lunes, enero 30

corrales nevado

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indice

LIBRO QUINTO CAP 3

XXI. Protegidos los trinobantes y libres de toda vejación de los
soldados, los cenimaños, segonciacos, ancalites, bibrocos y casos, por
medio de sus diputados, se rindieron a César. Infórmanle estos que
no lejos de allí estaba la corte de Casivelauno, cercada de bosques y
lagunas, donde se había encerrado buen número de hombres y
ganados. Dan los britanos nombre de ciudad a cualquier selva
enmarañada, guarnecida de valla y foso, donde se suelen acoger para
librarse de las irrupciones de los enemigos. César va derecho allá con
las legiones; encuentra el lugar harto bien pertrechado por naturaleza
y arte; con todo, se empeña en asaltarlo por dos partes. Los
enemigos, después de una corta detención, al cabo, no pudiendo
resistir el ímpetu de los nuestros, echaron a huir por otro lado de la
ciudad. Hallóse dentro crecido número de ganados, y en la fuga
quedaron muchos prisioneros y muertos.
XXII. Mientras iban así las cosas en esa parte de la isla,
despacha Casivelauno mensajeros a la provincia de Kent, situada,
como se ha dicho, sobre la costa del mar, cuyas merindades
gobernaban cuatro94 régulos. Gingetórige, Carnilio, Taximagulo y
Segonacte, y les manda que con todas sus fuerzas juntas ataquen los
atrincheramientos navales. Venidos que fueron a los reales, los
nuestros en una salida que hicieron matando a muchos de ellos, y
prendiendo, entre otros, al noble caudillo Lugotórige, se restituyeron
a las trincheras sin pérdida alguna. Casivelauno, desalentado con la
nueva de esta batalla, por tantos daños recibidos, por la desolación
de su reino, y mayormente por la rebelión de sus vasallos, valiéndose
de la mediación de Comió Atrebatense, envía sus embajadores a
César sobre la entrega. César, que estaba resuelto a invernar en el
continente por temor de los motines repentinos de la Galia,
quedándole ya poco tiempo del estío, y viendo que sin sentir podía
pasársele aún éste, le manda dar rehenes, y señala el tributo que
anualmente debía la Bretaña pechar al Pueblo Romano. Ordena
expresamente y manda a Casivelauno que no moleste más a
Mandubracio ni a los trinobantes.
XXIII. Recibidos los rehenes, vuelve a la armada, y halla en
buen estado las naves. Botadas éstas al agua, por ser grande el
número de los prisioneros, y haberse perdido algunas embarcaciones
en la borrasca, determinó transportar el ejército en dos convoyes. El
caso fue, que de tantos bajeles y en tantas navegaciones, ninguno de
los que llevaban soldados faltó ni en este año ni en el antecedente,
pero de los que volvían en lastre del Continente hecho el primer
desembarco, y de los sesenta que Labieno había mandado construir,
aportaron muy pocos; los demás casi todos volvieron de arribada.
Habiendo César esperado en vano algún tiempo, temiendo que la
estación no le imposibilitase la navegación por la proximidad del
equinoccio, hubo de estrechar los soldados según los buques, y en la
mayor bonanza zarpando ya bien entrada la noche, al amanecer tomó
tierra sin desgracia en toda la escuadra.
XXIV. Sacadas a tierra las naves, y tenida una junta con los
galos en Samarobriva,95 por haber sido este año corta la cosecha de
granos en la Galia por falta de aguas, le fue forzoso dar otra
disposición que los años precedentes a los invernaderos del ejército,
distribuyendo las legiones en diversos cantones. Una en los morinos,
al mando de Cayo Fabio; la segunda en los nervios, al de Quinto
Cicerón; la tercera en los eduos, al de Lucio Roscio; ordenando que la
cuarta con Tito Labieno invernase en los remenses en la frontera de
Tréveris; tres alojó en los belgas, a cargo del cuestor Marco Craso, y
de los delegados Lucio Munacio Planeo y Cayo Trebonio. Una
nuevamente alistada en Italia y cinco cohortes envió a los eburones,
que por la mayor parte habitan entre el Mosa y el Rin, sujetos al
señorío de Ambiórige y Cativulco; dióles por comandantes a los
legados Quinto Titurio Sabino y Lucio Arunculeyo Cota. Repartidas en
esta forma las legiones, juzgó que podrían proveerse más fácilmente
en la carestía. Dispuso, sin embargo, que los cuarteles de todas estas
legiones (salvo la que condujo Lucio Roscio al país96 más quieto y
pacífico) estuviesen comprendidas en término de cien millas. Él
resolvió detenerse en la Galia hasta tener alojadas las legiones, y
certeza de que los cuarteles quedaban fortificados.
XXV. Florecía, entre los chartreses Tasgecio, persona muy
principal, cuyos antepasados habían sido reyes de su nación. César le
había restituido su Estado en atención al valor y lealtad
singularmente oficiosa de que se había servido en todas las guerras.
Este año, que ya era el tercero de su reinado, sus enemigos le
mataron públicamente, siendo asimismo cómplices muchos de los
naturales. Dan parte a César de este atentado. Receloso él de que
por ser tantos los culpados, no se rebelase a influjo de ellos el
pueblo, manda a Lucio Planeo marchar prontamente con una legión
de los belgas a los carnutes, tomar allí cuarteles de invierno, y
remitirle presos a los que hallase reos de la muerte de Tasgecio. En
este entretanto, todos los legados y el cuestor, encargados del
gobierno de las legiones, le avisaron cómo ya estaban acuartelados y
bien atrincherados.
XXVI. A los quince días de alojados allí dieron principio a un
repentino alboroto y alzamiento Ambiórige y Cativulco, que con haber
salido a recibir a Sabino y a Cota a las fronteras de su reino, y
acarreado trigo a los cuarteles, instigados por los mensajeros del
trevirense Induciomaro, pusieron en armas a los suyos, y
sorprendiendo de rebato a los leñadores, vinieron con gran tropel a
forzar las trincheras. Como los nuestros, cogiendo al punto las armas,
montando la línea y destacada por una banda la caballería española,
llevasen con ella la ventaja en el choque, los enemigos, malogrando
el lance, desistieron del asalto. A luego dieron voces, como
acostumbran, que saliesen algunos de los nuestros a conferencia, que
sobre intereses comunes querían poner ciertas condiciones, con que
esperaban se podrían terminar las diferencias.
XXVII. Va a tratar con ellos Cayo Arpiño, caballero romano
confidente de Quinto Titurio, con cierto español, Quinto Junio, que ya
otras veces por parte de César había ido a verse con Ambiórige, el
cual les habló de esta manera: «Que se confesaba obligadísimo a los
beneficios recibidos de César, cuales eran haberle libertado del
tributo que pagaba a los aduáticos sus confinantes; haberle restituido
su hijo y un sobrino, que siendo enviados entre los rehenes a los
aduáticos, los tuvieron en esclavitud y en cadenas; que en la
tentativa de asalto no había procedido a arbitrio ni voluntad propia,
sino compelido de la nación; ser su señorío de tal calidad, que no era
menor la potestad del pueblo sobre él que la suya sobre el pueble, y
que el motivo que tuvo éste para el rompimiento fue sólo el no poder
resistir a la conspiración repentina de la Galia, cosa bien fácil de
probar en vista de su poco poder; pues no es él tan necio que
presuma poder con sus fuerzas contrastar las del Pueblo Romano. La
verdad es ser este el común acuerdo de la Galia, y el día de hoy el
aplazado para el asalto general de todos los cuarteles de César, para
que ninguna legión pueda dar la mano a la otra. Como galos no
pudieron fácilmente negarse a los galos, mayormente pareciendo ser
su fin el recobrar la libertad común; mas ya que tenía cumplido con
ellos por razón de deudo, debía atender ahora a la ley del
agradecimiento. Así que, por respeto a los beneficios de César y al
hospedaje de Titurio, le amonestaba y suplicaba mirase por su vida y
la de sus soldados; que ya un gran cuerpo de germanos venía a
servir a sueldo y había pasado el Rin; que llegaría dentro de dos días;
viesen ellos si sería mejor, antes que lo entendiesen los comarcanos,
sacar de sus cuarteles los soldados y trasladarlos a los de Cicerón o
de Labieno, puesto que el uno distaba menos de cincuenta millas y el
otro poco más. Lo que les prometía y aseguraba con juramento era
darles paso franco por sus Estados; que con eso procuraba al mismo
tiempo el bien del pueblo aliviándolo del alojamiento y el servicio de
César en recompensar de sus mercedes». Dicho esto, se despide
Ambiórige.
XXVIII. Arpiño y Junio cuentan a los legados lo que acababan
de oír. Ellos, asustados con la impensada nueva, aunque venía de
boca del enemigo, no por eso creían deberla despreciar. Lo que más
fuerza le hacía era no parecerles creíble que los eburones, gente de
ningún nombre y tan para poco, se atreviesen de suyo a mover
guerra contra el Pueblo Romano. Y así ponen la cosa en consejo,
donde hubo grandes debates. Lucio Arunculeyo, con varios de los
tribunos y capitanes principales, era de parecer «que no se debía
atropellar ni salir de los reales sin orden de César; proponían que
dentro de las trincheras se podían defender contra cualesquiera
tropas, aun de germanos, por numerosas que fuesen; ser de esto
buena prueba el hecho de haber resistido con tanto esfuerzo el
primer ímpetu del enemigo, rebatiéndole con gran daño: que pan no
les faltaba. Entre tanto vendrían socorros de los cuarteles vecinos y
de César, que en conclusión, ¿puede haber temeridad ni desdoro
mayor que tomar consejo del enemigo en punto de tanta monta?»
XXIX. Contra esto gritaba Titurio: «Que tarde caerían en la
cuenta, cuando creciese más el número de los enemigos con la unión
de los germanos, o sucediese algún desastre en los cuarteles vecinos;
que el negocio pedía pronta resolución, y creía él que César se
hubiese ido a Italia; si no, ¿cómo era posible que los chartreses
conspirasen en matar a Tasgecio, ni los eburones en asaltar con tanto
descaro nuestros reales?, que no atendía él al dicho del enemigo, sino
a la realidad del hecho: el Rin inmediato; irritados los germanos por
la muerte de Ariovisto y nuestras pasadas victorias; la Galia
enconada por verse después de tantos malos tratamientos sujeta al
Pueblo Romano, obscurecida su antigua gloria en las armas. Por
último, ¿quién podrá persuadirse que Ambiórige se hubiese
arriesgado a tomar este consejo sin tener seguridad de la cosa? En
todo caso ser seguro su dictamen: si no hay algún contraste, se
juntarán a su salvo con la legión inmediata; si la Galia toda se
coligare con Germania, el único remedio es no perder momento. El
parecer contrario de Cota y sus parciales ¿qué resultas tendrá?
Cuando de presente no haya peligro, al menos en un largo asedio el
hambre será inevitable».
XXX. En estas reyertas, oponiéndose vivamente Cota y los
primeros oficiales: «Norabuena, dijo Sabino, salid con la vuestra, ya
que así lo queréis», y en voz más alta, de modo que pudiesen oírle
muchos de los soldados, añadió: «Sí, que no soy yo entre vosotros el
que más teme la muerte. Los presentes verán lo que han de hacer, si
acaeciere algún revés, tú sólo les serás responsable; y si los dejas,
pasado mañana se verán juntos con los demás en los cuarteles
vecinos para ser compañeros de su suerte, y no morir a hierro y
hambre abandonados y apartados de los suyos».

