6. La conquista del Oriente
El ajuste de cuentas con Filipo
En 200 a. C. pudo dirigir su mirada hacia el Este para considerar el estado de los reinos helenísticos. El más cercano y más inmediatamente peligroso era Macedonia. Allí, un rey fuerte, Filipo V, había llegado al trono en 221 a. C. y estaba fortaleciendo la dominación macedónica sobre Grecia.
Por entonces, Grecia sólo era una sombra de lo que había sido. Los poderes principales en Grecia eran dos asociaciones de ciudades. Una de ellas, en Grecia Septentrional, era la Liga Etolia; la otra, en Grecia Meridional, era la Liga Aquea. Reñían continuamente una con otra y con Macedonia. Si se hubiesen unido firmemente, podían haber rechazado a Macedonia, que tenía continuos problemas con los bárbaros circundantes y con otros reinos helenísticos, pero los griegos nunca lograron unirse contra un enemigo común.
La Liga Aquea libraba una guerra constante contra Esparta, que estaba recuperando algo de su antiguo vigor y disputaba a la Liga el dominio de la Grecia Meridional. En efecto, tan mortal era esa rivalidad que la Liga Aquea llegó a pedir ayuda contra Esparta al enemigo común, Macedonia. Esta aplastó a Esparta en una batalla el año anterior a la subida al trono de Filipo, y por entonces la Liga Aquea era poco más que un títere macedónico.
Filipo entró en guerra con la Liga Etolia, que mantenía su postura antimacedónica, y pronto obtuvo victorias sobre ella. Pero esta guerra fue interrumpida en 217 a. C. con un apresurado acuerdo de paz, porque Filipo deseaba tener las manos libres para emprender una acción contra Roma, que acababa de perder sus dos primeras batallas contra Aníbal. Después de Cannas, Filipo selló una alianza con Aníbal, pero no pudo enviar refuerzos mientras la flota romana dominara los mares.
Roma no se contentó con una defensa pasiva solamente. Formó una alianza con los etolios y los espartanos, ansiosos de devolver a Macedonia las humillaciones pasadas, y envió un pequeño contingente al otro lado del Adriático. Así comenzó la Primera Guerra Macedónica.
En verdad, no llegó a ser una guerra, pero sirvió para mantener atareado a Filipo, mientras cambiaba la marea de la guerra contra Cartago. En 206 a. C., los aliados griegos estaban cansados y dispuestos a llegar a un arreglo con Filipo, quien a su vez estaba deseoso de librarse de ellos. Roma decidió hacer una paz de compromiso en 205 a. C.
Mas para Roma las cosas no terminaron allí. Filipo había ayudado a Aníbal; en efecto, envió un pequeño destacamento a luchar al lado de Aníbal en Zama, después del fin de la Primera Guerra Macedónica. Debía ser castigada severamente por ello; Roma estaba decidida a aplicar tal castigo.
Roma tenía también otro motivo de enemistad con Macedonia. Desde que derrotó a Pirro y absorbió a las ciudades griegas de la Magna Grecia, Roma quedó expuesta a las bellezas y atractivos de la cultura griega. Las familias nobles romanas hacían educar a sus hijos por griegos. Y esos hijos, una vez que aprendían griego, leían literatura e historia griegas y se enamoraban de ellas.
Los romanos aprendían los mitos griegos y adaptaban su propia religión a esos mitos. Empezaron a tratar de relacionarse con el mundo griego mediante Eneas y la Guerra Troyana (véase página 6). Nació una literatura latina en imitación de la griega.
El primer autor teatral romano de importancia fue Tito Maccio Plauto, nacido por el 254 a. C. Compuso sus obras principales en la década anterior y la posterior a la batalla de Zama. Escribió robustas y bufonescas comedias, en número de unas 130, de las que sólo sobreviven veinte. Usó los argumentos que encontró en las comedias griegas.
Un contemporáneo más joven, Quinto Ennio, nacido en 239 a. C., había luchado en Cerdeña durante la Segunda Guerra Púnica y había llegado a Roma en 204 antes de Cristo, Escribió tragedias y poemas épicos, usando también originales griegos como inspiración. Fue muy estimado por muchos aristócratas romanos, entre ellos Escipión el Africano.
Con esta creciente popularidad de la cultura griega era natural que muchos aristócratas romanos odiasen a Filipo, que oprimía a los griegos. Para algunos, la guerra contra Filipo era casi una cruzada santa en defensa de la causa griega.
Pero quedaba en pie la cuestión de si un intento romano de ajustar cuentas con Filipo no pondría a todo el mundo helenístico contra Roma. Según veían la situación los romanos, esto parecía dudoso.
