lunes, enero 16

LIBRO TERCERO CAP 2

XI. Con este fin envió a los trevirenses, que lindan con el Rin, al
legado Tito Labieno con la caballería, encargándole visitase de pasada
a los remenses y demás belgas, y los tuviese a raya; que si los
germanos, llamados, a lo que se decía, por los belgas, intentasen
pasar por fuerza en barcas el río, se lo estorbase. A Publio Craso, con
doce cohortes de las legiones y buen número de caballos, manda ir a
Aquitania para impedir que de allá suministren socorros a la Galia, y
se coliguen naciones tan poderosas. Al legado Quinto Triturio Sabino,
con tres legiones, envía contra los únelos, curiosolitas y lisienses61
para contenerlos dentro de sus límites. Da el mando de la escuadra y
de las naves que hizo aprestar del Poitu, del Santonge y de otros
países fieles, al joven Décimo Bruto, con orden de hacerse cuanto
antes a la vela para Vannes, adonde marchó él mismo por tierra con
la infantería.
XII. Estando, como están, aquellas poblaciones fundadas sobre
cabos y promontorios, ni por tierra eran accesibles en la alta marea
que allí se experimenta cada doce horas ni tampoco, por la mar en la
baja, quedando entonces las naves encalladas en la arena. Con que
así por el flujo, como por el reflujo, era dificultoso combatirlas; que si
tal vez a fuerza de obras, atajado el mar con diques y muelles
terraplenados hasta casi emparejar con las murallas, desconfiaban los
sitiados de poder defenderse, a la hora teniendo a mano gran número
de bajeles, embarcábanse con todas sus cosas y se acogían a los
lugares vecinos, donde se hacían fuertes de nuevo, logrando las
mismas ventajas en la situación. Esto gran parte del estío lo podían
hacer más a su salvo, porque nuestra escuadra estaba detenida por
los vientos contrarios, y era sumamente peligroso el navegar por mar
tan vasto y abierto, siendo tan grandes las mareas y casi ningunos
los puertos.
XIII. La construcción y armadura de las naves enemigas se
hacía por esto en la forma siguiente: las quillas algo más planas que
las nuestras, a fin de manejarse más fácilmente en la baja marea; la
proa y popa muy erguidas contra las mayores olas y borrascas;
maderamen todo él de roble capaz de resistir a cualquier golpe de
viento; los bancos de vigas tirante de un pie62 de tabla, y otro de
canto, clavadas con clavos de hierro gruesos como el dedo pulgar.
Tenían las áncoras, en vez de cables, amarradas con cadenas de
hierro, y en lugar de velas llevaban pieles y badanas delgadas, o por
falta de lino, o por ignorar su uso, o lo que parece más cierto, por
juzgar que las velas no tendrían aguante contra las tempestades
deshechas del Océano y la furia de los vientos en vasos de tanta
carga. Nuestra escuadra viniéndose a encontrar con semejantes
naves, sólo les hacía ventaja en la ligereza y manejo de los remos. En
todo lo demás, según la naturaleza del golfo y agitación de sus olas,
nos hacían notables ventajas; pues ni los espolones de nuestras
proas podían hacerles daño (tanta era su solidez), ni era fácil
alcanzasen a su borde los tiros por ser tan altas, y por la misma
razón estaban menos expuestas a varar. Demás de eso, en
arreciándose el viento, entregadas a él, aguantaban más fácilmente
la borrasca, y con mayor seguridad daban fondo en poca agua; y aun
quedando en seco, ningún riesgo temían de las peñas y arrecifes,
siendo así que nuestras naves estaban expuestas a todos estos
peligros.
