lunes, mayo 30

cap 10. cambio de marea. Victoria en áfrica.

Cambio de marea
La batalla de Cannas puso a Roma al borde del desastre. Los contemporáneos, al observar estos sucesos y ver a los romanos sufrir tres gigantescas derrotas, pensaron que estaban presenciando el derrumbe de la advenediza Roma.
Algunos de los aliados italianos, juzgando que Roma estaba acabada, pensaron que sería mejor unirse a Aníbal y estar del lado vencedor antes de que fuese demasiado tarde. Capua fue una de las ciudades más importantes que abrieron sus puertas a los cartagineses. En el exterior, algunos aliados de Roma desertaron; el más notable de ellos fue Siracusa.
En Sicilia, Hieron II de Siracusa moría por la época de la batalla de Cannas. Su nieto, Hierónimo, le sucedió en el trono y decidió cambiar de partido. Si los romanos eran obligados a hacer la paz, ciertamente tendrían que ceder Sicilia a Cartago, y los cartagineses serían implacables con una Siracusa que hubiese estado del lado romano. Hizo lo único que, pensó, podía hacer: unirse a Cartago para asegurarse un buen tratamiento posteriormente.
Otro golpe para Roma fue que Macedonia selló una alianza con Aníbal. Hacia donde mirase, Roma veía hostilidad frente a ella.
Ante un mundo hostil, Roma dio un ejemplo de firmeza como raramente se vio antes o después. No quiso oír hablar de paz; no quiso escuchar los consejos de la desesperación; hasta prohibió toda señal pública de duelo por los miles de muertos de Cannas. Ceñudamente, pese a sus tres derrotas y a sus cien mil muertos, comenzó a construir un nuevo ejército y a planear acciones enérgicas, aun en esa hora de desastre, contra todo enemigo.
Nunca, en ninguna de sus victorias, antes o después, se mostró Roma tan admirable como en el momento del desastre.
Comprendió que Aníbal, aunque invencible en el campo de batalla, con el tiempo debía desgastarle si Roma lograba impedir que le llegasen refuerzos. Por esta razón, no hizo ningún nuevo intento de combatir a los cartagineses en Italia, pero redobló sus esfuerzos para combatirlos fuera de Italia.
En España, los ejércitos romanos lucharon bajo dos Escipiones, el general que había sido derrotado en el río Tesino (véase página 50) y su hermano. No tuvieron mucho éxito en la lucha, pero ésta fue útil, pues el hermano de Aníbal, Asdrúbal, que tenía el mando en España, estaba demasiado ajetreado para enviar refuerzos cartagineses a Italia.
En 212 a. C., ambos Escipiones murieron en batalla, pero el hijo y tocayo del general, el joven que había salvado a su padre en el Tesino, asumió el mando de las tropas. Demostró ser un dinámico general, y mantuvo en jaque a Asdrúbal durante varios años más.
Mientras tanto, la flota romana del Adriático cuidó de que Aníbal no recibiera refuerzos de Macedonia. (En verdad, uno cíe los grandes defectos de la estrategia de Aníbal fue que éste no comprendió la importancia de destruir el control romano del Mediterráneo. Era extraño que un cartaginés fuese tan espléndido en tierra y tan insensible frente al mar.) Roma hasta envió un ejército a Macedonia para asegurarse de que los macedonios estuviesen atareados en su país.
Luego le llegó el turno a Siracusa. Inmediatamente después de Cannas, los romanos eligieron cónsul a Marco Claudio Marcelo. Este había sido uno de los principales artífices de la derrota de los galos cisalpinos, pocos años antes de que Aníbal penetrase en Italia. Luego se había hecho muy popular entre los romanos al lograr rechazar a las fuerzas de Aníbal que trataron de capturar la ciudad de Nola (cerca de Nápoles), poco después de Cannas. Para Aníbal no fue un fracaso muy importante, pero cualquier victoria sobre los cartagineses, por insignificante que fuese, era causa de regocijo entre los romanos.
Marcelo marchó a Sicilia, derrotó a un ejército cartaginés invasor y puso sitio a Siracusa.
