La época de los Antoninos
Desde el ascenso de Nerva, en 96, hasta la muerte de Marco Aurelio, en 180, el Imperio pasó por ochenta y cuatro años que fueron principalmente pacíficos y se señalaron por gobiernos austeros y responsables. Hubo guerras exteriores, con los partos, los dacios y los britanos pero se desarrollaron lejos, principalmente en territorio enemigo y no dejaron huellas dolorosas serias en las provincias romanas. Hubo también rebeliones, particularmente la de los judíos bajo Adriano, y algún ocasional levantamiento de un general, como en el caso del capaz jefe de las legiones sirias, quien, en 175, fue engañado por un falso informe de la muerte de Marco Aurelio por los marcómanos. Pero todas estas rebeliones lograron ser aplastadas, y sólo fueron alfilerazos dentro de la paz general.
De hecho, el historiador del siglo XVIII Edward Gibbon, en una famosa afirmación, dijo que en toda la historia de la raza humana nunca existió un período tan largo en el que tantas personas fuesen tan felices como en el Imperio Romano bajo los Antoninos.
En cierto modo, tenía razón. Si pensamos sólo en la región mediterránea, sin duda ésta estuvo mejor bajo los Antoninos que durante los siglos en los que se libraron guerras continuas, región contra región. También estuvo mejor que en los siglos siguientes, cuando se halló dividida en gobiernos en discordia. Hasta podríamos decir que estuvo mejor que ahora, cuando (junto con el resto del mundo) vive bajo la amenaza de la bomba atómica.
Sin embargo, aunque la época de los Antoninos fue un período de paz y calma, era la paz y la calma del agotamiento. El mundo mediterráneo se había desgastado en las grandes guerras de los griegos y los romanos y cuando luego el Imperio —aparentemente tan grande y fuerte— se vio obligado a soportar el impacto de los desastres luchó virilmente y con esfuerzos casi sobrehumanos, pero estaba demasiado agotado para triunfar.
La peste de 166 quizá fue el último golpe, que acabó con la vitalidad que le restaba a la población.
El intento de los emperadores de hacer de la ciudad de Roma un grandioso espectáculo debilitó aún más la economía. Cientos de miles de ciudadanos romanos recibían alimento gratuito en el tiempo de los Antonios, un día de cada tres era una fiesta que se celebraba con espectáculos, carreras de carros, combates de gladiadores y extravagantes juegos con animales. Todo esto era tremendamente costoso y la breve diversión que brindaba no compensaba el precio a largo plazo pagado con el debilitamiento de la economía. (Presumiblemente, muchos de los romanos de las generaciones que gozaron del beneficio de la diversión se preocupaban poco de lo que ello significaría para sus descendientes, si es que se preocupaban algo. Nuestra propia generación, que contamina y destruye sin cesar los recursos del mundo es igualmente criminal en su indiferencia, y no tenemos ningún derecho a despreciar a los romanos.)
La fatiga de la época de los Antoninos se refleja en la lenta decadencia de la literatura. Casi la única figura literaria de importancia en el período antonino tardío fue Lucio Apuleyo, nacido en Numidia por el 124. Estudió en Atenas y vivió en Roma durante un tiempo, pero pasó la mayor parte de su vida en Cartago.
Es más conocido por un libro llamado comúnmente El asno de oro, una fantasía sobre un hombre que se convierte en asno y sobre las aventuras que experimenta en su forma animal. En él figura el cuento de «Cupido y Psique», ciertamente uno de los más atractivos de los cuentos relatados a la manera de los antiguos mitos.
También la ciencia estaba decayendo. Sólo dos nombres merecen ser mencionados en relación con la época de los Antoninos. Uno de ellos era un astrónomo griego (o quizás egipcio), que vivió en Egipto durante los reinados de Adriano y Antonino, Claudius Ptolemaeus, más conocido en español sencillamente como Tolomeo. Comprendió la obra de los astrónomos griegos en un libro enciclopédico que sobrevivió en la Edad Media, cuando habían desaparecido las obras de los astrónomos anteriores en los cuales se basó. Fue el libro de consulta por excelencia de la astronomía durante quince siglos. Puesto que el cuadro del Universo que esbozaba Tolomeo colocaba a la Tierra en el centro, este modelo es llamado frecuentemente el «sistema tolemaico».
Un poco más joven que Tolomeo era Galeno, médico griego nacido en Asia Menor alrededor de 130. En 164 se estableció en Roma y fue, por un tiempo, médico de la corte de Marco Aurelio. Escribió voluminosos libros de medicina, y sus obras también sobrevivieron a través de la Edad Media, conservando toda su autoridad y su fuerza hasta tiempos modernos.
