XXI. Protegidos los trinobantes y libres de toda vejación de los
soldados, los cenimaños, segonciacos, ancalites, bibrocos y casos, por
medio de sus diputados, se rindieron a César. Infórmanle estos que
no lejos de allí estaba la corte de Casivelauno, cercada de bosques y
lagunas, donde se había encerrado buen número de hombres y
ganados. Dan los britanos nombre de ciudad a cualquier selva
enmarañada, guarnecida de valla y foso, donde se suelen acoger para
librarse de las irrupciones de los enemigos. César va derecho allá con
las legiones; encuentra el lugar harto bien pertrechado por naturaleza
y arte; con todo, se empeña en asaltarlo por dos partes. Los
enemigos, después de una corta detención, al cabo, no pudiendo
resistir el ímpetu de los nuestros, echaron a huir por otro lado de la
ciudad. Hallóse dentro crecido número de ganados, y en la fuga
quedaron muchos prisioneros y muertos.
XXII. Mientras iban así las cosas en esa parte de la isla,
despacha Casivelauno mensajeros a la provincia de Kent, situada,
como se ha dicho, sobre la costa del mar, cuyas merindades
gobernaban cuatro94 régulos. Gingetórige, Carnilio, Taximagulo y
Segonacte, y les manda que con todas sus fuerzas juntas ataquen los
atrincheramientos navales. Venidos que fueron a los reales, los
nuestros en una salida que hicieron matando a muchos de ellos, y
prendiendo, entre otros, al noble caudillo Lugotórige, se restituyeron
a las trincheras sin pérdida alguna. Casivelauno, desalentado con la
nueva de esta batalla, por tantos daños recibidos, por la desolación
de su reino, y mayormente por la rebelión de sus vasallos, valiéndose
de la mediación de Comió Atrebatense, envía sus embajadores a
César sobre la entrega. César, que estaba resuelto a invernar en el
continente por temor de los motines repentinos de la Galia,
quedándole ya poco tiempo del estío, y viendo que sin sentir podía
pasársele aún éste, le manda dar rehenes, y señala el tributo que
anualmente debía la Bretaña pechar al Pueblo Romano. Ordena
expresamente y manda a Casivelauno que no moleste más a
Mandubracio ni a los trinobantes.
XXIII. Recibidos los rehenes, vuelve a la armada, y halla en
buen estado las naves. Botadas éstas al agua, por ser grande el
número de los prisioneros, y haberse perdido algunas embarcaciones
en la borrasca, determinó transportar el ejército en dos convoyes. El
caso fue, que de tantos bajeles y en tantas navegaciones, ninguno de
los que llevaban soldados faltó ni en este año ni en el antecedente,
pero de los que volvían en lastre del Continente hecho el primer
desembarco, y de los sesenta que Labieno había mandado construir,
aportaron muy pocos; los demás casi todos volvieron de arribada.
Habiendo César esperado en vano algún tiempo, temiendo que la
estación no le imposibilitase la navegación por la proximidad del
equinoccio, hubo de estrechar los soldados según los buques, y en la
mayor bonanza zarpando ya bien entrada la noche, al amanecer tomó
tierra sin desgracia en toda la escuadra.
XXIV. Sacadas a tierra las naves, y tenida una junta con los
galos en Samarobriva,95 por haber sido este año corta la cosecha de
granos en la Galia por falta de aguas, le fue forzoso dar otra
disposición que los años precedentes a los invernaderos del ejército,
distribuyendo las legiones en diversos cantones. Una en los morinos,
al mando de Cayo Fabio; la segunda en los nervios, al de Quinto
Cicerón; la tercera en los eduos, al de Lucio Roscio; ordenando que la
cuarta con Tito Labieno invernase en los remenses en la frontera de
Tréveris; tres alojó en los belgas, a cargo del cuestor Marco Craso, y
de los delegados Lucio Munacio Planeo y Cayo Trebonio. Una
nuevamente alistada en Italia y cinco cohortes envió a los eburones,
que por la mayor parte habitan entre el Mosa y el Rin, sujetos al
señorío de Ambiórige y Cativulco; dióles por comandantes a los
legados Quinto Titurio Sabino y Lucio Arunculeyo Cota. Repartidas en
esta forma las legiones, juzgó que podrían proveerse más fácilmente
en la carestía. Dispuso, sin embargo, que los cuarteles de todas estas
legiones (salvo la que condujo Lucio Roscio al país96 más quieto y
pacífico) estuviesen comprendidas en término de cien millas. Él
resolvió detenerse en la Galia hasta tener alojadas las legiones, y
certeza de que los cuarteles quedaban fortificados.
