martes, mayo 17

cap 1- Los siete reyes. Italia en sus comienzos y la fundación de Roma

1. Los siete reyes
Extendida hacia el Sur desde el Continente Europeo hay una península que penetra en el mar Mediterráneo, de unos 800 kilómetros de largo y cuya forma se asemeja mucho a la de una bota. Tiene una punta bien formada y un talón elevado. Se la conoce por el nombre de Italia.
En esa península surgió un Estado que llegó a ser el más grande, el más poderoso y el más respetado de la antigüedad. Fue en sus comienzos una pequeña ciudad, pero a lo largo de los siglos llegó a dominar todo el territorio comprendido entre el océano Atlántico y el mar Caspio, y desde la isla de Inglaterra hasta el Nilo superior.
Su sistema de gobierno tenía muchos defectos, pero era mejor que cualquier otro anterior a él. Con el tiempo llevó la paz y la prosperidad durante siglos a un mundo que había sido sacudido por guerras continuas. Y cuando finalmente se derrumbó, los tiempos que siguieron fueron tan duros y miserables que durante mil años los hombres lo juzgaron retrospectivamente como una época de grandeza y felicidad.
En un aspecto fue, ciertamente, único. Fue la única época de la Historia en que todo el Occidente civilizado se halló bajo un solo gobierno. Por ello, sus leyes y tradiciones han influido en todos los países del Occidente actual.
En este libro pretendo relatar brevemente la primera parte de la historia romana: su ascenso hasta el poder. Este relato incluye una serie extraordinaria de triunfos y desastres; en él veremos una gran valentía en el momento de la batalla y también a veces estupidez; veremos sórdidas intrigas internas y, a veces, un encendido idealismo. En este libro, pues, me centraré en las emociones de la guerra y la política.
Es menester recordar, claro está, que la historia es más que eso. Es también el registro de las ideas y costumbres que ha creado un pueblo, las obras de ingeniería que llevó a cabo, los libros que escribió, el arte que compuso, los juegos con que se divertía, su forma de vida, etcétera.
Algo diré sobre la vida y el pensamiento romanos, pero son los soldados y los políticos quienes recibirán más atención en la historia que voy a empezar.
Italia en los comienzos
Digamos desde ya que no había absolutamente ninguna razón para sospechar que sería en Italia donde el mundo antiguo alcanzaría su apogeo. Alrededor del 1000 antes de Cristo, Italia era una tierra atrasada, escasamente poblada por tribus incivilizadas.
En otras partes hacía tiempo que existía la civilización. Las pirámides de Egipto habían sido construidas más de quince siglos antes. En el Cercano Oriente, durante esos siglos, habían florecido muchas ciudades, y en la isla de Creta había existido una avanzada civilización, que tenía una armada e instalaciones de cañerías.
Más tarde, entre el 1200 y el 1000 a. C., se produjo una gran conmoción. Hubo desplazamientos de pueblos y las viejas civilizaciones se tambalearon. Las tribus que descendieron del Norte tenían armas de hierro, duras y filosas espadas que podían atravesar los escudos de bronce, más blandos, de los ejércitos civilizados. Algunas de esas civilizaciones fueron destruidas; otras quedaron muy debilitadas y perturbadas.
Las tribus con armas de hierro también se expandieron hacia el Sur y llegaron a Italia por el 1000 a. C. Pero aquí no había civilizaciones que destruir. En verdad, los recién llegados fueron un avance cultural. Sus restos han sido hallados por los arqueólogos modernos, y particularmente ricos fueron los descubiertos en Villanova, un suburbio de la ciudad de Bolonia, en el centro de la Italia Septentrional. Por ello, a los miembros de esas tribus que usaban el hierro se los llama los villanoveses.
Poco tiempo después de la llegada de los villanoveses surgió en Italia la primera civilización verdadera. El pueblo que creó esta civilización se llamaba a sí mismo los «rasena», y los griegos los llamaban «Tyrrhenoi». La parte del mar Mediterráneo que está inmediatamente al sudoeste de Italia es llamada hasta el día de hoy «mar Tirreno».
Nosotros conocemos a ese pueblo como los «etruscos», y la tierra que habitaron fue llamada «Etruria».
Etruria se extendió por la costa occidental de Italia desde el centro —desde el río Tíber— hasta el río Arno, a unos 360 kilómetros al Noroeste. En tiempos modernos, buena parte de esa región constituye la parte de la Italia moderna llamada Toscana, nombre que, obviamente, hace recordar a los etruscos.
