martes, enero 17

LIBRO TERCERO CAP 3

XXI. El combate fue largo y porfiado; como que, ufanos los
sociates por sus antiguas victorias, estaban persuadidos que de su
valor pendía la libertad de toda la Aquitania. Los nuestros, por su
parte, deseaban mostrar por la obra cuál era su esfuerzo aun en
ausencia del general y sin ayuda de las otras legiones, mandándolos
un mozo de poca edad. Al fin, acuchillados los enemigos, volvieron
las espaldas, y muertos ya muchos, Craso de camino se puso a sitiar
la capital de los sociates. Viendo que era vigorosa la resistencia, armó
las baterías. Los sitiados, a veces, tentaban hacer salidas, a veces
minar las trincheras y obras, en lo cual son diestrísimos los aquitanos
a causa de las minas que tienen en muchas partes. Mas visto que
nada les valía contra nuestra vigilancia, envían diputados a Craso,
pidiéndole los recibiese a partido. Otorgándoselo, y mandándoles
entregar las armas, las entregan.
XXII. Estando todos los nuestros ocupados en esto, he aquí que
sale por la otra parte de la ciudad su gobernador Adcantuano con
seiscientos de su devoción, a quienes llaman ellos soldurios.66 Su
profesión es participar de todos los bienes de aquellos a cuya amistad
se sacrifican, mientras viven, y si les sucede alguna desgracia, o la
han de padecer con ellos, o darse la muerte, y jamás hubo entre los
tales quien, muerto su dueño, quisiese sobrevivirle. Habiendo, pues,67
hecho su salida con estos adcuatanos, a la gritería que alzaron los
nuestros por aquella parte, corrieron los soldados a las armas, y
después de un recio combate los hicieron retirar adentro. No
obstante, recabó de Craso el ser comprendido en la misma suerte de
los ya entregados.
XXIII. Craso, luego que recibió las armas y rehenes, marchó la
vuelta de los vocates y tarusates.68 En consecuencia, espantados los
bárbaros de ver tomada a pocos días de cerco una plaza no menos
fuerte por naturaleza que por arte, trataron, por medio de
mensajeros despachados a todas partes, de mancomunarse, darse
rehenes y alistar gente. Envían también embajadores a las ciudades
de la España Citerior que confinan con Aquitania, pidiendo tropas y
oficiales expertos. Venidos que fueron, emprenden la guerra con gran
reputación y fuerzas muy considerables. Eligen por capitanes a los
mismos que acompañaron siempre a Quinto Sertorio, y tenían fama
de muy inteligentes en la milicia. En efecto, abren la campaña
conforme a la disciplina de los romanos, tomando los puestos,
fortificando los reales, y cortándonos los bastimentos. Craso,
advirtiendo no serle fácil dividir por el corto número sus tropas,
cuando el enemigo andaba suelto ya en correrías ya en cerrarle los
pasos, dejando buena guarnición en sus estancias, que con eso le
costaba no poco el proveerse de víveres, que por días iba creciendo el
número de los enemigos, determinóse a no esperar más, sino venir
luego a batalla. Propuesta su resolución en consejo, viendo que todos
la aprobaban, dejóla señalada para el día siguiente.
XXIV. En amaneciendo, hizo salir todas sus tropas, y
habiéndolas formado en dos cuerpos con las auxiliares en el centro,
estaba atento a lo que harían los contrarios. Ellos, si bien por su
muchedumbre y antigua gloria en las armas, y a vista del corto
número de los nuestros se daban por seguros del feliz éxito en el
combate, todavía juzgaban por más acertado, tomando los pasos e
interceptando los víveres, conseguir la victoria sin sangre; y cuando
empezasen los romanos a retirarse por falta de provisiones, tenían
ideado dejarse caer sobre ellos a tiempo que con la faena de la
marcha y del peso de las cargas se hallasen con menos bríos.
Aprobada por los capitanes la idea, aunque los romanos presentaron
la batalla, ellos se mantuvieron dentro de las trincheras. Penetrado
este designio Craso, como con el crédito adquirido en haber esperado
a pie firme al enemigo, hubiese infundido temor a los contrarios y
ardor a los nuestros para la pelea, clamando todos que ya no se
debía dilatar un punto el asalto de las trincheras, exhortando a los
suyos, conforme al deseo de todos, marchó contra ellas.
XXV. Unos se ocupaban en cegar los fosos, otros en derribar a
fuerza de dardos a los que montaban las trincheras, y hasta los
auxiliares, de quienes Craso fiaba poco en orden de pelear, con