XXV. Florecía, entre los chartreses Tasgecio, persona muy
principal, cuyos antepasados habían sido reyes de su nación. César le
había restituido su Estado en atención al valor y lealtad
singularmente oficiosa de que se había servido en todas las guerras.
Este año, que ya era el tercero de su reinado, sus enemigos le
mataron públicamente, siendo asimismo cómplices muchos de los
naturales. Dan parte a César de este atentado. Receloso él de que
por ser tantos los culpados, no se rebelase a influjo de ellos el
pueblo, manda a Lucio Planeo marchar prontamente con una legión
de los belgas a los carnutes, tomar allí cuarteles de invierno, y
remitirle presos a los que hallase reos de la muerte de Tasgecio. En
este entretanto, todos los legados y el cuestor, encargados del
gobierno de las legiones, le avisaron cómo ya estaban acuartelados y
bien atrincherados.
XXVI. A los quince días de alojados allí dieron principio a un
repentino alboroto y alzamiento Ambiórige y Cativulco, que con haber
salido a recibir a Sabino y a Cota a las fronteras de su reino, y
acarreado trigo a los cuarteles, instigados por los mensajeros del
trevirense Induciomaro, pusieron en armas a los suyos, y
sorprendiendo de rebato a los leñadores, vinieron con gran tropel a
forzar las trincheras. Como los nuestros, cogiendo al punto las armas,
montando la línea y destacada por una banda la caballería española,
llevasen con ella la ventaja en el choque, los enemigos, malogrando
el lance, desistieron del asalto. A luego dieron voces, como
acostumbran, que saliesen algunos de los nuestros a conferencia, que
sobre intereses comunes querían poner ciertas condiciones, con que
esperaban se podrían terminar las diferencias.
XXVII. Va a tratar con ellos Cayo Arpiño, caballero romano
confidente de Quinto Titurio, con cierto español, Quinto Junio, que ya
otras veces por parte de César había ido a verse con Ambiórige, el
cual les habló de esta manera: «Que se confesaba obligadísimo a los
beneficios recibidos de César, cuales eran haberle libertado del
tributo que pagaba a los aduáticos sus confinantes; haberle restituido
su hijo y un sobrino, que siendo enviados entre los rehenes a los
aduáticos, los tuvieron en esclavitud y en cadenas; que en la
tentativa de asalto no había procedido a arbitrio ni voluntad propia,
sino compelido de la nación; ser su señorío de tal calidad, que no era
menor la potestad del pueblo sobre él que la suya sobre el pueble, y
que el motivo que tuvo éste para el rompimiento fue sólo el no poder
resistir a la conspiración repentina de la Galia, cosa bien fácil de
probar en vista de su poco poder; pues no es él tan necio que
presuma poder con sus fuerzas contrastar las del Pueblo Romano. La
verdad es ser este el común acuerdo de la Galia, y el día de hoy el
aplazado para el asalto general de todos los cuarteles de César, para
que ninguna legión pueda dar la mano a la otra. Como galos no
pudieron fácilmente negarse a los galos, mayormente pareciendo ser
su fin el recobrar la libertad común; mas ya que tenía cumplido con
ellos por razón de deudo, debía atender ahora a la ley del
agradecimiento. Así que, por respeto a los beneficios de César y al
hospedaje de Titurio, le amonestaba y suplicaba mirase por su vida y
la de sus soldados; que ya un gran cuerpo de germanos venía a
servir a sueldo y había pasado el Rin; que llegaría dentro de dos días;
viesen ellos si sería mejor, antes que lo entendiesen los comarcanos,
sacar de sus cuarteles los soldados y trasladarlos a los de Cicerón o
de Labieno, puesto que el uno distaba menos de cincuenta millas y el
otro poco más. Lo que les prometía y aseguraba con juramento era
darles paso franco por sus Estados; que con eso procuraba al mismo
tiempo el bien del pueblo aliviándolo del alojamiento y el servicio de
César en recompensar de sus mercedes». Dicho esto, se despide
Ambiórige.
