viernes, octubre 7

Parte 7 . 2. El linaje de Augusto

2.    El linaje de Augusto
La sucesión
Augusto se hallaba ya en sus setenta y tantos años, y la sombra de la muerte se cernía sobre él. Debía preocuparse por la sucesión, la cuestión de quién iba a sucederle como Princeps. Si hubiese sido rey, su pariente más próximo habría podido sucederle automáticamente, pero no lo era. Era el primer Princeps y no existía ninguna tradición sobre la manera de elegir al siguiente.
Estaba claro para Augusto que si moría sin tomar medidas para la sucesión, varios generales podían tratar de convertirse en emperadores, usando sus ejércitos para tal fin, y las guerras civiles comenzarían nuevamente. Por ello, Augusto tenía que elegir un sucesor antes de morir, y hacer que el Senado y el pueblo lo aceptasen de antemano. Naturalmente, le habría gustado elegir a alguien de su propia familia para tal fin.
La elección obvia en tales circunstancias habría recaído en un hijo propio, pero Augusto no tenía hijo varón. Sólo tenía una hija, Julia, quien había trastornado y disgustado a Augusto con su modo de vida airado y amante del placer. Había puesto en ridículo su programa de reformar las costumbres romanas y fue enviada al exilio.
Pero su primer marido había sido Marco Vipsanio Agripa, íntimo amigo y consejero de Augusto desde sus días escolares, cuando habían estudiado juntos. Cuando Augusto, que tenía escasas dotes militares, luchaba por el poder sobre el ámbito romano, fue Agripa quien combatió y ganó batallas para él. En la paz que siguió, Agripa supervisó la reconstrucción de Roma y construyó su más bello templo, el Panteón («todos los dioses»), además de una cantidad de acueductos para asegurar el suministro de agua de la ciudad. Este Agripa y la hija de Augusto, Julia, tuvieron cinco hijos antes de morir Agripa en 12 a. C. Por tanto, Augusto tenía cinco nietos que eran también hijos del querido y leal amigo del Emperador, Agripa. Y tres de ellos eran varones.
Los dos hijos mayores, Cayo César y Lucio César, eran esperanzadores. Pero Lucio enfermó y murió en Massilia (Marsella) en el año 2. Cuando era un adolescente, Cayo fue enviado a una expedición militar de menor importancia en Asia Menor, donde fue herido en acción y murió en el viaje de vuelta, en el 4. El hijo menor de Agripa y Julia, nacido después de la muerte de su padre, era un demente, por lo que fue mantenido en el aislamiento bajo custodia.
Una de las dos nietas de Augusto era Julia, quien parecía ser tan amante del placer como su madre y tocaya. También ella fue castigada por el rígido Augusto. Fue enviada al exilio, como lo había sido su madre, y vivió fuera veinte años, sin que se le permitiese jamás retornar a Roma. Sólo quedaba la segunda nieta, Agripina, a quien nos referiremos más adelante.
Acosada su vida personal por estas tragedias, Augusto se vio obligado una vez más a apelar a su hijastro Tiberio. No era un pariente consanguíneo, pero era un hijo adoptivo (lo cual era muy importante en la época romana) y, además, era hijo de la amada esposa de Augusto. Tiberio era miembro de la aristocrática familia Claudia, por parte de su padre consanguíneo, y de la igualmente aristocrática familia Julia por parte de su padre adoptivo, Augusto. Por ello, el linaje de emperadores emparentados que comienza con Augusto es llamado a menudo el «linaje julio-claudiano».
Otra ventaja de Tiberio era que estaba en la edad adulta, pues tenía cincuenta y tantos años de edad en los últimos años de Augusto, y era un general de probada capacidad. También era honesto, concienzudo y de una rígida moral. No había duda de que gobernaría bien. Por desgracia, era un individuo severo y retraído (sobre todo desde su forzado divorcio de su amada esposa), y no inspiraba simpatía a nadie.
Posteriormente, hubo historiadores que afirmaron que Tiberio había preparado todo de un modo malvado y engañoso con la ayuda de su madre, Livia. Se relataron cuentos de que envenenó a los nietos de Augusto, de que intervino en la muerte del mismo Augusto, etcétera. Se ennegreció su figura y se lo presentó como un monstruo de crueldad y lujuria.
En realidad, nada de esto es creíble. Los autores que nos cuentan estas cosas eran miembros del partido senatorial de un par de generaciones después, quienes suspiraban por los que creían que habían sido los buenos viejos tiempos. Sentían rencor hacia los emperadores que habían puesto fin a la república y se deleitaban escribiendo historias escandalosas sobre ellos. Escuchar a estos historiadores es como escuchar a los columnistas chismosos de los periódicos sensacionalistas y creer todo lo que dicen sobre las celebridades.
Finalmente, en 14 (767 A. U. C.), Agusto yacía en su lecho de muerte. Tenía setenta y siete años y había reinado cuarenta y tres. Entre sus últimas palabras dirigidas a quienes lo rodeaban, se cuentan las siguientes: «¿Creéis que he desempeñado bien mi papel en la vida? Si es así, aplaudid.»
Ciertamente, desempeñó bien su papel en la vida. El Imperio estaba bien afirmado, y sus cinco millones de ciudadanos y casi cien millones de no ciudadanos estaban en paz. Todos los siglos de luchas de la historia antigua parecían haber llegado a su culminación en este último «gobierno mundial» pacífico e ilustrado.
Sólo era menester conservarlo así el mayor tiempo posible

1 comentario:

  1. Anónimo9:41 p. m.

    Tu te has dado cuenta que desde queno escribimos en else otro lugar llamado Los Salaenos, nadie pone un triste comentario , joder vaya historia y no sigo colega que te quedaris alucinado del trafico que lee los burrales

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