¿Quiénes eran los etruscos? ¿Eran los villanoveses que se civilizaron lentamente? ¿O eran nuevas tribus que llegaron a Italia desde regiones que ya estaban civilizadas? Es difícil saberlo. La lengua etrusca no ha sido descifrada, de modo que sus inscripciones son todavía un misterio para nosotros. Además, en los siglos siguientes, su cultura y modo de vida fueron tan bien absorbidas por las civilizaciones posteriores que poco es lo que queda de ellos para informarnos sobre su historia primitiva. Los etruscos todavía son un interrogante.
Los antiguos, sin embargo, creían —y quizá tuviesen razón— que los etruscos llegaron a Italia desde Asia Menor, poco después del 1000 a. C. Tal vez los etruscos fueron expulsados de Asia Menor por la misma serie de invasiones y migraciones de bárbaros que llevaron a los villanoveses a Italia.
Las ciudades etruscas tenían una floja unión unas con otras, y entre 700 y 500 a. C. llegaron al apogeo de su poder. Por entonces dominaban casi toda la Italia Central, habían penetrado en el valle del Po, en el Norte, y llegado hasta el mar Adriático.
Puesto que es tan poco lo que se sabe de los etruscos, es fácil subestimarlos y subestimar su contribución a la historia de la Humanidad. La Roma primitiva era casi una ciudad etrusca y buena parte de su cultura y sus tradiciones básicas estaban tomadas de los etruscos. La religión romana tenía un fuerte tinte etrusco, y lo mismo el ritual que rodeaba al gobierno de la ciudad, sus juegos, sus ritos «triunfales» y hasta parte de su vocabulario.
En siglos posteriores, el arte etrusco recibió una gran influencia de los griegos, pero hubo siempre mucho que era puramente etrusco y tenía su atractivo propio. En las estatuas etruscas, los labios se curvan fuertemente hacia arriba y forman lo que se llama la «sonrisa arcaica», que les da un extraño matiz cómico.
El arte etrusco muestra una vigorosa influencia oriental. Esto puede indicar el origen asiático del pueblo o sencillamente la extensión de su comercio con Oriente; pero este último caso puede ser también un testimonio de su origen asiático.
Aunque no descifrada, su lengua ha sido sondeada incansablemente para buscar cualquier indicio concerniente a su origen. Los testimonios de ella consisten principalmente en breves inscripciones de las tumbas, y la labor de los expertos no ha hecho más que aumentar la confusión. Algunos hallan indicios de que la lengua es indoeuropea; otros, de que es semítica. A veces se ha sostenido que pueden hallarse presentes ambas influencias y que la lengua es el resultado de una fusión de un campesinado indoeuropeo dominado por una aristocracia proveniente de Asia y de lengua semítica. Otra tesis es que la lengua etrusca no se relaciona con ninguna otra, sino que, como el vasco, es una reliquia de los tiempos anteriores a la invasión y ocupación de Europa por pueblos indoeuropeos.
La religión etrusca, como la de los egipcios, se centraba principalmente en la muerte. Las tumbas eran objeto de un trabajo muy elaborado; la mayor parte de las estatuas que nos han llegado estaban destinadas a la conmemoración de los muertos; un tema favorito de este arte es la fiesta fúnebre. El ritual religioso era sombrío y se daba mucha importancia a los intentos de predecir el futuro estudiando las entrañas de los animales sacrificados, el vuelo de las aves o el trueno y el rayo. Los romanos heredaron mucho de esto, y en toda la historia de la República a menudo la superstición guió su conducta.
La ingeniería y la tecnología etruscas parecen haber sido de primera calidad para su época. Las ciudades eran amplias y bien edificadas, con macizas murallas construidas con grandes peñascos unidos sin cemento. Tenían buenos caminos y túneles; tenían templos mayores que los de los griegos y en los que usaban el arco, que no tenían los templos griegos.
En su sociedad, las mujeres ocupaban una posición de considerable prestigio. Esto no era frecuente en las sociedades antiguas, y cuando ocurría, habitualmente es tomado como signo de que la cultura era ilustrada y «moderna» en su visión de la vida.
