De esta manera, teniendo en cuenta los últimos descubrimientos, puede avanzarse el siguiente desarrollo de las guerras cantábricas:
1.- una larga fase de conflictos, desde el 36 al 31, en los que Cayo Norbano, Marcio Filipo, Claudio Pulcro y Calvisio Sabino se declaran vencedores ex Hispania, sin que sepamos contra que pueblos combaten, aunque podamos sospechar que sea contra astures, cántabros y quizás contra los vacceos del norte, probablemente aún no sometidos.
En alguna de estas campañas, o quizás durante la Gran Guerra, se produjo la masacre de una cohorte cuando estaba levantando su campamento en Andagoste, Álava, en territorio autrigón pero muy cercano a las fronteras surorientales de los cántabros. En este campamento inacabado aparecieron multitud de proyectiles de plomo para honda y restos de pila, que junto con gran cantidad de tachuelas de caliga y algunas monedas, dibujan una planta cuadrangular completada por los restos de algunos de los fosos y terraplenes que no llegaron a terminar. Precisamente la más moderna de las monedas es un denario del 39 a. C., aunque el campamento podría ser más reciente, ya que sabemos que en el ejército romano las acuñaciones circulaban largos períodos de tiempo.
Dentro de estas campañas quizás hubo alguna contra los galaicos, aunque se les considera sometidos desde la estancia de Julio César como propretor en Hispania en el 61-60.
2.- El comienzo de la Gran Guerra se toma desde Schulten en el 29, con la rebelión de los vacceos, de la que nada sabemos, salvo que fueron ayudados por los cántabros y astures y derrotados por Estatilio Tauro.
Es ahora cuando debe dejarse claro que los vacceos no eran unos pobres agricultores indefensos ante la ferocidad de los guerreros cántabros: desde que Roma alcanza los territorios de la Meseta, en sus guerras contra los celtíberos, los vacceos aparecen combatiendo o apoyando con provisiones a los celtíberos, a menudo junto con los cántabros.
Durante estas guerras sufrieron las represalias romanas por su apoyo a los arevacos: los habitantes de Cauca fueron asesinados por el cónsul Lucio Licinio Lúculo, en el 151, tras acordar su rendición, pero al llegar Lúculo a Pallantia, la resistencia de los vacceos, la deserción de los jinetes reclutados forzosamente en Intercatia (también vacceos) y la llegada de los refuerzos cántabros le causaron una derrota que habría sido total de no ser porque los vacceos y cántabros detuvieron la persecución al producirse un eclipse que tomaron por una señal divina.
En las guerras numantinas, en el 137 el rumor de que vacceos y cántabros acudían en ayuda de los asediados provocó la desbandada del ejército del cónsul Cayo Hostilio Mancino, que acabó con la rendición de unos 20.000 legionarios y la posterior degradación de Mancino, considerado un traidor a pesar de haber logrado la salvación de casi todo su ejército. No acabó ahí la resistencia de los vacceos, que junto a lusitanos, celtíberos y cántabros fueron los principales apoyos de Sertorio.
Los vacceos y turmogos fueron sometidos en una serie de campañas entre los años 73 y 56, algunas dirigidas por Pompeyo y Quinto Metelo. Todavía en la época de las guerras civiles entre Pompeyo y César y después durante la guerra de los hijos de Pompeyo y Octavio, sigue habiendo conflictos con los vacceos, que no acaban definitivamente hasta la guerra del 29, así que puede decirse que los vacceos fueron el pueblo que más tiempo resistió a la dominación romana.
El hecho de que, según los romanos, los cántabros atacasen continuamente a los vacceos, turmogos y autrigones se debe más bien a la necesidad de poner territorios intermedios entre ellos y las guarniciones romanas cada vez más cercanas y amenazantes, además de evitar que esas tierras pudiesen suministrar provisiones al invasor. También puede tratarse de movimientos de expansión de una población excedentaria e incluso hay sospechas de que los vacceos instigaban estas expediciones para evitar pagar impuestos a Roma.
De las campañas del 28 y 27 no sabemos nada, salvo el nombre de los generales que las dirigen: Cayo Calvisio Sabino y Sexto Apuleyo. Quizás todavía resistían bandas de vacceos, y también es probable que los derrotados hubiesen sido acogidos por cántabros y astures, en virtud de una red de pactos de hospitalidad que gracias a los últimos hallazgos arqueológicos vamos conociendo (como la tésera de hospitalidad de Turiaso, ciudad celtíbera, con algún grupo o individuo cántabro del sur, publicada por Eduardo Peralta Labrador).
También pudo tratarse de expediciones punitivas de los romanos contra las regiones meridionales de ambos pueblos, que servirían para explorar el territorio y calcular las fuerzas de enemigo antes de la gran campaña del 26, dirigida por Augusto.