94
Serían feudatarios de Casivelauno, si ya no estaban obligados a obedecerle durante la guerra, por
haberle nombrado el cuerpo de la nación por su generalísimo.
95
Amiéns.
96
Por tales tenía entonces el de los eduos, como tan amigos y favorecidos del pueblo romano.

jueves, enero 26

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INDICE

LIBRO QUINTO CAP 2

XI. Con esta novedad, César manda volver atrás las legiones y
la caballería; él da también la vuelta a las naves, y ve por sus ojos
casi lo mismo que acababa de saber de palabra y por escrito: que
desgraciadas cuarenta, las demás admitían sí composición, pero a
gran costa. Por lo cual saca de las legiones algunos carpinteros, y
manda llamar a otros de tierra firme. Escribe a Labieno que con
ayuda de sus legiones apreste cuantas más naves pueda. Él, por su
parte, sin embargo de la mucha dificultad y trabajos, determinó para
mayor seguridad sacar todas las embarcaciones a tierra, y meterlas
con las tiendas dentro de unas mismas trincheras. En estas
maniobras empleó casi diez días, no cesando los soldados en el
trabajo ni aun por la noche. Sacados a tierra los buques, y
fortificados muy bien los reales, deja el arsenal guarnecido de las
mismas tropas que antes, y marcha otra vez al lugar de donde vino.
Al tiempo de su llegada era ya mayor el número de tropas enemigas
que se habían juntado allí de todas partes. Diose de común
consentimiento el mando absoluto y cuidado de esta guerra a
Casivelauno, cuyos Estados separa de los pueblos marítimos el río
Támesis a distancia de unas ochenta millas del mar. De tiempo atrás
andaba éste en continuas guerras con esos pueblos; mas aterrados
los britanos con nuestro arribo, le nombraron desde luego por su
general y caudillo.
XII. La parte interior de Bretaña es habitada de los naturales,
originarios de la misma isla, según cuenta la fama; las costas, de los
belgas, que acá pasaron con ocasión de hacer presas y hostilidades;
los cuales todos conservan los nombres de las ciudades de su origen,
de donde trasmigraron, y fijando su asiento a fuerza de armas,
empezaron a cultivar los campos como propios. Es infinito el gentío,
muchísimas las caserías, y muy parecidas a las de la Galia; hay
grandes rebaños de ganado. Usan por moneda cobre o anillos de
hierro de cierto peso. En medio de la isla se hallan minas de estaño, y
en las marinas, de hierro, aunque poco. El cobre le traen de fuera.
Hay todo género de madera como en la Galia, menos de haya y
pinabete. No tienen por lícito el comer liebre, ni gallina, ni ganso,
puesto que los crían para su diversión y recreo. El clima es más
templado que el de la Galia, no siendo los fríos tan intensos.
XIII. La isla es de figura triangular. Un costado cae enfrente de
la Galia; de este costado el ángulo que forma el promontorio Canelo,
adonde ordinariamente vienen a surgir las naves de la Galia, está
mirando al Oriente; el otro inferior a Mediodía. Este primer costado
tiene casi quinientas millas; el segundo mira a España y al Poniente.
Hacia la misma parte yace la Hibernia,90 que, según se cree, es la
mitad menos que Bretaña, en igual distancia de ella que la Galia. En
medio de este estrecho está una isla llamada Man. Dícese también
que más allá se encuentran varias isletas; de las cuales algunos han
escrito que hacia el solsticio del invierno por treinta días continuos es
siempre de noche. Yo, por más preguntas que hice, no pude
averiguar nada de eso, sino que por las experiencias de los relojes de
agua observaba ser aquí más cortas91 las noches que en el
Continente. Tiene de largo este lado, en opinión de los isleños,
setecientas millas. El tercero está contrapuesto al Norte sin ninguna
tierra enfrente, si bien la punta de él mira especialmente a la
Germania. Su longitud es reputada de ochocientas millas, con que
toda la isla viene a tener el ámbito de dos mil.
XIV. Entre todos, los más tratables son los habitantes de Kent,
cuyo territorio está todo en la costa del mar, y se diferencian poco en
las costumbres de los galos. Los que viven tierra adentro por lo
común no hacen sementeras, sino que se mantienen de leche y
carne, y se visten de pieles. Pero generalmente todos los britanos se
pintan de color verdinegro con el zumo de gualda,92 y por eso
parecen más fieros en las batallas; dejan crecer el cabello, pelado
todo el cuerpo, menos la cabeza y el bigote. Diez y doce hombres
tienen de común las mujeres, en especial hermanos con hermanos y
padres con hijos. Los que nacen de ellas son reputados hijos de los
que primero esposaron las doncellas.
XV. Los caballos enemigos y los carreros trabaron en el camino
un recio choque con nuestra caballería, bien que ésta en todo llevó la
ventaja, forzándolos a retirarse a los bosques y cerros. Mas como los
nuestros, matando a muchos, fuesen tras ellos con demasiado
ardimiento, perdieron algunos. Los enemigos, de allá un rato, cuando
los nuestros estaban descuidados y ocupados en fortificar su campo,
salieron al improviso del bosque, y arremetiendo a los que hacían
guardia delante de los reales pelearon bravamente. Envió entonces
César las dos primeras cohortes de dos legiones en su ayuda y
haciendo éstas alto muy cerca una de otra, asustados los nuestros
con tan extraño género de combate, rompieron ellos por medio de
todos con extremada osadía y se retiraron sin recibir daño. Perdió la
vida en esta jornada el tribuno Quinto Laberio Duro. En fin, con el
refuerzo de otras cohortes fueron rechazados.
XVI. Por toda esta refriega, como que sucedió delante de los
reales y a la vista de todos, se echó de ver que los nuestros, no
pudiendo ir tras ellos cuando cejaban por la pesadez de las armas, ni
atreviéndose a desamparar sus banderas, eran poco expeditos en el
combate con estas gentes; que la caballería tampoco podía obrar sin
gran riesgo, por cuanto ellos muchas veces retrocedían de propósito,
y habiendo apartado a los nuestros algún trecho de las legiones,
saltaban a tierra de sus carros y peleaban a pie con armas
desiguales. Así que, o cediesen o avanzasen los nuestros, con esta
forma de pelear daban en igual, antes en el mismo peligro. Fuera de
que ellos nunca combatían unidos, sino separados y a grandes
trechos, teniendo cuerpos de reserva apostados; con que unos a
otros se daban la mano, y los de fuerzas enteras entraban de refresco
a reemplazar los cansados.
XVII. Al día siguiente se apostaron los enemigos lejos de los
reales en los cerros, y comenzaron a presentarse no tantos, y a
escaramuzar con la caballería más flojamente que el día antes. Pero
al mediodía, habiendo César destacado tres legiones y toda la
caballería con el legado Cayo Trebonio al forraje, de repente se
dejaron caer por todas partes sobre los que andaban muy desviados
de las banderas y legiones. Los nuestros, dándoles una fuerte carga,
los rebatieron, y no cesaron de perseguirlos hasta tanto que la
caballería, fiada en el apoyo de las legiones que venían detrás, los
puso en precipitada fuga; y haciendo en ellos gran riza, no les dio
lugar a rehacerse, ni detenerse, o saltar de los carricoches. Después
de esta fuga, las tropas auxiliares, que concurrieron de todas partes,
desaparecieron al punto. Nunca más de allí adelante pelearon los
enemigos de poder a poder con nosotros.
XVIII. César, calados sus intentos, fuese con el ejército al reino
de Casivelauno en las riberas del Támesis, río que por un solo paraje
se puede vadear, y aun eso trabajosamente. Llegado a él, vio en la
orilla opuesta formadas muchas tropas de los enemigos, y las
márgenes guarnecidas con estacas puntiagudas, y otras semejantes
clavadas en el hondo del río debajo del agua. Enterado César de esto
por los prisioneros y desertores, echando adelante la caballería,
mandó que las legiones le siguiesen inmediatamente. Tanta prisa se
dieron los soldados, y fue tal su coraje, si bien sola la cabeza llevaban
fuera del agua, que no pudiendo los enemigos sufrir el ímpetu de las
legiones y caballos, despejaron la ribera, poniendo pies en polvorosa.
XIX. Casivelauno, como ya insinuamos, perdida toda esperanza
de contrarrestar, y despedida la mayor parte de sus tropas,
quedándose con cuatro mil combatientes de los carros, iba
observando nuestras marchas, tal vez se apartaba un poco del
camino, y se ocultaba en barrancos y breñas. En sabiendo el camino
que habíamos de llevar, hacía recoger hombres y ganados de los
campos a las selvas, y cuando nuestra caballería se tendía por las
campiñas a correrlas y talarlas, por todas las vías y sendas conocidas
disparaba de los bosques los carros armados, y la ponía en gran
conflicto, estorbando con esto que anduviese tan suelta. No había
más arbitrios para evitar tales peligros sino que César no la
permitiese alejarse de las legiones, y que las talas y quemas en daño
del enemigo sólo se alargasen cuanto pudiera llevar el trabajo y la
marcha de los soldados legionarios.
XX. A esta sazón, los trinobantes,93 nación la más poderosa de
aquellos países (de donde el joven Mandubracio, abrazando el partido
de César, vino a juntarse con él en la Galia, y cuyo padre
Imanuencio, siendo rey de ella, murió a manos de Casivelauno, y él
mismo huyó por no caer en ellas), despachan embajadores a César,
prometiendo entregársele y prestar obediencia, y le suplican que
ampare a Mandubracio contra la tiranía de Casivelauno, se lo envíe, y
restablezca en el reino. César les manda dar cuarenta rehenes y trigo
para el ejército, y les restituye a Mandubracio. Ellos obedecieron al
instante aprontando los rehenes pedidos y el trigo.