XXVIII. Arpiño y Junio cuentan a los legados lo que acababan
de oír. Ellos, asustados con la impensada nueva, aunque venía de
boca del enemigo, no por eso creían deberla despreciar. Lo que más
fuerza le hacía era no parecerles creíble que los eburones, gente de
ningún nombre y tan para poco, se atreviesen de suyo a mover
guerra contra el Pueblo Romano. Y así ponen la cosa en consejo,
donde hubo grandes debates. Lucio Arunculeyo, con varios de los
tribunos y capitanes principales, era de parecer «que no se debía
atropellar ni salir de los reales sin orden de César; proponían que
dentro de las trincheras se podían defender contra cualesquiera
tropas, aun de germanos, por numerosas que fuesen; ser de esto
buena prueba el hecho de haber resistido con tanto esfuerzo el
primer ímpetu del enemigo, rebatiéndole con gran daño: que pan no
les faltaba. Entre tanto vendrían socorros de los cuarteles vecinos y
de César, que en conclusión, ¿puede haber temeridad ni desdoro
mayor que tomar consejo del enemigo en punto de tanta monta?»
XXIX. Contra esto gritaba Titurio: «Que tarde caerían en la
cuenta, cuando creciese más el número de los enemigos con la unión
de los germanos, o sucediese algún desastre en los cuarteles vecinos;
que el negocio pedía pronta resolución, y creía él que César se
hubiese ido a Italia; si no, ¿cómo era posible que los chartreses
conspirasen en matar a Tasgecio, ni los eburones en asaltar con tanto
descaro nuestros reales?, que no atendía él al dicho del enemigo, sino
a la realidad del hecho: el Rin inmediato; irritados los germanos por
la muerte de Ariovisto y nuestras pasadas victorias; la Galia
enconada por verse después de tantos malos tratamientos sujeta al
Pueblo Romano, obscurecida su antigua gloria en las armas. Por
último, ¿quién podrá persuadirse que Ambiórige se hubiese
arriesgado a tomar este consejo sin tener seguridad de la cosa? En
todo caso ser seguro su dictamen: si no hay algún contraste, se
juntarán a su salvo con la legión inmediata; si la Galia toda se
coligare con Germania, el único remedio es no perder momento. El
parecer contrario de Cota y sus parciales ¿qué resultas tendrá?
Cuando de presente no haya peligro, al menos en un largo asedio el
hambre será inevitable».
XXX. En estas reyertas, oponiéndose vivamente Cota y los
primeros oficiales: «Norabuena, dijo Sabino, salid con la vuestra, ya
que así lo queréis», y en voz más alta, de modo que pudiesen oírle
muchos de los soldados, añadió: «Sí, que no soy yo entre vosotros el
que más teme la muerte. Los presentes verán lo que han de hacer, si
acaeciere algún revés, tú sólo les serás responsable; y si los dejas,
pasado mañana se verán juntos con los demás en los cuarteles
vecinos para ser compañeros de su suerte, y no morir a hierro y
hambre abandonados y apartados de los suyos».
94
Serían feudatarios de Casivelauno, si ya no estaban obligados a obedecerle durante la guerra, por
haberle nombrado el cuerpo de la nación por su generalísimo.
95
Amiéns.
96
Por tales tenía entonces el de los eduos, como tan amigos y favorecidos del pueblo romano.
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