El primer siglo y medio
Rómulo, según las antiguas leyendas romanas, gobernó hasta el 716 a. C. Luego desapareció en una tormenta, y se suponía que había sido llevado al cielo para convertirse en el dios de la guerra Quirino. Por la época de su muerte, la ciudad de Roma se había expandido desde el Palatino hasta el Monte Capitolino y el Monte Quirinal, al norte .
La leyenda más conocida sobre el reinado de Rómulo se refiere al problema de los primeros colonos, quienes se hallaron ante el hecho de que los hombres afluían a la nueva ciudad, pero no las mujeres. Por ello, los hombres decidieron apoderarse de las mujeres de los sabinos, grupo de pueblos que vivía al este de Roma. Lo hicieron mediante una mezcla de engaño y violencia. Naturalmente, los sabinos consideraron esto motivo de guerra, y Roma se encontró empeñada en la primera de la que sería una larga serie de batallas en su historia.
Los sabinos pusieron sitio al Monte Capitolino, y entrevieron la posibilidad de la victoria gracias a Tarpeya, la hija del jefe romano, que dirigía la resistencia contra ellos.
Los sabinos lograron persuadir a Tarpeya a que les abriera las puertas a cambio de lo que ellos llevaban en sus brazos izquierdos. (La condición de Tarpeya aludía a los brazaletes de oro que ellos usaban.) Una noche ella abrió secretamente las puertas, y los primeros sabinos que entraron arrojaron sobre ella sus escudos, pues también los llevaban en el brazo izquierdo. De este modo, los sabinos, quienes (como la mayoría de la gente) estaban dispuestos a utilizar traidores, pero les desagradaban, mantuvieron su compromiso matando a Tarpeya.
En lo sucesivo se llamó Roca Tarpeya a un peñasco que formaba parte del Monte Capitolino. En memoria de la traición de Tarpeya se lo usó como lugar de ejecución, desde donde se arrojaba a los criminales hasta que morían.
Después de la pérdida del Monte Capitolino, la lucha entre sabinos y romanos siguió muy equilibrada. Finalmente, las mujeres sabinas, quienes entre tanto habían llegado a amar a sus maridos romanos (según la leyenda), se abalanzaron entre los ejércitos e impusieron una paz negociada.
Los romanos y los sabinos convinieron en gobernar juntos en Roma y en unir sus tierras. Después de morir el rey sabino, Rómulo gobernó sobre romanos y sabinos.
Sin duda, esto refleja el oscuro recuerdo del hecho de que Roma no nació como dicen los románticos relatos sobre Rómulo y Remo. Es probable que ya hubiese aldeas en las siete colinas y que, con el tiempo, varias aldeas vecinas se unieron para dar origen a Roma. Quizá la ciudad nació por la unión de tres de esas aldeas, cada una de las cuales aportó una tribu: una de latinos, otra de sabinos y otra de etruscos. La misma palabra «tribu» proviene de otra palabra latina que significa «tres».
Después de la muerte de Rómulo fue elevado al trono un sabino llamado Numa Pompilio, quien gobernó durante más de cuarenta años, hasta el 673 a. C.
Se suponía que Numa Pompilio había sido el fundador de la religión romana, aunque buena parte de ella debe de haber sido tomada de los etruscos y de los sabinos. Quirino, por ejemplo (que fue luego convertido en Rómulo deificado), fue originalmente un dios de la guerra sabino, que era el equivalente del dios latino de la guerra, Marte.
En años posteriores, los romanos, por su admiración hacia los sofisticados griegos, identificaron sus dioses con los dioses de los mitos griegos. Así, el Júpiter romano fue considerado el equivalente del Zeus griego; Juno, el de Hera; Marte, el de Ares; Minerva, el de Atenea; Venus, el de Afrodita; Vulcano, el de Hefesto, etc.
Esa identificación llegó a ser tan firme que hoy usamos a menudo los nombres romanos (más familiares para la mayoría de los modernos) al referirnos a los mitos griegos, y casi olvidamos que los romanos tenían sus propios mitos acerca de sus dioses.
Estos mitos eran creencias religiosas romanas que siguieron siendo estrictamente romanas, pues no tenían equivalentes griegos. Uno de ellos se refiere al dios Jano, cuyo culto se suponía que había sido establecido por Numa Pompilio.
Jano era el dios de las puertas, lo cual es más importante de lo que parece a primera vista, pues las puertas simbolizan las entradas y salidas y, por ende, los comienzos y fines. (El mes de enero, con el que comienza el año, recibió ese nombre en su honor, y el guardián de las puertas de un edificio —y también de sus otras partes— era un «janitor» («portero»).