90
Irlanda.
91
Era, ya se ve, tiempo de verano; lo contrario sucede en invierno, de que sólo se infiere que Inglaterra
es más septentrional que Francia.
92
César: vitro se inficiunt. Otros leen (y tal vez con más razón) glasto, porque dos cosas parecen
ciertas: primera, que el glasto es planta, y así no hay que llamarlo vitriolo, o caparrosa como el
traductor italiano; segunda, que esta palabra entra en la confección del vidrio, y por eso leen muchos
vitro; y de aquí nacería la equivocación de otros escribiendo nitro, y traduciéndolo vitriolo. El glasto es
nombre británico, y significa lo mismo que vitro en latín, y uno y otro se toma por hierba vidriera. En lo
que, a mi parecer, no puede haber engaño es en llamarla flor de pastel, como lo hace Laguna sobre
Dioscórides, citando esta lugar de César.
93
Los de los condados de Esex y Midlesex.

miércoles, enero 25

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INDICE

LIBRO QUINTO CAP 1

LIBRO QUINTO
I. En el consulado de Lucio Domicio y Apio Claudio, César, al
partirse de los cuarteles de invierno para Italia,85 como solía todos los
años, da orden a los legados comandantes de las legiones de
construir cuantas naves pudiesen, y de reparar las viejas, dándoles
las medidas y forma de su construcción. Para cargarlas prontamente
y tirarlas en seco hácelas algo más bajas de las que solemos usar en
el Mediterráneo, tanto más que tenía observado que por las continuas
mudanzas de la marea no se hinchan allí tanto las olas, y asimismo
un poco más anchas que las otras para el transporte de los fardos y
tantas bestias. Quiere que las hagan todas muy veleras, a que
contribuye mucho el ser chatas, mandando traer el aparejo86 de
España. Él en persona, terminadas las Cortes de la Galia Citerior,
parte para d Ilírico, por entender que los pirustas87 con sus correrías
infestaban las fronteras de aquella provincia. Llegado allá, manda que
las ciudades acudan con las milicias a cierto lugar que les señaló. Con
esta noticia los pirustas envíanle embajadores que le informen cómo
nada de esto se había ejecutado de público acuerdo, y que estaban
prontos a darle satisfacción entera de los excesos cometidos.
Admitida su disculpa, ordénales dar rellenes, señalándoles plazo para
la entrega; donde no, protesta que les hará la guerra a fuego y
sangre. Presentados los rehenes en el término asignado, elige jueces
árbitros que tasen los daños y prescriban la multa.
II, Hecho esto, y concluidas las juntas, vuelve a la Galia Citerior
y de allí al ejército. Cuando llegó a él, recorriendo todos los cuarteles,
halló ya fabricados por la singular aplicación de la tropa, sin embargo
de la universal falta de medios, cerca de seiscientos bajeles en la
forma dicha, y veintiocho galeras -que dentro de pocos días se
podrían botar al agua. Dadas las gracias a los soldados y a los
sobrestantes, manifiesta su voluntad, y mándales juntarlas todas en
el puerto Icio, de donde se navega con la mayor comodidad a
Bretaña por un estrecho de treinta millas poco más o menos. Destina
a este fin un número competente de soldados, marchando él con
cuatro legiones a la ligera y ochocientos caballos contra los
trevirenses, que ni venían a Cortes, ni obedecían a los mandados, y
aun se decía que andaban solicitando a los germanos transrenanos.
III. La república de Tréveris es sin comparación la más
poderosa de toda la Galia en caballería; tiene numerosa infantería, y
es bañada del Rin, como arriba declaramos. En ella se disputaban la
primacía Induciomaro y Cingetórige; de los cuales el segundo, al
punto que supo la venida de César y de las legiones, fue a
presentársele, asegurando que así él como los suyos guardarían
lealtad y no se apartarían de la amistad del Pueblo Romano, y le dio
cuenta de lo que pasaba en Tréveris. Mas Induciomaro empezó a
reclutar gente de a pie y de a caballo y a disponerse para la guerra,
después de haber puesto en cobro a los que por su edad no eran para
ella, en la selva Ardena, que desde el Rin con grandes bosques
atraviesa por el territorio trevirense hasta terminar en el de Reims.
Con todo eso, después que algunos de los más principales
ciudadanos, no menos movidos de la familiaridad con Cingetórige que
intimidados con la entrada de nuestro ejército, fueron a César y
empezaron a tratar de sus intereses particulares, ya que no podían
mirar por los de la república, Induciomaro, temiendo quedarse solo,
despacha embajadores a César representando «no haber querido
separarse de los suyos por ir a visitarle, con la mira puesta de
mantener mejor al pueblo en su deber, y que no se desmandase por
falta de consejo en ausencia de toda la nobleza; que en efecto el
pueblo estaba a su disposición, y él mismo en persona, si César se lo
permitía, iría luego a ponerse en sus manos con todas sus cosas y las
del Estado».
IV. César, si bien penetraba el motivo de este lenguaje y de la
mudanza de su primer propósito, a pesar de todo, por no gastar en
Tréveris el verano, hechos ya todos los preparativos para la
expedición de Bretaña, le mandó presentarse con doscientos rehenes.
Entregados juntamente con un hijo suyo y todos sus parientes que
los pidió César expresamente, consoló a Induciomaro exhortándole a
perseverar en la fe prometida; mas no por eso dejó de convocar a los
señores trevirenses, y de recomendar a que sobre ser debido esto a
su mérito, importaba mucho que tuviese la principal autoridad entre
los suyos quien tan fina voluntad le había mostrado. Llevólo muy a
mal Induciomaro, con que su crédito se disminuía entre los suyos, y
el que antes ya nos aborrecía, con este sentimiento quedó mucho
más enconado.
V. Dispuestas así las cosas, en fin llegó César con las legiones
al puerto Icio. Aquí supo que cuarenta naves fabricadas en los
meldas88 no pudieron por el viento contrario seguir su viaje, sino que
volvieron de arribada al puerto mismo de donde salieron; las demás
halló listas para navegar y bien surtidas de todo. Juntóse también
aquí la caballería de toda la Galia, compuesta de cuatro mil hombres
y la gente más granada de todas las ciudades, de que César tenía
deliberado dejar en la Galia muy pocos, de fidelidad probada, y
llevarse consigo a los demás como en prendas recelándose en su
ausencia de algún levantamiento en la Galia.
VI. Hallábase con ellos el eduo Dumnórige, de quien ya hemos
hablado, al cual principalmente resolvió llevar consigo, porque sabía
ser amigo de novedades y de mandar, de mucho espíritu y autoridad
entre los galos. A más que él se dejó decir una vez en junta general
de los eduos, «que César le brindaba con el reino», dicho de que se
ofendieron gravemente los eduos, dado que no se atrevían a
proponer a César por medio de una embajada sus representaciones y
súplicas en contrario, lo que César vino a saber por alguno de sus
huéspedes. Él al principio pretendió, a fuerza de instancias y ruegos,
que lo dejasen en la Galia, alegando unas veces que temía al mar,
otras que se lo disuadían ciertos malos agüeros. Visto que
absolutamente se le negaba la licencia, y que por ninguna vía podía
recabarla, empezó a ganar a los nobles, a hablarles a solas y a
exhortarles a no embarcarse; poniéndolos en el recelo de que no en
balde se pretendía despojar a la Galia de toda la nobleza; ser bien
manifiesto el intento de César de conducirlos a Bretaña para
degollarlos, no atreviéndose a ejecutarlo a los ojos de la Galia. Tras
esto empeñaba su palabra, y pedía juramento a los demás, de que
practicarían de común acuerdo cuanto juzgasen conveniente al bien
de la patria.
VII. Eran muchos los que daban parte de estos tratos a César,
quien por la gran estimación que hacía de la nación Edua procuraba
reprimir y enfrenar a Dumnórige por todos los medios posibles; mas
viéndole tan empeñado en sus desvaríos, ya era forzoso precaver que
ni a él ni a la República pudiese acarrear daño. Por eso, cerca de
veinticinco días que se detuvo en el puerto, por impedirle la salida el
cierzo, viento que suele aquí reinar gran parte del año, hacía por
tener a raya a Dumnórige sin descuidarse de velar sobre todas sus
tramas. Al fin, soplando viento favorable, manda embarcar toda la
infantería y caballería. Cuando más ocupados andaban todos en esto,
Dumnórige, sin saber nada César, con la brigada de los eduos
empezó a desfilar hacia su tierra. Avisado César, suspende el
embarco, y posponiendo todo lo demás, destaca un buen trozo de
caballería en su alcance con orden de arrestarle, y en caso de
resistencia y porfía, que le maten, juzgando que no haría en su
ausencia cosa a derechas quien, teniéndole presente, despreciaba su
mandamiento. Con efecto, reconvenido, comenzó a resistir y
defenderse a mano armada, y a implorar el favor de los suyos,
repitiendo a voces «que él era libre y ciudadano de república
independiente», a pesar de lo cual, es cercado según la orden, y
muerto. Mas los eduos de su séquito todos se volvieron a César.
VIII. Hecho esto, dejando a Labieno en el Continente con tres
legiones y dos mil caballos encargado de la defensa de los puertos,
del cuidado de las provisiones, y de observar los movimientos de la
Galia, gobernándose conforme al tiempo y las circunstancias, él con
cinco legiones y otros dos mil caballos, al poner del sol se hizo a la
vela. Navegó a favor de un ábrego fresco, pero a eso de medianoche,
calmado el viento, perdió el rumbo, y llevado de las corrientes un
gran trecho, advirtió a la mañana siguiente que había dejado la
Bretaña a la izquierda. Entonces virando de bordo, a merced del
reflujo, y la fuerza de remos procuró ganar la playa que observó el
verano antecedente ser la más cómoda para el desembarco. Fue
mucho de alabar en este lance el esfuerzo de los soldados, que con
tocarles navíos de trasporte y pesados, no cansándose de remar,
corrieron parejas con las veleras. Arribó toda la armada a la isla casi
al hilo del mediodía sin que se dejara ver enemigo alguno por la
costa; y es que, según supo después César de los prisioneros,
habiendo concurrido a ella gran número de tropas, espantadas de
tanta muchedumbre de naves (que con las del año antecedente, y
otras de particulares fletadas para su propia conveniencia,
aparecieron de un golpe más de ochocientas velas), se habían
retirado y metídose tierra adentro.
IX. Desembarcado el ejército, y cogido puesto acomodado para
los reales; informado César de los prisioneros dónde estaban
apostadas las tropas enemigas, dejó diez cohortes con trescientos
caballos en la ribera para resguardo de las naves, de que, por estar
ancladas en playa tan apacible y despejada, temía menos riesgo, y
después de medianoche partió contra el enemigo y nombró
comandante del presidio naval a Quinto Atrio. Habiendo caminado de
noche obra de doce millas, alcanzó a descubrir los enemigos, los
cuales, avanzando con su caballería y carros armados hasta la ría,
tentaron de lo alto estorbar nuestra marcha y trabar batalla.
Rechazados por la caballería, se guarecieron en los bosques dentro de
cierto paraje bien pertrechado por la naturaleza y arte, prevenido de
antemano, a lo que parecía, con ocasión de sus guerras domésticas;
pues tenían tomadas todas las avenidas con árboles cortados,
puestos unos sobre otros. Ellos desde adentro esparcidos a trechos
impedían a los nuestros la entrada en las bardas. Pero los soldados
de la legión séptima, empavesados y levantando terraplén contra el
seto, le montaron sin recibir más daño que algunas heridas. Verdad
es que César no permitió seguir el alcance, así por no tener conocido
el terreno, como por ser ya tarde y querer que le quedase tiempo
para fortificar su campo.
X. Al otro día de mañana envió sin equipaje alguno89 tres
partidas de infantes y caballos en seguimiento de los fugitivos. A
pocos pasos, estando todavía los últimos a la vista, vinieron a César
mensajeros a caballo con la noticia de que la noche precedente, con
una tempestad deshecha que se levantó de repente, casi todas las
naves habían sido maltratadas y arrojadas sobre la costa; que ni
áncoras ni amarras las contenían, ni marineros ni pilotos podían
resistir a la furia del huracán; que por consiguiente del golpeo de
unas naves con otras había resultado notable daño.

