jueves, enero 5

LIBRO PRIMERO CAP 5

XLI. Noticioso Ariovisto de la venida de César, envíale una
embajada, ofreciéndose por su parte a la conferencia antes solicitada,
ya que se había él acercado, y juzgaba poderlo hacer sin riesgo de su
persona. No se negó César, y ya empezaba a creer que Ariovisto iba
entrando en seso, pues de grado se ofrecía a lo que antes se había
resistido siendo rogado, y concebía grandes esperanzas de que a la
luz de tantos beneficios suyos y del pueblo romano, oídas sus
pretensiones, depondría en fin su terquedad. Aplazáronse las vistas
para de allí a cinco días. Mientras tanto, yendo y viniendo
frecuentemente mensajeros de un campo al otro, pidió Ariovisto que
César no llevase consigo a la conferencia gente de a pie; viniesen
ambos con guardias montadas, que de otra suerte él no iría, pues se
recelaba de alguna sorpresa. César, que ni quería se malograse la
conferencia por ningún pretexto, ni osaba fiar su persona de la
caballería galicana, tomó como más seguro el partido de apear a los
galos de sus caballos, montando en ellos a los soldados de la legión
décima, de quien estaba muy satisfecho, para tener en cualquier
lance una guardia de toda confianza. Al tiempo de montar dijo
donosamente un soldado de dicha legión: «Mucho más hace César de
lo que prometió: prometió hacernos guardias, y he aquí que nos hace
caballeros. »
XLII. Había casi en medio de los dos ejércitos una gran llanura,
y en tila un altozano de capacidad competente. Aquí se juntaron a
vistas según lo acordado. César colocó la legión montada a
doscientos pasos de este sitio. A igual distancia se apostó Ariovisto
con los suyos, pidiendo que la conferencia fuese a caballo, y cada uno
condujese a ella consigo diez soldados. Luego que allí se vieron,
comenzó César la plática, recordándole sus beneficios y los del
Senado, como el haberle honrado con el título de rey, de amigo,
enviándole espléndidos regalos28; distinción usada de los romanos
solamente con pocos, y ésos muy beneméritos; cuando él, sin
recomendación ni motivo particular de pretenderlo, por mero favor y
liberalidad suya y del Senado, había conseguido estas mercedes.
Informábale también de los antiguos y razonables empeños
contraídos con los eduos; cuántos decretos del Senado, cuántas
veces y con qué términos tan honoríficos se habían promulgado en
favor de ellos; cómo siempre los eduos, aun antes de solicitar nuestra
amistad, tuvieron la primacía de toda la Galia; ser costumbre del
Pueblo Romano el procurar que sus aliados y amigos, lejos de
padecer menoscabo alguno, medren en estimación, dignidad y
grandeza. ¿Cómo, pues, se podría sufrir los despojasen de lo que
habían llevado a la alianza con el Pueblo Romano? Finalmente insistió
en pedir las mismas condiciones ya propuestas por sus embajadores:
que no hiciese guerra a los eduos ni a sus aliados; que le restituyese
los rehenes, y caso que no pudiera despedir ninguna partida de los
germanos, a lo menos no permitiese que pasasen otros el Rin.
