Ya terminó Roma. Con un final dramático que deja en lugar de vencedor a los futuros perdedores.
Nada esperado el suicidio de Niobe.
Por lo demás, esa mirada de Octavio deja claro sus futuras intenciones. Ese Marco Antonio anodadado. Esa Atia aterrorizada.
el fin de la historia
EPISODIO 11
El botín
Emitido el martes 17 de enero de 2006
Sinopsis
Sin más opciones, Pullo empieza a trabajarcomo matón a Erastes Fullmen y a gastar todo el dinero en prostitutas y en su creciente adicción al opio.Mientras tanto, Voreno asume sus responsabilidades como magistrado, recibiendo a las peticiones y quejas de los ciudadanos y recibe la visita de Mascius, un antiguo compañero del campo de batalla, que le pide que interceda ante César en favor de los veteranos de guerra, que no han tenido la suerte de Voreno, ya que el dinero que César les da no es suficiente y quieren irse a vivir a Italia.
Voreno se muestra reacio a ayudarles, pero finalmente le transmite a César la petición de Mascius: “¿Es posible que me ataquen?”, le pregunta César a su nuevo representante. “Ellos nunca nunca se enfrentarían a ti”, le asegura Voreno, “pero si no están satisfechos, aquellos que no tienen empleo se convertirán en bandidos y ladrones”.
César decide entonces ofrecer a los veteranos de guerra algunas tierras cerca de Alemania, y si Mascius rechaza el trato, Voreno deberá hacerle otra oferta personal, con la esperanza de que así convenza al resto de veteranos a que acepten el trato.
Por otra parte, Bruto se enfada mucho al ver unos dibujos en los que aparece con un cuchillo apuñalando a César por la espalda. Ordena a un sirviente que los borre, pero César le dice que no se preocupe por eso, que los dibujos están por todas partes. Los plebeyos los han pintado con la esperanza de que Bruto los rescate de la tiranía de César, le dice Casio. “Los plebeyos no moverían un dedo por conseguir la libertad”, dice Bruto despectivo. “Les encanta ver a sus superiores luchar. Es más barato que ir al teatro y hay sangre de verdad”.
Cuando Casio le llama cobarde, Bruto reacciona con furia. Sabe en qué se ha convertido César, pero se ha comprometido a ser su amigo. “Él confía en mí. No puedo traicionarle”. “Por amistad vas a dejar que la República muera”, le dice Casio disgustado. “¡Sólo soy un hombre!”, suplica Bruto. “ ¡Y la vida o la muerte de la República dependen de mí!”. Casio contesta bruscamente: “La gente no aceptará la muerte de un tirano a no ser que sea Bruto quien lleve el cuchillo en la mano”. Enloquecido por la posición en la que se ha visto colocado sin quererlo, Bruto abofetea a Casio y se larga.
Por otra parte, Pullo asesina a un hombre a plena luz del día y el crimen es presenciado por una anciana tejedora, que comienza a seguirle por las calles de la ciudad mientras grita “¡asesino!”. Pullo termina desmayándose y acaba en la cárcel.
Como era de esperar, Mascius rechaza el trato de César de las tierras en Alemania y Voreno le hace una oferta personal. Pero éste también la rechaza firmemente (“He sido honesto con mis hermanos desde que derramé la primera gota de sangre… mi honor no está a la venta por tan poco”, Voreno utiliza la misma lógica que logró convencerle a él, intentando hacerle entender que no está ayudando a sus hombres si rechaza la oferta. Mascius negocia una oferta mejor para él y finalmente acepta el trato.
En un acto presidido por Atia, ésta se lleva a César aun rincón para advertirle sobre Bruto: cree que Servilia no descansará hasta que César esté muerto. César se burla de las advertencias de su sobrina: “Me imagino que la pobre Servilia no está muy orgullosa de mí, pero ¿de verdad crees que quiere verme muerto? Qué dramática eres, Atia”.
Voreno y la aterrorizada Niobe llegan a la fiesta de Atia como invitados especiales de César, e intentan mezclarse, torpemente, con el resto de arrogantes invitados. Niobe se ha hecho un vestido para la ocasión, del que Atia se burla diciéndole que es precioso.
Cuando Octavio se entera de que Pullo está en la cárcel por asesinato, le pide a César que intervenga. “No debemos hacer nada”, dice César firmemente. El hombre que Pullo ha matado era muy crítico con su liderazgo, y si intervienen sería sospechoso. Octavio encarga en secreto a Timón que le encuentre a Pullo un abogado, pero no hay ninguno interesado en defenderle. Sólo cuando Timón les ofrece una buena cantidad de dinero, uno de ellos, un hombre joven y de mal aspecto, acepta. Pullo se muestra resignado con su destino y no muestra ningún agradecimiento para con el hombre.
En el juicio de Pullo, presenciado por una multitud que no para de abuchearle, el acusador plantea el caso de forma simple: un hombre bueno ha muerto en manos de un espécimen despreciable. “No le haré perder el tiempo con argumentos aburridos para convencerle de su culpabilidad. Mírenle. Todos sabemos que es culpable”.
Cuando Voreno se abre paso entre la multitud, se encuentra con Mascius, que esconde una espada. Reconoce a otros soldados entre la gente disfrazados de civiles, preparados para abalanzarse sobre los asistentes y matarlos. Aterrorizado por las consecuencias políticas que esto tendría, Voreno le pide a Mascius que no lleve a cabo su plan “por el bien de la República”. César no puede restablecer la ley y gobernar si a los soldados se les permite matar a los ciudadanos sin más.
