miércoles, noviembre 9

parte 25. Caracalla

Caracalla
Severo, para aumentar su popularidad entre la gente del Imperio y dar apariencia más legítima a su gobierno, apeló a la ficción legal de que él era hijo de Marco Aurelio y hermano de Cómodo. Esto se ve en el nombre de su hijo mayor. Originalmente era Basiano, pero después de que su padre se convirtiese en emperador, se cambió el nombre del hijo por el de Marco Aurelio Antonino.
Pero, como Calígula, el hijo mayor de Severo fue conocido por el nombre de una prenda de vestir. Introdujo en Roma una larga capa de estilo galo y la hizo popular. Esa capa era llamada «caracallus», por lo que el hijo de Severo fue conocido por Caracalla.
Caracalla y su hermano menor Geta (Publius Septimius Antoninus Geta) habían prestado servicio en Britania en la campaña final de su padre, y al morir éste los dos hermanos le sucedieron como co-emperadores, siguiendo el precedente de Marco Aurelio y Lucio Vero de medio siglo antes.
Pero Caracalla no era ningún Marco Aurelio. Los dos hermanos se odiaban violentamente. Concluyeron una rápida paz en Britania y volvieron apresuradamente a Roma para luchar hasta llegar a una decisión. Caracalla ganó porque hizo asesinar a Geta en 212, y en adelante gobernó solo, asegurando su posición mediante ejecuciones en masa de los que sospechaba que habían apoyado a Geta. Distribuyendo dinero pródigamente entre los soldados, se ganó su apoyo y no se preocupó un ardite de nada más.
El romano más distinguido que cayó en la campaña de ejecuciones de Caracalla fue Papiniano, el jurista. Había acompañado a Severo a Britania y, a la muerte del emperador, fue hecho tutor de Caracalla y Geta, que sólo tenían un poco más de veinte años. Trató de mantener la paz entre ellos y fracasó. Como les ocurre a menudo a los conciliadores, se ganó la enemistad de ambas partes y probablemente habría sido ejecutado con igual rapidez si hubiese ganado Geta.
Caracalla, al igual que Calígula, Nerón y Cómodo, fue echado a perder por haber sido criado en la corte; como emperador, fue de escasa valía. Pero sólo reinó seis años.
Bajo su gobierno, se construyeron en Roma los enormes «baños de Caracalla», que cubrían 33 acres. Sus ruinas subsisten en la Roma actual y son una atracción turística.
El hábito de tomar baños había aumentado de popularidad a través de la historia romana, y en el Imperio llegó a la cumbre del lujo. Los baños públicos eran grandes construcciones con habitaciones en las que un bañista podía pasar de un baño a otro con temperaturas diferentes: caliente, tibio y frío. Había habitaciones con vapor de agua, habitaciones para hacer ejercicios y lugares donde la gente podía ser untada con aceites o recibir masajes. Hasta había salones donde un cliente podía descansar, leer, conversar u oír recitaciones. Los precios no eran elevados y los baños tenían una gran popularidad.
Ciertamente, la popularidad de los baños es mucho más admirable que la de los horribles combates de gladiadores y con animales. Sin embargo, para los satíricos romanos, los estoicos y, sobre todo, para los primeros cristianos, el lujo que rodeaba a los baños hacía que su práctica les pareciese decadente y vergonzosa. En particular, en algunos lugares surgió la costumbre de que hombres y mujeres usasen los baños simultáneamente, y esto era horrible para los moralistas, quienes imaginaban que allí se practicaba todo género de perversiones, cosa que probablemente no ocurría.
Otra acción importante de Caracalla fue su edicto de 212 (965 A. U. C.) por el que otorgaba la ciudadanía romana a todos los hombres libres del Imperio. Esta no era una concesión tan magnífica como podría parecer, pues la diferencia entre ciudadanos y no ciudadanos había ido disminuyendo desde hacía mucho tiempo y las ventajas prácticas de ser ciudadano en un despotismo dominado por el ejército eran prácticamente nulas.
En realidad, se supone que Caracalla tenía en vista una finalidad práctica. Había ciertos impuestos a la herencia que sólo debían pagar los ciudadanos romanos. Al generalizar la ciudadanía, Caracalla aumentaba los ingresos provenientes de esos impuestos.
Caracalla llevó una política agresiva en las fronteras. Luchó a lo largo del Danubio en 214 y mantuvo a raya a las tribus germánicas. Luego marchó al Este para librar otra de las eternas guerras con Partia y, como su padre antes, hizo una triunfal incursión por la Mesopotamia.
Sin embargo, las crueldades de Caracalla estaban despertando nerviosismo entre sus colaboradores. Por ejemplo, ordenó a sus soldados que saquearan Alejandría, la segunda ciudad del Imperio, por un delito trivial, y fueron muertas miles de personas. Un hombre semejante no vacilaría en hacer asesinar a sus colaboradores por cualquier ofensa imaginaria, si esos colaboradores no actuaban primero.
Lo hicieron. En 217 (970 A. U. C.) Caracalla fue asesinado a instigación de uno de sus funcionarios, Marco Opilio Macrino. Como Nerón y Cómodo, Caracalla sufrió una muerte violenta a los treinta y un años de edad.
Después del asesinato, el mismo Macrino se proclamó emperador. Era un ciudadano de clase media, mauritano de origen, y nunca había alcanzado el rango senatorial. Fue el primer emperador que llegó al trono cuando sólo pertenecía aún a la clase media.
Macrino aparentemente tenía buenas intenciones. Redujo ciertos impuestos y trató de reducir la paga y aumentar la disciplina de sus tropas (una acción siempre muy riesgosa).
Por desgracia, las cosas no marcharon bien. Los partos, aprovechando los desórdenes que siguieron a la muerte de Caracalla, invadieron Siria e infligieron derrotas a los romanos. Macrino se vio obligado a firmar una paz bastante desfavorable que inmediatamente despertó la indignación de los soldados y les hicieron volverse hacia otros posibles candidatos al trono.

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