El Egipto Tolemaico había sido poderoso bajo los tres primeros Tolomeos, pero el tercero había muerto en 221 antes de Cristo. Tolomeo IV fue un monarca débil, y cuando murió, en 203 a. C., poco antes de la batalla de Zama, subió al trono un niño de ocho años, Tolomeo V. No había peligro de que Egipto interviniera en contra de Roma. Apenas podía defender su propia existencia. Además, Egipto había sido aliado de Roma desde poco después de la derrota de Pirro, cuando el juicioso Tolomeo II comprendió que era conveniente ser amigo de Roma, y Egipto fue desde entonces fiel a esa alianza.
Asia Menor estaba dividida en una cantidad de pequeños reinos helenísticos. El más occidental de ellos —que estaba del otro lado del Egeo con respecto a Grecia— era Pérgamo. Los grandes enemigos de Pérgamo eran los reinos helenísticos mayores vecinos a él, entre ellos Macedonia. Por ello, el rey de Pérgamo, Atalo I, se alió con Roma, a la que juzgaba como su protectora natural.
La única región griega que mantenía su independencia y su prosperidad, ahora que Siracusa había desaparecido como Estado independiente, era Rodas, isla del sudoeste del mar Egeo. Se alió con Roma por las mismas razones de Pérgamo. También Atenas formó una alianza con Roma.
Quedaba el Imperio Seléucida, que justamente por entonces estaba llegando a la cúspide de su poder y era el único reino helenístico amigo de Macedonia. Antíoco III había llegado al trono seléucida en 223 a. C. y obtenido una serie de éxitos. Por ejemplo, sus predecesores habían perdido las vastas regiones de Asia Central, que antaño habían formado parte del Imperio Persa y que Alejandro Magno había conquistado. Ahora, Antíoco, después de algunas difíciles guerras, las reconquistó. En 204 a. C., el Imperio Seléucida se extendía desde el Mediterráneo hasta la India y Afganistán.
Era un reino de impresionante extensión. Antíoco fue llamado «el Grande» por sus cortesanos, y él mismo llegó a creer en su propia propaganda y se consideró otro Alejandro. Pero el dominio de las regiones orientales era muy precario, y la fuerza real de Antíoco estaba en Siria y Babilonia.
Cuando el joven Tolomeo V subió al trono egipcio, Antíoco pensó que se le brindaba una magnífica oportunidad para poner fin a una guerra que duraba intermitentemente hacía un siglo entre seléucidas y tolomeos. En 203 a. C., Antíoco formó una alianza con Filipo V contra Egipto e inició la guerra contra este país.
Pérgamo y Rodas, temerosos de que Antíoco obtuviese la victoria y se hiciese demasiado poderoso para los restantes reinos helenísticos, apelaron a Roma. Esta tenía conciencia del peligro, y también recordaba su larga alianza con Egipto. Los romanos se enteraron, asimismo, que Aníbal, después de huir de Cartago, se dirigió a los dominios seléucidas, y Antíoco había dado refugio a este gran enemigo de Roma. Por todas estas razones, Roma señaló la cuestión para resolverla en el futuro.
Por el momento tenía prioridad el enfrentamiento con Filipo V. Al menos no era probable que Antíoco interviniese contra los romanos en Macedonia mientras se hallase ocupado en Egipto.
En 200 a. C., pues, los romanos, después de recibir de Rodas un pedido de ayuda, envió una embajada a Filipo V ordenándole desistir de actividades juzgadas perjudiciales para Rodas y Pérgamo. Al negarse Filipo a aceptar la intimación dio comienzo la Segunda Guerra Macedónica.
En un principio, los resultados fueron decepcionantes para Roma. Esta esperaba que toda Grecia se rebelase y se le uniese en la lucha contra Filipo, pero esto no ocurrió. Pero aún Filipo demostró poseer considerable capacidad como general. Así, durante dos años, la lucha se mantuvo en un punto muerto frustrante para los romanos.
Luego, los romanos pusieron al frente del ejército a Tito Quinto Flaminio. Había servido bajo las órdenes de Marcelo, el conquistador de Siracusa, y era uno de aquellos romanos que admiraban la cultura griega.
Flaminio asumió el mando con energía, y en 197 a. C. obligó a los macedonios a presentar batalla en Cinoscéfalos, en Tesalia, región del noreste de Grecia. Fue la primera vez que la falange macedónica se enfrentó con la legión romana desde la época de Pirro, casi un siglo antes. Los ejércitos eran casi iguales en número, pero los romanos tenían de su parte una excelente caballería griega y también un grupo de elefantes.