85
Es decir, en la Galia Citerior o Cisalpina.
86
Principalmente quiere significar el esparto (de que abunda) para sogas, gomenas y maromas. Del
esparto de España hablan Estrabón, Justino, Plinio y los PP. Mohedanos por extenso.
87
Trataríase, al parecer, de los que habitaban la Albania actual.
88
Algunos leen in Belgis; teniendo por absurdo que fuesen fabricadas en Meaux, que no es puerto de
mar. Pero ¿qué Inconveniente hay en que dos pueblos diversos tuviesen antiguamente el mismo
nombre, pues tantas veces lo vemos en estos COMENTARIOS? Los meldas de que habla César no serán los
de Meaux, sino antes otros marítimos.
89
Quiere decir que los envió armados a la ligera, sin otro tren que las armas.

martes, enero 24

la gastroenteritis

Que ayer estuve malito. Al parecer hay un virus muy contagioso que afecta al estomago, y que me ha pegado el nene. Pobrecito, el está peor.

En fin, que hoy martes vuelvo, seguimos con la historia de la guerra de las galias contada por Julio César, con el que empezaremos mañana su libro V.

E iniciamos el libro 2 de murena, una vez muerto el emperador, ¿qué apsará con Británico?, y con los asesinos de Lolia Paulina.

2-Murena-5

5-1


5-2


indice

MURENA SANGRE Y ARENA 2

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LIBRO CUARTO CAP 4

XXXI. César en tanto, bien que ignorante todavía de sus
tramas, no dejaba de recelarse, vista la desgracia de la armada y su
dilación en la entrega de los rehenes, que al cabo harían lo que
hicieron. Por lo cual trataba de apercibirse para todo acontecimiento,
acarreando cada día trigo de las aldeas a los cuarteles, sirviéndose de
la madera y clavazón de las naves derrotadas para carenar las otras y
haciendo traer de tierra firme los aderezos necesarios. Con eso y la
aplicación grande de los soldados a la obra, dado que se perdieron
doce navíos, logró que los demás quedasen de buen servicio para
navegar.
XXXII. En este entretanto, habiendo destacado la legión
séptima en busca de trigo, como solía, sin que hasta entonces
hubiese la más leve sospecha de guerra, puesto que los isleños unos
estaban en cortijos, otros iban y venían continuamente a nuestras
tiendas, los que ante éstas hacían guardia dieron aviso a César que
por la banda que la legión había ido se veía una polvareda mayor de
la ordinaria. César, sospechando lo que era, que los bárbaros
hubiesen cometido algún atentado, mandó que fuesen consigo las
cohortes que estaban de guardia; que dos la mudasen, que las demás
tomasen las armas y viniesen detrás. Ya que hubo andado una buena
pieza, advirtió que los suyos eran apremiados de los enemigos, y a
duras penas se defendían, lloviendo dardos por todas partes sobre la
legión apiñada. Fue el caso que como sólo quedase por segar una
heredad, estándolo ya las demás, previendo los enemigos que a ella
irían los nuestros, se habían emboscado por la noche en las selvas; y
a la hora que los nuestros desparramados y sin armas se ocupaban
en la siega, embistiendo de improviso, mataron algunos, y a los
demás antes de poder ordenarse los asaltaron y rodearon con la
caballería y carricoches.
XXXIII. Su modo de pelear en tales vehículos es éste: corren
primero por todas partes, arrojando dardos; con el espanto de los
caballos y estruendo de las ruedas desordenan las filas, y si llegan a
meterse entre escuadrones de caballería, desmontan y pelean a pie.
Los carreros, en tanto, se retiran algunos pasos del campo de batalla
y se apostan de suerte que los combatientes, si se ven apretados del
enemigo, tienen a mano el asilo del carricoche. Así juntan en las
batallas la ligereza de la caballería con la consistencia de la
infantería; y por el uso continuo y ejercicio es tanta su destreza, que
aun por cuestas y despeñaderos hacen parar los caballos en medio de
la carrera, cejar y dar vuelta con sola una sofrenada; corren por el
timón, se tienen en pie sobre el yugo, y con un salto dan la vuelta al
asiento.
XXXIV. Hallándose, pues, los nuestros consternados a vista de
tan extraños guerreros, acudió César a socorrerlos al mejor tiempo,
porque con su venida los enemigos se contuvieron, y se recobraron
del miedo los nuestros. Contento con eso, reflexionando ser fuera de
sazón el provocar al enemigo y empeñarse en nueva acción, estúvose
quieto en su puesto, y a poco rato se retiró con las legiones a los
reales. Mientras tanto que pasaba esto, y los nuestros se empleaban
en las maniobras, dejaron sus labranzas los que aun quedaban en
ellas. Siguiéronse un día tras otro lluvias continuas, que impedían a
los nuestros la salida de sus tiendas y al enemigo los asaltos. Entre
tanto los bárbaros despacharon mensajeros a todas partes
ponderando el corto número de nuestros soldados, y poniendo
delante la buena ocasión que se les ofrecía de hacerse ricos con los
despojos y asegurar su libertad para siempre, si lograban desalojar a
los romanos. De esta manera, en breve se juntó gran número de
gente de a pie y de a caballo con que vinieron sobre nuestro campo.
XXXV. Como quiera que preveía César que había de suceder lo
mismo que antes, que por más batidos que fuesen los enemigos se
pondrían en cobro con su ligereza, no obstante, aprovechándose de
treinta caballos que Comió el Atrebatense había traído consigo,
ordenó en batalla las legiones delante de los reales. Trabado el
choque, no pudieron los enemigos sufrir mucho tiempo la carga de
los nuestros, antes volvieron las espaldas. Corriendo en su alcance
los nuestros hasta que se cansaron, mataron a muchos, y a la vuelta
quemando cuantos edificios encontraban, se recogieron a su
alojamiento.
XXXVI. Aquel mismo día vinieron mensajeros de paz por parte
de los enemigos. César les dobló el número de rehenes antes tasado,
mandando que se los llevasen a tierra firme, pues acercándose ya el
equinoccio,84 no le parecía cordura exponerse con navíos estropeados
a navegar en invierno. Por tanto, aprovechándose del buen tiempo,
levó poco después de medianoche, y arribó con todas las naves al
Continente. Sólo dos de carga no pudieron tomar el mismo puerto,
sino que fueron llevadas un poco más abajo por el viento.
XXXVII. Desembarcaron de estas naves cerca de trescientos
soldados, y encaminándose a los reales, los morinos, a quienes César
dejó en paz en su partida a Bretaña, codiciosos del pillaje, los
cercaron, no muchos al principio, intimándoles que rindiesen las
armas si querían salvar las vidas, mas como los nuestros formados en
círculo hiciesen resistencia, luego a las voces acudieron al pie de seis
mil hombres. César al primer aviso destacó toda la caballería al
socorro de los suyos. Los nuestros entre tanto aguantaron la carga de
los enemigos, y por más de cuatro horas combatieron
valerosísimamente matando a muchos y recibiendo pocas heridas.
Pero después que se dejó ver nuestra caballería, arrojando los
enemigos sus armas, volvieron las espaldas y se hizo en ellos gran
carnicería.
XXXVIII. César al día siguiente envió al teniente general Tito
Labieno con las legiones que acababan de llegar de la Bretaña, contra
los merinos rebeldes; los cuales no teniendo donde refugiarse, por
estar secas las lagunas que en otro tiempo les sirvieron de guarida,
vinieron a caer casi todos en manos de Labieno. Por otra parte, los
legados Quinto Titurio y Lucio Cota, que habían conducido sus
legiones al país de los menapios, por haberse éstos escondido entre
las espesuras de los bosques, talados sus campos, destruidas sus
mieses, e incendiadas sus habitaciones, vinieron a reunirse con
César, quien dispuso en los belgas cuarteles de invierno para todas
las legiones. No más que dos ciudades de Bretaña enviaron acá
rehenes; las demás no hicieron caso. Por estas hazañas, y en vista de
las cartas de César, decretó el Senado veinte días de solemnes fiestas
en hacimiento de gracias.