Las cosas no marcharon muy bien. Muchos de los soldados siracusanos habían servido antaño en las legiones romanas y sabían que, si eran capturados, serían azotados y luego ejecutados como traidores, por lo que lucharon desesperadamente. Además, era ciudadano de Siracusa un científico llamado Arquímedes. A la sazón tenía más de setenta años, pero fue el más grande científico e ingeniero del mundo antiguo.
Arquímedes se puso a construir máquinas de diversos tipos: catapultas para arrojar proyectiles, piedras o líquidos en combustión contra los barcos romanos. Se decía que había inventado grúas que levantaban los barcos y los volcaban y lentes que concentraban la luz solar y los incendiaban. Sin duda, estas historias del enfrentamiento de un hombre contra un ejército, del cerebro griego frente al músculo romano, fueron exageradas en generaciones posteriores, sobre todo por los historiadores griegos. Sin embargo, Marcelo tuvo que mantenerse apartado de Siracusa y someter a la ciudad a un asedio distante durante dos años. Mientras tanto, los cartagineses se apoderaron de una serie de ciudades sicilianas.
Finalmente, en parte por traición, en parte por negligencia —una parte de la muralla quedó sin vigilancia durante una fiesta nocturna—, las tropas romanas pudieron entrar en la ciudad en 212 a. C.
Dio comienzo el habitual saqueo, en el que las tropas victoriosas se entregaron al pillaje, incendiando y matando. Marcelo dio órdenes estrictas de que Arquímedes fuese tomado vivo, pues tenía suficiente caballerosidad como para respetar a un enemigo digno. Pero Arquímedes, sin parar mientes en el saqueo que se estaba llevando a cabo a su alrededor, estaba trazando figuras en la arena, tratando de resolver un problema geométrico (al menos así cuenta la tradición). Un soldado romano le ordenó que fuese con él, a lo que el científico griego respondió imperiosamente: « ¡No destruyas mis círculos! », tras lo cual el soldado le mató.
Marcelo, afligido por esto, dio a Arquímedes un honroso funeral y tomó medidas para que su familia estuviese a salvo. Luego se dedicó a limpiar Sicilia de cartagineses.
Y mientras tanto, ¿qué ocurría en Italia y con Aníbal?
Los romanos finalmente aprendieron la lección. No libraron más batallas en Italia contra los cartagineses. La política de Fabio fue adoptada durante trece años y Aníbal fue acosado en todas partes. Lo hostigaban, le ponían obstáculos y lo atacaban por sorpresa; pero siempre que Aníbal se volvía para combatir, los romanos se retiraban rápidamente.
No era una acción muy garbosa y noble, pero dio resultado; poco a poco, Aníbal fue desgastándose. Muchos dicen que Aníbal perdió su oportunidad al no marchar sobre Roma y atacarla inmediatamente después de Cannas. Pero Aníbal estaba allí y ciertamente fue uno de los más capaces, osados e intrépidos generales que hayan existido. Si él pensó que no era el momento de atacar a Roma, probablemente tenía razón.
A fin de cuentas, Roma aún era fuerte y la mayor parte de Italia no había roto con ella. Las tropas iniciales de Aníbal habrían obrado milagros, pero la mayoría de los viejos veteranos habían muerto, y para las batallas futuras Aníbal tenía que depender de mercenarios o desertores romanos . Después de dos años de proezas enormes, bien puede haber pensado que merecía un reposo, por lo que después de Cannas invernó en Capua.
Se dice que las comodidades y el lujo de Capua debilitó a los endurecidos veteranos de Aníbal y los echó a perder. Pero esto probablemente no sea más que un desatino romántico. Su ejército era lo suficientemente bueno como para permanecer invicto durante trece años, y si no ganó nuevas grandes victorias fue sólo porque los romanos prudentemente rehusaban brindarle la oportunidad de hacerlo.
En 212 a. C., Aníbal marchó al Sur, a Tarento, y con ayuda de los mismos tarentinos tomó la ciudad y asedió a la guarnición romana en la ciudadela. Los romanos aprovecharon la oportunidad para poner sitio a Capua, con la que estaban particularmente furiosos por su rápida rendición a Aníbal después de Cannas. Aníbal tuvo que elegir entre acabar su faena en Tarento o volver en socorro de Capua.