En suma, el ámbito etrusco fue una especie de Roma antes de Roma, pero tomó un camino equivocado, pues sus ciudades nunca lograron unirse en un gobierno centralizado. A causa de esto, una ciudad exterior a Etruria, que centralizó las regiones situadas a su alrededor y que tuvo siempre un objetivo en vista, derrotó a las numerosas ciudades etruscas (cada una de las cuales era, en un principio, más fuerte que ella) una por una y poco a poco, hasta barrerlas, dejándonos sólo un misterio que quizá nunca sea resuelto.
Pero mientras los etruscos se establecían en Italia, otros pueblos orientales penetraban en el Mediterráneo Occidental. Los fenicios, procedentes del borde oriental del Mediterráneo, eran eficientes colonizadores y fundaron muchas ciudades en el norte de África. De ellas, la que iba a llegar a ser más famosa y potente era Cartago, situada cerca de la moderna ciudad de Túnez. La fecha tradicional de la fundación de Cartago era el 814 a. C.
Cartago estaba solamente a 460 kilómetros al sudoeste de la punta de Italia, y entre Italia y Cartago se hallaba la gran isla triangular de Sicilia, que para todo el mundo parece como una pelota triangular a punto de ser pateada por la bota italiana. A causa de su forma triangular, los griegos la llamaban trinacria, que significa «de tres puntas». El nombre, mucho más conocido, de «Sicilia» deriva del nombre tribal de sus más antiguos habitantes conocidos: los sículos.
Cartago estaba solamente a 150 kilómetros al sudoeste del extremo occidental de Sicilia.
Los griegos también se desplazaron hacia el Oeste desde sus centros de población, que estaban a unos 350 kilómetros al sudeste del talón de la bota italiana. En el siglo VIII a. C., los griegos fundaron muchas ciudades florecientes en el sur de Italia; estas ciudades llegaron a ser tan prósperas que la región fue llamada la Magna Grecia en tiempos posteriores.
La ciudad de la Magna Grecia que iba a ser más famosa fue llamada Taras por los griegos y Tarentum (Tárento) por los romanos. Fue fundada alrededor del 707 a. C., y estaba situada sobre la costa marina de la parte interior del talón de la bota italiana, allí donde la costa se dobla para formar el empeine.
La isla de Sicilia fue colonizada por los griegos en sus tramos orientales y por los cartagineses en el Oeste. La más grande y famosa de las ciudades griegas de Sicilia fue Siracusa, fundada por el 734 a. C. Estaba ubicada en la costa sudoriental de la isla.
Esta era, pues, la situación a mediados del siglo VIII antes de Cristo. Los etruscos dominaban el centro de Italia y los griegos el sur, mientras los cartagineses estaban sobre el horizonte del sudoeste. Fue por entonces cuando se fundó una pequeña aldea llamada Roma en las márgenes meridionales del río Tíber, en la frontera etrusca.
Roma formaba parte de un distrito italiano llamado el Lacio, que se extiende a lo largo de la costa por unos 150 kilómetros al sudoeste de Etruria. El Lacio, al igual que Etruria, no constituía un gobierno centralizado. En cambio, cada distrito consistía en una serie de ciudades-Estado, pequeñas zonas formadas por una región agrícola más una ciudad central. Cada ciudad-Estado era independiente, pero formaban alianzas con las ciudades vecinas para su defensa contra un enemigo común.
Unas treinta ciudades del Lacio, que tenían una lengua común (el latín) y costumbres similares, se unieron para formar una Liga Latina alrededor del 900 a. C., probablemente para defenderse contra los etruscos, quienes a la sazón estaban empezando a establecerse firmemente en el Noroeste. La ciudad más importante y la dominante de la Liga Latina por aquellos remotos días era Alba Longa, situada a unos 20 kilómetros al sudeste del lugar en el que se levantaría más tarde Roma.
La fundación de Roma
Los detalles concretos de la fundación de Roma y de su historia primitiva están envueltos en una oscuridad que probablemente nunca será disipada.
Pero en años posteriores, cuando Roma llegó a ser la mayor ciudad del mundo, los historiadores romanos tejieron fantasiosos cuentos sobre la fundación de la ciudad y los sucesos que siguieron. Esos cuentos son puros mitos y carecen de todo valor histórico. Pero son tan famosos y conocidos que los repetiré aquí, pero quiero recordar al lector de una vez por todas que se trata de pura mitología.
Cuando los romanos dieron forma final a sus mitos, la civilización griega hacía tiempo que había pasado por su apogeo, pero aún era muy admirada por sus realizaciones pasadas. El mayor suceso de la historia primitiva de Grecia había sido la Guerra de Troya, y los creadores romanos de leyendas se esforzaron por hacer remontar a esa guerra los comienzos de su historia.
