XI. Hallándose César a doce millas no más de distancia del
enemigo, vuelven los embajadores, según lo concertado, y saliéndole
al encuentro, le rogaban encarecidamente que se detuviese.
Habiéndoselo negado, instaban «que siquiera enviase orden a la
caballería que iba delante que no cometiese hostilidades, y a ellos
entre tanto les diese facultad de despachar una embajada a los ubios,
que como sus príncipes y el Senado les concediesen salvoconducto
con juramento, prometían estar a lo que César dispusiese. Que para
ejecutar lo dicho, les otorgase plazo de tres días». Bien echaba de ver
César que todo esto se urdía con el mismo fin de que durante el
triduo volviese a tiempo la caballería destacada. No obstante,
respondióles que aquel día no caminaría sino cuatro millas para llegar
a paraje donde hubiese agua; que al siguiente viniesen a verse con él
los más que pudiesen, y examinaría entonces sus pretensiones. Envía
luego orden a los capitanes que le precedían con la gente de a caballo
que no provocasen al enemigo a combate, y que siéndolo ellos,
aguantasen la carga mientras él llegaba con el ejército.
XII. Pero los enemigos, luego que descubrieron nuestra
caballería, compuesta de cinco mil hombres, puesto que no eran más
de ochocientos los suyos, porque los idos al forraje del otro lado del
Mosa no eran todavía vueltos, estando sin ningún recelo los nuestros,
fiados en que sus embajadores acababan de despedirse de César y
que los mismos habían solicitado las treguas de este día,
acometiendo de rebato en un punto, desordenando a los nuestros.
Volviendo éstos a rehacerse, los enemigos conforme a su disciplina,
echan pie a tierra, y derribando a varios con desjarretarles los
caballos, pusieron a los demás en fuga, infundiéndoles tal espanto,
que no cesaron de huir hasta tropezar con nuestro ejército. En este
reencuentro perecieron setenta y cuatro de los nuestros, entre ellos
Pisón el Aquitano, varón fortísimo y de nobilísimo linaje, cuyo abuelo,
siendo rey de su nación, logró de nuestro Senado el renombre de
amigo. Este tal, acudiendo al socorro de su hermano cercado de los
enemigos, lo libró de sus manos; él, derribado del caballo, que se lo
hirieron, mientras pudo, se defendió como el más valeroso. Como
rodeado por todas partes, acribillado de heridas, cayese en tierra, y
de lejos lo advirtiese su hermano retirado ya del combate, metiendo
espuelas al caballo, se arrojó a los enemigos y también quedó
muerto.
XIII. Después de esta función veía César no ser prudencia dar
ya oídos a embajadas, ni escuchar proposiciones de los que
dolosamente y con perfidia, tratando de paz, le hacían guerra. El
aguardar a que se aumentasen las tropas enemigas y volviese su
caballería, teníalo, por otra parte, por grandísimo desvarío; demás
que atenta la mutabilidad de los galos, consideraba cuan alto
concepto habrían ya formado de los enemigos por un choque solo, y
no era bien darles más tiempo para maquinar otras novedades.
Tomada esta resolución, y comunicada con los legados y el cuestor,
para no atrasar ni un día la batalla, ocurrió felizmente que luego, al
siguiente, de mañana, vinieron a su campo muchos germanos con
sus cabos y ancianos usando de igual alevosía y ficción, so color de
disculparse de haber el día antes quebrantado la tregua contra lo
acordado y pedido por ellos mismos, como también para tentar si,
dando largas, podían conseguir nuevas treguas. Alegróse César de
tan buena coyuntura, y mandó que los arrestasen;73 y sin perder
tiempo, alzo el campo, haciendo que la caballería siguiese a la
retaguardia, por considerarla intimidada con la reciente memoria de
su derrota.
XIV. Repartido el ejército en tres cuerpos, con una marcha
forzada de ocho millas se puso sobre los reales de los enemigos
primero que los germanos lo echasen de ver. Los cuales,
sobrecogidos de todo punto, sin acertar a tomar consejo ni las armas,
así por la celeridad de nuestra venida como por la ausencia de los
suyos, no acababan de atinar si sería mejor hacer frente al enemigo,
o defender los reales, o salvarse por medio de la fuga,
manifestándose su terror por los alaridos y batahola que traían.
Nuestros soldados, hostigados de la traición del otro día, embistieron
los reales; aquí los que de pronto pudieron tomar las armas hicieron
alguna resistencia, combatiendo entre los carros y el fardaje, pero la
demás turba de niños y mujeres (que con todos los suyos salieron de
sus tierras y pasaron el Rin) echaron luego a huir unos tras otros, en
cuyo alcance destacó César la caballería.