Se abalanzó hacia Capua, y los romanos se esfumaron ante su aproximación. Cuando volvió a Tarento, los romanos reaparecieron en Capua. Era muy frustrante para Aníbal, y en 211 a. C. decidió efectuar una suprema demostración: haría como si estuviese por atacar a la misma Roma. Así lo hizo y llegó hasta el borde mismo de la ciudad. Según la tradición, arrojó una lanza sobre ella. Pero los romanos no se inmutaron, sino que se dispusieron a soportar un asedio; ni siquiera llamaron a sus tropas de Capua.
Además, llegó a oídos de Aníbal que el terreno sobre el que había acampado su ejército había sido puesto en venta y comprado por un romano en todo su valor. Así, parecía inconmovible la confianza en que la tierra seguiría siendo romana, pese a todo lo que Aníbal pudiera hacer.
Aníbal se vio obligado a retirarse, y ésta fue una gran victoria moral para Roma. Su firmeza impresionó a todos aquellos que creían que la ciudad se desplomaría ante los golpes de Aníbal. Una serie de victorias romanas en diferentes teatros de la guerra reforzó esa impresión.
En 211 a. C., poco después del infructuoso ataque de Aníbal contra Roma, los romanos retomaron Capua y se vengaron terriblemente de los líderes y la población de esta ciudad. En 210 a. C. tomaron Agrigento, en Sicilia, y barrieron allí el poder cartaginés. En 209 a. C., el joven Escipión se adueñó de Nueva Cartago, en España, mientras el viejo Fabio recuperaba Tarento.
Entre Roma y la victoria completa sólo se interponía el mismo Aníbal. Aún estaba en Italia, aún invicto, aún peligroso. Pese a todas sus victorias, los romanos no osaban atacarlo ni siquiera entonces.
Más para que Aníbal pudiese hacer algo, tenía que recibir refuerzos. No pudo obtenerlos de Cartago; nunca los recibió de ella. Los líderes cartagineses sentían muchos recelos contra Aníbal, pues temían (como ocurre a menudo con los gobiernos, y a veces con razón) que un general de tanto éxito constituyese un peligro tan grande como un enemigo victorioso. Por ello, Cartago se abstuvo de ayudarlo y trató de ganar la guerra combatiendo en otras partes, fuera de Italia, dejando a Aníbal sólo su genio.
Aníbal tuvo que apelar a España, donde estaba al mando su hermano Asdrúbal. En respuesta a la creciente desesperación de Aníbal, en 208 a. C. Asdrúbal decidió repetir la hazaña que había llevado a cabo su hermano diez años antes. Eludió a los romanos, atravesó España y la Galia, trepó por los Alpes y descendió sobre Italia con un nuevo ejército. Era tiempo, pues Aníbal, pese a sus heroicos esfuerzos, perdía terreno constantemente. Casi el único suceso favorable a los cartagineses en 208 antes de Cristo fue la muerte de Marcelo en una pequeña escaramuza.
Aníbal, que estaba en el sur de Italia, debía ahora unir sus fuerzas con las de su hermano, que estaba en el norte. Y los romanos debían impedir que ello sucediera.
Un ejército romano permaneció en el Norte para seguir los pasos de Asdrúbal, mientras otro estuvo rondando a Aníbal. Los ejércitos romanos no osaron unirse para atacar a Aníbal en ninguna circunstancia; tampoco osaron unirse para atacar a Asdrúbal, por temor de que Aníbal, al no estar vigilado, se reuniese con su hermano antes de terminar la batalla.
Entonces se produjo un gran cambio en el curso de la guerra. Asdrúbal envió mensajes a Aníbal en los que fijaba un plan de marcha y un punto de reunión. Por una serie de accidentes, los mensajeros fueron capturados y los mensajes cayeron en manos de los romanos. El general que vigilaba a Aníbal sabía exactamente por dónde iba a marchar Asdrúbal, ¡y Aníbal no lo sabía! En esas circunstancias, el general romano Cayo Claudio Nerón (un hombre capaz que había servido bajo las órdenes de Marcelo) pensó que estaba justificado desobedecer las órdenes. Abandonó la vigilancia de Aníbal y marchó apresuradamente hacia el Norte.