XLIII. Ariovisto respondió brevemente a las proposiciones de
César, y alargóse mucho en ensalzar sus hazañas: «que había pasado
el Rin, no por propio antojo, sino a ruegos e instancias de los galos;
que tampoco abandonó su casa y familia sin esperanza bien fundada
de grande recompensa; que tenía en la Galia las habitaciones
concedidas por los mismos naturales, los rehenes dados
voluntariamente; por derecho de conquista cobraba el tributo que los
vencedores suelen imponer a los vencidos; que no movió él la guerra
a los galos, sino los galos a él, conspirando aunados todos y
provocándole al combate; que todas estas tropas desbarató y venció
en sola una batalla; que si quieren otra vez tentar fortuna, está
pronto a la contienda, mas si prefieren la paz, no es justo le nieguen
el tributo que habían pagado hasta entonces de su propia voluntad;
que la amistad del Pueblo Romano debía redundar en honra y ventaja
suya, no en menoscabo, pues con este fin la pretendió; que si los
romanos le quitan el tributo y los vasallos tan presto, renunciaría su
amistad como la había solicitado. El conducir tropas de Germania era
para su propia seguridad, no para la invasión de la Galia; prueba era
de ello no haber venido sino llamado, y que su guerra no había sido
ofensiva, sino defensiva; que entró él en la Galia antes que el Pueblo
Romano; que jamás hasta ahora el ejército de los romanos había
salido de los confines de su provincia. Pues ¿qué pretende?, ¿por qué
se mete en sus posesiones? Que tan suya es esta parte de la Galia,
como es nuestra aquélla; que así como él no tiene derecho a invadir
nuestro distrito, del mismo modo tampoco le teníamos nosotros para
inquietarle dentro de su jurisdicción. En orden a lo que decía, que los
eduos, por decreto del Senado, gozaban el fuero de amigos, no se
hallaba él tan ignorante de lo que pasaba por el mundo que no
supiese cómo ni los eduos socorrieron a los romanos en la última
guerra29 con los alóbroges, ni los romanos a los eduos en las que
habían tenido con él y con los secuanos; de que debía sospechar que
César, con capa de amistad, mantiene su ejército en la Galia con el
fin de oprimirle; que si no se retira, o saca las tropas de estos
contornos, le tratará como a enemigo declarado, y si logra él matarle,
complacerá en ello a muchos caballeros y señores principales de
Roma, que así se lo tienen asegurado por sus expresos, y con su
muerte se ganará la gracia y amistad de todos éstos; pero si se
retira, dejándole libre la posesión de la Galia, se lo pagará con
grandes servicios, y cuantas guerras se le ofrezcan se las dará
concluidas, sin que nada le cuesten».
XLIV. Alegó César muchas razones en prueba de que no podía
desistir de la empresa: «que tampoco era conforme a su proceder ni
al del Pueblo Romano el desamparar unos aliados que se habían
portado tan bien; ni entendía cómo la Galia fuese más de Ariovisto
que del Pueblo Romano; sabía, sí, que Quinto Fabio Máximo sujetó
por armas a los de Alvernia y Ruerga30; si bien por indulto y gracia
que les hizo el Pueblo Romano no los redujo a provincia,31 ni hizo
tributarios. Con que si se debe atender a la mayor antigüedad, el
imperio romano en la Galia se funda en justísimo derecho; si se ha de
estar al juicio del Senado, la Galia debe ser libre; pues, sin embargo,
de la conquista quiso que se gobernase por sus leyes».
XLV. En estas razones estaban cuando avisaron a César que la
caballería de Ariovisto, acercándose a la colina, venía para los
nuestros arrojando piedras y dardos. Dejó César la plática y se retiró
a los suyos, ordenándoles no disparase ni un tiro contra los
enemigos; porque, si bien estaba cierto de que con su legión
escogida no tenía que temer a la caballería de Ariovisto, todavía no
juzgaba conveniente dar ocasión a que, batidos los contrarios, se
pudiese decir que, por fiarse de su palabra, fueron sorprendidos a
traición. Cuando entre los soldados corrió la voz del orgullo con que
Ariovisto excluía de toda la Galia a los romanos; cómo sus caballos se
habían desmandado contra los nuestros, y que con tal insulto se cortó
la conferencia, se encendió en el ejército mucho mayor coraje, y
deseo más ardiente de venir a las manos con el enemigo.
XLVI. Dos días después Ariovisto despachó a César otra
embajada sobre que quería tratar con él de las condiciones entre
ambos entabladas y no concluidas; que de nuevo señalase día para
las vistas, o cuando menos, le enviase alguno de sus lugartenientes.
El abocarse con él no pareció del caso a César, y más cuando el día
antes no pudieron los germanos contenerse sin disparar contra los
nuestros. Enviarle de los suyos un emisario, en su sentir era lo mismo
que entregarlo a ojos vistas a las garras de hombres más fieros que
las fieras. Tuvo por más acertado el valerse para esto de Cayo Valerio
Procilo, hijo de Cayo Valerio Caburo, joven muy virtuoso y apacible
(cuyo padre obtuvo de Cayo Valerio Flaco los derechos de ciudadano
romano), lo uno por su lealtad y pericia en la lengua galicana, que ya
por el largo uso era casi familiar a Ariovisto, y lo otro por ser persona
a quien los germanos no tenían motivo de hacer vejación alguna,
enviándolo con Marco Meció, huésped que había sido de Ariovisto.
