La decadencia de los etruscos
Las querellas internas de Roma podían haber provocado su fin a manos de algún vecino agresivo, pero ya entonces se manifestó la buena fortuna que iba a acompañar a los romanos durante muchos siglos. Los vecinos más peligrosos eran los etruscos, pero éstos ya habían iniciado una rápida decadencia.
Gracias a la labor de Porsena, Roma y las otras ciudades latinas no parecían constituir un peligro para los etruscos, quienes entonces trataron de expandirse por las exuberantes y fértiles regiones situadas al sur del Lacio. Estas regiones formaban la Campania, la parte más rica de Italia en tiempos antiguos.
No parecía haber ningún obstáculo ante los etruscos, excepto las ciudades griegas, pero éstas, como siempre, estaban desunidas y era posible enfrentarlas una por una. En 474 a. C., los etruscos pusieron sitio a Cumas, la más septentrional de las ciudades griegas de la Magna Grecia.
Pero desgraciadamente para los etruscos, el asedio se produjo en un momento culminante de la historia griega. En la misma Grecia, el poderoso Imperio Persa había sido derrotado; en Sicilia, las fuerzas cartaginesas habían sufrido un abrumador golpe. En todas partes los griegos se sintieron triunfantes. Para ellos, no había ningún «bárbaro» demasiado difícil de derrotar.
Por consiguiente, cuando Cumas pidió ayuda, su llamado fue escuchado. Fue a su rescate Gelón, gobernante de Siracusa. Seis años antes había derrotado a los cartagineses, y estaba muy dispuesto a extender su poder a Italia. Envió al Norte sus barcos y los etruscos fueron totalmente derrotados.
Fue una derrota definitiva, pues nunca más los etruscos osaron aventurarse por el sur de Italia.
En lugar de los etruscos, pasaron a primer plano en el Sur las tribus nativas italianas. Las principales de ellas eran los samnitas. El centro de su poder era el Samnio, que estaba al este y el sudeste del Lacio.
Derrotado el poder etrusco por los griegos, los samnitas penetraron en la Campania y se apoderaron de ella. En el 428 a. C. tomaron Capua, la mayor ciudad no griega de la región.
Pero si los etruscos tuvieron que retirarse del Sur, peor les fue en el Norte.
Por la época en que los villa¡Error! No se encuentra el origen de la referencia.novianos (véase página 3) entraron en Italia, otro grupo de pueblos, los galos, avanzaron detrás de ellos y ocuparon buena parte de Europa al norte de los Alpes.
Después del 500 a. C., tribus galas se abrieron paso a través de la barrera de los Alpes, que encerraban la Italia Septentrional en un semicírculo, y empezaron a chocar con los colonos etruscos del fértil valle del Po. Poco a poco, a medida que pasaron los años, los galos extendieron su dominación. Y a medida que los galos avanzaban sin pausa, los etruscos se retiraban, hasta que todo el Valle del Po constituyó lo que fue llamado la Galia Cisalpina, que significa «la Galia de este lado de los Alpes»: «este lado» desde el punto de vista de Roma, por supuesto.
(La región situada al oeste y al norte de los Alpes fue llamada a veces la Galia Transalpina, o «la Galia del otro lado de los Alpes». Pero la Galia Transalpina era tanto mayor que la otra y, en siglos posteriores, fue tanto más importante, que se la llamó sencillamente «la Galia».)
A fines del siglo v, los etruscos estaban evidentemente en una crítica situación. Derrotados y expulsados de Campania y del Valle del Po, ahora tuvieron que luchar desesperadamente y sin éxito para mantener a los galos fuera de la misma Etruria. Los galos efectuaron devastadoras correrías por el corazón del país, y los desalentados etruscos sólo hallaron seguridad dentro de las murallas de sus ciudades.
Mientras los desastres se acumulaban año tras año para los etruscos, los romanos obtuvieron en forma creciente la libertad de reñir entre sí y contra las otras ciudades del Lacio.
La lucha no fue siempre fácil. Los volscos extendían su dominación sobre la mitad sudoriental del Lacio (avance que quizá fue la base de la leyenda de Coriolano) y se aliaron con los ecuos, tribus que habitaban en las regiones montañosas de los bordes orientales del Lacio.
En relación con las guerras que los romanos libraron contra los ecuos hay una leyenda que siempre ha gozado de gran popularidad, la de Lucio Quincio Cincinato. Era un patricio del mismo género de Coriolano, contrario al tribunado y a toda ley escrita. Pero es también pintado como un modelo de virtud e integridad de viejo estilo. Vivía frugalmente, trabajaba él mismo sus tierras y era un patriota completo. Cincinato se había retirado disgustado a su finca, negándose a intervenir en la política, porque su hijo había sido exiliado por usar un lenguaje violento contra los tribunos.
