8. El linaje de Constancio
Constancio I
Diocleciano tenía ideas definidas sobre cómo debía funcionar la tetrarquía. Cuando abdicó, obligó a abdicar también a su colega Augusto, Maximiano, para que ambos Césares, Galeno y Constancio, ascendieran simultáneamente. El paso siguiente fue designar dos nuevos Césares.
Idealmente, debían ser nombrados dos buenos soldados experimentados, firmes, capaces y leales. Más tarde, algún día sucederían a Galerio y Constancio y designarían otros buenos Césares. Si se podía hacer que el plan de Diocleciano funcionara, nunca habría ninguna disputa sobre la sucesión y los emperadores capaces se sucederían unos a otros.
Desgraciadamente, los seres humanos son seres humanos. Los dos Augustos podían discrepar sobre la selección de los Césares y considerar más capaces a parientes suyos antes que a extraños.
En este caso particular, fue Galerio quien sucedió directamente a Diocleciano y quien gobernó sobre el Imperio Romano de Oriente. No pudo por menos de considerarse como el Emperador-en-jefe, como lo había sido Diocleciano. Por ello, Galerio nombró inmediatamente dos Césares, uno para sí mismo y otro para Constancio; no se molestó en consultar a Constancio sobre la cuestión. (Probablemente, a Galerio le disgustaba Constancio por ser «suave con los cristianos», cosa que indudablemente era. Galerio hizo que las persecuciones a los cristianos continuasen durante todo su reinado.)
Galerio eligió para sí a uno de sus sobrinos, Maximino Daia, como César y sucesor, y para Constancio designó a uno de sus propios hombres, Severo (Flavius Valerius Severus).
El hijo del viejo co-emperador Maximiano, Majencio (Marcus Aurelius Valerius Maxentius), fue dejado de lado. Majencio, indignado por haber sido pasado por alto y pensando que tenía un derecho hereditario a la corona de su padre, se hizo proclamar emperador en Roma y llamó a su padre para que asumiese nuevamente el gobierno. (El viejo Maximiano, quien disfrutaba siendo emperador y estaba amargamente resentido por haberse visto obligado a abdicar, volvió gozoso al trono.)
Pero Galerio no estaba en modo alguno gozoso. Envió a Italia a Severo con un ejército, pero fue derrotado y muerto, y Majencio mantuvo la dominación de Italia.
Tampoco a Constancio le agradaba el nuevo acuerdo. También él tenía un hijo que había sido dejado de lado. Sin duda, Constancio habría emprendido una acción similar a la de Majencio, pero estaba ocupado en una campaña contra las tribus del norte de Britania. Luego, antes de poner fin a ésta, murió en el 306 en Eboracum, donde un siglo antes había muerto Septimio Severo.
Pero antes de morir, Constancio recomendó a sus tropas a su hijo Constantino (Gaius Flavius Valerius Aurelius Claudius Constantinus), y el joven, que sólo tenía dieciocho años en ese momento, pronto fue proclamado emperador. Como emperador, podemos llamarlo Constantino I, pues iba a haber muchos Constantinos después de él.
Constantino había nacido en 288, cuando su padre era gobernador de Iliria. Su ciudad natal era Naissus, la moderna Nish, en Yugoslavia, de modo que fue otro de los grandes ilirios. Al parecer, era hijo ilegítimo, pues su madre era una pobre mesonera que había cautivado a Constancio. (Como Constancio pasó buena parte de su vida posterior en Britania, surgió el mito —cuidadosamente patrocinado por los primitivos historiadores ingleses-— de que la madre de Constancio era una princesa británica, pero esto es sin duda falso.)
Constantino pasó su juventud en la corte de Diocleciano, pues el prudente Emperador lo retuvo como una especie de rehén de la buena conducta de su padre. Cuando Diocleciano abdicó, Constantino permaneció bajo la vigilancia de Galerio, aunque en un clima de mutuas sospechas. Mientras Constancio estuviese vivo, Galerio no haría daño al joven, pues provocaría una guerra civil. Pero cuando a Constantino le llegaron noticias de que su padre estaba agonizando, comprendió que para Galerio le sería más útil muerto que vivo.
Por ello, Constantino escapó y atravesó toda Europa huyendo de la persecución de los agentes del Emperador y llegó a Britania justo a tiempo para ver a su padre antes de morir y ser aclamado emperador inmediatamente después. (Según otra versión menos dramática, Constancio reclamó a su hijo inmediatamente después de la abdicación de Diocleciano, y Galerio, con alguna reluctancia envió al joven a su padre.)
Constantino se fortaleció contra la hostilidad de Galerio buscando aliados. En 307 se casó con la hija de Maximiano, el viejo Emperador, quien pronto reconoció a su yerno como co-emperador. Ahora Galerio se enfrentó con tres amenazas en Occidente: Maximiano, su hijo Majencio y su yerno Constantino. Trató de penetrar en Italia, pero fue derrotado y rechazado.