84
Es el de otoño, y por consiguiente, el invierno Que comienza presto en el Norte.

viernes, enero 20

LIBRO CUARTO CAP 3

XXI. Para enterarse previamente de todo esto, despachó a Cayo
Voluseno, de quien estaba muy satisfecho, dándole comisión de que,
averiguado todo, volviese con la razón lo más presto que pudiera.
Entre tanto marchó él con su ejército a los morinos, porque desde allí
era el paso más corto para la Bretaña. Aquí mandó juntar todas las
naves de la comarca y la escuadra empleada el verano antecedente9
en la guerra de Vannes. En esto, sabido su intento, y divulgado por
los mercaderes entre los isleños, vinieron embajadores de diversas
ciudades de la isla a ofrecerle rehenes y prestar obediencia al Pueblo
Romano. Dióles grata audiencia y buenas palabras, y exhortándolos
al cumplimiento de sus promesas, los despidió, enviando en su
compañía a Comió Atrebatente, a quien él mismo, vencidos los de su
nación, coronó rey de ella. Era un hombre de cuyo valor, prudencia y
lealtad no dudaba, y cuya reputación era grande entre los de
Bretaña. Encárgale César que se introduzca en todas las ciudades que
pueda, y las exhorte a la alianza del Pueblo Romano, asegurándolas
de su pronto arribo. Voluseno, registrada la isla según que le fue
posible, no habiéndose atrevido a saltar en tierra y fiarse de los
bárbaros, volvió al quinto día a César con noticia de lo que había en
ella observado.
XXII. Durante la estancia de César en aquellos lugares con
motivo de aprestar las naves, viniéronle diputados de gran parte de
los morinos a excusarse de los levantamientos pasados; que por ser
extranjeros, y poco enseñados a nuestros usos, habían hecho la
guerra, y que ahora prometían estar a cuanto les mandase.
Pareciéndole a César hecha en buena coyuntura la oferta, pues ni
quería dejar enemigos a la espalda, ni la estación le permitía
emprender guerras, ni juzgaba conveniente anteponer a la expedición
de Bretaña el ocuparse en estas menudencias, mándales entregar
gran número de rehenes. Hecha la entrega, los recibió en su amistad.
Aprestadas cerca de ochenta naves de transporte, que a su parecer
bastaban para el embarco de dos legiones, lo que le quedaba de
galeras repartió entre el cuestor, legados y prefectos. Otros dieciocho
buques de carga, que por vientos contrarios estaban detenidos a ocho
millas de allí sin poder arribar al puerto, destinólos para la caballería.
El resto del ejército lo dejó a cargo de los tenientes generales Quinto
Titurio Sabino y Lucio Arunculeyo Cota, para que los condujesen a los
menapios y ciertos pueblos de los morinos que no habían enviado
embajadores. La defensa del puerto encomendó al legado Quinto
Sulpicio Rufo con la guarnición competente.
XXIII. Dadas estas disposiciones, con el primer viento favorable
izó velas a la medianoche; y mandó pasar la caballería al puerto de
más arriba con orden de que allí se embarcase y le siguiese. Como
ésta no hubiese podido hacerlo tan presto, él con las primeras naos
cerca de las cuatro del día79 tocó en la costa de Bretaña, donde
observó que las tropas enemigas estaban en armas ocupando todos
aquellos cerros. La playa, por su situación, estaba tan estrechada de
los montes, que desde lo alto se podía disparar a golpe seguro a la
ribera. No juzgando esta entrada propia para el desembarco, se
mantuvo hasta las nueve sobre las áncoras aguardando a los demás
buques. En tanto, convocando los legados y tribunos, les comunica
las noticias que le había dado Voluseno, y juntamente las órdenes de
lo que se había de hacer, advirtiéndoles estuviesen prontos a la
ejecución de cuanto fuese menester a la menor insinuación y a punto,
según lo requería la disciplina militar, y más en los lances de marina,
tan variables y expuestos a mudanzas repentinas. Con esto los
despidió, y logrando a un tiempo viento y creciente favorable, dada la
señal, levó áncoras, y navegando adelante, dio fondo con la escuadra
ocho millas de allí en una playa exenta y despejada.
XXIV. Pero los bárbaros, penetrado el designio de los romanos,
adelantándose con la caballería y los carros armados, de que suelen
servirse en las batallas, y siguiendo detrás con las demás tropas,
impedían a los nuestros el desembarco. A la verdad el embarazo era
sumo, porque los navíos por su grandeza, no podían dar fondo sino
mar adentro. Por otra parte, los soldados en parajes desconocidos,
embargadas las manos, y abrumados con el grave peso de las armas,
a un tiempo tenían que saltar de las naves, hacer pie entre las olas y
pelear con los enemigos; cuando ellos, a pie enjuto, o a la lengua del
agua, desembarazados totalmente y con conocimiento del terreno,
asestaban intrépidamente sus tiros y espoleaban los caballos
amaestrados. Con estos incidentes, acobardados los nuestros, como
nunca se habían visto en tan extraño género de combate, no todos
mostraban aquel brío y ardimiento que solían en las batallas dé
tierra.
XXV. Advirtiéndolo César, ordenó que las galeras cuya figura
fuese más extraña para los bárbaros, y el movimiento más veloz para
el caso, se separasen un poco de los transportes, y a fuerza de remos
se apostasen contra el costado descubierto de los enemigos, de
donde con hondas, trabucos y ballestas los arredrasen y alejasen.
Esto alivió mucho a los nuestros, porque atemorizados los bárbaros
de la extrañeza de los buques, del impulso de los remos, y del
disparo de tiros nunca visto, pararon y retrocedieron un poco. No
acabando todavía de resolverse los nuestros, especialmente a vista
de la profundidad del agua, el alférez mayor de la décima legión,
enarbolando el estandarte, e invocando en su favor a los dioses:
«Saltad, dijo, soldados, al agua, si no queréis ver el águila en poder
de los enemigos.80 Por lo menos ya habré cumplido con lo que debo a
la República y a mi general. » Dicho esto a voz en grito, se arrojó al
mar y empezó a marchar con el águila derecho a los enemigos. Al
punto los nuestros, animándose unos a otros a no pasar por tanta
mengua, todos a una saltaron del navío. Como vieron esto los de las
naves inmediatas, echándose al agua tras ellos, se fueron arrimando
a los enemigos.
XXVI. Peleóse por ambas partes con gran denuedo. Mas los
nuestros, que ni podían mantener las filas, ni hacer pie, ni seguir sus
banderas, sino que quién de una nave, quién de otra se agregaban
sin distinción a las primeras con que tropezaban, andaban sobre
manera confusos. Al contrario los enemigos, que tenían sondeados
todos los vados, en viendo de la orilla que algunos iban saliendo uno
a uno de algún barco, corriendo a caballo daban sobre ellos en medio
de la faena. Muchos acordonaban a pocos; otros por el flanco
descubierto disparaban dardos contra el grueso de los soldados.
Notando César el desorden, dispuso que así los esquifes de las
galeras como los pataches se llenasen de soldados, que viendo a
algunos en aprieto fuesen a socorrerlos. Apenas los nuestros fijaron
el pie en tierra, seguidos luego de todo el ejército, cargaron con furia
a los enemigos y los ahuyentaron; si bien no pudieron ejecutar el
alcance, a causa de no haber podido la caballería seguir el rumbo y
ganar la isla. En esto sólo anduvo escasa con César su fortuna.
XXVII. Los enemigos, perdida la jornada, luego que se
recobraron del susto de la huida, enviaron embajadores de paz a
César, prometiendo dar rehenes y sujetarse a su obediencia. Vino con
ellos Comió el de Artois, de quien dije arriba haberle César enviado
delante a Bretaña. Éste al salir de la nave a participarles las órdenes
del general, fue preso y encarcelado. Después de la batalla le
pusieron en libertad, y en los tratados de paz echaron la culpa del
atentado al populacho, pidiendo perdón de aquel yerro. César,
quejándose de que habiendo ellos de su agrado enviado embajadores
al Continente a pedirle la paz, sin motivo ninguno le hubiesen hecho
guerra, dijo que perdonaba su yerro y que le trajesen rehenes; de los
cuales parte le presentaron luego, y parte ofrecieron dar dentro de
algunos días, por tener que traerlos de más lejos. Entre tanto dieron
orden a los suyos de volver a sus labranzas; y los señores
concurrieron de todas partes a encomendar sus personas y ciudades
a César.
XXVIII. Asentadas así las paces al cuarto día de su arribo a
Bretaña, las dieciocho naves en que se embarcó, según queda dicho,
la caballería, se hicieron a la vela desde el puerto superior81 con
viento favorable; y estando ya tan cerca de las islas, que se divisaban
de los reales, se levantó de repente tal tormenta, que ninguna pudo
seguir su rumbo, sino que unas fueron rechazadas al puerto de su
salida, otras, a pique de naufragar, fueron arrojadas a la parte
inferior y más occidental de la isla; las cuales, sin embargo de eso,
habiéndolas anclado, como se llenasen de agua por la furia de las
olas, siendo forzoso por la noche tempestuosa meterlas en alta mar,
dieron la vuelta del Continente.
XXIX. Por desgracia, fue esta noche luna llena, que suele en el
Océano causar muy grandes mareas,82 lo que ignoraban los nuestros.
Con que también las galeras en que César transportó el ejército, y
estaban fuera del agua, iban a quedar anegadas en la creciente, al
mismo tiempo que los navíos de carga puestos al ancla eran
maltratados de la tempestad, sin que los nuestros tuviesen arbitrio
para maniobrar ni remediarlas. En fin, destrozadas muchas naves,
quedando las demás inútiles para la navegación, sin cables, sin
áncoras, sin rastro de jarcias, resultó, como era muy regular, una
turbación extraordinaria en todo el ejército, pues ni tenían otras
naves para el reembarco, ni aprestos algunos para reparar las otras;
y como todos estaban persuadidos a que se había de invernar en la
Galia, no se habían hecho aquí provisiones para el invierno.
XXX. Los señores de Bretaña que después de la batalla vinieron
a tomar las órdenes de César, echando de ver la penuria en que se
hallaban los romanos de caballos, naves y granos, y su corto número
por el recinto de los reales mucho más reducido de lo acostumbrado,
porque César condujo las legiones sin los equipajes, conferenciando
entre sí, deliberaron ser lo mejor de todo, rebelándose, privar a los
nuestros de los víveres, y alargar de esta suerte hasta el invierno83 la
campaña; con la confianza de que, vencidos una vez éstos, o atajado
su regreso, no habría en adelante quien osase venir a inquietarlos. En
conformidad de esto, tramada una nueva conjura, empezaron poco a
poco a escabullirse de los reales y a convocar ocultamente a la gente
del campo.

79
Esto es, como a las diez de mañana.
80
La insignia principal de cada legión era un águila de plata o de oro, que miraban los romanos como
cosa sagrada, y el perderla como la mayor ignominia del ejército. El que la llevaba se decía aquilifer
(aquilífero), y de aquí el español alférez.
81
Entiende un puerto situado más arriba, o a la derecha del puerto Iccio, de donde había salido el
grueso de la armada.

82
No es mucho que lo ignorasen, porque no tenían práctica sino del mar Mediterráneo, donde las
mareas son poco sensibles.
83
Si eso lograban, estaban ciertos de que lo» romanos perecerían de hambre y de frío.

jueves, enero 19

capítulo 11 y 12

Ya terminó Roma. Con un final dramático que deja en lugar de vencedor a los futuros perdedores.

Nada esperado el suicidio de Niobe.

Por lo demás, esa mirada de Octavio deja claro sus futuras intenciones. Ese Marco Antonio anodadado. Esa Atia aterrorizada.

el fin de la historia

EPISODIO 11
El botín


Emitido el martes 17 de enero de 2006

Sinopsis

Sin más opciones, Pullo empieza a trabajarcomo matón a Erastes Fullmen y a gastar todo el dinero en prostitutas y en su creciente adicción al opio.Mientras tanto, Voreno asume sus responsabilidades como magistrado, recibiendo a las peticiones y quejas de los ciudadanos y recibe la visita de Mascius, un antiguo compañero del campo de batalla, que le pide que interceda ante César en favor de los veteranos de guerra, que no han tenido la suerte de Voreno, ya que el dinero que César les da no es suficiente y quieren irse a vivir a Italia.

Voreno se muestra reacio a ayudarles, pero finalmente le transmite a César la petición de Mascius: “¿Es posible que me ataquen?”, le pregunta César a su nuevo representante. “Ellos nunca nunca se enfrentarían a ti”, le asegura Voreno, “pero si no están satisfechos, aquellos que no tienen empleo se convertirán en bandidos y ladrones”.

