lunes, enero 9

LIBRO SEGUNDO CAP 1

LIBRO SEGUNDO
I. Teniendo César aquel invierno sus cuarteles en la Galia
Cisalpina, como arriba declaramos, veníanle repetidas noticias, y
también Labieno le aseguraba por cartas, que todos los belgas36 (los
cuales, según dijimos, forman la tercera parte de la Galia) se
conjuraban contra el Pueblo Romano, dándose mutuos rehenes; que
las causas de la conjura eran éstas: primera, el temor de que nuestro
ejército, una vez sosegadas las otras provincias, se revolviese contra
ellos; segunda, la instigación de varios nacionales; unos, que si bien
estaban disgustados con tan larga detención de los germanos en la
Galia, tampoco llevaban a bien que los romanos se acostumbrasen a
invernar y vivir en ella tan de asiento; otros, que por su natural
volubilidad y ligereza ansiaban por nuevo gobierno; como también
algunos que (siendo común en la Galia el apoderarse del mando los
que por más poderosos y ricos pueden levantar tropas a su sueldo)
sujetos a nuestro imperio, no podían tan fácilmente lograrlo.
II. César, en fuerza de estas noticias y cartas, alistó dos nuevas
legiones en la Galia Cisalpina, y a la entrada del verano envió por
conductor de ellas a lo interior de la Galia al legado Quinto Pedio. Él,
luego que comenzó a crecer la hierba, vino al ejército; da comisión a
los senones y demás galos confinantes con los belgas que averigüen
sus movimientos y le informen de todo. Avisaron todos
unánimemente que se hacían levas, y que las tropas se iban juntando
en un lugar determinado. Con eso no tuvo ya razón de dudar, sino
que se resolvió a marchar contra ellos de allí a doce días. Hechas,
pues, las provisiones, toma el camino, y en cosa de quince días se
pone en la raya de los belgas.
III. Como llegase de improviso, y más presto de lo que nadie
creyera, los remenses, que por la parte de los belgas son más
cercanos a la Galia, le enviaron una diputación con Iccio y
Antebrogio, primeros personajes de su República, protestándole que
se ponían con cuanto tenían en manos del Pueblo Romano; que no
habían tenido parte ni dado la más leve ocasión al alzamiento de los
otros belgas, antes estaban prontos a darle rehenes, obedecerle,
franquearle las ciudades, y suministrarle víveres y cuanto se le
ofreciese; que los demás belgas todos estaban en armas, y los
germanos del Rin para acá conjurados con ellos; que su despecho era
tan universal y tan ciego, que no les ha sido posible apartar de esta
liga ni aun a los suesones37, hermanos suyos y de la misma sangre,
con quienes gozan de igual fuero, se gobiernan por las mismas leyes
y componen una república.
IV. Preguntándoles cuáles y cuan populosas y de qué fuerzas
eran las repúblicas alzadas, sacaba en limpio que la mayor parte de
los belgas descendían de los germanos; y de tiempos atrás, pasado el
Rin, se habían avecindado allí por la fertilidad del terreno, echando a
sus antiguos moradores los galos; que solos ellos en tiempos de
nuestros padres impidieron la entrada en sus tierras a los teutones y
cimbros, que venían de saquear toda la Galia; que orgullosos con la
memoria de estas hazañas, se tenían por superiores a todos en el
arte militar. En orden a su número, añadían los remenses que lo
sabían a punto fijo; porque con ocasión de la vecindad y parentesco
tenían muy bien averiguado cuánta gente de guerra ofrecía cada
pueblo en la junta general de los belgas. Los beoveses como que
exceden a todos en valor, autoridad y número, pueden poner en pie
cien mil combatientes. De éstos han prometido dar sesenta mil de
tropa escogida, y pretenden el supremo mando de esta guerra. Los
suesones, sus vecinos, poseen campiñas muy dilatadas y fértiles,
cuyo rey fue aun en nuestros días Diviciaco, el más poderoso de toda
la Galia; que no sólo reinó en mucha parte de estas regiones, sino
también de la Bretaña; el rey de ahora era Galba, a quien por su
justicia y prudencia todos convenían en nombrarle por generalísimo
de las armas. Tienen los suesones doce ciudades, y ofrecen cincuenta
mil combatientes; otros tantos los nervios, que son reputados por los
más bravos38, y caen muy lejos; quince mil dan los artesios; los
amienses diez mil; veinticinco mil los morinos; los menapios nueve
mil; los caletes diez mil; velocases y vermandeses otros tantos; los
aduáticos veintinueve mil; los condrusos, eburones, ceresos,
pemanos39, conocidos por el nombre común de germanos, a su
parecer, hasta cuarenta mil.
V. César, esforzando a los remenses, y agradeciéndoles sus
buenos oficios con palabras muy corteses, mandó venir a su
presencia todo el Senado y traer a los hijos de los grandes por
rehenes. Todo lo ejecutaron puntualmente al plazo señalado. Él, con
gran eficacia exhortando a Diviciaco el eduo, le persuade lo mucho
que importa al bien común de la república el dividir las fuerzas del
enemigo, para no tener que lidiar a un tiempo con tantos; lo cual se
lograría si los eduos rompiesen por tierras de los beoveses y