3.- Esta es la campaña más famosa de las guerras, gracias, precisamente a la presencia del emperador. Nuestra proposición no difiere demasiado de la de Eutimio Martino, aunque se enriquezca con los importantísimos hallazgos de Eduardo Peralta Labrador, tan recientes en el tiempo que Martino no los conocía cuando publicó su libro en 1982.
En nuestra opinión, el dispositivo romano en tres columnas, formadas por al menos una legión y sus auxiliares cada una (sobre cuyo despliegue no diremos nada por ser meras especulaciones indemostrables por el momento), una de ellas dirigida por Augusto, fracasó en cuanto se internó en las áreas montañosas de Cantabria, al dejar atrás las regiones de transición a la Meseta como Campoo, La Lora, Cañones del Ebro, Guardo, y Riaño.
Como dice Dión Casio, los cántabros, en su mayoría infantes ligeros, evitaban el combate directo y hostigaban cada movimiento romano mediante golpes de mano y emboscadas, favorecidos por el medio geográfico, muy montañoso y cubierto de bosques; llegaron a dificultar el aprovisionamiento romano de tal manera con sus correrías por la Meseta que los romanos tuvieron que traer el cereal desde Aquitania, con enormes dificultades y llegando casi a la hambruna.
Octavio Augusto tuvo que detener su ofensiva y acuartelarse durante un largo período, lo que propició una molestísima plaga de ratas en su campamento, para cuya erradicación tuvo que establecer un concurso de caza, con premios a los mejores cazadores, según las noticias recogidas por Estrabón.
Tuvo que enfrentarse además a un hábil caudillo cántabro, Corocotta, por quien ofreció una recompensa de 250.000 sextercios, la renta anual exigida a un eques (caballero) romano, con la esperanza de que los propios cántabros le asesinasen. El desenlace fue inesperado: Corocotta se presentó en persona a cobrar la recompensa, que según las fuentes romanas no sólo cobró, sino que además quedó libre, lo cual es bastante sorprendente, conociendo a Octavio Augusto, un hombre cruel y despiadado con sus rivales políticos.
Como remate, durante un paseo en litera, un rayo mató a uno de sus esclavos, lo cual terminó por desquiciar los nervios del emperador, poco templados como sabemos por otras referencias, tras lo que optó por retirarse a Tarraco. Su salud, siempre precaria, había empeorado tanto que en Roma llegó a decirse que había muerto.
La campaña quedó en manos de Antistio, quien tenía experiencia en guerras de montaña (poco tiempo antes había derrotado a los salasos de los Alpes). Probablemente reunió a las tres columnas en una sola y se dirigió al oeste, derrotando a los cántabros junto a la ciudad de Uellica-Bergida-Bergidum, donde los indígenas, ante la profundidad del avance romano se vieron obligados a presentar batalla, protegidos por la cercanía de la ciudad. Quizás se presentaron en cuña, formación utilizada por celtíberos, galos y germanos, para lanzar un masivo ataque que no logró romper las líneas romanas.
Los guerreros escaparon al Mons Uindius, mientras la ciudad caía. Si esta ciudad estaba en Monte Cildá o en Valberga, no podemos saberlo por el momento, lo que si es indudable es que el relato de Floro y Orosio habla únicamente de cántabros y astures y lo hace por separado, por lo tanto este episodio tiene que referirse exclusivamente a los cántabros. Los romanos dicen que los cántabros refugiados en el Uindius se jactaban de que antes subirían allí las aguas del océano que las legiones romanas.
Según los historiadores, los guerreros perecieron de hambre en las montañas, algo inconcebible: si este Uindius eran los Picos de Europa, como parece seguro, los romanos habrían necesitado una cantidad ingente de tropas para evitar la huida de unos pastores-guerreros que conocían perfectamente el territorio. Podría, sin embargo, tratarse de una montaña, y no de toda la Cordillera, lo que haría posible tal cerco.
Desde allí, Antistio se dirigió hacia el oriente de Cantabria, empujando a los cántabros hasta el castro de Aracelium, seguramente en la Espina de Gallego, de unas 4 hectáreas y tres recintos defensivos, situado entre Toranzo e Iguña. Sobre un monte llamado Cildá, Eduardo Peralta Labrador y Federico Fernández Fernández descubrieron hace 3 años un enorme campamento romano, de casi 30 hectáreas, compuesto por varios recintos defensivos con capacidad para 2 legiones completas y sus correspondientes auxiliares; hay además otro pequeño campamento, para una cohorte o un ala, en Cueto Helguera, sobre el valle de Iguña.