César decide entonces ofrecer a los veteranos de guerra algunas tierras cerca de Alemania, y si Mascius rechaza el trato, Voreno deberá hacerle otra oferta personal, con la esperanza de que así convenza al resto de veteranos a que acepten el trato.

Por otra parte, Bruto se enfada mucho al ver unos dibujos en los que aparece con un cuchillo apuñalando a César por la espalda. Ordena a un sirviente que los borre, pero César le dice que no se preocupe por eso, que los dibujos están por todas partes. Los plebeyos los han pintado con la esperanza de que Bruto los rescate de la tiranía de César, le dice Casio. “Los plebeyos no moverían un dedo por conseguir la libertad”, dice Bruto despectivo. “Les encanta ver a sus superiores luchar. Es más barato que ir al teatro y hay sangre de verdad”.

Cuando Casio le llama cobarde, Bruto reacciona con furia. Sabe en qué se ha convertido César, pero se ha comprometido a ser su amigo. “Él confía en mí. No puedo traicionarle”. “Por amistad vas a dejar que la República muera”, le dice Casio disgustado. “¡Sólo soy un hombre!”, suplica Bruto. “ ¡Y la vida o la muerte de la República dependen de mí!”. Casio contesta bruscamente: “La gente no aceptará la muerte de un tirano a no ser que sea Bruto quien lleve el cuchillo en la mano”. Enloquecido por la posición en la que se ha visto colocado sin quererlo, Bruto abofetea a Casio y se larga.

Por otra parte, Pullo asesina a un hombre a plena luz del día y el crimen es presenciado por una anciana tejedora, que comienza a seguirle por las calles de la ciudad mientras grita “¡asesino!”. Pullo termina desmayándose y acaba en la cárcel.

Como era de esperar, Mascius rechaza el trato de César de las tierras en Alemania y Voreno le hace una oferta personal. Pero éste también la rechaza firmemente (“He sido honesto con mis hermanos desde que derramé la primera gota de sangre… mi honor no está a la venta por tan poco”, Voreno utiliza la misma lógica que logró convencerle a él, intentando hacerle entender que no está ayudando a sus hombres si rechaza la oferta. Mascius negocia una oferta mejor para él y finalmente acepta el trato.

En un acto presidido por Atia, ésta se lleva a César aun rincón para advertirle sobre Bruto: cree que Servilia no descansará hasta que César esté muerto. César se burla de las advertencias de su sobrina: “Me imagino que la pobre Servilia no está muy orgullosa de mí, pero ¿de verdad crees que quiere verme muerto? Qué dramática eres, Atia”.

Voreno y la aterrorizada Niobe llegan a la fiesta de Atia como invitados especiales de César, e intentan mezclarse, torpemente, con el resto de arrogantes invitados. Niobe se ha hecho un vestido para la ocasión, del que Atia se burla diciéndole que es precioso.

Cuando Octavio se entera de que Pullo está en la cárcel por asesinato, le pide a César que intervenga. “No debemos hacer nada”, dice César firmemente. El hombre que Pullo ha matado era muy crítico con su liderazgo, y si intervienen sería sospechoso. Octavio encarga en secreto a Timón que le encuentre a Pullo un abogado, pero no hay ninguno interesado en defenderle. Sólo cuando Timón les ofrece una buena cantidad de dinero, uno de ellos, un hombre joven y de mal aspecto, acepta. Pullo se muestra resignado con su destino y no muestra ningún agradecimiento para con el hombre.

En el juicio de Pullo, presenciado por una multitud que no para de abuchearle, el acusador plantea el caso de forma simple: un hombre bueno ha muerto en manos de un espécimen despreciable. “No le haré perder el tiempo con argumentos aburridos para convencerle de su culpabilidad. Mírenle. Todos sabemos que es culpable”.

Cuando Voreno se abre paso entre la multitud, se encuentra con Mascius, que esconde una espada. Reconoce a otros soldados entre la gente disfrazados de civiles, preparados para abalanzarse sobre los asistentes y matarlos. Aterrorizado por las consecuencias políticas que esto tendría, Voreno le pide a Mascius que no lleve a cabo su plan “por el bien de la República”. César no puede restablecer la ley y gobernar si a los soldados se les permite matar a los ciudadanos sin más.

El abogado de Pullo, nervioso, es incapaz de hacer una buena defensa de su cliente, así que el acusado es condenado a muerte.

Cuando César le dice a Bruto que quiere que gobierne Macedonia, éste se lo toma como una expulsión, una forma de echarle de Roma. César, finalmente, admite que no está seguro de si puede o no confiar en él. Éste insiste en que nunca le ha traicionado. “Si me hubieras pedido que te fuera leal para marchar sobre Roma, lo habría hecho. Habría pensado que estás loco, pero te habría prometido mi lealtad. Porque tú para mí eres como un padre… Pero jamás me pediste que te fuera leal. Sólo me lo pides ahora, a punta de espada”.

César rechaza la acusación. Pero Bruto insiste en que no irá a Macedonia. Cuando César apela a su autoridad legal, Bruto está a punto de llorar. “Eres como un padre para mí”. “Sé razonable”, responde César. “Estás dibujado en todas las paredes de Roma con un cuchillo en mi cuello. Sería estúpido si no me preocupara”. “Está claro que sólo los tiranos necesitan preocuparse de asesinos tiranos”, dice Bruto apretando los puños. “Y tú no eres un tirano. No es eso lo que me has dicho tantas veces?”.

La mañana antes de ser condenado a muerte, Pullo hace una ofrenda a los dioses para que Irene se de cuenta de que está arrepentido de lo que ha hecho y que le concedan a la chica una vida larga y feliz. “Y lo mismo para mi amigo Lucio Voreno y su familia, si no es pedir demasiado”.

En la arena, ante una multitud ansiosa por ver sangre, Pullo tiene que enfrentarse a tres gladiadores gigantes y armados con enormes espadas. Pero se queda arrodillado en medio del círculo, negándose a luchar. “Sólo quiero morir. No quiero herir a nadie”. La gente le abuchea, pero Pullo sigue en sus trece. Sólo cuando uno de sus contrincantes se mete con la Decimotercera, Pullo reacciona y se lanza a por sus supuestos verdugos. El público comienza a animarle, pero uno de los gladiadores consigue quitarle la espada e inmovilizarlo. Pullo ya se teme lo peor, pero, de repente, Voreno se abre paso entre la multitud, espada en mano, baja a la arena y le corta la pierna en dos al gladiador, dejando libre a Voreno. El público, sorprendido, reacciona con gritos de aprobación y ánimo.

Mientras, Posca camina escondido por las calles de la ciudad con una enorme bolsa con dinero en su mano. Entra en una oscura taberna y deja el oro sobre la mesa. “Si volvemos a darte trabajo, espero que no uses otra vez los servicios de un veterano”, le dice al hombre que tiene al lado. Erastes Fulmen asiente en señal de aprobación.



EPISODIO 12
Calendas de febrero


Emitido el martes 17 de enero de 2006

Sinopsis

Después de su épica batalla en la arena del circo, Pullo y Voreno se convierten en héroes del pueblo, inspirando multitud de representaciones teatrales, pinturas y canciones. Sin embargo, Voreno ha desobedecido expresamente las órdenes del Emperador interfiriendo en la ejecución de Pullo y se prepara para el que piensa que será su destino, el destierro.

Mientras, Pullo se escapa del hospital, aunque todavía sus heridas no están curadas, y acaba desmayándose y le llevan hasta casa de Voreno. Irene, que sigue trabajando para Voreno a pesar de ser ya una liberta, intenta asesinar a Pullo en venganza por el asesinato de su futuro esposo, pero Niobe se lo impide.

Por otra parte, César ha comenzado la reforma populista del Senado, siguiendo los consejos de su sobrino Octavio. Ha ampliado el número de integrantes y ha dado cabida a representantes de las nuevas provincias de Roma. Hispanos, lusitanos, bretones, galos y todo tipo de bárbaros se dan cita ahora en el Senado. La paciencia de los conspiradores está a punto de agotarse después de esto, y César lo sabe. Por eso, cuando Voreno se presenta ante él para rendir cuentas de su crimen al haber rescatado a Pullo, el dictador no le castiga, sino que premia su nueva popularidad otorgándole un asiento de senador como representante de la plebe. Mientras que Voreno esté a su lado, nadie podrá intentar asesinarle. Esa noche Calpurnia tiene sueños premonitorios que no logran alertar a su marido.

Mientras Pullo intenta que Irene vuelva a confiar en él, Servilia da con la clave para poder apartar a Voreno del lado de César, haciendo posible el asesinato del dictador. A la mañana siguiente manda llamar a Atia para que la visite.

Acompañada de Octavio, Atia acude al cabo de un par de días a la invitación de Servilia. Ésta les recibe con una sonrisa y les cuenta lo que está teniendo lugar en el foro. A continuación, le asegura a Atia que no descansará hasta que no la asesine también a ella.

Mientras tanto, César se está acercando a la puerta del Senado. En la entrada, y a la vez que uno de los conspiradores entretiene a Marco Antonio, la sirvienta personal de Servilia le susurra a Voreno un terrible secreto: su hijo es en realidad de su difunto concuñado. Enfurecido, Lucio corre hacia su casa,dejando su puesto al lado de César y, apenas éste ha atravesado la entrada del edificio, los puñales de los traidores atraviesan su cuerpo.

Enfurecido, Voreno entra en casa y se encuentra a Niobe sola. La mujer se da cuenta de que su esposo ha descubierto la verdad y, sin que Lucio pueda evitarlo, se tira por el balcón y muere. Por su parte, Tito e Irene, reconciliados, iniciarán juntos un nuevo futuro.

