miércoles, enero 25

LIBRO QUINTO CAP 1

LIBRO QUINTO
I. En el consulado de Lucio Domicio y Apio Claudio, César, al
partirse de los cuarteles de invierno para Italia,85 como solía todos los
años, da orden a los legados comandantes de las legiones de
construir cuantas naves pudiesen, y de reparar las viejas, dándoles
las medidas y forma de su construcción. Para cargarlas prontamente
y tirarlas en seco hácelas algo más bajas de las que solemos usar en
el Mediterráneo, tanto más que tenía observado que por las continuas
mudanzas de la marea no se hinchan allí tanto las olas, y asimismo
un poco más anchas que las otras para el transporte de los fardos y
tantas bestias. Quiere que las hagan todas muy veleras, a que
contribuye mucho el ser chatas, mandando traer el aparejo86 de
España. Él en persona, terminadas las Cortes de la Galia Citerior,
parte para d Ilírico, por entender que los pirustas87 con sus correrías
infestaban las fronteras de aquella provincia. Llegado allá, manda que
las ciudades acudan con las milicias a cierto lugar que les señaló. Con
esta noticia los pirustas envíanle embajadores que le informen cómo
nada de esto se había ejecutado de público acuerdo, y que estaban
prontos a darle satisfacción entera de los excesos cometidos.
Admitida su disculpa, ordénales dar rellenes, señalándoles plazo para
la entrega; donde no, protesta que les hará la guerra a fuego y
sangre. Presentados los rehenes en el término asignado, elige jueces
árbitros que tasen los daños y prescriban la multa.
II, Hecho esto, y concluidas las juntas, vuelve a la Galia Citerior
y de allí al ejército. Cuando llegó a él, recorriendo todos los cuarteles,
halló ya fabricados por la singular aplicación de la tropa, sin embargo
de la universal falta de medios, cerca de seiscientos bajeles en la
forma dicha, y veintiocho galeras -que dentro de pocos días se
podrían botar al agua. Dadas las gracias a los soldados y a los
sobrestantes, manifiesta su voluntad, y mándales juntarlas todas en
el puerto Icio, de donde se navega con la mayor comodidad a
Bretaña por un estrecho de treinta millas poco más o menos. Destina
a este fin un número competente de soldados, marchando él con
cuatro legiones a la ligera y ochocientos caballos contra los
trevirenses, que ni venían a Cortes, ni obedecían a los mandados, y
aun se decía que andaban solicitando a los germanos transrenanos.
III. La república de Tréveris es sin comparación la más
poderosa de toda la Galia en caballería; tiene numerosa infantería, y
es bañada del Rin, como arriba declaramos. En ella se disputaban la
primacía Induciomaro y Cingetórige; de los cuales el segundo, al
punto que supo la venida de César y de las legiones, fue a
presentársele, asegurando que así él como los suyos guardarían
lealtad y no se apartarían de la amistad del Pueblo Romano, y le dio
cuenta de lo que pasaba en Tréveris. Mas Induciomaro empezó a
reclutar gente de a pie y de a caballo y a disponerse para la guerra,
después de haber puesto en cobro a los que por su edad no eran para
ella, en la selva Ardena, que desde el Rin con grandes bosques
atraviesa por el territorio trevirense hasta terminar en el de Reims.
Con todo eso, después que algunos de los más principales
ciudadanos, no menos movidos de la familiaridad con Cingetórige que
intimidados con la entrada de nuestro ejército, fueron a César y
empezaron a tratar de sus intereses particulares, ya que no podían
mirar por los de la república, Induciomaro, temiendo quedarse solo,
despacha embajadores a César representando «no haber querido
separarse de los suyos por ir a visitarle, con la mira puesta de
mantener mejor al pueblo en su deber, y que no se desmandase por
falta de consejo en ausencia de toda la nobleza; que en efecto el
pueblo estaba a su disposición, y él mismo en persona, si César se lo
permitía, iría luego a ponerse en sus manos con todas sus cosas y las
del Estado».