Estos dos campamentos se hallan cada uno a entre 2 y 3 kilómetros del castro de la Espina del Gallego. De esta manera, el castro quedó rodeado por el Sur y el Oeste, siendo el Este cantiles prácticamente inaccesibles. El Norte quedaba fuera del alcance romano, por lo que Aracelium pudo resistir y lo hizo con tal firmeza que fueron necesarias tropas de refuerzo procedentes de Aquitania, que desembarcaron en el mejor puerto natural del Cantábrico, la Bahía de Santander, el Portus Uictoriae Iuliobrigensium posterior a la conquista.
Nuevamente, Eduardo Peralta Labrador y Federico Fernández Fernández han encontrado pruebas del avance de estas tropas de refuerzo en Campo las Cercas, sobre el valle de Buelna, con un nuevo campamento de alrededor de 1 kilómetro de largo, dividido en dos recintos, cada uno para una legión.
Tras la toma de Aracelium, ya en el año 25, Antistio avanzó hacia la región costera, aún más boscosa y montañosa que el interior, sometida tras duras y penosas batallas, según las noticias dadas por los historiadores romanos. Después de esto, la guerra contra los cántabros parecía terminada, pero aún quedaban los astures.
Durante el año 26, Carisio habría tomado el control de la mayor parte del territorio meseteño de los astures, impidiendo así cualquier intento de ayuda a los cántabros o de operaciones conjuntas. Sus tres legiones se hallaban acampadas en Asturica Augusta (Astorga), la VI Uictrix; en Petauonium (Rosino de Vidriales, Zamora), la X Gemina; desconociéndose donde estaría el campamento de la última, la V Alauda.
En los últimos días del invierno del 25, los astures se reunieron en un gran ejército y avanzaron en tres columnas para atacar los campamentos por sorpresa, pero los brigaecinos avisaron a los romanos y Carisio acudió con su ejército y les sorprendió junto al Astura (el Esla o el Órbigo). Los astures fueron derrotados en una feroz batalla, con grandes bajas por cada bando.
Los supervivientes se refugiaron en Lancia (Villasabariego, León) y durante un tiempo resistieron con valor, para terminar rindiéndose. Carisio, que quería conservarla intacta como homenaje a su victoria, apenas consiguió evitar que sus legionarios la incendiasen. Con la toma de otras poblaciones astures, acabó por el momento la guerra contra los norteños. Augusto regresó a Cantabria y ordenó a los indígenas abandonar los castros y vivir en los campamentos militares o en los valles, tomó rehenes y vendió a los prisioneros. A continuación hizo lo mismo entre los astures.
Con los veteranos fundó las ciudades de Emerita Augusta y Caesar Augusta, y también les repartió tierras en Acci, Ilici y Corduba. De regreso en Roma, en el 24, ordenó cerrar las puertas del templo de Jano, regaló a los romanos 400 sextercios, y en un gesto de falsa modestia, rechazó el triunfo, para no irritar a sus adversarios políticos.
4.- Pero ese mismo año, el 24, los cántabros y astures, de común acuerdo, engañaron a Lucio Emilio, legado de la Tarraconense, con la promesa de entregar trigo para sus legiones. Dión Casio no da cifras, pero por la importancia de la emboscada, debemos suponer que serían varias cohortes legionarias o auxiliares las que cayeron en la trampa: llevados a un lugar apartado, cántabros y astures les atacaron y mataron a todos los soldados. Lucio Emilio y Carisio reaccionaron con rapidez y contundencia: en poco tiempo arrasaron los campos indígenas, quemaron algunas ciudades y cortaron las manos de los guerreros que caían prisioneros.
5.- Del año 23 no hay ninguna noticia, aunque sin duda por los montes y bosques vagaban bandas de guerreros huidos que hostigarían en la medida de lo posible al invasor.
En el año 22, los astures se sublevaron contra Carisio, hartos de su arbitrariedad y crueldad. Los cántabros tenían un nuevo legado, Cayo Furnio, que parecía torpe e inexperto, por lo que no tardaron en secundarles. Pero Furnio tenía experiencia en la guerra de montaña y no tardó en derrotar a los cántabros, que tuvieron que refugiarse en el monte Medulio, cerca del mar y del rio Minio, que no tiene porque ser el actual Miño gallego.
Furnio lo rodeó con un foso de 15 millas (unos 23 kilómetros), y después de un asedio que los cántabros no pudieron romper, atacó por todos lados a la vez. Siendo ya imposible la resistencia, los cántabros celebraron un último banquete, tras el cual acudieron al suicidio masivo, ingiriendo veneno extraído de las hojas del tejo, arrojándose al fuego o matándose entre ellos, de tal modo que Furnio apenas hizo prisioneros.