Encomendóles que se informasen de las pretensiones de Ariovisto, y
volviesen con la razón de ellas. Ariovisto que los vio cerca de sí en los
reales, dijo a voces, oyéndolo su ejército: « ¿A qué venís aquí?,
¿acaso por espías?» Queriendo satisfacerle, los atajó y puso en
prisiones.
XLVII. Ese día levantó el campo, y se alojó a la falda de un
monte a seis millas de las reales de César. Al siguiente condujo a sus
tropas por delante del alojamiento de César, y acampó dos millas
más allá con el fin de interceptar los víveres que veían de los
secuanos y eduos. César cinco días consecutivos presentó el ejército
armado y ordenadas las tropas, con la mira de que si Ariovisto
quisiese dar batalla, no tuviese excusa. Todos esos días mantuvo
Ariovisto quieta su infantería dentro de los reales, escaramuzando
diariamente con la caballería. El modo de pelear en que se habían
industriado los germanos era éste: seis mil caballos iban escoltados
de otros tantos infantes, los más ligeros y bravos, que los mismos de
a caballo elegían privadamente cada uno el suyo. Con éstos entraban
en batalla; a éstos se acogían; éstos les socorrían en cualquier lance.
Si algunos, heridos gravemente, caían del caballo, luego estaban allí
para cubrirlos. En las marchas forzadas, en las retiradas más
presurosas, era tanta su ligereza por el continuo ejercicio, que
agarrados a la crin de los caballos corrían parejas con ellos.
XLVIII. Viendo César que Ariovisto se hacía fuerte en las
trincheras, para que no prosiguiese en interceptarle los víveres,
escogió lugar más oportuno como seiscientos pasos más allá de los
germanos, adonde fue con el ejército dividido en tres escuadrones. Al
primero y segundo mandó estar sobre las armas, al tercero fortificar
el campo, que, como se ha dicho, distaba del enemigo cosa de
seiscientos pasos. Ariovisto destacó al punto contra él dieciséis mil
soldados ligeros con toda su caballería, y con orden de dar una
alarma a los nuestros y estorbar los trabajos. Firme César en su
designio, encargó a los dos escuadrones que rebatiesen al enemigo,
mientras el tercero se ocupaba en trabajar. Fortificados estos reales,
dejó en ellos dos legiones con parte de sus tropas auxiliares,
volviéndose al alojamiento principal con las otras cuatro.
XLIX. Al día siguiente César, como lo tenía de costumbre, sacó
de los dos campos su gente, la ordenó a pocos pasos del principal, y
presentó batalla al enemigo; mas visto que ni por eso se movía, ya
cerca del mediodía recogió los suyos a los reales. Entonces por fin
Ariovisto destacó parte de sus tropas a forzar las trincheras de
nuestro segundo campo; peleóse con igual brío por ambas partes
hasta la noche, cuando Ariovisto, dadas y recibidas muchas heridas,
tocó la retirada. Inquiriendo César de los prisioneros la causa de no
querer pelear Ariovisto, entendió ser cierta usanza de los germanos32
que sus mujeres hubiesen de decidir por suertes divinatorias si
convenía, o no, dar la batalla, y que al presente decían: «no poder los
germanos ganar la victoria si antes de la luna nueva daban la
batalla».
L. Al otro día César, dejando en los dos campos la guarnición
suficiente, colocó los auxiliares delante del segundo a la vista del
enemigo, para suplir en apariencia el número de los soldados
legionarios, que en la realidad era inferior al de los enemigos. Él
mismo en persona, formado su ejército en tres columnas, fue
avanzando hasta las trincheras contrarias. Los germanos, entonces, a
más no poder salieron fuera, repartidos por naciones a trechos
iguales, harudes, marcómanos, tribocos, vangiones, nemetes,
sedusios y suevos,33 cercando todas las tropas con carretas y carros
para que ninguno librase la esperanza en la fuga. Encima de los
carros pusieron a las mujeres, las cuales desmelenado el cabello y
llorando amargamente, al desfilar los soldados, los conjuraban que no
las abandonasen a la tiranía de los romanos.