IV. César, si bien penetraba el motivo de este lenguaje y de la
mudanza de su primer propósito, a pesar de todo, por no gastar en
Tréveris el verano, hechos ya todos los preparativos para la
expedición de Bretaña, le mandó presentarse con doscientos rehenes.
Entregados juntamente con un hijo suyo y todos sus parientes que
los pidió César expresamente, consoló a Induciomaro exhortándole a
perseverar en la fe prometida; mas no por eso dejó de convocar a los
señores trevirenses, y de recomendar a que sobre ser debido esto a
su mérito, importaba mucho que tuviese la principal autoridad entre
los suyos quien tan fina voluntad le había mostrado. Llevólo muy a
mal Induciomaro, con que su crédito se disminuía entre los suyos, y
el que antes ya nos aborrecía, con este sentimiento quedó mucho
más enconado.
V. Dispuestas así las cosas, en fin llegó César con las legiones
al puerto Icio. Aquí supo que cuarenta naves fabricadas en los
meldas88 no pudieron por el viento contrario seguir su viaje, sino que
volvieron de arribada al puerto mismo de donde salieron; las demás
halló listas para navegar y bien surtidas de todo. Juntóse también
aquí la caballería de toda la Galia, compuesta de cuatro mil hombres
y la gente más granada de todas las ciudades, de que César tenía
deliberado dejar en la Galia muy pocos, de fidelidad probada, y
llevarse consigo a los demás como en prendas recelándose en su
ausencia de algún levantamiento en la Galia.
VI. Hallábase con ellos el eduo Dumnórige, de quien ya hemos
hablado, al cual principalmente resolvió llevar consigo, porque sabía
ser amigo de novedades y de mandar, de mucho espíritu y autoridad
entre los galos. A más que él se dejó decir una vez en junta general
de los eduos, «que César le brindaba con el reino», dicho de que se
ofendieron gravemente los eduos, dado que no se atrevían a
proponer a César por medio de una embajada sus representaciones y
súplicas en contrario, lo que César vino a saber por alguno de sus
huéspedes. Él al principio pretendió, a fuerza de instancias y ruegos,
que lo dejasen en la Galia, alegando unas veces que temía al mar,
otras que se lo disuadían ciertos malos agüeros. Visto que
absolutamente se le negaba la licencia, y que por ninguna vía podía
recabarla, empezó a ganar a los nobles, a hablarles a solas y a
exhortarles a no embarcarse; poniéndolos en el recelo de que no en
balde se pretendía despojar a la Galia de toda la nobleza; ser bien
manifiesto el intento de César de conducirlos a Bretaña para
degollarlos, no atreviéndose a ejecutarlo a los ojos de la Galia. Tras
esto empeñaba su palabra, y pedía juramento a los demás, de que
practicarían de común acuerdo cuanto juzgasen conveniente al bien
de la patria.
VII. Eran muchos los que daban parte de estos tratos a César,
quien por la gran estimación que hacía de la nación Edua procuraba
reprimir y enfrenar a Dumnórige por todos los medios posibles; mas
viéndole tan empeñado en sus desvaríos, ya era forzoso precaver que
ni a él ni a la República pudiese acarrear daño. Por eso, cerca de
veinticinco días que se detuvo en el puerto, por impedirle la salida el
cierzo, viento que suele aquí reinar gran parte del año, hacía por
tener a raya a Dumnórige sin descuidarse de velar sobre todas sus
tramas. Al fin, soplando viento favorable, manda embarcar toda la
infantería y caballería. Cuando más ocupados andaban todos en esto,
Dumnórige, sin saber nada César, con la brigada de los eduos
empezó a desfilar hacia su tierra. Avisado César, suspende el
embarco, y posponiendo todo lo demás, destaca un buen trozo de
caballería en su alcance con orden de arrestarle, y en caso de
resistencia y porfía, que le maten, juzgando que no haría en su
ausencia cosa a derechas quien, teniéndole presente, despreciaba su
mandamiento. Con efecto, reconvenido, comenzó a resistir y
defenderse a mano armada, y a implorar el favor de los suyos,
repitiendo a voces «que él era libre y ciudadano de república
independiente», a pesar de lo cual, es cercado según la orden, y
muerto. Mas los eduos de su séquito todos se volvieron a César.