El ejército romano unido enfrentó a las fuerzas de Asdrúbal a orillas del río Metauro, a unos 190 kilómetros al noreste de Roma, cerca del Adriático. Asdrúbal trató de retirarse, pero no pudo hallar un vado por donde atravesar el río y perdió tiempo en la búsqueda. Cuando finalmente halló uno era demasiado tarde. Los romanos cayeron sobre él y tuvo que luchar.
Los cartagineses combatieron heroicamente, pero Aníbal no estaba allí y los romanos obtuvieron una completa victoria. Asdrúbal murió junto con su ejército, y la noticia de esto le llegó a Aníbal de horrible manera. Los romanos hallaron el cadáver de Asdrúbal, le cortaron la cabeza, la llevaron al Sur, adonde estaba el ejército de Aníbal, y la arrojaron al campamento de éste.
Al contemplar con profundo dolor el rostro de su leal hermano, Aníbal comprendió que la guerra estaba perdida. No iba a recibir refuerzos, y los romanos no cejarían hasta que él mismo tendría que ceder.
Pero no tenía intención de ceder sin una derrota en una batalla campal. Se retiró a Bruttium, la punta de la bota italiana, donde estuvo acorralado cuatro años más. Pero ni siquiera entonces los romanos osaron atacarlo directamente.
Victoria en África
Sin embargo, en Roma estaban surgiendo nuevos hombres. El principal de ellos era el joven Publio Cornelio Escipión, quien había sucedido a su padre y tocayo como jefe de las fuerzas romanas en España en 210 a. C.
Escipión, que había estado en el desastre de Cannas y había sido uno de los pocos que sobrevivieron (afortunadamente para Roma), siguió en España una ilustrada política de conciliación, logrando ganar a las tribus nativas para la causa de Roma. No pudo impedir que Asdrúbal llevase a Italia a su desafortunado ejército, pero esto hizo que fuera mucho más fácil combatir a las fuerzas cartaginesas que quedaron en España.
En 206 a. C. los cartagineses enviaron refuerzos a España y se reunió un gran ejército para aplastar a Escipión. Los ejércitos enemigos se encontraron en Hipa, en el sudoeste de España, a unos 100 kilómetros al norte de la actual Sevilla. En este caso, los romanos eran superados numéricamente, pero también eran ellos quienes tenían el general más capaz. Durante varios días, los ejércitos estuvieron frente a frente sin combatir, vigilándose atentamente uno al otro, esperando, al parecer, un momento favorable en que uno u otro pudiese atacar ferozmente. Todo el proceso parecía volverse automático, como una danza repetida, y ambos ejércitos eran sacados de sus campamentos y llevados a campo abierto a una hora avanzada de la mañana.
Pero un día, en lugar de salir tarde por la mañana, con las legiones en el centro y los aliados españoles en las alas, Escipión atacó al alba con los aliados en el centro y las legiones en las alas.
Los sorprendidos cartagineses aún no habían desayunado. Las mejores tropas enfrentaron a los españoles, que solamente se mantuvieron firmes luchando mínimamente. Los romanos, en las alas, barrieron a los contingentes débiles que tenían delante y rodearon y destruyeron al ejército cartaginés.
La batalla de Hipa tuvo dos importantes resultados. Primero, Cartago tuvo que evacuar España, perdiendo el imperio que Amílcar Barca había empezado a construir veinte años antes. Segundo, los romanos descubrieron que por fin tenían un general suficientemente bueno como para luchar con Aníbal con una razonable probabilidad, al menos, de ganar.
Ahora fueron los aliados de Cartago los que empezaron a desertar. Uno de ellos era Masinisa, rey de Numidia, un reino situado al oeste de Cartago que ocupaba el territorio de la moderna Argelia. Escipión llegó a un acuerdo secreto con Masinisa, quien desde ese momento fue un leal aliado romano.
Escipión volvió a Italia en 205 a. C. y fue el niño mimado de Roma. Sólo tenía treinta y dos años, por lo que era demasiado joven para ocupar el consulado, pero fue elegido cónsul de todos modos.