Habitualmente, Jano era representado con dos rostros: uno que miraba hacia el fin de las cosas y el otro hacia el comienzo. Sus santuarios consistían en arcos por los que se podía entrar o salir. Un santuario particularmente importante estaba formado por dos arcos paralelos, unidos por muros y con puertas. Se suponía que esas puertas estaban abiertas cuando Roma estaba en guerra y cerradas cuando estaba en paz.
Ellos permanecieron cerrados durante el pacífico reinado de Numa, pero el mejor indicio de la posterior historia bélica de Roma lo proporciona el hecho de que en los siete siglos siguientes de existencia de la ciudad las puertas de Jano sólo estuvieron cerradas cuatro veces, y ello sólo por breves períodos.
Al morir Numa Pompilio en el 673 a. C. fue elegido Tulo Hostilio como tercer rey. Bajo su gobierno, Roma se expandió a una cuarta colina, el Monte Celio, al sudeste del Palatino. En el Celio construyó Tulo su palacio.
Por entonces, Roma estaba empezando a destacarse entre las ciudades del Lacio. Su posición a orillas del Tíber estimulaba el comercio, que a su vez engendraba prosperidad. Más aún: la superior civilización de los etruscos estaba del otro lado del río, y Roma se benefició con lo que tomó de ella. Además, la presencia de los etruscos mantuvo unidos a los romanos y acalló los desacuerdos internos, pues no era atinado querellarse unos con otros con un enemigo a las puertas. Por añadidura, los romanos debieron desarrollar una tradición guerrera para su autodefensa.
Alba Longa, acostumbrada a dominar el Lacio, contempló con recelo el ascenso de Roma. De tanto en tanto estallaba la guerra entre las dos ciudades, y en 667 a. C. parecía estar a punto de producirse una gran batalla.
En vísperas de esa batalla (dice la leyenda romana) se decidió dirimir la cuestión mediante un duelo. Los romanos elegirían tres de sus guerreros, y los albanos harían lo mismo. Los seis hombres combatirían, tres contra tres, y las dos ciudades acatarían el resultado.
Los romanos eligieron tres hermanos de la familia de los Horacios, colectivamente conocidos por el plural latino de la palabra: los «Horatii» . Los albanos también eligieron tres hermanos, los «Curiatii».
En el combate que se produjo, dos de los Horacios fueron muertos. Pero el Horacio que quedaba vivo estaba intacto, mientras que los Curiatos estaban heridos y sangrantes. Horacio, entonces, decidió emplear cierta estrategia. Fingió huir, mientras los Curiatos, viendo la victoria a su alcance, le persiguieron furiosamente; el más ligeramente herido se adelantó, mientras quedaban atrás los que tenían heridas más serias.
Horacio entonces se volvió y luchó separadamente con cada uno de ellos a medida que llegaban. Los mató a todos y obtuvo para Roma la victoria sobre Alba Longa.
El cuento de los Horacios tiene un horrible epílogo. El Horacio victorioso, al volver a Roma en triunfo, fue recibido por su hermana, Horacia, que estaba comprometida con uno de los Curiacios y no estaba en modo alguno alegre por la muerte de su novio. Expresó sonoramente su pena, y Horacio, lleno de ira, apuñaló a su hermana hasta matarla gritando: «¡Así perezca toda mujer romana que llora a un enemigo!»
Los romanos gustaban de relatar historias como ésta para mostrar que sus héroes siempre ponían el bien de la ciudad por encima del amor a su familia o su bienestar personal. Pero en la realidad, esta «virtud romana» aparecía mucho más a menudo en las leyendas que en la realidad.
Alba Longa se sometió después del duelo, pero, al parecer, aprovechó la primera oportunidad que se le presentó para rebelarse, y en 665 a. C. fue tomada por Roma y destruida.
Cuando Tulo Hostilio murió, en 641 a. C., los romanos eligieron a un nieto de Numa Pompilio (a quien durante toda su historia aquéllos consideraron como un rey particularmente piadoso y virtuoso) para que los gobernase. Este nuevo rey, el cuarto, era Anco Marcio.
El gobierno de estos reyes durante el primer siglo y medio de la existencia de Roma no era absoluto. El rey era aconsejado por una asamblea de cien de los representantes más viejos de los diversos clanes que constituían la población de la ciudad, representantes de quienes, a causa de su edad y experiencia, cabía esperar que aconsejasen bien al rey. Este grupo de hombres viejos formaba el Senado, así llamado por la palabra latina que significa «anciano».