En 458 a. C., los romanos estaban fuertemente acosados por los ecuos, y un cónsul y todo su ejército se vieron amenazados por el desastre. Entonces se llamó a Cincinato. Se le nombró dictador. Según la ley romana, éste era un funcionario dotado de poder absoluto que se designaba en momentos muy difíciles, pero sólo por un lapso de seis meses. La palabra proviene de una voz latina que significa «decir», porque todo lo que el dictador decía era ley.
Cuando se le informó de su designación, Cincinato estaba arando su campo. Dejando el arado donde estaba, se marchó al foro, reunió un nuevo ejército, avanzó rápidamente hacia el lugar de la batalla, atacó a los ecuos impetuosamente, los derrotó, rescató al cónsul y su ejército y volvió a Roma, todo ello en un día. (Es demasiado para que sea cierto.)
De vuelta en Roma, Cincinato renunció inmediatamente a la dignidad dictatorial, sin ningún intento de usar su poder absoluto ni un momento más de lo necesario, y volvió a su finca.
(Este ejemplo de virtud, del uso del poder sin abuso, impresionó mucho a las posteriores generaciones. Al final de la Guerra de la Independencia Norteamericana, George Washington pareció un nuevo Cincinato. Por ello, los oficiales del Ejército Revolucionario formaron «La Sociedad de los Cincinnati» —usando el plural latino del nombre— una vez terminada la guerra. En 1790, una ciudad de orillas del río Ohio fue reorganizada y ampliada por un miembro de la Sociedad, y fue llamada Cincinnati en su honor.)
Mientras Etruria era devastada por los galos, los ejércitos romanos hasta se volvieron triunfalmente contra sus viejos opresores. La más meridional de las ciudades etruscas era Veyes, situada a sólo 20 kilómetros al norte de Roma. Era ciertamente más grande que Roma, y hasta quizá haya sido la mayor de todas las ciudades etruscas.
Las leyendas romanas hacen de Veyes una persistente enemiga de Roma y muestra a las dos ciudades casi constantemente en lucha, con no menos de catorce guerras entre las dos. Tal vez haya en esto alguna exageración, pues durante la mayor parte de los primeros tres siglos y medio de la historia romana, Veyes debe de haber sido, con mucho, la más fuerte de las dos ciudades, y Roma debe de haberla tratado con mucha cautela.
Pero ahora que Etruria estaba totalmente absorbida en la lucha contra los galos, Roma avanzó al ataque. En 406 a. C., los romanos pusieron sitio a la ciudad y, según la tradición, lo mantuvieron durante diez años bajo la conducción de Marco Furio Camilo. Finalmente, en 396 a. C., fue tomada y destruida, y su territorio anexado a Roma.
Después de la victoria, sigue el relato, Camilo fue acusado de haber distribuido sin equidad el botín. Lleno de cólera, abandonó a su ingrata ciudad en el 391 a. C. para marchar a un exilio voluntario.
Los galos
Pero la victoria sobre Veyes fue al principio de escasa utilidad. No era probable que los galos, al penetrar cada año más profundamente en Etruria, se quedasen allí, y los romanos, que pescaron con éxito en las revueltas aguas etruscas, descubrieron que sus aguas también estaban revueltas.
Poco después de la captura de Veyes quedó muy claro que las correrías de los galos amenazarían al nuevo territorio romano al noroeste del Tíber y hasta a la misma Roma. Los romanos tendrían que luchar con los galos.
El 16 de julio de 390 a. C. (363 A. U. C.), un ejército galo, conducido por un jefe tribal llamado Brenno, chocó con los romanos en las márgenes del pequeño río Allia, a unos 15 kilómetros al norte de Roma, y los derrotó completamente. (En lo sucesivo, el 16 de julio fue considerado un día infausto por los romanos.)
(Por supuesto, los romanos no llamaban a esa fecha el 16 de julio. Nosotros hemos adoptado sus nombres para los meses, por lo que éstos nos son familiares, con dos excepciones. En la época de la República, los meses que llamamos julio y agosto eran llamados Quintilis y Sextilis, respectivamente, por los romanos. Cada mes tenía tres días principales. El primer día de cada mes, el día en que el mes era «proclamado» («calare») por el Sumo Sacerdote, era las calendas. De esta palabra deriva la nuestra «calendario». El día de mitad del mes —el 15 de marzo, mayo, julio y octubre, y el 13 de los otros meses— era los idus, que proviene, quizá, de una palabra etrusca que significa «división». El noveno día anterior a los idus, contando este mismo día, era las nonas («nueve»). Las otras fechas se indicaban como tantos días antes del siguiente día principal. Así, el 16 de julio era «dieciséis días antes de las calendas de Sextilis». Era un sistema ridículamente farragoso, por lo que en este libro sólo usaré el sistema moderno de meses y días.)