El abogado de Pullo, nervioso, es incapaz de hacer una buena defensa de su cliente, así que el acusado es condenado a muerte.
Cuando César le dice a Bruto que quiere que gobierne Macedonia, éste se lo toma como una expulsión, una forma de echarle de Roma. César, finalmente, admite que no está seguro de si puede o no confiar en él. Éste insiste en que nunca le ha traicionado. “Si me hubieras pedido que te fuera leal para marchar sobre Roma, lo habría hecho. Habría pensado que estás loco, pero te habría prometido mi lealtad. Porque tú para mí eres como un padre… Pero jamás me pediste que te fuera leal. Sólo me lo pides ahora, a punta de espada”.
César rechaza la acusación. Pero Bruto insiste en que no irá a Macedonia. Cuando César apela a su autoridad legal, Bruto está a punto de llorar. “Eres como un padre para mí”. “Sé razonable”, responde César. “Estás dibujado en todas las paredes de Roma con un cuchillo en mi cuello. Sería estúpido si no me preocupara”. “Está claro que sólo los tiranos necesitan preocuparse de asesinos tiranos”, dice Bruto apretando los puños. “Y tú no eres un tirano. No es eso lo que me has dicho tantas veces?”.
La mañana antes de ser condenado a muerte, Pullo hace una ofrenda a los dioses para que Irene se de cuenta de que está arrepentido de lo que ha hecho y que le concedan a la chica una vida larga y feliz. “Y lo mismo para mi amigo Lucio Voreno y su familia, si no es pedir demasiado”.
En la arena, ante una multitud ansiosa por ver sangre, Pullo tiene que enfrentarse a tres gladiadores gigantes y armados con enormes espadas. Pero se queda arrodillado en medio del círculo, negándose a luchar. “Sólo quiero morir. No quiero herir a nadie”. La gente le abuchea, pero Pullo sigue en sus trece. Sólo cuando uno de sus contrincantes se mete con la Decimotercera, Pullo reacciona y se lanza a por sus supuestos verdugos. El público comienza a animarle, pero uno de los gladiadores consigue quitarle la espada e inmovilizarlo. Pullo ya se teme lo peor, pero, de repente, Voreno se abre paso entre la multitud, espada en mano, baja a la arena y le corta la pierna en dos al gladiador, dejando libre a Voreno. El público, sorprendido, reacciona con gritos de aprobación y ánimo.
Mientras, Posca camina escondido por las calles de la ciudad con una enorme bolsa con dinero en su mano. Entra en una oscura taberna y deja el oro sobre la mesa. “Si volvemos a darte trabajo, espero que no uses otra vez los servicios de un veterano”, le dice al hombre que tiene al lado. Erastes Fulmen asiente en señal de aprobación.
EPISODIO 12
Calendas de febrero
Emitido el martes 17 de enero de 2006
Sinopsis
Después de su épica batalla en la arena del circo, Pullo y Voreno se convierten en héroes del pueblo, inspirando multitud de representaciones teatrales, pinturas y canciones. Sin embargo, Voreno ha desobedecido expresamente las órdenes del Emperador interfiriendo en la ejecución de Pullo y se prepara para el que piensa que será su destino, el destierro.
Mientras, Pullo se escapa del hospital, aunque todavía sus heridas no están curadas, y acaba desmayándose y le llevan hasta casa de Voreno. Irene, que sigue trabajando para Voreno a pesar de ser ya una liberta, intenta asesinar a Pullo en venganza por el asesinato de su futuro esposo, pero Niobe se lo impide.
Por otra parte, César ha comenzado la reforma populista del Senado, siguiendo los consejos de su sobrino Octavio. Ha ampliado el número de integrantes y ha dado cabida a representantes de las nuevas provincias de Roma. Hispanos, lusitanos, bretones, galos y todo tipo de bárbaros se dan cita ahora en el Senado. La paciencia de los conspiradores está a punto de agotarse después de esto, y César lo sabe. Por eso, cuando Voreno se presenta ante él para rendir cuentas de su crimen al haber rescatado a Pullo, el dictador no le castiga, sino que premia su nueva popularidad otorgándole un asiento de senador como representante de la plebe. Mientras que Voreno esté a su lado, nadie podrá intentar asesinarle. Esa noche Calpurnia tiene sueños premonitorios que no logran alertar a su marido.
Mientras Pullo intenta que Irene vuelva a confiar en él, Servilia da con la clave para poder apartar a Voreno del lado de César, haciendo posible el asesinato del dictador. A la mañana siguiente manda llamar a Atia para que la visite.
Acompañada de Octavio, Atia acude al cabo de un par de días a la invitación de Servilia. Ésta les recibe con una sonrisa y les cuenta lo que está teniendo lugar en el foro. A continuación, le asegura a Atia que no descansará hasta que no la asesine también a ella.
Mientras tanto, César se está acercando a la puerta del Senado. En la entrada, y a la vez que uno de los conspiradores entretiene a Marco Antonio, la sirvienta personal de Servilia le susurra a Voreno un terrible secreto: su hijo es en realidad de su difunto concuñado. Enfurecido, Lucio corre hacia su casa,dejando su puesto al lado de César y, apenas éste ha atravesado la entrada del edificio, los puñales de los traidores atraviesan su cuerpo.
Enfurecido, Voreno entra en casa y se encuentra a Niobe sola. La mujer se da cuenta de que su esposo ha descubierto la verdad y, sin que Lucio pueda evitarlo, se tira por el balcón y muere. Por su parte, Tito e Irene, reconciliados, iniciarán juntos un nuevo futuro.
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