XIV. César, viendo que si bien lograba apoderarse de los
lugares, nada adelantaba, pues ni incomodar podía a los enemigos ni
estorbarles la retirada, se resolvió a aguardar a la escuadra. Luego
que arribó ésta y fue avistada de los enemigos, salieron contra ella
del puerto casi doscientas veinte naves, bien tripuladas y provistas de
toda suerte de municiones. Pero ni Bruto, director de la escuadra, ni
los comandantes y capitanes de los navíos sabían qué hacerse, o
cómo entrar en batalla, porque visto estaba que con los espolones no
podían hacerles mella; y aun erigidas torres encima, las sobrepujaba
tanto la popa de los bajeles bárbaros, que sobre río ser posible
disparar bien desde abajo contra ellos, los tiros de los enemigos, por
la razón contraria, nos habían de causar mayor daño. Una sola cosa
prevenida de antemano nos hizo muy al caso, y fueron ciertas hoces
bien afiladas, caladas en varapalos a manera de guadañas murales.
Enganchadas éstas una vez en las cuerdas con que ataban las
entenas a los mástiles, remando de boga, hacían pedazos el cordaje;
con ello caían de su peso las vergas, por manera que consistiendo
toda la ventaja de la marina galicana en velas y jarcias, perdidas
éstas, por lo mismo quedaban inservibles las naves. Entonces lo
restante del combate dependía del valor, en que sin disputa se
aventajaban los nuestros, y más, que peleaban a vista de César y de
todo el ejército, sin poder ocultarse hazaña de alguna cuenta, pues
todos los collados y cerros que tenían las vistas al mar estaban
ocupados por las tropas.
XV. Derribadas las entenas en la forma dicha, embistiendo a
cada navío dos o tres de los nuestros, los soldados hacían el mayor
esfuerzo por abordar y saltar dentro. Los bárbaros, visto el efecto, y
muchas de sus naves apresadas, no teniendo ya otro recurso,
tentaron huir por salvarse. Mas apenas enderezaron las proas hacia
donde las conducía el viento, de repente se les echó y calmó tanto,
que no podían menearse ni atrás ni adelante; que fue gran ventura
para completar la victoria, porque, siguiendo los nuestros al alcance,
las fueron apresando una por una, a excepción de muy pocas, que
sobreviniendo la noche, pudieron arribar a tierra, con ser que duró el
combate desde las cuatro del día63 hasta ponerse el Sol.
XVI. Con esta batalla se terminó la guerra de los vaneses y de
todos los pueblos marítimos; pues no sólo concurrieron a ella todos
los mozos y ancianos de algún crédito en dignidad y gobierno, sino
que trajeron también de todas partes cuantas naves había, perdidas
las cuales, no tenían los demás dónde guarecerse, ni arbitrio para
defender los castillos. Por eso se rindieron con todas sus cosas a
merced de César, quien determinó castigarlos severísimamente, a fin
de que los bárbaros aprendiesen de allí adelante a respetar con
mayor cuidado el derecho de los embajadores. Así que, condenados a
muerte todos los senadores, vendió a los demás por esclavos.
XVII. Mientras esto pasaba en Vannes. Quinto Titurio Sabino
llegó con su destacamento a la frontera de los únelos, cuyo caudillo
era Viridovige, como también de todas las comunidades alzadas, en
donde había levantado un grueso ejército. Asimismo en este poco
tiempo los aulercos, ebreusenses y lisienses, degollando a sus
senadores porque se oponían a la guerra, cerraron las puertas y se
ligaron con Viridovige juntamente con una gran chusma de
bandoleros y salteadores que se les agregó de todas partes, los
cuales, por la esperanza del pillaje y afición a la milicia, tenían horror
al oficio y continuo trabajo de la labranza. Sabino, que se había
acampado en lugar ventajoso para todo, no salía de las trincheras,
dado que Viridovige, alojado a dos millas de distancia, sacando cada
día sus tropas afuera, le presentaba la batalla, con que ya no sólo era
despreciado Sabino de los contrarios, sino también zaherido de los
nuestros. A tanto llegó la persuasión de su miedo, que ya los
enemigos se arrimaban sin recelo a las trincheras. Hacía él esto por
juzgar que un oficial subalterno no debía exponerse a pelear con
tanta gente sino en sitio seguro, o con alguna buena ocasión,
mayormente en ausencia del general.