El ejército de Filipo estaba formado por dos falanges que se desempeñaron muy bien durante un tiempo. Pero el terreno era un poco desigual, por lo que las falanges cayeron en cierta confusión. Además, la flexibilidad de la legión demostró ser decisiva. El ala izquierda romana estaba siendo derrotada por la falange que la enfrentaba cuando un oficial romano del ala derecha (que estaba actuando mejor) logró separar una parte de sus tropas y atacar por la retaguardia a la triunfante falange. Esta no pudo maniobrar con suficiente rapidez para hacer frente a la nueva amenaza y fue aplastada.
La legión había demostrado su superioridad, y Filipo V se vio obligado a hacer la paz, sobre todo dado que otros ejércitos macedónicos fueron derrotados por los griegos en Grecia y por Pérgamo en Asia Menor.
Como en el caso de Cartago, Macedonia se vio entonces limitada a sus propios territorios. Tuvo que ceder su flota, disolver la mayor parte de su ejército y pagar un gran tributo. Se permitió a Filipo mantener su corona, pero éste había aprendido la lección. Durante el resto de su vida no iba a intentar ninguna nueva acción contra Roma.
Flaminio pasó entonces a ocuparse de lo que para él debe de haber sido la mejor parte de su victoria. En 196 antes de Cristo, un año después de Cinoscéfalos, asistió a una celebración de los Juegos ístmicos (fiesta religiosa y atlética que se realizaba en la gran ciudad griega de Corinto cada dos años). Allí, con gran solemnidad, declaró libres e independientes a todas las ciudades griegas, después de un siglo y medio de dominación macedónica.
Los griegos aplaudieron cálidamente, pero para demasiados de ellos la libertad sólo significaba la posibilidad de dedicarse más libremente a sus rencillas. Esparta se hallaba bajo un gobernante llamado Nabis, que había introducido drásticas reformas en la ciudad y bajo el cual estaba adquiriendo fuerza rápidamente. La Liga Aquea pidió a Roma que desempeñase el viejo papel de Macedonia y derrotase a Esparta.
Con renuencia, Flaminio llevó a los ejércitos romanos contra Esparta. Esta resistió con sorprendente vigor, y Flaminio, al parecer, no quiso destruir la ciudad. Obligó a todos los griegos a sellar una paz de compromiso, y en 194 a. C. volvió a Roma con su ejército, dejando en el poder a Nabis. Pero una vez que Flaminio se hubo marchado, los griegos guerrearon nuevamente. En 192 antes de Cristo, Nabis fue asesinado y Esparta perdió su última batalla. Nunca volvería a combatir.
Ajuste de cuentas con Antíoco
¿Y qué pasaba con Antíoco? Mientras Roma marchaba contra Macedonia, Antíoco invadía Egipto. Ganó una importante victoria en 200 a. C. y se apoderó de territorios asiáticos que Egipto había poseído durante casi un siglo. Sus ejércitos avanzaron también en Asia Menor.
En 197 a. C. murió Atalo de Pérgamo. Su hijo, Eumenes II, confirmó la alianza con Roma y pidió a Flaminio, quien en ese momento estaba cercando a Filipo, que ordenara a Antíoco que se marchase de Asia Menor. Flaminio envió mensajeros a transmitir esta orden, pero Antíoco no sintió ninguna necesidad de obedecer, pues estaba obteniendo victorias en todas partes. Finalmente, firmó la paz con Egipto en 192 a. C. y retuvo todos los territorios que había conquistado.
Pero cuando Antíoco se detuvo para tomar aliento, halló que su aliada, Macedonia, había sido aplastada y que los romanos dominaban Grecia. Le parecía obvio que Roma no permanecería en paz con él mientras retuviese territorios conquistados a aliados de Roma, y la cuestión era si le convenía o no dar el primer golpe.
Dos consideraciones lo persuadieron. Primera, la Liga Etolia se había cansado ya de la situación creada desde la derrota de Filipo. Puesto que Roma había combatido contra Esparta, la Liga Aquea era pro romana, y puesto que la Liga Aquea era pro romana, la Liga Etolia tenía que ser antirromana. La Liga Etolia, pues, apeló a Antíoco para que la liberase del yugo romano.
En segundo lugar, Aníbal llegó a la corte de Antíoco desde la ciudad provincial de Tiro, en 195 a. C. Su única gran obsesión era la derrota de Roma e instó a Antíoco a luchar contra ella, ofreciéndole conducir otro ejército a Italia si el rey asiático se lo proporcionaba y prometiéndole derrotar a los romanos si Antíoco invadía Grecia como maniobra de diversión.