Los astures, en cambio, habían sorprendido a Carisio, que estuvo a punto de ser derrotado. Furnio acudió en su ayuda, y encontró a los astures asediando algún campamento romano, de donde les expulsó y más tarde volvió a derrotarles en una nueva batalla campal, con lo cual se acabó definitivamente la guerra contra los astures.
6.- Los años 21 y 20 trascurren en aparente paz, con la mayoría de los guerreros muertos, mutilados o vendidos como esclavos lejos de su patria, o escondidos en las montañas. Pero en el 19, estos esclavos asesinaron a sus dueños y en una aventura sólo comparable a los míticos viajes de Ulises, llegaron a Cantabria y sublevaron al resto de la población, fortificaron algunos montes y asaltaron las guarniciones romanas, de las cuales muchas consistirían en pequeños barracones de vigilancia para un par de centurias, como el que dejaron en Aracelium tras su conquista, lo cual las hacía extremadamente vulnerables.
El nuevo legado, Publio Silio Nerva, un militar prestigioso, intentó reprimir la revuelta, pero la desesperación y fanatismo con el que luchaban los cántabros le hizo sufrir una serie de reveses militares, como la derrota y perdida del águila de la I Augusta.
La sucesión de victorias cántabras propició un clima de derrotismo, cuando no de abierta desobediencia entre los legionarios, muchos de ellos veteranos envejecidos y agotados física y psíquicamente por la duración de las campañas contra los cántabros. Augusto tuvo que recurrir a su yerno y amigo Marco Vipsanio Agripa, el general más prestigioso de Roma. Al llegar a Cantabria, Agripa en primer lugar puso a sus ordenes a Nerva, después tuvo que imponer severos castigos para recuperar la moral de combate de la tropa, como privar a la I Augusta de su nombre por perder el estandarte (quizás incluso aplicase un cruel castigo consistente en quintar o diezmar a los legionarios), antes de poder comenzar una campaña que estuvo llena de dificultades y contratiempos, porque los cántabros habían aprendido mucho de los romanos y sabían que era su última oportunidad de recobrar la libertad.
Sin embargo aún tuvieron que sufrir los romanos enormes perdidas humanas, antes de quebrar la resistencia indígena, tras lo que comenzó el genocidio de este pueblo valiente y orgulloso: Agripa no quiso tomar prisioneros, sino que todos los varones en edad militar que conseguía apresar eran crucificados, y cuenta Estrabón que era tal su desprecio al dolor y al sufrimiento que muchos guerreros murieron en la cruz entonando sus himnos de victoria, pues una victoria era morir como guerreros y hombres libres. El resto de la población sufrió deportaciones, la quema de sus cosechas y la matanza del ganado, con la hambruna consiguiente.
Estrabón, que conoció a muchos veteranos de aquella campaña, recoge anécdotas de extremada violencia: madres que mataban a sus hijos para que no fuesen hechos prisioneros; mujeres que se suicidaban tras matar a sus compañeras de cautiverio; un prisionero que aprovechó la borrachera de sus guardianes para arrojarse a la hoguera, evitando una muerte ignominiosa en la cruz; una familia capturada a la que mató, por orden de su padre encadenado, uno de los hijos que estaba libre y había conseguido hacerse con una espada.
Tras acabar con la resistencia armada, Agripa requisó las armas, recuperó las insignias capturadas, que depositó a su vuelta a Roma en el templo de Marte y obligó a la población superviviente a vivir en las llanuras. En Roma rechazó el triunfo que el Senado le había concedido, para no ofender a Augusto, que había sido incapaz de lograr la victoria personalmente. Augusto cerró por segunda vez en su mandato las puertas del templo de Jano.
7.- La guerra, sin embargo, no había terminado: inexplicablemente, en el 16, las fuentes romanas dan la noticia de una nueva revuelta cántabra, de la que no sabemos ni su magnitud, ni el tiempo que tardaron en reprimirla. De donde salieron los guerreros, las armas, y sobre todo los ánimos de los que encabezaron la rebelión, es un misterio, pero sin duda la matanza realizada por Agripa no fue tan eficaz como habitualmente se sostiene.
Para vigilar a los nativos, quedaron en Asturica Augusta las legiones VI Uictrix y X Gemina y la IV Macedonica en Cantabria, durante unos 60 años. En tiempos de Tiberio, los cántabros ya acudían al ejército romano como auxiliares, con sus propias armas y forma de combatir, como recoge el Pseudo Higinio, un autor romano de los siglos II-III después de Cristo, que puntualiza que estos symmachiarii recibían las órdenes en su lengua.
Página de los orgenomescos
no los de las fiestas corraliegas...
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