Cómodo
Pero no todo habría ido tan mal como fue sí Marco Aurelio hubiese seguido el precedente sentado por los cuatro emperadores anteriores y hubiese adoptado algún sucesor digno, probado tanto en el servicio civil como en el militar. Pero no lo hizo, y este mal servicio al Imperio anuló todo el bien que había hecho él y sus predecesores.
Marco Aurelio tenía, por desgracia, un hijo, y lo convirtió en su sucesor. En 177, hizo de él (que por entonces era un muchacho de dieciséis años) su co-emperador.
El peligro es que un hijo nacido en el trono casi con seguridad se echa a perder. Recibe demasiados halagos y demasiado poder, y confunde el accidente del nacimiento con las realizaciones de valor. Había sucedido con Calígula y Nerón, y ahora iba a ocurrir nuevamente.
El hijo de Marco Aurelio era Cómodo (Marcus Lucius Aelius Aurelius Commodus Antoninus), quien tenía diecinueve años cuando se convirtió en emperador.
Cómodo no era un guerrero. Hizo una rápida paz con los marcomanos y se dedicó a una vida de placer. Dejó las cargas del gobierno a sus funcionarios. Esto es peligroso, en cierto modo. La gente no es propensa a acusar al emperador mismo por los infortunios, pues se le enseña a reverenciar al emperador (o al rey o al presidente). Pero es fácil acusar a los «malvados favoritos» (o funcionarios o burócratas). Cómodo no tuvo el valor de defender a sus funcionarios, sino que los sacrificó a la multitud siempre que le pareció la salida más fácil.
Como la mayoría de los gobernantes débiles, temía ser asesinado, y pensaba que quienes más probablemente conspirarían contra él eran los senadores. Esto supuso el fin del largo período en el que los senadores actuaron en cooperación con los emperadores. Nuevamente se impuso un reinado del terror, en el que el informe sobre una palabra descuidada o la repentina sospecha irracional bastaban para dar lugar al exilio o la ejecución.
Por supuesto, el Senado no era ahora lo que había sido antaño, ni siquiera en la época de Augusto, para no hablar de los grandes días de la República. Ya no representaba a la antigua aristocracia romana. Gran parte de ella había sido barrida en las guerras civiles que precedieron al establecimiento del Imperio. Los miembros restantes de ella fueron muertos por Calígula, Nerón y Domiciano. Bajo los Antoninos, el Senado fue constituido por una nueva clase de funcionarios, y su prestigio decayó aún más a causa de ello.
Como Nerón, Cómodo parece haber sido monstruosamente vanidoso y llevado esta vanidad a extremos todavía más vergonzosos. Nerón al menos gozaba con fiestas del intelecto, con su poesía, su actuación escénica y su canto. Cómodo, al parecer, tenía el alma de un gladiador en el cuerpo de un emperador. Su placer era matar animales en el anfiteatro (desde una posición segura) y se cree que hasta intervino en combates de gladiadores. Si bien los romanos gozaban del brutal espectáculo que ofrecían hombres armados luchando hasta la muerte, pensaban que los combatientes ocupaban una posición social degradada. Por ello, que un emperador desempeñase el papel de un gladiador era vergonzoso.
Una vez más, la extravagancia imperial estaba vaciando el tesoro y una seria crisis económica asolaba el Imperio.
El fin de este nuevo Nerón fue precisamente el mismo que el del antiguo. Los más cercanos a él eran quienes más temían sus impulsos arbitrarios y ansiaban asegurar su propia vida eliminándolo. En 192 (945 A. U. C.), su amante, Marcia, y algunos funcionarios de la corte conspiraron contra él y lo hicieron estrangular por un luchador profesional; así, en cierto modo, murió como un gladiador. Como Nerón, tenía treinta y un años en el momento de su muerte.
Cómodo fue el último del linaje (por adopción y descendencia) de Nerva. Este linaje duró casi exactamente un siglo y dio siete emperadores a la historia romana, si contamos al co-emperador Lucio Vero.
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