El Senado estaba con respecto al resto de los romanos en la misma posición que el padre con respecto a su familia. Como un padre, el Senado era más viejo y más sabio, y se esperaba que sus órdenes fuesen obedecidas. Por ello, los senadores eran los patricios, de la palabra latina que significa «padre». Este término fue luego extendido a sus familias, pues los futuros senadores fueron elegidos en esas familias.
Según la tradición, Anco Marcio llevó a nuevos colonos de las tribus conquistadas a las afueras de Roma para que la ciudad en crecimiento dispusiera de brazos adicionales. Fueron establecidos en el Monte Aventino, en el que Remo había querido fundar Roma siglo y cuarto antes. Ahora se convirtió en la quinta colina de Roma.
Los recién llegados al Aventino, desde luego, no fueron puestos en un pie de igualdad con las viejas familias, pues éstas no deseaban compartir su poder. Las nuevas familias no podían enviar representantes al Senado ni aspirar a otros cargos gubernamentales. Fueron los plebeyos, de una palabra latina que significa «gente común».
La dominación etrusca
Durante este primitivo período de la historia romana, los etruscos también estaban cobrando fuerza. Las ciudades etruscas eran mucho más poderosas y civilizadas que la tosca y pequeña ciudad del Tíber. Si Etruria hubiese estado unida bajo el gobierno de una sola ciudad poderosa, sin duda Roma habría sido ocupada y absorbida y nunca más se habría oído hablar de ella. Pero el dominio etrusco estaba formado por muchas ciudades laxamente unidas y celosas unas de otras, por lo que Roma pudo seguir existiendo calladamente en medio de las querellas de los etruscos.
Pero de todos modos estaba cerca. Los etruscos estaban expandiéndose al Norte y al Sur, y establecieron su dominación sobre Roma, al menos en cierta medida. Las leyendas romanas no dicen claramente que Roma pasó por un período en el que estuvo bajo la dominación etrusca, pues los historiadores nunca admitían nada que fuese humillante para la ciudad de tiempos posteriores. Con todo, el quinto rey de Roma fue un etrusco, como lo admite hasta la leyenda.
La leyenda trató de suavizar las cosas haciendo del quinto rey el hijo de un refugiado griego que emigró de Etruria y se casó con una mujer nativa, pero esto no es muy probable. Su ciudad natal era Tarquinia, situada sobre la costa marina de Etruria, a unos 80 kilómetros al noroeste de Roma. Su nombre era Lucio Tarquinio Prisco.
«Lucio» era su primer nombre , «Tarquinio» era su apellido, que se lo dieron los romanos por su lugar de nacimiento. «Prisco» era un nombre añadido para describir al individuo en particular. Significa «viejo» o «primero» e indica que fue el primero de su familia en desempeñar un papel importante en la historia romana.
Se creía que Tarquinio Prisco había llegado a Roma como inmigrante y se había destacado en la guerra y el consejo hasta el punto de que el rey, Anco Marcio, lo hizo regente del Reino y custodio de sus hijos. Los hijos de Anco Marcio quizá esperasen heredar el Reino al llegar a la edad adulta, pero los romanos estaban tan complacidos con Tarquinio Prisco que lo eligieron rey en su lugar.
(Esto parece sumamente improbable. Es mucho más probable que Tarquinio Prisco fuese el gobernador puesto sobre Roma por los etruscos, que gobernase detrás de las bambalinas mientras Anco Marcio fue rey y que se adueñase abiertamente del poder después de la muerte del rey, ocurrida en 616 a. C.)
Bajo Tarquinio Prisco, Roma prosperó, pues la civilización y las costumbres etruscas penetraron en la ciudad. El construyó el Circo Máximo, gran recinto ovalado donde se realizaban carreras de carros ante espectadores sentados en numerosas gradas de asientos.
También introdujo los juegos atléticos, según la costumbre etrusca. Más tarde, éstos se convirtieron en combates entre hombres armados que eran llamados gladiadores, por la espada («gladius») con que luchaban.
Luego, también, Tarquinio introdujo costumbres religiosas etruscas y comenzó a construir un gran templo a Júpiter en el Monte Capitolino. El templo, que también hizo las veces de fortaleza de la ciudad, fue llamado el Capitolio, de la palabra latina que significa «cabeza». (Como se pensaba que el Capitolio era el corazón y el centro mismo de la ciudad y el gobierno de Roma, se dio el mismo nombre al Capitolio de Washington, D. C., donde lleva a cabo sus sesiones el Congreso de los Estados Unidos.)