XV. Los germanos, sintiendo detrás la gritería, y viendo
degollar a los suyos, arrojadas las armas y dejadas las banderas,
desampararon los reales; y llegados al paraje donde se unen el Mosa
y el Rin,74 siendo ya imposible la huida, después de muchos muertos,
los demás se precipitaron al río, donde, sofocados del miedo, del
cansancio y del ímpetu de la corriente, se ahogaron. Los nuestros,
todos con vida, sin faltar uno, con muy pocos heridos se recogieron a
sus tiendas, libres ya del temor de guerra tan peligrosa, pues el
número de los enemigos no bajaba de cuatrocientos treinta mil.
César dio a los arrestados licencia de partirse. Mas ellos temiendo las
iras y tormentos de los galos, cuyos campos saquearon, escogieron
quedarse con él y César les concedió plena libertad.
XVI. Fenecida esta guerra de los germanos, César se determinó
a pasar el Rin por muchas causas, siendo de todas la más justa, que
ya que los germanos con tanta facilidad se movían a penetrar por la
Galia, quiso meterlos en cuidado de sus haciendas con darles a
conocer que también el ejército romano tenía maña y atrevimiento
para pasar el Rin. Añadíase a eso, que aquel trozo de caballería de los
usipetes y tencteros, que antes dije haber pasado el Mosa con el fin
de pillar y robar, y no se halló en la batalla, sabida la rota de los
suyos, se había retirado al otro lado del Rin a tierras de los
sicambros, y confederádose con ellos. Requeridos éstos por César
para que se los entregasen como enemigos declarados suyos y de la
Galia, respondieron: «que el Imperio romano terminaba en el Rin; y
si él se daba por agraviado de que los germanos contra su voluntad
pasasen a la Galia, ¿con qué razón pretendía extender su imperio y
jurisdicción más allá del Rin?» Por el contrario los ubios, que habían
sido los únicos que de aquellas partes enviaron embajadores a César,
entablando amistad y dando rehenes, le instaban con grandes veras
viniese a socorrerlos, porque los suevos los tenían en grave conflicto;
que si los negocios de la república no se lo permitían, se dejase ver
siquiera con el ejército al otro lado del Rin; que esto sólo bastaría
para remediarse de presente, y esperar en lo por venir mejor suerte,
siendo tanto el crédito y fama de los romanos aun entre los últimos
germanos después de la rota de Ariovisto y esta última victoria, que
con sola su sombra y amistad podían vivir seguros. A este fin le
ofrecieron gran número de barcas para el transporte de las tropas.
XVII. César, por las razones ya insinuadas, estaba resuelto a
pasar el Rin; mas hacerlo en barcas ni le parecía bien seguro ni
conforme a su reputación y a la del Pueblo Romano. Y así, dado que
se le presentaba la suma dificultad de alzar puente sobre río tan
ancho, impetuoso y profundo, todavía estaba fijo en emprenderlo, o
de otra suerte no transportar el ejército. La traza, pues, que dio75 fue
ésta. Trababa entre sí con separación de dos pies dos maderos
gruesos pie y medio, puntiagudos en la parte inferior, y largos cuanto
era hondo el río; metidos éstos y encajados con ingenios dentro del
río, hincábanlos con mazas batientes, no perpendicularmente a
manera de postes, sino inclinados y tendidos hacia la corriente del
río. Luego más abajo, a distancia de cuarenta pies, fijaba enfrente de
los primeros otros dos trabados del mismo modo y asestados contra
el ímpetu de la corriente; de parte a parte atravesaban vigas gruesas
de dos pies a medida del hueco entre las junturas de los maderos, en
cuyo intermedio eran encajadas, asegurándolas de ambas partes en
la extremidad con dos clavijas; las cuales separadas y abrochadas al
revés una con otra, consolidaban tanto la obra y eran de tal arte
dispuestas, que cuando más batiese la corriente, se apretaban tanto
más unas partes con otras. Extendíase por encima la tablazón a lo
largo, y cubierto todo con travesaños y zarzos, quedaba formado el
piso. Con igual industria por la parte inferior del río se plantaban
puntales inclinados y unidos al puente, que como machones resistían
a la fuerza de la corriente; y asimismo palizadas de otros semejantes
a la parte arriba del puente a alguna distancia, para que si los
bárbaros con intento de arruinarle, arrojasen troncos de árboles o
barcones, se disminuyese la violencia del golpe y no empeciesen al
puente.