VIII. Hecho esto, dejando a Labieno en el Continente con tres
legiones y dos mil caballos encargado de la defensa de los puertos,
del cuidado de las provisiones, y de observar los movimientos de la
Galia, gobernándose conforme al tiempo y las circunstancias, él con
cinco legiones y otros dos mil caballos, al poner del sol se hizo a la
vela. Navegó a favor de un ábrego fresco, pero a eso de medianoche,
calmado el viento, perdió el rumbo, y llevado de las corrientes un
gran trecho, advirtió a la mañana siguiente que había dejado la
Bretaña a la izquierda. Entonces virando de bordo, a merced del
reflujo, y la fuerza de remos procuró ganar la playa que observó el
verano antecedente ser la más cómoda para el desembarco. Fue
mucho de alabar en este lance el esfuerzo de los soldados, que con
tocarles navíos de trasporte y pesados, no cansándose de remar,
corrieron parejas con las veleras. Arribó toda la armada a la isla casi
al hilo del mediodía sin que se dejara ver enemigo alguno por la
costa; y es que, según supo después César de los prisioneros,
habiendo concurrido a ella gran número de tropas, espantadas de
tanta muchedumbre de naves (que con las del año antecedente, y
otras de particulares fletadas para su propia conveniencia,
aparecieron de un golpe más de ochocientas velas), se habían
retirado y metídose tierra adentro.
IX. Desembarcado el ejército, y cogido puesto acomodado para
los reales; informado César de los prisioneros dónde estaban
apostadas las tropas enemigas, dejó diez cohortes con trescientos
caballos en la ribera para resguardo de las naves, de que, por estar
ancladas en playa tan apacible y despejada, temía menos riesgo, y
después de medianoche partió contra el enemigo y nombró
comandante del presidio naval a Quinto Atrio. Habiendo caminado de
noche obra de doce millas, alcanzó a descubrir los enemigos, los
cuales, avanzando con su caballería y carros armados hasta la ría,
tentaron de lo alto estorbar nuestra marcha y trabar batalla.
Rechazados por la caballería, se guarecieron en los bosques dentro de
cierto paraje bien pertrechado por la naturaleza y arte, prevenido de
antemano, a lo que parecía, con ocasión de sus guerras domésticas;
pues tenían tomadas todas las avenidas con árboles cortados,
puestos unos sobre otros. Ellos desde adentro esparcidos a trechos
impedían a los nuestros la entrada en las bardas. Pero los soldados
de la legión séptima, empavesados y levantando terraplén contra el
seto, le montaron sin recibir más daño que algunas heridas. Verdad
es que César no permitió seguir el alcance, así por no tener conocido
el terreno, como por ser ya tarde y querer que le quedase tiempo
para fortificar su campo.
X. Al otro día de mañana envió sin equipaje alguno89 tres
partidas de infantes y caballos en seguimiento de los fugitivos. A
pocos pasos, estando todavía los últimos a la vista, vinieron a César
mensajeros a caballo con la noticia de que la noche precedente, con
una tempestad deshecha que se levantó de repente, casi todas las
naves habían sido maltratadas y arrojadas sobre la costa; que ni
áncoras ni amarras las contenían, ni marineros ni pilotos podían
resistir a la furia del huracán; que por consiguiente del golpeo de
unas naves con otras había resultado notable daño.

85
Es decir, en la Galia Citerior o Cisalpina.
86
Principalmente quiere significar el esparto (de que abunda) para sogas, gomenas y maromas. Del
esparto de España hablan Estrabón, Justino, Plinio y los PP. Mohedanos por extenso.
87
Trataríase, al parecer, de los que habitaban la Albania actual.
88
Algunos leen in Belgis; teniendo por absurdo que fuesen fabricadas en Meaux, que no es puerto de
mar. Pero ¿qué Inconveniente hay en que dos pueblos diversos tuviesen antiguamente el mismo
nombre, pues tantas veces lo vemos en estos COMENTARIOS? Los meldas de que habla César no serán los
de Meaux, sino antes otros marítimos.
89
Quiere decir que los envió armados a la ligera, sin otro tren que las armas.

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