En el valle situado entre las dos colinas más antiguas de Roma, el Palatino y el Monte Capitolino, estaba el foro («mercado»), espacio abierto donde la gente se reunía para comerciar y realizar acciones públicas.
Para hacer utilizable el foro, Tarquinio Prisco hizo construir una cloaca para drenar las zonas pantanosas del valle. Más tarde se la llamó la Cloaca Máxima. Roma, ni siquiera en sus más grandes períodos, no llegó nunca a elaborar una ciencia y una matemática puras, como habían hecho los griegos; sin embargo, los romanos siempre se sintieron orgullosos de sus grandes obras de ingeniería y sus obras prácticas de arquitectura. Esas primeras cloacas y edificios iniciaron esa tradición.
En la historia romana posterior, toda ciudad tenía su foro, y Roma misma tuvo varios. Pero ese primer foro situado entre el Palatino y el Capitolio era el Foro Romano por excelencia, donde se reunía y debatía el Senado Romano. (Por eso, la palabra ha llegado a designar a todo lugar de reunión donde se efectúa una discusión libre.)
Tarquinio fue victorioso en las guerras contra las tribus vecinas e introdujo la costumbre etrusca del triunfo. El general victorioso entraba en la ciudad con gran pompa, precedido por funcionarios del gobierno y seguido por su ejército y los prisioneros capturados. La procesión se desplazaba por calles decoradas y entre hileras de espectadores que lo ovacionaban hasta el Capitolio. (Era como un vistoso desfile por la Quinta Avenida.) En el Capitolio se realizaban servicios religiosos, y el día terminaba con una gran fiesta. El triunfo era el mayor honor que Roma podía otorgar a sus generales. Para obtenerlo, un general tenía que ser un alto funcionario, debía haber luchado contra un enemigo extranjero y obtenido una completa victoria que extendiese el territorio romano. En 578 a. C., Tarquinio Prisco fue asesinado por hombres pagados por los hijos del viejo rey, Anco Marcio. Pero un yerno de Tarquinio Prisco actuó rápidamente y ocupó el trono. Los hijos de Anco Marcio se vieron obligados a huir.
El nuevo gobernante era Servio Tulio, el sexto rey de Roma. Tal vez fuese también un etrusco, y detrás de la historia del asesinato de Tarquinio Prisco quizá hubiese un intento de rebelión de los latinos nativos contra el señorío etrusco. Si fue así, la rebelión fracasó.
Si Servio Tulio fue un etrusco, demostró ser devoto de Roma, y bajo su gobierno ésta siguió floreciendo. La ciudad se expandió sobre una sexta y una séptima colina, el Esquilmo y el Viminal, al noreste. Servio Tulio construyó una muralla alrededor de las siete colinas (la Muralla Serviana), que señaló los «límites urbanos» de Roma para los quinientos años siguientes, aunque la población de la ciudad con el tiempo se extendió más allá de las murallas en todas las direcciones.
Servio Tulio también hizo una alianza con las otras ciudades del Lacio y formó una nueva Liga Latina, dominada por Roma. Las ciudades etruscas situadas al norte deben de haber contemplado esto con recelo y seguramente se preguntaron hasta qué punto podían confiar en el nuevo rey.
Servio Tulio también trató de debilitar el poder de las familias dominantes de la ciudad otorgando algunos privilegios políticos a los plebeyos. Esto encolerizó a los patricios, por supuesto, y conspiraron contra Servio Tulio, quizá con ayuda etrusca.
En 534 a. C., Servio Tulio fue asesinado. El alma de la conspiración fue un hijo del viejo rey Tarquinio Prisco. Este hijo se había casado con la hija de Servio Tulio, y cuando éste fue muerto se proclamó el séptimo rey de Roma.
Este séptimo rey fue Lucio Tarquino el Soberbio, el tercero —si contamos a Servio Tulio— de los gobernantes etruscos de Roma.
