Constancio II
Sobrevivieron a Constantino tres de sus hijos: Constantino II (Flavius Claudius Constantinus), Constancio II (Flavius Julius Constantius) y Constante (Flavius Julius Constans). El Imperio fue dividido entre ellos.
La parte oriental correspondió intacta al hijo del medio, Constancio II. El Imperio Occidental fue dividido entre el hermano mayor y el menor: Constantino II obtuvo Britania, Galia y España, mientras a Constante le correspondieron Italia, Iliria y África.
Fueron los primeros emperadores que recibieron una educación cristiana, y sería grato poder decir que, como resultado de ello, se produjo un gran cambio en el Imperio. Desgraciadamente, no es posible decirlo. Los hijos de Constantino eran crueles y pendencieros. Prácticamente el primer acto de Constancio II, por ejemplo, fue matar a dos de sus primos, además de otros miembros de la familia, porque pensaba que podían disputarle el trono.
En cuanto a los otros hermanos, Constantino II, por ser el mayor, pretendió ser el emperador en jefe. Cuando Constante se resistió a ello y exigió un rango igual. Constantino II invadió Italia. Pero Constante obtuvo la victoria, y Constantino fue derrotado y muerto en 340.
Durante un tiempo, gobernaron los dos hermanos restantes: Constante en Occidente y Constancio en el Este. Pero en 350 Constante fue asesinado por uno de sus generales, que aspiraba al trono. Como venganza, Constancio II, último de los hijos de Constantino, marchó al Oeste para combatir con ese general, al que luego derrotó y mató.
En 351 (1104 A. U. C.), pues, el Imperio Romano se hallaba de nuevo bajo un solo gobernante, Constancio II. Pero no tuvo un gobierno tranquilo, ni siquiera como único emperador. Casi desde el momento de su ascenso al poder, después de la muerte de su padre, tuvo que luchar contra los persas.
Después de la derrota de los persas por Galerio, en 297, en verdad hubo un período de reposo para los romanos que duró hasta el reinado de Constantino I. En 310, murió el rey persa y sus tres hijos fueron descartados del trono por los nobles persas. En cambio, otorgaron la corona a un hijo aún no nacido de una de las esposas del viejo rey. Buscaban un rey del linaje real, pero tan joven que hubiera una larga minoría durante la cual los nobles pudiesen hacer lo que quisieran.
El hijo, al nacer, resultó varón e inmediatamente fue reconocido con el nombre de Sapor II.
Durante la desvalida infancia de ese rey, Persia estuvo bajo la dominación de las familias nobles y sufrió incursiones de los árabes. (El gobierno egoísta de nobles peleones siempre es desastroso para una nación, hasta para los mismos nobles, pero este sencillo hecho de la historia parece que nunca penetra en los aristocráticos cerebros de individuos que esperan beneficiarse con la debilidad nacional.) En 327, Sapor tenía edad suficiente para adueñarse del poder. Rápidamente invadió Arabia y aporreó de tal modo a las tribus árabes que durante un período mantuvieron una hosca quietud.
Luego, en 337, al morir Constantino I y aparecer la probabilidad de que manos más débiles asieran el timón romano, Sapor atacó a Roma. En cierto modo, sólo fue uno más de los interminables conflictos que se habían producido entre Persia, al este, y Grecia primero y Roma después, al oeste, conflictos que por entonces duraban hacía ocho siglos. Pero ahora había un elemento nuevo: el cristianismo.
Como religión universal, el cristianismo no pretendía quedar limitado por las fronteras del Imperio Romano. Ardientes misioneros cristianos trataron de salvar almas también más allá de esas fronteras. Uno de ellos era Gregorio, llamado «el Iluminador», quien, según la leyenda, era persa de nacimiento. El padre de Gregorio murió en guerra cuando éste era un niño, y el muchacho fue llevado a Asia Menor por una nodriza cristiana y allí recibió una educación cristiana. Con el tiempo, viajó al Noroeste, hacia el reino tapón de Armenia. Este ya había sufrido influencias cristianas, pero la llegada de Gregorio completó la tarea.
En 303, convirtió al rey Tirídates de Armenia, lo persuadió a que borrase los últimos vestigios de paganismo en la nación y a que estableciera el cristianismo como religión oficial. Así, Armenia fue la primera nación cristiana, cuando la misma Roma aún era oficialmente pagana. En verdad, por la época en que Armenia se hacía cristiana, Diocleciano y Galerio estaban lanzando la última y la mayor de las persecuciones contra los cristianos.
Pero cuando Constantino I hizo cristiana a Roma, esto alteró seriamente el equilibrio de poderes. Durante cuatro siglos, Armenia había oscilado entre Roma y Persia (o Partia, antes de Persia). Ahora, una Armenia cristiana estaba obligada a elegir una Roma cristiana en vez de una Persia pagana.
Además, el cristianismo se estaba infiltrando en la misma Persia. En una guerra entre una Roma cristiana y una Persia pagana, ¿de qué lado estarían los cristianos persas? Por ello, Sapor inició una persecución total de los cristianos, y la guerra entre el Imperio Romano y Persia no sólo fue ya una guerra de naciones, sino también una guerra de religiones.
La guerra entre Sapor II y Constancio II fue la primera de una larga serie de guerras entre la Roma cristiana y una potencia no cristiana del Este.
Constancio II no tuvo mucho éxito contra el enérgico rey persa. Fue continuamente derrotado por las fuerzas persas en batallas campales, pero los persas nunca tuvieron fuerza suficiente para conquistar los puntos romanos fortificados y ocupar las provincias romanas. En particular, la fortaleza de Nisibis, en la Mesopotamia superior, situada a unos quinientos kilómetros al noreste de Antioquía, era un importantísimo punto fortificado romano. Tres veces Sapor la asedió; y tres veces tuvo que retirarse sin éxito.
Pero entonces ninguno de los reyes pudo dedicar toda su atención a la guerra. Sapor tuvo que hacer frente a correrías bárbaras por las partes orientales de su imperio, lo cual le impidió volcar toda su fuerza sobre Roma. Constancio, por su parte, estaba dedicado a problemas dinásticos.
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