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glosario


indice

LIBRO CUARTO CAP 2

XI. Hallándose César a doce millas no más de distancia del
enemigo, vuelven los embajadores, según lo concertado, y saliéndole
al encuentro, le rogaban encarecidamente que se detuviese.
Habiéndoselo negado, instaban «que siquiera enviase orden a la
caballería que iba delante que no cometiese hostilidades, y a ellos
entre tanto les diese facultad de despachar una embajada a los ubios,
que como sus príncipes y el Senado les concediesen salvoconducto
con juramento, prometían estar a lo que César dispusiese. Que para
ejecutar lo dicho, les otorgase plazo de tres días». Bien echaba de ver
César que todo esto se urdía con el mismo fin de que durante el
triduo volviese a tiempo la caballería destacada. No obstante,
respondióles que aquel día no caminaría sino cuatro millas para llegar
a paraje donde hubiese agua; que al siguiente viniesen a verse con él
los más que pudiesen, y examinaría entonces sus pretensiones. Envía
luego orden a los capitanes que le precedían con la gente de a caballo
que no provocasen al enemigo a combate, y que siéndolo ellos,
aguantasen la carga mientras él llegaba con el ejército.
XII. Pero los enemigos, luego que descubrieron nuestra
caballería, compuesta de cinco mil hombres, puesto que no eran más
de ochocientos los suyos, porque los idos al forraje del otro lado del
Mosa no eran todavía vueltos, estando sin ningún recelo los nuestros,
fiados en que sus embajadores acababan de despedirse de César y
que los mismos habían solicitado las treguas de este día,
acometiendo de rebato en un punto, desordenando a los nuestros.
Volviendo éstos a rehacerse, los enemigos conforme a su disciplina,
echan pie a tierra, y derribando a varios con desjarretarles los
caballos, pusieron a los demás en fuga, infundiéndoles tal espanto,
que no cesaron de huir hasta tropezar con nuestro ejército. En este
reencuentro perecieron setenta y cuatro de los nuestros, entre ellos
Pisón el Aquitano, varón fortísimo y de nobilísimo linaje, cuyo abuelo,
siendo rey de su nación, logró de nuestro Senado el renombre de
amigo. Este tal, acudiendo al socorro de su hermano cercado de los
enemigos, lo libró de sus manos; él, derribado del caballo, que se lo
hirieron, mientras pudo, se defendió como el más valeroso. Como
rodeado por todas partes, acribillado de heridas, cayese en tierra, y
de lejos lo advirtiese su hermano retirado ya del combate, metiendo
espuelas al caballo, se arrojó a los enemigos y también quedó
muerto.
XIII. Después de esta función veía César no ser prudencia dar
ya oídos a embajadas, ni escuchar proposiciones de los que
dolosamente y con perfidia, tratando de paz, le hacían guerra. El
aguardar a que se aumentasen las tropas enemigas y volviese su
caballería, teníalo, por otra parte, por grandísimo desvarío; demás
que atenta la mutabilidad de los galos, consideraba cuan alto
concepto habrían ya formado de los enemigos por un choque solo, y
no era bien darles más tiempo para maquinar otras novedades.
Tomada esta resolución, y comunicada con los legados y el cuestor,
para no atrasar ni un día la batalla, ocurrió felizmente que luego, al
siguiente, de mañana, vinieron a su campo muchos germanos con
sus cabos y ancianos usando de igual alevosía y ficción, so color de
disculparse de haber el día antes quebrantado la tregua contra lo
acordado y pedido por ellos mismos, como también para tentar si,
dando largas, podían conseguir nuevas treguas. Alegróse César de
tan buena coyuntura, y mandó que los arrestasen;73 y sin perder
tiempo, alzo el campo, haciendo que la caballería siguiese a la
retaguardia, por considerarla intimidada con la reciente memoria de
su derrota.
XIV. Repartido el ejército en tres cuerpos, con una marcha
forzada de ocho millas se puso sobre los reales de los enemigos
primero que los germanos lo echasen de ver. Los cuales,
sobrecogidos de todo punto, sin acertar a tomar consejo ni las armas,
así por la celeridad de nuestra venida como por la ausencia de los
suyos, no acababan de atinar si sería mejor hacer frente al enemigo,
o defender los reales, o salvarse por medio de la fuga,
manifestándose su terror por los alaridos y batahola que traían.
Nuestros soldados, hostigados de la traición del otro día, embistieron
los reales; aquí los que de pronto pudieron tomar las armas hicieron
alguna resistencia, combatiendo entre los carros y el fardaje, pero la
demás turba de niños y mujeres (que con todos los suyos salieron de
sus tierras y pasaron el Rin) echaron luego a huir unos tras otros, en
cuyo alcance destacó César la caballería.
XV. Los germanos, sintiendo detrás la gritería, y viendo
degollar a los suyos, arrojadas las armas y dejadas las banderas,
desampararon los reales; y llegados al paraje donde se unen el Mosa
y el Rin,74 siendo ya imposible la huida, después de muchos muertos,
los demás se precipitaron al río, donde, sofocados del miedo, del
cansancio y del ímpetu de la corriente, se ahogaron. Los nuestros,
todos con vida, sin faltar uno, con muy pocos heridos se recogieron a
sus tiendas, libres ya del temor de guerra tan peligrosa, pues el
número de los enemigos no bajaba de cuatrocientos treinta mil.
César dio a los arrestados licencia de partirse. Mas ellos temiendo las
iras y tormentos de los galos, cuyos campos saquearon, escogieron
quedarse con él y César les concedió plena libertad.
XVI. Fenecida esta guerra de los germanos, César se determinó
a pasar el Rin por muchas causas, siendo de todas la más justa, que
ya que los germanos con tanta facilidad se movían a penetrar por la
Galia, quiso meterlos en cuidado de sus haciendas con darles a
conocer que también el ejército romano tenía maña y atrevimiento
para pasar el Rin. Añadíase a eso, que aquel trozo de caballería de los
usipetes y tencteros, que antes dije haber pasado el Mosa con el fin
de pillar y robar, y no se halló en la batalla, sabida la rota de los
suyos, se había retirado al otro lado del Rin a tierras de los
sicambros, y confederádose con ellos. Requeridos éstos por César
para que se los entregasen como enemigos declarados suyos y de la
Galia, respondieron: «que el Imperio romano terminaba en el Rin; y
si él se daba por agraviado de que los germanos contra su voluntad
pasasen a la Galia, ¿con qué razón pretendía extender su imperio y
jurisdicción más allá del Rin?» Por el contrario los ubios, que habían
sido los únicos que de aquellas partes enviaron embajadores a César,
entablando amistad y dando rehenes, le instaban con grandes veras
viniese a socorrerlos, porque los suevos los tenían en grave conflicto;
que si los negocios de la república no se lo permitían, se dejase ver
siquiera con el ejército al otro lado del Rin; que esto sólo bastaría
para remediarse de presente, y esperar en lo por venir mejor suerte,
siendo tanto el crédito y fama de los romanos aun entre los últimos
germanos después de la rota de Ariovisto y esta última victoria, que
con sola su sombra y amistad podían vivir seguros. A este fin le
ofrecieron gran número de barcas para el transporte de las tropas.
XVII. César, por las razones ya insinuadas, estaba resuelto a
pasar el Rin; mas hacerlo en barcas ni le parecía bien seguro ni
conforme a su reputación y a la del Pueblo Romano. Y así, dado que
se le presentaba la suma dificultad de alzar puente sobre río tan
ancho, impetuoso y profundo, todavía estaba fijo en emprenderlo, o
de otra suerte no transportar el ejército. La traza, pues, que dio75 fue
ésta. Trababa entre sí con separación de dos pies dos maderos
gruesos pie y medio, puntiagudos en la parte inferior, y largos cuanto
era hondo el río; metidos éstos y encajados con ingenios dentro del
río, hincábanlos con mazas batientes, no perpendicularmente a
manera de postes, sino inclinados y tendidos hacia la corriente del
río. Luego más abajo, a distancia de cuarenta pies, fijaba enfrente de
los primeros otros dos trabados del mismo modo y asestados contra
el ímpetu de la corriente; de parte a parte atravesaban vigas gruesas
de dos pies a medida del hueco entre las junturas de los maderos, en
cuyo intermedio eran encajadas, asegurándolas de ambas partes en
la extremidad con dos clavijas; las cuales separadas y abrochadas al
revés una con otra, consolidaban tanto la obra y eran de tal arte
dispuestas, que cuando más batiese la corriente, se apretaban tanto
más unas partes con otras. Extendíase por encima la tablazón a lo
largo, y cubierto todo con travesaños y zarzos, quedaba formado el
piso. Con igual industria por la parte inferior del río se plantaban
puntales inclinados y unidos al puente, que como machones resistían
a la fuerza de la corriente; y asimismo palizadas de otros semejantes
a la parte arriba del puente a alguna distancia, para que si los
bárbaros con intento de arruinarle, arrojasen troncos de árboles o
barcones, se disminuyese la violencia del golpe y no empeciesen al
puente.
XVIII. Concluida toda la obra a los diez días que se comenzó a
juntar el material, pasa el ejército. César, habiendo puesto buena
guarnición a la entrada y salida del puente, va contra los sicambros.
Viénenle al camino embajadores de varias naciones pidiéndole la paz
y su amistad; responde a todos con agrado, y manda le traigan
rehenes. Los sicambros desde que se principió la construcción del
puente, concertada la fuga a persuasión de los tencteros y usipetes,
que alojaban consigo, cargando con todas sus cosas, desamparadas
sus tierras, se habían guarecido en los desiertos y bosques.
XIX. César, habiéndose detenido aquí algunos días en quemar
todas las aldeas y caserías y segar las mieses, retiróse a la comarca
de los ubios; y ofreciéndoles su ayuda, si los suevos continuasen sus
extorsiones, vino a entender que éstos, apenas se certificaron por sus
espías que se iba fabricando el puente, habido según costumbre su
consejo, despacharon mensajeros por todas partes, avisando que
abandonasen sus pueblos, y poniendo a recaudo en los bosques sus
hijos, mujeres y haciendas, todos los de armas llevar acudiesen a
cierto sitio; el señalado era como el centro de las regiones ocupadas
por los suevos, que allí esperaban la venida de los romanos resueltos
a no pelear en otra parte. Con estas noticias, viendo César finalizadas
todas las cosas que le movieron al pasaje del ejército, y fueron,
meter miedo a los germanos, vengarse de los sicambros, librar de la
opresión a los ubios, gastados sólo dieciocho días al otro lado del Rin,
pareciéndole haberse granjeado bastante reputación76 y provecho,
dio la vuelta a la Galia y deshizo el puente.
XX. Al fin ya del estío, aunque en aquellas partes se adelanta el
invierno por caer toda la Galia al Norte, sin embargo, intentó hacer
un desembarco en Bretaña77 por estar informado que casi en todas
las guerras de la Galia se habían suministrado de allí socorros a
nuestros enemigos; que aun cuando la estación no le dejase abrir la
campaña, todavía consideraba ser cosa de suma importancia ver por
sí mismo aquella isla, reconocer la calidad de la gente, registrar los
sitios, los puertos y las calas; cosas por la mayor parte ignoradas78
de los galos, pues por maravilla hay quien allá navegue fuera de los
mercaderes, y ni aun éstos tienen más noticia que de la costa y de
las regiones que yacen frente de la Galia. En efecto, después de
haberlos llamado de todas partes, nunca pudo averiguar ni la
grandeza de la isla, ni el nombre y el número de las naciones que
habitaban en ella, ni cuál fuese su ejército en las armas, ni con qué
leyes se gobernaban, ni qué puertos había capaces de muchos navíos
de alto bordo.