La vanidad de Antíoco lo impulsaba a asumir el papel de liberador de los griegos y vengador de los macedonios, pero no siguió el consejo de Aníbal. Decidió no dar al cartaginés un ejército y volcar su principal esfuerzo en Grecia, confiando en las promesas etolias de que los griegos se rebelarían y unirían a él.
En 192 a. C., Antíoco dio el paso decisivo. Invadió lo que quedaba de Asia Menor, cruzó el mar Egeo y llevó un ejército a Grecia, dando comienzo a la Guerra Siria.
Por supuesto, los griegos no se levantaron para unirse a él. Además, pese a las desesperadas advertencias de Aníbal, Antíoco se dedicó a las fiestas y las celebraciones.
En 191 a. C. llegó el momento de la verdad. Un ejército romano se enfrentó con las fuerzas de Antíoco en las Termopilas, sobre la costa egea y a 65 kilómetros al sur de Cinoscéfalos. Los romanos obtuvieron una fácil victoria, y Antíoco, aterrado, se retiró apresuradamente a Asia.
Pero los romanos no estaban satisfechos. No podían permitir a Antíoco que retuviese el territorio del fiel aliado de Roma, Pérgamo. Una flota romana, reforzada por barcos de Pérgamo y Rodas, derrotaron a la armada de Antíoco y las legiones desembarcaron en Asia por primera vez en su historia. A su frente estaba Lucio Cornelio Escipión, hermano de Escipión el Africano. (El Senado romano se había resistido a dar el mando a Lucio, pero el Africano se ofreció para ir como segundo jefe, lo cual inspiró confianza.)
En 190 a. C. se libró una batalla en Magnesia, a unos 65 kilómetros del Egeo, tierra adentro. Escipión el Africano estuvo enfermo, en cama, durante la batalla, pero los romanos ganaron de todos modos sin mucha dificultad, por lo que Lucio Escipión recibió el sobrenombre de «Asiático».
Antíoco estaba acabado. En el tratado de paz que se firmó a continuación, Antíoco tuvo que ceder Asia Menor. Pérgamo y Rodas fueron reforzados a expensas del seléucida y las ciudades griegas de la costa egea de Asia fueron liberadas. Antíoco tuvo también que pagar una pesada indemnización equivalente a unos treinta millones de dólares actuales.
Además, Antíoco tuvo que admitir que entregaría a Aníbal a los romanos. Pero pensó que esto sería deshonroso, por lo que arregló las cosas para que Aníbal pudiese escapar. El gran cartaginés huyó a Bitinia, un reino helenístico situado al noroeste de Pérgamo. Allí se convirtió en un valioso consejero del rey bitinio Prusias II. Cuando Bitinia libró una pequeña guerra con Pérgamo, Aníbal hizo obtener una victoria a la flota bitinia en una batalla naval. Esto atrajo la atención de los romanos. Pérgamo era su aliado y Aníbal su mortal enemigo.
El mismo Flaminio fue enviado a Bitinia en 183 a. C. para exigir la entrega de Aníbal. El rey bitinio se vio obligado a aceptar, pero cuando Aníbal vio que los soldados rodeaban su casa, rápidamente privó a Roma de su victoria final, tomando el veneno que siempre llevaba consigo. Así murió Aníbal, treinta y tres años después de su victoria de Cannas y diecinueve años después de su derrota de Zama.
Después de la batalla de Magnesia, también la vida de Escipión entró en la sombra. Cuando volvió de Asia se encontró con que sus enemigos políticos en Roma estaban iniciando una investigación de su manejo de las indemnizaciones pagadas por Antíoco y acusaban a él y a su hermano de haberse quedado con parte del dinero.
Lucio Escipión estaba dispuesto a presentar los libros de contabilidad, pero el Africano, fuese porque era demasiado orgulloso para someterse a una investigación, fuese porque era culpable, se apoderó de los libros y los destruyó. Sus enemigos vociferaron que eso indicaba la culpabilidad de los hermanos. Se impuso a Lucio una pesada multa, y Escipión fue llevado a juicio en 185 a. C., acusado de haber aceptado soborno de Antíoco. Podía haber sido condenado, pero recordó al tribunal que ese día era el aniversario de la batalla de Zama. De inmediato, el griterío de la multitud obligó a absolverle. Escipión murió en 183 a. C., el mismo año en que murió Aníbal.
Me parece maravilloso que divulgues la sabia palabra del admirado Isaac Asimov, uno de los escritores que con mas gracia ha escrito sobre Grecia y Roma. Pero me parece deleznable que no cites la fuente: "La Republica Romana" (Historia Universal Asimov, Alianza Editorial, 1981)
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