacerbada por las ambiciones de hombres implacables y crueles de ambas partes, lo que realmente dividió al Imperio, no sólo la existencia de dos co-emperadores.
Además, existía la tendencia (aún suave en tiempos de Teodosio) a las disputas religiosas entre el Este y el Oeste, y la pugna en lento crecimiento por la supremacía entre el obispo de Roma y el patriarca de Constantinopla.
Signos de esto aparecieron en relación con una querella religiosa que convulsionaba a la sazón al Imperio Oriental. Se centraba alrededor de un hombre destinado a convertirse en el más famoso de los Padres Griegos de la Iglesia: Juan, conocido como Crisóstomo («boca de oro») por la habilidad de su oratoria y sus efectos sobre el auditorio.
Juan Crisóstomo nació en Antioquía en 345, de una familia noble y rica, y recibió instrucción jurídica. No hay duda de que, con estas ventajas mundanas y sus talentos naturales, habría sido un maravilloso abogado. Pero alrededor de 370 se dedicó a la religión y decidió ser un ermitaño. Durante años se enterró en las regiones desérticas al este de Antioquía y sólo una enfermedad le obligó a retornar al mundo. Entró entonces en el sacerdocio y pronto se hizo muy popular entre los auditorios que se reunían para oír sus conmocionantes sermones. Pero no fue sólo su hábil oratoria lo que le hizo popular. Llevó una vida de ejemplar moralidad y usó su riqueza e influencia para crear hospitales y aumentar la caridad a los pobres; de éstas y otras maneras, se convirtió en un merecido favorito del pueblo.
En 398, tres años después de la muerte de Teodosio, el patriarca de Constantinopla murió y Juan Crisóstomo fue designado para sucederle. Pudo, entonces extender su influencia a una esfera más amplia, y lo hizo.
El trueno de sus sermones, en los que denunciaba el lujo y la inmoralidad, se hizo más resonante. Insistía en el celibato estricto entre los sacerdotes y su mordaz lengua no perdonaba a nadie, una vez despertada su cólera (y si tenía algún defecto, era la facilidad con que se despertaba su cólera). Naturalmente, esto le creó enemigos entre los clérigos a los que denunciaba y entre quienes estaban celosos de él. El obispo de Alejandría, Teófilo, fue un oponente particularmente acerbo, pues era amigo de los placeres y envidioso.
Pero Teófilo era un favorito de Eudoxia, la Emperatriz, hija de un jefe germano y mujer de carácter fuerte que dominaba totalmente a su débil esposo. Además, Juan Crisóstomo estaba lejos de ser favorito de Eudoxia, pues los reproches de la lengua de oro no se detenían ante el palacio. Eudoxia llevaba una vida alegre, y Juan Crisóstomo la denunció en términos enérgicos.
Se convocó un sínodo especial en 403, en el que Teófilo iba a acusar a Juan Crisóstomo de herejía y se había preparado un veredicto de culpabilidad. Juan Crisóstomo se negó a presentarse ante él y, en consecuencia, fue destituido del patriarcado y enviado al exilio. Una tormenta de protestas surgió entre el populacho, y Eudoxia, llena de pánico, lo llamó de vuelta a los dos días. Pero esto sólo era una tregua; Eudoxia empezó a poner los cimientos para un exilio mejor preparado.
Un nuevo sínodo se reunió en 404, y esta vez se llevó a Constantinopla un destacamento de mercenarios germanos. A estos soldados les importaba un ardite que ganase Juan Crisóstomo o Teófilo; sólo cumplían órdenes, y si las órdenes eran hacer una matanza en la población, la harían. El pueblo, bien consciente de esto, no pudo hacer nada.
Juan Crisóstomo fue enviado a una ciudad situada en los tramos orientales de Asia Menor, a unos 650 kilómetros de Constantinopla, en un segundo exilio que no fue revocado. Pero mientras permaneció allí se mantuvo en contacto con sus adeptos de todo el Imperio. Más aún, audazmente envió cartas al obispo de Roma y a Honorio, el emperador de Occidente, en un intento de hacer que reabrieran su caso.
Para la corte de Constantinopla, y para el Estado tanto como para la Iglesia, era lo peor que podía hacer. Hacía parecer que Juan reconocía la prioridad del emperador occidental y la posición religiosa suprema del obispo de Roma.
Eudoxia había muerto, pero el resto de la corte estaba convencida de que era menester silenciar al combativo viejo. Se lo trasladó a un lugar aún más remoto, al extremo nororiental del Imperio. En el viaje, Juan murió, en 407. Al año siguiente murió también Arcadio, el Emperador de Oriente.
Ni siquiera la muerte de Juan hizo olvidar al pueblo de Constantinopla a su viejo patriarca. Muchos se negaron a aceptar al nuevo patriarca de Constantinopla mientras no se reivindicara la memoria de Juan, lo que más tarde se hizo. El cuerpo de Juan fue llevado de vuelta a Constantinopla con plenos honores treinta años después de su muerte. Su condena fue anulada; luego se lo santificó; y el hijo de Arcadio y Eudoxia, que estaba entonces en el trono, llevó a cabo una cuidadosa ceremonia de arrepentimiento en nombre de sus padres.
Pero toda la cuestión debilitó el prestigio del cargo de patriarca de Constantinopla, y posteriores querellas entre la Iglesia y el Estado iban a debilitarlo todavía más. E inevitablemente, a medida que el prestigio del patriarca de Constantinopla decayó, el del obispo de Roma aumentó. Esto se acentuó por el hecho de que el prestigio del obispado occidental rival, el de Milán, sufrió un repentino eclipse, como veremos.
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