Aníbal estaba aún en Bruttium, aún peligroso, siempre peligroso. Pero Escipión pensó que no era necesario combatir con Aníbal. ¿Por qué no hacer como habían hecho antes Agatocles y Régulo? ¿Por qué no llevar la guerra a África una vez más y atacar a la misma Cartago?
A esto se opusieron los generales más viejos, particularmente Fabio, en parte porque pensaban que era peligroso (a fin de cuentas ni Agatocles ni Régulo habían logrado realmente derrotar a Cartago) y en parte porque estaban celosos del joven.
Pero Escipión era demasiado popular para que triunfase la oposición a él. Cuando el Senado se negó a asignarle un ejército, los voluntarios acudieron a él por miles, y en 204 a. C. zarpó hacia África. Allí Masinisa se le unió abiertamente y la caballería númida, que había sido un componente importante del ejército de Aníbal en Italia, ahora se convirtió en el terror de Cartago.
Las victorias de Escipión rápidamente llevaron a Cartago al borde de la desesperación. En su angustia, los cartagineses llamaron a Aníbal, pero luego decidieron que podían esperar a que él llegase. Convinieron una tregua con Escipión y aceptaron términos de paz. Pero antes de que se ratificasen formalmente los términos de la paz llegó el fiel Aníbal con su ejército y Cartago rompió la tregua.
Ahora estaban frente a frente Escipión y Aníbal. La batalla final de la mayor guerra de los tiempos antiguos se libró en Zama, ciudad situada a unos 160 kilómetros al sudoeste de Cartago, el 19 de octubre de 202 a. C. (551 A. U. C.).
Aníbal conservaba toda su vieja maestría, pero Escipión era un general casi tan bueno como él y tenía un ejército mejor. La mayoría de los hombres de Aníbal eran italianos y mercenarios cartagineses, en los que no se podía confiar hasta el fin.
Aníbal tenía ochenta elefantes, más de los que tuvo en cualquier batalla anterior, pero fueron peores que inútiles para él. Inició la batalla con una carga de elefantes, pero los romanos hicieron sonar sus trompetas, que inmediatamente los asustaron y retrocedieron sobre la caballería de Aníbal, sumiéndola en la confusión. Los jinetes de Masinisa cargaron de inmediato y completaron la destrucción de la caballería cartaginesa. Los elefantes restantes pasaron por los espacios entre los manípulos romanos que se habían dejado libres deliberadamente para ellos; los elefantes prefirieron pasar por éstos antes que enfrentarse con las lanzas de los legionarios. (Los elefantes son muy inteligentes.)
Luego les tocó el turno de avanzar a los romanos, y Escipión guió su avance con precisión, lanzando líneas sucesivas de tropas en los intervalos adecuados para ser más efectivas. Las líneas delanteras de los cartagineses huyeron, y sólo permaneció la última línea, compuesta por avezados veteranos de las campañas italianas de Aníbal. Estos lucharon como siempre, y la batalla fue verdaderamente homérica; pero Escipión se retiró deliberadamente para dar a los jinetes de Masinisa la oportunidad de volver y atacar por la retaguardia (como los jinetes cartagineses habían hecho antaño con los romanos en Trebia y Cannas). Esta táctica dio resultado y el admirable ejército de Aníbal fue destrozado. En toda su vida, Aníbal sólo perdió una batalla campal, pero ésta fue la batalla de Zama, la cual anuló todas sus victorias anteriores.
Fue el fin. Cartago tuvo que rendirse incondicionalmente. La Segunda Guerra Púnica había terminado y, pese a Aníbal y pese a Cannas, fue Roma la que obtuvo una completa victoria.



Por el tratado de paz firmado en 201 a. C., el poder cartaginés quedaba destruido para siempre. Cartago no fue barrida completamente, como hubieran deseado algunos vengativos romanos, porque Escipión se opuso a una paz demasiado cruel, aunque lo fue bastante.
El territorio de Cartago fue limitado a sus dominios africanos (la parte norte de la actual Túnez) y, en particular, debía ceder España. También tenía que entregar su flota y sus elefantes. Tuvo que pagar una gran indemnización durante un período de cincuenta años y no podía hacer la guerra, ni siquiera en África, sin el consentimiento de Roma.