En la Guerra de Troya, un ejército griego atravesó el mar Egeo para llegar a la costa noroccidental de Asia Menor, donde se hallaba la ciudad de Troya. Después de un largo asedio, los griegos tomaron la ciudad y la incendiaron.
De la ciudad en llamas (dice la leyenda) escapó uno de los más valientes héroes troyanos: Eneas. Con algunos otros refugiados zarpó en veinte barcos en busca de un lugar donde construir una nueva ciudad que reemplazara a la que habían destruido los griegos.
Después de muchas aventuras, desembarcó en la costa septentrional de África, donde acababa de ser fundada la ciudad de Cartago, bajo la conducción de la reina Dido. Esta se enamoró del bello Eneas, y, por un momento, el troyano pensó en quedarse en África, casarse con Dido y convertirse en rey de Cartago.
Pero, según el relato, los dioses sabían que éste no debía ser su destino. Enviaron un mensajero para ordenarle que partiese, y Eneas (que siempre obedecía a los dioses) se marchó apresuradamente, sin decir nada a Dido. La pobre reina, al verse abandonada, se suicidó presa de la desesperación.
Este fue el momento romántico culminante de la leyenda de Eneas, y a los romanos debe de haberles complacido el modo cómo se relacionaba con las historias primitivas de Roma y Cartago. Siglos después de la época de Dido, Roma y Cartago libraron gigantescas guerras, que Cartago finalmente perdió, por lo que parecía apropiado que el primer gobernante cartaginés muriera de amor por el antepasado del pueblo romano. Cartago perdió en el amor y en la guerra.
Pero es fácil percatarse que nada de esto podía haber ocurrido aunque Dido y Eneas hubiesen sido personas de carne y hueso que hubieran vivido realmente. La Guerra de Troya tuvo lugar alrededor del 1200 a. C., y Cartago no fue fundada hasta cuatro siglos más tarde. Es como si se nos quisiese hacer creer que Colón, en su viaje a través del Atlántico, se detuvo en Inglaterra y se enamoró de la Reina Victoria.
Pero sigamos con la leyenda, de todos modos. Eneas, después de abandonar Cartago, llegó a la costa sudoccidental de Italia, donde gobernaba un rey, llamado Latino, que, supuestamente, dio su nombre a la región, al pueblo y a su lengua.
Eneas se casó con la hija de Latino (había perdido su primera mujer en Troya), y después de una breve guerra con ciudades vecinas se impuso como gobernante del Lacio. El hijo de Eneas, Ascanio, fundó Alba Longa treinta años más tarde, y sus descendientes la gobernaron en calidad de reyes.
La leyenda no se detiene aquí. Se dice que un rey posterior de Alba Longa fue arrojado del trono por su hermano menor. La hija del verdadero rey dio a luz a dos hermanos gemelos, a quienes el usurpador ordenó matar para que no le disputasen el gobierno de la ciudad cuando crecieran. Por ello, los niños fueron colocados en una cesta, que fue lanzada al río Tíber. El usurpador supuso que morirían sin que él tuviese que matarlos realmente.
Pero la cesta encalló en la costa, a unos 20 kilómetros de la desembocadura del río, al pie del que más tarde sería llamado el Monte Palatino. Allí los encontró una loba, que se hizo cargo de ellos. (Esta es una de las partes más ridículas de la leyenda, pero también una de las más populares. A los romanos posteriores les agradaba, porque demostraba, para ellos, que sus antepasados habían absorbido el coraje y la bravura del lobo cuando aún eran niños.)
Algún tiempo más tarde, un pastor halló a los gemelos, se los quitó a la loba, se los llevó a su hogar y los crió como hijos suyos, llamándolos Rómulo y Remo.
Ya crecidos, los gemelos condujeron una revuelta que expulsó al usurpador del trono y restableció a su abuelo, el rey legítimo, como gobernante de Alba Longa. Los gemelos entonces decidieron construir una ciudad propia en las márgenes del Tíber. Rómulo quería establecerla en el Monte Palatino, donde habían sido hallados por la loba. Remo propuso el Monte Aventino, a unos 800 metros al sur.
Decidieron consultar a los dioses. Por la noche, cada uno se plantó en la colina que había elegido y esperó los presagios que traería el alba. Tan pronto como el amanecer iluminó el cielo, Remo vio pasar volando seis águilas (o buitres). Pero a la puesta del sol, Rómulo vio doce.