Los etruscos estaban ahora en la cúspide de su poder. Prácticamente toda Italia Central estaba bajo su dominio. Su flota dominaba las aguas situadas al oeste de Italia. E hicieron sentir su poder cuando colonos griegos trataron de establecerse en las islas de Cerdeña y Córcega. Por el 540 a. C. se libró una batalla naval frente a la colonia griega de Alalia, situada sobre la costa centro-este de Córcega. Los griegos fueron derrotados y tuvieron que abandonar ambas islas. Cerdeña, la más meridional de ellas, fue ocupada por los cartagineses, mientras Córcega, ubicada a 100 kilómetros al oeste de la costa etrusca, cayó bajo el poder etrusco.
Esto quizá explique por qué el nuevo Tarquino pudo ejercer su tiranía sobre Roma. La leyenda pinta a Tarquino el Soberbio como un cruel gobernante que anuló las leyes de Servio Tulio destinadas a ayudar a los plebeyos. Hasta trató de reducir el Senado a la impotencia haciendo ejecutar a algunos senadores y negándose a reemplazar a los que morían de muerte natural.
Reunió a su alrededor una guardia de corps y, al parecer, intentó gobernar como un déspota, con su propia voluntad como única ley. Sin embargo, prosiguió la ampliación de Roma, completando los grandes proyectos edilicios que había iniciado su padre.
Hay una famosa historia sobre Tarquino el Soberbio que se relaciona con una sibila o hechicera. Las sibilas eran sacerdotisas de Apolo que habitualmente vivían en cavernas y de las que se suponía que estaban dotadas de facultades proféticas. Los autores antiguos hablan de muchas de ellas, pero la más famosa era una que habitaba en las cercanías de Cumas (una ciudad griega que estaba cerca de la moderna Nápoles), por lo cual era llamada la sibila cumana. Se creía que Eneas la había consultado en busca de consejo en el curso de sus peregrinaciones.
Se decía que la sibila cumana tenía a su cargo los Libros Sibilinos, nueve volúmenes de profecías supuestamente hechas en diferentes épocas por diversas sibilas. La sibila se presentó ante Tarquino el Soberbio y le ofreció venderle los nueve volúmenes por trescientas piezas de oro. Tarquino rechazó precio tan exorbitante, tras lo cual la sibila quemó tres de los libros y pidió trescientas piezas de oro por los seis restantes. Nuevamente Tarquino rechazó la oferta y nuevamente la sibila quemó tres de los libros y pidió trescientas piezas de oro por los tres últimos.
Esta vez Tarquino pagó lo que se le pedía, pues no se atrevió a permitir la destrucción de las profecías finales. Los Libros Sibilinos fueron en adelante amorosamente cuidados por los romanos. Se los conservó en el Capitolio, y en tiempos de grandes crisis eran consultados por los sacerdotes para aprender los ritos apropiados con los cuales calmar a los dioses encolerizados.
La arrogancia de Tarquino el Soberbio y la soberbia aún mayor de su hijo Tarquino Sexto terminaron por convertir en enemigos suyos a todos los hombres poderosos de Roma, quienes esperaron hoscamente la oportunidad para rebelarse.
Esa oportunidad se presentó en mitad de una guerra. Tarquino el Soberbio había abandonado la pacífica política de Servio Tulio de alianza con las otras ciudades latinas. Por el contrario, obligó a someterse a las más cercanas e hizo la guerra a los volscos, tribu que habitaba la región sudoriental del Lacio.
Mientras seguía la guerra, el hijo de Tarquino (según la leyenda) ultrajó brutalmente a la esposa de un primo, Tarquino Colatino. Esto fue el colmo. Cuando se difundieron por la ciudad las noticias de lo ocurrido, inmediatamente estalló una rebelión bajo el liderato de Colatino y un patricio llamado Lucio Junio Bruto.
Bruto tenía buenas razones para ser enemigo de los Tarquines, pues éstos habían dado muerte a su padre y a su hermano mayor. En verdad, según la leyenda, el mismo Bruto habría sido ejecutado de no haber fingido ser un débil mental y por ende inocuo. («Brutus» significa «estúpido», y se le dio este nombre por su exitosa actuación.)
En el momento en que Tarquino pudo volver a Roma, era demasiado tarde. Le cerraron las puertas de la ciudad y tuvo que marcharse al exilio. Fue el séptimo y último rey de Roma. Nunca en su larga historia Roma volvería a tener un rey; al menos nunca volvería a tener un gobernante que osase llevar este título particular.
Tarquino fue exiliado en el 509 a. C. (244 A. U. C.); así, Roma había estado dos siglos y medio bajo sus siete reyes. Llegamos a un largo período de cinco siglos, durante los cuales la República Romana lograría sobrevivir, primero, y llegaría a ser una gran potencia, luego.
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