martes, enero 10

LIBRO SEGUNDO CAP 2

XI. Con esta determinación, arrancando hacia medianoche con
gran ruido y alboroto, sin orden ni concierto, apresurándose cada cual
a coger la delantera por llegar antes a casa, su marcha tuvo visos de
huida. César, avisado al instante del hecho por sus escuchas,
temiendo alguna celada, por no haber todavía penetrado el motivo de
su partida, se mantuvo quieto con todo su ejército dentro de los
reales. Al amanecer, asegurado de la verdad por los batidores, envía
delante toda la caballería a cargo de los legados Quinto Pedio y Lucio
Arunculeyo Cota con orden de picar la retaguardia enemiga. Al legado
Tito Labieno mandó seguirlos con tres legiones. Habiendo éstos
alcanzado a los postreros y perseguídolos por muchas millas, hicieron
en los fugitivos gran matanza. Los de la retaguardia, viéndose
ejecutados, hicieron frente, resistiendo animosamente a las
embestidas de los nuestros; en tanto los de la vanguardia, que se
consideraban lejos del peligro, sin haber quien los forzase, ni caudillo
que los mantuviese, al oír aquella gritería, desordenadas las filas,
buscaron su seguridad en la fuga. Con eso, sin el menor riesgo
prosiguieron los nuestros matando gente todo lo restante del día; y
sólo al poner del sol desistieron del alcance, retirándose a los reales
según la orden que tenían.
XII. César, al otro día, sin dar a los enemigos tiempo de
recobrarse del pavor y de la fuga, dirigió su marcha contra los
suesones, fronterizos de los remenses, y después de un largo viaje se
puso sobre la ciudad de Novo42. Tentado de camino asaltarla, pues le
decían que se hallaba sin guarnición, por tener un foso muy ancho, y
muy altos los muros, no pudo tomarla, con ser pocos los que la
defendían. Fortificados los reales, trató de armar las galerías43 y
apercibir las piezas de batir las murallas. En esto todas las tropas de
suesones que venían huyendo se recogieron la noche inmediata a la
plaza. Mas asestadas sin dilación las galerías, formando el
terraplén,44 y levantadas las bastidas45; espantados los galos de la
grandeza de aquellas máquinas, nunca vistas ni oídas, y de la
presteza de los romanos en armarlas, envían diputados a César sobre
la entrega, y a petición de los remenses alcanzan el perdón.
XIII. Recibidos en prendas los más granados del pueblo con dos
hijos del mismo rey Galba, y entregadas todas las armas, César
admitió por vasallos a los suesones, y marchó contra los beoveses;
los cuales, habiéndose refugiado con todas sus cosas en la fortaleza
de Bratuspancio,46 y estando César distante de allí poco menos de
cinco millas, todos los ancianos saliendo de la ciudad con ademanes y
voces, le hacían señas de que venían a rendírsele a discreción, ni
querían más guerra con los romanos; asimismo, luego que se acercó
al lugar y empezó a sentar el campo, los niños y las mujeres desde
las almenas, tendidas las manos a su modo, pedían la paz a los
romanos.
XIV. Diviciaco (el cual después de la retirada de los belgas, y
despedidas sus tropas, había vuelto a incorporarse con las de César)
aboga por ellos diciendo: «que siempre los beoveses habían sido
amigos fieles de los eduos; que sus jefes, con esparcir que los eduos
esclavizados por César padecían toda suerte de maltratamientos y
oprobios, los indujeron a separarse de ellos y declarar la guerra al
Pueblo Romano. Los autores de esta trama, reconociendo el grave
perjuicio acarreado a la república, se habían guarecido en Bretaña.
Por tanto, le suplican los beoveses, y juntamente con ellos y por ellos
los eduos, que los trate con su acostumbrada clemencia y benignidad.
Que haciéndolo así aumentaría el crédito de los eduos para con todos
los belgas, con cuyos socorros y bienes solían mantener las guerras
ocurrentes».
XV. César, por honrar a Diviciaco y favorecer a los eduos, dio
palabra de aceptar su homenaje y de conservarlos en su gracia; mas
porque era un estado pujante, sobresaliendo entre los belgas en
autoridad y número de habitantes, pidió seiscientos rehenes.
Entregados éstos juntamente con todas sus armas, encaminóse a los
amienses, que luego se le rindieron con todas sus cosas.
Con éstos confinan los nervios, de cuyos genios y costumbres
César, tomando lengua, vino a entender: «que a ningún mercader
daban47 entrada; ni permitían introducir vinos, ni cosas semejantes
que sirven para el regalo; persuadidos de que con tales géneros se
afeminan los ánimos y pierden su vigor; siendo ellos naturalmente
bravos y forzudos; que daban en rostro y afrentaban a los demás
belgas porque a gran mengua de la valentía heredada con la sangre,
se habían sujetado al Pueblo Romano; que ellos por su parte
protestaban de no proponer ni admitir condiciones de paz».
XVI. Llevaba tres días de jornada César por las tierras de éstos,
cuando le dijeron los prisioneros que a diez millas de sus tiendas
corría el río Sambre, en cuya parte opuesta estaban acampados los
nervios, aguardando allí su venida unidos con los arrebates y
vermandeses,48 sus vecinos, a los cuales habían inducido a seguir la
misma fortuna en la guerra; que esperaban también tropas de los
aduáticos49 que venían marchando; que a sus mujeres y demás
personas inhábiles por la edad para el ejercicio de las armas tenían
recogidas en un paraje inpenetrable al ejército por las lagunas.
XVII. César, con estas noticias, envió delante algunos batidores
y centuriones a procurar puesto acomodado para el alojamiento. Mas
como viniesen en su compañía varios de los belgas conquistados y
otros galos, algunos de ellos (según que después se averiguó por los
prisioneros), observado el orden de la marcha de nuestro ejército en
aquellos días, se fueron de noche a los nervios y les avisaron de la
gran porción de bagaje que mediaba entre legión y legión; con que al
llegar la primera al campo, quedando muy atrás las demás, era muy
fácil sorprenderla embarazada con la carga;50 derrotada ésta, y
perdido el bagaje, a buen seguro que las siguientes no se atreviesen
a contrarrestar. Era bien recibido el consejo; por cuanto los nervios,
que ni antes usaron jamás (ni ahora tampoco usan pelear a caballo,
sino que todas sus fuerzas consisten en la infantería) para estorbar
más fácilmente la caballería de sus fronterizos en las ocasiones que
hacía correrías, desmochando y doblando los arbolillos tiernos,
entretejiendo en sus ramas zargas y espinos a lo ancho, habían
formado un seto, que les servía de muro tal y tan cerrado, que
impedía no como quiera la entrada, mas también la vista. Con este
arte, teniendo atajado el paso a nuestro ejército, juzgaron los nervios
que no era de despreciar el aviso.
XVIII. La situación del lugar elegido por los nuestros para fijar
los reales era en un collado que tenía uniforme la bajada desde la
cumbre hasta el río Sambre, arriba mencionado. De su opuesta ribera
se alzaba otro collado de igual elevación enfrente del primero,
despejado a la falda como doscientos pasos, y en la cima tan cerrado,
que apenas podía penetrar dentro la vista. Detrás de esta breña
estaban emboscados los enemigos. En el raso a la orilla del río, que
tenía como tres pies de hondo, se divisaba tal cual piquete de
caballería.
XIX. César, echando adelante la suya, seguíala con el grueso
del ejército. Pero el orden de su marcha era bien diferente del que
pintaron los belgas a los nervios; pues César, por la cercanía del
enemigo, llevaba consigo, como solía, seis legiones sin más tren que
las armas; después iban los equipajes de todo el ejército, escoltados
de las dos legiones recién alistadas, que cerraban la marcha.
Nuestros caballos, pasando el río con la gente de honda y arco,
trabaron combate con los caballos enemigos. Mientras éstos, ya se
retiraban al bosque entre los suyos, ya salían de él a embestir con los
nuestros, sin que los nuestros osasen ir tras ellos en sus retiradas
más allá del campo abierto; las seis legiones, que habían llegado las
primeras, delineado el campo, empezaron a fortificarlo. Luego que los
enemigos cubiertos en las selvas avistaron los primeros bagajes de
nuestro ejército, según lo concertado entre sí, estando de antemano
bien prevenidos y formados allí mismo en orden de batalla, de
repente se dispararon con todas sus tropas y se dejaron caer sobre
nuestros caballos. Batidos y deshechos éstos sin resistencia, con
velocidad increíble vinieron corriendo hasta el río, de modo que casi a
un mismo tiempo se les veía en el bosque, en el río y en combate con
los nuestros. Los del collado opuesto, con igual ligereza, corrieron a
asaltar nuestras trincheras y a los que trabajaban en ellas.
XX. César tenía que hacerlo todo a un tiempo: enarbolar el
estandarte,51 que es la llamada a tomar las armas; hacer señal con la
bocina; retirar los soldados de sus trabajos; llamar a los que se
habían alejado en busca de fagina; escuadronar el ejército; dar la
contraseña;52 arengar a los soldados. Mas no permitía la estrechez
del tiempo, ni la sucesión continua de negocios, ni la avenida de los
enemigos dar expediente a todas estas cosas. En medio de tantas
dificultades dos circunstancias militaban a su favor: una era la
inteligencia y práctica de los soldados, que como ejercitados en las
anteriores batallas, podían por sí mismos dirigir cualquier acción con
tanta pericia como sus decuriones; la otra haber intimado César la
orden que ninguno de los legados se apartase de su legión durante la
faena del atrincheramiento. Así que, vista la prisa y cercanía del
enemigo, sin aguardar las órdenes de César, ejecutaban lo que
parecía del caso.