aprontar piedras y armas y traer céspedes para el terraplén, pasaban
por combatientes. Defendíanse asimismo los enemigos con tesón y
bravura, disparando a golpe seguro desde arriba, por lo que nuestros
caballos, dado un giro a los reales, avisaron a Craso que hacia la
puerta trasera no se veía igual diligencia y era fácil la entrada.
XXVI. Craso, exhortando a los capitanes de caballería que
animasen a sus soldados prometiéndoles grandes premios, les dice lo
que han de hacer. Ellos, según la orden, sacadas de nuestros reales
cuatro cohortes que estaban de guardia y descansadas,
conduciéndolas por un largo rodeo, para que no pudieran ser vistas
del enemigo, cuando todos estaban más empeñados en la refriega,
llegaron sin detención al lugar sobredicho de las trincheras; y
rompiendo por ellas, ya estaban dentro cuando los enemigos
pudieron caer en cuenta de lo acaecido. Los nuestros sí que, oída la
vocería de aquella parte, cobrando nuevo aliento, como de ordinario
acontece cuando se espera la victoria, comenzaron con mayor
denuedo a batir los enemigos, que acordonados por todas partes y
perdida toda esperanza, se arrojaban de las trincheras abajo por
escaparse. Mas perseguidos de la caballería por aquellas espaciosas
llanuras, de cincuenta mil hombres, venidos, según constaba, de
Aquitania y Cantabria, apenas dejó con vida la cuarta parte, y ya muy
de noche se retiró a los cuarteles.
XXVII. A la nueva de esta batalla, la mayor parte de Aquitania
se rindió a Craso, enviándole rehenes espontáneamente, como fueron
los tarbelos, los bigorreses, los precíanos, vocates, tarusates,
elusates, garites, los de Aux y Carona, sibutsates y cocosates.69 Solas
algunas naciones más remotas, confiadas en la inmediación del
invierno, dejaron de hacerlo.
XXVIII. César casi por entonces, aunque va el estío se acababa,
sin embargo, viendo que después de sosegada toda la Galia, solos los
merinos y menapios se mantenían rebeldes, sin haber tratado con él
nunca de paz, pareciéndole ser negocio de pocos días esta guerra,
marchó contra ellos. Éstos habían determinado hacerla siguiendo muy
diverso plan que los otros galos, porque considerando cómo habían
de ser destruidas y sojuzgadas naciones muy poderosas que se
aventuraron a pelear, teniendo ellos alrededor grandes bosques y
lagunas, trasladáronse a ellas con todos sus haberes. Llegado César a
la entrada de los bosques, y empezando a fortificarse, sin que por
entonces apareciese enemigo alguno, cuando nuestra gente andaba
esparcida en los trabajos, de repente se dispararon por todas las
partes de la selva y echáronse sobre ella. Los soldados tomaron al
punto las armas, y los rebatieron matando a muchos aunque, por
querer seguirlos, entre las breñas» perdieron tal cual de los suyos.
XXIX. Los días siguientes empleó César en rozar el bosque,
formando de la leña cortada bardas opuestas al enemigo por las dos
bandas, a fin de que por ninguna pudiesen asaltar a los soldados
cuando estuvieran descuidados y sin armas. De este modo,
avanzando en poco tiempo gran trecho con presteza increíble; tanto
que ya los nuestros iban a tomar sus ganados y la zaga del bagaje,
emboscándose ellos en lo más fragoso de las selvas, sobrevinieron
temporales tan recios, que fue necesario interrumpir la obra, pues no
podían ya los soldados guarecerse por las continuas lluvias en las
tiendas. Así que, talados sus campos, quemadas las aldeas y
caseríos, César retiró su ejército, alojándolo en cuarteles de invierno,
repartido por los aulercos, lisienses y demás naciones que acababan
de hacer la guerra.

66
Esta casta de gentes, que se consagraban a su capitán con las veras que escribe César, no sólo se
conoció en la Galia, mas también en Grecia, Germania y España.
67
Se ha repetido en la versión este trozo de periodo, porque a causa del paréntesis interpuesto también
César lo repitió en el texto: tal es el estilo de los historiadores, que para anudar el hilo roto de la
historia, repiten en gracia del lector y por amor de la claridad el principio de la cláusula, y aun del
capitulo pendiente.
68
Los de Aire y Bazas.
69
Los de Bayona, Bigorra. Bearne, Bazas, Aire, Armañac, Condado de Gaure, Ausch. Burdeos, Leitoure y
Dax.

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