viernes, noviembre 25

parte 37. juliano

Juliano
Los dos hermanos de Constancio habían muerto sin dejar herederos. Constancio tampoco tenía hijos y había matado a la mayor parte de las ramas colaterales del linaje de Constancio Cloro. ¿Dónde podía hallar un heredero, alguien a quien pudiese hacer César y a quien confiar parte de las cargas imperiales?
Los únicos que quedaban eran un par de jóvenes que eran hijos de un medio hermano de Constantino I, medio hermano a quien Constancio había hecho ejecutar. Esos jóvenes (hijos de madres diferentes y, por tanto, medio hermanos), eran nietos de Constancio Cloro y primos de Constancio II.
Eran Galo (Flavius Claudius Constancius Gallus) y Juliano (Flavius Claudius Julianus). Eran niños en el momento de la ejecución de su padre y hasta Constancio pensó que eran quizá demasiado jóvenes para matarlos.
Galo tenía edad suficiente para ser desterrado de Constantinopla y mantenido bajo vigilancia estricta, pero Juliano (con sólo seis años cuando murió su padre), permaneció durante un tiempo en Constantinopla. Recibió una cuidadosa educación cristiana bajo Eusebio de Nicomedia, uno de los más importantes obispos arrianos. (El mismo Constancio tenía fuertes simpatías arrianas.) Ni Galo ni Juliano estaban seguros de si el malhumorado e irascible Constancio no podía ordenar su muerte en cualquier momento, de modo que no tuvieron una juventud feliz.
En 351 Constancio estaba en Occidente, combatiendo con el general usurpador que había dado muerte a su hermano menor Constante. Necesitaba a alguien que se hiciera cargo del Este, en vista de los continuos problemas con Persia. Optó por Galo, que entonces tenía veinticinco años, y el joven fue llevado repentinamente de la prisión al rango de César en Antioquía. Como signo de su nueva posición, se casó con Constancia, la hermana de Constancio.
Galo no estuvo a la altura de la tarea. Se cuentan muchas historias sobre la frivolidad y crueldad de Galo y Constancia. Esto sólo no habría fastidiado a Constancio, pero corrieron rumores de que estaban intrigando para derrocar al Emperador. Eso ya era diferente. Después de que Constancia muriese de muerte natural, Galo fue arrestado, llevado ante Constancio, condenado y ejecutado en 354.
Juliano, quien había sido liberado cuando su hermano subió al rango de César, fue repentinamente exiliado y puesto en prisión. Pero al año siguiente, Constancio, atormentado por las guerras contra los germanos en Occidente, sintió más necesidad que nunca de alguien que compartiese su carga. Sólo quedaba Juliano, quien por ende fue nombrado César en 355 y enviado a que se pusiese al frente del Oeste, mientras Constancio se dirigió hacia el Este para ocuparse una vez más de los persas.
La principal tarea de Juliano estaba en la Galia, donde las tribus germánicas, en particular los francos, estaban haciendo correrías a través del Rin y estaban penetrando profundamente en la provincia.
Casi como un nuevo Julio César, el joven Juliano (que hacía honor a su nombre), quien sólo contaba alrededor de veinticinco años y no tenía experiencia previa en la guerra, atacó vigorosa y eficazmente, rechazando a las tribus germánicas, liberando la provincia y reparando los estragos. Hasta pasó el Rin en tres distintas incursiones de éxito (Julio César sólo había realizado dos).
Juliano estableció su cuartel general en Lutecia, donde su abuelo, Constancio Cloro, estaba estacionado cuando fue nombrado César. El nombre completo de la ciudad era Lutetia Parisiorum («Lutecia de los parisinos»), por el nombre tribal de sus primeros habitantes. A veces era llamada París, y este nombre alternativo se generalizó mientras estuvo Juliano allí, y así entró en la historia este nombre que en siglos posteriores iba a hacerse tan famoso.
Juliano ganó enorme popularidad por su capacidad y su carácter humanitario. Puesto que nada favorece tanto como el éxito, fue el niño mimado del ejército.
El hosco y malhumorado Constancio, al observar esto desde lejos montó en cólera, pues era bien consciente de que sus propios y continuados fracasos con los persas parecían aún peores en contraste con los éxitos de su sobrino. Sapor había derrotado a sus enemigos bárbaros y había vuelto al ataque contra Roma más ferozmente que nunca. Los puntos fortificados romanos comenzaron a ceder, y en 359 Amida, fortaleza situada a 160 kilómetros al noroeste de Nisibis, cayó después de un sitio de diez semanas.
Constancio usó esto como excusa para debilitar a Juliano llamando al Este a parte de su ejército. Juliano señaló el peligro que esto significaba para la Galia, pero obedeció. Mas el ejército mismo se negó a abandonar a su comandante. Exigió que Juliano se proclamase emperador, y éste no tuvo más opción que aceptar.
Marchó hacia Constantinopla, y Constancio se lanzó hacia el Oeste desde Siria para ir a su encuentro, mientras Sapor se congratulaba ante la idea de la guerra civil que iba a producirse. Pero no hubo tal guerra. Antes de que los ejércitos se encontraran, Constancio murió de una enfermedad en Tarso, y Juliano se convirtió en gobernante de un Imperio unido en 361 (1114 A. U. C.).
Juliano fue un emperador muy fuera de lo común en un aspecto, pues no era cristiano. Había recibido una educación cristiana, sin duda, pero ésta no había arraigado en él. Constancio II, el emperador cristiano, había matado a su familia y Juliano había vivido en el constante temor de su propia muerte. Si eso era el cristianismo, ¿en qué se diferenciaba de cualquier otra religión que alentase la tiranía y la crueldad?