Después de la victoria, los galos marcharon directamente hacia Roma y, más afortunados que Porsena, la ocuparon. Fue la primera ocupación extranjera de la historia de Roma, y durante ochocientos años no volvería a haber otra. Por ello, los posteriores historiadores romanos dieron mucha importancia a este desastre único y llenaron el período de leyendas.
Todos los que pudieron huyeron de Roma ante las noticias del avance de los galos, mientras aquellos capaces de combatir se parapetaron en el Monte Capitolino para ofrecer la resistencia final. Los senadores, según los relatos, se sentaron en los portales de sus mansiones para enfrentarse bravamente con los galos. (Esto parece un desatino y probablemente jamás ocurrió, pero es un buen cuento.)
Los galos invasores saquearon e incendiaron la ciudad, pero se detuvieron asombrados ante los senadores sentados inmóviles en sus asientos de marfil. Finalmente, un galo ingenuo extendió la mano para tocar la barba de uno de los senadores y ver si era un hombre o una estatua. En muchas culturas, la barba es el signo de la virilidad y se considera un insulto que un extraño la toque. Cuando los dedos del galo se cerraron en la barba del senador, éste rápidamente levantó su bastón y lo golpeó. El galo, pasado el primer momento de sorpresa, mató al senador, a lo cual siguió una matanza general.
Los galos, luego, pusieron sitio al Capitolio, y a este respecto se cuenta una famosa historia. Una noche, los galos, que habían descubierto un camino relativamente fácil para trepar por la colina, ascendieron silenciosamente mientras los romanos dormían. Habían casi llegado a la meta, cuando los gansos (que eran tenidos en el templo porque desempeñaban un papel en los ritos religiosos) se inquietaron por los débiles ruidos de los hombres que trepaban y comenzaron a graznar y correr de un lado a otro.
Un romano, Marco Manlio, que había sido cónsul dos veces, se despertó. Cogió sus armas y se lanzó sobre el primero de los galos que acababa de llegar a la cima, a la par que despertó a los otros pidiendo ayuda. Los romanos lograron rechazar a los galos y la ciudad se salvó de la derrota total. En honor de esta hazaña, Manlio recibió el sobrenombre de Capitolino.
Los galos, cansados del asedio, que duraba ya siete meses, y estaban padeciendo por el hambre y las enfermedades, convinieron en llegar a una paz de compromiso; esto es, ofrecían abandonar Roma si los romanos les pagaban mil libras de oro. Se llevaron balanzas y se empezó a pesar el oro. El general romano que vigilaba la operación observó que un objeto de oro, cuyo peso conocía, parecía pesar menos en los platillos. Los galos estaban usando pesos falsos para obtener más de mil libras.
El general protestó, y Brenno, el jefe galo, respondió fríamente —según se cuenta—: « ¡Ay de los vencidos! », y arrojó su espada sobre el platillo encima de los pesos, para dar a entender que los romanos tendrían que entregar una cantidad de oro equivalente al peso de su espada, además de mantener los pesos reconocidamente falsos.
Los historiadores romanos no podían dejar las cosas allí, por lo que añadieron que los romanos, indignados, tomaron las armas y rechazaron a los galos y que éstos fueron completamente derrotados por un ejército conducido por Camilo, quien retornó del exilio justo a tiempo para decir: «Roma compra su libertad con hierro, no con oro».
Pero, según todas las probabilidades, esto último es un lisonjero cuento inventado por los historiadores romanos posteriores. Lo más verosímil es que los romanos hayan sido totalmente derrotados, fueron sometidos a tributo y lo pagaron.
No obstante, la ciudad subsistió, y Camilo, si bien no derrotó realmente a los galos, rindió un gran servicio. Con la ciudad en ruinas, los romanos discutieron si no era mejor trasladarse a Veyes y comenzar allí de nuevo, en lugar de permanecer en una ciudad que los sucesos recientes parecían haber convertido en un sitio de mal agüero.
Camilo se opuso a esto con todas sus energías, y su opinión prevaleció. Los romanos permanecieron en Roma y Camilo fue saludado como «el nuevo Rómulo» y segundo fundador de Roma.