XVIII. Cuando andaba más válida esta opinión de su miedo,
puso los ojos en cierto galo de las tropas auxiliares, hombre abonado
y sagaz a quien con grandes premios y ofertas le persuade se pase a
los enemigos, dándole sus instrucciones. Él, llegado como desertor al
campo de los enemigos, les representa el miedo de los romanos;
pondera cuan apretado se halla César de los vaneses; que a más
tardar, levantando el campo Sabino secretamente la noche
inmediata, iría a socorrerle. Lo mismo fue oír esto, que clamar todos
a una voz que no era de perder tan buen lance, ser preciso ir contra
ellos. Muchas razones los incitaban a eso: la irresolución de Sabino en
los días antecedentes; el dicho del desertor; la escasez de
bastimentos, de que por descuido estaban mal provistos; la
esperanza de que venciesen los vaneses; y en fin, porque de
ordinario los hombres creen fácilmente lo que desean. Movidos de
esto, no dejan a Viridovige ni a los demás capitanes salir de la junta
hasta darles licencia de tomar las armas e ir contra el enemigo.
Conseguida, tan alegres como si ya tuviesen la victoria en las manos,
cargados de fagina con que llenar los fosos de los romanos, van
corriendo a los reales.
XIX. Estaba el campamento en un altozano que poco a poco se
levantaba del llano, y a él vinieron apresuradamente corriendo casi
una milla por quitarnos el tiempo de apercibirnos, si bien ellos
llegaron jadeando. Sabino, animados los suyos, da la señal que tanto
deseaban. Mandóles salir de rebato por dos puertas, estando aún los
enemigos con las cargas a cuestas. La ventaja del sitio, la poca
disciplina y mucho cansancio de los enemigos, el valor de los
nuestros y su destreza adquirida en tantas batallas fueron causa de
que los enemigos, sin resistir ni aun la primera carga nuestra,
volviesen al instante las espaldas. Mas como iban tan desordenados,
alcanzados de los nuestros que los perseguían con las fuerzas
enteras, muchos quedaron muertos en el campo; los demás, fuera de
algunos que lograron escaparse, perecieron en el alcance de la
caballería. Con esto, al mismo tiempo que Sabino recibió la noticia de
la batalla naval, la tuvo César de la victoria de Sabino, a quien luego
se rindieron todos aquellos pueblos, porque los galos son tan briosos
y arrojados para emprender guerras, como afeminados y mal sufridos
en las desgracias.
XX. Casi a la misma sazón, llegado Publio Craso a la Aquitania,
que, como queda dicho, por la extensión del país y por sus
poblaciones merece ser reputada por la tercera parte de la Galia;
considerando que iba a guerrear donde pocos años antes el legado
Lucio Valerio Preconino perdió la vida con el ejército,64 y de donde
Lucio Manilio, procónsul, perdido el bagaje, había tenido que escapar,
juzgó que debía prevenirse con la mayor diligencia. Con esa mira,
proveyéndose bien de víveres, de socorros y de caballos, convidando
en particular a muchos militares conocidos por su valor de Tolosa,
Carcasona y Narbona, ciudades de nuestra provincia confinantes con
dichas regiones, entró con su ejército por las fronteras de los
sociates.65 Los cuales al punto que lo supieron, juntando gran número
de tropas y su caballería, en que consistía su mayor fuerza,
acometiendo sobre la marcha a nuestro ejército, primero avanzaron
con la caballería; después, rechazada ésta, y yendo al alcance los
nuestros, súbitamente presentaron la infantería que tenían
emboscada en una hondonada, con lo cual, arremetiendo a los
nuestros, renovaron la batalla.

64
En el tiempo de la guerra de Sertorio.
65
Territorio de Gascuña.
63
Esto es desde las diez de la mañana. Se sabe que los romanos dividían el día en doce horas,
empegando a las seis de la mañana o desde que sale el Sol hasta que se pone; por consiguiente la
noche en otras doce horas, a contar desde su puesta ante su salida, las cuales eran ya mayores, ya
menores, según las estaciones del año.
62
César: pedalibus in latitudinem trabibus: entiéndese que quiere decir que las vigas tenían un pie de
grosor y otro de anchura, esto es, tanto de tabla como de canto, sin hablar del largo que vendrían a
tener.

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