XVIII. Concluida toda la obra a los diez días que se comenzó a
juntar el material, pasa el ejército. César, habiendo puesto buena
guarnición a la entrada y salida del puente, va contra los sicambros.
Viénenle al camino embajadores de varias naciones pidiéndole la paz
y su amistad; responde a todos con agrado, y manda le traigan
rehenes. Los sicambros desde que se principió la construcción del
puente, concertada la fuga a persuasión de los tencteros y usipetes,
que alojaban consigo, cargando con todas sus cosas, desamparadas
sus tierras, se habían guarecido en los desiertos y bosques.
XIX. César, habiéndose detenido aquí algunos días en quemar
todas las aldeas y caserías y segar las mieses, retiróse a la comarca
de los ubios; y ofreciéndoles su ayuda, si los suevos continuasen sus
extorsiones, vino a entender que éstos, apenas se certificaron por sus
espías que se iba fabricando el puente, habido según costumbre su
consejo, despacharon mensajeros por todas partes, avisando que
abandonasen sus pueblos, y poniendo a recaudo en los bosques sus
hijos, mujeres y haciendas, todos los de armas llevar acudiesen a
cierto sitio; el señalado era como el centro de las regiones ocupadas
por los suevos, que allí esperaban la venida de los romanos resueltos
a no pelear en otra parte. Con estas noticias, viendo César finalizadas
todas las cosas que le movieron al pasaje del ejército, y fueron,
meter miedo a los germanos, vengarse de los sicambros, librar de la
opresión a los ubios, gastados sólo dieciocho días al otro lado del Rin,
pareciéndole haberse granjeado bastante reputación76 y provecho,
dio la vuelta a la Galia y deshizo el puente.
XX. Al fin ya del estío, aunque en aquellas partes se adelanta el
invierno por caer toda la Galia al Norte, sin embargo, intentó hacer
un desembarco en Bretaña77 por estar informado que casi en todas
las guerras de la Galia se habían suministrado de allí socorros a
nuestros enemigos; que aun cuando la estación no le dejase abrir la
campaña, todavía consideraba ser cosa de suma importancia ver por
sí mismo aquella isla, reconocer la calidad de la gente, registrar los
sitios, los puertos y las calas; cosas por la mayor parte ignoradas78
de los galos, pues por maravilla hay quien allá navegue fuera de los
mercaderes, y ni aun éstos tienen más noticia que de la costa y de
las regiones que yacen frente de la Galia. En efecto, después de
haberlos llamado de todas partes, nunca pudo averiguar ni la
grandeza de la isla, ni el nombre y el número de las naciones que
habitaban en ella, ni cuál fuese su ejército en las armas, ni con qué
leyes se gobernaban, ni qué puertos había capaces de muchos navíos
de alto bordo.
73
Por esto Catón pretendía que César había violado el derecho de gentes, y con toda seriedad propuso
en el Senado que fuese luego entregado a los bárbaros mismos en pena de su desafuero. Véanse a
Plutarco en la Vida de César.
74
Hay quien supone que el texto ha sufrido en este punto alteración, y que César habría querido indicar
la confluencia del Rin con el Mosela.
75
César explica y desmenuza por partes este famoso puente, quizá el primero que se vio sobre el Rin.
No hay comentador ni intérprete de César que no haya trabajado sobre manera por entender y aclarar
tan célebre fábrica. Muchos han grabado curiosas láminas que representan, ya el puente concluido, ya a
medio hacer, ya cada parte de por sí; algunos han glosado palabra por palabra todas las del texto para
dar a entender la obra y su traza. En suma, tanto como César se esmeró en la estructura, han trabajado
los intérpretes en explicarla. De mí sé decir que me ha costado mucho el entenderla, y no poco el
traducirla con palabras significantes y propias.
76
En efecto, si se lee a Plutarco, se verá cuánta gloria mereció a César la construcción del puente y
haber pasado por él con su ejército.
77
Veleyo Patérculo, Floro, Plutarco, Lucano, Tácito, escriben que esta nueva empresa de pasar a Bretaña
sólo pudo trazarla un ingenio como el de César, acometerla ningún otro valor sino el suyo, acabarla sola
su felicidad experimentada y sin contraste.
78
También ignoraban todo esto los romanos y griegos; y aunque César llama siempre isla a la Bretaña,
hasta los tiempos de Agrícola no se sabía de cierto que lo fuese, como refiere Tácito en la vida de este
Emperador.
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