La invasión gala tuvo una serie de consecuencias. En primer término, aparentemente destruyó los registros romanos, por lo que no tenemos anales seguros de los primeros tres siglos y medio de la historia romana. Sólo quedan los cuentos legendarios, más o menos deformados, y algunos claramente inventados en tiempos posteriores, que hasta ahora hemos relatado en este libro. Sólo después del 390 a. C. cesa la leyenda y puede comenzar una historia razonablemente fiel.
En segundo lugar, como después de la invasión de Porsena de un siglo antes, sobrevino una época de trastornos económicos en Roma. Los pobres sufrieron horriblemente y los deudores fueron nuevamente esclavizados.
Manlio Capitolino, el patricio salvador del Capitolio, vio que un soldado que había servido valientemente bajo sus órdenes era reducido a la esclavitud por deudas. Movido por la piedad, inmediatamente pagó con su dinero la deuda del soldado. Luego empezó a vender sus propiedades y anunció que mientras él tuviese el dinero necesario nadie sufriría esa crueldad.
A los patricios les disgustó esta actitud, pues esa bondad y generosidad los dejaba en un mal papel por contraste y, lo que era peor, hacía surgir ideas inquietantes en la mente del pobre. Afirmaron que Manlio estaba tratando de ganar popularidad para proclamarse rey. Manlio fue apresado y juzgado, pero hasta para los patricios fue imposible condenarlo a la vista del Capitolio que él había salvado.
El juicio fue trasladado lejos de la vista del Capitolio. Los patricios, entonces, lograron condenarle y el pobre Manlio fue ejecutado en 384 a. C.
Pero nuevamente se produjo una prolongada agitación entre los plebeyos, que buscaban el alivio de su situación, y a la larga no pudo ser ignorada. Camilo, aunque era un patricio, comprendió que era menester pacificar a los plebeyos. Usó en este sentido su enorme influencia, y como resultado de ello en el 367 a. C. se aprobaron las leyes Licinio-Sextianas. (Así llamadas por Cayo Licinio y Lucio Sextio, que fueron cónsules ese año.)
Esas leyes facilitaron las cosas a los deudores una vez más y limitaron la cantidad de tierra que podía tener un hombre. Al impedir que los individuos acumularan finca tras finca, eliminaron uno de los factores que impulsaban a los terratenientes a ser implacables con los pequeños agricultores cuyas tierras deseaban anexarse. Además, el consulado se hizo accesible a los plebeyos y se impuso la costumbre, después de un tiempo, de elegir al menos un cónsul en una familia plebeya. Después de esto, la distinción entre patricios y plebeyos se esfumó completamente.
En lo sucesivo, a lo largo de toda la historia romana se tuvo la sensación de que el Senado gobernaba en asociación con el pueblo común. Las leyes y los decretos de Roma fueron promulgados bajo el nombre de S. P. Q. R., iniciales tan conocidas para el historiador de Roma como U. S. A. para los norteamericanos. «S. P. Q. R.» son las iniciales de «Senatus PopulusQue Romanus («el Senado y el Pueblo de Roma»).
Finalmente, la invasión gala dio como resultado, en cierto sentido, un nuevo ordenamiento en Italia Central. Los etruscos estaban abatidos, y el vacío de poder que esto originó podía ser llenado por cualquier ciudad que desplegase la iniciativa adecuada.
Roma había sido un centro de resistencia contra los galos y, aunque había sufrido mucho, luchó respetablemente. Posteriormente, la rápida recuperación de la ciudad le hizo ganar considerable prestigio.
Bajo la capaz conducción de Camilo, Roma recobró rápidamente todo el terreno perdido. Mantuvo Veyes y derrotó a los volscos del sur del Lacio en 389 a. C. Hasta los galos fueron derrotados, cuando intentaron llevar a cabo una nueva invasión en 367 a. C.
Camilo murió en 365 a. C., pero los romanos siguieron fortaleciéndose. En 354 a. C. las ciudades latinas fueron obligadas a incorporarse a la Liga Latina, que ya no fue una alianza en igualdad de condiciones, sino que estuvo claramente dominada por Roma. Al mismo tiempo, la parte meridional de Etruria, hasta 70 kilómetros al norte de la ciudad, reconoció la dominación romana.
Roma gobernó sobre más de 7.500 kilómetros cuadrados de Italia Central sólo una generación después de haber sido aparentemente aplastada por los galos. Por el 350 a. C. se había convertido en una de las cuatro grandes potencias de la Península Italiana; las otras tres eran los galos en el Norte, los samnitas en el Centro y los griegos en el Sur
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