42
Trátase, al parecer, de Soisóns.
43
César: vincas agere... coepit. Eran movedizas; por eso dice vincas agere: dentro de ellas metidos los
soldados se iban •cercando al muro para batirlo a su salvo.
44
César: aggere iacto. Los materiales del terraplén no sólo eran terrones, sino también piedras, leña y
todo género de fagina: dictus agger, quod aggerebant terram, lapides, liona, etc. Sobre él levantaban
las torres, que ordinariamente fabricaban de madera.
45
César: turribis constitutis. Así se llama propiamente este género de torres para la expugnación.
46
Beauvais.

47
Aun en aquellos tiempos rudos, y entre naciones tenidas por bárbaras se negaba la entrada a todo lo
que podía servir al fausto y estragar las costumbres. Así merecieron los nervios crédito de grandes
guerreros; bien como por la misma causa dice César, en el lib. I, que eran los belgas los más valientes
de todos los galos.
48
Los de Arras y Veromandois.
49
De Namur.
50
César: sub sarcinis, esto es, con las cargas a cuestas. Los soldados romanos, cuando marchaban con
las armas solas, se decían expediti o in expeditionem (pues, según escribe Cicerón, las armas no se
tenían entre ellos por carga); cuando iban cargados de las mochillas, utensilios y estacas para el vallado,
impediti o sub sarcinis.
51
César: vexillum, quod erat insigne, quum ad arma concurri oporteret. Colocábase sobre la estancia del
general y tenía la figura de un sayo de grana.
52
César: signum dandum. Esto se hacía por medio de los soldados destinados para semejante oficio

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