LI. César señaló a cada legión su legado y cuestor,34 como por
testigos del valor con que cada cual se portara; y empezó el ataque
desde su ala derecha, por haber observado caer allí la parte más
débil del enemigo. Con eso los nuestros, dada la señal, acometieron
con gran denuedo. Los enemigos de repente se adelantaron
corriendo, para que a los nuestros no quedase lugar bastante a
disparar sus lanzas. Inutilizadas éstas, echaron mano de las espadas.
Mas los germanos, abroquelándose prontamente conforme a su
costumbre, recibieron los primeros golpes. Hubo varios de los
nuestros que saltando sobre la empavesada de los enemigos y
arrancándoles los escudos de las manos, los herían desde encima.
Derrotados y puestos en fuga en su ala izquierda los enemigos,
daban mucho quehacer en la derecha a los nuestros por su
muchedumbre. Advirtiéndolo Publio Craso el mozo, que mandaba la
caballería, por no estar empeñado en la acción como los otros,
destacó el tercer escuadrón a socorrer a los que peligraban de los
nuestros.
LII. Con lo cual se rehicieron, y todos los enemigos volvieron
las espaldas; ni cesaron de huir hasta tropezar con el Rin, distante
allí poco menos de cincuenta millas, donde fueron pocos los que se
salvaron, unos a nado a fuerza de brazos, y otros en canoas que allí
encontraron. Uno de éstos fue Ariovisto, que hallando a la orilla del
río una barquilla, pudo escaparse en ella. Todos los demás,
alcanzados de nuestra caballería, fueron pasados a cuchillo.
Perecieron en la fuga dos mujeres de Ariovisto; la una de nación
sueva, que había traído consigo de Germania, nórica la otra, hermana
del rey Voción, que se la envió a la Galia por esposa. De dos hijas de
éstas una fue muerta, otra presa. Cayo Valerio Procilo, a quien sus
guardas conducían en la huida atado con tres cadenas, dio en manos
de César, siguiendo el alcance de la caballería; encuentro que para
César fue de no menos gozo que la victoria misma, por ver libre de
las garras de los enemigos y restituido a su poder el hombre más
honrado de nuestra provincia, huésped suyo y amigo íntimo; con
cuya libertad dispuso la fortuna que no faltase circunstancia alguna
de contento y parabienes a esta victoria. Contaba él cómo por tres
veces a su vista echaron suertes sobre si luego le habían de quemar
vivo o reservarlo para otro tiempo, y que a las suertes debía la vida.
Hallaron asimismo a Marco Meció, y trajéronsele a César.
LIII. Esparcida la fama de esta victoria por la otra parte del Rin,
los suevos acampados en las riberas trataron de dar la vuelta a sus
casas; los ubios, habitantes de aquelias cercanías, que los vieron huir
amedrentados, siguieron al alcance y mataron a muchos de ellos.
César, concluidas dos guerras de la mayor importancia en un solo
verano, más temprano de lo que pedía la estación, retiró su ejército a
los cuarteles de invierno en los secuanos, y dejándolos a cargo de
Labieno, él marchó la vuelta de la Galia Cisalpina a presidir las
juntas.35

28 Cuando los romanos concedían a algún príncipe el título de amigo o aliado, le enviaban costosos
regalos; las alhajas en que consistían pueden leerse en Tito Livio, lib. XXX, capítulo XVII, y en Tácito,
Anal. IV.
29
Véase nota 5 en la página 14.
30
Los rovernates.
31
La derrota de los albernos por Fabio Máximo acaeció por los años de 628 de Roma. Epít. Livian., lib.
LXI. Cuando los romanos reducían alguna nación en forma de provincia, la sujetaban al vasallaje,
privándola de sus fueros y nombrando un magistrado que la gobernase y cobrase los tributos en nombre
del Pueblo Romano. Sigon., de Antiq. jur. prov., lib. I, cap. I.
32
Los germanos estaban persuadidos de que las mujeres eran buenas adivinas, como escribe Tácito, lib.
IV, Hist., capitulo LXI: Vetere apud Germanos more, quo plerasque faeminanim fatídicas arbitrantur. De
las que estaban en el campo de Ariovisto refiere Plutarco en la Vida de César que facían sus
observaciones mirando los remolinos del agua en los ríos, su movimiento, figura y ruido.
33
Los tribocos habitaban la Alsacia; los vangiones el territorio de Worms: Espicea los nemetes. Los
sedusios las orillas del Rin, y los suevos, la Suabia y territorios vecinos. No se sabe con certeza la región
que ocupaban los marcómanos.