Remo sostuvo que había ganado porque sus aves habían aparecido primero; pero Rómulo señaló que sus aves eran más numerosas. En la lucha que sobrevino, Rómulo mató a Remo, y luego comenzó a construir en el Palatino las murallas de su nueva ciudad, sobre la cual iba a gobernar y que llamó Roma en su propio honor. (Por supuesto, el nombre «Rómulo» sencillamente puede haber sido inventado posteriormente para simbolizar la fundación de la ciudad, pues «Rómulo» significa «pequeña Roma».)
La fecha tradicional de la fundación de Roma era el 753 a. C., y aquí nos detendremos un momento para considerar esta cuestión de las fechas.
En los tiempos antiguos no había ningún sistema para numerar los años. Cada región tenía sus propias costumbres al respecto. A veces el año era identificado simplemente mediante el nombre del gobernante: «en el año que Cirenio fue gobernador» o «en el décimo año del reinado de Darío».
Con el tiempo, las naciones más importantes hallaron conveniente tomar alguna fecha importante de su historia primitiva y contar los años a partir de ella. Los romanos eligieron la fecha de la fundación de su ciudad y numeraron los años a partir de ella. Decían de un año determinado, por ejemplo, doscientos cinco años «Ab Urbe Condita», que significa «desde la fundación de la ciudad». Escribiremos tal fecha en la forma «205 A. U. C.» (los romanos la escribían «CCV A. U. C.»).
Otras ciudades y naciones usaron otros sistemas de cronología, lo cual crea gran confusión cuando se trata de fechar sucesos de tiempos antiguos. Pero cuando algún suceso particular es registrado en los anales de dos regiones diferentes en dos sistemas distintos de fechas, podemos relacionar ambos sistemas.
Hoy, el mundo civilizado cuenta los años desde el nacimiento de Jesucristo, y cuando hablamos del año 1863 d. C., por ejemplo, «d. C.» significa «después de Cristo» (en los países anglosajones se usa la forma latina «Anno Domini», abreviada «A. D.», que significa «en el año del Señor»),
Alrededor del 535 d. C., un sabio sirio, Dionisio Exiguo, argumentó que Jesús había nacido en el año 753 A. U. C. (o 753 años después de la fundación de Roma). Sabemos ahora que esta fecha es demasiado tardía, al menos en cuatro años, pues Jesús nació cuando Herodes era rey de Judea, y Herodes murió en el 749 A. U. C. Sin embargo, se ha conservado la fecha de Dionisio.
Decimos ahora que Jesús nació en el 753 A. U. C., y a este año lo llamamos el año 1 d. C. Esto significa que Roma fue fundada 753 años «antes de Cristo», o 753 a. C. Todas las otras fechas anteriores al nacimiento de Jesús son escritas de este modo, entre ellas las fechas que aparecen en este libro . Lo que es menester recordar de estas fechas es que van hacia atrás. Esto es, cuanto menor es el número, tanto más tardío es el año. Así, el 752 a. C. es un año después del 753 antes de Cristo, y el 200 a. C. es un siglo posterior al 300 a. C.
Aclarado esto, examinemos más detenidamente el 753 antes de Cristo y veamos cómo era el mundo en el que había nacido Roma.
A 2.000 kilómetros al Sudoeste, el Reino de Israel florecía bajo el rey Jeroboam II, pero aún más al Este, el Reino de Asiria se fortalecía y pronto crearía un poderoso imperio sobre gran parte del Asia Occidental. Egipto pasaba por un período de gobiernos débiles y en menos de un siglo caería bajo la dominación de Asiria.
Los griegos acababan de emerger de un período oscuro que había seguido a las invasiones bárbaras del 1000 a. C. Los Juegos Olímpicos se establecieron (según relatos posteriores) sólo veintitrés años antes de la fundación de Roma, y Grecia estaba comenzando a expandirse y a colonizar las costas del mar Mediterráneo, incluyendo Sicilia y el sur de Italia.
Los israelitas, los egipcios y los griegos no tuvieron la menor noticia de la fundación de una diminuta aldea sobre una oscura colina en Italia. Sin embargo, esa aldea estaba destinada a crear un imperio mucho más poderoso que el de los asirios y a gobernar durante muchos siglos a los descendientes de esos israelitas, egipcios y griegos.

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