empezasen a talar sus campos. Dado este consejo, le despidió. Ya
que tuvo certeza por sus espías y por los remenses, cómo unidos los
belgas venían todos contra él, y que estaban cerca, se anticipó con su
ejército a pasar el río Aisne, donde remata el territorio remense, y allí
fijó sus reales, cuyo costado de una banda quedaba defendido con
esta postura por las márgenes del río, las espaldas a cubierto del
enemigo, y seguro el camino desde Reims y las otras ciudades para el
transporte de bastimentos. Guarnece el puente que tenía el río, deja
en la ribera opuesta con seis cohortes al legado Quinto Titurio Sabino
y manda fortificar los reales con un parapeto de doce pies de alto y
un foso de dieciocho.
VI. Estaba ocho millas distante de aquí una plaza de los
remenses llamada Bibracte (Bievre), que los belgas se pusieron a
batirla sobre la marcha con gran furia. No costo poco defenderla
aquel día. Los belgas en batir las murallas usan el misino arte que los
galos; cercanías por todas partes de gente, y empiezan a tirar piedras
hasta tanto que ya no queda defensor en almena. Entonces, haciendo
empavesada40 vanse arrimando a las puertas y abren la brecha; lo
que a la sazón era bien fácil, por ser tantos los que arrojaban piedras
y dardos, que no dejaban parar a hombre sobre el muro. Como la
noche los forzase a desistir del asalto, el gobernador de la plaza Iccio
Remense, igualmente noble que bienquisto entre los suyos, uno de
los que vinieron con la diputación de paz a César, le da aviso por sus
mensajeros, «que si no envía socorro, ya no puede él aguantar más».
VII. César, luego a la medianoche, destaca en ayuda de los
sitiados una partida de flecheros númidas y cretenses y de honderos
baleares a la dirección de los mismos mensajeros de Iccio. Con su
llegada, cuanto mayor ánimo cobraron los remenses con la esperanza
cierta de la defensa, tanto menos quedó a los enemigos de conquistar
aquella plaza. Así que, alzado el sitio a poco tiempo, asolando los
campos y pegando fuego a todas cuantas aldeas y caseríos
encontraban por las inmediaciones del camino, marcharon con todo
su ejército en busca del de César, y se acamparon a dos millas
escasas de él. La extensión de su campo, por lo que indicaban el
humo y los fuegos, ocupaba más de ocho millas.
VIII. César, al principio, a vista de un ejército tan numeroso y
del gran concepto41 que se hacía de su valor, determinóse a no dar
batalla. Sin embargo, con escaramuzas cotidianas de la caballería
procuraba sondear hasta dónde llegaba el esfuerzo del enemigo,
como también el coraje de los nuestros. Ya que se aseguró de que los
nuestros no eran inferiores, teniendo delante de los reales espacio
competente y acomodado para ordenar los escuadrones; porque
aquel collado de su alojamiento, no muy elevado sobre la llanura,
tenía la delantera tan ancha cuando bastaba para la formación del
ejército en batalla, por las dos laderas la bajada pendiente, y por la
frente altura tan poca, que insensiblemente iba declinando hasta
confundirse con el llano, cerró los dos lados de la colina con fosos
tirados de través cada uno de cuatrocientos pasos de longitud, y
guarneciendo sus remates con fortines, plantó baterías en ellos a fin
de que al tiempo del combate no pudiesen los enemigos (siendo tan
superiores en número) acometer por los costados y coger en medio a
los nuestros. Hecho esto, y dejadas en los reales las dos legiones
recién alistadas, para poder emplearlas en caso de necesidad, puso
las otras seis delante de ellos en orden de batalla. El enemigo
asimismo había sacado sus tropas y las tenía alineadas.
IX. Esperaban los enemigos a que la pasasen los nuestros; los
nuestros estaban a la mira para echarse sobre los enemigos
atollados, si fuesen ellos los primeros a pasarla. En tanto los caballos
andaban escaramuzando entre los dos ejércitos. Mas como ninguno
de los dos diese muestras de querer pasar el primero. César,
contento con la ventaja de la caballería en el choque, tocó la retirada.
Los enemigos al punto marcharon de allí al río Aisne, que, según se
ha dicho, corría detrás de nuestros cuarteles: donde descubierto el
vado, intentaron pasar parte de sus tropas con la mira de desalojar,
si pudiesen, al legado Quinto Titurio de la fortificación que mandaba y
romper el puente, o cuando no, talar los campos remenses, que tanto
nos servían en esta guerra proveyéndonos de bastimentos.

36
La guerra con los belgas comenzó por los años de 697 de Roma, año 56
37
De Soisóns.
38
Plutarco, en su Vida de César, dice de ellos que eran ferocísimos y grandes guerreros.
39
Los aduáticos habitaban Namur; los condrusos, eburones, ceresos y pemanos habitaban Colonia,
Lieja, Bovillón y el Luxemburgo, respectivamente.

40
Formando como un techo protector con sus escudos.
41
Los belgas eran reputados por los más valientes entre todos los falos.

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