Las cargas del Imperio iban en aumento, mientras disminuía el número de hombros dispuestos a soportarlas. Con el tiempo, esas cargas iban a aplastar al Imperio.
Pero la fatiga también es relativa, y no todas las empresas se vieron afectadas por ella. En una época en que la importancia del otro mundo estaba creciendo en el espíritu de los hombres, las discusiones sobre la naturaleza de este mundo y su relación con el hombre se hicieron más intensas. En verdad, puede argüirse que una de las razones de la decadencia de la ciencia, el arte y la literatura fue el creciente interés de los mejores espíritus por un nuevo tipo de empresa intelectual: la teología.
No sólo disputaban sobre el dogma judíos y cristianos; no sólo trataban unos y otros de defender sus creencias contra los paganos, sino que entre los mismos cristianos surgieron diversas creencias rivales. (Cuando predominaba una particular variedad de creencia, se convertía en «ortodoxia» —que significa «pensamiento recto» en griego—, mientras que las otras eran «herejías», de una palabra griega que significar «elegir por uno mismo»).
En los dos primeros siglos de la era cristiana, por ejemplo, hubo una serie de grupos de cristianos confesos que adoptaron un sistema de pensamiento habitualmente rotulado con el nombre de «gnosticismo»; fue una de las más importantes de las primeras herejías. «Gnosticismo» proviene de una palabra griega que significa «conocimiento», pues los gnósticos sostenían que la salvación sólo podía alcanzarse mediante el conocimiento del sistema verdadero del mundo, conocimiento que se obtenía por revelación y por experiencia.
En realidad, el gnosticismo existía ya antes del cristianismo y contenía muchos elementos de la religión persa, particularmente en la creencia en un principio del bien y otro del mal, y en la continua guerra entre ambos. Con el advenimiento del cristianismo, muchos gnósticos absorbieron rápidamente algunos aspectos del cristianismo.
Algunos gnósticos cristianos pensaban que Dios era el principio del bien, pero consideraban a este Dios tan remoto que estaba más allá de la comprensión del hombre. Era el principio del mal el que realmente creó el mundo, y ese principio es el Jehová del Antiguo Testamento. Según esta línea de pensamiento Jesús, el hijo del Dios lejano, vino a la Tierra para rescatarla de Jehová. Como es natural, los gnósticos eran vigorosamente antisemitas.
Por otro lado, aquellos a quienes ahora consideramos como los cristianos ortodoxos aceptaban la autoridad divina del Antiguo Testamento y creían que Jehová es Dios. Se horrorizaban ante un sistema de pensamiento que hacía de Jehová el Diablo. Esta fue la primera (pero en modo alguno la última) de las luchas teológicas que enfrentaron a cristianos contra cristianos más fieramente aún de lo que los cristianos se enfrentaban contra los no cristianos.
Algunos maestros cristianos también pretendían tener revelaciones o conocimientos especiales y predicar el arrepentimiento y la santidad, como había hecho el mismo Cristo. Así, cierto Montano, que atrajo por primera vez la atención durante el reinado de Antonino Pío, se declaró especialmente inspirado por Dios para predicar el inminente fin del mundo y el segundo advenimiento de Cristo. Era otra versión del mesianismo. Los judíos habían esperado al advenimiento del Mesías de generación en generación, y cada tanto algunos maestros judíos predicaban que el advenimiento era inminente y algunos de quienes los escuchaban les creían. Después de que Jesús fuese aceptado como el Mesías por algunos judíos y por una cantidad creciente de no judíos, comenzaron nuevos períodos de espera del segundo advenimiento de Jesús, de generación en generación. Nuevamente, no faltó en cada generación alguno que predicase la inminencia del segundo advenimiento ni otros que lo creyesen. (La secta de los «Testigos de Jehová» es la representante contemporánea de quienes creen en la inminencia del segundo advenimiento.)
Montano creó la secta de los «montanistas», los cuales creían que, puesto que Jesús estaba a punto de volver, los hombres debían prepararse para ello, dejando de lado las cosas mundanas, evitando el pecado y viviendo en una rígida virtud. Montano predicó lo que hoy llamaríamos un modo de vida «puritano».
Así ocurrió que un número creciente de hombres dedicó sus energías a discutir sobre la naturaleza del otro mundo, y no el desarrollo de éste, y despreció cada vez más este mundo como algo que, en el mejor de los casos, no tenía valor, y, en el peor, era malo.
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