Galerio apeló entonces a Diocleciano, en 310, y le pidió que hiciese algún arreglo. Diocleciano, por última vez, tomó las riendas del Imperio. Destituyó a Maximiano y nombró a Licinio (Valerius Licinianus Licinius) emperador de Occidente. Mantuvo en calma a Constantino, reconociéndolo como co-emperador.
Maximiano naturalmente se resistió a ser destituido por segunda vez y trató de enfrentarse con los otros. Pronto fue derrotado por Constantino, quien tenía la posición que deseaba sin Maximiano, ya no necesitaba más al viejo y, por ende, no tuvo escrúpulos en hacer ejecutar a su suegro.
Galerio murió en 311 (1064 A. U. C.) y fue sucedido por Maximino Daia, su César. Maximino Daia continuó la persecución de los cristianos y trató de consolidarse llegando a un acuerdo con Majencio, quien aún gobernaba Italia.
De este modo, la situación era propicia para una nueva guerra civil. Majencio en Italia y Maximino Daia en Asia Menor estaban frente a Constantino en la Galia y Licinio en las provincias danubianas.
Constantino invadió Italia en 312. Era la tercera vez que un ejército marchaba sobre Italia para combatir contra Majencio, pero, a diferencia de los dos primeros ejércitos, el de Constantino no fue rápidamente derrotado y expulsado. Constantino derrotó a las fuerzas de Majencio en el valle del Po y luego avanzó sobre la misma Roma. Majencio se dispuso a enfrentarlo y los dos ejércitos se encontraron en un puente del río Tíber (el Puente Milvio). Constantino trató de cruzarlo y Majencio pretendió impedírselo.
Antes de la batalla (según los posteriores historiadores cristianos), vio una cruz brillante en el cielo y, bajo ella, palabras que decían «in hoc signo vinces» («bajo este signo vencerás»). Se supone que esto alentó a Constantino, quien ordenó que se pusiera una insignia cristiana en los escudos de los soldados y luego los envió confiadamente a la batalla. Las fuerzas de Majencio fueron completamente derrotadas y el mismo Majencio halló la muerte. Constantino quedó dueño de Occidente y fue proclamado emperador por el Senado. Luego procedió a disolver definitivamente a la guardia pretoriana, con lo que llegó a su fin esta perturbadora banda que antaño había hecho y deshecho emperadores.
Se supuso que el signo de la cruz que Constantino había visto en el cielo lo llevó a convertirse al cristianismo, pero no fue así. Constantino fue durante toda su vida un político realista y, muy probablemente, lo que en verdad ocurrió fue que Constantino constituyó el primer emperador que llegó a la conclusión de que el futuro pertenecía al cristianismo. Decidió que no tenía objeto perseguir a la parte que seguramente iba a ganar. Era mejor unirse a ella, y lo hizo. Pero no se convirtió oficialmente al cristianismo hasta mucho después en su vida, cuando se persuadió de que era seguro hacerlo. (A fin de cuentas, los cristianos del Imperio siguieron siendo una minoría hasta el final mismo de su reinado.)
Constantino continuó cautelosamente rindiendo honores al Dios-Sol de su padre y no permitió que lo bautizaran hasta su lecho de muerte, para lavar sus pecados en un momento en que ya no estaba en condiciones de seguir cometiéndolos.
Pero si bien Constantino no se convirtió al cristianismo por la época de la batalla de Puente Milvio, empezó a adoptar medidas para hacer cristiano el Imperio, o al menos asegurarse la lealtad de los cristianos.
Licinio había derrotado a Maximino Daia en el Este, y los dos vencedores se reunieron en una especie de conferencia cumbre en Milán, en 313 (1066 A.U.C.). Allí, Constantino y Licinio promulgaron el «Edicto de Milán», que garantizaba la tolerancia religiosa en todo el Imperio. Los cristianos podían llevar a cabo su culto libremente, y por primera vez el cristianismo fue oficialmente una religión legal en el Imperio.
En ese mismo año murió Diocleciano. Desde su abdicación, había visto su intento de disponer una sucesión automática degenerar en guerra civil, y su tentativa de borrar el cristianismo fracasar completamente. Es muy probable que no le importase. En su palacio aislado, indudablemente pasó los años más felices de su vida. En verdad, cuando Maximiano escribió a Diocleciano unos años antes para instarlo a que tomase nuevamente las riendas del Imperio, se cuenta que Diocleciano le respondió: «Si vinieses a Salona y vieses los vegetales que cultivo en mi jardín con mis propias manos, no me hablarías del Imperio».
El insensato Maximiano siguió su camino hasta una muerte violenta, pero Diocleciano murió en la paz y la alegría, sabio hasta el fin.
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