73
Por esto Catón pretendía que César había violado el derecho de gentes, y con toda seriedad propuso
en el Senado que fuese luego entregado a los bárbaros mismos en pena de su desafuero. Véanse a
Plutarco en la Vida de César.
74
Hay quien supone que el texto ha sufrido en este punto alteración, y que César habría querido indicar
la confluencia del Rin con el Mosela.
75
César explica y desmenuza por partes este famoso puente, quizá el primero que se vio sobre el Rin.
No hay comentador ni intérprete de César que no haya trabajado sobre manera por entender y aclarar
tan célebre fábrica. Muchos han grabado curiosas láminas que representan, ya el puente concluido, ya a
medio hacer, ya cada parte de por sí; algunos han glosado palabra por palabra todas las del texto para
dar a entender la obra y su traza. En suma, tanto como César se esmeró en la estructura, han trabajado
los intérpretes en explicarla. De mí sé decir que me ha costado mucho el entenderla, y no poco el
traducirla con palabras significantes y propias.
76
En efecto, si se lee a Plutarco, se verá cuánta gloria mereció a César la construcción del puente y
haber pasado por él con su ejército.
77
Veleyo Patérculo, Floro, Plutarco, Lucano, Tácito, escriben que esta nueva empresa de pasar a Bretaña
sólo pudo trazarla un ingenio como el de César, acometerla ningún otro valor sino el suyo, acabarla sola
su felicidad experimentada y sin contraste.
78
También ignoraban todo esto los romanos y griegos; y aunque César llama siempre isla a la Bretaña,
hasta los tiempos de Agrícola no se sabía de cierto que lo fuese, como refiere Tácito en la vida de este
Emperador.

miércoles, enero 18

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indice

LIBRO CUARTO CAP 1

LIBRO CUARTO
I. Al invierno siguiente, siendo cónsules Cneo Pompeyo y Marco
Craso, los usipetes y tencteros de la Germania, en gran número,
pasaron el Rin hacia su embocadura en el mar. La causa de su
trasmigración fue que los suevos, con la porfiada guerra de muchos
años no los dejaban vivir ni cultivar sus tierras. Es la nación de los
suevos la más populosa y guerrera de toda la Germania. Dícese que
tienen cien merindades, cada una de las cuales contribuye
anualmente con mil soldados para la guerra. Los demás quedan en
casa trabajando para sí y los ausentes. Al año siguiente alternan; van
éstos a la guerra, quedándose los otros en casa. De esta suerte no se
interrumpe la labranza y está suplida la milicia. Pero ninguno de ellos
posee aparte terreno propio, ni puede morar más de un año en su
sitio; su sustento no es tanto de pan como de leche y carne, y son
muy dados a la caza. Con eso, con la calidad de los alimentos, el
ejercicio continuo, y el vivir a sus anchuras (pues no sujetándose
desde niños a oficio ni arte, en todo por todo hacen su voluntad), se
crían muy robustos y agigantados. Es tanta su habitual dureza, que
siendo tan intensos los fríos de estas regiones, no se visten sino de
pieles, que por ser cortas, dejan al aire mucha parte del cuerpo, y se
bañan en los ríos.
II. Admiten a los mercaderes, más por tener a quien vender los
despojos de la guerra, que por deseo de comprarles nada. Tampoco
se sirven de bestias de carga traídas de fuera, al revés de los galos,
que las estiman muchísimo y compran muy caras, sino que a las
suyas nacidas y criadas en el país, aunque de mala traza y catadura,
con la fatiga diaria las hacen de sumo aguante. Cuando pelean a
caballo, se apean si es menester, y prosiguen a pie la pelea; y
teniéndolos enseñados a no menearse del puesto, en cualquier
urgencia vuelven a montar con igual ligereza. No hay cosa en su
entender tan mal parecida y de menos valer como usar de jaeces.
Así, por pocos que sean, se atreven con cualquier número de caballos
enjaezados. No permiten la introducción del vino, por juzgar que con
él se hacen los hombres regalones, afeminados y enemigos del
trabajo.
III. Tienen por la mayor gloria del Estado el que todos sus
contornos por muchas leguas estén despoblados, como en prueba de
que gran número de ciudades no ha podido resistir a su furia. Y aun
aseguran que por una banda de los suevos no se ven sino páramos
en espacio de seiscientas millas. Por la otra caen los ubios,70 cuya
república fue ilustre y floreciente para entre los germanos; y es así
que, respecto de los demás nacionales, están algo más civilizados,
porque frecuentan su país muchos mercaderes navegando por el Rin,
en cuyas riberas habitan ellos, y por la vecindad con los galos se han
hecho a sus modales. Los suevos han tentado muchas veces con
repetidas guerras echarlos de sus confines, y aunque no lo han
logrado por la grandeza y buena constitución del gobierno, sin
embargo los han hecho tributarios, y los tienen ya mucho más
humillados y enflaquecidos.
IV. Semejante fue la suerte de los usipetes y tencteros arriba
mencionados, los cuales resistieron también muchos años a las armas
de los suevos; pero al cabo, echados de sus tierras, después de haber
andado tres años errantes por varios parajes de Germania, vinieron a
dar en el Rin por la parte que habitan los menapios en cortijos y
aldeas a las dos orillas del río; los cuales, asustados con la venida de
tanta gente, desampararon las habitaciones de la otra orilla, y
apostando en la de acá sus cuerpos de guardia, no dejaban pasar a
los germanos. Éstos, después de tentarlo todo, viendo no ser posible
el paso ni a osadas por falta de barcas, ni a escondidas por las
centinelas y guardias de los menapios, fingieron que tornaban a sus
patrias. Andadas tres jornadas, dieron otra vez la vuelta, y
desandado a caballo todo aquel camino en una noche, dieron de
improviso sobre los menapios cuando más desapercibidos y
descuidados estaban, pues certificados de sus atalayas del regreso de
los germanos, habían vuelto sin recelo a las granjas de la otra parte
del Rin. Muertos éstos, y cogidas sus barcas, pasaron el río antes que
los menapios de ésta supiesen nada, con que apoderados de todas
sus caserías, se sustentaron a costa de ellos lo restante del invierno.
V. Enterado César del caso, y recelando de la ligereza de los
galos, que son voltarios en sus resoluciones, y por lo común
noveleros, acordó de no confiarles nada. Tienen los galos la
costumbre de obligar a todo pasajero a que se detenga, quiera o no
quiera, y de preguntarle qué ha oído o sabe de nuevo; y a los
mercaderes en los pueblos, luego que llegan, los cerca el populacho,
importunándolos a que digan de dónde vienen, y qué han sabido por
allá. Muchas veces, sin más fundamento que tales hablillas y cuentos,
toman partido en negocios de la mayor importancia, de que
forzosamente han de arrepentirse muy presto, gobernándose por
voces vagas, y respondiéndoles los más, a trueque de complacerles,
una cosa por otra.
VI. Como César sabía esto, por no dar ocasión a una guerra
más peligrosa, parte para el ejército antes de lo que solía. Al llegar
halló ser ciertas todas sus sospechas: que algunas ciudades habían
convidado por sus embajadores a los germanos a dejar el Rin,
asegurándoles que tendrían a punto todo cuanto pidiesen, y que los
germanos, en esta confianza, ya se iban alargando más y más en sus
correrías hasta entrar por tierras de los eburones y condrusos, que
son dependientes de Tréveris. César, habiendo convocado a los jefes
nacionales, determinó no darse por entendido de lo que sabía, sino
que, acariciándolos y ganándoles la voluntad, y ordenándoles que
tuviesen pronta la caballería, declara la guerra contra la Germania.
VII. Proveído, pues, de víveres y de caballería escogida, dirigió
su marcha hacia donde oía que andaban los germanos. Estando ya a
pocas jornadas de ellos, le salieron al encuentro sus embajadores, y
le hablaron de esta manera: «Los germanos no quieren ser los
primeros en declarar la guerra al Pueblo Romano, ni tampoco la
rehusan en caso de ser provocados. Por costumbre aprendida de sus
mayores deben resistir y no pedir merced a gestor alguno; debe
saber una cosa y es que vinieron contra su voluntad desterrados de
su patria. Si los romanos quieren su amistad, podrá serles útil sólo
con darles algunas posesiones o dejarles gozar de las que hubiesen
conquistado; que a nadie conocen ventaja sino a solos los suevos, a
quienes ni aun los dioses inmortales pueden contrastar; fuera de
ellos, ninguno hay en el mundo a quien no puedan sojuzgar».
VIII. A tales proposiciones respondió César lo que juzgó a
propósito, y cuya conclusión fue: «que no podía tratar de amistad
mientras no desocupasen la Galia, no siendo conforme a razón que
vengan a ocupar tierras ajenas los que no han podido defender las
propias; que no había en la Galia campos baldíos que poder repartir
sin agravio, mayormente a tanta gente, pero les daría licencia, si
quisiesen, para morar en el distrito de los ubios, cuyos embajadores
se hallaban allí a quejarse de las injurias de los suevos y pedirle
socorro; que se ofrecía él a recabarlos de los ubios».
IX. Dijeron los germanos que darían parte a los suyos, y
volverían con la respuesta al tercer día. Suplicáronle que en tanto no
pasase adelante. César dijo que ni tampoco eso podía concederles; y
es que había sabido que algunos días antes destacaron gran parte de
la caballería a pillar y forrajear en el país de los ambivaritos,71 al otro
lado del río Mosa; aguardábanla, a su parecer, y por eso pretendían
la tregua.
X. El río Mosa nace en el monte Vauge, adyacente al territorio
de Langres, y con un brazo que recibe del Rin, y se llama Vael, forma
la isla de Batavia, y a ochenta millas de dicho monte desagua el
Océano. El Rin tiene sus fuentes en los Alpes, donde habitan los
leponcios,72 y corre muchas leguas rápidamente por las regiones de
los nantuates, helvecios, secuanos, metenses, tribocos, trevirenses.
Al acercarse al Océano, se derrama en varios canales, con que abraza
muchas y grandes islas, por la mayor parte habitadas de naciones
bárbaras y fieras, entre las cuales se cree que hay gentes que se
mantienen solamente de la pesca y de los huevos de las aves, hasta
que, por fin, por muchas bocas entra en el Océano.

70
Territorio de Colonia. En tiempo de César habitaban al otro lado del Rin. Agripa, bajo Augusto, los transportó a la orilla izquierda del rio.
71
Habitantes de las tierras de Amberes.
72
Los grisones.

martes, enero 17

MAÑANA ACABA EL PRIMER LIBRO DE MURENA

que lo sepais...

TERMINA ROMA en cuatro

Hoy son los dos últimos episodios de Roma.

Aunque no lo sé seguro, en la página oficial no hya noticias de que vaya a haber segunda parte

Página de la hbo en ingles.

si alguno quiere saber el final, se puede poner en el google a buscar los caracteres HBO ROME

Y LA PRIMERA PÁGINA QUE SALE PONER QUE SE TRADUZCA.

1-MURENA-51

51-1


51-2


51-3


indice