En cambio, se sintió atraído por las enseñanzas de los filósofos paganos (y la mitad del Imperio aún era pagano). En los filósofos halló el recuerdo de una antigua Grecia de sabios y demócratas coloreada por la bruma dorada de siete siglos de historia. Secretamente, Juliano se volvió pagano y se hizo iniciar en los misterios eleusinos.
Juliano aspiraba a recrear la maravillosa época en que Platón se paseaba por su Academia, instruyendo a sus discípulos y platicando con otros filósofos. Esos tiempos, desde luego, habían sido tan brutales como los de Juliano, pero hay una especie de memoria selectiva que se adueña de los hombres cuando contemplan el pasado. Sólo ven lo bueno y pasan por alto lo malo.
Muerto Constancio y aceptado Juliano como emperador, proclamó abiertamente su fe pagana, por lo que fue llegado a conocer en la historia como «Juliano el Apóstata», es decir, una persona que renuncia a su religión. (Por supuesto, nadie llama al anterior emperador «Constantino el Apóstata» porque renunció al paganismo para convertirse al cristianismo. Todo depende de quién escriba los libros de historia.)
Juliano no intentó reprimir el cristianismo. En cambio, proclamó la libertad religiosa y la completa tolerancia de judíos y paganos, así como de los cristianos. Además, proclamó la tolerancia de todas las diversas herejías dentro del cristianismo e hizo volver a los obispos exiliados por una u otra herejía.
Evidentemente, en su opinión, la represión directa del cristianismo era innecesaria. Si el catolicismo, el arrianismo, el donatismo y una docena de otros «ismos» gozaban de libertad para combatirse unos a otros sin que el poder del Estado apoyase a ninguno, el cristianismo se desintegraría en un gran número de religiones débiles y rivales y ya no sería un poder. (Su cálculo era correcto, pues esto es exactamente lo que ha ocurrido en muchas partes del mundo moderno, pero el reinado de Juliano no duró lo suficiente para obtener este resultado.)
El humanitario Juliano llevó una vida de elevada moralidad, trató de gobernar con sensatez, moderación y justicia, trató al Senado con respeto y, en general, se comportó de una manera mucho más cristiana que casi todos los emperadores cristianos que gobernaron a Roma antes y después de Juliano. Hasta trató de modificar el paganismo según la línea del monoteísmo y la ética cristiana. Pero esto no lo hizo más aceptable para los cristianos de la época; más bien todo lo contrario. Un pagano virtuoso es más peligroso que uno malvado, porque es más atractivo.
Después de asentarse en el gobierno y de establecer lo que esperaba que fuese el nuevo orden religioso, Juliano condujo su ejército a Siria para reanudar la guerra con los persas. Allí abrigó la esperanza de continuar su osado estilo de hacer la guerra. Si en Galia había imitado con éxito al gran Julio César, en el Este esperaba imitar al gran Trajano.
Puso una flota en el río Eufrates y con un fuerte ejército marchó a lo largo de la Mesopotamia, como había hecho Trajano. Llegó a la capital persa, Ctesifonte, y atravesó el Tigris, derrotando al ejército persa en cada encuentro.
Pero aquí Juliano cometió un error fatal. Sus éxitos militares juveniles le inspiraron la idea de que era más que Trajano, de que era nada menos que Alejandro Magno redivivo. Desechó la idea de sitiar Ctesifonte y decidió perseguir al ejército persa como antaño había hecho Alejandro Magno.
Desgraciadamente para Juliano, sólo hubo un Alejandro en la historia. El astuto Sapor tenía espacio de sobra para retirarse y mantuvo su ejército intacto y lejos de Juliano. Las fuerzas persas desaparecieron, y Juliano redujo a su ejército al agotamiento sin conseguir nada. Tuvo que volver por una región cálida y desértica, rechazando los ataques de los persas a cada paso.
Mientras Juliano permaneció vivo, los romanos siguieron ganando todas las batallas, pero cada vez estaban más debilitados. Luego, el 26 de julio de 363 (1116 A. U. C.) fue herido por una lanza de origen desconocido. Se dijo que fue un persa enemigo quien arrojó esa lanza, pero es al menos igualmente probable que la mano que blandió esa lanza fuese la de un soldado romano cristiano. Juliano murió a la edad de treinta y dos años, después de un reinado de veinte meses.
Según una historia famosa (pero muy probablemente falsa), sus últimas palabras fueron: «Vicisti, Galileae» («has vencido, Galileo»). Pero si no las dijo, bien podía haberlas dicho. El intento de restablecer el paganismo, o al menos de restablecer la tolerancia religiosa, fracasó inmediatamente con su muerte. Ningún pagano declarado iba a volver a ocupar el trono romano, y el paganismo, en general, continuó decayendo constantemente dentro de los dominios romanos, aunque filósofos paganos siguieron enseñando en Atenas durante otro siglo y medio.
Desde la época en que Constancio Cloro se convirtió en uno de los cuatro gobernantes del Imperio Romano, en 293, habían pasado setenta años, durante los cuales él y cinco de sus descendientes gobernaron todo o parte del Imperio. Pero Juliano no tenía hijos, y con él murió el último de los descendientes varones de Constancio.

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