34
En Roma eran como tesoreros y contadores de la República, que llevaban la cuenta y razón de las
rentas, y cualquiera otra hacienda de ella. También con los capitanes generales del ejército de tierra y
mar enviaban los romanos sus cuestores, que tenían cuenta de la paga del sueldo y de todos los otros
gastos; a ellos se entregaba lo que pertenecía a la República de la presa que se tomaba de los
enemigos.
35
Los procónsules y pretores empleaban el invierno, tiempo en que cesaban las operaciones militares,
en decidir pleitos y administrar justicia dentro de sus provincias.



NOTAS DE NAPOLEÓN AL LIBRO I
1. César empleó ocho días en trasladarse de Roma a Ginebra;
hoy podría hacer este trayecto en cuatro días. Cap. VII
2. Los atrincheramientos ordinarios de los romanos estaban
compuestos de un foso de doce pies de anchura por nueve de
profundidad, en forma de sección triangular; con las tierras extraídas
formaban una masa de cuatro pies de alto y doce de ancho, sobre la
cual levantaban un parapeto de cuatro pies; en él disponían las
empaliadas, fijándolas en la tierra a dos pies de profundidad; de
manera que el nivel máximo del parapeto se elevaba diecisiete pies
sobre el fondo del foso. En la toesa corriente de este
atrincheramiento, que cubicaba 324 pies (toesa y media), un hombre
empleaba treinta y dos horas, o sea tres días de trabajo; doce
hombres la hacían, en dos o tres horas. La legión que estaba de
servicio pudo levantar estas seis leguas de atrincheramiento que
cubicaban 21.000 toesas, en ciento veinte horas, o sean de diez a
quince días. Cap. VIII.
3. Cuando los helvecios intentaron pasar el Ródano era en el
mes de abril. (El calendario romano estaba entonces en un gran
desorden; y adelantaba ochenta días, de modo que el 13 de abril
correspondía al 23 de enero.) Desde esta fecha las legiones de Iliria
pudieron llegar a Lyón y el alto Saona, empleando en ello cincuenta
días. Veinte días después de haber atravesado el Saona, César venció
en batalla campal a los helvecios, la cual se dio el 1° al 15 de mayo,
que correspondía a mediados de agosto del calendario romano. Cap.
XII.
4. Mucha intrepidez se necesitaba de parte de los helvecios
para haber sostenido tanto tiempo el ataque de un ejército de línea
romano tan numeroso como el suyo. Se dice que emplearon veinte
días en pasar el Saona, lo que daría una pésima idea de su
organización, pero es cosa difícil de creer. Cap. XXV.
5. De que los helvecios fuesen 130.000 a su regreso a Suiza,
no debe inferirse que hubiesen perdido 230.000 hombres, ya que
muchos se refugiaron en los pueblos de la Galia, estableciéndose en
éstos, y un gran número de ellos regresaron después a su patria. El
número de combatientes que poseían era de 90.000; estaban, pues,
en la proporción de uno a cuatro con relación a su población total, lo
cual parece excesivo. Unos 30.000 del cantón de Zurich habían sido
muertos o hechos prisioneros en el paso del Saona. Tenían, pues, a lo
sumo, 60.000 combatientes en la batalla. El ejército de César,
compuesto de seis legiones y gran número de tropas auxiliares, era
más numeroso.
6. El ejército de Ariovisto no poseía sobre el de César
superioridad numérica; el número de alemanes establecidos en el
Franco Condado era de 120.000 hombres. Pero, ¡qué diferencia no
debía de existir entre ejércitos formados por milicias, es decir, por
todos los hombres de una nación capaces de empuñar las armas, y
Julio César La Guerra De Las Galias
30
un ejército romano formado por tropas de línea, hombres solteros en
su mayoría y soldados de profesión! Los helvecios, los suevos, eran
sin duda valientes, pero ¿qué puede el valor contra un ejército
disciplinado y organizado como el ejército romano? Nada hay, pues,
de extraordinario en los éxitos obtenidos por César en esta campaña,
lo que no disminuye, por otra parte, la gloria que tiene merecida.
Cap. L.
7. La batalla contra Ariovisto se dio en el mes de septiembre,
en los alrededores de Belfort. Cap. LII.

No hay comentarios:

Publicar un comentario