Además, Masinisa, como recompensa por su ayuda, fue afirmado como rey de una Numidia engrandecida, independiente de Cartago y aliada de Roma. Era evidente, además, que Masinisa tenía libertad para perjudicar a Cartago y aprovecharse de ella en la forma que quisiese, pues ésta no podía defenderse sin permiso romano, y Roma siempre estaba de parte de Masinisa. Durante cincuenta años después de Zama, el longevo Masinisa hizo de la vida un infierno para Cartago. La que había sido reina de las ciudades de África tuvo que soportar amargos sufrimientos por la humillación que el gran Aníbal había infligido a Roma.
En lo que respecta a Aníbal, después de escapar con vida de Zama, obligó a la renuente Cartago a hacer la paz. Sabía que Cartago ya no podía luchar y que toda descabellada resistencia terminaría en la destrucción completa de la ciudad y la muerte o la esclavitud de todos sus habitantes.
Aníbal fue puesto a la cabeza del gobierno y puso toda su capacidad en las tareas de la paz. Reorganizó las finanzas cartaginesas, aumentó la eficiencia y su administración fue tan buena que pronto la ciudad sintió el pulso de la prosperidad recuperada. Hasta pudo pagar la indemnización que le impuso Roma con sorprendente rapidez.
Los romanos contemplaban esto con la mayor hostilidad. No habían olvidado a Aníbal, ni jamás lo olvidarían. En 196 a. C. fue enviada una misión a Cartago para acusar a Aníbal de planear una nueva guerra y exigir que les fuese entregado. Pero Aníbal escapó a los reinos helenísticos del Este y permaneció en el exilio por el resto de su vida. Nunca cejó en su odio hacia Roma, pero ya nunca más pudo hacer nada contra ella.
Escipión retornó a Roma como el más grande de sus héroes, su liberador de Aníbal. Se le dio el nombre de «Africano», y hoy es más conocido como Escipión el Africano. Pero el Senado no pudo perdonar a Escipión su juventud y su brillantez, y el orgullo de Escipión y la elevada opinión que tenía de su propia capacidad ofendían a muchos. En lo sucesivo, nunca pudo desempeñar un papel importante en el gobierno romano.
Roma ganó una cantidad considerable de nuevos territorios. La provincia de Sicilia ahora incluía a toda la isla, pues los dominios de Siracusa formaban parte de ella.
También heredó los dominios cartagineses en España. En 197 a. C. formó con ellos dos provincias; Hispania Citerior («España Interior») e Hispania Ulterior («España Exterior»). Pero estas dos provincias sólo incluían la parte meridional de la Península Ibérica. La parte septentrional siguió en manos de las tribus nativas y sólo casi dos siglos más tarde llegó a ser completamente sometida por los romanos.
La existencia de España como primera provincia distante de Roma impuso ciertos cambios importantes en la política romana. Fue menester enviar gobernadores por períodos mayores que un año, por lo que los líderes provinciales se sintieron cada vez más independientes del gobierno central. Además, era poco práctico enviar ejércitos a las provincias y llevarlos de vuelta con suficiente rapidez como para permitir arar y cosechar las granjas. En cambio, fue necesario apostar en las provincias un ejército permanente, es decir, un ejército de soldados profesionales que dedicaban todo su tiempo a labores militares y ninguno a la agricultura. Así, los ejércitos se hicieron leales a sus jefes, más que a la Roma distante. Pero durante cien años el poder y la influencia de la tradición romana mantuvo a raya a los militares. Más tarde iba a producirse el desastre.
También Italia sufrió muchos cambios. Las regiones que habían ayudado a Aníbal perdieron privilegios. La Galia Cisalpina fue poblada de colonos latinos y la población gala fue lentamente absorbida por el modo de vida romano. Los colonos latinos también llenaron el lejano Sur, y las ciudades griegas quedaron tan debilitadas que nunca volvieron a tener importancia política. Etruria siguió decayendo y fue también cada vez más absorbida por el romanismo.
Ahora Roma estaba lista para dar el salto final al poder universal. Sólo quedaban en su camino las monarquías helenísticas.

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